Che Guevara es solo el otro nombre

de lo que hay de más justo y digno

en el espíritu humano


José Saramago

 

Parte I

Che:

su otra imagen

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CAPÍTULO 1

El mito, sin enigmas


El potencial movilizador del Che fue captado rápidamente —aún antes de su muerte, en octubre de 1967—, por la industria cultural y propagandística del sistema dominante. A través de una operación ideológica refinada, a finales de los años sesenta del pasado siglo, la industria cultural y los medios de comunicación burgueses transformaron la figura del Che en un mito, con el fin de desvanecer en atributos secundarios —a veces espectaculares— el sentido esencial de su vida y de su pensamiento.

Esa falseada imagen suya fue difundida en formas disímiles y reiteradas; incluso fabricaron diversos objetos de uso personal grabados con su rostro o su nombre, para saturar el mercado y tratar de desgastar su simbolismo. Una de las coartadas implícitas en esa operación ideológica pretendía convertir al mito-Che en una imagen para idolatrar y para satisfacer nostalgias y frustraciones individuales. Se buscó también producir el rechazo y la maldición, acordes con los ingredientes satánicos de ese mito fabricado por sus adversarios.

De otra parte, sectores de la izquierda reaccionaron de manera equívoca después de la muerte del Che: primero lo exaltaron de manera acrítica; más tarde pasaron al culto renacentista del héroe y al rechazo o el olvido de los aspectos clave de su pensamiento, sin estudiar la integralidad de este.

Quienes desde 1967 pretenden reducirlo a una mercancía y lucrar con su imagen, son a menudo los que temen a la reencarnación de sus ideas y ejemplo en las nuevas generaciones. Escritores, periodistas, cineastas y especialistas de imagen y marketing, con posturas adversas a la revolución, buscan desde entonces desviar la atención de la gente hacia un Che adorno y convertido en ícono inofensivo para el status quo prevaleciente.

Así lo evidencia, por ejemplo, Newsweek, “Che vive”, acepta con ironía la revista estadounidense, al insertar esa frase memorable de los sesenta en la portada de su edición del 23 de julio de 1997. En sus páginas, por supuesto, introduce conceptos, versiones y argucias con el afán desvirtuador, característico de casi todos los medios del sistema: matar al verdadero Che.

Lo pintan insensible, implacable, drástico, inflexible, aventurero, un fracasado —salvo una vez—, matizado con ciertos atributos románticos y así venden una visión supuestamente objetiva. Con esa maniobra quieren desnaturalizar al Che, al percatarse de que su fantasma recorre el mundo, muy de prisa. Este fenómeno ideopolítico en torno al Che, también desmiente la tesis de Francis Fukuyama, según la cual con la caída del Muro de Berlín desaparecería la confrontación ideológica y con ello la búsqueda de utopías.

De la epopeya histórica de los años sesenta nació el Che, y también el mito-Che. Las huellas de la vorágine de esa década están en el Che y en ella dejó plasmadas las suyas.

Desde aquellas formidables realidades sociales, se convirtió en un vislumbrador y en un modelo humano del futuro. De ahí su misteriosa presencia. Y por ello no será asombroso que nuevas generaciones lo vuelvan a redescubrir y descifrar, pues muchas de las hondas frustraciones y aspiraciones del mundo en que surgió el revolucionario argentino-cubano siguen vigentes.

El Che fue y es un curador del Hombre y será trascendente, mientras el género humano no supere sus enfermedades seculares. Y después, recibirá por siempre el tributo por sus excepcionales aportes y virtudes.

 

CAPÍTULO 2

¿Cómo se convirtió
el Che en mito?


En las raíces de ese proceso histórico subyacen los orígenes del mito. La mitificación del Che significa la generalización de su figura, de tal modo que sus elementos múltiples, imprecisos e inconexos puedan ser manipulables y satisfacer intereses diversos.1

1 El tema del Che-mito es abordado por muchos autores. Un tratamiento inicial acertado fue realizado por Carlos María Gutiérrez en Los motivos del Che, Casa de las Américas, La Habana, 1969.

De tal suerte, el Che verdadero ha sido objeto de muy pocas investigaciones y análisis serios: el generador de preguntas inéditas y temas nuevos, el crítico irreverente de la sociedad burguesa, quien reexaminó sin esquemas los caminos más idóneos de la nueva sociedad, quien discrepó de los dogmas y estimuló la polémica en pos de la verdad, el combatiente ejemplar por su acción y visión internacionalista de la revolución. A ese Che universal se le quiere obviar, silenciar, o peor: se le pretende convertir en un ser excepcional de su tiempo, válido si acaso para aquellas circunstancias o para un futuro lejano; nunca para hoy. Así, el mito-Che fue construido apelando a sus atributos de manera aislada. Se exalta, por ejemplo, la “metamorfosis” médico-guerrillero-estadista-guerrillero y su decisión de abandonar el cargo de ministro para irse a las selvas bolivianas; o sus valores éticos personales y su hermosa y carismática imagen visual.

¿Quién creó ese mito? La pregunta no es ociosa, pues la respuesta nos conduce a una realidad que es necesario identificar para afrontarla correctamente, en esta hora en que —en buen momento— nos acercamos a él para entenderlo mejor: en Cuba y en nuestra América, en el tercer mundo, y en todos los demás territorios.

El mito fue creado tanto por la izquierda como por los aparatos de propaganda burgueses. O mejor, los mitos, pues en rigor hay dos mitos principales, de naturaleza clasista diferente, aunque encierran algunos ingredientes y puntos de encuentro comunes.

La versión de un hombre excepcional, que rompió con su ámbito familiar y con su clase y logró la cúspide de la revolución a golpe de voluntad y aventuras, es un componente del mito positivo. Su imagen de hombre de violencia y aventurero a ultranza, es un ingrediente del mito generado por los medios ideológicos del imperio.

Los adversarios de Cuba afirman que el gobierno de la Isla creó el mito. Otros responsabilizan a la izquierda internacional. ¿Quién lo hizo primero, los seguidores o los detractores del Che? Tal vez sucedió lo mismo que ocurrió con Cristo: sus enemigos lo convirtieron en mito y después este fue recreado por sus seguidores.

El mito que imaginó la izquierda, encierra valores revolucionarios y su reelaboración por las masas populares muchas veces insta a la lucha y promueve la fe en el triunfo. En la tradición oral y axiológica de los pueblos latinoamericanos, la imagen del Che mitificado funciona de esa manera; es el mito, en el sentido histórico y sociológico activador de la gente, que le asignara José Carlos Mariátegui.

Ese mito tergiversado y manipulado puede ser también, sin embargo, tan disolvente del verdadero Che y tan peligroso como el otro. En efecto: un Che adorno, un Che extrahumano, un Che perfecto, válido solo para el futuro, un santo laico para rendirle culto en sus fechas es, incluso, más inofensivo para el orden burgués que su opuesto, en el que se ponen al descubierto la ira y la precariedad de sus adversarios.

En el mito creado por los defensores del sistema dominante, el Che suele ser definido a través de uno o varios personajes históricos; es el Quijote, el Cid, Robin Hood o Garibaldi. Y es el mito de la deformación de las virtudes: la violencia revolucionaria y el odio de clases son transformados en necesidades psicopatológicas.

El mito burgués tiene un factor común: el miedo al Che. Comenzó a surgir, a construirse, antes de su muerte, en las reiteradas veces que la prensa mató al Che y lo identificó conspirando y haciendo la revolución en cualquier parte; el temor a sus movimientos, a sus posibilidades ciertas de desatar un proceso revolucionario de alcances continentales, alimentó entonces la leyenda del Che.

Es curioso que la prensa con esa orientación en los primeros meses después de la muerte del ejemplar guerrillero, culpara a la izquierda de haber creado el mito.2 Ello ratifica el sentido positivo y catalizador de la leyenda tejida por los pueblos y, sobre todo, el significado moral y racional del Che símbolo, o sea la versión correcta de su figura, despojada de atributos míticos.

2 Esto queda evidenciado en la compilación de prensa realizada por el Centro Internacional de Documentación (CIDOC), que examinaremos en el capítulo cinco, Editorial Planeta, México D.F., 1996.

No fue casual, por consiguiente, que desde entonces la maquinaria ideológico-cultural del imperialismo se diera a la tarea de sustraer del Che, como de tantos otros héroes, sus fermentos subversivos. Esta operación esterilizante llega hasta asimilar sus “virtudes”, identificándolas con supuestos valores de la sociedad burguesa.

Desarraigado de sus circunstancias y motivaciones de lucha históricas, el héroe se transfigura en una entelequia, un superhombre noble, bueno, aventurero, una efigie que no molesta al sistema dominante. También con el Che se aplicó esa técnica. Su rostro, estampado sobre algunas prendas de vestir, puede entonces exhibirse junto a otras ropas lujosas en cualquier establecimiento comercial. Ese extremo supera al mito, convirtiéndose en una mistificación de su imagen.

Es muy importante desmontar y criticar la mistificación que distorsiona esencialmente al Comandante Guevara, pues de ningún modo él puede desempeñar, en su carácter de mito, el papel estratégico que le corresponde en toda revolución verdadera. Sin dejar de reconocer que la existencia del mito es inevitable e imprescindible como factor emocional en la lucha de los pueblos.

En el siguiente capítulo, el lector podrá observar las coincidencias y divergencias que existen sobre este tema entre los biógrafos del Che y respecto a muchos apasionantes componentes de su vida.