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Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

Título:

Cartas desde la revolución bolchevique. Jacques Sadoul

Traducido del facsímil de la edición original:

Notes sur la révolution bolchévique, Éditions de la Sirène, octubre de 1919

De esta edición:

© Turner Publicaciones S.L., 2016

Rafael Calvo, 42

28010 Madrid

www.turnerlibros.com

Primera edición: octubre de 2016

© De la traducción del francés: Inés Bértolo y Constantino Bértolo, 2016

© Edición, prólogo y notas: Inés Bértolo y Constantino Bértolo, 2016

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.

ISBN: 978-84-16714-80-3

Diseño de la colección:

Enric Satué

Ilustración de cubierta:

Diseño Turner

Depósito Legal: M-34105-2016

Impreso en España

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

turner@turnerlibros.com

ÍNDICE

Prólogo

Las cartas de Jacques Sadoul, por Henri Barbusse

Cartas de Jacques Sadoul a Romain Rolland

Carta de Albert Thomas a Jacques Sadoul

Cartas desde la revolución bolchevique, por Jacques Sadoul

Bibliografía

Notas

El destino es el encuentro

del individuo con su clase.

LUCIANO LAMBERTI

I. UNA INTIMIDAD POLÍTICA

Este es un libro extraño. Es lo que parece ser: un conjunto de cartas que cuentan y dan cuenta, con enorme atractivo e inteligencia, de la correspondencia, entre oficiosa y personal, de un capitán del ejército francés, Jacques Sadoul, destinado en Petrogrado durante aquellos días del otoño de 1917 que, en palabras de John Reed, “conmovieron el mundo”; aquellos días, semanas y meses en los que la revolución bolchevique irrumpió luminosa y violentamente en la historia de la humanidad.

Sobre su condición de libro indispensable para entender muchas de las claves de la revolución soviética, no cabe sino señalar que frente a una inmensa cantidad de publicaciones que informan, juzgan e interpretan, desde fuera, lo que sucedió, las notas de Sadoul, informan, juzgan e interpretan, desde dentro, lo que está sucediendo. Los escritos de Sadoul no son Historia, están escritos por la Historia.

A los lectores y lectoras de hoy, invadidos por el conocimiento de lo que en la Rusia de 1917 tuvo lugar, acaso nos resulte inesperada y sorprendente la alta capacidad de comprensión con que Sadoul pondera e interpreta el valor histórico del asalto de los bolcheviques al poder o la agudeza con que reconoce la personalidad y alcance de figuras como Lenin y Trostki antes de que la Historia, a agua pasada, les otorgara esa dimensión histórica. Desde una posición más propia de procurador que de notario –en tanto que ha sido enviado a Rusia para “procurar” el cumplimiento de una misión gubernamental para la que ha sido designado–, Sadoul asiste y hace ver las realidades que se esconden detrás de ese paradigma, la toma del poder, con que damos por sentado nuestro conocimiento. Sadoul, para el que la toma del poder no es una frase sino la constatación cotidiana del machadiano “lo que sucede en la calle”, es testigo y juez de los trabajos y los días de aquella revolución que desde el primer momento ha de hacer frente a las estrategias de acoso y derribo que sus enemigos, declarados o ladinos, emprenden contra ella y sus dirigentes: sabotajes, presiones chantajistas, hostilidad, deslealtad, atentados terroristas, intervenciones militares… En ese sentido los textos de Sadoul, que se nombra a sí mismo como testigo atento, imparcial y estupefacto, funcionan a modo de un mecanismo semántico escrito con la “naturalidad” de lo audiovisual, de lo que simplemente “se deja ver y oír” aun cuando esa voz y esa mirada no escondan desde qué posición moral e ideológica ve y oye.

Pero este libro es también, como trataremos de mostrar, algo más inesperado y sorprendente: la historia de cómo una “intimidad política” se hace carne, relato, tragedia, acontecimiento. Un oxímoron, “intimidad política”, de naturaleza hoy altamente excepcional pues vivimos en tiempos, hegemonías y culturas en los que ambos conceptos se cifran y acuerdan no solo como contrarios sino como radicalmente incompatibles, como líneas divergentes que se distancian por mutua exclusión o repulsa. Dada la excepcionalidad contra cultura que tal convivencia presupone, entendemos que la mejor forma de abordar la presentación de este libro será recurrir a la clásica lección aristotélica y tratar de responder a las dos cuestiones que el padre de la Poética ve conveniente atender a la hora de aprehender y comentar el ser y estar de las obras del humano quehacer que se edifican con palabras: a qué familia pertenecen y cuál sería, si la hubiere, su diferencia específica, su rasgo pertinente.

Ubicar la familia o género, entendido el término en su sentido más amplio, de este libro no parece acarrear especial dificultad: estamos ante un epistolario o recopilación de cartas que, con algunas excepciones cuya oportunidad editorial y política comentaremos más adelante, recogen las impresiones que el capitán Jacques Sadoul, desde octubre-noviembre de 1917 hasta mayo de 1918,1 dirige, como destinatario primero y principal, aunque no único, a su amigo y correligionario el diputado socialista Albert Thomas quien, al cesar como ministro de Armamento en el gobierno de Aristide Briand, habría propiciado su inclusión en una de las misiones militares enviadas a la antigua San Petersburgo luego de que la revolución de febrero hubo derrumbado el régimen zarista para dar paso a un gobierno provisional que, por la fecha de la llegada del capitán Sadoul a Rusia, encabezaba el social-revolucionario Kérenski en un entorno político internacional sobre el que habrá que detenerse. Como bien escribe Henri Barbusse2 en el texto que abre la edición original:

Las páginas que van a leer constituyen la serie de cartas que Jacques Sadoul envió a Albert Thomas, a petición de este y del Sr. Loucheur.3 Estos informes sobre los acontecimientos no eran el objeto de su misión: el capitán Sadoul desempeñaba, en el cuerpo de oficiales enviado a Rusia, un papel técnico. Solo a título privado, amistoso, tal y como especifica, mantuvo correspondencia con el propio Albert Thomas.

Se constata así que la obra se encuadra dentro de un círculo de obras conformado por aquellos textos, literarios en mayor o menor grado, que recogen, documentan, evocan o utilizan correspondencias que tienen su espacio, ocasión y marco en el agitado mundo de la diplomacia con sus embajadas, agregadurías, secretos, valijas y comunicaciones reservadas. Compartiría así el libro de Sadoul un hogar literario donde encuentran hospitalidad y etiqueta semejante obras tan señaladas en nuestra tradición literaria como las Cartas finlandesas de Ángel Ganivet o las Cartas desde Rusia de Juan Valera, si bien su contenido de guerra y revolución lo acercaría a una rama familiar más bélica y próxima a Diario de un testigo de la guerra de África, de Pedro Antonio de Alarcón, La revolución bolchevista (diario de un testigo), de Sofía Casanova o, ya en otras tradiciones literarias, a Mi guerra civil española, de George Orwell, Diario de guerra, de Ernst Jünger, El fuego, de Henri Barbusse, Au-dessus de la mêlée, de Romain Rolland, El regreso del soldado, de Rebecca West, Ashenden o el agente secreto, de W. Somerset Maugham, Memoirs of a British Agent, de R. H. Bruce Lockhart, o Cartas de la guerra, de António Lobo Antunes.

Si damos incluso una última vuelta de tuerca a este territorio de lo familiar podríamos señalar su obvio parentesco con El año I de la revolución rusa, de Victor Serge, Les groupes communistes français de Russie, de Marcel Body, o el ya citado Diez días que estremecieron el mundo, de John Reed, así como su clara hermandad con dos libros, Mon journal de Russie 1916-1918, de Pierre Pascal y La mission d’Eugène Petit en Russie (Le parti socialiste français face à la révolution de Février), de Ioannis Sinanoglou, Marguerite Aymard y Dominique Négrel, debido a que tanto Petit como Pascal fueron, como nuestro capitán, enviados a Rusia por un mismo impulsor, Albert Thomas, y con una misma intención: obtener información directa y privilegiada sobre los acontecimientos que la revolución de febrero había puesto en marcha en 1917.

Delimitar la “diferencia específica”, es decir, aquello que le otorga a una obra distinción y relevancia frente a obras semejantes y por tanto le concede especial valor de uso y cambio es tarea para la que, más allá de la descripción de la materia con que se construye el libro, es necesario adentrarse en los terrenos, siempre arriesgados, propios de la interpretación. Pero ya la propia enumeración de títulos arriba mencionados parece avisarnos de que en este libro coexisten muy distintas resonancias y registros que si bien le permiten entrar en conexión a través de vías muy diversas –las cartas, la guerra, la crónica, el secreto, la revolución, el diario–, con una variedad de formas retóricas que abarcan desde el documento de corte notarial hasta el imaginar propio de las novelas de espías, al tiempo le conceden capacidad y cualidad para construirse fuera de esas etiquetas como una historia que, más allá de su genética familiar, acaba sobresaliendo del conjunto.

2. PROTAGONISTAS

Lo primero que llama la atención es el hecho de que si el formato con que el libro se construye, las cartas, parece corresponder al espacio de lo subjetivo y personal, el que tengan su origen en un encargo no deja de provocar una tensión estructural entre esa subjetividad del registro epistolar y el apartamiento o destierro del yo que el encargo implica, por nacido de una voluntad ajena. De esta tensión dialéctica es muy consciente el autor y aflora de manera expresa en la correspondencia: “Encierro mis sentimientos personales, reservándome el manifestarlos en tiempo útil. Mi misión es informar”. Sin embargo, su tarea como testigo imparcial y documentalista objetivo de los acontecimientos se ve, comprobamos según vamos leyendo, perturbada por las relaciones ideológicas que mantiene con esos hechos y situaciones de los que levanta acta notarial; y esa perturbación, que intenta controlar, será la causa y origen que acaba por introducir en el relato un desgarro ideológico que transfiere a su lectura una tonalidad muy próxima, avant la lettre, a la angustia existencialista que va a hacerse presente más tarde en la literatura francesa de la posguerra: “Socialista, aquí quiero olvidarme de mi socialismo, dejarlo fuera del texto y no utilizar más que los argumentos que deben imponerse a todas las mentes imparciales”, “Pero, ¿en qué peligroso terreno me voy a meter? ¿Me estaría olvidando por una vez de olvidarme de que soy socialista?”, “Yo, estoy desesperado”.

Para evaluar el alcance de esa perturbación a la que se ve sometida “la intimidad ideológica” del autor de las cartas, juzgamos necesario atender tanto a su personalidad política, su urdimbre ideológica, como a la del destinatario, Albert Thomas, auténtico impulsor, y coprotagonista en la sombra, de esta correspondencia, por cuanto sabemos que en todo acto de comunicación el perfil del destinatario es un elemento constituyente de tanta y tan especial relevancia como el del emisor.

Albert Thomas nace en junio de 1878 y es hijo de un pequeño industrial panadero interesado por lo que por entonces se conoce como la cuestión social. Destaca por sus estudios de historia y filosofía, obtiene una agregaduría en historia y geografía, realiza distintos viajes por Rusia, Grecia, Asia Menor y Turquía y publica libros sobre los orígenes del sindicalismo, sobre el colonialismo y sobre los problemas de la enseñanza. En 1904, Jean Jaurès4 le llama para colaborar como especialista en temas sindicales en L’Humanitè, por entonces el periódico de los socialistas franceses, y desde 1909 dirigirá la Revista Socialista. Algunas fuentes señalan su pertenencia a la masonería. Próximo al mundo obrero, da sus primeros pasos en política en 1904 como consejero municipal, para luego ser elegido diputado socialista en 1910 y 1914. Durante su permanencia en la Asamblea Nacional, destaca por el rigor y brillantez de sus intervenciones y, entre otras iniciativas, promueve la nacionalización de los ferrocarriles. Como alcalde electo de Champigny-sur-Marne lleva a cabo profundas reformas en las áreas locales relacionadas con la sanidad, los servicios públicos y la instrucción escolar y pronto sobresale entre los jóvenes cuadros del partido militando en posiciones centro-reformistas acordes con unas interpretaciones del marxismo, que recoge en su libro La politique socialiste (París, Marcel Rivière, 1913), asumidas a partir de sus relaciones personales e intelectuales con el “revisionista” alemán Edouard Berstein. Bien considerado por el aparato socialista, es nombrado subsecretario de Estado en agosto de 1914, para ser ascendido en diciembre de 1916 bajo el gobierno de Aristide Briand a ministro de Armamento, puesto que desempeña con alta eficacia y entrega hasta su dimisión en septiembre de 1917. Y si ya en 1916 es enviado a Rusia para negociar con el zar la necesidad de lanzar una ofensiva a fin de debilitar el frente oeste, en abril de 1917 volverá a una Rusia agitada desde la revolución de febrero con el fin de lograr la confirmación por parte del gobierno provisional de Kérenski5 de la continuidad de Rusia como fuerza aliada activa en el combate contra las potencias germanas. En febrero de 1918 participa en la conferencia socialista y obrera de Londres, donde impulsa como necesaria la representación del mundo del trabajo en la futura conferencia de paz mientras prosigue defendiendo sus concepciones acerca de “una guerra para la paz” en la prensa de izquierdas. En septiembre de ese año, una vez que se firma el tratado que da final a la guerra, entra en conflicto con la nueva mayoría de un partido socialista que rechaza las políticas de la Unión Sagrada. Cuando en 1919 se crea la Organización Internacional del Trabajo, Thomas será nombrado su primer presidente.

Pero esta respetable y wikipediana semblanza, típica de un prócer socialista de la época, apenas nos dice nada acerca del significado histórico de Albert Thomas en tanto figura central y paradigmática del desgarro ideológico que todos los partidos de la Segunda Internacional van a sufrir al estallar la Primera Guerra Mundial, desgarro que a su vez va a afectar honda e inevitablemente a Jacques Sadoul. Quizá para dar cuenta de esta fractura que sacude al socialismo francés a partir de 1914 sea mejor citar algunos de los comentarios publicados con ocasión de su muerte en 1932 en el diario, por entonces bajo control comunista, L’Humanitè.

Albert Thomas, padre del ‘sindicalismo’ de guerra, ha muerto en París […] El hombre que acaba de desaparecer, del que toda la prensa burguesa celebra sus méritos, ha sido uno de los corruptores del movimiento obrero revolucionario. […] Él fue el representante de una política: la de la colaboración de clases, disfrazada bajo ‘frases de izquierdas’, camuflada bajo afirmaciones, todas verbales, de ‘lucha de clases’ [...]. Thomas fue el hombre que, sin pausa, buscó para la burguesía los mejores medios de uncir a los proletarios al carro del capitalismo.

Para comprender la violenta discrepancia entre aquella lectura oficiosa y esta lectura comunista del personaje de Albert Thomas, esa sombra paternal que planea sobre todo el libro de Sadoul, resulta imprescindible remitirse aunque sea brevemente a la historia del socialismo francés y al papel que Thomas va a desempeñar en ella.

Desde 1905 las diferentes organizaciones socialistas francesas se habían agrupado en la SFIO, adoptando una línea marxista e internacionalista que cobra fuerza bajo el impulso integrador de Jean Jaurès y alcanza en poco tiempo una amplia influencia electoral y militante. Sin embargo, al poco del asesinato de Jaurès, la SFIO, como gran parte de los partidos socialistas de la Segunda Internacional, abandona los principios del internacionalismo y el pacifismo, renuncia a la lucha de clases, acepta la causa nacional como justificación para entrar en guerra y, en pro de la “Unión Sagrada”, colabora con los gobiernos de signo burgués. Este cambio defendido entre otros por Albert Thomas es aprobado al inicio del conflicto bélico por la mayoría de la militancia y solo una minoría, representada entre otros por Jean Longuet,6 seguirá defendiendo la necesidad de una paz inmediata. Esta posición, con la que Thomas está en total desacuerdo, durante el transcurso de la guerra acrecentará su peso en el interior del partido socialista y llevará a que este proyecte intervenir, durante el verano de 1917, en una posible conferencia de Estocolmo en la que deberían participar los partidos europeos de los países contendientes. Frente a estas iniciativas, Albert Thomas se muestra en desacuerdo y defiende una política de “guerra justa para una paz justa sin anexiones ni contribuciones”. La revolución bolchevique va a acentuar el crecimiento de la izquierda más revolucionaria y probolchevique en el partido, suscitando de más en más simpatía y adhesión. Es en el contexto de esta situación de desgarro y enfrentamiento en el interior del partido socialista francés –desgarro y enfrentamiento que darán lugar tras el congreso de Tours en 1920 a la fundación del Partido Comunista Francés– donde hay que situar lo que estas Cartas desde la revolución bolchevique vienen a significar. No en vano son las tensiones que en el interior del socialismo francés crea el conflicto bélico e intensifican las convulsiones revolucionarias en Rusia las que impulsan a Albert Thomas a montar oficiosamente una red de corresponsales –Eugène Petit, Jacques Sadoul, Pierre Pascal– que le proporcionen información privilegiada sobre aquellos sucesos que tienen o pueden tener incidencia sobre las líneas de actuación de su partido.

Pero Jacques Sadoul no se va a conformar con cumplir el papel de “correveidile” para el que Albert Thomas parece haberle designado. Hijo de un magistrado, Jacques Sadoul Numa nace en París el 22 de mayo de 1881. En sus años de estudiante universitario crea, junto con su condiscípulo Marcel Cachin, futuro cofundador del Partido Comunista Francés, un grupo de estudios sobre marxismo y socialismo. Licenciado en derecho por la Sorbona, trabaja durante algún tiempo como abogado del estado en las cortes de apelación de París y Poitiers. Afiliado desde 1905 a la SFIO, va a desempeñar puestos de relevancia tanto en el partido como en el sindicato socialista. Al estallar la Primera Guerra Mundial y surgir en el interior de los partidos de la Segunda Internacional las tensiones provocadas por las distintas posturas respecto a la aprobación de los presupuestos de guerra, se mantuvo en posiciones de centro aunque simpatizaba con el ala de izquierda o internacionalista que apoyaría en 1915 la conferencia de Zimmerland7 y en 1917 el proyecto de la conferencia de Estocolmo8 en busca de una paz entre las fuerzas contendientes. En 1916, su compañero de partido y amigo Albert Thomas, ministro de Armamento, lo nombra secretario adjunto de Estado de Artillería y cuando en septiembre de 1917 los socialistas abandonan el gobierno, consigue que su sucesor, Louis Loucheur, lo asigne a la misión militar francesa en Petrogrado, adonde llega a finales de septiembre de 1917 para por esas fechas comenzar su correspondencia con Albert Thomas.

También esta semblanza, al menos hasta llegar aquí, parece corresponder al arquetipo de diligente funcionario al servicio de los intereses de la patria y de su partido. Pero si avanzamos en su trayectoria biográfica e ideológica nos vamos a encontrar, como consecuencia de las circunstancias que dan lugar y ocasión a la edición de este libro, con un personaje digno de una novela de Graham Greene o John Le Carré, con una historia “llena de ruido y de furia” y con una aventura personal llena de pasión, intriga, coraje, coherencia y riesgo.

Como ya se ha dicho, en el otoño de 1917 Jacques Sadoul es elegido por Loucheur, recién nombrado ministro de Armamento en sustitución de Thomas, para, oficialmente, cumplir en Rusia una misión relacionada con el petróleo y el platino. Esta misión le es confiada por recomendación directa de Albert Thomas, al cual Jacques Sadoul promete el envío regular de unas notas sobre la evolución de los acontecimientos en Rusia.

Recordemos que el foco del interés de Thomas respecto a la revolución rusa era doble: conocer, por un lado, las intenciones de los gobiernos surgidos de la revolución de febrero respecto a unas posibles negociaciones en busca de armisticio o paz separada entre Rusia y las potencias centrales, que indudablemente acarrearían graves problemas a los aliados; y, por otro, enterarse de la actitud de las diferentes organizaciones socialistas rusas respecto al proyecto de convocatoria de la conferencia de Estocolmo propulsada por los socialistas franceses contrarios a la tendencia reformista y defensista donde él se sitúa. Mientras Thomas formó parte del gobierno, cobró conciencia de las dificultades para el rearme material y moral que sufre el gobierno provisional: “Los observadores nos avisan de que ya desde año y medio antes de la revolución los rusos reclamaban la paz y los revolucionarios tienen razón cuando dicen que la revolución se hizo contra el zar pero también contra la guerra”9 y como representante de los socialistas franceses se asigna la tarea de demostrarles a los miembros del gobierno provisional que era posible sostener la causa de los aliados sin traicionar la nueva democracia rusa que la revolución de febrero supone.

Lo inesperado seguramente para Sadoul y para Thomas es el estallido a los pocos días de la llegada de aquel a Petrogrado de la “segunda revolución” con la toma del poder de los bolcheviques, algo considerado hasta ese momento, por parte del mundo diplomático y de la mayoría de las fuerza políticas aliadas, imposible, disparatado o, como mucho, un episodio anecdótico destinado a no mantenerse.

3. CONTRADICCIONES Y CONTRARIEDADES

Pero Sadoul, que muy pronto demuestra su capacidad para mirar, analizar e interpretar la realidad sin dejarse llevar por los prejuicios dominantes, observa y asume una visión contraria, “La calle, el tranvía, la familia rusa con la que vivo, constituyen unos excepcionales observatorios que imponen muchas revelaciones a una mente aún no deformada por haberse acostumbrado al medio durante un largo periodo. La conclusión esencial que se desprende de estas primeras observaciones, y espero quede corroborada tras una experiencia más prolongada, es esta: el deseo de una paz inmediata, a cualquier precio, es general” (carta del 15 de octubre de 1917), advirtiendo, en contra de esa opinión común, no solo entre los políticos occidentales sino también entre los dirigentes social-revolucionarios y mencheviques, que el poder sovietista, lejos de ser una aberración fugaz condenada a desaparecer, está sostenido sobre bases sólidas edificadas a partir de la enorme fuerza que les otorga el hegemónico deseo de paz que se vivía en todas las capas de la población rusa y, muy especialmente, entre el proletariado, los soldados y el campesinado. Sin duda esta nueva situación debió de llenar de inquietud tanto al gobierno francés como a un Albert Thomas que seguía enrocado en aquello que había sido y seguía siendo su objetivo principal: ayudar a crear en Rusia las condiciones políticas necesarias para su resurgimiento militar. Un objetivo que Sadoul parece compartir, pero para cuyo logro va a defender una estrategia si no contraria sí enfrentada a la que tanto el gobierno como la fracción socialista de Thomas plantean: si antes apostaban por impulsar en Rusia una guerra revolucionaria que permitiese una rápida victoria de los aliados, ahora, con Clemenceau al frente del nuevo gabinete, la estrategia se va dirigir de manera encubierta y subrepticia a debilitar y desalojar del poder a ese gobierno soviético que se está obligando a firmar la paz separada si no es posible el logro de un acuerdo entre todas las partes en contienda. Será en esa coyuntura donde Jacques Sadoul inicie su correspondencia y su desencuentro con esa nueva estrategia puesta en práctica por los aliados una vez que los bolcheviques se afiancen en el poder.

Porque si para las relaciones entre los gobiernos ruso y francés la dimisión de Albert Thomas y los otros ministros socialistas, en septiembre de 1917, va a suponer el fin de la situación de privilegio que el gobierno y el partido de los socialistas franceses venían disfrutando, favorecidos en gran parte por las buenas relaciones que Albert Thomas había logrado establecer con los dirigentes del gobierno provisional, la llegada de los bolcheviques, es decir, la toma del poder por la clase obrera que, conviene no olvidarlo, venía siendo el objetivo último de los partidos socialistas, va a originar por un lado la desaparición de esos privilegios y por otro, al tiempo y de modo general, el aumento de la inquietud entre las potencias aliadas acerca de la cuestión clave de cuál vaya a ser la actitud en la práctica de los bolcheviques respecto a la necesidad de una paz que hasta ese momento vienen planteando y defendiendo de manera prioritaria y radical dentro de su programa y que, nada más alcanzar el poder, han dejado patente en sus primeros decretos. Es indudable que la llegada al gobierno de los bolcheviques da lugar a toda una serie de contradicciones ya explícitas o latentes en el seno de los gobiernos aliados. Por un lado, sus gobiernos se ven obligados a tratar de entenderse con un gobierno que ha alcanzado el poder precisamente proclamando su voluntad de acabar con una guerra calificada y denunciada como imperialista sin salvar a ninguno de los bandos en liza; y por otro, la propia revolución bolchevique no deja de ser para los partidos socialistas, que en ambos bandos han apoyado el entrar en guerra, un ejemplo vergonzoso de que es posible aquello, repetimos, para lo que fueron creados: la toma del poder por el proletariado. Dos contradicciones y contrariedades, para la política de las potencias aliadas, que van a moldear el terreno político militar en el que Sadoul se adentra al llegar a Petrogrado.

Contradicciones y contrariedades por consiguiente para los destinatarios de las cartas de Sadoul, pero también desconfianza y reserva por parte de los bolcheviques respecto a esas potencias aliadas controladas por sus intereses imperialistas, y desconfianza y reserva por tanto hacia sus representantes diplomáticos y miembros de las misiones que en apoyo del gobierno provisional se habían venido estableciendo en Rusia desde febrero.

En junio de 1917, el capitán Eugéne Petit, destinado en la misión militar francesa en Petrogrado, viene cumpliendo por encargo de Albert Thomas y con notable eficacia, dado su estrecho conocimiento de los círculos rusos liberales y socialistas, el papel de informador, puente y enlace entre el ministerio que Thomas dirige y el gobierno provisional y el sóviet de Petrogrado. Petit, al poco de producirse la revolución de febrero, informa por ejemplo a Thomas en estos términos:

Mientras que por culpa del zarismo la moral de la nación estaba por los suelos, tengo la impresión de que, a pesar de los socialdemócratas, un nuevo impulso patriótico, comparable al que hubo al principio de la guerra, va a meter a la nación en el entusiasmo de la nueva libertad y a suscitar energías que no piden otra cosa que no sea emplearse al servicio del país […]. En el presente, nadie aquí, creo, osaría gritar: ‘Abajo la guerra’.10

Una afirmación que no dejaba de resumir la opinión general de los dirigentes franceses al día siguiente de la caída del zarismo sobre una revolución, de corte democrático, que satisfacía tanto a los miembros del ala izquierda del partido socialista francés, así liberados de la acusación de estar colaborando con un gobierno autócrata y represivo, como al ala de derecha y centro derecha, la de Thomas. Estos últimos, lejos de interpretar esa revolución como una contrariedad, ven en ella la oportunidad para, bajo el aliento patriótico de esa revolución democrática, reafirmar el esfuerzo de guerra que inútilmente se le había estado reclamando a los débiles gobiernos del zar.

Mientras el gobierno en el que participa Thomas se mantiene, Petit se convierte en uno de los agentes políticos franceses más importantes ante el gobierno provisional. Pero cuando Thomas dimite, y más cuando los bolcheviques triunfan, ese mismo éxito se va a transformar en una pesada rémora al ser expulsados del poder sus hasta entonces principales interlocutores y fuentes de información: Kérenski, Tseretelli, Chernov...

Es el momento Sadoul. En esa situación de desconfianza, inquietud y escasa comunicación, será Sadoul el que va mostrar sus capacidades no solo para ocupar ese espacio ahora vacío sino para ganarse la confianza y el acceso directo a los nuevos dirigentes bolcheviques: “Larga entrevista con Trotski, que cada vez insiste más para que acuda cada noche a charlar con él. Me recibe, dejando de lado todo lo demás. Sigo siendo el único lazo de unión entre el gobierno revolucionario y los aliados” (5/18 de noviembre de 1917).

4. DIVERGENCIAS Y DISCREPANCIAS

Sadoul tiene claro desde el primer momento que el pueblo ruso quiere, tal y como también expresan los bolcheviques, de manera inmediata y ante todo la llegada de la paz, y argumenta su opinión no con impresiones sino con datos concretos, por ejemplo, sobre la moral del ejército: “Asesinatos cotidianos de oficiales. 43.000 han sido expulsados por sus hombres y vagan lamentablemente por el interior. Y los soldados, recelosos de los comités que ellos mismos eligieron, ya han empezado a desoírlos. Deserciones en masa. Negativa a acudir a las trincheras y a entrar en combate”. Sadoul se permite incluso proponerle a Thomas una línea de actuación que pasa por el apoyo a la conferencia de Estocolmo, ignorando que ya tanto Albert Thomas como Kérenski y los gobiernos aliados han desechado esa propuesta que ven como peligrosa para la moral de combate de sus tropas.

La lectura de sus cartas deja en evidencia la inteligencia analítica y deductiva de un Sadoul que desde un principio es capaz de ver que los bolcheviques son la única fuerza política que ha sabido interpretar y mover los deseos, intereses y estados de ánimo de las masas de trabajadores, campesinos y soldados. Y desde esa visión empieza a ver equivocada y sobre todo incomprensible la estrategia general que los aliados, y en concreto el gobierno francés, mantienen con respecto al poder bolchevique y sus problemas en el contexto de las negociaciones de paz que se desarrollan en Brest-Litovsk. Desde su conocimiento directo de la realidad soviética y su relación directa con los dirigentes bolcheviques, y muy especialmente con Trotski, que desde su posición de comisario del pueblo para Asuntos Exteriores canaliza las directrices soviéticas sobre las duras negociaciones con las potencias germanas, Sadoul concibe, desde su deseo de poner en sintonía los intereses bolcheviques y los de la nación francesa, un plan que, partiendo del convencimiento de que los bolcheviques son los dueños de la situación en Rusia, conlleva su utilización en la lucha contra Alemania sosteniéndoles política, financiera y militarmente, es decir, tratándoles de la misma manera que se trató al gobierno provisional. Sadoul, como una Casandra de nuevo cuño: “Cada día, en estas apresuradas notas, machaco los mismos argumentos. Busco, en efecto, introducirlos en las cabezas parisienses al tiempo que los hundo en los cerebros petrogradinos”, no deja de anunciar que si los aliados siguen no solo sin prestar este apoyo sino, al contrario, favoreciendo de manera solapada todas las acciones contrarrevolucionarias que se están produciendo en el interior de Rusia, los bolcheviques se verán obligados a firmar en las peores condiciones la paz con Alemania, a volverse contra los intereses de la entente y a romper sus relaciones con los gobiernos aliados. Pero no es ningún ingenuo y acaba percibiendo con claridad que los intereses reales de su gobierno, que el embajador Noulens representa y maneja con absoluto menosprecio hacia el gobierno revolucionario, se encaminan a pesar de una retórica hipócritamente amistosa en una dirección contraria al afianzamiento del gobierno revolucionario: “Nuestro embajador, por estupidez natural y por odio del socialismo, siempre ha sido uno de los enemigos más implacables y más pérfidos de la revolución rusa. Se pone furioso cuando se le habla de socialismo. Se vanagloria de querer establecer en Rusia un gobierno burgués, pequeño burgués, tal y como lo puede soñar este politicastro de elecciones agrícolas” (carta del 26 de julio 1918). Sadoul ha ido observando cómo esos intereses se van haciendo cada vez más manifiestos y comprueba finalmente que los aliados, es decir, su gobierno, han ido tomando posiciones cada vez más beligerantes y hostiles: “Parece que solo persiguen un objetivo: abatir esta revolución. Desde hace nueve meses, no han cesado de combatir a los bolcheviques –desde el interior: pagando, apoyando, suscitando los movimientos contrarrevolucionarios, el sabotaje de la producción, los transportes y el abastecimiento, organizando la anarquía; desde el exterior: intentando aplastar al naciente y frágil ejército rojo, asediando a la Rusia soviética, separándola de sus graneros, ocupando sus regiones productoras de trigo, de carbón, de nafta, de hierro y sus principales centros industriales–, agravando por todos los medios la ruina, el desempleo y la hambruna” (25 de julio de 1918). Posiciones que acabarán, una vez que se produzcan los desembarcos de las tropas francesas en el territorio soviético, en una completa ruptura con los consiguientes arrestos, persecuciones y encarcelamientos de miembros de las misiones militares aliadas que darán ocasión a que Sadoul utilice, a favor de estos prisioneros, la nueva situación de influencia que su personal e íntima evolución le ha brindado como consecuencia de su contacto directo con la realidad que la revolución soviética ha desencadenado.

Las discrepancias entre lo que Sadoul propone, a partir de su lec tura de la realidad soviética, como línea de actuación para el gobierno francés –ayudar al rearme del ejército soviético a fin de equilibrar la correlación de fuerzas entre Rusia y Alemania– y las estrategias de desgaste y acoso al poder bolchevique que el gobierno al que debe lealtad planifica (ayuda militar y financiera a los nacionalismos periféricos, a los ejércitos contrarrevolucionarios de Kornilov, Denikin, Kolchak y Krasvov, a los grupos de mencheviques y social-revolucionarios de derechas que conspiran contra el poder revolucionario con el que Sadoul se va sintiendo cada vez más identificado) desgarran y tensan inevitablemente su conciencia moral y su consciencia ideológica. La lectura de sus cartas deja patente que Sadoul intenta domeñar, en aras de la neutralidad de su misión, el conflicto interior que esta divergencia le está provocando y, al menos en las notas que envía durante los primeros meses, trata de evitar que ese desencuentro perturbe su tarea de informante. Sin embargo y poco a poco, carta a carta, comprobamos cómo la divergencia radical entre ambas maneras de interpretar la realidad comunista aflora ya en forma de síndrome de Casandra o incluso en lo que puede parecer manía persecutoria y finalmente un “ya está bien y ahora voy a decir lo que verdaderamente pienso”: “Unidos a la burguesía rusa, los gobiernos capitalistas, fieles servidores de los explotadores del proletariado, quieren mantener a cualquier precio la dominación del capital sobre las clases trabajadoras. Y por ello han jurado matar la revolución rusa” (25 de julio de 1918).

El relato de ese camino, que va desde desde la escritura y posición de un informador profesional que se pretende neutral (“No soy bolchevique. Percibo la extensión del mal causado, en Rusia, por la propaganda demagógica”), hasta la revelación íntima y final de un nuevo yo ideológico (“…una evolución progresiva, necesariamente mandada por el desarrollo de los hechos y completamente razonable”. “…llevarles a comprender la revolución rusa, a apoyar su sublime esfuerzo y gritar conmigo: ¡Viva la república de los sóviets!”), es lo que aporta la diferencia específica que hace emblemático y excepcional este libro, que recoge y trasmite en un mismo tiempo una historia de alta relevancia en lo colectivo, la revolución soviética, y una “aventura del yo”, la conversión al comunismo de un socialista moderado: “Pero el mundo ha cambiado a mi alrededor, y me he dado cuenta. Todos deben darse cuenta” (27 de julio de 1918). “Hoy pienso que Lenin y Trotski vieron más claro que nosotros, socialistas oportunistas y conciliadores, que han sido más realistas, que son más que nosotros los discípulos atentos y los auténticos aplicadores del marxismo” (1 de septiembre de 1918). Sin necesidad de salvaguardarse acudiendo a las socorridas ficciones del yo, Sadoul pone al descubierto, instalándose en un ángulo inusual para estos propósitos, lo político, el cómo se puede hacer visible, narrar la geología interna de un yo concreto, la conformación, densidad y dinámica de sus capas ideológicas, éticas y morales, el diagrama emocional de sus terremotos, epicentros y temblores, y sus correspondientes efectos sobre el paisaje social donde lo común y lo individual encuentran su destino.

4. REDOBLE DE CONCIENCIA

Hemos escrito hasta aquí partiendo de la afirmación de que este libro está formado por un conjunto de cartas que cuentan y dan cuenta de la correspondencia durante meses entre el capitán Jacques Sadoul y su amigo y jefe el diputado socialista Albert Thomas. Es una afirmación falsa, como cualquier lectura pone en evidencia. En primer lugar, el libro se abre con un texto de Henri Barbusse datado en julio de 1919 que a modo de prefacio resume, sin duda con mejor pulso que este prólogo, sus contenidos e intenciones. A continuación se presentan dos cartas que según parece el capitán Sadoul hizo llegar, con fechas de 14 y 18 de julio de 1918, al escritor Romain Rolland,11 y se prosigue, antes de que podamos leer la primera carta de Sadoul a Albert Thomas, con otra que precisamente este último mandó, con fecha de 19 de enero de 1918, al capitán Sadoul desde París a la embajada francesa en Petrogrado. Debemos señalar también que el conjunto de cartas de Sadoul se cierra con una última, datada el 17 de enero de 1919, que este no envía a Albert Thomas sino a Jean Longuet, diputado del ala de la izquierda socialista y director del diario Populaire, del mismo signo, que se publica en París. Aparentemente, esta mezcla de cartas con distintos destinatarios y remitentes parece algo incongruente desde el punto de vista editorial y seguramente esta sea la razón de que ya en la primera página una nota de los editores avise de que a las cartas que tienen a Albert Thomas como destinatario se han unido esas otras que hemos referido. Editorialmente hablando, parecería más congruente darle mayor unidad al libro centrando exclusivamente el volumen en la correspondencia con el diputado Thomas. Pero no, también esta “diferencia”, respecto a los criterios editoriales comunes, señala su singularidad, pues es la presencia de esos otros textos lo que otorga al libro una dimensión que sin contravenir nada de lo dicho en el prólogo le concede al conjunto de textos otra nueva dimensión, también política e íntima.

Ya el texto de Barbusse se abre con un párrafo que deja traslucir que “algo” está pasando alrededor de Sadoul y sus cartas: “La publicación integral de estas notas de buena fe está dirigida a la gente de buena fe. Ha sido decidida en conciencia por hombres que conocen y estiman a Jacques Sadoul, pero que, elevándose por encima de cuestiones personales, son sobre todo amigos de la verdad. Piden a la opinión pública que aborde estas cartas sin prejuicios”. ¿Por qué decir que las notas de Sadoul son notas “de buena fe”? ¿Por qué subrayar que su publicación “integral” ha sido decidida “en conciencia”? ¿Por qué Barbusse, asumiéndose como representante de esos “amigos de la verdad”, se dirige “a la opinión pública”? Después de esta obertura que trae ecos del famoso J’Accuse…! de Zola sobre el caso Dreyfus, continúa comentando con talento tanto los indudables méritos que las cartas de Sadoul reúnen, su sinceridad, su agudeza, el acierto en el método, su discernimiento, como su valor histórico y político para finalmente cerrar su intervención con un último y dramático párrafo que parece constituirse, confirmando aquellos ecos dreyfusianos, como un discurso de alegación en defensa de Sadoul que nos obliga a entender toda la intervención de Barbusse como una especie de pliego de descargo: “Jacques Sadoul ha sido víctima de su sinceridad […]. En Francia se ha abierto una instrucción contra él, tras ciertas denuncias. Pretendían inculparlo de divulgación de secretos profesionales. Estos cargos no se sostenían. Entonces han hecho recaer sobre él la grave acusación de inteligencia con el enemigo, que no está más fundada”. De pronto todo encaja de nuevo: la presencia de unos textos que podían parecer una incoherencia desde un punto de vista estrictamente editorial ahora se revela como signo y señal de todo lo contrario: las cartas a Romain Rolland y Jean Longuet, así como la carta de Albert Thomas a Jacques Sadoul y, en en extremo, toda la correspondencia del capitán Sadoul con el exministro de Armamento, se constituyen en piezas del testimonio de descargo, en pruebas en defensa de su inocencia frente a las acusaciones que se han levantado contra él. Pero, ¿de qué se le acusa y quién le acusa?

Durante la lectura hemos ido conociendo el malestar que en los medios diplomáticos y gubernamentales han venido originando sus notas tan contrarias al pensamiento, intereses y línea de actuación oficiales, y sabemos que el mismo Sadoul es consciente de que con sus informes se está ganando intranquilidad y enemigos. “He trabajado con todo mi corazón y a plena luz. Absolutamente todas mis críticas se han presentado de viva voz a los interesados, absolutamente todas las líneas de mis notas han sido enviadas por correo ordinario y, por consiguiente, no han podido escapar a la vigilancia del control postal. Tengo la conciencia clara y la convicción de haber servido constantemente, a menudo en contra de mi interés personal y mi tranquilidad, a los intereses de Francia en la limitada medida en que podía. Es la primera vez que pronuncio tal alegato. Pero solo escribo esto tras conocer los ataques que se están efectuando contra mí por todas partes” (carta del 13 de abril de 1918). Mientras leemos comprobamos que la “impertinencia” de sus interpretaciones y denuncias le está generando entre los miembros del cuerpo diplomático en Petrogrado antipatías, malevolencias y acusaciones veladas de simpatía hacia los bolcheviques –“es al partido bolchevique, ‘a mi partido’, como murmuran amablemente algunos buenos camaradas” (8 de mayo de 1918)–, pero leemos estos reparos como una lógica consecuencia del desencuentro ideológico que se produce entre su visión de la revolución soviética y la visión dominante claramente antibolchevique. Ni siquiera cuando los recelos de Sadoul toman un cariz dramático pensamos que las actuaciones contra él puedan ir más allá de la descalificación personal o profesional. “Me han avisado, en efecto –gracias a gente honesta asqueada por las suciedades cometidas contra mí–, de que unos anglo-franceses previsores contemplan ejecutarme. Mi retorno a Francia perturbaría, al parecer, muchas quietudes. Saben que las notas incautadas no contienen más que informaciones extraídas de fuentes bolcheviques y reflexiones personales basadas en esas informaciones. Pero no ignoran que mis notas secretas y mi memoria encierran, sobre la nefasta acción acometida por los representantes aliados en Rusia, numerosas indicaciones cuya revelación provocaría, sin duda, un penoso escándalo a expensas de estos señores” (1 de septiembre de 1918). Hemos de llegar hasta la última de sus cartas, la dirigida a Jean Longuet, para hacernos conscientes de que aquellas acusaciones de las que hablaba Barbusse en su presentación han alcanzado una envergadura que no solo va mucho más allá de un juicio personal sino que, vía consejo de guerra (otra vez los ecos Dreyfus), tiñe de tragedia el peculiar, excepcional y paradójico destino de Jacques Sadoul: “Toda esta gente sabe que cuando vuelva a Francia, si la desgracia de los tiempos quiere que vuelva bajo un ministerio socializante o incluso revolucionario, las revelaciones que expondré sobre su acción en Rusia determinarán un escándalo que debería ser extremadamente peligroso para ellos. Han decidido impedirme volver por todos los medios. Primero han intentado ejecutarme. […] Ahora piensan en el asesinato legal, es decir un juicio”.

Porque la historia de Jacques Sadoul se encuentra sin duda durante el tiempo de escritura de estas cartas en un momento de especial relieve que en ningún caso podemos dar por finalizado.

Valga recordar, dado el importante papel que van a ocupar en las acusaciones contra él más tarde, que con fechas 14 y 18 de julio de 1918 Sadoul ha escrito desde Moscú unas cartas al escritor Romain Rolland en las que afirma el carácter criminal de la intervención armada que los ejércitos aliados ha puesto en marcha para “aplastar la revolución rusa” y le suplica que lea sus notas y las dé a conocer a la opinión pública añadiendo además su convencimiento de que “Ya me han avisado unos amigos informados, de que, en cuanto vuelva a Francia, procurarán ahogar mi voz por todos los medios”. No consta que Rolland hubiera reaccionado a este envío en caso de haberlo recibido. El problema surge cuando, una vez desatada la confrontación armada entre las potencias aliadas y el gobierno soviético, esta determina el arresto de las misiones militares aliadas, irrumpe en los locales de la misión francesa y requisa la documentación que allí se encuentra. Sadoul cuenta con cierto detenimiento la historia en carta a Albert Thomas de 1 de septiembre de 1918: “En cuanto volví a la misión, donde sería arrestado unos instantes más tarde, constaté la desaparición de mis notas y avisé al general Lavergne. Había asistido al registro. Por tanto, solo podía reprocharse a sí mismo la requisa de esas cartas que transporté a la misión, siguiendo sus instrucciones, precisamente para sustraerlas al peligro de un registro en mi domicilio. Claro está, ese día, el general no pensó dirigirme ningún reproche. Se limitó a lamentar, como yo, un descubrimiento que probablemente podía conducir a una publicación desagradable. Quince días después, en efecto, Izvestia publicaba una de las cartas incautadas, enviada por mí a Romain Rolland el 14 de julio, y en la cual subrayaba los peligros de una intervención interaliada emprendida en Rusia menos contra Alemania que contra el poder de los sóviets. Mi carta fue comentada en los periódicos maximalistas. Esta publicación asustó al general Lavergne”.

Este incidente acabaría siendo una de las pruebas de cargo en el consejo de guerra que se le abrirá a Sadoul. Pero hay otros factores y circunstancias que explican la decisión del gobierno de inculparle. Sadoul ni va a permanecer encarcelado por los soviéticos ni va a regresar a su país cuando la mayoría de los componentes de la misión militar sean repatriados a Francia. Por el libro de Marcel Body Los grupos comunistas franceses de Rusia 1918-1921 podemos conocer algunas noticias más sobre los quehaceres de Sadoul a partir del otoño de 1918: “El sábado 30 de agosto de 1918, dos oficiales y dos soldados de la misión militar francesa en Rusia se adhirieron al grupo comunista anglo-francés creado por los bolcheviques dentro de la ‘federación de grupos extranjeros’ en Moscú. Los oficiales eran el capitán Jacques Sadoul y el teniente Pierre Pascal; los soldados Robert Petit y Marcel Bondy, el autor de estas líneas”.

La Federación de grupos extranjeros comunistas, sigue aclarando Body, había sido fundada en los primeros meses de 1918 para reunir en organizaciones distintas pero colocadas bajo la autoridad directa y constante del partido obrero socialdemócrata (bolchevique) a los simpatizantes reclutados entre los prisioneros alemanes, austriacos, húngaros, rumanos, búlgaros, rutenos de Galitzia (muy numerosos entre los austriacos) y un pequeño número de franceses; el grupo inglés estaba compuesto casi exclusivamente por emigrantes rusos retornados de Inglaterra y América.

12La III Internacional