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Carme Sánchez Martín

Licenciada en Psicología por la UAB y máster en Sexología y Psicoterapia Integradora por la Universidad de Valencia, ejerce como psicóloga clínica, terapeuta y sexóloga en el Institut de Sexologia de Barcelona, del que es codirectora. Es profesora y tutora del máster de Sexología Clínica y Salud Sexual de la Universidad de Barcelona.

Colabora habitualmente en varios medios de comunicación (Catalunya Ràdio, Ràdio4, Ara), y ha sido asesora en programas de radio y televisión, así como en libros de divulgación y en instituciones públicas y empresas privadas. Es vocal de la asociación Dones en Xarxa.

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Carme Sánchez es sexóloga y hace más de veinte años que atiende pacientes en su consulta. La mayoría son mujeres con una experiencia común: no consiguen disfrutar del sexo. En El sexo que queremos las mujeres la autora recoge casos reales y desarrolla un concepto clave: el sexo es un juego, el juego de los adultos.Este libro te ayudará a replantear tu visión de la sexualidad, a restarle ansiedad y a saber qué quieres y cómo lo quieres. Sintonizar con tu cuerpo y conocerlo a fondo para disfrutar —ya sea a solas o en compañía, tengas la edad que tengas y sea cual sea tu orientación sexual— es la premisa básica.

« Carme Sánchez entierra un pensamiento recurrente: que sobre sexo, nada queda por aprender. ¡Mentira!» —Anna Alós

« Solitarios sexuales, deseo activo, la metáfora del aeropuerto, polvos con nombres de ciudades, sexo de pasillo o mantener correspondencia con la propia vagina o el clítoris son algunas de las propuestas excitantes de este libro.» —Rita Abundancia

« Las anécdotas y casos prácticos que salpican el libro, lejos de restarle rigor científico, vienen a enriquecer el texto y a darle un toque muy personal. Este libro nos recuerda, entre otras cosas, que la sexualidad es el modo en que juegan los adultos y que las mujeres la viven, piensan y sienten de un modo diferente a los hombres.» —Eva Carnero

« A pesar de las triples jornadas, las mujeres tenemos el derecho de liberarnos y disfrutar de nuestro tiempo y nuestro cuerpo. Sin culpas y sin prisas.» —Marta Naval

 

Título original: El sexe que volem les dones

© 2017 Carme Sánchez Martín

© de la traducción: Vicenç Benéitez

© de la imagen de portada: Shutterstock

© 9 Grup Editorial
Lectio Ediciones
c. Muntaner, 200, ático 8.ª
08036 Barcelona
T. 93 363 08 23
www.lectio.es
lectio@lectio.es

Primera edición: mayo de 2017
ISBN: 978-84-16918-16-4

Realización: ebc, serveis editorials / Grafime

Producción del ebook: booqlab.com

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión de ninguna manera ni por ningún medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Carme Sánchez Martín

EL SEXO QUE
QUEREMOS
LAS MUJERES

Y cómo disfrutarlo

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A todas mis pacientes y amistades

Índice

Prólogo

1 Empezamos jugando, acabamos follando

2 Abierto las 24 horas

3 Ser mujer, sentirse mujer

4 Las edades de la mujer

5 Bien sola o bien acompañada

6 La mejor vacuna

7 ¡Cuídate, reina!

8 Ser o no ser… madre

9 Cuando no va como debería

Epílogo

Agradecimientos

Bibliografía (recomendada y consultada)

Prólogo

Tenéis que permitirme empezar este libro por el final. No, no os desvelaré nada, no os preocupéis. Simplemente quiero empezar explicando el primer caso que atendí como sexóloga, hacia 1994, y del que guardo un gran recuerdo. Escribir y reescribir me ha llevado a pensar en él. Aquel fue el punto de partida de muchos otros casos que me han hecho aprender y crecer como terapeuta.

El dicho dice que hablando se entiende la gente. Así de fácil, ¿verdad? Y aquel fue un paradigma perfecto: mis pacientes me planteaban un problema que para ellos era muy grave, pero que tuvo una solución muy sencilla. Aquella tarde entró en mi consulta una pareja muy joven y que hacía escasamente seis meses que se habían casado. Eran Patri y Ramón. De veintipocos años ambos. Ella, dependienta de una tienda de cosméticos, y él, peón de albañil. Venían recomendados por un ginecólogo, pues tenían serios problemas con el sexo. La cuestión es que, desde que eran matrimonio, Patri no podía (o no quería) tener relaciones.

Es una situación muy extraña, pensé. Son una pareja muy reciente y se les ve muy cariñosos. Mi primera impresión la corroboré con la entrevista que les hice conjuntamente: hacía muy poco que convivían, parecían muy enamorados y ellos mismos utilizaban la expresión quererse. ¿Qué pasaba, pues?

El intríngulis lo saqué hablando a solas con ella. Patri, en la segunda visita, se mostraba un poco nerviosa. Algún resquemor tenía.

—¿Qué te ocurre? —le pregunté.

—No sé cómo decírtelo, Carme. Me da mucha vergüenza —respondió ella cruzando los brazos.

—Estate tranquila. Puedes hablar con confianza.

Entonces, la chica me explicó que su marido olía mal y que le daba mucho asco tenerlo demasiado cerca.

—Pero me explicaste que antes de casaros sí que teníais relaciones con normalidad, ¿verdad? —cuestioné, sorprendida.

—Antes, cuando salíamos, normalmente quedábamos para cenar y salir los fines de semana, que era cuando podíamos estar más tranquilos y tener sexo —arrancó Patri—. Ramón venía a buscarme muy peripuesto. Llamaba la atención y a mí me excitaba mucho. Pero desde que vivimos juntos en casa, él viene del trabajo, de la obra, muy sudado y me echa para atrás.

—¿Pero no se ducha? —la corté.

—Sí, cada día —respondió—. Pero el problema es que se ducha por la mañana. O sea, que por la noche se mete en la cama tal cual ha llegado de trabajar y ese olor puede conmigo.

Cuando vi que el problema era ese, un simple cambio de hábito, fue mano de santo. Al día siguiente hablé con Ramón y del modo más elegante posible le sugerí que, además de ducharse por la mañana, como hacía cada día, lo hiciese también antes o después de cenar. ¿Sabéis lo que pasó? Esa pareja no volvió a aparecer por la consulta. Caso resuelto.

Patri tenía vergüenza de decirle a su marido que se duchase y Ramón no se había dado cuenta de que después de un día de un trabajo muy físico, le convenía una enjabonadura. La comunicación en la sexualidad, como en la vida, es una de las claves de todo. De eso y de otras cosas hablaremos a continuación. ¿Me acompañáis?

Soy sexóloga

«Eres muy normal para ser sexóloga.»

Periodista de radio

Una de las muchas preguntas recurrentes en mi vida, tanto de pacientes como de amistades y conocidos, es: «¿Por qué te has dedicado profesionalmente a la sexología?». Reconozco que no tengo una sola respuesta, pero sí una colección de anécdotas de mi infancia, adolescencia y primera juventud que me condujeron a especializarme en la sexualidad humana.

Aspectos que me ayudaron en la decisión: descubrir de muy pequeña la colección de revistas porno que mi tío tenía escondida en su habitación; rebelarme en la adolescencia al ver el sexismo imperante por parte de mis padres, del profesorado y de muchos alumnos del instituto; apuntarme a los talleres sobre sexualidad que Carme Freixa y Noemí Barja impartieron en la Facultad de Psicología de la UAB; realizar unas prácticas en el Centro de Planificación Familiar de Terrassa… Ya ves, todo me dirigió directamente a buscar sobre sexualidad y finalmente a realizar el Máster en Sexología y Psicoterapia Integrativa por la Universidad de Valencia.

Desde muy pequeña me causaba extrañeza el secretismo alrededor del hecho sexual. Me encantaban los relatos eróticos que leía en revistas como Lib —mucho después me enteré de que bastantes estaban escritos por Santiago Segura—, pero sabía que no podía explicárselo a nadie, y cuando mi madre me compró el libro ilustrado ¿De dónde venimos? puse cara de niña buena y me lo leí también, pero sin hacer ninguna pregunta incómoda. En mi adolescencia empecé a sufrir un trato desigual por ser chica tanto en casa como entre los compañeros y compañeras de clase, y eso me hizo posicionarme como defensora de la igualdad de sexos desde muy joven. Porque, de modo intuitivo, la sexualidad era para mí algo más amplio que tener vulva o que te gustaran los chicos. Con todo, y ya adulta, he tenido que aguantar algunas veces comentarios poco educados y a menudo sarcásticos al explicar que me dedicaba a la educación y la terapia sexual. Afortunadamente, y a medida que otras disciplinas han incorporado aspectos sobre sexualidad, también más profesionales se han ido formando en sexología. Últimamente no resulta tan extraño responder que soy sexóloga y no encontrarme con que mi interlocutor abra mucho los ojos y sonría con picardía.

La especialista en sexología

«Pero, ¿qué hace exactamente un sexólogo o una sexóloga?»

Periodista de un diario on-line

La sexología es la ciencia multidisciplinar que estudia el hecho sexual humano del modo más amplio posible. Hay muchas áreas del conocimiento que estudian partes de la sexualidad, como la filosofía, la antropología, la medicina, la biología, la psicología, el derecho… y la sexología las entrelaza para entenderla y dar una respuesta global.

Me gusta mucho la definición que la Wikipedia hace del sexólogo o sexóloga: «Son profesionales, con una licenciatura previa en medicina o en psicología, con cualificación suficiente para tratar cualquier disfunción sexual, así como para asesorar en cuanto a la educación de la sexualidad humana. A esta profesión se accede normalmente a través de diversos másteres universitarios».

Aunque es cierto que el grueso de las intervenciones que hacemos la mayoría de los sexólogos y sexólogas se centra en la problemática y la educación sexual, también realizamos funciones preventivas e informativas, fomentamos y divulgamos una vivencia sana y satisfactoria de la sexualidad, colaboramos con organizaciones para fomentar los derechos sexuales y reproductivos, asesoramos a empresas relacionadas con la salud sexual y colaboramos en investigaciones científicas.

Como sexóloga, y ante las personas que acuden a mi consulta, parto de la premisa biopsicosocial, es decir, de que los problemas sexuales pueden tener diferentes causas (orgánicas, psicológicas y sociales), y con mi experiencia debo descartar o valorar las distintas incidencias. Comienzo por una evaluación de la conducta sexual, sigo por la historia del problema y al final realizo un diagnóstico y propongo un tratamiento. Hay que destacar que también piden hora parejas con problemas para comunicarse, para negociar, para convivir… aunque no haya una disfunción sexual. Últimamente he comprobado que ha aumentado mucho la demanda de visitas de mujeres y hombres que tienen dudas y preguntas sobre su sexualidad o sobre la vivencia que tienen de la misma, y, ante el alud de información que hay en internet, prefieren acudir a una profesional para que se las aclare. No manifiestan una problemática, sino que quieren una información veraz y científica sobre algún aspecto sexual concreto, o estrategias para mejorar su cumplimiento sexual. Por ejemplo, mujeres que quieren saber si son normales porque solo tienen orgasmos por estimulación del clítoris u hombres que necesitan estrategias para mejorar el placer de su pareja sexual.

Las personas pueden acudir solas o en pareja, si la tienen, y la mayoría de las veces soy la primera persona a quien explican su problema. A menudo, superar el secretismo y explicar abiertamente lo que les pasa es el inicio de la solución.

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Empezamos jugando, acabamos follando

«Si el sexo es un fenómeno tan natural, ¿cómo es que hay tantos libros sobre cómo hacerlo?»

BETTE MIDLER

Supongo que ya habéis podido intuir que el tema de este libro es la sexualidad de las mujeres, pero no es exclusivo para ellas. Al contrario, me encantaría que también los hombres tuvieseis curiosidad sobre la sexualidad de la mitad de la población.

Todo lo que encontraréis aquí escrito es el fruto de más de veinte años en una consulta de terapia sexual, pero también de impartir conferencias y talleres en centros educativos y en asociaciones de mujeres, de colaborar en diferentes medios de comunicación, de consultar libros y artículos sobre sexualidad y de responder a miles de preguntas en consultorios en línea. No tenéis en las manos un tratado sobre posturas ni un manual para llegar a ser la reina de la seducción, pero tampoco una recopilación de estudios científicos de difícil interpretación. Eso sí, tenéis mi experiencia y mi observación.

Con la ayuda de la editora, de pacientes y de amistades he seleccionado los temas más importantes para entender mejor el hecho sexual de las mujeres y he incorporado una serie de teorías empíricas que creo que pueden explicar unas situaciones sexovitales concretas, y también algunas estrategias para mejorar la vivencia y las emociones respecto a vuestra sexualidad.

Dicho esto, permitidme decir una cosa más: el sexo no sirve para nada. La frase puede sonar muy contundente e incluso, pronunciada por mí, os parezca una incongruencia, pero esto que escribo tiene una explicación, claro está. Cuando digo que el sexo no sirve para nada me refiero a que no sirve para nada más que para pasarlo bien o para nada más que para la reproducción. Por lo tanto, si para la reproducción es esencial hacer sexo, ¿por qué no nos lo pasamos bien, ya puestos? Y aún diré más: ¿por qué no nos lo pasamos bien (o sea, jugamos) haciendo sexo aunque este no tenga ninguna finalidad reproductiva? Hay que disfrutar del sexo. Siempre. Por eso me encanta decir que el sexo es «el juego de los adultos». Y ya que hablamos de este «juego de los adultos», me viene a la cabeza el caso de Mireia y Gerard, una pareja que llevaban siete años de relación y que vinieron a verme muy preocupados a la consulta. En aquel momento, ella tenía 30 años y era profesora de secundaria. Él tenía 36 y era administrativo en una empresa informática. La vida les sonreía (aparentemente): una pareja joven, con muchas cosas por delante, con muchos amigos y un buen trabajo. Pero había un asunto que estaba enturbiando su relación: el sexo. O, mejor dicho, el no-sexo.

—Es que Mireia no toma la iniciativa desde hace mucho tiempo y siempre que lo intentamos está muy tensa —me explicaba Gerard bajo la atenta mirada de ella—. No sé. Es que no tiene ganas y ya no lo hacemos casi nunca.

Ella asentía con la cabeza y afirmaba que era cierto, que había perdido el deseo sexual, que no tenía apetito para hacer el amor, e incluso reconocía que cada vez que Gerard se le acercaba, juguetón, ella le ponía excusas:

—Le digo que estoy cansada para no comenzar a hacerlo.

Enseguida lo vi claro. Era un caso en que se había perdido el sentido lúdico del sexo, aquel que se tiene en el enamoramiento inicial, el de los primeros años de la pareja, pero que, como es lógico, hay que regar poco a poco con el paso del tiempo. De hecho, es un escollo que sufren muchas mujeres, porque, como tales, dejan de jugar más pronto que los hombres, y ya no solo en el aspecto sexual, sino en la vida en general.

Además, Mireia me explicó que la primera relación con penetración que había tenido en su vida había sido precisamente con su novio y que tenía una educación sexual moderada: simplemente había hecho un taller de sexología en el instituto y había hablado un poco con sus padres: «En casa, el sexo no era tabú, pero tampoco era un tema de conversación natural».

Acto seguido, le hice una pregunta que la dejó boquiabierta: «¿A qué juega Gerard?».

—¿Cómo? —respondió.

—Que… si juega a algo —insistí.

Después de unos segundos pensando, dijo: «A la consola». Gerard lo pasaba bien jugando a videojuegos.

—Pues esto es lo que tenemos que trabajar contigo. Que te lo pases bien cuando tenéis relaciones sexuales, ¡igual que él se lo pasa bien haciendo sexo contigo, jugando a la consola o disputando una pachanga de fútbol con los amigos!

Por eso intenté que Mireia interpretase las relaciones sexuales desde un punto de vista lúdico y le aconsejé dos cosas: la primera, que diese rienda suelta a la imaginación; la segunda, que utilizase juguetes en las relaciones. ¡Las fantasías sexuales al poder!, le aclaré.

Unas semanas más tarde, recibí un correo de Mireia. Me preguntaba si conocía direcciones de hoteles madrileños de tipo erótico, porque quería darle una sorpresa a Gerard. Al leerlo, sonreí. Mireia volvía a jugar.

La tríada perfecta: la sexualidad, el juego y las mujeres

Vincular los conceptos de la sexualidad y del juego con el hecho de ser mujer ha sido el resultado de atender a muchas pacientes y parejas, como Mireia y Gerard, para las que la sexualidad es motivo de problemas y de angustia, pero también de análisis de muchas otras mujeres que disfrutan sin dificultades de su sexualidad.

Dejar de lado la patología e incorporar la vertiente más positiva de la sexualidad me ha permitido ayudar a muchas mujeres y a sus parejas a reconducir una vivencia negativa del hecho sexual, pero —todavía más importante— a prevenir posibles dificultades.

En los siguientes párrafos iré definiendo y combinando la peculiar estructura de esta tríada, que, en el fondo, es el eje central de mi propuesta: la sexualidad como juego es una actividad generadora de placer que no se realiza con una finalidad utilitaria directa, sino que tiene entidad por sí misma. Así, la sexualidad no debería servir para nada más que para pasarlo bien. Y como comportamiento, también tiene una vertiente social cuando en este juego sexual participa más de una persona.

¿PARA QUÉ SIRVE LA SEXUALIDAD?

Tal vez la pregunta te cause extrañeza, que a menudo es la expresión que identifico en las caras de las personas cuando empiezo así las conferencias, los talleres o incluso las sesiones de terapia (aunque ya os he dado la respuesta al comienzo del capítulo). Pero antes de que tu cerebro inicie la búsqueda de la respuesta correcta, repasemos algunos hechos históricos.

Para la mayoría de las personas de las generaciones anteriores, la sexualidad tenía como única finalidad aceptable la reproducción. El cristianismo, religión predominante en la sociedad occidental, consideraba inmoral el placer sexual, las distintas opciones sexuales y todo lo que se alejara del ideal de la castidad, la ocultación y los tabús sexuales. El problema es que esto ha impregnado durante siglos no solo la moral, sino también la ciencia y la cultura de Europa y América.

De todos modos, siempre ha habido formas de saltarse las normas, por muy rígidas que fuesen. Y, de hecho, en determinados sectores sociales se practicaba una «doble moral sexual». Es decir, se adoptaba un determinado comportamiento ante el sexo dependiendo de cada situación, y por lo tanto se consentía una cierta «inmoralidad sexual». Hay que remarcar que esta «inmoralidad aceptada» era mucho más tolerada en los hombres que en las mujeres. De hecho, tanto a escala legal como social estaba más penalizada la infidelidad femenina que la masculina, y en determinados períodos se ha considerado que las mujeres prostituidas eran «un mal necesario».

En la actualidad, y fruto del progreso científico, pero también político y social, esta lista de «porqués sexuales» se ha invertido de manera muy importante. La procreación ha perdido peso específico frente al placer o la función comunicativa de la sexualidad.

Hechos relevantes, como la generalización de la anticoncepción, la aparición y evolución del feminismo, los estudios científicos sobre sexualidad, la legalización del aborto en muchos países y la reivindicación de los movimientos de liberación gay, lesbiana y transgénero y de otros colectivos sociales han facilitado la adopción de una nueva ética sexual, basada en unos derechos sexuales de espíritu universalista.

DEFINIENDO LA SEXUALIDAD

La definición de sexualidad se ha ido modificando y ampliando a lo largo de los últimos años, y en la actualidad incluye aspectos que traspasan el hecho biológico y comprenden conceptos culturales y sociales, como el género y los roles sexuales.

Veamos algunos aspectos que aclaran qué es la sexualidad humana:

•   Conjunto amplio de comportamientos y actitudes que se estructuran por influencia de la biología, la cultura y los aspectos sociales.

•   Explica procesos como la identidad sexual, el concepto y los roles de género y los vínculos afectivos.

•   Está vinculada con instituciones como el matrimonio, la familia y el divorcio y relacionada con las funciones de comunicación, placer o reproducción.

La sexualidad es algo más que el sexo y las relaciones sexuales, nunca puede separarse de la historia personal de cada persona y no podemos prescindir de ella. Es decir, no podemos dejar de ser seres sexuados.

La sexualidad está presente en todo nuestro ciclo vital: desde el nacimiento a la muerte, pero no siempre del mismo modo ni con la misma intensidad. De hecho, podemos pasar períodos en los que la sexualidad adquiera una importancia capital, y otros, en cambio, en los que parezca que desempeña un papel más secundario.

Desde una concepción inclusiva, todas las personas, independientemente de nuestra condición física y psicológica, tenemos sexualidad, y esta no es un constructo cerrado, sino que está siempre en un proceso de constante transformación y construcción.

Si alguno de los conceptos mencionados te crea confusión, no te preocupes; a lo largo de los próximos capítulos espero ayudarte a aclararlos.

LAS MUJERES Y LA SEXUALIDAD

Durante milenios la sexualidad humana ha estado ligada a la reproducción, la heterosexualidad y el androcentrismo. La sexualidad de las mujeres, o era negada o bien estaba centrada en satisfacer los deseos y las necesidades de los hombres. Producto de esta construcción social, las mujeres quedaban limitadas a dos categorías: esposa/madre o amante/prostituta.

Es con la irrupción de los movimientos feministas, a partir del siglo XIX, y de la revolución sexual, en el XX, cuando muchas mujeres comienzan a plantearse su sexualidad desde el autoconocimiento, su placer y sus necesidades. Se dio un enfoque político y reivindicativo a aspectos relacionados con la sexualidad y la violencia, las desigualdades entre hombres y mujeres, la visibilización de la atracción sexual entre mujeres, la pornografía y la prostitución.

Ya en el siglo XXI, este proceso todavía continúa y se han incorporado nuevos enfoques, como los movimientos queer, que rehúyen las categorías binarias y preestablecidas (hombre-mujer y hetero-homo), y otras corrientes que se manifiestan en contra de la concepción neoliberal que está impregnando también la sexualidad, donde todo vale si hay dinero y consentimiento de por medio, en especial respecto a la prostitución y a la maternidad subrogada.

En la actualidad, pues, conviven muchas formas de entender el hecho sexual, y el enfoque biopsicosocial resulta enriquecedor y al mismo tiempo complejo. Además, la omnipresencia de la sexualidad provoca a menudo sensaciones opuestas: por un lado, parece que sin la práctica regular de sexo una persona se convierta en cierta manera en «discapacitada», y por otro lado, la sobreexposición puede provocar hartazgo.

También fenómenos ocurridos a principios de esta década, como la publicación de la trilogía Cincuenta sombras de Grey, han hecho aflorar estas contradicciones en la sexualidad de muchas mujeres. Bajo la apariencia de una mujer empoderada e instruida, Ana, la protagonista, termina plegándose a los deseos de un hombre e intentando salvarle de un pasado tormentoso. No tiene un final trágico como el de las protagonistas de Tolstoi, Flaubert o Clarín, pero la reproducción de los viejos esquemas de una relación desigual, tanto social como sexual, planea por toda la historia. Eso sí, con un sexo explícito con falsos tintes posmodernos, porque incorpora la transgresión de unas supuestas prácticas sadomasoquistas.

Muchas «Anas» se pasan por la consulta, insatisfechas, cuando se dan cuenta de que, además de tener que luchar contra el sexismo que impregna su vida laboral y social, también tienen que hacerlo en la esfera más privada, la afectivo-sexual.

Un par de ítems que pueden ayudar a aclarar el panorama actual:

•   Todavía hay diferencias en la forma de entender la sexualidad entre hombres y mujeres, pero también entre diferentes géneros, entre diferentes orientaciones sexuales, etc. Por lo tanto, quizá sería el momento de empezar a hablar de personas y de la vivencia de su sexualidad de manera individualizada, pero aceptando que aún quedan muchos residuos de aquella mentalidad ligada a la reproducción, la heterosexualidad, el androcentrismo y el sexismo.

•   La sexualidad es una vivencia individual, pero tiene muchos componentes sociales e ideológicos que hay que abordar desde una vertiente más política y global. Hacen falta reglas o normas de carácter personal, pero también social, porque no todo es aceptable, aunque a veces parezca que somos libres para poder elegir, cuando en realidad esta «libre elección» está demasiado mediatizada por determinados sistemas políticos y económicos, la publicidad y los medios de comunicación.

LAS MUJERES Y EL JUEGO

Las mujeres no tenemos un tránsito fácil del juego infantil al juego adulto. La mayoría de los juegos de las niñas —muñecas, cocinitas, disfraces…— desaparecen en la adolescencia o bien están demasiado relacionados con el cuidado de las personas y con las tareas domésticas.

De hecho, estos juegos se han interrumpido durante los siglos pasados de manera abrupta, antes incluso de llegar a la pubertad. Un filósofo ilustrado como Jean-Jacques Rousseau ya manifestaba en el capítulo sobre la educación de las mujeres que «a las niñas se les han de interrumpir sus juegos sin motivo para servir al auxilio de la naturaleza». Es decir, hay que acostumbrarlas desde muy pequeñas a dejar de lado los ratos de evasión y goce para atender a los demás, en especial a su futuro marido.

Como contraposición, los chicos, a través de juegos grupales y deportivos, aprenden a interiorizar valores propios de hombres adultos que siguen siendo de referencia cuando se hacen mayores y que a menudo continúan practicando. Por lo tanto, están más acostumbrados a incorporar a sus vidas momentos recreativos.

A pesar de que hay familias, centros educativos e instituciones que están haciendo esfuerzos para crear espacios lúdicos no sexistas y para que los juguetes no incorporen un sesgo de género tan marcado —respecto a usos y colores, por ejemplo—, la realidad se impone de forma tozuda y ello tiene efectos en la socialización y también en la concepción del juego que muchas mujeres terminan teniendo respecto a los ratos de esparcimiento y evasión.

Es habitual que en la edad adulta muchas mujeres se sientan incómodas e incluso culpables por tener momentos de entretenimiento que no tienen ninguna finalidad útil más allá de pasar un buen rato. De hecho, mucho ocio femenino está relacionado con actividades con propósitos prácticos: hacer ganchillo o calceta, restauración de muebles… Y eso presupone que a cualquier actividad sin intención utilitaria se le ponga la etiqueta de inútil, prescindible o, incluso, de pérdida de tiempo

Una queja habitual en las mujeres de parejas heterosexuales se refiere a la capacidad que tiene el hombre para encontrar el momento para actividades lúdicas, como jugar a videojuegos o practicar un deporte, y la intensidad y el embobamiento que presentan en su realización.

No hay que olvidar que las triples jornadas (en las que haremos énfasis más adelante) que muchas mujeres soportan no dejan mucho tiempo para ratos desocupados. Hay que tener bastante habilidad de negociación y un cierto poder para llegar a acuerdos con la pareja u otros familiares para conseguir estos ratos «inútiles» y a la vez imprescindibles.

Con todo, y sin ánimo de angustiar, en algunos momentos se hace necesario reorganizar «nuestro manual de instrucciones individual» para poner en valor determinados constructos y descartar otros, a medida que vamos aprendiendo a vivir. Incorporar estos ratos de esparcimiento, aunque a veces resulte complicado o casi imposible, supone una mejora en la calidad de vida personal a medio y largo plazo.

LA SEXUALIDAD LÚDICA

Para las personas que disfrutan de su sexualidad de una forma sana y sin conflictos, su finalidad es, la mayor parte de las veces, puramente lúdica. Descartando los momentos puntuales en que la dedican a la procreación de un modo responsable y consciente, el resto es solo por placer: para compartir un buen rato con uno mismo o con otra persona…

Diferentes investigadores del juego y el contexto lúdico postulan que todas las actividades y ocupaciones, incluso las más ligadas a las necesidades básicas, como comer o dormir, tuvieron una forma lúdica en sus comienzos. De hecho, también la sexualidad empieza para muchos niños como un juego: jugando a médicos y enfermeras se explora el cuerpo del otro, y en el baño, jugando con los propios genitales, muchos niños y niñas experimentan sensaciones de placer. Por lo tanto, la sexualidad se inicia como un juego, y es preciso que esta vertiente lúdica continúe a lo largo de toda la vida.

Porque la sexualidad cumple la mayoría de las características que se atribuyen al juego: «Es una actividad voluntaria, que tiene unos ciertos límites, fijados en el tiempo y en el espacio, que siguen una regla o reglas aceptadas, provista de una finalidad en sí misma y acompañada de un sentimiento de tensión y alegría».

Si planteamos la sexualidad como un juego, la convertimos en una actividad creativa, de expresión y comunicación, que permite el autoconocimiento y también llegar a establecer vínculos afectivos con otra persona.

No podemos obviar, sin embargo, que la práctica sexual conlleva una serie de riesgos para la salud física y emocional. Es con la adopción de determinadas reglas y poniendo unos límites al juego sexual como podremos prevenir y minimizar estos riesgos —por ejemplo, las infecciones de transmisión sexual o las desigualdades en las relaciones afectivo-sexuales—.

Tampoco significa que al potenciar el aspecto lúdico de la sexualidad estemos banalizándola, sino al contrario: el juego es, en palabras de personas expertas, «una actividad trascendental, fundamental para la persona y que se practica a lo largo de toda la vida».

Por lo tanto, solo hace falta mezclar el hecho sexual y el hecho lúdico, como si de los ingredientes de un cóctel se tratase, y agitarlos en la coctelera de nuestra imaginación y de nuestro comportamiento para disfrutar plenamente de la sexualidad, a solas o con otra persona o personas.

La tríada al completo

«Así, ¿la sexualidad es el juego que practicamos las personas adultas? Nunca me lo había planteado así…»

MARTA, 32 años

Y ahora toca integrarlo todo, porque creo de verdad en el artículo número cinco de la Declaración de los Derechos Sexuales: el derecho al placer sexual como una fuente de bienestar físico, intelectual e incluso espiritual. Por lo tanto, hay que incorporar, desde nuestro hecho individual y también desde nuestra singularidad como mujeres, el esparcimiento como una actitud ante la sexualidad.

JUGANDO SOLAS

Cuando jugamos solas sexualmente podemos hallar satisfacción y diversión a la vez que experimentamos y, por tanto, aprendemos. De hecho, en cualquier juego interviene el ganglio basal, un grupo de estructuras cerebrales involucradas en el control de los movimientos, en el aprendizaje y en la definición de objetivos; todo ello, mediatizado por la dopamina, el neurotransmisor del placer, hará que nos resulte divertido y que aprendamos a partir de nuestras acciones. Es fundamental, pues, que dediquemos tiempo a hacer solitarios sexuales con finalidad lúdica en cualquier momento de nuestra vida, no solo en la adolescencia o en la primera juventud.

COMPARTIENDO JUEGOS SEXUALES

El juego sexual con otra persona, o personas, se convierte en una oportunidad para el placer propio y el ajeno en un período de tiempo concreto. Ahora bien, hay que tener en cuenta que nos referimos a la vertiente colaborativa y no a la competitiva del juego. Es decir, las personas deciden voluntariamente si quieren participar y lo hacen en relación de igualdad, sin imposiciones, no como un reto que haya que superar para sentirse mejor; se valora todo el proceso sexolúdico y no tan solo lograr un objetivo marcado, como puede ser el orgasmo. De manera cooperativa se buscan formas diferentes de proporcionar placer al otro y a uno mismo, aceptando las que resulten enriquecedoras para los participantes.

En el caso de una pareja estable, esta actitud de juego acaba impregnando también el resto de la relación y favorecerá diferentes momentos eróticos y afectivos divertidos que facilitarán los próximos encuentros lúdicos: en forma de mensajes, tocamientos, abrazos… Entre los dos miembros pueden crear un mundo de fantasías y rituales sexuales donde los deseos de ambos se puedan hacer realidad gracias a la simulación y a la imaginación. El momento del juego sexual puede ser improvisado, pero también calculado con tiempo e incluso programado, como lo hacemos con otras actividades importantes. Esta estrategia de «encontrar tiempo para jugar sexualmente», y por lo tanto de preparación mental y organizativa, potencia el deseo y facilita el éxito del encuentro.

Si la pareja es esporádica, pueden fijarse unas mínimas reglas antes de iniciar el juego o bien hacerlo sobre la marcha, aunque debe quedar claro para los dos que en cualquier momento una parte puede abandonar el juego sin conflicto ni presiones de la otra persona.

Sexualidad digital

Ahora demos un triple salto mortal e incorporemos también un concepto bastante nuevo, aunque ya no lo parezca en absoluto: las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y cómo influyen en la sexualidad.

Las TIC han llegado a nuestras vidas para quedarse y tenemos que aprovechar los aspectos que nos facilitan la vida y aprender a minimizar los negativos. Desde internet nos podemos informar, podemos comprar, podemos formarnos, buscar trabajo, solidarizarnos con alguna causa y también socializarnos. Pero también podemos controlar o nos pueden controlar, nos pueden estafar, y el exceso de información nos puede provocar infoxicación, es decir, una intoxicación informativa.

En concreto, las redes sociales y determinadas webs y sus aplicaciones no son más que herramientas de comunicación y socialización virtual que nos permiten conocer a otras personas a través de la segmentación por aficiones, por deseos, etc. Es decir, hoy en día es más fácil encontrarse virtualmente con personas que tienen unas necesidades profesionales, afectivas, sexuales, de ocio, etc., parecidas a las nuestras.

Respecto a la sexualidad, existen webs para encontrar amistades, para encontrar pareja afectiva o para encontrar pareja sexual, y podemos utilizar los servicios de mensajería instantánea (WhatsApp, Line…) para mejorar el vínculo amoroso o sexual con nuestra pareja… pero también para romper con ella. Es decir, para la mayoría de las personas de nuestro entorno, todas las etapas de una relación de pareja tienen un componente digital.

Cada vez está más normalizado el hecho de iniciar, con la mediación de internet, un encuentro que puede terminar en una relación sexual o en una relación de pareja más estable. No obstante, hay que conocer ciertas reglas para moverse por las plataformas digitales con esta finalidad, aunque no haya fórmulas mágicas:

•   No compartir excesiva información de carácter personal o sexual en las redes sociales generalistas ni en las más específicas. Evitar el sexting (compartir fotos o vídeos sin ropa o en posturas sexualmente explícitas a través de internet).

•   Continuar el proceso de conocimiento chateando a través de la misma plataforma o de otros servicios de mensajería durante un tiempo prudencial.

•   Los primeros encuentros presenciales tendrían que ser en un lugar público, y es muy recomendable que alguien (amistad o familiar de confianza) sepa con quién y dónde te encuentras.

Como norma general, hay que destacar que nuestra vida presencial y virtual deberían ser muy parecidas. Es decir, las actitudes y comportamientos que realizas en la vida presencial deberían regir tu vida virtual, si bien hay que tener en cuenta que la conducta en las redes sociales puede ser más impulsiva. Es importante ir intercambiando en nuestra mente estos dos aspectos de nuestra vida, el presencial y el virtual: ¿le daría a un extraño esa foto mía ligerita de ropa? ¿Intercambiaría mensajes picantes si lo tuviera delante?

Hay que tener en cuenta que si otra persona comparte determinadas imágenes o vídeos privados nuestros en internet sin nuestro consentimiento explícito, o somos víctimas de acoso sexual por esta vía, tenemos todo el derecho de denunciarlo a la policía.

Derechos sexuales

No quería acabar este primer capítulo sin incorporar una dimensión formal, pero al mismo tiempo importante, de la sexualidad: la Declaración de los Derechos Sexuales. Como he comentado antes, estos derechos, de espíritu universalista, forman parte de la nueva ética sexual que debería ser adoptada por todas las personas a título individual y que también debería ser la base de las políticas relacionadas con la salud sexual y reproductiva.

Los derechos sexuales son derechos humanos universales basados en la libertad, la dignidad y la igualdad inherentes a todos los seres humanos. Y dado que la salud es un derecho humano fundamental, la salud sexual debe ser un derecho humano básico, pues es esencial para el bienestar individual, interpersonal y social.

Para asegurar el desarrollo de una sexualidad saludable en los seres humanos y las sociedades, los siguientes derechos sexuales deben ser reconocidos, respetados, ejercidos, promovidos y defendidos por todas las sociedades con todos sus medios:

1.   Derecho a la libertad sexual: establece la posibilidad de la plena expresión del potencial sexual de los individuos y excluye toda forma de coerción, explotación y abuso sexual en cualquier etapa y situación de la vida.

2.   Derecho a la autonomía, la integridad y la seguridad sexual del cuerpo: incluye la capacidad de tomar decisiones autónomas sobre la propia vida sexual en un contexto de ética personal y social; están incluidas también la capacidad de control y disfrute de nuestros cuerpos, libres de tortura, mutilación o violencia de cualquier tipo.

3.   Derecho a la privacidad sexual: legitima las decisiones y conductas individuales realizadas en el ámbito de la intimidad, siempre que no interfieran en los derechos sexuales de otros.

4.   Derecho a la igualdad sexual: se opone a cualquier forma de discriminación relacionada con sexo, género, preferencia sexual, edad, clase social, grupo étnico, religión o limitación física o mental.

5.   Derecho al placer sexual: prerrogativa del disfrute sexual (incluyendo el autoerotismo), fuente de bienestar físico, intelectual y espiritual.

6.   Derecho a la expresión sexual emocional: abarca más allá del placer erótico o los actos sexuales y reconoce la facultad de manifestar la sexualidad a través de la expresión emocional y afectiva, como el afecto, la ternura y el amor.

7.   Derecho a la libre asociación sexual: permite la posibilidad de contraer o no matrimonio, de divorciarse o de establecer cualquier otro tipo de asociación sexual responsable.

8.   Derecho a la toma de decisiones reproductivas libres y responsables: comprende el derecho a decidir tener o no hijos, el número de los mismos, el tiempo a transcurrir entre cada uno y el pleno acceso a los métodos para regular la fecundidad.

9.   Derecho a la información sexual basada en el conocimiento científico: demanda de que la información sexual sea generada a través de procesos científicos y éticos, sea difundida de forma apropiada y llegue a todas las capas sociales.

10. Derecho a la educación sexual integral: solicita la impartición de la educación sexual durante toda la extensión de la vida, desde el nacimiento hasta la vejez, y exhorta a la participación de todas las instituciones sociales.

11. Derecho a la atención a la salud sexual: conlleva la prevención y el tratamiento de todos los problemas, preocupaciones, enfermedades y trastornos sexuales.

LOS DERECHOS SEXUALES SON DERECHOS HUMANOS FUNDAMENTALES Y UNIVERSALES

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Abierto las 24 horas

«Simplemente quiero responder a la pregunta: ¿qué pasa con el cuerpo durante las relaciones sexuales?»

WILLIAM MASTERS

Como Mireia y Gerard, la pareja que abría el capítulo anterior, Laura y Dani también tenían relaciones de Pascuas a Ramos. Hacía un lustro que se habían casado, y a pesar de que los tres primeros años de convivencia habían sido muy efervescentes, sexualmente hablando, ya casi ni se tocaban. Y para más inri, tenían problemas domésticos. La cosa pintaba mal cuando me vinieron a ver.

Pongámonos en antecedentes. Ella tenía 31 años y él, 26. No son matemáticas, pero que la chica fuese mayor, en este caso en concreto, suponía que en términos de maduración estaban descompensados. Ella era algo más madura que él. Aun así, llevaban cinco años de matrimonio y en el fondo querían seguir juntos y se querían. Y lo más importante, tenían una absoluta predisposición a solucionar el problema que les corroía.