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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Barbara Hannay

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Despedida de soltera, n.º 1715 - diciembre 2015

Título original: The Wedding Dare

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7321-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Había un solo hombre en el centro comercial a quien hubiese favorecido quitarse la ropa. Laura Goodman se dio cuenta enseguida de que quien se apoyaba contra el buzón de correos era el hombre al que la habían enviado a buscar. Los anchos hombros masculinos, los bíceps increíbles, las caderas estrechas y las largas piernas en vaqueros así parecían acreditarlo.

Aunque se hallaba lejos, podía ver que él tenía una hermosa piel bronceada y, aunque no le podía ver el rostro, la postura de su cuerpo indicaba una confianza suprema.

Desde el coche aparcado Laura miró al resto de los hombres en la entrada del centro comercial. Todos los demás tenían granos, estaban demasiado entrados en carnes, eran calvos o menores de edad. Aquel tenía que ser el artista de strip-tease.

Apagó el motor y, mientras abría la puerta del coche, inspiró para tranquilizarse. Susie y las demás chicas le habían encomendado que llevase al hombre en el coche porque sabían que ella no bebía, pero de no haber sido ella la dama de honor aquella noche de la despedida de soltera de Susie, su mejor amiga, Laura no habría salido entre semana, y menos aún a recoger a un extraño.

En aquel momento tendría que estar llamando por teléfono para intentar encontrar a alguien que reemplazara al payaso para la sesión de lectura en el hospital de niños, una tarea más acorde con su reciente ascenso a bibliotecaria jefe y una causa mucho más valiosa que la de buscar burdo entretenimiento para Susie y sus amigas.

Laura suspiró mientras se enderezaba el incómodo vestido. Necesitó mucha concentración para caminar con los altos tacones por los adoquines irregulares del centro comercial, aunque seguía pensando en cómo solucionar el problema de la sala pediátrica del día siguiente.

Cuando salía de casa aquella noche había recibido una llamada del chico que siempre la ayudaba, diciendo que estaba enfermo con un virus y no podría hacer de payaso como siempre. La semana anterior les había prometido a los niños que iría con un payaso a su sesión de lectura semanal. Los peques estaban ilusionadísimos. Y ahora le resultaría casi imposible encontrar un sustituto a tiempo. Podría haberse retrasado un poco aquella noche mientras buscaba a alguien, pero aquella tarde Susie la había conminado en el trabajo a que se encargase de llevar a una persona a su despedida.

Un par de vaqueros gastados entraron en su radio de visión y Laura se detuvo abruptamente. Había que olvidarse de payasos y salas de pediatría. Allí estaba el artista de strip-tease. Como nunca había conocido a uno, ni hombre ni mujer, Laura apretó los labios antes de sonreír nerviosamente.

–Buenas noches –dijo, porque era correcta con todo el mundo.

–Buenas.

El profundo timbre de voz de él la sobresaltó tanto, que no supo qué decir, especialmente cuando el hombre se enderezó y la miró desde su altura con una indescifrable expresión en los ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y fruncía levemente el ceño.

Laura titubeó. De cerca, el rostro masculino era mucho más guapo de lo que ella se había imaginado. Serían prejuicios, pero no esperaba una inteligencia tan obvia en los ojos grises. Él tenía el cabello oscuro, brillante y espeso y aunque no se había molestado en afeitarse, se distinguía el fuerte mentón bajo la barba. En ese momento la miraba con cara de pocos amigos.

–¿Buscas a alguien? –le preguntó bruscamente.

–Ejem, sí –respondió Laura, disimulando su sorpresa con un leve encogimiento de hombros. Balanceó el bolso de noche, intentando parecer tan sofisticada y natural como cualquiera de las amigas que en aquel momento se hallarían bebiendo champán despreocupadamente en la despedida de Susie, dejando que ella les hiciese el trabajo sucio.

–Sí. Tengo que encontrarme con alguien aquí –dijo Laura, sonriendo con valentía–. Lo cierto es que estoy casi segura de que eres tú.

–Pues –dijo él con un brillo especial en los ojos–, lamento desilusionarte, cielo, pero ya tengo plan para esta noche, y generalmente no pago por ello.

Laura se lo quedó mirando un largo instante mientras se daba cuenta de lo que él quería decir. ¿Qué pensaba, que ella era…?

–¡Oh, no! –exclamó–. ¡No imaginarás que… !

Dio un rápido paso atrás, se le enganchó en los adoquines uno de los delgados tacones que llevaba y se le torció el tobillo. Intentando mantener el equilibrio, hizo aspavientos con los brazos y el cierre metálico de su bolso le dio de lleno a él en la barbilla, haciéndole lanzar un improperio ahogado.

Los tacones de Laura repiquetearon en los adoquines hasta que ella logró enderezarse y recuperar el control de su bolso.

Mientras se frotaba el oscuro mentón, el entrecejo del hombre se frunció más todavía. Parecía que no podía creer lo que le acababa de suceder.

–Lo… lo siento –dijo ella, alargando la mano sin llegar a tocarlo.

–Sobreviviré –masculló él, y metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros, miró alrededor, como esperando que hubiese alguien que se hiciese cargo de aquella irritante mujer.

–Lo que intentaba decir era que no soy… lo que pensabas –se apresuró a explicar Laura–. He venido a buscarte para llevarte a la fiesta.

–¿La fiesta?

–Sí. Susie me pidió que te llevase en el coche, ya que el centro comercial me quedaba de camino.

–¿Te refieres a Susie Thomson, la prometida de Rob Parker? –preguntó él y por primera vez la duda de sus ojos grises se disipó un poco.

–Sí.

–¿Ella se ocupó de que me llevases? Yo pensaba tomar un taxi, ya que beberemos alcohol, pero Rob insistió en que alguien me pasaría a buscar.

–Yo fui la agraciada –dijo Laura, encogiéndose de hombros. La alivió ver que él parecía relajarse por fin, después de pensárselo unos instantes.

–No perdamos el tiempo, entonces –dijo él, haciendo un gesto con sus poderosos hombros–. Llévame a la fiesta.

 

 

Ella parecía un plumero con piernas, decidió Nick, mientras la seguía por el centro comercial. Por supuesto, tenía que reconocer que eran unas piernas elegantísimas. Casi tan elegantes como el oscuro cabello caoba y los profundos ojos azules.

Pero no podía decir lo mismo del asombroso vestido, que parecía una larga boa de plumas azules que ella se había arrollado al cuerpo. Con ese cuerpo sensual y ese extraño gusto en materia de ropa, no era raro que él la hubiese confundido con una prostituta. Lo primero que desearía la mayoría de los hombres al ver esa ristra de plumas sería desenroscársela.

Una o dos plumas salieron flotando en ese momento mientras ella accionaba la cerradura centralizada de su moderno turismo.

–Entra, que estarás en la fiesta en un abrir y cerrar de ojos –le dijo.

Cuando Nick se hubo acomodado en el asiento del copiloto, ella accionó el contacto.

–Ajústate el asiento, así tendrás más sitio para las piernas.

–Gracias –dijo él, deslizando el asiento–. Bonito coche.

–Es nuevo y me siento muy orgullosa de él. Me lo compré para celebrar mi ascenso.

Su orgullo se vio en la forma en que ella se incorporó al tráfico con suavidad. A Nick le gustaba conducir y disfrutó con la destreza de la mujer. La habían ascendido. Quizá no era tan rara como parecía.

–¿Cómo quieres, ejem, que te llame? ¿Qué nombre usas en las fiestas? –preguntó ella, lanzándole una mirada tímida.

–¿Cómo dices?

–Me imagino que quizá querrás mantener tu vida profesional separada de, ejem, tu vida privada. ¿Usas seudónimo?

–¿Qué? ¿Para ir de fiesta?

–Sí.

–¿Tú tienes un nombre especial solo para ir de fiesta?

–¡Oh, no! –exclamó ella–. Pero, ya te lo he dicho, yo no soy… –se interrumpió mientras frenaba en un semáforo.

A la luz de los faroles de la calle, Nick veía que la chica era tan rara como parecía al hablar.

–Mira –suspiró cuando se volvieron a mover–, me llamo Nick… en las fiestas, el trabajo, casa… Me temo que soy Nick Farrell veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

–Hola, Nick –dijo ella, sonriendo abiertamente–. Yo soy Laura, Laura Goodman.

–Laura –repitió él, dándose cuenta de que cuando la vio por primera vez en el centro comercial se había imaginado un nombre más exótico. Ahora, sentado a su lado, percibiendo su delicada fragancia a rosas y jazmín y observando la expresión modesta e incómoda de su rostro, como si ella le tuviese miedo, Laura Goodman, un nombre corriente, era lo más lógico.

Ella hizo girar el coche y lo metió en un sitio junto al bordillo, detrás de una fila de coches aparcados.

–Ya hemos llegado.

–Esta no es la calle de Rob –dijo él, frunciendo el ceño.

–¿Rob? –se extrañó Laura–. Pero… si vamos a casa de Susie. Rob es el novio.

–¿Rob hará su despedida de soltero en casa de Susie? –la miró Rob fijamente.

–No, por supuesto que no. Es la despedida de Susie y somos todas chicas. Tenemos una fiesta de disfraces –respondió ella, señalando con un gesto su vestido–. Por eso estoy vestida así. Susie quería que nos pusiésemos vestidos locos, cuanto más alocados, mejor. Para hacer juego con todo lo que vamos a beber. Claro, que yo no bebo…

–¡No lo comprendo! –la interrumpió Nick–. ¿Por qué me has traído aquí, entonces?

–Pero tú eres el… el invitado de honor –dijo Laura, mirándolo con asombro.

¿Un invitado de honor en una despedida de soltera? Nick sintió que comenzaba a sudar. Estaba claro que Laura Goodman estaba majara. Rápidamente evaluó su situación: podía salir corriendo del coche, dirigirse a la cabina telefónica más cercana y llamar a un taxi o asomar la nariz por la fiesta de disfraces y enfrentarse a Susie, la novia de su mejor amigo. No la conocía demasiado, pero le parecía bastante sensata. Seguro que ella podría aclarar aquel entuerto.

–Vamos dentro –dijo Laura suavemente, mirándolo con una expresión de desagrado y preocupación maternal a la vez–. Susie es quien lo ha organizado todo. Ella te lo explicará. Lo único que yo sé es que te tenía que traer.

–Pues será mejor que lo aclare –protestó él, abriendo la puerta de su lado.

Al cruzar el jardín inspiró varias veces el aire nocturno del verano. De la casa salían sonidos de risas histéricas de chicas y música pop. Pero otro sonido se oyó más cerca.

–¡¡Oh, no!!

Del otro lado del coche, Laura se sujetaba el vestido contra el pecho con una mano mientras con la otra hacía inútiles intentos por agarrar una tira de plumas que se le había enganchado al salir, haciendo que el increíble vestido comenzase a descosérsele. Nick vio por un instante un trozo de ropa interior de encaje y una espalda suave y pálida brillando a la luz de la luna.

–Deja que te ayude –le dijo, y sin darle tiempo a rehusar, se acercó a ella y le acomodó la tira de plumas con firmeza.

–No te preocupes –exclamó ella–. Por favor, puedo arreglármelas sola.

–¿Y ahora, qué pasa? –preguntó él ahogadamente dándole la vuelta y sujetando la punta de la tira de plumas mientras hacía todo lo posible por no pensar en su cercanía, tan deliciosamente perfumada. Era un perfume especial: adulto e inocente a la vez.

Laura le arrancó las plumas de la mano.

–Gracias, ya me las apaño yo –le dijo, mirándolo con los ojos azules llenos de desconfianza–. Te he dicho que no necesito más ayuda.

Nick no era tonto y se dio cuenta de que ella le indicaba que la dejase sola, pero durante un momento o dos se quedó allí, hipnotizado por la sorprendente belleza de los hombros desnudos de Laura Goodman, blancos como el mármol y tan perfectos como los de una estatua griega.

–Mira, sé que te ganas la vida con esto –bufó ella, sacudiéndole las plumas frente a la nariz–, pero algunos tenemos otro sistema de valores.

–¿A qué te refieres? –preguntó él, intrigado–. ¿A qué exactamente crees que me dedico?

–Déjalo, ¿quieres? –respondió–. Vete a buscar a Susie. Fue idea de ella que vinieses.

Por algún motivo, Nick tuvo la sensación de que encontrar a Susie le iba a resultar peor todavía que quedarse allí fuera con ese enigma cubierto de plumas, esa ovejita con piel de loba.

–Mira, me daré la vuelta mientras te arreglas el vestido –dijo–, pero necesito que me aclares algo. Quiero saber quién crees que soy y por qué diablos me has traído aquí en vez de llevarme a casa de Rob.

Antes de que ella respondiese, se oyó una voz que provenía de la entrada de la casa.

–¿Laura, eres tú? ¿Has traído a Nick? Las chicas se están impacientando.

Alta, morena y con una figura de modelo, Susie Thomson los saludaba con la mano. Nick se dirigió a ella.

–¿Qué es esto, Susie? Yo tendría que estar en casa de Rob.

–Oh, no –dijo ella, esbozando una radiante sonrisa y dándole el brazo–. Aquí es exactamente donde debes estar. Todas están esperando –añadió, con una risilla mientras lo conducía hacia la casa iluminada.

Su sexto sentido le indicó a Nick que no se le avecinaba ninguna sorpresa agradable y se le ocurrió salir corriendo, pero su sentido común le dijo que se preocupaba sin motivos. Después de todo, esa chica se casaría con su mejor amigo y él sería su padrino de boda el sábado. Seguro que pronto se aclararía todo.

Susie esbozó otra sonrisa por encima del hombro cubierto de lentejuelas mientras abría la puerta de entrada.

–Las chicas no pueden esperar más –rio.

Tal como se lo temía, al abrirse la puerta Nick se encontró en un salón lleno de chicas riendo y gritando que sostenían copas de champán en la mano y llevaban vestidos tan alocados que convertían a Laura Goodman en la reina del buen gusto.

–¡Chicas! –gritó Susie a voz en cuello y el ruido se calmó a la vez que todas se volvían a mirarlo–. ¡Por fin ha llegado nuestro artista de strip-tease!

¿Strip-tease?

Nick creyó que se ahogaba, y luego sintió que le daba un paro cardíaco. Le zumbaban los oídos, se estaba muriendo. Después se dio cuenta de que eran los alaridos de las chicas.

–Me estás tomando el pelo –graznó, cuando logró recuperar la voz.

Susie le apretó más el brazo.

–Desde luego que no. Rob me ha dicho que lo haces muy bien.

–¡¿Qué?! ¿Rob te lo ha dicho?

La miró unos instantes sin poder reaccionar, pero luego cayó en ello. Rob Parker, su amigo del alma, se la había jugado.

Rob y él tenían una larga tradición de bromas, desafíos y apuestas que se remontaba a cuando estaban en Primaria. Nick reconoció la mano de Rob en ello: la broma insuperable. Pero nunca se le había ocurrido que su amigo tuviese tan mal gusto como para hacerle aquello.

–De acuerdo, Susie. Me has dado un susto de muerte –dijo, apretado los dientes mientras intentaba sonreír–. Genial. Una broma fantástica. ¿Y ahora, qué? ¿Rob ha quedado con alguien para que me lleve a su despedida, verdad?

–Todavía no, Nick –dijo Susie suave pero firmemente–. Primero las chicas tienen que tener su espectáculo. Pero tengo un mensaje de Rob –añadió, frunciendo levemente el ceño–. Dijo que no te atreverías a no hacerlo.

–¿Que no me atrevería?

–Supongo que las chicas te lincharían si se te ocurriese marcharte de aquí sin actuar.

Nick sintió que tenía la garganta seca como papel de lija. Aquel era el final de una buena amistad. Rob tendría que cambiar sus planes de boda después de que acabase con él.

–¿Pretendes que me quite la ropa? –preguntó, con un nudo en el estómago.

–Cielo –dijo Susie dulcemente–, sabes perfectamente que sí.

–¿Que me quede en calzoncillos? Ne… necesitaré reunir un poco de fuerzas primero –dijo desesperado, mirando alrededor. Al fondo del salón había una mesa cubierta de viandas.

–¡Por supuesto –exclamó Susie y llamó a otra de las chicas–. Amanda, ¿podrías traer un poco de comida para nuestro invitado?

Hubo una estampida general y en unos segundos aparecieron media docena de platos. Nick intentó retrasar lo más posible el momento charlando y probando la comida que le ofrecía el corro de mujeres que lo rodeaba.

–¡Cielos, qué lento que comes! –susurró una rubia despampanante–. Me encantan los hombres que se toman su tiempo.

Él casi se ahogó con la comida que se metía en la boca. Bebió dos cócteles de champán, con la esperanza de armarse de valor, pero no lo logró, así que pidió otro.

–¿Listo? –preguntó Susie, apareciendo a su lado.

–Ne… necesitaré una música especial para esto. No puedo actuar con cualquier melodía.

–Tengo una amplia selección de CDs, ven a elegir los que quieras.

En un esfuerzo desesperado, Nick logró ganar cinco minutos más mirando la colección de Susie, pero ella le quitó de las manos el disco que tenía.

–Latinoamericana. Buena elección. Este resultará perfecto.

–Oh, eh, yo no estoy tan seguro de ello.

–Yo sí –dijo ella con suave firmeza. Lo puso y se dio la vuelta hacia sus invitadas–. ¡Chicas, démosle una cálida bienvenida a Nick, que tiene algo muy especial que mostrarnos!