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www.uninorte.edu.co

Km 5, vía a Puerto Colombia

A. A. 1569, Tel: 350 9218

Barranquilla (Colombia)

 

 

© Editorial Universidad del Norte, 2012

© Ramón Illán Bacca, 2012

 

Edición y coordinación editorial

Zoila Sotomayor O.

 

Diagramación y portada

Munir Kharfan de los Reyes

 

Corrección de textos

María Clara Escobar

 

ePub x Hipertexto Ltda. / www.hipertexto.com.co

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

El compilador

Ramón Illán Bacca

 

Escritor nacido en Santa Marta (Colombia). Se dedicó al periodismo y a la literatura y durante más de 20 años ha regentado la cátedra de Literatura en la Universidad del Norte (Barranquilla, Colombia). Ha publicado los libros de cuentos Marihuana para Goering (Lallemand Abramuck, 1980), Tres para una mesa (Ediciones La cifra, 1991), Señora Tentación (M. I. Editores, 1994) y El espía inglés (Eafit, 2001), las novelas Deborah Kruel (Plaza y Janés, 1990), Maracas en la ópera (Planeta, 1999), Disfrázate como quieras (Seix Barral, 2002) y La mujer del desfenestrado (Ediciones Pijao, 2008), la antología 25 cuentos barranquilleros (Ediciones Uninorte, 2000), la recopilación de artículos Crónicas casi históricas (Ediciones Uninorte, 2007) y Cómo llegar a ser japonés (Ediciones Uninorte, 2007). Dirigió el proyecto Voces 1917-1920 edición íntegra (Ediciones Uninorte, 2003), por cuyo prólogo obtuvo el Premio Simón Bolívar 2004 en la categoría de mejor artículo cultural. Así mismo, como resultado de su actividad investigativa, publicó Escribir en Barranquilla (Ediciones Uninorte, 1998).

Sus cuentos Marihuana para Goering y Si no fuera por la Zona caramba aparecen en antologías del cuento colombiano. Deborah Kruel fue mencionada en el concurso novela Plaza Janés 1987 y Maracas en la ópera fue ganadora en el concurso Cámara de Comercio de Medellín, 1996. Ha sido traducido al francés, al árabe, al italiano, el alemán y el eslovaco.

ESTUDIO INTRODUCTORIO

 

Vida cultural en Barranquilla

(Vista a través de los periódicos)

 

El cedazo de la historia al igual que los gustos

de los políticos, los clérigos, los dirigentes universitarios

ha seguido un plan: Así, tenemos todo lo escrito

por Aristóteles y solo fragmentos de Safo.

(Kenneth Rexroth)

 

UNA MIRADA AL PASADO

 

La noticia más antigua sobre columnas culturales son las referidas a las reseñas de libros que hacía Mister Elías Pellet, cónsul de Estados Unidos en Barranquilla, a finales del siglo diecinueve en su periódico The Shipping List, fundado en 1872. En esta publicación Pellet hacía reseñas y comentarios de los libros que leía. Al parecer este personaje tenía una de las mejores bibliotecas de la pequeña ciudad de ese momento. Amaba el latín y el griego y tenía doce traducciones de La Ilíada en inglés y trató de componer un índice de las obras homéricas. Es famosa la anécdota de cómo buscó el libro Una investigación en la época y el lugar de Homero en la historia (1876), del político inglés William Gladstone para completar su biblioteca con temas clásicos. Colocó anuncios en el Times de Londres solicitándolo. Su amigo Herman Freund localizó un ejemplar que valía 16 libras esterlinas de la época. Pellet aceptó pero cuando fueron a comprar el único ejemplar ya estaba vendido. Desesperado le escribió al propio primer ministro Gladstone ofreciéndole comprar un ejemplar. El político británico le contestó que no tenía ninguno pero se interesó en la búsqueda de nuestro personaje. Además, conjeturó que ese tipo de indagaciones debía ser frecuente en estos medios.

Pellet solo obtuvo el libro cuando un amigo comerciante se lo compró y además se lo obsequió. Fiel a sus orígenes modestos y a sus ideas democráticas en una de sus columnas titulada “No, Thanks” felicitó a Gladstone por no haber aceptado el título de Lord. Al parecer tuvieron alguna correspondencia, y como creía y decía don Miguel Goenaga, de quien hemos tomado estos datos, “todo político que no conteste la correspondencia está perdido”{*}.

También para esta época, en El Comercio, fundado en 1892 por Clemente Salazar Mesura tenía presencia la columna “Al lápiz”, del médico dominicano Juan Ramón Xiques que firmaba con el seudónimo de “Raúl”.

Una dama melindrosa de nombre “Olga” (es el único dato que sabemos de ella) protestó por alguna de las columnas a lo que el columnista contestó con un: “Nervios, cuestión de nervios... ustedes, los impresionables y exaltados, están neuróticos. Recurran al doctor Ramón Urueta, aventajado discípulo de Charcot para que los cure o si no hagan uso continuado del elixir poliromurado de Boudry”. Más adelante agrega “os asustáis de mis notas y permitís que vuestras hijas se familiaricen con Byron y Chautebriand”.

El periódico decidió llevar el asunto ante el tribunal de la opinión pública preguntando si el escritor debía continuar o no con su columna. La encuesta arrojó el resultado de 637 votos a favor de que siguiera escribiendo y 9 en contra. Al poco tiempo Xiques se fue para Europa. Se conserva una sentida nota de despedida de Aurelio de Castro, alias “Tableau”, uno de los columnistas más destacados de su época{†}.

La prensa de principios del siglo veinte abunda en noticias sobre las presentaciones de compañías de teatro y de zarzuela que arribaban a la ciudad, muchas de ellas para seguir por el río Magdalena hasta llegar a Bogotá. Así es posible ver la noticia del arribo de la compañía de ópera, sin nombre pero con gran renombre, dirigida por el barítono Egisto Petrilli.

También se menciona la compañía de Annexy, que presentó “Gran Galeoto”, de Echegaray, y que dio origen a revistas teatrales escritas por David López Penha, Manuel Dávila Flórez y Rafael M. Palacio, miembros todos ellos de nuestro alto mundo social. Así, se podrían llenar muchas páginas con el registro de la noticia pero el comentario escasea. De los pocos que se conservan está el hecho por el poeta Juan V. Padilla que ante la audición de la soprano cartagenera Conchita Nicolao anotaba que su pecho subía y bajaba y ondulaba como el mar{‡}.

Un caso de intolerancia lo demuestra el hecho de que a la compañía del cubano Manuel de la Presa la alcaldía le prohibió seguir actuando por haber presentado un baile de cumbia en el escenario y por algunas alusiones que la gente percibió dirigidas contra Monseñor Rebollo. Se encuentra la noticia, pero no hay una columna ni de apoyo ni de rechazo al respecto.

Se pueden seguir anotando casos como el debate que se abrió con motivo de la visita del poeta español Francisco Villaespesa, rechazada por Leopoldo de la Rosa, quien recriminaba al español su visita al dictador venezolano Juan Vicente Gómez. El asunto tuvo titulares de primera página pero no se halla el artículo que analice el hecho{§}.

Para tener algo más que la simple noticia de la coronación de Julio Flores hay que esperar cuarenta y nueve años de modo que en su columna “Con sol y sal” Alfredo de la Espriella nos cuente los incidentes de ese 14 de enero de 1923. Estuvo Villaespesa y fue notoria la ausencia de Leopoldo de la Rosa. La corona de laureles —a un poeta amarillo por la enfermedad, rodeado por su esposa y sus cinco pequeños hijos— le fue impuesta por el gobernador Eparquio González. Los poetas oferentes estuvieron dándole la despedida al poeta de Chiquinquirá. Algunos en forma lapidaria, como cuando el poeta Lino Torregrosa dijo:

 

Ya presagian las nieblas del ocaso

el glorioso letargo de tu paso

y el eclipse solar de tu cabeza...

ya el cincel del artista te reclama

y el mármol se estremece en la cantera.

 

La llegada de José María Vargas Vila en 1924 a Barranquilla desató la curiosidad del gran público y las contradicciones en el cotarro literario. Hubo una resistencia sorda por parte de los antiguos miembros del grupo de “Voces”, quienes hicieron un clamoroso silencio. La prensa liberal se desató en ditirambos. De todo ello queda la excelente crónica de Rafael Maya y la foto histórica de Vargas Vila lleno de anillos y con una perla en la corbata más grande que una pagoda, sentado en una complicada silla de mimbre. A su lado están los jóvenes poetas Gregorio Castañeda Aragón y Rafael Maya. El escrito de Maya se publicó en una revista del interior del país y fue recogida después en los tomos de su obra crítica.

Entre otras cosas, Maya nos dice del “Divino” Vargas Vila (como se le conocía): “Su figura no era simpática ni atractiva por ningún aspecto pero infundía curiosidad”; más adelante comenta cómo el escritor se dedicó a lanzar dardos contra otros escritores. De Enrique Gómez Carrillo dijo que era el que había entregado a la Mata Hari para que la fusilaran, se llamaba a sí mismo el terror de los tiranos, la pesadilla de los mediocres y el azote de Dios. Maya sentencia sobre su entrevistado: “Se creía un hombre de ideas pero no era más que un mago de la palabra”{**}.

Menos que eso le reconoció Vinyes, que durante su estadía se dedicó a burlarse de él en sus reuniones en los cafés. Ya en Voces había escrito:

Vargas Vila era un señor que decía apocalípticamente sandeces tristes. Hoy Vargas Vila es un señor que evoluciona en el sentido de decir sandeces regocijadas{††}.

 

Hay que reconocer que de las pocas columnas periodísticas que tratan sobre la vida cultural son las que escribieron Ramón Vinyes y Titico Metrella sobre Tórtola Valencia. En 1924, Tórtola viajó por Latinoamérica. Incluyó a Barranquilla y Ciénaga en el periplo, con presentaciones en el Teatro Cisneros y El Rialto respectivamente. Para esas fechas, ya un poco cargada de carnes, actuaba antes de la proyección de la película. Ya no era la figura central del espectáculo. Si bien en Barranquilla no gustó pues como menciona Titico “el público del gallinero en forma de protesta empezó a golpear con sus pies el piso al punto que cayeron pedazos de este sobre la gente que estaba en luneta”. No bastó siquiera que hubiera bailado sus dos números más celebrados “Salomé” y “La danza de la serpiente”. En Ciénaga, sin embargo, hay datos en el diario local El país que revelan mucho entusiasmo por esas danzas{‡‡}.

No obstante, también hay la nota desencantada sobre ella de Ramón Vinyes, El Sabio Catalán, publicada en la revista Caminos.

Fue serpiente. Fue nube. Dijo viejos ritos con el ritmo de su cuerpo. Ya no es serpiente, ya no es nube... Tórtola Valencia perdió la pureza de su lujuria{§§}.

Esta nota fue escrita en 1922 dos años antes de su gira. ¿La había visto Vinyes en Barcelona y nos trajo su desencanto? En su época de esplendor y en los avisos que anunciaban su espectáculo se podían leer textos como este:

Tórtola es una soberana de un mundo perdido en el fondo del mar que busca una civilización que fue: Medea, Calimante, Semíramis, Teodora, Ariadna.{***}

La expulsión de El Sabio Catalán en 1925 del país y la suspensión de sus notas culturales creó un gran vacío.

 

UNA MIRADA IMPRESCINDIBLE AL

“GRUPO DE BARRANQUILLA”

 

Con frecuencia en alguno de los congresos sobre literatura que he asistido algún periodista despistado me pregunta: “¿qué hay del Grupo de Barranquilla?”. Siempre respondo que hace cincuenta años desapareció. Pero el fenómeno es sintomático; pareciera que solo hay ese momento y no un después de ese fenómeno cultural que se dio entre nosotros en los años cincuenta.

Es curioso que en Barranquilla, una ciudad comercial, con una vida literaria muy precaria, sus ídolos más prestigiosos y que han sobrevivido tanto tiempo sean los de un grupo literario, los del llamado “Grupo de Barranquilla”.

Los libros, los artículos, inclusive los sitios como “La Cueva” concitan la atención del grueso público. Los artículos y las fotografías de los integrantes de ese grupo son tema frecuente en todos los periódicos del país y aun en las revistas internacionales. Se rompe con una característica de la ciudad que es la vida precaria de sus mitos. Si se examina cuántos contemporáneos de “La Cueva” aún permanecen en la memoria colectiva nos sorprenderíamos de su escaso número.

Con el “Grupo de Barranquilla” se contradice la frase de Gabriel García Márquez de que ningún prestigio dura más de tres días entre nosotros. La verdad es que un grupo compuesto por el mismo García Márquez, Álvaro Cepeda, José Félix Fuenmayor, Ramón Vinyes y Alejandro Obregón no se da todos los días. ¿Pero sin la presencia del Nobel hasta qué punto interesaría el llamado “Grupo de Barranquilla?”.

Sigue no obstante la pregunta de por qué en esta ciudad, donde el mundillo cultural y el grueso público se miran a distancia, un grupo literario se haya constituido en paradigma. Al parecer no hay una respuesta precisa.

“Leían a Faulkner pero vivían como Hemingway”, dijo Heriberto Fiorillo en su libro La Cueva. Más severa es la mirada del pintor Juan Antonio Roda al decir en el mismo libro: “A mí Alfonso (Fuenmayor) fue el único que me pareció sensato, se me antojó más intelectual si esto significa algo. Los demás me parecieron muy parranderos con una vitalidad y exuberancia sin matices”{†††}.

En los sesenta la desbandada fue general. García Márquez tenía casi una década de estar en el exterior, Alejandro Obregón se fugó a Cartagena, Cepeda Samudio escribió su Casa Grande cuando una enfermedad que resultó ser un diagnóstico falso lo hizo estar recluido en cama, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor nos quedaron debiendo el libro que no escribieron, fieles al magisterio oral.

Debo subrayar que si bien el movimiento cultural que se daba en Barranquilla fue registrado en las columnas periodísticas que tenían Cepeda, García Márquez, Fuenmayor y Vargas, y yendo más atrás Ramón Vinyes, el mentor del grupo, esa vida cultural de los cuarenta y cincuenta era tan precaria que esos artículos son menos interesantes que otros de temas más universales. Se puede confirmar esta aseveración con una revisión a la colección de artículos “Textos Costeños” de García Márquez, “Selección de Textos” de Ramón Vinyes y “Antología”, de Álvaro Cepeda Samudio (rescates hechos por el investigador francés Jacques Gilard y Daniel Samper Pizano el último) que según la expresión feliz de Alfonso Fuenmayor dieron el salto de la hemeroteca a la biblioteca.

En Crónica, ese magazín deportivo-literario publicado por el grupo en los primeros años de los cincuenta y de los que solo hay unos pocos ejemplares disponibles, la vida cultural barranquillera como tal también estuvo ausente. En el 2010, la Editorial Universidad del Norte publicó los únicos siete ejemplares rescatados, lo cual permitirá a los estudiosos constatar este hecho.

 

La combinación del deporte —fundamentalmente con el fútbol, recuérdese que era la época de El Dorado— con la literatura no fue con el afán de oponer una forma deportiva de ver y tratar la literatura a la solemne y engolada del interior del país. Eso lo han dicho algunos críticos imaginativos. La intención era mucho más modesta se trataba tan solo de buscar un gancho para un público difícil, y también porque había verdaderos aficionados al fútbol dentro del grupo”, dijo Alfonso Fuenmayor en una entrevista esclarecedora{‡‡‡}.

 

Las opiniones de Alfonso Fuenmayor sobre la vida cultural en Barranquilla se dan mejor en sus entrevistas que en sus artículos; hay algunos datos curiosos, por ejemplo, cuando nos revela anécdotas esclarecedoras como la vez que el poeta Barba Jacob se le acercó a un diplomático venezolano y le preguntó: “¿Cuanto paga Juan Vicente por la conciencia de Barba Jacob?”{§§§}.

El buen humor le hacía decir que el principio de su carrera periodística lo había impulsado el firmar con sus iniciales A.F. para que creyeran que el escrito era de Anatole France.

Germán Vargas Cantillo, también integrante de número del grupo, tuvo varias columnas periodísticas durante décadas. En los ochenta, radicado ya en forma definitiva en Barranquilla, fue el mejor registrador de la vida cultural de la ciudad. Hay perfiles inolvidables como el que hizo de “Figurita” un pintor, amigo del grupo:

 

Figurita ponía atención a todo lo que se hablaba, aun cuando se armaba un verdadero lío cuando hacía un comentario de su propia cosecha. Como oía nombrar al viejo Faulkner, a la vieja Wolf o a la vieja Simona, no tenía inconveniente en invertir el género de los adjetivos, así de paso alterara el sexo de los escritores mencionados y hablaba de la vieja Faulkner y el viejo Woolf, de la vieja Sartre y el viejo Simona{****}.

 

Como se sabe, Álvaro Cepeda Samudio empezó desde muy temprano a hacer periodismo. Sus escritos juveniles están recopilados en el libro Al margen de la ruta que, según Alfonso Fuenmayor, “demostraba sus lecturas constantes de Azorín”.

Como director y columnista del Diario del Caribe se ocupaba del quehacer de la ciudad la mayor parte de las veces con el seudónimo de “Custodio Bermúdez”. Así, es posible encontrar alguna reseña sobre el Tercer Salón Anual de Pintura y sobre algún concurso literario. Tenía mucha afinidad intelectual con el editor del periódico Julio Roca Baena. Lo ilustra la anécdota que contó Germán Vargas:

“Al morir Enrique Santos Montejo, alias “Calibán”, uno de los dueños de El Tiempo y un columnista muy leído, Cepeda y Fuemayor estaban libando en “La Tiendecita” uno de los sitios apadrinados por Cepeda.

—Se murió “Calibán”, le dijeron desde el periódico.

Cepeda llamó a Julio Roca y este le dijo:

—“Hazte un editorial” y colgó el teléfono.

Fuenmayor le dijo:

—“Pero dale alguna orientación”.

—“¿Como cuál, como cuál?”, preguntó algo molesto Cepeda.

—“Bueno que “Calibán”, lo mismo que Fígaro en España, sólo necesitó pocas palabras para construir todo un universo”, le contestó Fuenmayor.

—Cepeda llamó a Roca y le dijo: “Julio, “Calibán” era como Fígaro” y colgó.

Al día siguiente salió el editorial con la idea expresada en forma lúcida.

Pero el artículo más afamado de Cepeda Samudio fue el dedicado a “Los bobales”, que hizo época y fue una acepción muy utilizada: “bobal”. Este indica, según sus palabras, un bobo grande, asociado y vanidoso. Una peculiaridad de cierta clase dirigente en Barranquilla.

García Márquez se ocupó muy poco de la vida cultural de la ciudad. Se encuentra algo sobre una exposición de Neva Lallemand, una nota de despedida a Ramón Vinyes, un comentario a la antología 10 poetas del Atlántico, de Rafael Marriaga en la que dice:

 

Lamento positivamente que Meira Delmar ese extraordinario poeta de América, haya caído en esa empalizada de Versificación{††††}.

 

No puedo menos de volver a mencionar a Ramón Vinyes que en esta nueva etapa y ya en su condición de exilado escribió en forma intermitente algunas columnas sobre el quehacer cultural. La visita de un grupo de jóvenes intelectuales cartageneros le mereció este comentario:

 

Me decían mis nuevos amigos, Antonio Bustillo Franco y Lácides Moreno Blanco, simpática embajada de la intelectualidad de Cartagena llegada a Barranquilla, que las voces vanguardistas de los poetas de la nueva generación habían producido estupor en Cartagena. Hoy creo que conmigo son varios los que envidian el retoñar cultural cartagenero.{‡‡‡‡}

 

Sin embargo, en su diario secreto, rescatado por Gilard, se lee:

 

Allí están (en la Emisora Atlántico) los cartageneros. Los colocamos ante el micrófono y los tres leen cositas{§§§§}.

 

Visto un poco el panorama de los cincuenta y sesenta, si damos un salto y se revisan los periódicos de los años setenta encontramos algunas crónicas sobre teatro, cine y eventos culturales en general en las columnas de Alfredo de la Espriella, a quien hay que reconocer como el cronista de la ciudad. También se hacen presentes, en unas columnas ocasionales sobre temas culturales, Armando Zabaraín, Luis Eduardo Consuegra, Jesús Sáenz de Ibarra y Olga Emiliani. Están eso sí, las infaltables reseñas musicales escritas por Rafael Oñoro Urueta, la columna de crítica de cine “Leyendo a Mr. Arkadin”, de Julio Roca, y “El zoo de cristal”, de Antonio Escribano Belmonte, alias “Tonet”, que eran de lectura obligada para esas fechas.

Uno que otro trueno se oía de vez en cuando. Así, en los primeros años de los sesenta un debate literario que causó mucha sensación fue el promovido por la columnista Rosita Marrero, alias “Nakonia” (seudónimo tomado de la reina de los orangutanes, un personaje de las historietas de Tarzán), sobre un plagio que una destacada periodista local había hecho de una novela rosa aparecida en la revista Vanidades. Lo raro del caso confirma que el interés por estos temas era efímero.

En las miradas panorámicas de los artículos de las páginas editoriales de nuestra prensa en esos años se puede decir que hay muchos artículos escritos por los políticos y por los miembros del clero, y apenas fragmentos de opinión sobre temas culturales.

 

LOS AÑOS OCHENTA

 

En esta década los acontecimientos mundiales: la caída del Challenger, la tragedia de Chernóbil, el bicampeonato de fútbol de la Argentina, el premio Nobel de Gabriel García Márquez y la muerte de Jorge Luis Borges, lo mismo que las tragedias nacionales, como la toma del Palacio de Justicia, la avalancha de Armero, el asesinato de cuatro candidatos presidenciales, apenas compensadas con pequeñas alegrías, como el triunfo del ciclista Lucho Herrera en la vuelta de España y algunos triunfos de nuestra selección de fútbol, son las que mayores comentarios desatan en los periódicos de Barranquilla.

Sería un trabajo para los sociólogos determinar por qué en los ochenta, en la misma ciudad, se dio con mayor frecuencia el comentario de nuestro quehacer cultural. Se podrían citar la llegada de nuevos directores en los periódicos, la de otra visión frente al arte, la presencia del recién inaugurado Teatro Municipal, las exposiciones permanentes en las galerías de Avianca y el Banco de la República y otras particularidades. Tocará al historiador del futuro determinar esos elementos que hicieron posible este momento. El hecho es que en esta compilación el material que se investigó fue ingente.

Como al decir de un poeta “todo termina en un libro”, traté de hacer una selección de los mejores artículos periodísticos y culturales de la década de los ochenta. Ya se sabe que en toda selección hay arbitrariedad, pero en esta publicación me esmeré en tener la mayor objetividad posible. Algunos de los columnistas tienen mayor presentación que otros por la simple consideración que tocaban temas que no podía dejar afuera. Y es claro el límite de tiempo, pues casi todas las columnas fueron escritas en la década de los ochenta.

Se escogieron columnistas habituales, como Olga Emiliani, Julio Roca Baena, Campo Elías Romero Fuenmayor, Adolfo González, Eduardo Posada Carbó, Julio Tovar, Álvaro de la Espriella, Rodolfo Zambrano, Jesús Ferro Bayona{*****}