ÍNDICE

 

Democracia cultural puede leerse de dos maneras: de corrido, primero las reflexiones de Sabina Berman y luego las de Lucina Jiménez, o como un diálogo, según el presente índice.

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El proyecto DOS EN FONDO tiene como objetivo estimular la reflexión pública sobre asuntos de interés
general en los albores del siglo XXI por parte de quienes, en sus respectivos ámbitos de especialización —la literatura, la música, el arte, la ciencia, la historia y el análisis político—, ya realizan un trabajo intelectual de primer orden. La conjunción de la escasez de la reflexión pública y la falta de un espacio de expresión para las nuevas generaciones de México inspira esta colección dialogada en la que intelectuales mexicanos destacados nacidos a partir de 1955 reflexionan sobre asuntos de interés general fuera de su ámbito de especialización.

 

SABINA BERMAN

(Ciudad de México, 1955) es psicóloga, dramaturga, directora de teatro y cine, periodista, poeta, narradora y ensayista. Su obra aborda desde temas importantes y urgentes como la situación de las mujeres y la corrupción, hasta otros literarios intemporales como la pugna entre la tragedia y la comedia o la búsqueda de la belleza. En el FCE ha publicado Puro teatro, volumen que reúne once de sus obras dramáticas, y la novela La bobe.

LUCINA JIMÉNEZ

es maestra en ciencias antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y candidata al doctorado en la misma especialidad. Es autora de libros, ensayos y artículos editados entre los que destacan Teatro y públicos, el lado oscuro de la sala (2000) y Cultura y sostenibilidad en Iberoamérica (2005), editado junto con Eduard Delgado, Jesús Martín Barbero y Renato Ortiz. Tiene más de 20 años de experiencia en la docencia, la investigación y la gestión cultural pública y civil. Fue directora general del Centro Nacional de las Artes de México. Actualmente es consultora internacional en políticas culturales, educación artística y desarrollo de públicos y escribe sobre políticas culturales en el periódico El Universal.

2 en Fondo

DEMOCRACIA CULTURAL

SABINA BERMAN
LUCINA JIMÉNEZ

DEMOCRACIA
CULTURAL

Una conversación a cuatro manos

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2006
Primera edición electrónica, 2014

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

Índice de lectura

Democracia cultural puede leerse de dos maneras: de corrido, primero las reflexiones de Sabina Berman y luego las de Lucina Jiménez, o como un diálogo, según el presente índice.

 

Introducción (Sabina Berman)

Prólogo (Lucina Jiménez)

 

Primera parte
EL TAMAÑO DE LA CULTURA

Tres misterios (SB)

¿Por qué hablar de cultura? (LJ)

Un mapa de la Cultura (SB)

La cultura y sus apellidos (LJ)

La Cultura masiva (SB)

Lo masivo y la dimensión del vacío (LJ)

La Cultura subsidiada (SB)

El circuito público del arte (LJ)

El sector civil (SB)

El circuito más híbrido de los híbridos (LJ)

La globalización (SB)

Globalifílicos, globalifóbicos y “glocales” (LJ)

Mirar lo andado (LJ)

A manera de resumen (SB)

La tentación teotihuacana (SB)

 

Segunda parte
BREVE HISTORIA DE LAS IDEAS
SOBRE LA CULTURA EN
MÉXICO

Un árbol de ideas (SB)

Vasconcelos (SB)

De cómo llegamos hasta aquí (LJ)

El Conaculta y la nueva idea de la participación (SB)

Los medios masivos y la participación (SB)

Repensar el Estado y las políticas culturales (LJ)

La transición (SB)

La transición y el pensamiento mágico (LJ)

 

Tercera parte
ALGUNAS CONCLUSIONES

Un recuento (SB)

Democracia cultural (SB)

Ante la fragmentación, enlazar (LJ)

A manera de epílogo (LJ)

DEMOCRACIA CULTURAL

SABINA BERMAN

Introducción

Este libro tiene dos partes.

Una fue escrita por Lucina Jiménez y la otra por mí, Sabina Berman.

Una fue escrita por una antropóloga, investigadora de políticas culturales y públicos, y durante varios lustros promotora cultural, dentro y fuera de las instituciones culturales; la otra, por una escritora, directora de teatro y productora independiente.

Este libro es una moneda de dos caras, águila y sol.

No fue sin embargo la primera intención un libro en dos partes. Lucina y yo planeamos algo más común: un diálogo por internet sobre la Cultura mexicana a principios del siglo XXI; para después publicar la secuencia de cartas. Pero sin darnos cuenta de las consecuencias, empezamos a platicar además de viva voz. Pláticas por teléfono de una hora. Pláticas más largas en un jardín de Chiconcuac, en el estado de Morelos. Pláticas en el vestíbulo de un teatro del Centro Nacional de las Artes, que entonces dirigía Lucina.

El diálogo verbal desordenó el contenido de las cartas. Lo dicho por una se entrometió en lo escrito por la otra antes de ser tecleado por la primera.

Decidimos entonces la solución antes dicha: un libro en dos partes.

Los textos de una pueden leerse de corrido y luego se pueden leer los textos de la otra.

O puede leerse un trozo de un lado, otro del otro, según fueron escribiéndose y según la guía de lectura que aparece al principio.

Hay naturalmente una simetría aproximada en el orden de los temas que vamos tratando. Hay también resonancias entre las ideas. Y hay más: lo que ocurrió fue una verdadera conversación.

Una conversación: una comunicación emprendida de buena fe donde las ideas se contrastaron para depurarse, corregirse o combinarse en mejores ideas; o para quedar, algunas, enfrentadas e irreconciliables.

Escribo esto cuando ninguna de las dos ha escrito su texto final, el de sus conclusiones. No sé pues si al terminar nos encontraremos con muchas coincidencias o si ganarán en número las discrepancias. Ya veremos, Lucina y yo. Y desde luego el lector.

SABINA BERMAN

Primera parte

EL TAMAÑO DE LA CULTURA

Tres misterios

1. Una presa rebosante y sin canales

Lucina:

Te propongo una imagen. Imagina una presa. Grande. De paredes altas de cemento. Rebosando de agua.

Los días y noches de los últimos meses ha llovido, lloviznado, el aire se ha puesto frío de humedad y volvía a llover, tupido. Como lo publicó pomposamente un periódico local: “Los cielos colaboraron a llenar la magna obra justo para el día en que el presidente de la República ha llegado a inaugurarla”.

Velo de lejos: la gigantesca olla de cemento y en un tramo de la orilla, pequeñitos, el señor presidente Echeverría y, tras él, su comitiva, más atrás, una multitud de funcionarios menores, yucatecos, todos en guayaberas.

Velo de mucho más lejos: más pequeñitos, parados en el campo amarrillo y árido, los campesinos henequeneros, esperando bajo el sol junto a los canales; los sombreros de paja, la esperanza en los ojos.

Entonces las colosales compuertas de la presa se abren. El agua se precipita tumultuosa en los canales, avanza espumando, pero mientras avanza, lentamente va disminuyendo, se va esfumando… Desaparece dejando sólo un vaho de vapor.

Nadie lo nota hasta entonces: los canales se construyeron con piedra porosa. Piedra que no conduce el agua, se la chupa…

La anécdota, verídica, viene a cuento, Lucina, porque vamos a dialogar sobre Cultura mexicana en los inicios del siglo XXI, y sobre su porvenir. Te digo qué: vamos a dialogar sobre uno de los misterios más raros de nuestro país.

Por qué la Cultura no llega a los muchos.

Por qué el Estado invierte en Cultura tanto; por qué tantos artistas protegidos por el Estado están creando, la generación más grande numéricamente de nuestra historia, y al mismo tiempo por qué tantas bodegas están repletas de libros y revistas, tantas bodegas del Estado están llenas de lienzos y esculturas, tantas bodegas caseras están llenas de arte, tantos escenarios están programados hasta las cachas y dan funciones con la butaquería semidesierta.

Por qué hay tanta creación artística que llega a muy pocos.

Por qué hay tanto en la presa, Lucina, y por qué el agua en los canales no llega a la sociedad. Desaparece antes.

¿Cuántos años lleva el Estado invirtiendo en Cultura? Ochenta y cuatro según mis cuentas. Y por lo menos desde hace cincuenta esta loquera del arte atrapado, que no llega sino a muy pocos, es real. Más extraordinario: desde hace diecisiete años la inversión estatal en artes ha crecido notablemente y el atorón del arte persiste.

Existe pues una sobreoferta de arte en un país medianamente pobre, medianamente rico, como el nuestro. Lo que es, para decirlo pronto, una extravagancia kafkiana.

Los datos duros que cifran esta sobreoferta no abundan. Y no es casual: síntoma natural de la desvinculación entre arte y sociedad es la escasez de mediciones del circuito creación artística-recepción en la sociedad. He aquí algunas, no todas, de las poquísimas cifras ciertas del fenómeno.

Hoy se producen el doble de obras de teatro que hace diez años, pero la cantidad de personas que van al teatro no ha ascendido. Es decir, hoy cada obra de teatro tiene en promedio la mitad de espectadores que hace diez años. Son datos que se desprenden del estudio realizado por ti y publicado en tu libro El lado oscuro de la sala.

Desde el arranque del siglo XX hasta sus años noventa “se registraron 6 000 obras musicales de concierto compuestas por poco más de 200 autores. [Desde los años noventa hasta finales del año 2004] podríamos hablar de casi 300 compositores que activamente están produciendo un trabajo creativo”. Sin embargo, ninguna compañía discográfica privada de las de amplia distribución graba música refinada mexicana. El Estado tampoco. Ninguna editorial privada o pública distribuye partituras. Para aumentar el ahogo, “los espacios físicos [del aparato estatal] y los festivales donde se puede escuchar la música de nuestros días son reducidos, es decir, la producción creativa sobrepasa la cantidad de foros, de ahí que la relación oferta-demanda es una suerte de juego de lotería y, por lo tanto, de azar, pero además, al parecer, sin dirección definida”. Ergo, actualmente la oportunidad de un compositor de que su música sea escuchada es ínfima. Cito y resumo al crítico Eduardo Soto Millán.[1]

En su libro Imágenes de la Patria,[2] el historiador Enrique Florescano calcula que de los libros impresos por el Estado (es decir, con dinero de nuestros impuestos), 70% se almacena sin haber visitado las estanterías de librerías o bibliotecas. Es decir, se imprimen y, sin ser accesibles a posibles lectores, diligentemente se embodegan.

Para el año 2002, en la bodega del Fondo de Cultura Económica se habían acumulado quince millones de libros que jamás fueron abiertos.

No es raro que en la última encuesta nacional de prioridades, realizada en el año 2000, la ciudadanía mexicana haya colocado la Cultura como la prioridad 128 para el país. Si los bienes culturales no le llegan, si no sabe siquiera que existen, si menos sabe que ella misma —la ciudadanía— la subsidia con sus impuestos, el milagro es que la Cultura siquiera aparezca colocada como una prioridad.

Que la Cultura no llegue a los muchos ciudadanos, Lucina, significa que hoy día carece de función social. Y si carece de función social, y dado que no vivimos en una aristocracia, que los impuestos de los ciudadanos se sigan gastando en ella entraña una injusticia.

Una injusticia para los ciudadanos y para los artistas.

Ningún artista crea para nadie. Si su búsqueda de la expresión original no está destinada a sus congéneres, no es un artista. Puede ser un autista, que suena parecido pero significa otra cosa. O puede ser un místico. Pero entonces, si es un autista o un místico, de su encuentro de la expresión original no dejaría evidencia; cuadros, libros, partituras…

Dialoguemos pues sobre este primer misterio: una bodega con quince millones de libros sin abrir: una presa rebosante con canales inservibles para el agua: la generación más numerosa de artistas habida en nuestro país, aislada de la sociedad: este desperdicio.

Pero contrastémoslo también con el entusiasmo que anima a una parte de nuestra generación de artistas y promotores culturales, privados y de gobierno. Esos que pensamos que es posible pasar a un mejor momento para la Cultura.

2. La doble visión

Carlos Fuentes ha declarado: “Somos un país del tercer mundo con una cultura de primer mundo”.

Refiriéndose a Latinoamérica entera, escribe Mario Vargas Llosa: “… en el campo de la cultura sólo se puede hablar de subdesarrollo: la pequeñez del mercado cultural, lo poco que se lee, el ámbito restringido de las actividades artísticas. Pero en lo tocante a su producción, ni sus escritores, ni sus cineastas, ni sus pintores, ni sus músicos podrían ser llamados subdesarrollados … el arte y la literatura latinoamericanos han dejado atrás hace mucho lo pintoresco y lo folclórico y alcanzado unos niveles de elaboración y de originalidad que les garantizan una audiencia universal”.[3]

Por su parte, el historiador Enrique Krauze ha propuesto “planear y llevar a cabo empresas culturales ambiciosas y sagaces”[4] con la capacidad de capturar a millones de nuevos receptores de nuestro quehacer cultural más allá de nuestras fronteras.

En un ejercicio de proyección a futuro, la UNESCO señala para México tres “nichos” como las más promisorias fuentes de riqueza:

Una: las industrias de la hospitalidad. Industrias que incluyen el turismo, pero también áreas afines, como el acomodo de jubilados extranjeros o excursionismo a las reservas de vida animal.

Dos: las industrias relacionadas con el back-office: el apoyo a las empresas internacionales.

Tres: las industrias de la creación, que incluyen prominentemente la Cultura, como imán del turismo y como exportación.

 

—Si hay tantos bienes culturales enclaustrados, embodegados, apresados —me dice el Artista Optimista, la melena revuelta y la camisa de mezclilla manchada de pintura—; si hay tanta cosa que nadie ve aquí —y pone su índice en el centro de la mesa— y tanta gente alrededor —y barre con la palma la superficie de la mesa entera—, todos los mexicanos pues, bueno, conectémoslos. Abramos las compuertas, como lo pones tú. Abramos los canales y demás. Y si no se puede, abramos boquetes, carajo, que tanta cosa fluya.

Estamos sentados a una mesa colocada en la banqueta de la calle, bajo la fronda de un árbol. Ahí pone su mesa de madera el Pintor cada día, sin permiso de ninguna autoridad. Como dice él: se apropia de la calle. A su espalda está la galería que abrió y mantiene para sus cuates jóvenes pintores como él, donde exhiben y a veces venden, sin permiso de ninguna autoridad. Eso es lo que ambos llamamos boquetes: lugares o momentos en que la distancia entre la creación y la recepción del arte se acorta, con el ideal de anularse. Nada de intermediarios burocráticos o empresariales: del artista a su congénere.

—Que fluya —repite—, de todas las maneras posibles, ¿me explico?

Mi amigo Jorge Estévez, empresario teatral, me planteaba hace años, cuando viajamos por la República con una obra, otro esquema. Me contaba que en los años sesenta del siglo pasado, él y su compañía de actores viajaban por el país dando funciones de obras clásicas, siempre ante butaquerías repletas. Como otros productores independientes, él asumía los costos de la gira; los teatros eran los 39 del Instituto Mexicano del Seguro Social, que los “prestaba” sin cargo. Luego de recorrer el país, la compañía salía todavía a recorrer las principales ciudades de Latinoamérica.

—Podría hacerse igual —me decía Estévez—. Hay que reconstruir las alianzas entre el Estado y los que generan la Cultura.

Déborah Holtz, editora de poesía y libros de arte, propone algo similar. El Estado debería intervenir en las cadenas productivas del arte donde se le necesita —digamos, en el caso de la poesía, en la promoción de los libros—, pero no pensándose como el Gran Editor, o como un mecenas dadivoso, sino como propiciador provisional.

—Lo que necesitamos no es un apoyo estatal eterno, sino un apoyo estratégicamente colocado que nos libre a mediano plazo de la dependencia. Un apoyo que aliente nuestra independencia.

Christian Valdelièvre, productor de cine, localiza el atorón del cine en su relación con los exhibidores y distribuidores privados, que se llevan en conjunto 88% de lo que una película nacional recupera en las taquillas de los cines. En toda nuestra conversación, Christian Valdelièvre no menciona el subsidio, no porque no lo haya, sino porque en el cine funciona muy bien pero no es lo que conducirá a un florecimiento de la industria cinematográfica.

 

Parece no haber acuerdo entre estos distintos artistas y empresarios culturales. La verdad, tratándose de algo como la Cultura, que deseamos mucho más abundante e incomparablemente diversa, no tiene por qué haberlo.

Precisamente te propongo que la manera de desbordar la presa, de hacer llegar a la sociedad la Cultura, sea mediante una política cultural que propicie la multiplicación de las maneras en que ésta se genera, se promueve y se distribuye a la sociedad e incluso más allá de nuestras fronteras.

Pero me estoy adelantando demasiado. Déjame sólo llamar tu atención a que todos ellos, expertos en su área cultural, comparten un optimismo: los canales pueden destrabarse, y el problema son los canales. Ni malos artistas, ni una sociedad impermeable a la Cultura, como pregonan ciertos espíritus aristocratizantes, ni una escasez o deficiencia de los focos generadores de Cultura.

A este optimismo, que convive con el pesimismo al que llevan los datos duros en Cultura, lo he considerado por lo pronto un segundo misterio. O si te parece mejor: un tema por analizar.

3. Otro misterio: ¿de qué diablos hablamos cuando hablamos de Cultura?

Te cuento algo. Ocurre en el año 2002.

Diez escritores asisten al Congreso para dialogar con la comisión de Cultura. Uno tras otro pasan al podio. Están ofuscados. La Secretaría de Hacienda quiere gravarles sus ingresos, antes exentos. Uno habla de las obligaciones del Estado: debe pagar la Cultura, sobre todo aquella que nadie quiere ver o leer. Otra habla de sus artículos en el periódico donde ironiza el quehacer político actual: es de las escritoras más leídas del país. Otro habla con pasión de producir teatro lejos de la ubre del Estado: exige menos intervención del Estado pero mejores condiciones fiscales. Otro escritor declara enfático que la Cultura contiene la identidad mexicana: sin Cultura no hay ni hubo ni habrá México. Otro escritor habla de los dos años que tarda en escribir sus novelas de 700 hojas que de común son traducidas a quince idiomas: 35% de impuestos que le van a cobrar ahora le jode su economía personal, que asegura no es estrafalaria, y que depende sobre todo de los pagos que le vienen de Italia. Así, pasan los diez escritores.

Los congresistas responden igual por turno, por cierto que muy tranquilos. Sí, hay que defender la Cultura. La van a defender. Despreocúpense. Uno agrega: sobre todo la artesanía. Otro promete más dinero del erario para subsidios. Otro retoma la arenga de un escritor: sin arte no hay México: el arte es el alma de México. “¡Viva el arte!”, termina, “¡viva México!”

Para entonces yo, sentada en una curul, fume y fume, me siento mareada. Es el humo, claro, pero también la confusión. ¿Estamos hablando todos de lo mismo? Nada digo en voz alta pero lo dudo.

Esa tarde veo la sesión por el canal de televisión del Congreso y me formó una idea clara. No, no hablábamos de lo mismo. De verdad que quién sabe de qué hablamos durante tres horas ahí en el Congreso. Y eso que al final todos estuvimos eufóricamente de acuerdo.

Por eso, aunque creo que es buena nuestra idea de dialogar sobre la Cultura mexicana de hoy y su porvenir, te propongo que empecemos por el asunto más humilde. Cuando hablamos de Cultura, ¿de qué hablamos, Lucina?

¿De qué hablamos tú y yo, y de qué cree el lector de estas palabras que hablamos, cuando hablamos de Cultura?

Te imagino agrandando los ojos. La definición de Cultura ha cambiado en las últimas décadas muy rápido y el resultado es que dos personas pueden sentarse a dialogar sobre Cultura, largamente incluso, aun siendo ambas de alguna forma “especialistas” en el tema, y pueden estar hablando sobre dos territorios distintos. No es sólo posible, es lo usual.

Pienso que ahí se nos enredan los diálogos seguido.

Pienso incluso que la falta de acuerdo social sobre el significado mismo de la palabra Cultura impide un proyecto ambicioso para nuestra Cultura.

¿Qué territorio nombramos con la palabra Cultura? ¿De qué tamaño es eso que se llama Cultura?

Tal vez una definición demasiado estrecha de lo que llamamos Cultura (a decir, la tradicional en nuestro país que equipara Cultura con las artes) nos ha impedido imaginar las oportunidades que contendría una definición amplia. Un plan para la Cultura que tome en cuenta y combine también otras grandes piezas.

Y aunque parezca un problema diminuto: ¿debe escribirse cultura o Cultura?

Caray, te confieso, Lucina, que hasta el uso de la mayúscula en la palabra me está causando ya dudas hamletianas.

Así que te propongo que empecemos por admitir la nebulosa del asunto como un tercer misterio. Pero que pronto lo disipemos. Por lo menos tú y yo y el lector: que acordemos un significado (y una ortografía), al menos por lo que dure este libro.

Va este email. Espero el tuyo.

Un saludo.

SABINA

Un mapa de la Cultura

1. Algunas definiciones clásicas

Me encanta la anécdota que narras, Lucina. En medio de una ardua discusión entre expertos en políticas culturales, maestros europeos, del Continente Americano y de África, una joven princesa negra del Congo se alzó para decir: “La vida es cultura”. Y se puso a cantar.

Justo. Al nombrar la vida la hizo cultura. Al cantar la hizo doblemente cultura. La cultura es la vida cruzando y modificándose por la experiencia humana.

Pero si todo lo hecho por los humanos es cultura, Lucina, ¿cómo podemos pensar sobre ella sin extraviarnos entre tanto y tanto?

Te propongo que parcelemos esa enormidad gracias a algunas definiciones clásicas.

Convengamos que la palabra Naturaleza, en el sentido corriente, se refiere a las esencias no modificadas por el ser humano. El espacio, el aire, el río, los animales no humanos, las nubes.

En oposición, podemos entender la cultura como la mezcla de la voluntad humana con esas mismas cosas. Cómo se da en una canción, en una casa, en el lenguaje, en un canal, una estatua, una fotografía.

La cultura es la Naturaleza modificada por la inteligencia humana.

Visto así, la cultura mexicana es la forma en que un grupo social vive cotidianamente modificando a la Naturaleza. Cómo come, canta, habla, entiende su vivir, decide sus jerarquías de poder, guarda duelo por sus muertos.

Son formas que, como apuntas, están en perpetuo movimiento.

Ahora, para la conversación a cuatro manos que sostenemos, es necesario distinguir en esa amplísima cultura un tipo especial de suceso: aquello que hacen los que están dedicados específica y premeditadamente a crear sucesos culturales más o menos únicos. Las historias escritas por escritores, la música compuesta por músicos, eventos visuales hechos por pintores, cineastas, videoastas, fotógrafos; platillos nuevos, arquitecturas, modas, diseños decorativos, la variedad de artesanías; reestructuraciones del pensamiento, generación de símbolos nuevos; etcétera.

¿Te conviene nombrarlo Cultura (con C mayúscula)?

Lo imagino gráficamente así. Un gran círculo que abarca la cultura, en cuyo interior existe un círculo mucho menor que podemos llamar Cultura.

Es en ese pequeño círculo donde a diario y muy premeditadamente se generan nuevas formas de modificar lo natural. Y en ese pequeño círculo de inmediato podemos distinguir, para empezar, dos sectores. Uno se llama, tradicionalmente, las artes. La manera de nombrar al otro sector es discutible.

2. Las definiciones inútiles

Vienen a la mente dualismos muy conocidos para distinguir las artes de “la otra Cultura”.

Baja Cultura —en oposición a la Alta Cultura, que serían las artes.

Cultura del entretenimiento —en oposición a la Cultura del sopor. (El dualismo me lo recuerda, no sin mala fe, un Productor Independiente de cine.)

Cultura no comercial —en oposición a Cultura comercial.

Cultura exquisita —sopla con ironía el Intelectual Aristocratizante y abre la mano, como si soltara una moneda de oro al vulgo—, por contraste a la cultura popular.

Son dualismos viejos, cargados de mutuo desdén. Y además engañosos.

No, no todo lo que va con el nombre de arte es de alta sensibilidad ni lo que se llama entretenimiento es seguramente vulgar.

En cuanto al uso de la palabra comercial: desde el punto de vista de la sociedad, casi cada evento cultural es comercial: cuesta. Se paga por oír al Cuarteto Latinoamericano de cuerdas en el Centro Cultural Ollín Yoliztli igual que a Luis Miguel en el Auditorio Nacional. Sólo por excepción existen los eventos artísticos gratuitos, como son los conciertos en los zócalos de las ciudades. Y la única Cultura cotidianamente gratuita es la de la televisión y la radio. Precisamente ésa que en nuestro país no llamamos Cultura.

Y para mayor complicación: una misma expresión puede cambiar de denominación cuando su contexto político, social y económico cambia. Por dar un ejemplo, el jazz. A principios del siglo XX el jazz sucedía en antros iluminados con luz roja y era considerado música popular, étnica: asunto de los negros norteamericanos. Cuando a mediados de siglo las disqueras la convirtieron en un gran negocio y además el jazz se blanqueó, se llenó de blancos, fue considerado parte del mundo del entretenimiento. Pero a finales del siglo XX se escuchaba en las catedrales de la Cultura y se consideraba un arte.

La misma Ella Fitzgerald pasó de cantante popular a estrella del mundo del entretenimiento, a célebre artista con conciertos en las catedrales de la Cultura elevada, como el Kennedy Center, cantando nota por nota igual, es decir divinamente.

Y si Toña la Negra no tuvo igual suerte cantando música enraizada en nuestra cultura popular, tal vez eso dice menos de la calidad de su canto que de la dureza con que los analistas cultos de la cultura mexicana se niegan a reevaluar y coronar lo propio.

O pongamos el ejemplo de nuestro cine. Comenzó en México siendo una industria comercial y masiva, notablemente bonante. Cuando la industria cinematográfica se desplomó, por distintas razones, pasó a estar dividida en cine chafa, hecho con cuatro pesos, y cine de arte subsidiado por el Estado con seis pesos. Ahora que el llamado cine chafa ha desaparecido y el que queda sigue siendo llamado un arte y sigue siendo subsidiado, sus coproductores privados luchan para volverlo otra vez comercial y masivo, concentrando su esfuerzo, más que en sus contenidos, en sus circunstancias de distribución y exhibición.

Entonces, Lucina: elijamos, para distinguir los sectores del círculo de la Cultura, definiciones más útiles que las ya dichas.

3. Tres sectores en la Cultura

Dadas nuestras preocupaciones, sugiero usar tres criterios para esbozar límites.

¿Quién o quiénes deciden los contenidos de los eventos de Cultura?

¿Quién o quiénes los promocionan y distribuyen o difunden?

¿Y a cuántos llegan?

Con estos criterios podríamos entonces fácilmente distinguir en nuestra realidad actual un sector donde empresarios privados toman las decisiones principales de los eventos de una Cultura que llega a muchos. No crean ellos, los empresarios, los eventos, pero de común encargan a otros realizarlos con indicaciones precisas y por supuesto son los empresarios los que deciden difundirlos a la sociedad. Ahí estarían precisamente las televisoras privadas, de cobertura nacional, con la capacidad de incluso llegar a casi todos. (Televisa alcanza a 97% de las casas mexicanas, por ejemplo.) Estaría la radio, que combinando sus muchísimas estaciones llega a 99% de la población. Estaría la música popular grabada, en distintos formatos. Estaría el cine hecho en Hollywood, que llega a la mayor parte de la población.

Podemos llamar a este sector la Cultura masiva.

En un segundo sector, están las artes subsidiadas.

Los eventos de arte son hechos por artistas individuales en plena libertad. Para ingresar al sector del subsidio, son elegidos por comités de artistas. Y la difusión y distribución de sus eventos luego tiene dos derroteros. A veces es asumida por el Estado, pero mayoritariamente no. Entonces, para alcanzar públicos, dependen de un tercer sector que a continuación describo. En ambos casos, las artes subsidiadas en su conjunto llegan a pocos.

Y por fin existe otro sector, el más breve y más complejo, el tercer sector o el sector de los híbridos. La Cultura creada libremente por artistas o encargada por productores privados; generada con dineros privados o por una mezcla de dineros privados, subsidios y/o donaciones, y que no llega a muchos, pero para sobrevivir requiere, por fuerza, llegar a suficientes.

Sintetizo. Cultura donde intervienen empresarios que trabajan con su dinero (aunque sin excluir otras fuentes de financiamiento) y que llega a suficientes.

Explico ese “suficientes”.

Para que una pieza como Copenhague —que dramatiza la reunión entre Werner Heisenberg y Niels Bohr para decidir la construcción de la bomba atómica— permanezca en un teatro, sus productores no requieren que 97% de los mexicanos asistan a verla, ni siquiera necesitan que asistan cinco millones; con 300 personas diarias estarían muy complacidos. Pero si no llegan más que 50, la pieza se cerrará, dejará de existir en cartelera.

Bueno, estimada antropóloga, ahí va este esbozo de mapa.

La Cultura masiva

1. La cuarta industria de México

Una turista danesa manejaba un automóvil compacto por una carretera morelense. Rubia, su pelo era casi blanco, tenía los ojos verdes como de gato, y esta descripción es pura autocomplacencia: no interviene en el relato que sigue.

La turista vio un montoncito de colores a la orilla de la carretera, y mientras se acercaba se fue admirando: era una montaña de rosas, cincuenta docenas tal vez, rojas, blancas, rosas, color durazno, apiladas sobre una mesa de madera burda, en cuyo borde una campesina de trenzas, parada y de mirada ida, le pareció hipnotizada.

La danesa bajó del coche y entonces notó lo que capturaba la mirada y todo el espíritu de la vendedora de flores: en la mesa, del lado de los tallos, en una televisioncita Sony, un melodrama de amor y desamor.

Escribí antes que Televisa llega a 97% de las casas mexicanas. Está visto que llega también a los puestos de flores, a algunos taxis imprudentes que llevan su minitele sobre el tablero, a muchísimas fondas y a cubículos de trabajo. Televisión Azteca tiene apenas menor cobertura (93%).

La radio es un medio más complejo, con muchos difusores, nacionales y regionales, pero en conjunto llega a 99% de la población.

La industria discográfica y la parte de revistas de la industria editorial reparten sus productos igualmente por todo el país.

Si algo sucede en los medios masivos, sucede en el país entero. Si únicamente sucede fuera de los medios, puede no haber sucedido ni para los vecinos del departamento contiguo.

Por los años noventas del siglo recién ido, la escritora Elena Poniatowska se volvió invitada frecuente en los novedosos programas de debate político, y se admiró de la familiaridad con que era abordada en la calle. Como si fuera una tía o una prima venturosamente hallada en el lugar inesperado.

Según lo narra, una tarde en el supermercado, dos señoras con aire irritado se le vinieron encima empujando sus carritos.

—Elenita —exigió una—, por favor decídanos cuál es el mejor suavizante de telas.

En Oxolotán, en la raya entre Tabasco y Chiapas, un teléfono sirve a los 1 584 habitantes. Pero cada casa tiene su tele. Los domingos por la tarde el futbol se puede seguir mientras se camina por las calles desiertas: de la tele de cada casa se difunde el relato del partido dominguero.

En Oxolotán hay tres tiendas, ninguna de ropa. Ninguna de revistas o periódicos. Pero a mediodía, en la tienda más cercana al río Oxolotán, la tele está prendida al fondo, en la sombra, y en el umbral suena el radio; bajo el sol un campesino vigila la vieja báscula donde el dueño pesa su carga de granos de café para pagarle luego con kilos de azúcar molida —en un trueque antiguo como la raza humana—, y junto al refrigerador de coca colas, entre las columnas de papas sabritas y las de productos Bimbo (que llegan igualmente al último rincón nacional), se alinean los cassettes de grupos musicales.

Los productores culturales en conjunto generan el 6.7 del producto interno bruto (PIB), según cifra y detalla Ernesto Piedras en su espléndido libro ¿Cuánto vale la cultura?[1]

Más que la agricultura o la industria de la construcción.[2] Sólo menos que la industria maquiladora, el petróleo y la industria del turismo.[3]

Naturalmente, entre esos productores culturales, los de la Cultura masiva aportan la parte mayor. Un poco más que cinco sextas partes, si uno saca cuentas de las cifras del estudio de Ernesto Piedras. Es decir, alrededor del 5.5 del PIB.

Además, la Cultura masiva se exporta.

Es conocido que las telenovelas son una de las exportaciones importantes de México. También lo son los programas televisivos cómicos. La televisión mexicana es la que más exporta de las del mundo de habla hispana.

Por su parte la industria discográfica mexicana es todavía líder en ventas a Latinoamérica, pero la asedian dos rivales: le muerde los talones la música latina producida en los Estados Unidos y la piratería se apropia en medida extraordinaria de su mercado.[4]

2. La tiranía de la cantidad

Lo primero que hay que decir de la Cultura masiva es lo evidente: llega a muchos. Entra a diario por todos lados a la cultura, se zambulle en ella y la cambia. De hecho, lo que produce y no alcanza a llegar a muchos es desechado.

Un cantante puede cantar hermoso, pero si no gusta a muchos, se le envía al cementerio del olvido. Una telenovela puede intentar un juego audaz con el género, pero si su rating no cifra a más de diez millones de espectadores, se le descarta.

La Cultura masiva, exclusivamente de capital privado, opera para la cantidad. Cantidad de receptores que se traduce en cantidad ganancia. Lo que captura el interés de los muchos, va; lo que no, adiós.

La tiranía de la cantidad no permite tiempos lentos de maduración en nuestra televisión e industria discográfica. Tiempos para educar a un público en una nueva expresión, al principio difícil. Ni largos tiempos de experimentación con nuevos formatos. Ni tampoco, en las áreas afines al periodismo, reportes de investigaciones de meses o años.

Por lo menos no las permitirá mientras la innovación, la experimentación y la investigación no entren a estas industrias masivas por algún resquicio y entonces se vuelvan un atractivo que aumente ventas y rating. Es decir, un factor en la competencia por capturar la atención de los muchos.

Como sucede en la radio, donde en efecto la innovación y la audacia entraron a través del programa Monitor hace casi dos décadas, elevando de tal manera la audiencia que las otras frecuencias tuvieron que seguir el ejemplo.

De ahí la limitante principal de nuestra televisión e industria discográfica: en general son conservadoras.

Si nos sorprende un formato novísimo en la televisión, podemos apostar que ha sido importado. Digamos la nueva sensación televisiva: el reality show, que nos llega después de probarse en varios países. Si nos sorprende un nuevo tipo de ritmo, probablemente ha sido un éxito en otras latitudes.

En efecto, la creatividad desaforada es considerada un riesgo demasiado alto en nuestros medios masivos, y en consecuencia, el flujo natural que en otros países se da entre el núcleo artístico de la Cultura y la Cultura para muchos, en el nuestro está severamente cortado. A diferencia de lo que sucede en Europa, la televisión mexicana no se alimenta con talento salido de las escuelas nacionales de arte —de hecho ha abierto las propias para entrenar a escritores y actores—. Tampoco las aprovecha para experimentar con programas pilotos. Pero sí ha formado alianzas en el sector civil del arte, en el caso de Televisa: coproduce cine con privados y el Estado y es accionista importante de la mayor empresa de espectáculos (CIE).

Además cabe mencionar el espacio que las televisoras han abierto para la discusión política. Programas a salvo de la tiranía del rating se mantienen con teleauditorios mucho menores que los de la programación general, en horarios nocturnos y con presupuestos discretos.

3. El primer mundo y la emigración del centro

Probablemente el aire conservador de nuestros productos culturales masivos sea una de las dos desventajas que le han impedido el acceso a los mercados del primer mundo. Ya no se diga al comercio de formatos nuevos, que para el siglo XXI está convirtiéndose en el comercio globalizado más lucrativo.

La otra desventaja es la ausencia de una política de Estado que les abra camino. Política de Estado que en otros países defiende la exportación de los productos audiovisuales como si se tratara de defender una de las fuentes de ingresos principales de la economía y su instrumento más útil de política exterior. Cosas que, en efecto, son así. En los Estados Unidos, por ejemplo, la Cultura es su mayor exportación, mayor incluso que la venta de armamento (su segunda exportación), y es considerada una de las armas más capaces de ejercer “poder blando” (poder por persuasión).[5] Y en España la Cultura es una de las áreas de exportación de más rápida expansión y de seguro un vehículo de promoción de su imagen internacional.

Dadas las dos desventajas, el mayor peligro para nuestras industrias de Cultura masiva es —amén de la piratería ya mencionada— la paulatina emigración de los focos de producción de Cultura en español a los Estados Unidos y España, desde donde su distribución al resto del mundo hispano hablante, incluido México, no sólo es posible, sino que está sucediendo cada día con mayor importancia.