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Adam J. Jackson

Los diez secretos de la Riqueza abundante

Editorial Sirio

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Título original: The Secrets of Abundant Wealth

Traducido del inglés por Luisa Fernández Sierra

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Composición ePub: Pablo Barrio

Este libro está dedicado a la memoria de Annie Woolf.

Agradecimientos

Me gustaría manifestar mi gratitud a todos aquellos que me han ayudado en mi trabajo y en la redacción de este libro. Estoy especialmente agradecido a:

Mi agente literario Sara Menguc y a su asistenta, Georgia Glover, por todos sus esfuerzos y trabajo en mi beneficio.

A todos en Thorsons, pero especialmente a Erica Smith por su entusiasmo y constructivos comentarios a lo largo de la elaboración de este libro, y a Fiona Brown por revisar el manuscrito.

A mi madre, que siempre me animó a escribir y que continúa siendo una fuente de inspiración y de amor; a mi padre, por su ánimo, orientación y ayuda en todo mi trabajo, y a toda mi familia y amigos por su cariño y apoyo.

Y por último, a Karen, mi esposa y la más comprensiva de mis revisores. No es posible expresar con palabras el amor que siento por esta persona que siempre ha tenido fe en mí y ha creído en mi trabajo.

Introducción

Cuando la riqueza comienza a fluir, lo hace con tanta celeridad y abundancia que uno se pregunta dónde había estado escondida en todos esos años de escasez.

NAPOLEON HILL «Think and grow rich»

Para cuando llegamos a los sesenta y cinco años, más del noventa por ciento estamos muertos o ¡muertos de hambre! Sólo el ocho por ciento de los hombres y el dos por ciento de las mujeres disfruta de una situación económica independiente, y menos de un uno por ciento de la población es adinerada. ¿Por qué? ¿Qué sabe ese uno por ciento que los demás no saben? ¿Son acaso más inteligentes? ¿Más cultos? ¿Trabajan más duro? ¿O simplemente tienen más suerte y la fortuna les sonríe?

Durante años todas esas cuestiones me inquietaron. Si la riqueza o la prosperidad es algo a lo que todos aspiramos, ¿por qué ni siquiera una de cada cien personas la logra? ¿Por qué tantas tienen que hacer malabarismos para llegar a fin de mes, se sienten atrapadas, incluso impotentes, e incapaces de hacer sus sueños realidad? Sin embargo, un día conocí a un extraordinario anciano que me reveló los Secretos de la Riqueza Abundante —diez principios mediante los cuales uno puede procurarse no sólo riqueza, sino ¡riqueza en abundancia!

La Riqueza Abundante no se mide exclusivamente por el saldo de tu cuenta bancaria, por la cantidad o valor de tus posesiones, sino que se trata más bien de contar con los medios necesarios para vivir la vida de la manera que tú elijas. Las circunstancias en las que te encuentres no importan: seas joven o mayor, casado o soltero, blanco o de color. Las circunstancias externas —el estado de la economía, el clima, la política gubernamental— no rigen nuestras vidas: ¡están bajo nuestro control! Cuando comenzamos a tomar las riendas, a hacernos responsables de nuestra vida, nos damos cuenta de que tenemos poder para llevar a cabo cambios y hacer nuestros sueños realidad.

A diferencia de muchas otras parábolas, los personajes de esta historia están basados en personas reales, si bien, como es lógico, he cambiado sus nombres. Es mi esperanza que su historia anime al lector a seguir su ejemplo y a crear Riqueza Abundante en su propia vida.

Adam J. Jackson

Hertfordshire. Noviembre 1995

Un paseo por el parque

Aún estaba oscuro y hacía frío cuando el joven abrió la puerta de su casa y salió a la calle, pero no más de lo que cabría esperar a las seis de la mañana de un lunes a principios de febrero. Las farolas estaban aún encendidas y ya se apreciaba un pequeño pero continuo fluir de coches. Hasta no hacía mucho, levantarse a las ocho había supuesto todo un esfuerzo, pero en los últimos meses se hallaba inquieto y su patrón de sueño habitual se había vuelto intermitente y esporádico.

Atravesó la calle y subió hacia el parque de la colina. Su padre siempre había tenido la costumbre de dar un enérgico paseo por el parque al amanecer para abrir los pulmones y despejar la cabeza antes de comenzar con las tareas del día. «Si das un paseo por la mañana temprano», le decía su padre, «verás cómo te surgen nuevas ideas, inspiración y soluciones para tus problemas más difíciles».

«Es como si los ángeles te susurraran», había dicho su padre. Pero en las dos semanas que llevaba dando estos paseos matutinos no había escuchado ningún susurro, ninguna idea nueva, ninguna inspiración y sus problemas no tenían solución.

Al pasar por los amplios chalets de la zona se imaginó lo maravilloso que sería tener dinero suficiente como para vivir en una residencia tan majestuosa. Sería fantástico poder comprar y vivir en una de esas mansiones. Se dejó llevar y, en un instante, las imágenes de lo que sería vivir allí colmaron su mente. Se vio relajado en una sala de estar espaciosa y bien iluminada, disfrutando de un amplio jardín en un día soleado, se imaginó amplios dormitorios de invitados para alojar a los amigos y familia que desearan visitarle; ésta era su versión del paraíso.

Pero cuando pasaba por la última de las casas señoriales del parque, las fantasías se fueron desvaneciendo y su mente volvió a la realidad. La cruda realidad era que nunca había tenido dinero ni para un piso pequeño, ¡cuanto menos para una casa de esas dimensiones!, y a menos que le tocara la lotería, nunca tendría los medios suficientes para comprar una propiedad de esas características. Desde el punto de vista económico la vida era, siempre había sido y posiblemente siempre sería, una lucha continua.

Ya en el parque el joven se dirigió a la pista de deportistas y aceleró el paso hasta alcanzar una marcha rápida. Mientras caminaba no pudo evitar sentir que el destino había conspirado contra él. Si hubiera tenido la suerte de nacer en una familia acaudalada… Si se hubiera topado con la suerte y las oportunidades que otras personas encuentran en su camino…

Pero la verdad era que el problema de este joven no era diferente del de la mayoría de la población. A fin de mes estaba en números rojos y a la vuelta de cada esquina le esperaba un recibo que pagar. De una manera u otra —Dios sabe cómo— se las iba arreglando para salir adelante, pero eso era todo. Y en los últimos meses, con la depresión económica, estaba resultando aún más difícil. Le daba la impresión de que estaba trabajando más horas que nunca pero ganando menos y no podía ver la manera de levantar cabeza, menos aún de costearse todo aquello con lo que soñaba.

Había soñado con convertirse en un escritor famoso, mantener a una familia y ser el propietario de su vivienda, pero dadas las circunstancias actuales su sueño estaba todavía muy lejos de la realidad y en lo más hondo de su ser no creía posible cumplirlo. De joven quizás hubiera tenido el valor suficiente para abandonar su trabajo y buscar algo que le gustase más, pero con todas las deudas que tenía, ahora no podía permitirse el lujo de perder su empleo.

Estaba atrapado; atrapado en un trabajo que no estaba especialmente bien remunerado, sin alicientes y que no le interesaba de verdad. Muchos de sus compañeros parecían igualmente aburridos y faltos de interés. Para ellos, como para él, el trabajo era simplemente una forma de ganarse la vida, de sobrevivir.

Y así, con el transcurso de los años, el joven adulto había renunciado a sus esperanzas y sueños de muchacho. A todo lo que ahora podía aspirar era a seguir sobreviviendo… lo mejor que pudiese. Mientras seguía andando por el parque lo único que podía esperar y pedir, si es que los ángeles existían, era que uno de ellos le susurrara alguna idea, alguna inspiración que, por arte de magia, le diera un vuelco al destino.

El joven estaba tan ensimismado en sus propios pensamientos que no había notado la salida del sol sobre el roble al este del parque ni la canción de los petirrojos, ni siquiera se había percatado de que un anciano caminaba ahora a su lado.

El encuentro

Una voz sacó al joven de su ensimismamiento.

—Buenos días —le dijo el anciano de aspecto oriental que caminaba a su lado.

—Buenos días —replicó el joven, al tiempo que miró al anciano de soslayo. Era un hombre bajo, cuya cabeza apenas le llegaba a los hombros y vestía un chandal negro.

—¿Le importa si me uno a usted? —preguntó el anciano.

—Siéntase como en su casa… Si puede mantener mi paso —replicó el joven.

—Lo intentaré —replicó el anciano con una sonrisa, al tiempo que aceleraba el paso—. Tiene usted el aspecto de un hombre con problemas.

—No realmente —replicó el joven sin levantar la mirada.

—¿Sabe usted?, en mi país, China, creemos que todo problema trae consigo un don, que cada adversidad contiene la semilla de un beneficio similar o mayor.

—¡Pffff! —gruñó el joven con cierto desdén.

—Es cierto para todo… incluso para los problemas económicos —comentó el anciano.

El joven contuvo la respiración ante las palabras del hombre,

—¿Qué beneficios se pueden derivar de tener problemas con el dinero? —dijo, al tiempo que le miraba de frente.

—Los problemas económicos abren la puerta a la riqueza abundante, a una riqueza más allá de lo que jamás haya soñado —fue la respuesta del anciano.

—¿Cómo es posible? —quiso saber el joven.

—¿Sabía que muchos de los hombres más ricos y famosos del mundo, en una ocasión u otra han estado en la ruina o han sido pobres?

—No —replicó el joven con un movimiento de cabeza.

—Abraham Lincoln estaba en la bancarrota a los treinta y cinco años y, sin embargo, se convirtió en uno de los hombres más ricos y poderosos de la historia de los Estados Unidos. Og Mandino era un vagabundo y un borracho, pero llegó a ser uno de los escritores de más éxito de todos los tiempos, y Walt Disney se arruinó varias veces antes de crear el imperio Disney.

El joven estaba perplejo. Siempre había creído que ser pobre o arruinarse era algo que le pasaba sólo a los fracasados y a los perdedores.

—¿Pero cómo es posible? —preguntó—. ¿Cómo puede alguien beneficiarse del hecho de no tener un céntimo?

—Es muy simple —sonrió el anciano—. La gente no busca la prosperidad cuando está satisfecha con su vidas. Necesita inspiración o estar desesperada antes de introducir cambios en ella. Unos pocos se tropiezan con la inspiración, pero muchos, muchos otros, cambian porque se ven forzados a ello.

«Cuando realmente estás desesperado comienzas a cuestionarte tu vida y la naturaleza de las preguntas que te haces conforman tu destino».

El rostro del joven comenzó a recuperar el color, pero su expresión era aún de incredulidad.

—Permítame preguntarle algo —continuó el anciano—. ¿En qué pensaba cuando le interrumpí?

—No estoy seguro. Supongo que me estaba preguntando por qué me suceden ciertas cosas.

—¿Dónde cree que le llevará ese tipo de preguntas?

—No lo sé —admitió el hombre.

—¡Exactamente! —exclamó el anciano—. Le conducen a «no lo sé». O mucho peor, le conducen a respuestas falsas. Las preguntas con «por qué» siempre son así. Su cerebro siempre buscará una respuesta a la pregunta que usted se haga; las preguntas con «por qué» no albergan esperanza, ni soluciones, ni futuro. ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué tengo tal lío? ¿Por qué no puedo levantar cabeza? Esas cuestiones no le llevan a uno a ninguna parte. Los grandes hombres se hacen otro tipo de preguntas. Se preguntan «cómo» y «qué»: ¿Cómo puedo mejorar mi calidad de vida?», o mejor aún, «¿qué necesito hacer para crear riqueza en mi vida?

—No lo sé —replicó el joven—. Lo que necesito no son preguntas, sino respuestas.

—Pero si lo que desea es hallar la respuesta correcta —añadió el anciano—, primero debe hacerse usted la pregunta adecuada. Está escrito en la Biblia: «Busca y encontrarás, pide y se te dará».

—Suena bien, pero la vida no es tan simple.

—¿Cómo lo sabe? ¿Lo ha intentado alguna vez? —le refutó el anciano—. Tal vez la vida sea más sencilla de lo que usted cree.

—Bueno, a mí no me parece tan sencilla —comentó el joven—. Haga lo que haga no puedo levantar cabeza. Lo he intentado todo, pero nada funciona.

—No olvide la regla de oro para la solución de problemas —advirtió el anciano.

—Que es…

—Cuando crea que ya ha explotado todas las posibilidades, recuerde una cosa… ¡no lo ha hecho!

—Todo eso está muy bien, pero no veo qué más puedo hacer —replicó el hombre más joven—. Nunca he sido adinerado y no creo que nunca lo sea. Tal vez no tenga lo que se precisa para ello…

—¿Y qué es exactamente lo que se precisa que usted no tiene?

—No sé. Para empezar se necesita dinero para hacer dinero.

—¿Qué le hace pensar eso? ¿Sabía que Aristóteles Onassis comenzó su empresa con menos de doscientos dólares, ningún título universitario y ningún pariente rico? Y, sin embargo, se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo.

—Bueno, quizás tuvo suerte —aventuró el joven encogiéndose de hombros.

—La mayoría de las personas ricas comienzan con muy poco o ningún capital. Anita Roddick empezó la cadena Bodyshop elaborando sus productos de cosmética en una cochera. Bill Gates, uno de los hombres más ricos en la actualidad, amasó su fortuna gracias a las innovaciones que introdujo en la industria de la informática. Anthony Robbins, el escritor de bestsellers y uno de los líderes más entusiastas del desarrollo personal, estuvo en una ocasión en la ruina y viviendo en un pequeño apartamento. Sin embargo, se las arregló para darle un giro a su vida y, en menos de un año, se hizo millonario y compró un castillo a tres mil quinientos metros de altitud con vistas al océano. ¿Cree que el éxito de estas personas se debió a un golpe de suerte?

—Bueno, puede que no fuera sólo eso —admitió el joven—. Pero uno necesita un golpe de suerte de vez en cuando, ¿no?

—Todas la personas que han acumulado dinero comparten una característica muy importante: responsabilidad personal. Han tomado responsabilidad por sus acciones y decisiones. No culpan a la economía ni al gobierno, al tiempo o a su infancia de los problemas que tienen. Las personas acaudaladas no esperan a tener un golpe de suerte o a que surjan las circunstancias adecuadas: toman la iniciativa y buscan soluciones. Hacen la firme determinación de triunfar.

—Puede que tenga razón —admitió el joven—. Todo lo que sé es que siempre he tenido que esforzarme para salir adelante económicamente. Puede que sea mi destino.

—El único destino que existe es el que uno crea —repuso el anciano—. El hecho de que nunca haya sido pudiente no significa que nunca lo vaya a ser. La lección más importante que usted puede aprender de la vida es que su futuro no tiene que ser lo mismo que su pasado. Sólo si continúa haciendo las cosas que siempre ha hecho, continuará obteniendo los resultados de siempre.

Los dos hombres prosiguieron su marcha a lo largo del lago en la cara norte del parque. Se cruzaron con dos personas haciendo «footing» cuyos alientos se condensaban por el aire frío. El hombre más joven reflexionaba sobre lo que el anciano había dicho. No cabía duda de que sus palabras tenían sentido, pero aún no estaba convencido del todo.

—No se necesita tener dinero para hacer dinero —prosiguió el anciano—. No hace falta tener parientes ricos, ni un título universitario, ni un golpe de suerte. Uno tiene todo lo que necesita para procurarse riqueza.

—¿Usted cree que es tan sencillo? —preguntó.

—Claro que lo es. La suerte no tiene nada que ver con esto. Usted, al igual que cualquier otra persona, tiene el poder de crear su propio destino.

—¿Está usted sugiriendo que cualquier persona puede volverse acaudalada? —inquirió el joven.

—¡Por supuesto que eso es lo que digo! Y ¿sabe una cosa? Pues que la mayoría de la gente es rica, pero ¡no lo sabe!

—¿Qué quiere decir? Las personas que posean algún tipo de riqueza lo sabrían…

—Uno lo creería así —replicó el anciano—. Pero no es cierto. Usted es un ejemplo típico. ¿Se considera pobre porque tiene que esforzarse para pagar sus cuentas?

—Sí, ¿pero como sabe usted que…? —empezó a decir el joven.