Bibliografía

Daniel Buren es uno de los más conspicuos representantes de esa estirpe de “artistas-escritores” que, paralelamente a su labor en el ámbito de la práctica, ha desarrollado una prolífica actividad como teórico y pensador tanto de su propia obra como del arte en su acepción más amplia y general. Sus numerosos textos han sido recopilados en los tres volúmenes de: Les Écrits, Bordeaux, capcMusée d’Art Contemporain, 1991. En esta edición –imprescindible para obtener un conocimiento mínimamente consistente de la obra y el pensamiento del artista francés–, es posible diferenciar cinco tipo de escritos: los textos específicos, en los que se ofrecen reflexiones sobre diversos asuntos del arte; las entrevistas, que, por su carácter más directo, aportan mucha de la información más valiosa sobre diversos aspectos de su universo estético-discursivo; una parte más panfletaria, que se corresponde con respuestas dadas por Buren a críticos con los que no está de acuerdo o con la expresión de su opinión sobre situaciones políticas que afectan al ámbito artístico; los manifiestos, que datan de la época en que trabajaba con Mosset, Parmentier y Toroni; y, en última instancia, los textos de naturaleza descriptiva, redactados como acompañamiento a las photo-souvenirs.

Pese a que, en estos tres volúmenes de Les Écrits, se encuentran compilados todos sus textos desde 1965 hasta 1990, para la presente monografía se han empleado, igualmente, por su rica información visual: Buren, D., Ponctuations, Lyon, Le Nouveau Musée, 1980; y Buren, D., Photo-souvenirs, 1965-1988, Villeurbanne, Art Edition, 1988. Con posterioridad a 1990, y, consiguientemente, fuera de la compilación aparecida en Les Écrits, son interesantes destacar: Buren, D., À force de descendre dans la rue, l’art peut-il enfin y monter?, Paris, Sens & Tonka, 1998; y la entrevista de Eckhard Schneider a Daniel Buren en Les Couleurs Traversées, catálogo de la exposición en Bregenz, 27 enero-18 marzo, 2001.

Otra compilación importante y más creativa de sus textos es: Daniel Buren mot à mot, Paris, Centre Georges Pompidou, Éditions Xavier Barral, Éditions de la Martinière, 2002. Esta publicación permite acceder a una notable cantidad de documentos escritos y visuales a través de diferentes palabras clave que facilitan la labor del lector y que ofrecen, en no pocas dimensiones, nuevas perspectivas desde la que analizar su obra.

Dentro, todavía, de este tipo de texto construido en torno a la idea de “palabras clave”, aunque deslizándonos al dominio de las monografías sobre su obra, hay que destacar: Laurent, T., Motsclés pour Daniel Buren, Paris, Éditions Au Même Titre, 2002. Otras monografías imprescindibles son: Francblin, C., Daniel Buren, Paris, Artpress, 1987; y Lelong, G., Daniel Buren, Paris, Flammarion, 2001. Además, sobre Daniel Buren han escrito algunos de los principales representantes del pensamiento crítico contemporáneo, entre los que cabe destacar: Lyotard, J-F., Que peindre? Adami, Arakawa, Buren, Paris, Éditions de la Différence, 1987; y Buchloh, B. H. D., Neo-Avantgarde and Culture Industry. Essays on European and American Art from 1955 to 1975, Cambridge, London, The MIT Press, 2000.

Para completar esta selección bibliográfica, hace falta anotar aquellos textos que, tratando temas transversales –arte contextual, crisis del estudio y de la noción de obra, micropolítica, etc.–, han sido utilizados, en el transcurso del estudio, para profundizar en el discurso bureniano: Ardenne, P., Un art contextuel. Création artistique en milieu urbain en situation d’intervention de participation, Paris, Flammarion, 2002; Bougnoux, D., “Les lieux de la transparence”, en Charbonneaux, A-M. & Hillaire, N. (dir.), Oeuvre et lieu, Paris, Flammarion, 2002; Buchloh, B. H. D., “Figures of Authority, Ciphers of Regression. Notes on the Return of the Representation in European Painting”, en Wallis, B. (ed.), Art after Modernism: Rethinking Representation, New York, The New Museum of Contemporary Art, 1984; Deleuze, G. & Guattari, F., Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 2002; Lenhardt, J., “La crise de l’art comme crise de l’objet d’art”, Ligeia, Paris, n.° 15-16 (octubre 1994-junio 1995), pp. 87-92; Owens, C., “Back to Studio”, Art in America, New York, enero 1982, pp. 99-107.

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Daniel Buren

Daniel Buren

PEDRO A. CRUZ SÁNCHEZ

NEREA

Ilustración de sobrecubierta: Daniel Buren, Photo-souvenir: Los dos niveles, Travail in situ, París, 1986

Aldamar, 38

20002 Donostia-San Sebastián

Teléfono: 943 432 227

nerea@nerea.net

www.nerea.net

ISBN: 978-84-15042-68-6

Maquetación: Eurosíntesis Global, S. L.

Índice

INTRODUCCIÓN

· Buren-Mosset-Parmentier-Toroni

· Marcel Duchamp y la ilusión de ruptura

· Las contradicciones del arte conceptual

· Obra comentada: Manifestation n.° 1

LA CODIFICACIÓN DEL OUTIL VISUEL

· La dialéctica pintura/soporte o la búsqueda del degré zéro

· La dialéctica pintura/contexto: el outil visuel

· La pintura y la pérdida del límite moderno

· Obra comentada: Affichages sauvages

DEL MONUMENTO AL ARTE IN SITU: LA VISUALIZACIÓN DEL CONTEXTO

· Micropolítica in situ

· La visión holística del arte

· Del lugar al trayecto: el movimiento no programado

· Obra comentada: D’un étage à l’autre 14 secondes et 7 dixièmes

LA DECONSTRUCCIÓN DEL MUSEO/GALERÍA

· El arte como comentario del arte

· Dentro y fuera del marco: cuestionando los límites del museo/galería

· Desnivelando la visión: las Cabannes éclatées

· El documento como traición: las Photo-souvenirs

· Obra comentada: Peinture-sculpture

APÉNDICE

BIBLIOGRAFÍA

Introducción

Daniel Buren nació, en 1938, en la localidad francesa de Boulogne-Billancourt, y, en la actualidad, vive y trabaja in situ... De esta manera tan concisa y elusiva, en la que sólo se refleja una fecha y una actitud ante el arte y la vida, expone Buren su biografía, que, como es posible advertir, evita manifiestamente la amenaza de cualquier “contaminación narrativa” que pudiera convertir su trayectoria en una suerte de relato (récit), articulado en torno a una serie de líneas de progresión fuertes. Esta maniobra de autoprotección no debe ser recibida como si de una simple y gratuita excentricidad se tratara, ya que, si existe una tendencia –por no llamarla una tentación– contra la que Buren ha estado luchando insistentemente, durante muchos años, ha sido la proclividad de no pocos críticos e historiadores a hacer del análisis de su obra un ejercicio de reducción, orientado al repliegue de ésta a discursos o ideologías nucleares que permitieran su fácil localización. El ejemplo proporcionado por el autor francés es paradigmático de las dificultades a las que se enfrentan disciplinas cerradas y de esquema evolutivo como la historia del arte a la hora de asimilar casos como el suyo, que, a todas luces, desbordan los estrechos conductos por los que suele encauzar los diferentes asuntos por ella tratados. Tal es la heterogeneidad y naturaleza diversa de la documentación generada por Buren a lo largo de sus casi cuarenta años de trabajo que algunos de sus principales estudiosos, en el momento de confeccionar un índice en el que quedara reflejado tanto dicha documentación como las interpretaciones de ella derivadas, no han dudado en recurrir a la ordenación, por orden alfabético, de los múltiples conceptos que la integran y diversifican.

No cabe duda, en este sentido, de que la mayor conveniencia de una fórmula tan en desuso en la “crítica oficial” como la de las “palabrasclave” radica, fundamentalmente, en el hecho de que los índices a los que da lugar no imponen un itinerario analítico único y lineal, sino que, por el contrario, ofrecen diferentes “rutas” posibles que, dependiendo de la manera en que se transiten, revelarán una u otra faceta de la irreductible producción de Buren. Un autor como éste, que ha pretendido cuestionar –hasta su efectiva erosión– algunos de los mitos sobre los que se ha venido fundando, durante los últimos siglos, la experiencia artística –menciónense, a este respecto, ideas tan arraigadas como las de la subjetividad, el autor, el museo o la autonomía de la obra de arte– no podía permitirse caer en la grave contradicción de hacerlo a través de un modelo como el lineal-evolutivo que, entre otros aspectos destacables, se mostraba deudor de aquellos “grandes relatos” denunciados, por vez primera, por Lyotard. Se podría decir, en consecuencia, que Buren ha trabajado siempre desde la evitación de las estructuras narrativas encargadas de orientar el conjunto de su obra en una sola y exclusiva dirección. Y así sucede porque, entre otros motivos reseñables, la impugnación de un modelo de producción como el moderno –profundamente “narrativizado”– pasa, ante todo, por el debilitamiento máximo de todos aquellos elementos de legitimación causales y teleológicos sobre los cuales pivotó el discurso por él alumbrado.

BUREN-MOSSET-PARMENTIER-TORONI

Una de las principales y más evidentes derivaciones de este deseo de reducción de la obra de Buren a un patrón de comportamiento suministrado por los modelos de análisis lineales-evolutivos es el empeño mostrado, por parte de no pocos críticos e historiadores, en considerar tanto el vocabulario estético como el contenido reflexivo distintivos de dicha obra como el resultado directo de su filiación a algunas de las líneas fundamentales de actuación que el arte contemporáneo tenía abiertas o abrió en la década de los sesenta. El sesgo clasificador que, desde siempre, ha distinguido las disciplinas histórica y crítica ha conllevado que, en el caso de Buren, el propio desarrollo de su obra no resulte suficiente para su justificación, procediéndose, en este sentido, a su encuadre en contextos más amplios como los aportados por determinadas agrupaciones o tendencias significativas en aquellos momentos.

Uno de los más claros síntomas de este proceso de “narrativización” al que, desde diversos flancos, se ha sometido el corpus bureniano ha sido el especial énfasis que se ha puesto y se pone en destacar el papel desempeñado por Buren-Mosset-Parmentier-Toroni en la codificación de su universo lingüístico. En su forma integral y originaria –es decir, en tanto que reunión de cuatro artistas–, no duró más de un año: desde septiembre de 1966 –fecha de su entrada en acción– hasta diciembre de 1967 –momento en el que Michel Parmentier decide abandonar esta línea de actuación–. No obstante, con posterioridad a este período de crisis, Buren, Mosset y Toroni continuaron trabajando conjuntamente hasta diciembre de 1968, fecha que marca el cese de sus actividades en coalición.

Es importante reseñar, en lo tocante a esto, que no hubo en ellos aspiración de estatuirse como un grupo, sino, muy al contrario, y como reza uno de los escasos textos que documentan aquella génesis, la agrupación fue el resultado de la decisión de cuatro individuos que deciden asociarse, “a fin de manifestarse separada o conjuntamente, en un sentido que los hechos relatados objetivamente a continuación indicarán” (Buren: 2002, s/p). El propio Buren, en una entrevista concedida años después, aseguraba que “no ha habido jamás ningún grupo, y menos todavía un grupo llamado BMPT. Esta sigla es una invención de críticos que jamás nos ampararon y que quisieron hablar de nosotros tres años después, cuando todo se había ido al garete [...] BMPT no existió jamás, el grupo no existió nunca como tal” (Buren: 1991, II, p. 170). No se trataba, en suma, tanto de un grupo de iniciación, cohesionado en torno a un manifies-to o idea monolítica que imprimiese una especial seña de identidad a cada uno de sus integrantes, como de una “agregación de inquietudes”, que, en un momento dado, se produce como consecuencia de la confluencia o intersección de dichas inquietudes en un punto dado de intereses comunes.

1. Photo-souvenir: Manifestation n.° 3 (‘Manifestación n.° 3’), Musée des Arts Décoratifs, París, 1967.

1. Photo-souvenir: Manifestation n.° 3 (‘Manifestación n.° 3’), Musée des Arts Décoratifs, París, 1967.

Durante los más de dos años que permaneció en activo esta agrupación, sus integrantes articularon cada una de sus comparecencias públicas a través de una fórmula como la de la manifestation, que, de clara raigambre vanguardista, aunaba acción y texto, en un intento de cuestionar los fundamentos esenciales sobre los que había descansado la historia de la pintura y, por extensión, del arte. Ocho son, a este respecto, las manifestations que se efectuaron durante este espacio de tiempo:

Manifestation n.° 1: celebrada el 3 de enero de 1967, durante el Salon de la Jeune Peinture, en el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris, con la participación de Buren, Mosset, Parmentier y Toroni. Constó de dos partes: una primera, en la que los cuatro artistas instalaron sus respectivas piezas, mientras por medio de un altavoz se escuchaba sin interrupción, y en inglés, español y francés: “Buren, Mosset, Parmentier, Toroni os aconsejan ser inteligentes”; y una segunda, desarrollada minutos antes de la apertura de la exposición, en la que fueron descolgadas las obras y sustituidas por un enorme calicó que rezaba: “Buren, Mosset, Parmentier, Toroni no exponen”.

Manifestation n.° 2: celebrada, igualmente, el 3 de enero de 1967, consistió en una carta firmada por los cuatro autores que fue enviada a los periodistas, y en la que se explicaba su firme rechazo no sólo al Salon de la Jeune Peinture, sino, en general, a cualquier variante de esta fórmula surgida en el siglo XIX.

Manifestation n.° 3: celebrada el 2 de junio de 1967, en el Musée des Arts Décoratifs de Paris, con la participación de Buren, Mosset, Parmentier y Toroni. La acción consistió en colocar sobre el escenario las cuatro telas que no habían sido expuestas en el Musée d’Art Moderne de la Ville, sin que, entretanto, y a no ser la distribución de una octavilla con la descripción fría y objetiva de las obras, sucediese nada.

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- Manifestation n.° 4: se trata de un trabajo in situ, ejecutado, entre septiembre y noviembre de 1967, dentro del marco de la Vème Biennale de París, en el Musée d’Art Moderne de la Ville, y en el que participaron, de nuevo, Buren, Mosset, Parmentier y Toroni. Conceptualmente, se trata de una de sus acciones más complejas, en el sentido de que, a la exposición de las cuatro pinturas mencionadas, se sumó la proyección, sobre el techo, de fotografías de diversos motivos –St. Tropez, Versalles, corridas de toros, flores, strip-tease, etc.– y una voz en off.

2. Photo-souvenir: Manifestation n.° 4 (‘Manifestación n.° 4’), Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris, 1967.

2. Photo-souvenir: Manifestation n.° 4 (‘Manifestación n.° 4’), Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris, 1967.

Manifestation n.° 5: celebrada entre el 5 y el 25 de diciembre de 1967, en los locales de la antigua galería “J”. Participaron, únicamente, Buren, Mosset y Toroni, ya que Michel Parmentier había abandonado el grupo oficialmente, mediante un texto de renuncia publicado en una octavilla el 6 de diciembre de ese mismo año. La presente manifestation consistió en la exposición, sobre los muros de la galería, de nueve telas de 1 x 1 m.

Manifestation n.° 6: celebrada en la Galería Flaviana, de Lugano, entre el 16 de diciembre de 1967 y enero de 1968, con la participación de Buren y Toroni. Los muros de la sala de exposiciones acogieron, en esta ocasión, dos únicas telas: una de ellas dividida en bandas verticales, con los extremos pintados en blanco; y la otra, a la “manera Toroni”, salpicada de manchas dispuestas en forma de quinconce (‘tresbolillo’).

Manifestation n.° 7: realizada un mes después, el 24 de febrero de 1968, en Lyon, con la participación de Buren, Mosset y Toroni. Tres grandes piezas fueron expuestas, sin firmas de ningún tipo y sin comentario alguno.

Manifestation n.° 8: celebrada en Palermo y en París, en diciembre de 1968, con la participación de Buren y Toroni, quienes presentaron obras semejantes a las de la manifestation realizada en Lugano un año antes.

Pese a que, como se ha expresado con anterioridad, no existió ningún tipo de documento fundacional o programático que confiriese identidad a este grupo más allá de la identidad de sus propios integrantes –o formulado en otros términos, que lo convirtiese en una suerte de “superestructura de acción”, al modo de los grandes y emblemáticos movimientos de vanguardia–, sí que es posible hablar de una “continuidad en el discurso”, perceptible en cada una de las ocho manifestations arriba detalladas. No en vano, aquello que, incuestionablemente, atravesó y otorgó unidad y sentido a todas ellas fue el cuestionamiento y posterior subversión de la idea tradicional de pintura, la cual no sólo no había sufrido merma alguna en el proceso de reformulación del que fue objeto en el marco de producción moderno, sino que, por el contrario, había salido reforzada de éste. La postura de Buren-Mosset-Parmentier-Toroni, al respecto de tal asunto, quedó meridianamente reflejada en el pasquín que se repartió al público durante la primera y más célebre de sus manifestations, y en el que se podía leer: “Dado que pintar es un juego./ Dado que pintar es armonizar o desarmonizar colores./ Dado que pintar es aplicar (conscientemente o no) unas reglas de composición./ Dado que pintar es valorar el gesto./ Dado que pintar es representar el exterior (o interpretarlo, o apropiárselo, o cuestionarlo, o presentarlo)./ Dado que pintar es proponer un trampolín para la imaginación./ Dado que pintar es ilustrar la interioridad./ Dado que pintar es una justificación./ Dado que pintar sirve para cualquier cosa./ Dado que pintar es hacerlo en función del esteticismo, de las flores, de las mujeres, del erotismo, del entorno cotidiano, del arte, del capricho, del psicoanálisis, de la Guerra del Vietnam./ NOSOTROS NO SOMOS PINTORES” (Buren: 2002, s/p).

Ni que decir tiene que cada una de estas afirmaciones –correspondientes, como es fácil observar, a otros tantos y arraigados axiomas por los que se ha regido la pintura a lo largo de su milenaria historia– constituye una variante o acepción diferente de un mismo problema, Buren-Mosset-Parmentier-Toroni supieron advertir desde un principio, y que, de hecho, actuó como punto de intersección y aglutinador de sus diferentes inquietudes, a saber: el de la subjetividad y, por ende, el del autor. A propósito de Manifestation n.° 5, Michel Claura escribió un breve texto introductorio en el que se ofrece la clave que permite comprender, en toda su dimensión, la estrategia diseñada, en este caso, por Buren, Mosset y Toroni para evitar cualquier tipo de interferencia subjetiva en la producción de las obras: mediante la apropiación y firma, por parte de cada autor, de las obras realizadas por los otros dos participantes, se trata de liberar a la pintura de la presión ejercida por ese sistema de valores de carácter dual, que hace de ella ora una experiencia original y producto de una subjetividad insobornable, ora una experiencia falsa y atribuible a una subjetividad difusa, incapaz de contrastarse y adquirir la singularidad necesaria. Lo que perseguían con este tipo de “manifestaciones” Buren, Mosset, Toroni y –antes de su abandono– Parmentier era la consecución de una especie de “identidad inmanente” para la pintura, resultado de la posesión, por parte de ésta, de un “ser” independiente de cualquier subjetividad o autor que la trabajase. Eliminada de sus necesarias condiciones de existencia una cuestión como la de la autoría y, por inclusión, ramificaciones como las referidas a las nociones de originalidad, renovación, etc., no existía ya ningún problema en repetir una misma pintura un número indefinido de veces o, igualmente, en realizar un ejercicio de apropiación en virtud del cual una pieza de un determinado autor podía ser firmada, sin rubor ni penalización de ningún tipo, por cualquier otro.

Ahora bien, aunque, prima facie, esta “despersonalización” de la pintura parece encajar perfectamente con el ideario desarrollado por Buren en años posteriores, existen, sin embargo, matices y puntos de disensión que no deben obviarse, so pena de pasar por alto algunas de las razones fundamentales por las cuales la “experiencia” de los cuatro artistas no se puede extrapolar a ningún otro momento de su producción. En efecto, el hecho de que la ausencia de una reivindicación individual en la pintura de Buren constituya una de sus principales señas de identidad no implica, necesariamente, que el vaciamiento de marcas de autor resultante se deba traducir en un gesto de tensión ontológica, por medio del cual la pintura se hace autónoma en el movimiento de concentración, de repliegue en su “ser”. Es más, lejos del deseo de Buren se halla cualquier intento de transformar la “despersonalización” del hecho pictórico en una estrategia esencialista que lo convierta en una experiencia inmanente y, por ende, impermeable a cualquier presión o contaminación externa. Si –como de hecho no existirá ningún problema para ello– se conviene en que una de las piedras angulares sobre las que se apoya la arquitectura discursiva de Buren es la reformulación del ontos de la pintura como una realidad heterónoma, entonces, queda claro que resulta imposible asentir con un planteamiento que no pretende sino producir y legitimar una pintura inmune a la acción e influencia del contexto.

Apurando un poco más esta explicación, se puede afirmar que, en el caso de Buren, la pintura nunca podría haber sido el objeto de una estrategia esencialista, en tanto en cuanto su definición como un outil visuel la convierte en un medio y no en un fin en sí misma. Cualquier decisión tomada por Buren encaminada a determinar una supuesta realidad inmanente de la pintura hubiera conllevado su aislamiento y, por ende, el reconocimiento de su naturaleza autárquica y ensimismada. Pero, como se expondrá en extenso en las próximas páginas, los objetivos por él perseguidos eran completamente distintos: su intención primera estribaba, antesbien, en revitalizar la pintura a través de una “ontología de la precariedad”, que la reconocía como una realidad insuficiente y, por esto mismo, necesitada del contexto para adquirir sentido. Una tal precariedad suponía trasladar la experiencia pictórica desde el ámbito de lo esencial al de lo instrumental; o expresado de modo diferente, darle funcionalidad de tal modo a la identidad de lo pictórico, que sólo se podía hablar de pintura en su interactuación con la red de significados que conforman lo social.

Por otra parte, no hay que olvidar que, tanto en Buren-Mosset-Parmentier-Toroni como tras la ausencia de Parmentier, la “despersonalización” de la pintura surgía como consecuencia de la suma de dos factores insoslayables: repetición e “intercambiabilidad”. Aunque bien es cierto que ambos componentes constituirán dos de los sólidos pilares encargados de sostener el complejo discurso construido por Buren en el transcurso de los años, y que, por lo tanto, su presencia en el dispositivo lingüístico al que aquél dio lugar supone un dato incuestionable, conviene matizar, empero, que la formulación que obtuvieron durante este período resulta todavía algo candorosa e infradesarrollada. De hecho, cuando se repasan las diferentes manifestations arriba resumidas, se constata, de una manera paladina, cómo, en cada una de ellas, se efectuó una interpretación ad lítteram de sendas ideas, lo que implicó: en primer lugar, que se favoreciese un concepto estático de la repetición, mediante la exhibición reiterada de las mismas obras por parte de los diferentes autores; y, en segundo, que la demostración del carácter intercambiable de la obra artística se llevase a cabo en el marco colectivo y excesivamente evidente de la intersubjetividad. Cuando, avanzando tan sólo unos pocos años, se examina la versión definitiva y más desarrollada de ambas nociones, es dable percibir que, por un lado, la repetición ha sido objeto de una “interpretación dinámica”, en virtud de la cual aquello que sirve de común denominador a todas y cada una de las intervenciones acometidas por Buren es una “fórmula visual” que, sin embargo, conoce tantas variantes como contextos en los que se ejecuta; mientras que, por otro, esta misma “fórmula visual”, cuya despersonalización podría conducir a ser atribuida a cualquier sujeto o marca industrial, escenifica el auto-cuestionamiento de su naturaleza unívoca y original en el ámbito individual de la subjetividad.

Es de comprender, a tenor de todo lo expuesto hasta el momento, que, con el devenir de los años, Buren se mostrase reacio –por no decir que abiertamente contrario– a cualquier tentativa, por parte de la crítica, de convertir el trabajo de los cuatro, o de los tres después, tras la ausencia de Parmentier, en el fondo de contraste sobre el que estudiar y comprender las claves discursivas de su obra. Así, no es de extrañar que, desde la irritación, declarase que “si se escribe hoy sobre Buren, Mosset, Parmentier y Toroni, identificándoles como ‘BMPT’ –lo cual dice ya mucho sobre aquellos que lo hacen–, es en gran parte porque los críticos en general y los historiadores de arte en particular no hacen otra cosa que remover la mierda, mostrándose incapaces de hablar de la actualidad. Éstos son los mimos que nos ignoraron cuando el trabajo era vivo, importante, y, sobre todo, cuando pudieron ser útiles para este trabajo. [...] La sospechosa resurrección de un grupo llamado erróneamente y en contra de su voluntad ‘BMPT’ no es más que una tentativa de ignorar lo que hoy en día hace Buren” (Buren: 1991, II, pp. 173-174).

MARCEL DUCHAMP Y LA ILUSIÓN DE RUPTURA

Una de las razones que condujeron a Michel Parmentier a desligarse fue el riesgo que, según él, corrían sus manifestations de transformarse en sucedáneos de los ready-mades