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No dudaré, Carla

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

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© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Giselle Amorós 2019

© Editorial LxL 2019

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: febrero 2019

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-16609-49-4

Este primer libro va dedicado a Jesús.

A mi marido y mis hij@s, que junto con mi gran familia me apoyan incondicionalmente en esta, que espero sea, una interminable aventura.

A las lectoras que profesan este gusto tan especial por la lectura romántica, y a esas personas de mi día a día que, cuando les cuentas que estás escribiendo un libro, se les ilumina la cara y que desinteresadamente me han ayudado y se sienten orgullosos. Solo con eso, eternamente agradecida.

Y por último y quizá el agradecimiento más importante, a ese grupo de personas que forman Editorial LxL, que con su confianza han hecho que uno de mis sueños se haga realidad.

Cuando te sumerges en un libro y lo haces tuyo porque esa historia te gusta, es especial y te hace sentir, eso es lo que pretendo al escribir mis novelas. Mi objetivo es que al terminar de leer esta historia, lo haya conseguido.

¡Bien!

Por fin una buena noticia, tendré la última entrevista de trabajo en la empresa directamente. A veces estas cosas las complican tanto que parece que vaya a acceder a un puesto para la NASA, cuando, en realidad, solo seré una administrativa.

Es un puesto en el departamento de exportación, me han llamado expresamente por tener experiencia en este sector y por los idiomas. El First Certificate de inglés, que es imprescindible y que me costó lo mío, junto con mi chapurreo de italiano. Esto último fue un capricho, ya que Italia me parece un país históricamente fascinante y, aunque nunca he ido, decidí que tenía que aprender el idioma de donde viene toda esa riquísima comida.

Sí, soy así de básica.

Mañana tengo que estar allí a las nueve en punto y son dos horas de camino, así que me iré pronto a dormir, pero antes llevaré de paseo a mi pequeño Golfo, que es un perrito precioso, marrón y negro, mezcla de una perra salchicha —según el veterinario— y no se sabe qué. La camada estaba abandonada en una obra cercana a mi casa y yo me llevé el último que quedaba. Aunque no sea de raza, yo lo quiero como si tuviera un gran pedigrí. Lo dejo correr y juego con él hasta que se agota, y yo quizá más que él.

¡Maldito despertador! ¡Cómo lo odio!

Pero hoy estoy contenta a la par que nerviosa. Me levanto a la primera, porque normalmente lo dejo sonar y sonar…

Me ducho mientras suena en la radio uno de los éxitos de Jason Derulo, Wiggle, que me encanta y, además, me hace despertar de golpe.

Me visto para la ocasión con algo formal, traje chaqueta negro y un top debajo color rosa pastel —vamos, como siempre que voy a una entrevista de trabajo, solo tengo dos y los voy combinando—, y que no falten unos buenos tacones. Desayuno algo ligero y mientras salgo por la puerta le digo a Golfo que me dé suerte, y él me mira como diciendo «Ya se va la loca esta», baja la cabeza y sigue durmiendo.

Me dirijo a mi coche, que lo tengo aparcado en la calle porque, primero, los parkings cuestan un dineral y, segundo, porque el Ford Mondeo ya tiene más años que la Tani —expresión de mi padre para referirse a algo muy viejo—. Lo heredé de él cuando decidió comprarse el nuevo modelo, y la verdad es que va muy bien.

Voy por la autopista y reconozco que estoy muy nerviosa, lo noto porque no paro de cambiar las emisoras de música, vale, ya paro, parece que Alejandro Fernández junto con Antonio Orozco cantando Pedacitos de ti me están calmando.

En la empresa me comentaron que si me elegían, el trabajo sería de lunes a viernes. Mi casa está a dos horas de distancia, sin embargo, tienen apartamentos para los trabajadores que quieran permanecer durante la semana y no trasladarse todos los días. Por lo visto son unos viñedos bastante apartados de la civilización. Pero no me importa mucho, porque necesito la independencia que me da el trabajo y no tener que volver con mis papis, que, aunque los quiero mucho, prefiero tener mi supermegapiso de cincuenta metros cuadrados.

El GPS no se ha ausentado durante el viaje —a veces le da por callarse y pasar de mí—, esta vez me ha llevado directamente a mi destino. Después de coger la salida de la autopista he entrado en una carretera comarcal y en un tramo he cogido un desvío donde parece que no existe el asfalto, supongo que habrá otro camino que no conozco y estará mejor.

Pero bueno, ya he llegado y ¡madre mía!, ¡qué sitio más bonito! Estoy frente a la entrada principal y es como si hubiera retrocedido doscientos años atrás. Tiene una fachada colonial de color blanco y dos pequeños edificios paralelos de solo dos plantas. La entrada tiene unas escaleras que dan a un porche acristalado. En un lateral está el parking, donde solo hay sitio para cinco o seis coches y, si giro mi vista, hay filas y filas de viñas. Parece que estuvieran plantadas entre unas y otras con una medición exacta. No se llega a ver el final, todo son viñedos y es precioso, como cuando miras el mar, pero verde de vid.

Entro con cara de Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, observando todo como si nunca hubiera visto el campo o un edificio, pero es que es digno de admirar. Con cara de boba paso las acristaladas puertas y me dirijo a la recepcionista rubia, guapísima que te cagas.

—Hola, buenos días. Tengo una entrevista con el Sr. Pelayo.

—¿Su nombre, por favor?

—Soy Carla Peralta.

—Un momento, por favor.

Y seguidamente me dice que me siente en unos sofás preciosos de cuero de color blanco, desde donde admiro todos esos pósteres de fotos de la empresa que son alucinantes. Están hechas desde el aire y en ellas se aprecia la inmensidad del terreno y, cómo no, la fotografía de los primeros trabajadores de la empresa, junto con la maquinaria antigua de los primeros años. También hay diferentes diplomas de premios como mejor empresa. Giro mi mirada hacia arriba y veo en un rincón una cámara, ¡uy! Eso no me gusta, está enfocada a la puerta, pero da mal rollo y, aunque sé que la mayoría de empresas las tienen por seguridad, me hace sentir incómoda.

Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que se acerca alguien hasta que lo tengo delante. ¡Menudo con el Sr. Pelayo!, se acerca a mí y se presenta. Vaya cara de hueso.

Debe tener unos cincuenta años, bajito y con las gafas a media nariz, mirándome por encima de ellas, ¡y eso me da una rabia! Me dan ganas de subírselas, pero claro, me contengo porque mi futuro empleo está en juego.

Me hace pasar a una sala y allí comienza mi tortura inquisitiva. Me sudan las manos de lo nerviosa que estoy, pero intento mantener la calma hablándole sinceramente de mi experiencia y de lo que espero de este trabajo.

Aunque en un principio me ha parecido un poco borde, la entrevista ha sido muy amena.

Tras media hora me despido de don Hueso y me voy a casa con cara de ¿tonta, quizá? Realmente no sé cómo me ha ido, don Hueso no me ha dado ninguna pista, simplemente me ha comentado que en unos días me dirían algo, ya fuera positivo o negativo.

De camino a casa pienso en la cena que tengo esta noche con mis brujas queridas, que son mis amigas de siempre. Solo quedamos algún viernes que podamos coincidir todas, es decir, uno cada tres o cuatro meses. Claro que a esta edad la mitad tiene hijos y la otra trabaja las veinticuatro horas del día. Siempre quedamos en un bar de tapeo donde nos ponemos hasta arriba y no paramos de hablar para recuperar el tiempo perdido.

Llego a casa por la tarde, ya que me he parado a comer en unos grandes almacenes y a comprar algo de ropa. Empiezo a arreglarme cuando suena mi móvil:

—¿Srta. Peralta?

—Sí, hola, soy yo.

—La llamo de Recursos Humanos de Viñas Fortuny, y le informo de que ha sido seleccionada para el puesto vacante en el Departamento de Exportación. El día que tenemos previsto para su incorporación sería el próximo lunes dieciséis de junio, ¿le va bien?

—Sí, sí, por supuesto —respondo nerviosa, creo que me va a dar un parreque.

—Lamento que le llamemos con tan poco tiempo, pero ha surgido un problema de última hora y necesitamos que se incorpore este lunes. También quería recordarle que al quedarse en uno de nuestros apartamentos debe traer todo lo necesario para alojarse durante la temporada de su contrato.

—Sí, sí, lo recordaré...

—Muy bien, pues nos vemos el próximo lunes. Cuando llegue pregunte por mí, soy María Pujol.

—De acuerdo, María. Muchas gracias.

¡¡¡Síííí!!! No paro de saltar y gritar, seguro que si me viera Pedro Almodóvar no se pensaría en darme un papel de histérica o loca de los vientos, y es que después de cuatro meses sin encontrar nada, por fin una lucecita, y mi autonomía intacta.

Por cierto, ¡son las ocho! Tengo que darme prisa, he quedado con las chicas a las nueve.

Yo soy una chica muy normalita. Mido uno sesenta y cinco, morena, con el pelo largo y liso, y cuando digo «liso» es muuuy liso, vamos, que como no le dé forma me parezco a la hija de Los Increíbles. Mis ojos son marrones tirando a negros, resumiendo, como el ochenta por ciento de este país.

Hasta que me hice adulta y se fueron esos granos horribles de mi cara, creo que ningún ser masculino se fijó en mí, también por el hecho de que mi pelo tapaba totalmente mi rostro. Pero ahora la cosa ha cambiado y sí se fijan, es más, creo que a veces me molesta un poco. Aunque no he tenido grandes amores, sí que han sido variados y de diferentes tipos: del empollón del instituto pasé al más golfo del barrio y, cuando asenté la cabeza, salí durante un tiempo con el hermano de mi mejor amiga. Era mayor que nosotras, abogado, muy serio.

Ha sido mi última relación y más larga, pero no era el amor de mi vida. Era aburrido y predecible, vamos, que todavía me pregunto qué hacía con él. Hará más o menos dos años que estoy soltera y sin compromiso, y viendo cómo está el mercado, creo que me va a durar. En agosto cumpliré veintiocho años y ya empiezo a escuchar eso de: «Se te va a pasar el arroz» o como dice mi tía: «Yo a tu edad ya tenía dos hijos», pero yo sonrío y a lo mío. Me gusta hacer deporte y el gimnasio me ayuda bastante a poder tener un cuerpo más o menos decente. Y es que me gusta comer, puedo no picar entre horas, pero cuando me pongo, me pongo. Y esta noche va a ser una de esas.

Mi carácter es, según dice mi padre, impredecible, ya que puedo pasar de ser la más tierna flor a, en segundos, convertirme en la bruja malvada de Blancanieves. Es lo que tenemos las leo, cuando me cruzo no hay quién me pare. Normalmente soy muy pacífica, a no ser que me mientan a la cara y encima me esté dando cuenta, que ahí ya no conozco —como me pasó con mi ex, el predecible—.

Ya estamos en el bar y después de los besos y abrazos de rigor con mis queridas amigas, nos sentamos. Siempre cogemos la mesa del fondo porque es un bar pequeñito de esos de barrio donde las tapas son cinco estrellas, si es que a un bar se le puede definir así.

La dueña del bar es Victoria y la llamamos Tita, ya que la conocemos desde que éramos pequeñas. Pedimos montones de tapas —creo que doce para las cuatro— y empezamos con nuestras historias.

Antes de nada os las voy a presentar: Rosa es la mayor, creo que tiene treinta y dos años —soy muy mala para recordar los años de la gente—, es castaña con mechas rubias, bajita y con una sonrisa que parece que la lleva instalada en su cara las veinticuatro horas del día. Tiene gemelos de dos añitos y está divorciada desde hace uno. Siempre ha sido muy independiente y, aunque ahora se dedica única y exclusivamente a sus hijos, es muy emprendedora y tiene varios negocios. Desde que ha aprendido a delegar, y le ha costado lo suyo, disfruta mucho más de la familia. Luego está Ruth, que es de mi edad, la secucha del grupo. Es alta, castaña, con el pelo rizado y largo, está soltera por decisión propia, ya que por su trabajo siempre está viajando y cree que cuando se asiente ya tendrá tiempo de formar algo, y por lo que veo tardará; es la más independiente de todas. Y, por último, mi querida e inocente Silvia, creo que es un año menor que yo, es morena, con el pelo muy corto, cara de angelito y se cree que todo el mundo es bueno, hasta que le digo cuatro cosas y la vuelvo al presente, pero da igual, porque ella vuelve rápidamente a su mundo de bondad y le dan tortas por todos lados. Tiene una hija, Sara, de un añito, y es una preciosidad. Silvia es madre soltera y esa es una de las primeras tortas que le dieron, no por su preciosa hija, sino por el padre de la criatura que en cuanto le dijo que estaba embarazada desapareció tan rápido como el correcaminos.

Raúl, que así se llama, es de gente «bien» y vive en Valencia. Cuando se enteró de que Silvia estaba embarazada se dio cuenta de que el juego había llegado a su fin y, como le dijo a mi amiga, no podía presentarse en su casa y decirles a sus padres que iba a ser padre y encima con una dependienta. Por lo visto eso de heredar la empresa familiar junto con su patrimonio deja excluido tener hijos con una dependienta. Según nos enteramos después, tenía una novia formal de esas que también heredan patrimonios.

Silvia tiene una tienda de ropa rollo ibicenco en un pueblecito costero bastante turístico y, gracias también a su mami, que la ayuda mucho, ha podido criar a su hija y trabajar al mismo tiempo. Tras pasar el mal trago de Raúl, recibió una llamada de su madre diciéndole que se fuera con ella. Juntas idearon hacer obras en casa y en la planta baja tienen su pequeño negocio.

Rosa, que sabía lo de mi entrevista, me pregunta:

—Bueno, Carla, cuenta, ¿cómo ha ido la entrevista?

—Pues creo que muy bien —hablo muy seria, y veo a las tres con los ojos como platos—. ¡¡Porque empiezo el lunes!! —digo a grito limpio, grito que continúan mis amigas, claro está. Todos a nuestro alrededor se giran y nos miran, algunos con cara de «¡vaya locas!», y otros se unen a nuestra alegría. Porque, aunque las cuatro estamos rondando los treinta, cuando nos juntamos no pasamos de veinte. ¡Y me encanta!

—Cuenta, cuenta —dice Ruth.

—Pues nada, empiezo el lunes en el departamento de exportación y solo vendré los fines de semana, pero como el trabajo me gusta y el sueldo más, no me puedo quejar.

—Quién sabe, a lo mejor encuentras al amor de tu vida en los viñedos esos —dice Silvia sonriendo con picardía.

—El amor de tu vida no existe —suelta Rosa—. Está el amor de verano, el amor de una noche, el amor de un concierto…, y el mío que fue el amor de «te voy a hacer dos chiquillos y luego te pongo los cuernos», que es el único que deja huella. Bueno, a mí me dejó dos huellas.

Nos reímos de las cosas que tiene esta chica, y es que ella las suelta tal cual las piensa, no filtra en absoluto.

—Pues yo sigo pensando que todos tenemos a un gran amor para cada uno. Lo que pasa es que a algunos nos cuesta encontrarlo y otros no se dan cuenta de que lo tienen —dice Silvia toda romántica.

—¡Di que sí, Silvia! Yo ya lo encontré —digo muy seria—, pero ahora me tengo que esperar a que se divorcie de Mila Kunis y venga a buscarme.

—No, guapa —dice Ruth—, Ashton Kutcher es mío. A ti te gustaba el de Mi querido John.

—Pues nada, para ti Ashton y para mí Channing Tatum.

Y así entre risa y risa continuamos hablando hasta bien entrada la madrugada.

En la mañana del sábado llamo a mis papis y les pongo al corriente de todo. Es rápido, ya que están de viaje, siempre están viajando, y yo me alegro de que ahora puedan disfrutar de su jubilación. Ellos se conocieron aquí, en Barcelona, mi padre nació en Granada y terminó su carrera aquí, donde conoció a mi madre.

Mi padre es un bonachón, de esos papis que solo se enfada si la has hecho muy gorda, y su estado es siempre de hombre tranquilo y de buen humor. Por el contrario, mi madre es puro nervio, más bajita que yo y muy astuta, sabe mi estado de ánimo aunque sea por teléfono y solo con un «¡Hola!». Ahora están haciendo un crucero por el Mediterráneo y han parado en Roma, ya les he dicho que hagan muchísimas fotos. Por supuesto, mi madre ya me ha confirmado que es preciosa y que cuando decida ir ella me hará de guía.

Yo soy hija única, pero no me han criado como una niña mimada. Me han enseñado muy buenos valores y he tenido que aprender a sacarme las castañas del fuego yo solita. Una de las cosas que siempre me han inculcado es que todos somos iguales, y que con educación puedes dirigirte a un mendigo en el mismo tono que a la reina de Inglaterra.

Quizá al pasar más tiempo conmigo, mi madre siempre ha hecho de poli malo. Ha tenido mucha paciencia y me ha entendido muy bien y eso que reconozco que he pasado diferentes fases en mi adolescencia que eran para partirme la cara, pero ella siempre me ha dado buenos consejos, o por lo menos lo ha intentado. Los quiero mucho a los dos, y paro ya que me pongo tonta y no los tengo al final de la calle para ir a abrazarlos.

Empiezo a preparar cuatro cosas y casi me llevo media casa, pero claro, vete tú a saber lo que me hará falta, eso sí, por si acaso me llevo mi pantalla plana, no sea que no tenga tele y, aunque me gusta leer y salir a correr, no me va mal algún programilla de cotilleo para ponerme al día.

Lo más duro va a ser alejarme de mi pequeño Golfo, sé que con mi amiga Silvia va a estar bien, sin embargo, lo voy a echar mucho de menos durante la semana. Cuando lleguen mis papis del viaje se quedará con ellos.