CASPE 1412

 

FERNANDO AÍNSA, ALMUDENA DE ARTEAGA, JOSÉ CALVO POYATO, JOSÉ LUIS CORRAL, JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN, JESÚS MAESO DE LA TORRE, TOTI MARTÍNEZ DE LEZEA, JAVIER SIERRA Y MARGARITA TORRES

 

 

 

 

 

CASPE 1412

 

 

Los relatos del Compromiso

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Diseño de la cubierta: Enrique Iborra

 

Primera edición: noviembre de 2012

 

Primera edición en rústica: noviembre de 2012

Primera edición en e-book: noviembre de 2012

Edición en ePub: febrero de 2013

 

© «¿Quién asesinó al arzobispo» y el prólogo: José Luis Corral, 2012

© «El Compromiso de Tierra Firme»: Fernando Aínsa, 2012

© «El secreto del copero del rey. Fernando de Antequera»:

Almudena de Arteaga, 2012

© «El médico de Caspe»: José Calvo Poyato, 2012

© «El cadí de la seda»: José Manuel García Marín, 2012

© «El perfume del diablo»: Jesús Maeso de la Torre, 2012

© «Rei o res!»: Toti Martínez de Lezea, 2012

© «La piedra que todo lo ve»: Javier Serra, 2012

© «La historia la escriben los cronistas»: Margarita Torres, 2012

© de la presente edición: Edhasa, 2012

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ISBN: 978-84-350-4603-9

 

Depósito legal: B. 30.396-2012

PRESENTACIÓN

 

 

 

Los días 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre de 2011, nueve escritores españoles se reunieron en la villa aragonesa de Caspe para celebrar el inicio de los actos de conmemoración del sexto centenario del Compromiso de Caspe.

Rememorando a los nueve compromisarios, tres aragoneses, tres catalanes y tres valencianos, que en junio de 1412 decidieron el futuro de la Corona de Aragón, los nueve escritores decidieron escribir un relato en torno al Compromiso, para dejar constancia literaria del recuerdo de aquel extraordinario acontecimiento histórico.

 

 

LOS AUTORES

 

Fernando AÍNSA (Palma de Mallorca, 1937). Ha trabajado en la Unesco desde 1972. Director literario de Ediciones Unesco en París desde 1992. Es vicepresidente de la Asociación Aragonesa de Escritores y director de la revista Imán.

Novelas: El paraíso de la reina María Julia (Índigo, 1994); Travesías (2000); Los que han vuelto (Mira, 2009).

 

Almudena de ARTEAGA (Madrid, 1967). Licenciada en Derecho y diplomada en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria. Ejerció la abogacía durante seis años como especialista en Derecho Civil y Laboral. Trabajó como documentalista histórica.

Novelas: La princesa de Éboli (Martínez Roca, 1997); La Beltraneja, el pecado oculto de Isabel la Católica (La Esfera de los Libros, 2001); Catalina de Aragón. Reina de Inglaterra (La Esfera de los Libros, 2002); María de Molina: Tres coronas medievales (Martínez Roca, 2004); La esclava de marfil (Martínez Roca, 2005); El desafío de las damas (Martínez Roca, 2006); El marqués de Santillana (Martínez Roca, 2009); Los ángeles custodios (Ediciones B, 2010).

 

José CALVO POYATO (Cabra, Córdoba, 1951). Catedrático de Historia. Autor de numerosos artículos y ensayos de investigación y de libros de divulgación histórica. Miembro de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.

Novelas: Conjura en Madrid (Barcelona, Plaza y Janés, 1999); El hechizo del rey (Barcelona, Belacqua, 2001); Los galeones del Rey (Barcelona, El Aleph, 2002); Jaque a la Reina (Barcelona, Grijalbo, 2003); El manuscrito de Calderón (Barcelona, Plaza y Janés, 2005); El ritual de las doncellas (Barcelona, Plaza y Janés, 2006); La dama del Dragón (Plaza y Janés, 2007); Vientos de intriga (Plaza y Janés, 2008); El sueño de Hipatia (Plaza y Janés, 2009); Sangre en la calle del Turco (Plaza y Janés, 2011).

 

José Luis CORRAL (Daroca, Zaragoza, 1957). Catedrático de Historia Medieval. Director del Taller de Historia de la Universidad de Zaragoza. Presidente de la Asociación Aragonesa de Escritores.

Novelas: El salón dorado (Edhasa, 1996); El amuleto de bronce (Edhasa, 1998); El invierno de la corona (Edhasa, 1999); El Cid (Edhasa, 2000); Trafalgar (Edhasa, 2001); Numancia (Edhasa, 2003); El número de Dios (Edhasa, 2004); ¡Independencia! (Edhasa, 2005); El caballero del templo (Edhasa, 2006); El rey felón (Edhasa, 2009); El amor y la muerte (Edhasa, 2010); La prisionera de Roma (Planeta, 2011); El códice del peregrino (Planeta, 2012).

 

José Manuel GARCÍA MARÍN (Málaga, 1954). De formación empresarial, se acercó al mundo de la literatura por su atracción hacia la cultura andalusí.

Novelas: Azafrán (Roca, 2006); La escalera del agua (Roca, 2008), La reina de las dos lunas (Roca, 2012).

 

Jesús MAESO DE LA TORRE (Úbeda, Jaén, 1952). Licenciado en Filosofía e Historia. Ha simultaneado la docencia con la investigación y la divulgación histórica. Es asesor de la Junta de Andalucía.

Novelas: Al-Gazal, el viajero de los dos orientes (Edhasa, 2002); Tartessos (Edhasa, 2003); El auriga de Hispania (Edhasa, 2004); La profecía del Corán (Grijalbo, 2005); El sello del algebrista (Grijalbo, 2007); El lazo púrpura de Jerusalén (Grijalbo, 2008); La cúpula del Mundo (Grijalbo, 2010).

 

Toti MARTÍNEZ DE LEZEA (Vitoria, 1949). Traductora titulada de inglés y francés. Guionista de televisión, actriz y fundadora del grupo de teatro Kukubiltxo.

Novelas: La calle de la judería (Ttarttalo, 1998), La comunera: María Pacheco, una mujer rebelde (Maeva, 2003); La voz de Lug (Maeva, 2003); A la sombra del templo (Maeva, 2005); El verdugo de Dios (Maeva, 2005); El jardín de la Oca (Maeva, 2007); La Universal (Maeva, 2010).

 

Javier SIERRA (Teruel, 1971). Licenciado en Ciencias de la Información. Ha sido director y consejero editorial de la revista Más allá de la Ciencia. Colaborador habitual en radio y televisión.

Novelas: Las puertas templarias (Martínez Roca, 2000); El secreto egipcio de Napoleón (La Esfera de los Libros, 2002); La cena secreta (Plaza y Janés, 2004); La dama azul (Planeta, 2008); El ángel perdido (Planeta, 2011).

 

Margarita TORRES (La Bañeza, León, 1969). Profesora de Historia Medieval. Cronista oficial de la ciudad de León. Académica correspondiente de la Academia Hispano-Belga de Historia, de la Academia Melitense de la Soberana Orden de Malta y de la Real Academia Matritense de Genealogía y Heráldica.

Novelas: Enrique de Castilla (Plaza y Janés, 2003); La profecía de Jerusalén (Edhasa, 2010); La cátedra de la calavera (Temas de Hoy, 2010).

PRÓLOGO
El Compromiso de Caspe en el imaginario

JOSÉ LUIS CORRAL

 

 

 

Europa alimenta sus referencias míticas y cultistas en la Antigüedad, pero es en la Edad Media donde surge el manantial de sus leyendas y las bases atávicas de sus reivindicaciones nacionalistas y de sus propuestas nacionales.

Salvo Grecia, cuyos mitos han impregnado el imaginario colectivo europeo, el resto de las naciones y territorios de Europa busca sus raíces en el Medievo, ninguna fuerza política europea contemporánea reivindica situaciones políticas de la Antigüedad, ni siquiera los italianos con respecto al Imperio romano o los alemanes con respecto a los antiguos pueblos de la Germania.

Es en la Edad Media donde la inmensa mayoría de los países europeos radican sus señas de identidad y su definición fundacional como Estados modernos, y donde anclan sus más atractivas leyendas.

Los países nórdicos lo hacen en la división medieval que los escandinavos establecieron entre suecos, noruegos y daneses ya en el siglo X, o los ingleses en la fundación de ese reino en el siglo XI, o los portugueses en el origen de Portugal como reino autónomo segregado del de León a mediados del siglo XII; la propia Francia se reivindica como tal a partir del reino altomedieval de los francos a fines del siglo V, de la corona de Carlomagno en torno al año 800 y de la monarquía de los capetos a finales del X; y Alemania busca en el Imperio germánico de los otónidas en el siglo X su marco histórico referencial.

En España se ha seguido la misma tónica, y la Edad Media se ha convertido en el tiempo de referencia para la configuración de la identidad patria, bien a escala estatal, con la falsa identificación de la unidad de España con la monarquía de los Reyes Católicos, o a escala autonómica, en la búsqueda de la identidad regional en las formaciones políticas estatales medievales: el reino de Aragón, el de Navarra, el de Castilla y León o Cataluña.

En la nueva España autonómica surgida de la Constitución de 1978, la mayoría de las antiguas regiones buscaron en la Edad Media instituciones privativas que les otorgaran un pedigrí nacional propio: las Cortes y la Junta en Castilla y León, las Cortes, el justicia y la Diputación General en Aragón, la Generalitat y el Parlament en Cataluña, o los territorios forales en el País Vasco. Todas las autonomías españolas volvieron sus ojos a la Edad Media para buscar en ella elementos identitarios y diferenciadores que les otorgaran signos y símbolos exclusivos y atávicas raíces propias.

En algunos casos se adaptaron, mediante falsificaciones semánticas e históricas, a la conveniencia política del momento. Así, algunos españolistas furibundos inventaron la idea de una España única y eterna, que rancios herederos mantienen enhiesta pese a la propia historia, o catalanistas radicales inventaron los términos «Corona catalano-aragonesa» o «Confederación catalano-aragonesa» o «Países Catalanes», que jamás existieron en el Medievo, para definir la suma de reinos y Estados que fue la Corona de Aragón, reinos y Estados gobernados por un mismo soberano que ostentaba como primer título el de rey de Aragón.

Y como era obvio, fue en la literatura y en la historia donde se volcaron las manipulaciones y las tergiversaciones de un pasado que se construyó a partir de referencias legendarias y de ensoñaciones románticas.

Uno de los acontecimientos más manidos en este sentido ha sido el del Compromiso de Caspe. Conviene recordar los hechos.

El 31 de mayo de 1410 falleció, sin herederos, el rey Martín el Humano, el último representante por línea directa masculina de la dinastía fundada en 1137 por el matrimonio de Petronila, hija del rey Ramiro II de Aragón, con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. En esa unión dinástica, en la que se asentaron los orígenes de la futura Corona de Aragón, Petronila era quien transmitía el título y la dignidad regia, la que heredará su hijo Alfonso II, el primer soberano que se intituló rey de Aragón y conde de Barcelona, aunque no la primera persona, pues ésa fue su madre, Petronila.

La muerte de Martín I provocó un enorme problema, pues ante la falta de heredero al trono de la Corona de Aragón se postularon varios candidatos: Fernando de Antequera, hijo de Juan I de Castilla y Leonor de Aragón, hija a su vez de Pedro IV de Aragón, nieto por tanto de Pedro IV; Jaime de Urgel, hijo de Pedro de Urgel, sobrino a su vez de Pedro IV; Luis de Anjou, hijo de Violante, la hija de Juan I de Aragón; y Alfonso de Gandía, hijo de Pedro de Ribagorza, hijo de Jaime II. Y todavía hubo dos más que quedaron descartados muy pronto: Federico de Luna por ser hijo ilegítimo de Martín de Sicilia, el hijo de Martín el Humano que falleció un año antes que su padre, e Isabel de Aragón, esposa de Jaime de Urgel e hija de Pedro IV y de Sibila de Forciá, que fue eliminada por su condición femenina.

Con todos esos candidatos sobre la mesa, los Estados de la Corona de Aragón decidieron buscar un método para elegir a un rey de entre ellos, procurando evitar los enfrentamientos civiles y la guerra. Los aragoneses, encabezados por el justicia mayor y el gobernador del Reino, se reunieron en una asamblea en Calatayud en la primavera de 1411 para dilucidar el procedimiento a seguir; meses más tarde se convocó un parlamento en Alcañiz. Entre tanto, los catalanes se reunían por su cuenta en Tortosa y los valencianos hacían lo propio. Mientras se celebraban estas deliberaciones, los representantes de los tres principales Estados de la Corona mantenían contactos y embajadas permanentes entre ellos.

Por fin, en febrero de 1412 se llegó a un acuerdo por el que cada uno de los tres Estados designaría a tres representantes, y los nueve compromisarios se reunirían en la villa aragonesa de Caspe para, una vez evaluados los derechos de los candidatos, elegir de entre ellos al nuevo rey. La elección recaería en aquel que obtuviera al menos seis votos, siempre y cuando recibiera al menos un voto de cada uno de los representantes de los tres Estados.

Tras varias semanas de deliberaciones, los nueve compromisarios proclamaron solemnemente su decisión en la puerta de la colegiata de Caspe, el 28 de junio de 1412. El dominico valenciano Vicente Ferrer, uno de los nueve, fue el encargado de leer la resolución, que se hizo basándose en la costumbre, pues no había leyes escritas al respecto.

El elegido fue Fernando de Antequera, que en esos momentos era además regente del reino de Castilla y León, dada la minoría de edad de su sobrino Enrique III. Votaron a favor del infante castellano los tres delegados aragoneses (el obispo de Huesca, Francés de Aranda y Berenguer de Bardají), dos de los valencianos (Vicente Ferrer y Bonifacio Ferre) y uno de los catalanes (Bernal de Gualbes); los otros dos catalanes (el arzobispo de Tarragona y Guillén de Valseca) aludieron que consideraban con más derechos a Jaime de Urgel e incluso al duque de Gandía; y el tercer valenciano (Pedro Beltrán) se abstuvo porque alegó que se había incorporado más tarde a las deliberaciones y no tenía suficientes elementos de juicio.

Todos aceptaron la resolución; bueno, todos no. El candidato Jaime de Urgel no lo hizo y, ayudado por algunos nobles aragoneses, resistió por la fuerza a lo dispuesto en Caspe hasta que en octubre de 1413 se rindió en Balaguer.

Desde entonces, los historiadores han dado mil y una vueltas a esta singular decisión.

La historiografía aragonesa presentó el resultado del Compromiso de Caspe como un logro político extraordinario. Jerónimo Zurita, el primer cronista oficial del reino de Aragón en el siglo XVI, alabó lo acontecido en Caspe, festejándolo con estas palabras: «… los nueve se encerraron en el castillo de Caspe para determinar el mayor negocio que se cometió jamás a hombres de letras para que lo determinasen por vía de derecho y justicia».

El aragonesismo, siguiendo la pauta dictada en el Parlamento de Alcañiz, donde los delegados aragoneses proclamaron que «este reino de Aragón es cabeza de los otros reinos y tierras de la Real Corona de Aragón», suele referirse a la solución dada en Caspe con fórmulas grandilocuentes, como «soberanía nacional», «ejemplo de concordia y acuerdo entre pueblos» e incluso «autodeterminación de los pueblos».

Por el contrario, el catalanismo, ya desde la primera mitad del siglo XIX, ha atacado con dureza lo resuelto en Caspe en 1412. Para algunos historiadores catalanistas la elección de Fernando de Antequera fue un inmenso error, pues lo rechazan por ser un príncipe «castellano», a la vez que ensalzan la figura de Jaime de Urgel por su condición de «catalán». Incluso algunos han llegado a referirse a lo dictaminado en Caspe como «La iniquitat de Caspe».

La historiografía castellanista, ensimismada y obsesionada con la idea de que Castilla fue «la forjadora de España», ha considerado la resolución de Caspe como un paso lógico hacia la unidad de España, fruto de la iniciativa castellana en esa dirección.

Pero, aparte del recuerdo histórico, ¿qué queda hoy del Compromiso de Caspe?; ¿y qué enseñanzas políticas pueden extraerse de ese acontecimiento?

Lejos de los parámetros legendarios aportados por diferentes historiadores marcados por sus condicionantes políticos y nacionalistas, el Compromiso de Caspe respondió a una necesidad política ineludible: la de dotar a los Estados de la Corona de Aragón de un soberano que mantuviera su unidad dinástica y la unidad de acción exterior.

¿Puede ser este acontecimiento una enseñanza para la Europa actual? Desde luego, la historia es un referente ineludible, presente en cualquier principio de declaración programática, y así se ha expresado en el debate sobre la nueva constitución europea.

El Compromiso de Caspe puede ser un ejemplo, que no un modelo, para dirimir futuros problemas en la Unión Europea. La historia del reino de Aragón tiene mucho que enseñar al respecto. La forma de actuar de los delegados aragoneses, y con ellos los catalanes y los valencianos, en Caspe en junio de 1412 no es sino la culminación de una manera de entender el derecho y la negociación ante los conflictos políticos.

Los fueros de repoblación del siglo XII en la Península ibérica constituyen unos precedentes extraordinarios, pues en ellos se diseñaba una sociedad igualitaria en la que «cristianos, judíos y musulmanes tenían el mismo fuero». En los fueros de Aragón, el derecho daba primacía a la presunción de inocencia del acusado, y eran los tribunales los que tenían que probar la culpabilidad.

Por ello, el Compromiso de Caspe, que aparece a los ojos de algunos historiadores europeos como algo novedoso, casi revolucionario, en la práctica política de la Europa bajomedieval, para los aragoneses no fue algo extraordinario, sino la manera tradicional de dirimir un conflicto político aplicando la costumbre, el derecho y las normas de convivencia seculares que regían en el viejo Reino.

Desgraciadamente, los europeos, y los españoles entre ellos, no siguieron esa senda sensata y pacífica para dirimir conflictos, y se han enfrascado en guerras terribles y enfrentamientos fratricidas. La historia de Europa está llena de fiascos políticos en los que la razón y el derecho han sido pisoteados por la fuerza bruta y la insensatez.

Sin embargo, parece que en los últimos años los europeos han aprendido las duras y cruentas lecciones del pasado. La Unión Europea, con sus problemas, sus carencias y sus titubeos, se muestra, hasta ahora, como el mejor ensayo para dirimir los problemas de las naciones y los pueblos de Europa a partir del diálogo, el debate y el acuerdo político. Los recelos entre franceses, ingleses, alemanes y otros países de Europa, que solían solventarse mediante una guerra, se dirimen ahora en una mesa de debate en el Parlamento en Estrasburgo o en la Comisión en Bruselas. Y parece evidente que una guerra en Europa es impensable.

Compromiso: esa es sin duda la palabra. Pacto, acuerdo, diálogo, uso de la razón y empleo de la inteligencia. Así es como Europa ha salido de un largo milenio de guerras que han marcado un pasado de odios y de rencillas afortunadamente superado.

Aun así, la memoria es preciso ejercitarla con el recuerdo permanente. Por eso, los europeos del siglo XXI deben recordar su pasado y estudiarlo para aprender de los errores y de los aciertos.

En 1412, en la villa aragonesa de Caspe, nueve «hombres buenos» se reunieron para elegir a un soberano común. Según algunos, los nueve se equivocaron a la hora de elegir al designado, pero según otros, acertaron de pleno. Aunque tal vez no sea eso lo más importante, y desde luego no lo más trascendente de esta historia. Lo relevante, el ejemplo para el futuro, fue que tres Estados diferentes, dotados cada uno de ellos de sus propias instituciones y de su propia cultura, decidieron seguir juntos por la senda de la historia, y hacerlo mediante un acuerdo en derecho que sería asumido por todas las partes.

Ocurrió en Caspe, en el reino de Aragón, en el mes de junio de 1412, hace ya seiscientos años, pero los ecos de aquella cita siguen resonando en la conciencia colectiva de los europeos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

RELATOS