Inteligencia
 espiritual

 

Francesc Torralba

 

Primera edición en esta colección: enero 2010

 

© Francesc Torralba, 2010

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2013

 

 

Plataforma Editorial

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Diseño de la cubierta:

Jesús Coto

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Depósito Legal:  B. 10.143-2013

ISBN:  978-84-158-8000-4

Contenido

Portadilla

Créditos

Prólogo

I. ¿Qué es la inteligencia?

II. El mapa de las inteligencias

III. ¿Qué es la inteligencia espiritual?

IV. Los poderes de la inteligencia espiritual

V. El cultivo de la inteligencia espiritual

VI. Beneficios de la inteligencia espiritual

VII. La atrofia de la inteligencia espiritual

VIII. Inteligencia espiritual, felicidad y paz

IX. Bibliografía

Prólogo

 

Durante los últimos veinticinco años se ha escrito abundantemente sobre la teoría de las inteligencias múltiples. Desde que Howard Gardner identificó ocho formas de inteligencia en el ser humano, se han desarrollado aportaciones muy distintas que, por un lado, confirman y desarrollan la teoría de Gardner, pero, por otro, se han abierto nuevas vías de investigación, todavía muy pioneras, que amplían y complementan significativamente sus intuiciones.

Desde hace algunos años, investigadores competentes de distintas universidades del mundo sostienen la tesis de que el cuadro de las inteligencias no es completo si no se incluye en él la inteligencia espiritual, también denominada existencial o trascendente. El mismo Gardner no negó tal hipótesis. Más bien dejó entreabierta la posibilidad de identificar una nueva forma de inteligencia. Después de él, investigadores de procedencias ideológicas muy distintas y de campos disciplinares muy lejanos han desarrollado, como veremos a lo largo de este libro, tal hipótesis.

La idea de que en el ser humano exista una inteligencia espiritual que opera en íntima conexión con las otras formas de inteligencia ha sido puesta de relieve en el contexto anglosajón y americano, pero todavía no se ha desarrollado en el ámbito de lengua hispánica. En este libro pretendemos diseccionar la inteligencia espiritual considerando tales aportaciones, pero desde un punto de vista nuevo. Asumimos algunas propiedades que ya han sido descritas en estos estudios, pero introducimos otras funciones de la denominada inteligencia espiritual que, a nuestro juicio, no han sido todavía descritas.

Somos conscientes de que la expresión inteligencia espiritual puede suscitar, en nuestra área cultural, ciertas perplejidades e incomprensiones por múltiples motivos.

Subsiste, todavía, en el imaginario colectivo una visión materialista del ser humano que niega cualquier propiedad o sentido espiritual en él. Concebido como un ser crasa y únicamente material, la tesis de que posea una inteligencia espiritual puede resultar contradictoria. Sin embargo, filósofos, psicólogos, psiquiatras, neurólogos, antropólogos y teólogos de escuelas muy distintas y de procedencias ideológicas muy variadas detectan en el ser humano una serie de operaciones, un campo de necesidades y de poderes que difícilmente se pueden explicar a partir del cuadro de inteligencias múltiples que ofreció, en su momento, Howard Gardner.

Da la impresión de que tal tipo de capacidades sólo puede explicarse correctamente si se reconoce en el ser humano una forma de inteligencia como la espiritual. Según este conjunto polifónico de autores, tal inteligencia representa una peculiaridad exclusiva y única de la especie humana dentro del conjunto de los seres vivos, algo que explicaría una serie de comportamientos cualitativamente distintos a los de otro ser vivo.

No abordamos, en este libro, la espinosa cuestión del dualismo o del monismo antropológico. Como sabe el lector, el dualismo se puede definir como esa comprensión del ser humano, según la cual, éste está constituido por dos sustancias o naturalezas (cuerpo y alma) unidas accidentalmente, mientras que desde el monismo el ser humano es concebido como una única naturaleza, espiritual o material, pero no como la conjunción de dos.

No forma parte de nuestros objetivos discutir la tesis materialista, ni tampoco defender la tesis dualista. Como hemos desarrollado en otros textos, como en la Antropología del cuidar (1998), concebimos al ser humano como una unidad multidimensional, exterior e interior, dotado de un dentro y de un fuera, como una única realidad polifacética, capaz de operaciones muy distintas en virtud de las distintas inteligencias que hay en él.

Aun en el supuesto de que el ser humano fuere únicamente materia en movimiento, existe en él una compleja serie de poderes que no se dan en otros seres vertebrados y que permiten desarrollar, con razones de peso, la hipótesis de una forma de inteligencia que podría denominarse espiritual. Los más grandes físicos y biólogos de nuestro tiempo identifican en el ser humano un sentido espiritual, una forma de conocimiento y unos niveles de experiencia que no pueden explicarse, en último término, a través de la tesis de las inteligencias múltiples.

El adjetivo espiritual puede evocar la idea de dualidad, pero no es ésta nuestra pretensión. En algunos estudios se utiliza la expresión inteligencia trascendente, pero el adjetivo trascendente tiene excesivas connotaciones religiosas. Aunque la autotrascendencia, como veremos, es una propiedad del ser humano, alberga una urdimbre de significados que van más allá del campo antropológico. El término existencial tiene unas connotaciones muy filosóficas, evoca una clara afinidad con la filosofía de la existencia, cuyo centro de gravedad es el existir humano.

La inteligencia espiritual faculta al ser humano para el análisis valorativo de la propia existencia y de los ideales y horizontes de sentido de la misma, pero también abre otras posibilidades que no están contenidas en el término existencial.

Somos partidarios, pues, de mantener la denominación de inteligencia espiritual, porque partimos de la tesis según la cual, en el ser humano, más allá de su vida exterior, existe una vida interior que es consecuencia directa del cultivo de la inteligencia intrapersonal y de la espiritual.

En este libro intentamos abordar las bases filosóficas de la inteligencia espiritual. No nos corresponde explorar las bases biológicas de la misma, pues no disponemos de los pertinentes instrumentos para contrastar empíricamente esta inteligencia espiritual. En este punto, recogemos las valiosas aportaciones de científicos que consideran legítimo referirse a una inteligencia de tal tipo.

Nos limitamos, pues, a presentar las propiedades de la inteligencia espiritual y su peculiaridad dentro del conjunto de las inteligencias múltiples. Tampoco nos proponemos abordar las otras formas de inteligencias de un modo exhaustivo. En los últimos años se han publicado ensayos y monografías sobre las distintas formas de inteligencia, especialmente sobre la emocional, que el lector culto sabe apreciar y valorar.

Desde distintos puntos de vista y desde distintos centros académicos de reconocido prestigio intelectual, se defiende la tesis de que el ser humano posee una inteligencia espiritual, pero la caracterización de la misma, su desarrollo y su educación constituye un tema muy abierto y digno de exploración. En este ensayo pretendemos dar a conocer una primera presentación formal de los poderes de la inteligencia espiritual, el cultivo de la misma y sus beneficios para el desarrollo de la vida humana. También nos proponemos explorar las dramáticas consecuencias de la atrofia de la inteligencia espiritual tanto en el plano individual como colectivo.

El libro que presentamos contiene ocho partes. En la primera, se aborda el concepto de inteligencia y el papel que juega ésta en el desarrollo del ser humano en el mundo y en la lucha por la supervivencia. En la segunda, se presenta, de un modo sintético, el mapa de las inteligencias múltiples siguiendo el pensamiento de Howard Gardner. Los lectores que estén familiarizados con su teoría, no hallarán en él nada nuevo.

Posteriormente, en el capítulo tercero se presenta la inteligencia espiritual y su relación con las otras formas de inteligencia. En la cuarta parte, se exponen exhaustivamente los poderes de la inteligencia espiritual, ampliando significativamente algunas investigaciones sobre la misma que se han publicado hasta el presente. Posteriormente, en la quinta parte, se presentan los distintos modos de cultivar y de fortalecer tal inteligencia. En la sexta, se analizan los beneficios de la inteligencia espiritual, un conjunto de bienes intangibles que derivan de un adecuado ejercicio de la misma. En la séptima, se presentan, por oposición, los males que acarrea en la vida personal y social la atrofia de la inteligencia espiritual. Finalmente, en la última parte, se relaciona la inteligencia espiritual con la búsqueda de la felicidad, con la consciencia ecológica y la pacificación del mundo.

Más allá de las distintas connotaciones que suscita la expresión inteligencia espiritual, animamos al lector a superar prejuicios y preconcepciones, en el caso de que los tuviere, y a adentrarse en su naturaleza y recorrer las características de la misma.

Es honesto, intelectualmente hablando, presentar al lector los supuestos intelectuales de que partimos en esta investigación.

Partimos de la tesis según la cual el ser humano goza de un sentido espiritual que padece unas necesidades de orden espiritual que no puede desarrollar ni satisfacer de otro modo que cultivando y desarrollando su inteligencia espiritual. Estas necesidades son comunes a todos los seres humanos. Resulta esencial identificarlas y expresarlas, así como hallar inteligentemente formas para darles respuesta, pues en ello está en juego la misma felicidad y el bienestar integral. Partimos del supuesto de que el olvido de esta dimensión conduce a un grave empobrecimiento.

Deseamos expresar, a priori, otro supuesto que está en la base de este libro. Según nuestro modo de ver, todo ser humano, independientemente de su credo religioso o adhesión confesional, dispone de una inteligencia espiritual. La inteligencia espiritual es una capacidad que permite múltiples desarrollos y experiencias. No es una propiedad exclusiva que pertenece a quienes, legítimamente, se sienten miembros de una comunidad religiosa. Más allá de la adscripción confesional, todo ser humano tiene un sentido y unas necesidades de orden espiritual, y éstas pueden desarrollarse tanto en el marco establecido de las tradiciones religiosas como fuera de ellas.

Más allá de la visión materialista y pragmática del ser humano, reivindicamos una comprensión holística del mismo que, desde el pleno respeto a las distintas opciones religiosas y laicas, permita identificar una serie de capacidades y de posibilidades espirituales en todas las personas.

En contextos de anemia espiritual como en el que nos hallamos, el desarrollo de tal forma de inteligencia abre horizontes nuevos en muchos sentidos. Para ello, resulta esencial pensar estrategias oportunas para educar tal forma de inteligencia y estimularla en las nuevas generaciones. Una educación integral tiene que aglutinarla, porque en ella está en juego no sólo el desarrollo pleno de la persona, sino el de las culturas y de los pueblos.

Terminamos este prólogo con un pensamiento de Wassily Kandinsky vertido en De lo espiritual en el arte (1912) que tiene un claro tono profético: «Nuestro espíritu, que después de una larga etapa materialista se halla aún en los inicios de su despertar, posee gérmenes de desesperación, carente de fe, falto de meta y de sentido. Pero aún no ha terminado completamente la pesadilla de las tendencias materialistas que hicieron de la vida en el mundo un penoso y absurdo juego. El espíritu que empieza a despertar se encuentra todavía bajo el influjo de esa pesadilla. Sólo una débil luz aparece como un diminuto punto en un gran círculo negro. Es únicamente un presentimiento que el espíritu no se arriesga a mirar, pues se pregunta si la luz es sólo un sueño y el círculo negro la realidad».

 

Morgovejo, agosto de 2009

I. ¿Qué es la inteligencia?

 

En un sentido puramente etimológico, la palabra inteligencia denota la capacidad de discernir, de separar, de cribar entre distintas alternativas y poder tomar la decisión más oportuna. Una persona inteligente es, de hecho, una persona que sabe separar lo esencial de lo accidental, lo valioso de lo que carece de valor, lo que necesita para desarrollar una determinada actividad de lo que es irrelevante para la misma. La inteligencia, en un sentido puramente etimológico, se refiere a esta capacidad de discernir.

La palabra latina intelligentia proviene de intelligere, término compuesto por intus (entre) y legere, que significa escoger o leer. Ser inteligente es, pues, saber escoger la mejor alternativa entre varias, pero también, saber leer en el adentro de las cosas. Ello sólo es posible si, previamente a la elección, uno tiene la capacidad de deliberar, de sopesar los pros y los contras de tal decisión y anticipar las posibles consecuencias que se desprenden de la misma.

La inteligencia permite recoger a través de la memoria las experiencias del pasado y anticipar, mediante la imaginación, los hipotéticos escenarios de futuro. Esta capacidad, cuando llega a su pleno ejercicio, salva al ser humano de muchos fracasos en su vida y le abre las puertas a la conquista del éxito personal, afectivo y profesional.

La condición humana es menesterosa. El ser humano es el animal más desprovisto: nace desnudo, descalzo y desarmado, pero en su lugar se le han dado dos recursos, decía Aristóteles: las manos y la mente, por las cuales supera a todos los demás y se hace, en cierto modo, todas las cosas. La inteligencia es el recurso que le da apertura a la totalidad y la capacidad de conquistar la verdad. Le hace capaz de trascenderse, de superar todo límite.

La inteligencia se puede definir también como la capacidad de aprender o de comprender, como la facultad de conocer, de comprender algo. Siguiendo la definición que generalmente se da en los manuales de psicología: es la capacidad y la habilidad para responder de la manera más adecuada posible a las exigencias que presenta el mundo. Permite reflexionar, cavilar, examinar, revisar e interpretar la realidad.

Existe una respuesta primaria, de carácter instintivo; pero más allá de ella, el ser humano, en virtud de su inteligencia, es capaz de contener tal respuesta y pensar, con anterioridad, cuál es la que debe dar atendiendo al contexto. La inteligencia permite elaborar respuestas complejas a situaciones vitales, respuestas pensadas y meditadas que superan la lógica mecánica del estímulo y la respuesta.

También se puede comprender la inteligencia como aquella capacidad que permite adaptarnos con cierta velocidad a los recursos disponibles y a enfrentarnos a situaciones nuevas que no habíamos predicho con anterioridad.

Nos da la necesaria habilidad para resolver problemas y elaborar productos que son de importancia en un contexto cultural o en una determinada comunidad. La capacidad para resolver problemas permite abordar una situación en la cual se persigue un objetivo, así como determinar el camino adecuado que conduce al mismo.

Los problemas a resolver son múltiples en la vida personal: desde crear el final de una historia hasta anticipar un movimiento de jaque en el ajedrez, pasando por remendar un edredón. Los productos también son múltiples. Una persona produce inteligentemente cuando elabora algo que no está en el entorno y que se requiere.

También se puede caracterizar la inteligencia como un conjunto de aptitudes que las personas utilizan con éxito para lograr sus objetivos racionalmente elegidos, cualesquiera que sean estos objetivos y cualquiera que sea el medio ambiente en que se encuentren.

La inteligencia permite planificar y codificar la información y activar la atención. Planificar incluye, entre otras cosas, generar planes y estrategias; y seleccionar los planes útiles y ejecutarlos. Dentro de las connotaciones de la planificación se incluye la toma de decisiones, que se puede concebir como la capacidad para dirigir el comportamiento, utilizando la información captada, aprendida, elaborada y producida por él mismo. Gracias a la inteligencia sabemos a qué atenernos y podemos ajustar nuestro comportamiento al medio.

El autogobierno mental es un poder que emana directamente de la inteligencia. La finalidad de ésta es proporcionar los medios para gobernarnos a nosotros mismos, de modo que nuestros pensamientos y acciones sean organizados, coherentes y adecuados tanto a nuestras necesidades internas como a las necesidades del medio ambiente.

La inteligencia es esa potencia que permite conocer la realidad en distintos grados y niveles de profundidad. Desde el primer contacto sensible a la comprensión de la estructura más íntima de la realidad se abre un gran espacio que exige un ejercicio gradual. Una persona inteligente tiene poder para dirigir su vida y capacidad para evitar que otros se la dirijan con orden a otros fines. Sabe adaptarse a las circunstancias, detecta los elementos valiosos que hay en ella y tiene capacidad para sortear los elementos negativos. La inteligencia cumple, pues, una función adaptativa: permite vivir y pervivir.

Las inteligencias animales hacen lo mismo a su manera, pero la humana lo hace de una forma extravagante. Se adapta al medio adaptando el medio a sus necesidades. Parece que no disfrute con la tranquilidad, siempre pone el corazón más allá del horizonte porque se plantea continuadamente nuevas metas que le producen incesantes desequilibrios.

Un ser vivo se conduce inteligentemente cuando pone en práctica una conducta caracterizada por las notas siguientes: tener sentido, no derivarse de ensayos previos o repetirse en cada nuevo ensayo; responder a situaciones nuevas que no son típicas ni para la especie ni para el individuo.

La inteligencia es, en definitiva, una facultad tan escurridiza, astuta, tremenda y ocurrente, que un tratado científico convencional no hace justicia a la complejidad del asunto. Lo que llamamos inteligencia es, ante todo, la capacidad que tiene ésta de crearse a sí misma.

II. El mapa de las inteligencias

 

Tradicionalmente se concibió la inteligencia como una única facultad inherente a cada ser humano que podía desarrollarse en distintos grados de perfección. Sin embargo, desde la publicación en 1983 de la teoría de Howard Gardner, psicólogo estadounidense, se parte de la tesis de que existen distintas formas de inteligencia en el ser humano, y se inaugura la teoría de las inteligencias múltiples. Desde aquel entonces, se ha ampliado significativamente la noción de inteligencia y se ha asumido la tesis de que el ser humano no es unívocamente inteligente, sino que, como dijera Aristóteles del ser, la inteligencia se dice de muchos modos.

La identificación de distintas formas de inteligencia no conduce a una visión fragmentada de la mente humana, pues cada una desarrolla una función peculiar y está integrada en el conjunto. Son formas interdependientes y ninguna de ellas es autosuficiente.

El ser humano, para vivir una vida ordenada y equilibrada, requiere de todas ellas, aunque en distintos grados. Sería imposible vivir, por ejemplo, solamente con la inteligencia lógico-matemática, pues en muchas situaciones de la vida práctica se requiere el poder de la inteligencia interpersonal, que nos faculta para relacionarnos correctamente con nuestros semejantes.

Las inteligencias trabajan siempre en concierto, y cualquier papel adulto mínimamente complejo implica la mezcla de varias de ellas. No somos seres unidimensionales, sino polifacéticos y la multiplicidad de inteligencias que subsiste en cada uno permite dar respuestas a situaciones muy distintas.

Según Howard Gardner, la inteligencia es una capacidad que sirve para resolver problemas a través de unas potencialidades neuronales que pueden ser o no activadas dependiendo de muchos factores, como el entorno cultural y familiar. El mismo Mozart, por ejemplo, no hubiera llegado a ser lo que fue sin el ambiente musical de Salzburgo.

Todos tenemos algo de inteligencia y poseemos alguna de sus variantes en mayor o menor medida. Cada uno tiene una combinación que va evolucionando y ampliando según se vaya o no activando la capacidad de procesar información. Se estima que un treinta por ciento de nuestra inteligencia es heredada, el resto es educación, cultura, ambiente económico y hasta alimentación. Lo que sí es innato es la actitud para desarrollar una inteligencia más que otra.

Cada modo de inteligencia tiene sus peculiaridades y ofrece unas posibilidades únicas y diferentes. No todos los seres humanos partimos de la misma base biológico-genética, ni todos alcanzamos las mismas cumbres en el desarrollo de las distintas inteligencias. Tanto en el plano de la inteligencia como en el del lenguaje, el ser humano es multidimensional, lo que expresa su riqueza inherente y su complejidad en el conjunto de los seres naturales.

Podemos desarrollar algunas formas de inteligencia y mantener otras en un estado potencial. Puede darse, por ejemplo, un profesor universitario que entienda complicadas ecuaciones (inteligencia lógico-matemática), que además se relacione bien con sus estudiantes (inteligencia social) y que sepa controlar sus emociones (inteligencia emocional), pero, en cambio, sea muy poco hábil para la práctica del deporte, de la danza o del ejercicio físico (que requiere de la inteligencia corporal).

La inteligencia es como un diamante en bruto. Para que brille debe ser pulido con esmero. El desarrollo integral de la misma es tarea de la práctica educativa. Cualquier acto, por simple que sea, incluye más de una inteligencia en su ejecución. Un acto aparentemente sencillo —dice Gardner— como tocar el violín, excede la mera dependencia de la inteligencia musical. Llegar, por ejemplo, a ser un violinista de éxito requiere, además, destreza cinético-corporal e inteligencia interpersonal para conectar con el público.

Una persona en sus facultades normales puede no estar particularmente dotada de ninguna inteligencia, y, sin embargo, a causa de cumplir una particular combinación o mezcla de habilidades, puede ser capaz de cumplir una función de forma única.

 

 

1. INTELIGENCIA LINGüÍSTICA

 

La inteligencia lingüística es esa forma de inteligencia que nos da poder para usar las palabras y para aprender distintos lenguajes e idiomas. Es la capacidad de pensar en palabras y de utilizar el lenguaje para comprender, expresar y apreciar significados complejos. Se manifiesta, particularmente, en los escritores, en los poetas y en los buenos redactores.

El ser humano fue definido por Aristóteles como el zoón logikón, como el animal que tiene logos. Logos significa tanto palabra como pensamiento. La inteligencia lingüística faculta al ser humano para articular lenguaje, ya sea de orden verbal o no verbal. La palabra interiorizada se convierte en pensamiento y todo pensar humano se ejerce a través de palabras.

Las competencias propias de la inteligencia lingüística son hablar, saber escuchar, leer y escribir. En el proceso de educar, es esencial estimular estas competencias para conseguir un pleno desarrollo de la personalidad.

El cultivo de cualquier forma de inteligencia requiere esfuerzo, tenacidad y constancia en el tiempo. Sólo de este modo se puede estimular y desarrollar plenamente la naturaleza dada genéticamente. También ocurre con el desarrollo de la inteligencia lingüística. Cuando se empieza a aprender una lengua, la traducción de un pequeño texto a modo de ejercicio, o la pronunciación de unas frases en ese idioma requieren un gran esfuerzo; sin embargo, hay personas muy bien dotadas para este tipo de actividades que fácilmente adquieren habilidades lingüísticas.

Para estas personas, una vez transcurrido un tiempo relativamente largo, esas tareas son tan fáciles como un juego. A partir de esta aptitud natural, el conocimiento y el uso de esa determinada lengua se convierten en un hábito adquirido. Sin la necesaria aptitud, ello no hubiese sido posible, pero tampoco lo hubiese sido sin el esfuerzo, si bien la intensidad de éste variará según la magnitud de la aptitud correspondiente.

El aprendizaje de una lengua es un proceso sumamente complejo en el que actúan las más diferentes potencias. Es preciso captar y distinguir entre sí estructuras fonéticas desconocidas, tarea del oído (y en parte de la vista). Es preciso emitir dichas estructuras fonéticas con los propios instrumentos del habla, lo que requiere la adaptación de determinados órganos corporales a movimientos a los que uno puede no estar acostumbrado. Es necesario, además, captar el sentido de esas estructuras y comprender las relaciones objetivas que guardan entre sí, y los sonidos deben ser conservados en la memoria junto con sus respectivos sentidos. Hay que llegar a pensar, finalmente, en la nueva lengua, es decir, ir formando los pensamientos no según el propio modo de pensar, sino según el de la otra lengua.

 

 

2. INTELIGENCIA MUSICAL

 

La inteligencia musical facilita la capacidad de reconocer patrones tonales, con alta sensibilidad para los ritmos y sonidos.[1] Es propia de las personas que cultivan la música, como los cantantes y los compositores. Ésta es la que han cultivado y desarrollado los grandes músicos, compositores y cantantes de la historia. También las personas autistas pueden tocar maravillosamente un instrumento aun careciendo de otros tipos de inteligencia.

A lo largo de la historia de la cultura, podemos identificar personajes extraordinarios en el terreno de la composición y de la interpretación musical que, siendo todavía niños, demostraron un virtuosismo fuera de lo común. Los grandes genios de la música son ejemplos paradigmáticos del cultivo de la inteligencia musical llevada a los máximos niveles de calidad. El desarrollo de tal inteligencia no siempre anduvo acompañado del desarrollo de otras modalidades como la social o la emocional. Algunos de los grandes genios musicales fueron socialmente seres muy problemáticos; solitarios y taciturnos, y emocionalmente inestables.

 

 

3. INTELIGENCIA
 LÓGICO-MATEMÁTICA

 

La inteligencia lógico-matemática nos faculta para resolver problemas mediante procesos inductivos y deductivos, aplicando el razonamiento, los números y patrones abstractos. El uso de este tipo de inteligencia es particularmente intenso en la vida de los científicos. Reúne las dotes de cálculo y la capacidad científica. Esta inteligencia proporciona la base principal para los test de coeficiente intelectual.

Durante mucho tiempo, ésta ha sido considerada como la única inteligencia en el mundo occidental, la de los números. Sin embargo, después de la elaboración de la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner, tal esquema unidimensional ha sido ampliamente superado y se admite la idea de que una persona puede ser muy hábil en el terreno de las matemáticas, la lógica y la resolución de problemas de aritmética, pero que ello no significa que sea capaz de tener buenas relaciones con sus conciudadanos, o dominio de su propia corporeidad.

Sin despreciar la riqueza inherente al lenguaje matemático y su belleza interna, el dominio de la inteligencia lógico-matemática ya no se considera el culmen de la inteligencia humana, sino una expresión más de la misma. La tendencia a ubicar el saber matemático en el grado más elevado del árbol de las ciencias es una herencia del pensamiento moderno iniciado por René Descartes. Los pensadores modernos concibieron la matemática como la reina de las ciencias y la convirtieron en el modelo y el patrón a seguir para todas las otras ciencias.

 

 

4. INTELIGENCIA CORPORAL Y KINESTÉSICA

 

La inteligencia corporal o kinestésica capacita para utilizar el propio cuerpo con el fin de resolver problemas o realizar actividades.[2] Representa el dominio sobre la propia corporeidad y la capacidad de orientar los movimientos y toda la energía que desprende con arreglo a fines previamente elegidos. Una persona que cultiva la inteligencia corporal controla los movimientos de su cuerpo y emplea éste de manera altamente diferenciada y competente. Esta inteligencia se educa a través del ejercicio físico, del deporte, de la danza, de las artes escénicas y de todo tipo de actividades locomotrices.

Durante siglos, esta forma de inteligencia ha sido infravalorada y apenas considerada en el ámbito de la cultura oficial. Raramente se reconocía en un atleta o en un bailarín el dominio de este tipo de inteligencia, salvo en la cultura griega y latina que se estimuló de múltiples maneras, especialmente a través de los Juegos Olímpicos. La consecuencia de este olvido y menoscabo es la atrofia del cuerpo, la incapacidad de dirigirlo y de dominarlo, algo que, en la sociedad tecnológica todavía se hace más grave. Este olvido tiene consecuencias negativas para el desarrollo de la persona.

Las personas altamente ejercitadas en la inteligencia corporal son capaces de un gran dominio del cuerpo. Es el caso de los bailarines, acróbatas, actores o atletas. Cuando uno contempla los movimientos de un saltador de pértiga, su destreza, la gracia y la precisión de su actividad, capta hasta qué punto el ser humano puede desarrollar la inteligencia corporal. Una persona que cultive esta modalidad de inteligencia conoce bien los límites y las necesidades de su cuerpo, tiene una sabiduría sobre el mismo que le permite conseguir su mejor rendimiento y vivir de acuerdo con hábitos físicos saludables.

Tradicionalmente se ha subestimado este tipo de inteligencia y se ha considerado que la educación debía centrarse, exclusivamente, en lo cognitivo, en lo mental, en el trabajo de la memoria, de la imaginación y del intelecto. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha reconsiderado el valor de esta inteligencia. También se ha puesto de manifiesto que la estimulación física es clave para una buena asunción de conocimiento y para el control de las emociones.

 

 

5. INTELIGENCIA ESPACIAL Y VISUAL

 

La inteligencia visual y espacial faculta para reconocer y elaborar imágenes visuales, distinguir a través de la vista rasgos específicos de los objetos, crear imágenes mentales, razonar acerca del espacio y sus dimensiones, manejar y reproducir imágenes externas e internas.

No debe confundirse el sentido de la vista con la inteligencia visual, tampoco el cuerpo con la inteligencia corporal, pues aquélla abarca aspectos referidos al espacio y la percepción de sus dimensiones.

Esta modalidad de inteligencia es especialmente cultivada por los artistas, diseñadores, arquitectos, ingenieros, mecánicos y profesionales varios capaces de imaginar espacios en formato tridimensional y de anticipar, antes de la construcción física, problemas y situaciones que se deben solventar. Las personas cultivadas en inteligencia visual son hábiles para la pintura, la construcción de modelos tridimensionales y la decoración de espacios. Saben medir, calcular, relacionar volúmenes y espacios antes de medirlos físicamente.

La inteligencia visual y espacial viene a decirnos que el ojo, lejos de dedicarse al registro pasivo de un mundo preexistente, es un instrumento privilegiado que se dedica a establecer un primer contacto con todos los aspectos de nuestra experiencia, desde la forma en que se mueven los animales, hasta los matices de luz del atardecer.[3]

Actualmente, la utilización de las tecnologías de la información como el vídeo, la televisión y el ordenador, así como las tecnologías con un alto componente visual, favorecen el aprendizaje con este tipo de inteligencia, pues en tales medios los contenidos se expresan sobre todo a través de formas, imágenes, colores y figuras.

 

 

6. INTELIGENCIA INTRAPERSONAL

 

La inteligencia intrapersonal nos faculta para formarnos una imagen veraz y precisa de nosotros mismos, para distinguir lo que somos de lo que representamos en el plano de las relaciones sociales. También nos permite comprender las necesidades más hondas y los deseos fundamentales que emergen de nuestro ser.

Esta modalidad de inteligencia nos permite el conocimiento de los aspectos internos de nuestra propia identidad. Nos faculta para acceder a la propia vida emocional, a la propia gama de sentimientos. También nos da la posibilidad de efectuar discriminaciones entre las distintas emociones que experimentamos y ponerles nombre y organizarlas.

La inteligencia intrapersonal nos capacita para formarnos un modelo verídico de nosotros mismos, escuchar las emociones y saberlas usar para desenvolvernos en la vida. Es la de quienes conocen su personalidad. Como dice Howard Gardner, «una persona con inteligencia intrapersonal posee un modelo viable y eficaz de sí mismo». Esto no lo garantiza ninguna otra forma de inteligencia. Así como la inteligencia interpersonal permite comprender y trabajar con los demás; la intrapersonal permite comprenderse y trabajar con uno mismo. El cultivo de la misma es clave para dilucidar qué profesión ejercer y la función social a desarrollar.

Se debe señalar, sin embargo, que en la construcción de uno mismo cuentan, determinantemente, los otros. No somos seres aislados, ni átomos que flotan en el éter. Somos seres en interacción desde la misma génesis. Somos, de hecho, la resultante de una interacción. Cuando uno se explora a sí mismo, cuando cultiva su inteligencia intrapersonal, descubre en su propio ser el sedimento de otras personas que, a través de múltiples encuentros, han dejado marca, han hecho mella en su naturaleza. La inteligencia intrapersonal permite deslindar lo que hay de los otros en uno mismo e identificar la propia singularidad.

Desde Sócrates hasta nuestros días, pedagogos y filósofos de escuelas muy distintas han destacado el valor prioritario de tal inteligencia. Si, como dicen los sabios de la cultura occidental, el conocimiento de uno mismo es la clave del éxito en la vida afectiva y profesional, la condición de toda felicidad futura, el cultivo de la inteligencia intrapersonal debe ocupar un lugar de honor en la práctica educativa.

 

 

7. INTELIGENCIA INTERPERSONAL

 

La inteligencia interpersonal, también denominada social, faculta para entender y comprender a los otros. Una persona que cultive esta modalidad de inteligencia tiene una especial habilidad para las relaciones sociales, para establecer vínculos y alianzas empáticas con sus semejantes, lo cual es especialmente útil para generar proyectos en equipo y cohesionar grupos de trabajo.[4]

La estimulación de este tipo de inteligencia no va unida al desarrollo de la inteligencia lógico-matemática o musical. Requiere de unos procesos de aprendizaje particulares. Hay personas, por ejemplo, que tienen una gran habilidad para resolver problemas matemáticos muy complejos y otras que tienen un oído excepcional para la música, pero que carecen de las habilidades necesarias para manejarse correctamente en la vida social. Una modalidad no garantiza la otra.

Las personas que cultivan a fondo la inteligencia social llegan a dominar el arte de empatizar, saben ponerse en la piel de los otros, captan sus padecimientos y sus alegrías, comunican hondamente con sus estados de ánimo.

Esta facultad es clave a la hora de gestionar la información y de comunicar noticias difíciles de digerir. Especialmente útil es el cultivo de la misma en los profesionales que interaccionan con personas en situaciones críticas, como médicos y enfermeras, pues, en muchas ocasiones, deben comunicar graves noticias y requieren de habilidad y de competencia para hacerlo de un modo adecuado. Hallar el modo de comunicar una verdad difícil de soportar exige un gran dominio de la inteligencia interpersonal.

La inteligencia interpersonal faculta para captar las diferencias y singularidades de los demás; en particular, para comprender los cambios de estado de ánimo, los temperamentos, las motivaciones e intenciones.

En las formas más desarrolladas, este tipo de inteligencia permite leer las intenciones y los deseos de los demás, aunque estén ocultos. Esta capacidad se da de un modo especialmente sofisticado en los líderes religiosos, en los políticos, pero también en profesionales de ayuda y en los buenos docentes. Es lo que comúnmente se llama el don de gentes.

 

 

8. INTELIGENCIA NATURISTA

 

La inteligencia naturista faculta al ser humano para observar atentamente el entorno natural y estudiar los procesos que tienen lugar en él. Una persona que desarrolla tal forma de inteligencia tiene una especial habilidad para identificar los elementos de la naturaleza, clasificarlos y distinguirlos. Esta inteligencia capacita para la buena observación de los fenómenos y para sugerir hipótesis explicativas a lo que tiene lugar en ella.

Es la modalidad de inteligencia que desarrollan, especialmente, profesionales que operan en el entorno natural, como biólogos, geólogos, aventureros y exploradores. Ésta faculta para desenvolverse en la naturaleza y para descubrir sus estructuras subyacentes. Esta forma de inteligencia fue especialmente cultivada por los pensadores y científicos románticos que llevaron a cabo procesos de identificación de especies vivas movidos por su pasión por la naturaleza que concibieron como un organismo vivo, como manifestación de la misma divinidad.

 

1 Cf. M. L. FERRERÓS, Inteligencia musical: estimula el desarrollo de tu hijo por medio de la música, Timum, 2008.

 

2 Cf. M. KOCH, La inteligencia corporal: todo lo que debes saber para mantenerte joven, Editorial Sirio, 2006; M. CASTAÑER (Coord.), La inteligencia corporal en la escuela. Análisis y propuestas, Graó, Vic, 2007.

 

3 Cf. D. D. HOFFMAN, Inteligencia visual. Cómo creamos lo que vemos, Paidós, Barcelona, 2000.

 

4 Cf. M. SILBERMAN, Inteligencia interpersonal: una nueva manera de relacionarse con los demás, Paidós Ibérica, Barcelona, 2001; M. SILBERMAN, F. HANSBURG, Seis estrategias para el éxito: la práctica de la inteligencia interpersonal, Paidós Ibérica, Barcelona, 2005.