ESLABÓN DE PAPEL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GUADALUPE EICHELBAUM

 

 

 

ESLABÓN DE PAPEL

Colección Kandis número 4

 

© del texto: Guadalupe Eichelbaum

© del prólogo: María Teresa Morillas García

© de la edición: Ediciones Azimut

Maquetación eBook: ePubOnline

 

1ª edición julio de 2017

ISBN: 978-84-946639-7-0

 

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Para Javi, Cristina y Gabriel, porque gracias a vosotros soy un árbol profundamente enraizado en el Bosque de la Macrofelicidad.

 

 

 

Prólogo

 

 

Un humilde marcapáginas con una frase de Emerson es fuente inspiradora y establece la conexión entre los relatos que nos entrega, de forma generosa, Guadalupe Eichelbaum en este Eslabón de Papel. Sí, dicho así, este primer comentario podría hacer barajar al lector la posibilidad de enfrentarse a una propuesta inofensiva, incluso amigable. ¿Quién de nosotros no se ha iniciado antes con esa colección de citas, de grandes pensadores, impresas en los sobres de azúcar que endulzan nuestros cafés? El protocolo es claro: se lee la frase en voz alta con cierta expectación y, tras un par de segundos en silencio, se celebra junto al pastel o la tostada correspondiente. Después, proseguimos inalterables con nuestras rutinas diarias. Pero deseo hacer una advertencia antes de iniciar la lectura y prevenirte.

Porque si piensas que hilvanarás las frases de esta obra sin asumir determinados riesgos, te equivocas. Es más, deberías preguntarte si serás capaz de ser un observador implacable. Si podrás ir más allá de tus prejuicios y por momentos cruzar al otro lado del espejo para recibir a estos personajes de Eslabón de Papel, todavía desconocidos, que como funámbulos atravesarán ante ti un cable suspendido a gran altura. Dispuestos a ir de un extremo a otro, deteniéndose si fuera preciso para realizar una pirueta inesperada, incluso saltar sin red. Ellos no buscan tu comprensión ni tus aplausos, debes saberlo. Han sido convocados con el objetivo de agitarte.

Para empezar Guadalupe Eichelbaum ha elegido trece capítulos en un signo de claro atrevimiento. Con este acto de descaro hace caso omiso a las numerosas advertencias sobre el uso de esta controvertida cifra, ya evitada desde los tiempos del código de Hammurabi. Símbolo de mal augurio, el trece es el número de las fuerzas malignas y así consta en los libros sagrados. Su poder no se extingue, llega inalterable hasta nuestros días. Por eso está suprimida de las matrículas de los coches irlandeses, se descarta en los asientos de los aviones y se evita en los juegos de azar de la lotería italiana. Para los iluminados y masones representa la muerte y la transformación. Es un número que no puede ser manejado, se rige por sus propias normas y es emblema del poder regenerativo sin adornos. ¿Casualidad? En fin, no deseo inquietarte…

De hecho, la autora acepta en todo momento el desafío de exponer, sin edulcorar, el pulso vital de una galería de personajes anónimos, elaborando una propuesta sin duda aplaudida por Poe o Shelley desde sus góticas tumbas, y que al mismísimo Hitchcock tendría en suspense. En un sano ejercicio de equilibrio, sabe detenerse para acariciar la poesía que sostiene este thriller psicológico contemporáneo, al mostrar abiertamente las aristas de los intérpretes de estas historias, en un instante en el que algún suceso quiebra sus vidas. Y les permite manifestar su debate interno, sus contradicciones, oscilar ante la balanza para compartir su desprotección y su culpabilidad como el niño del Sr. Friedrich. O exhibir su locura y su amor enfermizo, como muestra “La Baronesa”: «No fui egoísta. Era su propio bienestar lo que yo anhelaba». Declaran su ignorancia, la voluntad de perdonar y ser perdonados. Su vulnerabilidad al intentar asumir la pérdida de una relación o de un ser querido: «Me gusta vivir, esa es la verdad. Pero tu ausencia…; no puedo verte, ni tocarte, no puedes abrazarme… quiero levantar los ojos, y encontrarme con tu mirada una vez más», confiesa “Alejandra”en una carta.

También los vemos debatirse ante la contradicción de la búsqueda de la vida en instantes desafortunados, incluso cuando la muerte hace acto de presencia, como podemos apreciar en “La gaviota”: «Resulta morboso tomar conciencia de que uno quiere seguir viviendo justo cuando tiene el cuerpo de un niño muerto tumbado, desnudo, inerte, en su sofá». O desplegando la ambivalencia de sentimientos encontrados ante una relación de muchos años, como ocurre en “Navegar”. Reflexionan sobre la repetición de conductas, la toma de decisiones o sus dudas morales. Siempre en continua búsqueda, danzan de la inmovilidad a la acción, de la experiencia al pecado, de la inocencia a la culpabilidad, de la confusión a la lucidez: «Necesito saber cuándo se acaba esta etapa de ser una veleta confusa que el viento mueve para cualquier dirección. Quiero caminar pisando fuerte», leemos, en “La niña”.

Eslabón de papel es algo más que una propuesta de negro sobre blanco, de yin y yan, de luz y sombra. Hay un interés manifiesto en Eichelbaum por acercarnos inteligentemente a observar la realidad de la existencia con volumen, alejada de lo plano y poniendo el foco en las múltiples caras del prisma. Así percibimos con total transparencia la complejidad de las acciones y pensamientos humanos. Y has de saber que si aceptas esta lectura, estás aprobando una invitación en la cual las declaraciones y juicios de estos personajes no sólo van a reflejar su realidad, tú también tomarás decisiones ante los hechos. No podrás evitar juzgarlos y emitir tu sentencia.

Porque el gran protagonista de Eslabón de Papel es la existencia humana. Y como expuso Nietzsche, el ser humano es un ser moral; no podemos dejar de conferir valor a nuestras vidas, es imposible no tomar partido o dejar de juzgar. La chica del relato ”El aborto”declara: «Todos formamos parte de una cadena de jueces implacables que vamos condenándonos unos a otros por lo que hacemos, por lo que pensamos; cada cual se considera mejor porque da por sentado que ha elegido la mejor opción». En efecto, nuestros juicios son el ancla, la columna vertebral que nos sostiene y sobre ellos realizamos la construcción de nuestras vidas.

El ser humano interpreta la realidad, hay tantas verdades como individuos. Así lo ha formulado el filósofo y sociólogo Rafael Echevarría: somos ante todo seres lingüísticos, vivimos en mundos interpretativos y el lenguaje no es inofensivo. Guadalupe Eichelbaum lo sabe, participa de este presupuesto y juega en consonancia sus cartas. Por eso sus personajes no pueden quedar al margen de la urdimbre de palabras que ha entretejido para ellos. Y determinan sus posibilidades de actuación como apreciamos, por ejemplo, en “El conductor”: «Eso le había llevado a desarrollar una actitud de intolerancia extrema hacía el abuso del alcohol y la conducción. Para él, era un mandamiento de su Biblia personal, algo incuestionable. Era un principio inalterable de la vida». De igual forma la frase del marcapáginas suscita en cada personaje un estímulo diferente. Para unos es una frase pretenciosa, confusa, incriminatoria, y, para otros, es una frase liberadora que aparece en el momento oportuno para abrir la conciencia y llega a modificar el punto de vista hacia otra forma de entender la sexualidad.

El lenguaje de cada eslabón no es sólo descriptivo es proactivo, es un lenguaje creador de mundos. Lo que imaginamos supera la realidad y la reinterpreta dirigiendo la acción hacia un campo de nuevas oportunidades. Y los personajes de este libro son capaces de reinventarse, de atreverse a decir no, de escribir cartas de despedida, perdonar o concebir un nuevo vocablo. Ofreciéndonos una mirada que va más allá de la superficialidad de esas vidas, presuntamente perfectas, en las cuales se oculta toda arritmia y se anestesia el miedo o la duda. Por ello la indiferencia no es posible ante este valiente ofrecimiento de inmersión que nos proporciona Guadalupe Eichelbaum. Ella nos convoca a asumir la existencia desde una perspectiva tan inquietante como bella. Ahora la decisión es tuya.

 

María Teresa Morillas García

 

 

 

Prólogo de la autora

 

 

Hace ya muchos años, en febrero de 1998, estuve en Buenos Aires, la ciudad donde nací, veintisiete años después de haberme marchado. Fue una experiencia impactante. Pero ésa es otra historia. Uno de los días que disfruté en esa ciudad enorme, que me resulta a la vez propia y extraña, me subí a un tren de cercanías que me llevó a través de barrios que no había visto anteriormente. En el vagón, nada más subir, se me acercó un niño, sería pretencioso intentar dilucidar su edad aproximada en la nebulosa de un recuerdo tan distante, y me ofreció un marcapáginas a cambio de algunos pesos. Estaba mendigando. Se supone que no hay que dar dinero a los niños que andan por las calles en lugar de estar en el colegio, donde deberían. Es muy posible que tuviera unos padres que pensaran que obtendrían más beneficios mandando a pedir a su pequeño que yendo ellos, o quizás sus padres creían que estaba en su centro escolar, haciendo sus tareas, quién lo sabe. Yo le di algo. Unas monedas a cambio de un punto de lectura y una punzada de culpabilidad y pena. El señalador era, como la mayoría, un pedazo de cartón alargado. Una de sus caras estaba en blanco y la otra se hallaba ilustrada por la foto de un atardecer excesivamente rojo en una isla paradisíaca y una frase. Una frase de Emerson.

Más de una década después esa frase fue el germen de esta novela, me brotó y se hizo hilo conductor de las historias que forman este libro. Y ya, sin más misterios, lo que escribió Ralph Waldo Emerson, escritor, filósofo y poeta estadounidense del S. XIX y alguien decidió imprimir en ese trozo de papel con la finalidad de poder señalizar la página en la que uno abandona la lectura con idea de retormarla con la mayor facilidad y comodidad posible es lo siguiente: “Lo que llamamos en otros pecado, consideramos en nosotros como experiencia”.

Me pareció una idea de lo más interesante, que se prestaba a muchas interpretaciones, que daba que pensar.

Ya inmersa en el proceso de escritura de Eslabón de papel, leí El abanico de Lady Windermere de Oscar Wilde y me encontré con un personaje masculino, Dumby, que afirmaba lo siguiente: “Experiencia llama todo el mundo a sus errores”; muy relacionada con la de mi marcapáginas. Por curiosidad me informé de las fechas para averiguar cuál de las dos frases fue escrita con anterioridad. El abanico de Lady Windermere se estrenó en el año 1892, habiendo fallecido ya Emerson, por lo que se puede suponer que Emerson expresó su idea previamente a que lo hiciera Wilde. Realmente considero que ha sido una mera coincidencia, simplemente me pareció curioso y he querido incluirlo en estas líneas.

Tiene sentido que, de aquel viaje tan trascendental en mi vida, sigan surgiendo consecuencias inesperadas; puede que sólo siga intentando, de manera inconsciente, hilvanar los fragmentos de mi existencia transcurridos en distintos continentes o quizás intento dar más peso a una simple casualidad, quizás sólo la frase, por sí sola, haya tenido la consistencia suficiente para dar pie a mi novela, independientemente de la manera y el lugar que la hicieron llegar a mí. Hay quien dice que no existe el azar, que todo lo que sucede lo hace por alguna razón, pero yo no estoy de acuerdo con esa tesis.

Hoy día hay e-readers, e-books, que no precisan de la existencia de artilugios de cartulina con esa misión tan humilde y tan práctica. Si desaparecen los echaré de menos, lo reconozco sin afán de ponerme sentimental.