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Nova Casa Editorial

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© 2015, Emiliano Campuzano

© 2015, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Maite Molina

Cubierta

Vasco Lopes

Maquetación

Noemí Buesule

Impresión

QP Print

Corrección

Claudia Márquez

Primera edición: Diciembre de 2015

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;
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Emiliano Campuzano

Cielo por tu luz

Nova Casa Editorial



A mi Laura, donde quiera que esté.

A Kari, a Dana por sus consejos.

A ti, por leer.

ANTES

Crecimos juntos desde que nos conocimos a los 5. Luz, Lucía Hernández, la niña de enfrente, la de cabellera china castaña y ojos color ámbar; hija de un exitoso contador y una chef, y también excelente madre. Cinco meses menor que yo.

Mi mamá era amiga de la suya y nos llevaban a todos los desayunos que organizaban los martes entre amigas; desde ahí, fuimos inseparables; por lo menos hasta que el destino decidió mostrar sus verdaderas cartas.

Era mi mejor amiga en la escuela y lo fue hasta que se fue; nos sentábamos juntos todos los días en el recreo y, al salir de clases, iba a su casa a jugar y platicar; como dije, crecimos juntos.

Nos reíamos de todo y hasta aprendí a cocinar bajo las enseñanzas de su mamá —aunque, debo admitir, soy más bien un desastre en la cocina—, veíamos las mismas películas y hasta nos metieron a un curso de piano juntos; tenía un hermano, Gabriel, cuatro años mayor que nosotros, quien aprendió a quererme como a su propio hermano. Sí, todo lo hacíamos juntos.

A los 8 años fue nuestro primer beso, estábamos viendo una película (creo que era Dirty Dancing que, por cierto, estaba prohibidísima por sus papás porque eran súper sobreprotectores) y ella me preguntó por qué los adultos se besaban como en la película, yo le contesté que no lo sabía, estábamos en esa edad en la que cualquier contacto físico con un individuo del sexo opuesto, nos causaba repulsión, pero nos surgió la duda a los dos.

—¿Tú ya has besado? —me preguntó con esa voz tierna que nunca perdió.

—No ¿y tú?

—No… ¿Lo intentamos?

—Si quieres…

Me acerqué a ella y ella a mí, cerramos los ojos imitando a los personajes de la pantalla, hicimos los labios hacia afuera y nos dimos un pequeño beso, que, aunque duró un escaso cuarto de segundo, fue y siempre será el beso más importante de nuestras vidas; sucedió, por primera vez, compartimos un (muy breve) roce de labios.

Fuimos a Disneylandia juntos a los 9, ella siempre fue más tenaz que yo, ella podía subirse mil veces a una montaña rusa; a mí, en cambio, tenían que arrastrarme para subirme a la rueda de la fortuna. En fin, desde viajar, ver películas o hacer las tareas de la escuela, todo, todo tenía que incluirla a ella, y eso, es una de las muchas cosas que le agradezco a la vida.

A los 11, empezó a gustarme, o por lo menos, aprendí a nombrar ese sentimiento que siempre estuvo ahí; y, por lo que decían sus amigas y su hermano, ella también sentía lo mismo por mí. Un año después, todos mis amigos me presionaban para intentar algo, y, siendo sincero, no era gran presión, yo también quería; dicen que siempre fuimos un poco más adelantados a nuestra edad y pues, siempre tuvieron razón.

Le iba a pedir que fuera mi novia un viernes doce de noviembre, había practicado unas 200 veces lo que le iba a decir y toda la semana estuve nervioso. Entonces llegó el día, me puse mi playera de la suerte y practiqué por última vez el speech.

Toqué nervioso su puerta y guardé el chocolate que le compré en el receso en mi bolsillo derecho; su mamá abrió la puerta, me miró con cara de conocer mis intenciones y le gritó a Luz que la buscaba. Salió con una blusa rosa fosforescente y unos jeans. Era más alto que ella por poco, me miró a los ojos y yo la miré a ella; nos fuimos al jardín de nuestra calle y nos sentamos en una banquita que había allí, me aclaré la garganta

—Luz, me gustas muchísimo… ¿Quieres ser mi novia? —simples palabras para todo el discurso que había preparado.

Me abrazó y sin dudar me dio el «Sí». Fue el momento más especial de mi vida hasta ese punto; sin embargo, no nos duró mucho el gusto, solo un año pudimos estar juntos sin preocupaciones.

—Le dieron un trabajo a mi papá en los Estados Unidos.

—¿Te vas a ir, entonces? ¿Cuándo volverás? —le pregunté, sacado de onda.

—No lo sé, nos iremos en una semana.

—¿Y cuándo volverás? ¿Por qué no me dijiste antes, Lucía?

—No lo sé. Mi papá me dijo hasta ahora, perdón.

—Lucía, no te vayas, por favor.

—No es cosa mía, perdóname —me dijo llorando.

—Te voy a esperar hasta que regreses.

—Te llamaré en cuanto llegue y hablaremos todos los días.

—Todos los días…

—Sí, todos, lo prometo.

—Te Amo Lucía.

—Yo te amo más…

Pasamos esa última semana juntos como si fuera la última del mundo, estábamos juntos a cada hora, cada minuto y cuando nos íbamos a dormir, no dormíamos por estar pegados al teléfono; incluso no entramos a clases toda la semana, nos saltábamos clases para aprovechar cada día como si fuera el último que nos veríamos. Y, al final, sí fue el último. La acompañamos al aeropuerto, su vuelo salía a las 8 de la noche, mi padre se sentó a leer un libro mientras mi mamá se despedía interminablemente con la suya, su papá y su hermano cargaban el equipaje y, como era de imaginarse, Luz y yo no acabábamos de despedirnos, a punto de ahogarnos en lágrimas y recuerdos.

—Todos los días ¿sí?

—Todos los días, mi amor, te llamaré cuando llegue para que anotes mi número.

La voz en la bocina anunció que su vuelo estaba a punto de abordar, nos daba tiempo para un último beso y una última promesa, y no nos dimos el lujo de desperdiciarlo. Le besé sus labios por última vez y la abracé hasta que nuestros corazones se tocaron y latieron al unísono.

—Te voy a esperar.

—Yo te voy a amar para siempre.

La solté y la miré por última vez mientras pasó por la puerta de la sala de abordaje, ella me miró también y se alejó. Esperé en mi casa junto al teléfono casi un día. Como podrán imaginar, las cosas no salieron como las planeamos, y, de hecho, la supuesta llamada nunca llegó; sus papás eran muy sobreprotectores y nunca le dejaron empezar una red social, o por lo menos es todo lo que sabía; nada, nada supe de ella después de eso.

Creo que todos soñamos con la idea de que el primer amor siempre es perfecto y, tal vez a consecuencia de las películas o los libros, queremos pensar que es infinito; no es que a mí no me gustara pensar así, pero las circunstancias me enseñaron dos cosas principalmente:

1) No idealizar el mañana: me hubiera gustado que Luz hubiera sido sincera desde un comienzo y hubiese llamado. Aprendes, con el tiempo que no se trata de lo que pasará el día siguiente sino de disfrutar el hoy. Me arrepiento de no haber disfrutado como debí.

2) No prometer más de lo que puedes cumplir: También, con la experiencia, aprendes que es imposible prometer un siempre, claro que es lindo y hasta un tanto romántico prometer un amor infinito, pero simplemente no es posible. Siempre existirán enfermedades, muertes, mentiras, viajes y el destino; y por más fuerte que sea la voluntad, para siempre no es real. «Hoy» y «ahora» sí, y es lo que importa.

Las promesas no se cumplieron, yo, con el tiempo me volví a enamorar y no la esperé el tiempo que le juré, y ella de seguro encontró a alguien también; todo un amor y una vida juntos quedó en solo eso, una promesa olvidada. Sin embargo, me duele aceptar, no hay un día que no espere escuchar junto al teléfono, aunque sea una sola vez más, su voz.

Esta no es mi historia, ni la de ella, ni tampoco es la de las circunstancias; esta es una historia sobre la vida, sobre el amor y sobre las enseñanzas que nos deja la muerte, aún antes de llevarnos con ella. Es la crónica de una sonrisa, un beso, una noche y de la suerte que nos toca. Esta es la historia de NOSOTROS, no somos protagonistas como individuos separados sino como uno solo, cada párrafo estaría incompleto sin la presencia del otro.

Esta es la historia de mi persona, Alejandro Bernal, desde los labios de Lucía Hernández, el amor de mi vida, esta es la historia del romance trágico que nos preparó cruelmente el destino; la de nuestro amor; y también, sobre el cielo, que es azul, eterno, inmenso y que por fin tuvo un motivo para esperar.

I

—Güey, güey, despierta, la maestra te está hablando.

Levanté la cabeza gracias al aviso de Miguel, todos los ojos del salón se clavaron en mí, creando un incómodo momento, acompañado orquestalmente por la voz de la maestra reclamándome por mi falta de respeto y atención, y regalándome una educada invitación a «largarme rapidito» de su salón e ir a dirección sin esperar.

Salí por la puerta y la cerré por detrás de mí. Caminé lentamente y finalmente me senté en las sillas de afuera de la oficina del director. La secretaria anunció mi nombre, indicando que ya podía pasar.

—¿Otra vez, Alex? Es la tercera esta semana. Estás a la mitad de la prepa y lo estás arriesgando todo por tu comportamiento.

—Ya, ya, prometo portarme bien.

—No podré cubrirte por siempre y lo sabes, pórtate bien.

Salí de la oficina del director, me fui a la cafetería de la escuela y me compré una Coca-Cola, como era de costumbre. Me senté a escuchar música y a ver la televisión de la cafetería, esperando matar el tiempo en lo que terminaba la clase. Por fin, 12:20, había terminado la clase, tiré la lata de refresco, salí de la cafetería y caminé por el pasillo para asistir a mi siguiente clase.

—Alex, güey, no me lo vas a creer.

—¿Qué?

Miguel se acercó a mí desde el otro lado del pasillo, con cara alegre.

—La orientadora trajo a una nueva chica al salón, es guapísima.

—¿Y? Tengo novia brother —contesté.

—Y… resulta que se me hizo familiar, no sé por qué.

—Equis amigo, ¿Qué nos toca?

—Economía y está por entrar el profe, yo no voy a entrar, tengo hambre. Pero en serio, deberías conocerla.

—Vale, ahorita te veo.

De pronto unos labios carnosos se lanzaron sobre los míos y mis manos se posaron sobre la cintura de una chica de estatura mediana y abundante cabello rubio: mi novia, Bárbara.

—Amor-de-mi-vida —me susurró entre dientes, mordiéndome el labio.

—Amor-de-mi-vida —contesté, siguiéndole el juego, mordiéndola también.

—¿Me llevas a mi casa?

—Tengo que ir a comer y…

—Mis papás no están

—Y te llevo a tu casa.

Reímos y ella me abrazó fuertemente, la abracé también y la apreté a mi pecho.

—Te quiero.

—Yo a ti te quiero también, gorda.

—Vete a clase, te veo al ratito, mi vida.

—Está bien, te quiero, no me olvides mucho.

—Todo menos eso, mi amor.

Entré a clase de economía, la cual repudiaba a más no poder. Solo queda un semestre —pensé—, un semestre más y te librarás de este idiota. Nos daban clase los mismos maestros por un año y luego, con las materias, cambiábamos profesores (¡Gracias a Dios!). Puse la mochila en mi lugar y saqué mi tableta para fingir tomar apuntes mientras jugaba (ya lo sé, soy un pésimo estudiante). Otro amigo, René, se sentó al lado mío, para no aburrirse y molestar conmigo al profe durante la clase.

Pasamos toda la hora aguantando un súper discurso sobre la crisis del 29 y asuntos aburridísimos que no quiero recordar, porque me causaría un tremendo dolor de cabeza. Era la última del día y salí feliz para ir con mi novia. La encontré esperándome en mi casillero, con su cuerpo perfecto cubierto por una pequeña chamarra que le quedaba más bien de ombliguera. Me puse mis gafas oscuras e inmediatamente me tomó del brazo para ir a su casa.

Venía pensando en todo lo que haría con ella ahora que sus papás nos estaban, cuando de pronto un fantasma, una aparición, rozó mis ojos; una chica de cabello chino castaño pasó por al lado de nosotros, con un rostro tan familiar que me hizo temblar.

—¿Estás bien, cariño?

—Sí, mi vida, solo pensé que vi algo pero nevermind, no te preocupes.

—Está bien, mi vida.

Subimos a mi auto, un viejo Buick que me habían regalado de cumpleaños, y nos dirigimos a su casa. Ella puso la radio a un volumen estridente, haciendo que la música de Avicii me retumbara en la cabeza. Finalmente llegamos y ella abrió la puerta de su casa, volteando a verme de manera provocativa.

—Ven, tonto.

Me tomó del pañuelo y me jaló para entrar a su casa. Nos empezamos a besar y nos sentamos en el sillón; me quitó la playera, enseguida yo le quité la chamarra. Poco a poco mis manos y las suyas se cruzaron en nuestra piel, mis dedos desabotonando su camisa velozmente; mientras ella ocupaba sus manos desabrochando mi cinturón y posteriormente mis jeans.

Sin planearlo, ya estábamos totalmente recostados sobre su sillón, yo sin playera y con el pantalón desabrochado y ella en bra y panties; su cabello rubio rozaba mi pecho mientras nos besábamos y las caricias se hacían cada vez más intensas y frecuentes.

Puse mis manos detrás de su espalda, y apreté mis dedos por detrás de su sujetador, este cayó inmediatamente, de pronto… sonó el timbre de su casa. Tratamos de ignorarlo unos segundos pero entonces se abrió la puerta. Bárbara brincó del susto tapándose el pecho con las manos y yo me tiré con la idea de que sus papás habían llegado. Para nuestra fortuna, era una de sus desesperantes amigas que, gracias a la brillante idea de mi novia, tenían llave de su casa.

—Bárbara, oye necesito que me prestes…

—¡Dios mío, Karla! ¡Si no abro la puerta es por algo! Shit.

—Perdón Barbie, ¿Cómo iba a saber que…?

—Hola Karla —saludé desde el suelo.

—Hola Alex, que gusto.

—Cierra la maldita puerta… —dijo enojadísima mi novia.

Karla cerró la puerta riéndose. Yo también reí.

—¿Y tú de qué demonios te ríes, Alejandro? —dijo Bárbara, besándome y poniéndose de nuevo sobre mí.

Me levanté, cargándola por las piernas y poniéndola enfrente de mí.

—Vamos a mi cuarto… —me dijo sonriendo, de manera sensual.

Fuimos a su habitación y la puse sobre la cama, yo me subí enseguida también. Nos besamos un rato más; entonces saqué el único condón que quedaba en mi billetera. Ella empezó a provocarme más, besándome el cuello y haciéndome chupetones. De pronto divagué, recordé a la chica de la escuela e intenté adivinar por qué se me hacía tan familiar, me estresé, sabía que la conocía y que era importante, pero no lograba recordar por qué o, quizá, no QUERÍA recordar. Entonces regresé de mi pensamiento al intentar abrir el condón, mis torpes manos se pasaron de fuerza y lo rompí; Bárbara me vio con una cara de odio combinada con risa y frustración, muy a su estilo.

—A la próxima te toca a ti conseguir la casa, tonto.

—Perdóname, bebé.

—Será la próxima vez…

—Mi amor

—Y eso si estoy de humor.

Me siguió besando y fajamos por un rato más, sin llegar a lo que habíamos planeado. Finalmente llamó por teléfono mi mamá, eso significaba que se pondría histérica, y si no iba no me prestaría el carro para salir con Barbie.

—Me voy mi amor.

Bárbara me despidió de su casa en bra y panties, provocando que me arrepintiera y sufriera cada segundo mientras me iba, al dejarla así sin aprovechar el momento. Lo logró. Me subí al carro y le bajé al volumen de la radio porque si no me reventaría los tímpanos. Encendí el motor y me fui a casa; debería haber pensado en mi Barbie y todo lo que pudimos haber hecho si no fuera por mi estupidez, pero en cambio, pensé en la chica de la escuela. ¿Sería ella de quién me hablaba Miguel?

Llegué a mi casa y bajé del auto. Dejé las llaves en su lugar y calenté mi comida en el microondas, escuchando en el piso de arriba los regaños de mi papá por llegar tarde. Me tratan como un niño de 10 años —pensé—. Y entonces se me ocurrió; ¿Podría ser…? No, sería una tontería pensar algo así; ella se fue y no tenía intenciones de regresar, y menos de saber de mí.

Me comí la sopa de fideos recalentada con agua de naranja mientras leía las noticias de mi red social en el celular. Busqué su nombre por si las dudas. Lucía Hernández, brincaron a la pantalla cientos de resultados con el mismo nombre, ninguno con amigos en común ni una foto que se le asemejara ni remotamente a ella.

Quité el parámetro de búsqueda y me metí al perfil de mi novia, me sentía muy suertudo por estar con ella. Era porrista, con un cuerpazo y una sed sexual insaciable, además de guapísima e inteligente —en muchos aspectos entre los cuales sobresalía su flexibilidad y habilidad para manipularme con solo hablar— todo lo que un hombre mataba por tener. Y yo, bueno, yo no era precisamente un mariscal de campo titular o el tipo más bueno o el más popular de la escuela; suerte, eso es lo que tenía y agradecía mantener, mucha, mucha suerte.

Esa noche me costó conciliar el sueño, la fracción de segundo que creí haberla visto, fue suficiente para tirar mi balance mental y ponerme en jaque emocional. Busqué entre mis cosas un álbum de fotos que tenía desde hace mucho tiempo, uno que ella me había hecho, más bien un scrapbook de mejores amigos (y novios en su momento) en el que habían fotos de Luz conmigo. Me vino tanto a la mente: los besos, las promesas, los momentos, los juegos, las peleas y su voz aguda y tierna a su manera.

Me acordé del último día que supe de ella, en el aeropuerto, nuestras promesas y nuestros sueños inconclusos. ¿Qué sería de ella? —me pregunté— ¿Y qué si la chica de la escuela sí es ELLA? —me replanteé la pregunta—. Sacudí la cabeza para quitarme esa duda de la cabeza, miré el cuadro de mi Barbie que estaba junto a la cama e intenté dormir, aunque, al final, me fue imposible.

Me senté un rato junto al teléfono, por si acaso.

II

Me quedé dormido junto al teléfono, y amanecí con un dolor de espalda y cuello impresionante. Me di un baño de agua tibia y me alisté para la escuela, tomé una barra energética de la alacena y me subí al Buick. Pasé por Bárbara y nos fuimos juntos al colegio. Era un día como cualquier otro, pero había una sensación extraña y pesada en el aire, casi visible. Podía sentir que ELLA estaba ahí, o tal vez quería que estuviera ahí; o quizá, todo lo contrario. Nos besamos y fuimos cada quien a nuestro salón, Miguel me esperaba porque no le gustaba estar solo en las mañanas, ni en ningún otro momento.

—¿Qué onda? ¿Sí viste a la chica nueva?

—No, ¿Cómo era?

—Era china y un poco morena, de ojos claros, se me hizo familiar.

—¿Familiar?

Conocí a Miguel dos años después de irse Luz, no tenía sentido que se le hiciera familiar, podía descartar la idea de que Lucía había vuelto.

—Sí, ya sé de dónde. Se parece a la niña del scrapbook que tienes en tu cuarto.

O definitivamente, sí tenía sentido.

—¿No recuerdas cómo se llamaba?

—No, es lo menos que me llamó la atención de ella, aunque eso sí, es pesadísima, no me devolvió ni el saludo.

—¿En qué clase nos toca juntos?

—En química

—¿Hoy nos toca química?

—No

Shit. Necesito verla.

—¿No que Bárbara y nadie más? ¿Quién te entiende, cabrón?

—No, no es eso, es solo que…

—Nah, era broma, tranquilo, no tiene el cuerpo de Barbie pero está muy linda.

Pasé la clase de francés imaginándome como podría haber cambiado después de todo este tiempo. ¿Tendría ese acento exagerado que todos los que viajan a los Estados Unidos adoptan al volver? ¿Cómo me justificaría la llamada que nunca llegó? ¿Qué tanto creció? ¿Sus ojos serían del mismo color claro? Y su voz, ¿sería tan tontamente infantil como antes? De pronto una cuestión invadió mi mente y dio vueltas sin parar… ¿Por qué nunca volvió a contactarme? ¿Qué hice mal?

Sonó la campana y con eso la clase acabó, me salí rápidamente del salón para preguntarle a alguno de los chicos de los otros salones si habían visto a la chica nueva. Interrogué a todos y el 50 por ciento afirmó haberla visto pero que no sabían dónde estaba ahora y que era callada, muy callada; Lucía nunca podía mantener la boca cerrada por más de 30 segundos, eso era extraño. La orientadora iba pasando por ahí y me escuchó interrogar a todos.

—Alex, ven a mi oficina, por favor.

—¿Ahora qué hice?

—Te digo cuando vengas.

La seguí hasta las oficinas.

—Toma asiento por favor. —Tomé asiento, siguiendo sus instrucciones. —Escuché por ahí que habló de la estudiante nueva de su semestre.

—No, bueno sí, ¿cómo…? ¿Cómo se llama?

—Eso no es de su interés, es por eso que lo cité aquí.

—Solo quiero saber.

—La señorita nueva y sus padres nos dieron instrucciones muy estrictas de que no mantuviera relaciones que no sean vitales y usted y sus intenciones libidinosas no son precisamente asuntos de vida o muerte.

—¿Por qué?

—No me dijeron Alex, solo sigue instrucciones; ella viene a estudiar, nada más, lo dejó bien claro su padre el día que vino a inscribirla.

—¿Cómo se llama?

—Ya vete, Alejandro.

Obedecí a regañadientes y salí de su oficina, dieron las 9 y eso significaba solo una cosa: comida. Era hora del receso y moría de hambre, tomé la barra energética de mi mochila y salí a buscar a mis amigos, cuando de pronto, sentí una mirada más allá de las paredes, volteé hacia todos lados pero no vi nada fuera de lo normal. Te está haciendo daño —pensé—. Lucía está lejos y aunque hubiera regresado, no sería tu responsabilidad arreglar todo; si ella no luchó por nosotros, es porque no tenía interés. Me acerqué a mis amigos y empezamos a hablar de cosas triviales, hasta que alguien sacó el tema:

—¿Alguien ya vio a la chica nueva? Está muy guapa

—¿En qué salón va? —pregunté sin sonar necesitado.

—En el mío —contestó Harry, un amigo de intercambio, un poco gordo, que disfrutaba especialmente la compañía de las hamburguesas — ¿Quieres que te la presente?

—Por favor. ¿Cómo dices que se llama?

—Lucía Hernández.

Mi corazón dejó de latir o por lo menos eso sentí en el momento; se me fue la respiración y mis pensamientos no terminaban de procesar ese nombre. Lucía Hernández ¿ahora regresas? ¿Después de todo este maldito tiempo que te esperé?

—Quiero conocerla.

Harry me llevó a su salón al terminar el receso, fue cuando la vi sentada sola en una butaca medio desgastada leyendo un libro de segunda mano. Un poco más llenita de lo que recordaba, pero hermosa a su manera; su cabello no había cambiado, solo crecido; sus ojos sí seguían del mismo color; y su cara ya no era la de la niña pequeña con la que jugaba, sino la de una adolescente muy agraciada y reservada.

—Lucía, él es…

—Alejandro Bernal… ¿Te acuerdas de mí?

Lucía interrumpió su lectura y levantó la mirada por arriba de la portada del libro, sentí su miedo y también su nostalgia, pero también pude ver algo diferente en su forma de moverse, algo no estaba del todo bien.

—No, disculpa, ¿Te conozco?

Me pateó los testículos con esa pregunta, casi pude sentir el impacto de un golpe contra mi estómago. ¿Te conozco? ¿Hablas en serio?

—¿En serio?

—Sí, en serio. ¿De dónde me acordaría de ti?

—De, ya sabes, ¡¿aquí?!

—Lo siento, hace mucho que viví aquí, no te recuerdo.

De nuevo un guante de boxeador golpeó repetidamente mi ego. No podía dejar que me tratara así pero ¿y si no es lo que ella pretendía? —pensé— ¿Y si de verdad no quería acordarse tampoco de mí?

—Luz… ¿Enserio?

—Lucía, me llamo Lucía.

—¿Ya se conocían? —interrumpió Harry.

scrapbook

—Te… te veo en el parque en 10 minutos, Alex.

—¿Luz?

Colgó. Mi balance emocional y psicológico se fue al demonio en ese momento. Me puse una camisa de colores vivos y me puse unas zapatillas deportivas cómodas. Me pregunté mil cosas en la cabeza y me llevé el scrapbook como si pudiera hacer una diferencia.