image

image

ALEJANDRO LEÓN CANNOCK

Cartografías del pensamiento

Ensayos de filosofía popular

Lima, agosto de 2013

Impreso en el Perú - Printed in Peru

Diseño de cubierta:             Germán Ruiz Ch.

Diagramación:                     Diana Patrón Miñán

Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C.

Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú).

Teléf. 313-3333

www.upc.edu.pe

Primera edición: agosto de 2013

images

www.yopublico.net

Telf: 51-1-221 9998

Dirección: Av. 2 de Mayo 534 Of. 304, Miraflores

Lima-Perú

Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
Centro de Información

Ensayos de filosofía popular

Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2013

ISBN: XXXXXXXX (formato e-book)

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.

El contenido de este libro es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente la opinión de los editores.

«Sucede que, en cuanto se da un paso más allá de lo ya pensado, cuando alguien se aventura fuera de lo reconocible y seguro, cuando hay que inventar conceptos nuevos para tierras desconocidas, los métodos y las morales se derrumban y pensar se convierte... en un ‘acto peligroso’, una violencia que se ejerce, para empezar, sobre sí mismo (...). Todo el mundo reconoce los riesgos de algunos ejercicios físicos extremos, pero también el pensamiento es un ejercicio extremo y raro. Pensar es afrontar una línea en la que necesariamente se juegan la muerte y la vida, la razón y la locura, una línea en la que uno se halla implicado. Pensar solo es posible en esa línea mágica...»

(DELEUZE 1999: 167)

A María,
por sus pies ligeros.
Y porque me enseñó que la vida se mide por su
intensidad, no por su extensión.

Contenido

Prólogo

Introducción. El pensamiento como máquina de guerra

Primera parte. Existencia y subjetividad

Sobre la libertad de la voluntad

El retiro hacia sí mismo

Escribo, luego soy

Ser en el tiempo

Crítica al antropocentrismo

El rostro del mundo

Elogio de lo femenino

Las puertas de la percepción

La inocencia de la existencia

En defensa de los amantes

Segunda parte. Ética y pedagogía

Caminos de libertad. La educación como tarea ético-política

La crítica, ¿juicio o evaluación?

Microética. Hacia una modificación consciente de la vida cotidiana

La impotencia de los poderosos

Las codificaciones del deseo

Sobre la construcción de la memoria

¿Por qué es peligrosa la imaginación?

Variaciones sobre el quehacer y la enseñanza de la filosofía

Visiones de libertad: de la autonomía a la resistencia

Tercera parte. Viaje y pensamiento

El viaje como modo de pensamiento

Pensamiento performativo

Cartografiar el mundo

Transitar sin fin, recuperar el mundo

Tierra y pensamiento, o el pliegue inmaterial

La función crítica del extranjero

Apéndice. ¿Qué es la filosofía popular?

Bibliografía

image

Alejandro León Cannock es magister en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y egresado de Fotografía por el Centro de la Imagen.

Ha sido profesor en la PUCP, en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes, en el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima y el la Universidad del Pacífico.

Sus temas de interés son la estética de la existencia, las relaciones entre pensamiento e imagen fotográfica y la obra de Gilles Deleuze. Ha publicado ensayos de filosofía en revistas especializadas, y artículos y entrevistas sobre arte en la Revista Asia Sur.

Durante el año 2010 cursó una residencia artística en el Rhizome Lijiang Art Center (China) y en 2012 formó parte del Laboratorio de Creación Visual, Crítica y Estudio, en la Galería Wu (Perú). Ha realizado exposiciones individuales y colectivas de fotografía, tanto en Lima como en el extranjero (China, EE. UU.). Actualmente combina su desempeño como docente con su trabajo como fotógrafo.

Prólogo

Si el ser humano es, como lo pensaba Montaigne, un monstruo formidable, mágico a la vez que terrible, lo es precisamente porque el deseo, que es su aliento, es naturalmente promiscuo y polígamo. Seguirle el rastro a esa criatura, hacer un registro de su paso, podría ser una de las tareas de lo que llamamos pensar. En todo caso, es la tarea a la que se aboca este libro. Su tema es por ello el yo −en su oscuridad y resplandor−, pero sobre todo en su relación con el tiempo y el cambio constante, en todas sus formas e intensidades.

Constantemente la experiencia y el tiempo nos desarticulan, desarman nuestras estructuras y seguros hábitos, nos arrojan al vacío y a la confusión, nos sumergen en la crisis. Una idea, una palabra, un gesto, una circunstancia, cualquier acontecimiento pueden súbita e impúnemente privarnos de lo que hasta ese momento nos había dado estructura y seguridad. Es el riesgo de la vida. Es también su permanente apuesta. Este libro es un registro de ese riesgo y esa apuesta es una huella o un rastro que, como el trueno, da testimonio de un relámpago. Lo escribe el autor luego de dos años de reflexión académica, precisamente sobre el sentido del pensar y la naturaleza de la filosofía. Resulta de un despertar a la pregunta por el propio quehacer. En su movimiento oscilante entre la duda y la iluminación, escenifica también una lucha persistente por emanciparse de los cánones aprendidos, de los códigos y las reglas académicas que formatean y aprisionan para encontrar la propia palabra. Es por ello un texto de reacción, de revancha, de inconformidad, de resistencia, pero sobre todo un texto de liberación, casi un ejercicio espiritual: un devenir algo diferente.

Gilles Deleuze, el célebre filósofo francés del siglo xx −tal vez la principal voz que inspira a este texto−, nos propone pensar al mundo en su fluir a través del tiempo. No pensarlo como un espacio de cuerpos sólidos y sus propiedades estáticas, entre los cuales ubicamos a nuestros propios cuerpos, sino como un océano de energías vitales en permanente comercio e interacción, en cuyo flujo nos encontramos inmersos a todo nivel de nuestra existencia. No hay identidad inmune o segura frente al tiempo y su cambio, que nos envuelve a todos como el aire y nos hace nómadas, sin un hogar estable.

La identidad es una ilusión y el yo siempre una zona fluida de transformación entre multiplicidades, entre las multiplicidades que llevo dentro y soy, y las que son todo lo otro y diferente a mí, con lo que interactúo y devengo algo diferente. Ese flujo imparable de transformación constante, de movimiento y mutabilidad, es el vivir; inasible salvo en el acto y parcialmente en la huella que deja atrás. Seguirle el rastro a ese monstruo formidable que es el yo, es la labor de un pensamiento en principio autobiográfico, dispuesto a revelarse en su fragilidad frente a la contingencia, pero también dispuesto a asombrarse y asombrarnos con lo que se presenta. Esa labor se realiza aquí (como lo hace una filosofía que nace de la visión deleuziana que inspira al autor), creando palabras, generando nuevos conceptos, gestando imágenes a partir de la experiencia siempre en flujo para pensar a la experiencia desde su propio movimiento.

No se encontrarán argumentos equilibrados, lógicos, ordenados, racionales en este texto, aunque suficiente lógica, orden y razón se encuentran en sus líneas. Pero sí habla este libro de manera espontánea y original; siempre ensayando, en intuiciones puntuales y fragmentos que vincula imaginativa, discontinua y rizomáticamente. Su lenguaje es por momentos tartamudo y vacilante, como lo es a veces la existencia misma. Se trata, en última instancia, de un proceso embrionario, surgido de la muerte de los hábitos aprendidos, en el que se gestan nuevos horizontes.

Los ensayos de este libro son, además de registros de una liberación, presagios y signos de nuevas e incipientes presencias. No es casualidad que de la urdimbre de sus palabras se tejan dramatizaciones de conceptos, casi empeñadas en convertirse en imágenes. En ellas se anuncia ya el nuevo camino por el que ha llevado esta exploración al autor. Pues este ejercicio catártico de autobúsqueda y descubrimiento ha ido forjando un nuevo camino, necesario, entre la palabra y la imagen. Camino que se empieza a hacer presente, como en pequeñas chispas, en este texto, que ha desembocado para Alejandro en el hallazgo de la fotografía como un valioso recurso para la filosofía y un nuevo devenir del pensamiento.

Victor J. Krebs

Miraflores, junio de 2013

Introducción

El pensamiento como máquina de guerra

SÓCRATES Y LA FILOSOFÍA URBANA

Sócrates fue un filósofo urbano. Cuentan que rara vez salió del centro de su ciudad natal, de la acrópolis ateniense. Su interés estaba allí, en las calles, los mercados, las plazas, las fiestas, los banquetes. ¿Por qué? Pues porque solo ahí podía encontrarse con seres humanos, sus semejantes, individuos capaces de reflexión, diálogo y acción. Este fue su principal deseo, el objetivo de su vida: reunirse con diferentes tipos de persona −distintas edades, condiciones sociales, niveles de educación… hasta conversaba con los esclavos, como el diálogo «Menón»1 atestigua− para simplemente desplegar el hoy muchas veces olvidado placer del pensamiento. Su ejercicio constante, incluso ante la muerte, fue su eterna pasión.

Lo primero que me llama la atención de este famoso personaje de nuestra historia, tal vez el primer filósofo con todas sus letras −el oráculo de Delfos había dicho que era el hombre más sabio de toda Atenas2− es que, a pesar de su condición, no buscaba dialogar principalmente, ni sobre todas las cosas, con filósofos o grandes sabios. Sus conversaciones no estaban reservadas para unos pocos iniciados en los secretos del saber filosófico; no mantenía un discurso esotérico ni hermético. Nada más alejado de lo que las fuentes sobre su vida (Aristófanes, Jenofonte y Platón) nos han transmitido. Sócrates dialogaba con cualquiera que tuviera algo que decir y que, al mismo tiempo, estuviera dispuesto a escuchar, pues pensaba que estar abierto al intercambio de ideas era la vía regia para acceder a la verdad. Así, en la Apología, Platón nos cuenta que conversó, acerca de la sabiduría, con los más reconocidos políticos, poetas y artesanos de Atenas3. Es sabido también que algunos de sus debates más famosos los entabló con sofistas de la talla de Protágoras o Gorgias; pero también con filósofos consagrados: en una ocasión lo encontramos, aún joven, dialogando con el viejo Parménides. Por su parte, los jóvenes, su público preferido por su apertura de mente, no fueron la excepción en sus conversaciones, por el contrario, marcaron la pauta general: Alcibíades y Cármides, entre los más dóciles, Trasímaco y Calicles, entre los iracundos. Inclusive hombres muy adinerados, como Ánito −quien luego fuera uno de sus acusadores−, también tuvieron la oportunidad de intercambiar ideas con Sócrates. En fin, la lista es interminable, pues todo tipo de personajes desfilaron frente a Sócrates, o este lo hizo frente a ellos. Siempre en la ciudad, en el espacio donde se desarrolla la vida propiamente humana.

Una conclusión fundamental quisiera extraer de este hecho: la filosofía, por más compleja, profunda, difícil o erudita que sea, tal como nos lo enseñó Sócrates −¡qué mejor maestro!−, no es un discurso exclusivo para filósofos. Durante siglos, una perversión se ha sedimentado y se sigue reproduciendo en las escuelas y universidades: la filosofía como una disciplina solo para filósofos. El resto de seres humanos, condenados a la simple opinión o, en el mejor de los casos, a algún saber particular sobre el mundo, está muy lejos de poder ingresar al exclusivo y selecto ámbito del pensar filosófico. Un lenguaje hermético, sumamente técnico y abstracto, desconectado de las vivencias, casi esquizofrénico y, para agravar las cosas, clausurado al diálogo con otras profesiones −¿Soberbia? ¿Autosuficiencia? ¿Temor? ¿Impotencia?− ha hecho de la filosofía una disciplina estéril y de los filósofos personajes, en el mejor de los casos, raros, que tienen la tendencia a hablar mucho, pero no concretamente sobre cosas que suceden en este mundo. Hemos perdido al filósofo urbano que tan bien representó Sócrates. ¿Recuerdan los dibujos animados Los pitufos4? ¿Qué pasaba cada vez que Pitufo Filósofo se atrevía a opinar frente a sus compañeros −cosa que, dicho sea de paso, siempre quería hacer−? Recibía una patada en el trasero y caía, de cabeza y sin sus anteojos, fuera de la aldea. Imagen ingenua, pero potente y sugerente. Pateado: inútil. Fuera de la aldea: desconectado de la realidad. De cabeza y sin sus anteojos: ve las cosas invertidas, no como las observan los demás. Un colega argentino me decía que los filósofos tenemos fama de decir cosas inteligentes pero ininteligibles, ¿significativo, verdad?

FILOSOFÍA PARA NO FILÓSOFOS

Ahora bien, es verdad que la filosofía para filósofos es absolutamente necesaria. No pretendo decir que deba desaparecer, ni nada por el estilo. Debe continuar funcionando, con ciertos retoques, como lo ha hecho desde siempre. Pero debe tomar conciencia de su lugar: es como el trabajo del científico en el laboratorio. Es una parte de la filosofía, fundamental, pero no es toda la filosofía. Este ha sido el error: creer que el trabajo exegético, historiográfico y erudito constituye la totalidad del quehacer filosófico; creer que solo haciendo filosofía de este modo se podía respetar la milenaria dignidad de tan noble disciplina. Recuerdo que una tarde mientras manejaba me percaté, repentinamente y preso de un hápax existencial, en palabras de Onfray, que lo único que había hecho durante mis años de estudiante de filosofía era leer libros. Pero ¿y el mundo? ¿No es un poco extraña esta manera de aprender a pensar filosóficamente? Si más allá de la construcción de teorías, de las elucubraciones intelectuales, queremos que la filosofía tenga algún sentido para la vida, que tenga algo significativo que decirle a los seres humanos −¿no es este el motivo de su existencia como decían las escuelas helenísticas5?−, entonces debemos, nosotros los filósofos, hacer el gran esfuerzo de abrirnos al mundo y reconectarnos con él, de crear un lenguaje que mantenga viva la profundidad del pensamiento, la crítica, pero que, al mismo tiempo, sea comprensible y significativo para quienes no son filósofos −lo cual, vale la aclaración, no hace mejores ni a unos ni a otros−. Estoy convencido de que, dada la configuración del mundo actual −proliferación del conocimiento, aceleración de las comunicaciones, desarrollo de las tecnologías, unificación del mundo, destrucción del medio ambiente, etcétera−, solo así habrá futuro para la filosofía, más allá de los tristes congresos o simposios altamente especializados, sobre Sócrates, por ejemplo, en los que ni el mismo Platón comprendería los asuntos en cuestión. Filosofía para no filósofos, esta es mi consigna.

Dicho lo anterior, inmediatamente me asalta una pregunta: ¿por qué la filosofía debería salir de los recintos académicos en los que está muy bien preservada y dirigirse al gran público? Obviamente no basta con que Sócrates y otros como él lo hayan hecho (pienso en Diógenes el Cínico, o en Michel de Montaigne). ¿Por qué, por ejemplo, no se me ocurre abogar con la misma convicción e intensidad por una genética para no genetistas, por una ingeniería mecánica para no ingenieros o, inclusive, por un derecho para no abogados? La respuesta a esta cuestión no tiene nada que ver con un afán narcisista por divulgar mi profesión, sino con la naturaleza y con el objeto de estudio de esta disciplina. Para la vida común y corriente de un ciudadano cualquiera, saber de genética, de ingeniería mecánica o incluso de derecho no es muy relevante −espero me disculpen quienes se dedican a estas importantes profesiones−. Como dice el filósofo español Fernando Savater, puedo pasarme la vida sin saber nada acerca de ciertas disciplinas, como las mencionadas, por ejemplo, y no pasará nada. Para ello, están los especialistas, y si necesito saber algo al respecto recurriré a ellos6. Admitámoslo, no siempre se requiere un ingeniero mecánico, ¿o sí? Con la filosofía ocurre algo distinto, pues, a riesgo de caer en abstracciones, me animaré a sostener que su objeto de estudio −si es que puede ser llamado objeto− es el sentido de la vida7. No solo de la vida biológica, claro está; sino especialmente de la vida propiamente humana, esto es, lo específico de nuestra especie y sus distintas dimensiones. La filosofía nació y creció originalmente como una forma de saber general sobre lo humano. Por ello, entre muchas otras cuestiones, se preocupa por el sentido y el valor de la existencia en general y de nuestra existencia en particular; por la bondad de nuestra voluntad, por la corrección de nuestra acciones y por la justicia de nuestras sociedades; por la belleza de nuestras creaciones, por el progreso de nuestra cultura y por el desarrollo de nuestra historia; finalmente −sé que me quedo corto−, por la excelencia de una vida digna, sublime, auténtica, ejemplar que, creo no equivocarme, la mayor parte de seres humanos busca alcanzar. Esto nos incumbe a todos por el simple hecho de ser seres humanos, de pertenecer a la misma especie, de tener el don de la palabra y el pensamiento. Solo una vida tiene sentido, valor y densidad si, de una u otra manera, se preocupa por estos asuntos; y hacerlo es estar ya, aunque no lo hayamos notado, aunque no lo creamos al inicio, en medio de la filosofía. Todo somos, en mayor o menor medida, filósofos. Sócrates lo decía: una vida sin examen no vale la pena ser vivida8. El análisis nos permite darnos cuenta de que, antes de preocuparnos por el trabajo, el dinero, las posesiones, el éxito, el reconocimiento; inclusive, de que antes de preocuparnos por los otros seres humanos o por nuestra ciudad, debemos ocuparnos de nosotros mismos9. Preocuparse de sí mismo significa, simplemente, cuidarse, conocerse y gobernarse. No es egoísmo, es la clara conciencia de que si no estamos bien con nosotros mismos, nunca estaremos bien con los otros y con el mundo. Hacer esto es hacer filosofía. No otra cosa, creo, nos preocupa a diario, más allá del grado de conciencia que tengamos, a todos los seres humanos sin excepción.

Filosofía para no filósofos, entonces. Para Sócrates −personaje que nos sirve como modelo− la filosofía, o el diálogo filosófico, tiene la finalidad de movilizar a los interlocutores para despertar sus conciencias dormidas y así liberar sus voluntades dominadas por los prejuicios y los dogmas. La filosofía, desde esta perspectiva, es un acto violento: molesta, choca, golpea, quiebra, desestabiliza, remece y sacude a quienes se enfrentan a ella. Tal vez por ello es tan resistida, nos quita la seguridad y comodidad de nuestras creencias y saberes. Como decía Nietzsche −lúcido y perturbador filósofo alemán del siglo xix− nos saca del cálido hogar y nos ubica en medio del frío desierto10. Los principales enemigos de la filosofía son, entonces, el sentido común (lo que todo el mundo acepta como normal) y los dogmas (lo que alguna autoridad, por tradición y poder, determina como verdadero). La infatigable insistencia con la que Sócrates se enfrentó a estos enemigos hizo que lo comparen con un pez torpedo: golpeaba con tal fuerza que sus interlocutores, aturdidos, ya no sabían aquello que, minutos antes, afirmaban con total certeza. Sócrates, ¡verdadera máquina de guerra, genuino hombre de libertad! Esta tarea movilizadora del ejercicio filosófico puede ser calificada como terapéutica. Nos reconfortaría mucho que este libro logre generar mínimamente esto en sus lectores.

Pero la filosofía también puede ser transitada por otros senderos, como aquel que le asigna una función eminentemente estética o existencial. Sócrates, junto a otros grandes como Montaigne, Kierkegaard, Schopenhauer, Wittgenstein, Nietzsche o Foucault, hizo de su filosofía no solo un discurso dirigido al gran público con cierta pretensión terapéutica, sino que, además, hizo de ella un medio para construirse a sí mismo, para formar su identidad, para hacerse una vida propia y auténtica. Así, desde esta perspectiva, el despliegue de una filosofía (filosofar) es el camino o el movimiento por el que un individuo que se hace llamar a sí mismo filósofo llega a ser alguien −no digo alguien bueno, notable o reconocido; sino, simplemente, alguien singular, diferente o único−. En este sentido, en su obra autobiográfica, Ecce Homo, Nietzsche nos enseñó que no existe una brecha entre el trabajo del pensamiento y la formación de la identidad individual: todo lo que experimentamos, percibimos, sentimos, recordamos, imaginamos y, por lo tanto, todo lo que pensamos acerca de ello no es más que lo que somos o, para ser más exacto, lo que estamos deviniendo o, paulatinamente, llegando a ser. Pensar es, pues, al mismo tiempo un modo de vivir. Por ello, el despliegue del pensamiento, como todo arte y como la vida misma, requiere paciencia, mucho trabajo, idas y vueltas sobre lo mismo, borrones, tachaduras y recomienzos. Lo maravilloso es que la materia con la que trabaja el pensador en tanto artista no es como la del pintor o el escultor, materia física, sino, fantásticamente, inmaterial. El artista del pensamiento trabaja con conceptos e ideas, materiales etéreos y terriblemente difíciles de modelar. Luego, el paso a la escritura, al lenguaje como materia expresiva, requiere una tarea escultórica semejante a la realizada sobre los conceptos y las ideas; en realidad, son tareas complementarias. Así, entre pensamiento y escritura, lo que se va formando en medio, también como una obra de arte, es la propia vida.

PENSAMIENTO POP(ULAR)

Este libro tiene, entonces, dos objetivos. Por un lado, busca molestar las conciencias tranquilas de quienes, por diversos motivos, no están acostumbrados, no saben o no desean pensar. Por otro lado, este libro es mi autoconfesión o, en sentido estricto, un fragmento de mi autoformación. En las siguientes páginas hallarán un retrato difícil de discernir, como toda obra en construcción, de quién estoy siendo.

El libro está dividido en tres partes y un apéndice. Llamo a estos escritos, siguiendo una vaga indicación del filósofo francés Gilles Deleuze, pensamiento pop11. Seguro inmediatamente les viene a la mente el arte pop, y no es mala su asociación. Sin duda, mi proyecto de hacer filosofía para no filósofos busca transitar caminos semejantes, o por lo menos cómplices, a los que recorrió el arte pop. Este, insinuado en los años veinte con los ready madede Marcel Duchamp y desarrollado al máximo a partir de los años cincuenta con la obra de Andy Warhol, constituyó una ruptura o una revolución con la manera tradicional, elitista y académica de hacer arte. Esta nueva tendencia buscó entrar en contacto con la cultura popular o de masas; con lo más cotidiano y trivial de la vida en sociedad para tomarlo como materia creativa, como su fuente de emergencia. Gracias a ello, el individuo común y corriente, alejado de los circuitos de arte, de los grandes salones y de los museos pudo no solo tener acceso a la producción artística, sino sentirla cercana, comprensible y significativa. El arte a partir de ese momento pretendía hablarle a la gente12. Y no por ello dejó de ser arte; en todo caso, se transformó13. Llevando agua para mi molino: arte para no artistas. Mi intención es muy parecida, pero en el ámbito de la filosofía. Sin embargo, ¿cómo lograrlo? ¿Cómo hacer que la filosofía, trabajo del pensamiento, específicamente conceptual, abstracto y complejo, alejado, valgan verdades, de aquella realidad que estamos acostumbrados a recibir de los mass media, llegue al gran público de forma efectiva? Este es nuestro gran reto. Tarea titánica a la que nos enfrentamos, sin duda. Para lograrlo propongo una estrategia o un método que tiene dos facetas: del lado de la escritura he procurado hacerme un estilo que rompa con el clásico estilo objetivo, académico, neutral de la filosofía tradicional; por el lado del pensamiento, mi intención es trabajar los conceptos o ideas de forma singular, esto es, haciéndolos oscilar entre la experiencia personal, íntima, y la idea común, generalizable. Así, el pensamiento pop, tal y como trato de desarrollarlo en estas páginas, toma la forma de breves crónicas del pensamiento; crónicas que se inspiran en el bello y poderoso género literario y filosófico creado por el célebre Michel de Montaigne: el ensayo14.

Estoy convencido de que el pensamiento, los conceptos, los problemas y las ideas no surgen de la nada, en abstracto, de vacías construcciones intelectuales, como si uno dijera: «Bueno, me sentaré a pensar en…», y ¡zas una idea! Convencido de la impotencia e inautenticidad de este tipo de pensamiento, entonces es fundamental para mi tarea determinar de dónde, cómo, cuándo, bajo qué circunstancias se gestó una idea en mi cabeza. Esto es a lo que se refirió el poeta francés Antonin Artaud cuando sostuvo que el pensamiento no es innato ni adquirido, sino genital15. Esto es lo que Deleuze llamaba el pensamiento dramatizado16 y lo que actualmente Michel Onfray califica como fisiología del pensamiento17. Teniendo en cuenta esta concepción acerca del nacimiento del pensamiento, los textos que presento en este ensayo, todos ellos expresión de pensamiento pop, hacen explícito el proceso de gestación de la idea que desarrollan. Cada texto muestra la fábrica, no el producto. No hallarán, entonces, ideas formadas, acabadas, claras y distintas. Cada sección del libro presenta básicamente una idea, pero no en abstracto, pura o destilada de las experiencias que le dieron a luz, angelical; sino, por el contrario, contextualizada, encarnada, enraizada, unida a la tierra fértil, a la vida que la hizo germinar, demónica. Mi estilo, cercano a la crónica y a la autobiografía, y mis ideas, a medio camino entre lo propio e íntimo, y lo clara de la objetividad del cielo, constituyen la manera en que he tratado de expresar mi pensamiento en estas páginas. Pop(ular), entonces, pues parto de lo cotidiano, de experiencias comunes, pero trato de ir más allá de ellas para no quedarme en lo anecdótico, justamente para romper con el sentido común y para ofrecer una perspectiva nueva, o al menos diferente del mundo que habitamos.

Así, en este ensayo no se encontrarán teorías, sistemas ni tratados; tampoco verdades o certezas; mucho menos recetas, consejos, normas, leyes o deberes; de ningún modo palabras edificantes, ni autoayuda. Estas páginas solo buscan incitar, movilizar, contradecir, chocar, faltar el respeto, ser políticamente incorrectas, generar reacciones, sobresaltos, muecas de indignación o, por qué no, de cómplice aprobación. Lo único que busco es que alguien quede contrariado, al menos mínimamente, después de leer este libro, es decir, que alguien haya pensado. Al igual que Nietzsche, creo que los libros no transmiten verdades y menos que deberían hacerlo; un libro, como una obra de arte, solo debe entristecer. Quien cierra un libro, después de cientos de páginas, y sigue siendo el mismo que cuando abrió la primera página, entonces ¿qué sentido tuvo haberlo leído? Hágase usted mismo esta pregunta al finalizar la lectura.

Este pequeño libro es, entonces, una máquina de guerra, en palabras de Deleuze y Guattari18. Es un dispositivo que, al entrar en contacto con el lector, tiene la función de golpear y destruir, pero no para esparcir muerte y desolación, sino para permitir el cambio, la transformación, el flujo y el renacimiento. Es un detonador. La máquina de guerra se enfrenta a ese pequeño tirano que nos domina y nos hace presa y esclavos de los prejuicios y los dogmas heredados durante el proceso de socialización por el que nos formamos. Es, por ello, esencialmente liberadora. Cada texto es, entonces, una intervención local de la máquina de guerra. Es un dispositivo que tiene la finalidad de conectarse con nosotros, hacer agenciamiento, formar conjunto y así ayudarnos a salir de nuestras muchas veces pequeña y necia perspectiva de la realidad. Cada texto es un lente que nos ofrece una visión de mundo distinta y que, por ello, multiplica nuestros mundos. Nos permite, justamente gracias al perspectivismo, hacerle frente a los modos únicos y totales a partir de los cuales concebimos la realidad: sentido común, prejuicios, dogmas, fundamentalismos, fanatismos o cualquier forma de dominación que pretenda poseer la verdad. En estas páginas verán mi humilde perspectiva, paradójica, cargada de ironía, escepticismo y humor sobre algunos temas que cotidianamente nos incumben a todos: el amor, el poder, la memoria, la imaginación, la soledad, la religión, etcétera. Lo que no hallarán, se los aseguro, es pretensión de verdad alguna.

CONDICIONES DEL PENSAMIENTO CREATIVO

Unas palabras más, antes de cerrar esta introducción, sobre las condiciones básicas que considero que deben estar presentes en un proceso de pensamiento creativo. Toda génesis de ideas encarnadas, es decir, de pensamiento pop, está ligado a las siguientes cuatro condiciones. En primer lugar, es necesario poner al margen a nuestra voluntad racional y consciente, quitarle privilegios al yo, y así tratar de alcanzar un estado de flujo mental al que podemos llamar, con el psicoanálisis, atención flotante. Esto nos permite escapar a las representaciones preestablecidas, a las ideas recurrentes u obsesivas, al deseo de decir a toda costa algo significativo y, gracias a ello, nos permite abrirnos a las potencialidades de la vida inconsciente, como nos enseñaron los surrealistas. En segundo lugar, debemos tener la suerte −pues esto no depende de nosotros− de enfrentarnos a una ocasión, ya que el pensar solo nace de su contacto con algo en el mundo que lo empuja, lo incita y lo activa. Por ello necesitamos, como decía Heidegger, algo que nos de a pensar19. Esto puede ser cualquier cosa, pues nunca sabremos de antemano qué despertará al pensamiento en nosotros. Sin embargo, cuando suceda lo notaremos inmediatamente, pues un verdadero acontecimiento nos habrá atravesado. Así, pues, si estando con atención flotante somos sorprendidos por una ocasión, entonces ocurrirá un encuentro inesperado entre nuestro sistema de creencias acerca del mundo y un acontecimiento diferencial que no cuadra con nuestro sentido común. Es en ese instante, y solo en él, cuando, en tercer lugar, padecemos, violentamente, el choque con el afuera de nuestras representaciones establecidas, es decir, el golpe de eso que está ahí, pero que normalmente no estamos abiertos a percibir, menos a pensar. Este encuentro es el inicio del pensar, la génesis de la idea. En ese punto solo nos queda aprehenderla, hacerla nuestra, desarrollarla, darle nuestra firma, trabajarla, escribirla, justamente, como cualquier artista trabaja sus materiales... o, por el contrario, como ocurre incontables veces, abatidos, cansados y, en el fondo entristecidos por el peso de lo cotidiano, podemos dejarla ir, desaparecer tan súbitamente como apareció, y así nos ahorraremos lo incómodo que significa empezar a ver las cosas de una manera diferente. No lo lamentaremos. Estas son, entonces, tres condiciones necesarias, pues describen el proceso de génesis de las ideas. Pero falta una más para que estén completas, para que estén las necesarias y para que sean, al mismo tiempo, suficientes. Debemos, como decía Deleuze, estar al acecho20. Estar al acecho no es lo mismo que buscar, pues se busca lo que de antemano se conoce y se ha perdido. Un saber previo tal vez descuidado y olvidado. No es esto a lo que apunto, porque, justamente, las ideas auténticas, las genéticas, no existen bajo ninguna forma antes de su nacimiento. Por ello, no hay nada que buscar, nunca, en ningún ámbito. ¿Cómo buscar lo que no existe? Estar al acecho es, en otra dirección, una disposición del espíritu, una apertura a lo desconocido, una sensibilidad para lo diferente y novedoso. Estar al acecho es recibir al mundo, sus pliegues y matices, no ir en busca de él, preformándolo y definiéndolo de antemano. Es hacerse sensible a los signos del mundo. Es una actitud, un modo de ser difícil de alcanzar, pues implica agudizar los sentidos, aquietar el entendimiento, ampliar la memoria e incentivar la imaginación. Estados complejos y extraños los recién mencionados, pues no van de acuerdo con la vida cotidiana, con lo pragmático y funcional del comportamiento que nos exige el sistema. Pero hay que tratar de alcanzarlos, al menos estar dispuestos a que ocurran. Solo estando al acecho podemos llegar a pensar algo que valga la pena y no vivir repitiendo clichés y tópicos colectivos. Solo acechantes, nos convertimos en brujos o en videntes.

Termino, como indicación de lectura, diciendo que este libro ha sido pensado bajo la forma del rizoma21, es decir, como un conjunto sin centro, inicio ni fin. No posee unidad cronológica, narrativa, inclusive carece de una unidad temática explícita22. Se puede empezar por donde uno desee y seguir el orden que más le plazca. No obstante, si lee con atención podrá notar que todo el libro está animado por una misma forma de sentir y pensar el mundo, y el sentido de la existencia humana. No es otra cosa que mi firma23. ¿Cómo escribir si no es volcándonos en el texto? Ustedes juzgarán, cuando se acerquen al final, si este libro expresa solamente una patética autoconfesión o si, partiendo de mi particular experimentación del mundo, logra elevarse hacia un pensamiento que ya no me pertenece, sino que es impersonal y, por ello, universal.

PRIMERA PARTE

Existencia y subjetividad

 

Sobre la libertad de la voluntad

 

¿Cómo hacerse una vida con sentido? Lo hemos preguntado por primera vez.

¿Cómo hacerse una vida con sentido? Resuena constantemente en nosotros. No podría abordar esta cuestión sin antes indicar desde donde me expreso: si por vida con sentido se quiere significar la vida adecuada a las normas sociales, al sistema, a los códigos que determinan lo normal (y lo moral) y, al mismo tiempo, condenan y califican como anormal lo que no ha sido categorizado por ellos, entonces no tengo nada más que decir. Para mí, ubicado donde estoy, tratando de estar siempre al lado de la libertad y alejado de los dogmas, vida con sentido es una fórmula que expresa algo totalmente distinto a cualquier forma de adecuación a un sistema determinado (religioso, político, etcétera). Ni siquiera deber o respeto son categorías que vale la pena traer a colación para intentar una respuesta. Por el contrario, aunque al inicio pueda caer en la incomprensión, tal vez mi intuición de lo que es una vida con sentido esté mucho más cerca de la ruptura consciente, voluntaria y programada con lo habitual. Pues, si revisamos la inocencia del diccionario descubriremos que la entrada respetoestá emparentada con otros conceptos que tal vez sean cuestionados por la mayoría en la superficie de sus discursos, pero que, sin embargo, son deseados por todos, como decía Spinoza, en la intimidad: sometimiento, acato, sumisión24. ¡Qué extraña vida es aquella 25