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Andréa Gonçalves

Mira la vida
con otra mirada

Las claves de la fortaleza emocional para una efectiva transformación personal

Mira la vida con otra mirada. Las claves de la fortaleza emocional para una efectiva transformación personal

Primera edición en papel: septiembre de 2016
Primera edición: septiembre de 2016

© Andréa Gonçalves
© del Prólogo: Tomás Motos Teruel

© De esta edición:

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ISBN: 978-84-9921-861-8

Maquetación, producción y digitalización: Ediciones Octaedro
Foto de cubierta: Jorge Pérez (www.jorge-perez.com)
Cubierta: a partir del diseño original de Claudio de Souza

A ti, que me has salvado de todas las formas que alguien puede salvar a una persona.

En los dos momentos de mi vida en que estuve viviendo en España perdí a dos personas amadas que contribuyeron en mi historia de vida y en mi crecimiento personal. Parte de lo que soy hoy se lo agradezco a ellos. En mi memoria estarán siempre presentes.

Dedicado a mi amada abuela Gertrudes, ejemplo de fortaleza emocional y de filosofía de vida.

Homenaje a mi querido padre, hombre trabajador que con su sencillez académica ha dejado enseñanzas que no están en los libros.

Prólogo

La preceptiva clásica prescribe que el prólogo debe ser un preámbulo y un estudio crítico de la obra prologada y de su autor. De acuerdo con esta regulación, debería realizar un análisis del libro Mira la vida con otra mirada y la presentación de su autora Andréa Gonçalves, psicóloga clínica de larga experiencia. Para otros, los seguidores de Baudrillard, el prólogo ha de ser una invitación al lector a dejarse seducir por el discurso que se va construyendo ante él conforme avanza en la lectura. Por tanto, la labor de quien prologa se ha de limitar a la escritura de unos comentarios subjetivos sobre las sensaciones e ideas que la lectura del libro le ha ido sugiriendo.

Seguiré el enfoque baudrillardiano, pues la lectura del libro ha coincidido con un reciente suceso vital que podría haber tenido consecuencias nefastas para mí. No sé si esto granjeará la atención del lector, pero a mí sí que me ha hecho mirar mi vida con otra mirada. Era sábado, de madrugada. Había estado todo el día en una ciudad distinta de donde vivo, en un congreso sobre el uso del teatro en la enseñanza de una segunda lengua, y debía quedarme al día siguiente para las conclusiones. Pero mi esposa, unos días antes, me dijo que no quería estar tanto tiempo sola, así que cambié el billete de tren para volver el mismo sábado por la noche. Llegaba a casa sobre las 23 horas, bastante cansado. Al amanecer sentí unos escalofríos, que me hacían ver dos coronas circulares que giraban a velocidades distintas y desprendían luces de muchos colores. La visión era tan agradable que no quería despertar, pero tuve que ir al cuarto de baño y me desplomé al suelo. Me encontraba tan a gusto que no quería que me levantaran y seguía disfrutando de las luces que cada vez eran más intensas. Mi corazón latía desbocado, a más de 200 pulsaciones por minuto, pero yo seguía disfrutando de aquellas luces tan radiantes. No quería que me hablaran, pues aquellos sorprendentes centelleos me tenían hipnotizado. Mi esposa, al verme en aquel estado, telefoneó al médico de urgencias y al rato enviaron una ambulancia. En el hospital me diagnosticaron una arritmia ventricular maligna. Había estado al borde de la muerte súbita.

Durante la convalecencia, al leer el capítulo «¡Despacio, que tengo prisa!» de este libro se me abrieron los ojos y se me confirmó lo que mucha gente querida me decía: levanta el pie del acelerador. El ritmo apresurado que llevaba, la satisfacción inmediata que buscaba en todo lo que hacía y los pensamientos disfuncionales que se iban generando trajeron como consecuencia una patología tan severa como la cardiopatía. Como a muchas personas les ocurre, había compuesto en mi mente la idea de que para alcanzar el éxito y la satisfacción personal lo importante era estar siempre ocupado y con muchos proyectos, quedar deslumbrado por la luminosidad de la reputación y el prestigio. Creía que era inmoral estar sin hacer nada. Había construido los preconceptos de «persona ocupada = persona con éxito» y «persona importante = superprofesional». Para mí, como para muchos, el trabajo era lo esencial de la vida, y había olvidado la importancia de las relacionales personales y de la inteligencia social.

Las actividades que en el libro se proponen en los apartados «Cómo podemos cambiar esa conducta», «Cambio de pensamiento buscando nuevas ideas» y «Ejercicios» hacen que nos encontremos ante un libro práctico, pero lejos de los libros de autoayuda y de lo que se conoce como industria de la felicidad.

Durante mi estancia en el hospital en la unidad de cuidados intensivos, bajo los efectos de los anestésicos para mitigar los dolores causados por las dos intervenciones que había sufrido, me veía contándole a mis nietas que había caminado por un túnel que se bifurcaba en cuatro. Uno conducía al cielo de los cristianos, el segundo al paraíso de los musulmanes, el tercero al nirvana de los hindúes y el cuarto a la nada. Fui llamando a cada una de sus puertas, pero en todas me rechazaron. Y tuve que volver. Quería alejarme del dogmatismo de la visión hegemónica de la educación dominante. La lectura del capítulo «¿Es la escuela patológica?» me ayudó a reforzar la idea de que han existido y existen diferentes enfoques y teorías para explicar la realidad y que en las escuelas hay que enseñar a nuestros niños y niñas diferentes enfoques, es decir, posibilitar que puedan producir o construir sus propios conocimientos y elegir entre diversas posibilidades aquella opción que consideren más válida.

Los demás capítulos tratan los siguientes temas: el primero, las consecuencias emocionales severas que tienen nuestras exigencias; el segundo, la sociedad de la apariencia; el tercero, los pensamientos automáticos y los prejuicios que nos formamos; el sexto, la búsqueda de la felicidad.

Si me preguntaran ¿por qué leer este libro?, además de las razones que he ido exponiendo, añadiría su fundamentación científica. Está elaborado a partir de los enfoques de la psicoterapia cognitiva, entre otros, de Albert Ellis, Aaron Beck y Rafael Santacreu, que entienden la psicología como una parte fundamental de las llamadas ciencias cognitivas: una aleación de neurobiología, genética, biología molecular y psicología experimental.

Mira la vida con otra mirada está destinado no solo a los profesionales de la salud mental, sino que, debido al tratamiento que en él se hace de los temas fundamentales de la psicología cognitiva, el libro es muy indicado para cualquier persona que quiera plantearse cambiar la visión que tiene de su vida. Hay que señalar que no se trata solo de un texto divulgativo, sino que, gracias a las reflexiones de que consta cada capítulo y de las técnicas y ejercicios propuestos, servirá de ayuda al lector para alcanzar su objetivo.

Tomás Motos Teruel

Profesor titular de Didáctica y Organización Escolar (jubilado)

Universidad de Valencia

Presentación:
No podemos controlarlo todo

Mi abuela era una persona simplemente fantástica, una filósofa, con sus frases cotidianas. Nació en 1905, en una época en la que no existía ninguna de las comodidades de la vida moderna. El agua no estaba canalizada, los baños se tomaban en grandes bañeras, la comida se plantaba, los animales se criaban para comer. En la ciudad en la que ella vivía no había coches, solamente coches de caballos. No existía el teléfono, el móvil, o internet. Se casó pronto y tuvo 10 hijos. Siempre tenía tiempo para las nueras, los yernos y, claro, los nietos. Hasta aquí la historia puede ser parecida a la de otras abuelas. Pero lo que la diferenciaba de muchas personas que conozco es la visión que ella tenía sobre los acontecimientos diarios.

Su filosofía de vida y su diálogo interno eran lo que la mantenía tan optimista y resistente frente a las adversidades. A los 93 años se rompió la cadera y volvió a andar en 15 días. Pasó por algunas pérdidas importantes como sus padres, su marido y algunos de sus hijos. Un hecho curioso es que a ella nunca le dolía nada. Siempre que yo le preguntaba: «Abuela, ¿está usted cansada? ¿Le duele algo?», ella respondía: «No, estoy bien, ¡el cansancio es para la gente mayor!» Nunca se quejaba de nada y vivió hasta los 97 años.

Hace 25 años, yo no conseguía comprenderla y cuando algo salía mal, ella me decía: «Calma, que no podemos controlarlo todo ni mandar en todo». Esa frase me hacía, en muchos momentos, enfadarme y pensar: «¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo que no puedo controlar y mandar sobre mí misma? ¡Yo sí que me mando! ¡Quiero que las cosas funcionen como yo planee!».

Realmente ella estaba muy por delante, en otra sintonía, que yo no podía alcanzar en aquella época. Ella entendía que las adversidades ocurrían independientemente de que ella quisiera o no y que eso es parte de la vida. No guardaba rencor a nada ni a nadie, vivía su vida sin exigencias y no tenía prisa por nada. De esa forma conseguía apreciar las pequeñas cosas de la vida: el detalle de una flor, la delicia de un baño caliente, los paseos en coche, la belleza del cielo, los días de lluvia, o de sol, el sabor de una comida. Pocas personas hoy tienen esa capacidad.

Podemos planear las cosas y organizarnos; sin embargo, debemos estar preparados para cambiar lo que planeamos, sin estar siempre exigiendo que las cosas funcionen como queremos. Tenemos prisa para todo y prestamos atención más a las adversidades que a las cosas buenas que también nos pasan durante el día.

Hoy, al estudiar la psicología cognitiva y sus principios, recuerdo sus frases con frecuencia, pues el trípode de una buena salud mental es no ser tan exigente con uno mismo, ni con los otros ni con el mundo.

Siempre es buen momento para aprender que no tenemos la necesidad de hacerlo todo con absoluta perfección, pues somos humanos y, consecuentemente, susceptibles de equivocarnos. No debemos exigir que las otras personas nos traten bien siempre, pues eso sería algo falso y tampoco es tan importante para estar bien y felices. Siempre es buen momento para entender que el mundo no va a funcionar como queremos, o como imaginamos, pues los políticos son lo que son, el tráfico es como es, las cosas suceden, las personas llegan tarde a las citas y otras ni avisan que no van a llegar.

Debemos aprender a controlar nuestros pensamientos sin dramatizar o volver catastróficas situaciones que no lo son. Nuestras emociones son exageradas porque nuestro pensamiento también lo es. Querer mandar en todo y querer controlarlo todo a nuestro alrededor es imposible.

Lea, si estuviera a su alcance, comprenda, reflexione con atención, disfrute de la lectura, guarde lo que le interesó y entienda que realmente «¡Nosotros no podemos controlarlo todo!»