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© 2015, Antonia Serrano

© 2015, De esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Revisión

Joan Adell i Lavé

Maquetación

Verónica Gallo

Cubierta

Francisco RIvas

Impresión

QP Print

Primera edición: Abril del 2015

ISBN: 978-84-16281-69-5

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Antonia Serrano

El Hombre del Parque

Nova Casa Editorial

CAPÍTULO 1

Eran las 7:00 cuando sonó el despertador, me costó un poco levantarme ya que la noche anterior me acosté más tarde de lo habitual. Ponían en la tele My Fair Lady, deliciosa comedia musical inspirada en la obra de George Bernard Shaw Pygmalion, dirigida magistralmente en 1964 por George Cukor y ganadora de ocho premios Oscar, en la que la encantadora Audrey Hepburn lucía con su habitual elegancia el maravilloso vestuario de Cecil Beaton. Adoro a Audrey, nunca me pierdo ninguna de sus películas. Al ser una de las más largas de su filmografía, terminó muy tarde, pero valió la pena. Mi marido y los niños ya se habían acostado hacía rato. Subí al dormitorio, procurando no hacer ruido para no despertar a Jaime que dormía apaciblemente, después de un duro día de trabajo. Me metí en la cama y me puse a leer un rato. Tengo el hábito de leer antes de dormir, esto me ayuda a conciliar el sueño. Utilizo una pequeña luz con una pinza que sujeto al libro para no alterar el sueño de mi marido.

Abajo oigo las voces de Jaime y de los niños, hoy han madrugado más que yo, se nota que se acostaron temprano. Me doy una ducha rápida, aunque no suelo hacerlo al levantarme, sino cuando vuelvo de andar, pero hoy la necesito para acabarme de despertar. Me visto igual de rápido, para poder desayunar con ellos y llevar a los niños al colegio.

Normalmente los lleva Jaime, pero ayer me pidió que los llevara yo, porque él tenía que ver a un cliente a primera hora y no quería llegar tarde. A estas horas de la mañana el tráfico suele ser complicado. Así que completamente despierta, después de la ducha fría, bajé las escaleras ligeramente y me dirigí a la cocina donde me encontré a mi familia sentada alrededor de la mesa.

—Buenos días madrugadores.

—Buenos días dormilona —contestaron todos a la vez.

—Mira mamá —dijo Olivia—, os hemos preparado el desayuno, espero que sea comestible, a Rita se le han quemado un poco las tostadas, Étienne ha hecho el zumo de naranja y el café, esperamos que os guste.

—Seguro que sí cariño, no sabéis como os lo agradezco.

—Mamá, si os gusta como he hecho las tostadas, las puedo preparar cada día. A ti te he puesto mantequilla, Vegemite y sésamo, y a papá mantequilla de cacahuete —dijo Rita sintiéndose mayor.

—Después de comer tus tostadas, seguro que no vuelven a comer tostadas en la vida —dijo Étienne metiéndose con Rita como de costumbre.

—¿Has visto mamá? ¡siempre se está metiendo conmigo y ahora no le he hecho nada!

—Bueno pero lo hiciste ayer.

—Ya está bien de discutir —intervino Jaime—, ¿es que vosotros dos no podéis estar juntos?

Me enterneció ver como mis hijos intentaban colaborar y sorprendernos a su padre y a mí preparándonos el desayuno.

— ¡Oh, Rita, están buenísimas! Si quieres me las puedes preparar cada día.

— ¿Lo ves Étienne? A mamá le han gustado.

—Y a mí también —dijo Jaime—, y el café está en su punto, bien cargado como a mí me gusta.

—Gracias papá —dijo Étienne.

Jaime comió un par de tostadas y bebió su café rápidamente, me besó a mí y a los niños y se fue a la cita con su cliente.

—Bueno niños, ¿estáis listos? Que se nos hace tarde, y ahora no empecéis a discutir otra vez en el coche, que me ponéis muy nerviosa y podemos tener un accidente.

—Mamá, que Étienne se siente delante contigo y yo iré atrás con Rita —dijo Olivia pacificadora como siempre.

—De acuerdo hija, menos mal que tú siempre pones paz entre estos dos.

— ¡Ah mamá! —dijo Olivia—, esta tarde voy a casa de Martha, estamos haciendo en clase un trabajo en equipo y a mí me ha tocado desarrollarlo con ella. Cuando acabemos os llamaré para que vengáis a recogerme.

—Mamá, no te olvides de mis zapatillas de ballet, que hoy tengo clase, y me dijo la señorita Kim que necesitaba unas nuevas con las punteras reforzadas para empezar los pasos de baile de puntillas —dijo Rita—. La semana pasada se te olvidaron, si se te vuelven a olvidar, la profesora se enfadará conmigo porque cree que soy yo la que me olvido de decírtelo.

—Está bien, está bien, esta vez no se me olvidará, te lo prometo. En cuanto os deje en el colegio iré a comprarlas.

—Y tú, Étienne, ¿necesitas algo?

—No mamá, pero recuerda que esta tarde voy al cine con Lucas. Su padre nos recogerá a la salida y me traerá a casa.

—Primero dejamos a Rita en Warrnambool Primary School, conocido localmente por Jano School por estar situada en Jamison Street, ya que el horario para cerrar la puerta es más rígido. Aparcamos en Raglan Parade Street porque es más fácil encontrar aparcamiento. A estas horas, es imposible aparcar en la entrada principal.

—Adiós mamá.

—Adiós cariño, hasta la tarde. Pórtate bien y no te pelees con nadie.

Rita es encantadora pero tiene un carácter muy temperamental y si se meten con ella, reacciona mal.

—No mamá, te lo prometo.

Se quedó en la ancha acera diciéndonos adiós con la mano hasta que la perdimos de vista.

Después llevé a Olivia y Étienne al instituto. Allí es más fácil aparcar ya que la mayoría de alumnos va a pie. Ellos también podrían hacerlo, pero como de todas formas tenía que salir a llevar a Rita, no me costaba nada dejarlos de paso.

—Adiós mamá.

—Adiós, que tengáis un buen día.

Les vi alejarse hablando tranquilamente, se llevan muy bien. Étienne ve a su hermana mayor como un ejemplo a seguir, y siempre que tiene un proyecto, problema o duda, lo consulta con ella. Olivia siempre, desde pequeña, se ha caracterizado por su madurez. ”Dios mío”, pensé, “qué mayores se han hecho”. Esperé hasta que llegaron a la entrada en la que se volvieron para saludarme con la mano antes de entrar. Volví a poner el coche en marcha y me dirigí al Gateway Plaza por Princess Highway. En el centro comercial, fui directamente a la sección de deportes para comprar las zapatillas de ballet para Rita. No necesitaba venir para probárselas, es una niña muy alta para su edad y tiene el mismo número de zapato que yo, así que me las probaría yo en su lugar. No quería que se me volvieran a olvidar y tuviera problemas con la profesora. Kim es una excelente profesora, quizás por eso es muy rígida con sus alumnos; es muy exigente en el cumplimiento de las normas, tanto en el vestuario como en la puntualidad y asistencia.

—No puedo retrasar el progreso de toda la clase —me decía—, por algunos alumnos poco motivados que, con cualquier excusa, falten a las clases, lleguen tarde y olviden las zapatillas o el tutú, no es justo para los que se lo toman en serio y trabajan duro.

Así que los que acumulaban faltas de asistencia o comportamiento eran expulsados. De ahí la insistencia de Rita en que no olvidará sus zapatillas, pues a pesar de que Kim sentía un gran cariño por ella, no haría ninguna excepción si no cumplía las normas. Rita ama el ballet, no quería correr riesgos y menos ahora, que se jugaba el poder participar en un ballet que se representaría a final de curso.

—Es muy importante para cualquier disciplina que sea vocacional, y que los niños estén motivados —me dijo Kim—. Hay algunas niñas que vienen a clase porque sus madres quieren que hagan alguna actividad, pero que realmente no sienten la danza, se aburren y distraen al resto. No es el caso de Rita, a ella le encanta el baile, lo lleva dentro, lo siente, lo vive, lo disfruta; y, además, tiene un gran afán de superación, y esa gracia en sus movimientos que la hacen tan especial. Estoy preparando una representación para final de curso, y el reparto de papeles será para las más cualificadas. Rita está entusiasmada con el proyecto, quiere participar en la obra y se esta esforzando mucho.

Llevé las zapatillas al colegio y me disculpé con Kim. Quería dejar claro que no había sido culpa de Rita sino un despiste por mi parte, ella agradeció mi explicación y me rogó que entendiera su postura.

—La disciplina —me dijo— es muy importante si quieren conseguir cualquier objetivo. Yo amo el ballet, y quiero trasmitirles a mis alumnos ese amor por la danza, y sacar de ellos los mejores resultados.

Estaba totalmente de acuerdo con ella. En casa también había unas normas que eran inviolables. Los niños necesitan tener un límite y, aunque tienen unos derechos, también tienen unas obligaciones. Y hay que enseñarles desde pequeños que, si quieren ser respetados, tienen que ser respetuosos, no solo con los mayores sino con los de su misma edad, con los animales y con la naturaleza.

Tenía que hacer unas compras pero no eran urgentes, las haría por la tarde cuando fuera a recoger a los niños. Quería volver a casa pronto para ir a andar un rato. Suelo hacerlo cada mañana, después de que Jaime y los niños se hayan ido, me tomo un segundo café, leo el periódico y me voy a andar. Soy muy disciplinada y no me gusta romper los buenos hábitos con cualquier excusa. Ir a caminar por la playa y el parque a diario y trabajar un rato en el jardín, no solo me ayuda a mantenerme en forma física, también a mantener mi equilibrio mental. Cuerpo y mente no van por separado: lo que va bien para uno repercute en el otro y, este rato de paseo o de trabajo en el jardín además de ser muy agradable, me relaja y desconecta de los problemas cotidianos.

Cuando llegué a casa, Pepe, mi gato, estaba en el porche, sentado encima del felpudo de la puerta de entrada, inmóvil, parecía una estatua de porcelana. Me encantan los gatos, son tan limpios y silenciosos, se desplazan suavemente sobre las almohadillas de sus patitas para no hacer ruido e, independientes, no necesitan que les saques a pasear. Por eso lo prefiero a un perro, no me gustan las obligaciones, sería incapaz de tener que sacar cada día al perro para hacer sus necesidades. Además ensucian las calles con sus excrementos. Se dice del perro que es el mejor amigo del hombre, por sus constantes muestras de cariño, que a mí me resultan ostentosas; y, por otro lado, son excesivamente dependientes y siempre requieren tu atención. En cambio, los gatos son todo lo contrario, no requieren tu atención, son limpios, discretos y con su ronroneo te expresan su cariño.

—Hola, Pepe —le dije mientras entraba el coche en el garaje.

Entré en casa, me puse el chándal, me calcé las deportivas y salí a caminar.

Enciendo mi IPOD, escucho mis canciones favoritas, y desconecto por una hora de las cosas que me ocuparan el resto del día. Años atrás, cuando no había tanta inseguridad ciudadana, solía ir a caminar por lugares más solitarios. Cogía el coche y me iba hasta Tower Hill. Me gusta pasear por el bosque, oír el murmullo del aire entre las hojas de los árboles, las tonalidades cambiantes en las distintas épocas del año. Sobre todo en otoño, me encanta caminar sobre el suelo alfombrado de hojas, y el olor del musgo y la tierra mojada. Oír el canto de los pájaros, ver a los koalas sobre los altísimos eucaliptos, casi siempre durmiendo o comiendo sus deliciosas hojas con parsimonia, y, a veces, con sus bebés a cuestas; a los canguros o wallabies, también llamados canguros tammar; emús seguidos de sus crías que, por cierto, no son animales machistas, son los machos los que cuidan de los pequeños; e infinidad de conejos que Rita llama “culillos blancos”, estos son más pequeños que los europeos y tienen una mancha blanca bajo el rabo.

Últimamente no me sentía segura, la prensa y la televisión no paraban de dar noticias alarmantes, casos de mujeres que eran atacadas por maníacos sexuales o drogadictos que eran capaces de pegarte una paliza o, incluso, matarte por cuatro cuartos o alguna pequeña joya. Ahora no me arriesgo, he cambiado mis paseos solitarios por el bosque por un paisaje más urbano. Evidentemente no por el centro de la ciudad, donde el ruido de los coches y el bullicio comercial no es el más adecuado.

Afortunadamente, vivimos a cinco minutos del lago Pertobe. Bajando por la impresionante Pertobe Road, de árboles altísimos y centenarios poblados de aves, especialmente urracas y cuervos llenándolo todo con sus graznidos, el parque queda a la derecha y de la parte izquierda salen varios caminos peatonales y carriles de bicicletas. Algunos de estos caminos conducen a una playa, inmensa, en forma de media luna, de arena blanca y aguas cristalinas de diferentes tonos turquesa, en la que revolotean numerosas gaviotas, formando melodía con sus grititos y el rumor de las olas. Al final de la playa, hay un espigón que forma un puerto sembrado de embarcaciones, algunos yates lujosos, otros más modestos y barcas de pesca. En el espigón siempre hay pescadores, con sus utensilios de pesca, cañas, cajitas de cebos y sus cestas imprescindibles para transportar el generoso regalo que les ofrece el mar.

La estrella del puerto es una foca solitaria que atrae a multitud de curiosos, especialmente a niños acompañados siempre por algún adulto, y a la que no te puedes acercar demasiado por estar protegida. Al otro lado del espigón hay otra playa más pequeña frente a la cual hay una isla donde hay una colonia de pingüinos. Cuando baja la marea se puede acceder a ella. Últimamente han tenido que poner unos perros especiales para proteger la población de pingüinos que estaba siendo mermada por los zorros. Esta playa es menos profunda y se le une un río de largo recorrido. Por su poca profundidad, es idónea para las familias con niños que pueden jugar sin ningún peligro, por lo que en verano está muy concurrida.

Todo tiene sus ventajas, si quieres encontrarlas. En mi nuevo itinerario, siempre encuentro los habituales que, como yo, salen cada día. De tanto vernos, ya somos como viejos conocidos, intercambiamos saludos, comentarios sobre el tiempo… El parque diseñado bellamente tiene un lago navegable y puentes colgantes sobre los canales. Puedes alquilar pequeñas barcas de remo o pedales para pasear con los niños o para un paseo romántico. Dispone de barbacoas y mesas para comidas familiares o para celebrar fiestas de cumpleaños para los niños, que pueden correr a sus anchas sin ensuciar las casas ni molestar a nadie. Hay lavabos, fuentes con agua potable, columpios, tirolinas, toboganes, laberintos y otras atracciones. Incluso hay de algunos aparatos de gimnasia para la gente que prefiere hacer ejercicio al aire libre en vez de ir al gimnasio.

Otro de sus grandes atractivos es la gran cantidad de pájaros y aves acuáticas, gaviotas, patos, cormoranes, cisnes, pelícanos… Este bello parque es el lugar más concurrido de mi recorrido. Allí se puede ver gente de todas las edades, niños con sus abuelos, compartiendo esa complicidad que solo existe entre abuelos y nietos cuando estos son pequeños. Después, crecen y se pierde, y sin que dejen de quererles, se dispersan, los van perdiendo. Hay tantas cosas nuevas, tienen todo un mundo por delante para descubrir, nuevos estímulos, amigos, metas, sueños, y de repente dejan de ser importantes en sus vidas y, a los pobres abuelos, se les apaga la chispa. Esa chispa que les hacía sentirse importantes, necesarios, y les daba sentido a sus vidas. Ahora ya no son necesarios ni importantes, y pronto pasarán a ser una carga.

Personas solitarias que pasean a sus mascotas y que se aferran a ellas para compensar pérdidas, y entregar todo el amor que aún les queda. También están los jóvenes que salen a correr para estar en forma, otros que aprovechan el paseo diario con sus perros para hacer ejercicio; grupos de jubilados que se reúnen para recordar tiempos mejores y explicarse sus batallitas, evidentemente versionadas, en las que siempre quedan como héroes y conquistadores; y, también, de paso, para criticar a sus hijos, quejarse de lo desagradecidos que son, con tanto que han hecho por ellos cuando eran pequeños y, después, para darles una buena educación, para que tuvieran más oportunidades en la vida de las que tuvieron ellos. Hoy, que gracias a su sacrificio ocupan buenos puestos de trabajo y tienen una vida acomodada, no se lo agradecen. ¡Cómo si tuvieran que estar en deuda con ellos toda la vida por haber cumplido con su deber! La obligación de todo padre es cuidar a sus hijos y darles la mejor preparación que esté a su alcance. Ellos también han tenido que trabajar duro para llegar donde están, noches enteras sin dormir para estudiar, preparar exámenes y oposiciones. De nada hubiera servido su sacrificio, si ellos no se hubieran esforzado. Creo que la mejor recompensa para los padres es ver que lo han conseguido y no hacer reproches ni creer que están en deuda con ellos. Siento pena por estas personas que, en vez disfrutar de los éxitos conseguidos por sus hijos, se amargan la vida auto compadeciéndose.

Hay gente de todo tipo, jóvenes que aprovechan el buen tiempo para tomar el sol mientras estudian o, simplemente, leyendo un buen libro tumbados sobre el césped; gente mayor que calienta sus huesos con el sol tibio, sentados en un banco contemplando como transcurre la vida a su alrededor.

Siempre me ha interesado el pensamiento humano, todos tan parecidos y tan diferentes. Cada persona con su propio mundo interior, sus luchas, sus alegrías, sus penas, sus ambiciones y sus propios ángeles y demonios. A veces me pregunto qué pasa por la cabeza de esta o aquella persona, cómo serán sus vidas. Luego llego a casa y tomo las riendas de mi propia vida, de los muchos quehaceres que comporta el cuidado de una casa y una familia de cinco miembros, cada uno con sus propias necesidades. Con frecuencia tendemos a minimizar los problemas de los niños porque, desde nuestra perspectiva, nos parecen tonterías, pero a ellos les crea verdadera ansiedad. El hecho de escucharles, saber que cuentan con nosotros y que les tienes en cuenta, les da seguridad y hacen que se desvanezcan sus miedos. Es bueno crecer en un ambiente cálido y relajado donde cada uno de nosotros podamos hablar de nuestras cosas con libertad sabiendo, de antemano, que se van a respetar nuestras opiniones. No siempre estamos de acuerdo, cada uno tiene su propia personalidad y es normal que tengamos distintos puntos de vista. A veces debatimos un tema durante largo rato sin ponernos de acuerdo. Esto es saludable para establecer una buena relación respetando las diferencias.

Hoy tiene que venir el jardinero a recortar el seto, acabo de oír una camioneta aparcar delante de casa.

—Hola George.

—Hola Luisa, esplendido día.

—Cierto.

—Este año parece haberse adelantado la primavera.

—Sí, fíjate como están los árboles en plena floración, esperemos que no venga frío de repente y mate las flores.

—No lo creo, con el cambio climático cada año se adelanta más la primavera, cada vez tenemos los inviernos más cortos y menos fríos, aunque esto también tiene sus desventajas. Al hacer menos frío no mueren las larvas de los insectos y, cada vez, tenemos más plagas. ¿Recuerdas el año pasado el problema que hubo con el pulgón de los rosales? Cada vez hay que emplear insecticidas nuevos porque se hacen resistentes y no hay quien acabe con ellos, y este año creo que vamos por el mismo camino.

—Bueno, ya encontraremos la manera de acabar con ellos.

—¡Por supuesto! no faltaba más, que esos diminutos insectos nos ganaran la batalla.

Dejé a George con su trabajo y me subí al coche que había dejado aparcado frente a la puerta de casa y me dirigí al centro. Tenía que hacer unas gestiones en el banco e ir al supermercado. Primero iría al banco. No me gusta dejar la compra demasiado tiempo en el maletero del coche, especialmente si compro productos congelados. Mis compras suelen ser rápidas, siempre llevo una, así que voy directamente a las cosas que necesito. Casi nunca me paro a mirar estanterías. Es una buena estrategia para no comprar cosas innecesarias y, además, gano tiempo. Valoro mucho el tiempo. Esta es otra de las razones por las que suelo ir a hacer mis compras al mediodía, es la hora a la que menos gente hay en los supermercados. Cerca del banco es imposible encontrar aparcamiento, así que dejé el coche aparcado en el centro comercial y me fui andando hasta el banco, que solo estaba a dos manzanas de distancia.

—Hola Elaine, no esperaba encontrarte hoy aquí, los martes suele estar Karen.

—Sí, pero se le ha puesto la niña enferma y me ha pedido si podía cambiarle el día.

—¿Es algo grave?

—No, es que, desde que va a la guardería, cada dos por tres se pone malita.

—El primer año es normal hasta que se inmunizan, a mí me ocurrió igual con los míos.

—Quería ver cómo tengo el saldo, este mes he tenido unos gastos extra y no quisiera quedarme al descubierto”

—A ver, bueno no estás al descubierto pero casi, te quedan solo cincuenta dólares.

—Hazme un ingreso de trescientos, ya que en unos días vendrán unos cargos, con esto los cubro de sobras.

—Listo, ya está ¿quieres que te imprima el nuevo saldo?

—Sí, por favor ¡Ah dale recuerdos a Karen!, y deseo que se mejore la niña.

—Se los daré de tu parte.

—Adiós Elaine.

—Adiós Luisa.

Salí al cálido sol del mediodía y me dejé acariciar por él, durante mi paseo hasta el parquin. Siempre que puedo evito usar el coche, prácticamente solo lo utilizo para ir al supermercado, o largos desplazamientos, también lo uso para llevar a los niños colegio, aunque muy esporádicamente, ya que casi siempre es Jaime quien los lleva de paso a su trabajo.

“Qué bien”, pensé, “he terminado antes de lo que pensaba”, y aunque no me gusta mucho la cocina, me puse el delantal me arremangué las mangas de la camisa y, después de tomar un tentempié, me dispuse a preparar unas torrijas para el postre de esta noche. Así, le daría una sorpresa a Étienne. Hace tiempo que no las hago. El problema es que cuando hay torrijas Étienne no tiene límites y no para hasta acabar con ellas. A todos nos gustan, pero a él le encantan, sobre todo si son de jerez dulce.

Jaime recogería a Rita a la salida de la clase de ballet, a Étienne le traería el padre de Lucas cuando salieran del cine, y, a Olivia, si no la traían los padres de Martha, ella nos llamaría para que fuéramos a recogerla. Jaime ya estaría en casa, seguro que iría él a buscarla porque a mí no me gusta mucho conducir y menos de noche. Así que cuando acabé con la cocina y hasta que empezaran a llegar todos, me hice un té de bergamota, me serví un trozo de chocolate negro con almendras, y proseguí con la lectura del libro que había empezado días atrás, Los buscadores de conchas, de Rosemunde Pilcher. Me gusta el carácter que imprime en sus personajes, describiendo con todo lujo de detalles la personalidad de cada uno. Olivia, atractiva, inteligente y brillante, pero incapaz de renunciar a su tipo de vida por nada ni por nadie; Noel, guapísimo, seductor y oportunista que mira siempre de sacar el mayor provecho de cualquier situación; Nancy, la clase de señora burguesa frustrada a la que le gusta aparentar y brillar en sociedad, que vive por encima de sus posibilidades y se preocupa en exceso por todo. Aunque adoro a mi familia y disfruto de su compañía, necesito mi espacio y mi tiempo. Estos ratos de soledad son vitales para mí, hacer cosas por y para mí me hace sentir bien conmigo misma, y me prepara para dar lo mejor de mí a los demás. Mis amigas me preguntan cómo soy capaz de pasarme dos horas leyendo, viendo una vieja película o, simplemente, tumbada al cálido sol de un día de primavera. ¿Qué de dónde saco el tiempo?, con tanto como hay que hacer en las casas no puede haber tiempo para una misma. Yo intento sacarlo de dónde sea y todos salimos ganando, estoy segura de que ni mi marido ni mis hijos se darían cuenta si he limpiado el polvo o no. Pero sí, si estoy estresada, malhumorada y sin tiempo ni humor para escucharles. Incluso mis amigos, apreciarán más que les dedique un rato de charla o tomar un café, que el que tenga la casa impecable. Es cuestión de prioridades. Cuando era más joven, era mucho más exigente y mucho menos feliz. Afortunadamente el tiempo no solo te hace más vieja, sino también más sabia.

Los primeros en llegar fueron Jaime y Rita, media hora más tarde llegó Étienne. Cuando oí el coche del papá de Lucas, salí al porche para saludarle y agradecerle el haberle traído a casa.

—Hola William.

—Hola Luisa, ¿qué tal estáis?

—Bien, y tú qué, ¿haciendo de taxista con los niños?

—Como siempre, es lo que toca.

—¿Y cómo lo han pasado?

—De película, y nunca mejor dicho, creo que no será la última vez.

—Bueno la próxima vez los recogeré yo.

—Ah, no te preocupes quizás la próxima vez, con la excusa de recogerles me apunte yo también. Saluda a Jaime y dile que no me puedo parar, esta noche tenemos unos amigos a cenar y Asu me ha pedido que le eché una mano.

—Vale, salúdala de mi parte, dile que un día de estos la llamo y quedamos para tomar algo.

—De acuerdo, adiós.

—Adiós William.

Justo cuando entrábamos en casa sonó el teléfono. Levanté el auricular.

—Sí, ¿diga?

—Hola mamá, soy Olivia, ¿me puedo quedar a dormir en casa de Martha?, aún no hemos acabado el trabajo y tenemos que entregarlo mañana. Es posible que acabemos un poco tarde. Sus padres me han invitado a cenar y me han dicho que puedo quedarme a dormir, así no tendréis que venir a buscarme a las tantas. Mañana su madre nos llevará al instituto.

—Supongo que no hay problema, espera que le pregunto a papá.

—Jaime.

—¿Sí, cariño?

—Es Olivia, pregunta si puede quedarse a dormir en casa de Marta.

—¿Por qué? Sabes que no me gustan que se queden a dormir fuera. Cuando cierro la puerta de casa por las noches, me gusta que toda mi familia esté dentro.

—Es que aún no han acabado el trabajo, y tienen que entregarlo mañana.

—Está bien, pero que no sirva de precedente. La próxima vez que tengas que hacer un trabajo con Martha o cualquier otra que vengan ellas a casa.

—Olivia, dice papá que sí; dale las gracias a los papás de Martha y salúdales de mi parte.

—Vale mamá, así lo haré. Buenas noches.

—Buenas noches cariño.

—Colgué el auricular, me dirigí a Jaime.

—Jaime, eres demasiado intransigente y proteccionista, Olivia tiene dieciséis años y es muy responsable. Nunca nos ha dado problemas, cosa poco corriente entre los adolescentes. ¿No crees que merece nuestra confianza? Su amiga Martha es una niña encantadora y formal, de ahí que sean tan amigas porque ambas están en la en la misma onda. Si no fuera así, Olivia no la tendría como amiga. Conozco a sus padres, son gente seria, y han sido muy gentiles invitándola. Hubiera sido una descortesía por nuestra parte no dejar que se quedara.

—Lo siento cariño, tienes razón. Olivia es ya casi una mujer, pero yo la sigo viendo como una niña.

—Pues tendrás que ir haciéndote a la idea. Dentro de unos años emprenderá el vuelo para coger las riendas de su propia vida. Los hijos no nos pertenecen, son un regalo que Dios nos da en préstamo para que los cuidemos y guiemos con amor mientras son pequeños y dependientes. Pero una vez que alcanzan la madurez, solo ellos son dueños de sus propias vidas.

—Sí claro, pero ella siempre será nuestra hija.

—Evidentemente, pero por amor y en libertad. No porque le dimos la vida, ¿realmente crees que debemos pasarles factura?

—Visto de esa manera, claro está, no son un perro, un gato o cualquier objeto inanimado como un mueble o un libro al que puedas poseer.

—Yo, por mi parte, me siento más que pagada con la felicidad que me dieron; con el tiempo que los tuve de pequeños, rodeando mi cuello con sus bracitos rechonchos, regalándome sus sonrisas y haciéndome reír con sus ocurrencias, y cuando empezaron a dar sus primeros pasos, con sus piernecitas arqueadas e inseguras, o cuando me dijeron mamá por primera vez. Es el mejor regalo que me ha dado la vida, no lo cambiaría por nada.

—¿Ni por mí?

—No seas tonto, sin ti no estarían ellos. Ellos forman parte de ti, por eso les quiero tanto.

Podíamos haber seguido hablando sobre el tema, pero tenía que preparar la cena. Me dirigí a la cocina. Sentados a la mesa estaban los niños haciendo los deberes, les gusta hacer los deberes en la cocina, pues a parte de compartir espacio y tiempo conmigo, estoy más a mano para ayudarles si tienen alguna duda.

No sé qué encanto tiene la cocina, el caso es que todos nos sentimos muy cómodos en ella. De hecho, a no ser que tengamos invitados o sea un día muy especial, en que celebremos algo, siempre comemos en la cocina. Cuando compramos la casa, una de las cosas que más influyó en su adquisición fue la cocina. Me enamoré nada más verla, espaciosa, muy soleada y con vistas al jardín. Aunque, a veces, nos cuesta ponernos de acuerdo, en esto fue una decisión unánime, a todos nos gustó. Lo de no instalar un televisor en ella no fue tan fácil, hubo que repetir las votaciones. Al principio yo estaba en minoría. Solo contaba a mi favor con la votación de Jaime, en la segunda votación. Olivia se sumó a nuestro bando y todos salimos ganando. El tiempo que compartimos en la mesa es cuando más discutimos los temas que nos interesan a cada uno. Es muy saludable mantener estas charlas, esto nos permite irles conociendo sin que se sientan controlados, de ir viendo su evolución y, como todos opinamos sobre todo, sutilmente con nuestras opiniones vamos marcando pautas para ayudarles a crecer con unos principios sólidos, sin que suenen a sermón. También hablamos de cómo nos ha ido el día y, el conocer ellos nuestros problemas o dificultades cotidianas, hacen que sepan asumir los suyos, y que las cosas no siempre salen a medida de nuestros deseos.

A veces nos ocurren situaciones graciosas que, aunque al principio nos molestan, después, al compartirlas, nos hacen reírnos de nosotros mismos. Otras veces, los niños han tenido algún problema con algún compañero, o con el profesor que les hace sentirse realmente mal. Cuando lo comparten con nosotros, les damos nuestra opinión, miramos el problema desde diferentes perspectivas y el problema se minimiza, pierde importancia, hace que el niño se sienta mejor comprendido y reconfortado. Cuando los temas son interesantes, la sobremesa se alarga y es realmente muy enriquecedor para todos. Le recomiendo a las familias que desconecten el televisor y disfruten de estas tertulias.

Empecé a preparar la cena. Jaime vino a echarme una mano. Mientras yo andaba entre ollas y cazuelas, él preparó la ensalada y se preparó un gin-tonic.

—Nena, ¿te preparo uno? —me preguntó.

—Sí gracias.

—¿Qué tal te ha ido con el cliente de esta mañana?, según me dijiste es muy importante.

—Sí, pero todavía está muy verde. Tiene que hacer un estudio de mercado y estudiar otras ofertas. No será fácil, pero confío en que finalmente se incline por nosotros, ya que la zona es inmejorable. Cada vez quedan menos terrenos en el centro, de las dimensiones que ellos necesitan, y, desde luego, allí tendrían la clientela asegurada. Hasta ahora los grandes superficies han sido instaladas en polígonos, en parte porque los terrenos en las periferias son más baratos y, también, porque al agruparse diferentes tipos de comercio tienen mucha afluencia. Pero hay otro tipo de clientela que valora la cercanía, gente que prefiere no coger el coche, personas mayores que ya no conducen, y es muy importante tener cerca de casa uno de estos grandes centros que te ofrezca de todo. Y, aunque la compañía para la que trabaja mi cliente ya tienen este tipo de centros en polígonos de todas las ciudades, quieren llegar también a este otro tipo de clientela nada despreciable, ya que la esperanza de vida cada vez es más larga y crece la población de personas mayores que viven independientes mientras pueden valerse por sí mismas.

—Así que hay muchas posibilidades de que puedas cerrar el trato.

—Sí, creo que sí. Prefiero ser optimista.

—Bueno niños la cena está lista, así que recoged las cosas y empezad a preparar la mesa.

—Yo pongo la mesa sola, si Étienne saca luego la basura —dijo Rita.

—Vale —dijo Étienne, pero mañana te toca a ti.

—No, mañana le toca a Olivia.

—Bueno, no os pongáis a discutir ahora que la cena se enfría.

Mientras cenábamos, Étienne comentó la película; Rita estaba muy contenta porque la profesora de ballet estaba preparando el Cascanueces para representarlo a final de curso, y había contado con ella para que interpretara a Clara el personaje principal. Cuando llegamos al postre…

—¡Oh mamá que callado te lo tenías!

—Quería darte una sorpresa.

—¡Qué bien! Hoy ha sido un día redondo, he ido al cine con mi amigo, la película ha sido chulísima y las torrijas han sido la guinda del pastel de un día perfecto. ¿Lo puedo repetir la semana que viene?

—Bueno, ya veremos, las cosas hay que ganárselas. Y ahora demostrad que merecéis lo que pedís, y empezad a retirar los platos de la mesa y colocarlos en el lavavajillas.

Nos fuimos al salón, Jaime y Étienne se acomodaron en el sofá para ver una película de acción y aventuras. Como a Rita y a mí no nos gusta ese tipo de películas, hicimos una partida de ajedrez. Últimamente Rita está haciendo muchos progresos. No puedo bajar la guardia, si no quiero que me gane. Aunque, a veces, la bajo un poquito sin que lo note para que gane, esto la estimula a seguir progresando. Acabamos nuestra partida antes de que acabara la película, Rita tenía sueño y se fue a dormir. Yo no tenía sueño, pero me prepararía una infusión relajante y me iría a la cama a leer hasta que viniera Jaime.

—Étienne, no tardes en acostarte que mañana no habrá quien te levante.

—Vale mamá, pero deja que acabe de ver la película. Te prometo que mañana me levantaré a la primera.

—Está bien, buenas noches.

—Buenas noche mamá, que descanses.

Me preparé una infusión de tila y melisa con una cucharadita de miel de azahar. Puse el CD de La vida Breve de Manuel de Falla aunque mi favorita es el Amor brujo, a estas horas es más adecuada la primera. Y me sumergí en la lectura de mi libro, que estaba muy interesante y me tenía enganchada. Al día siguiente Étienne cumplió su promesa.