Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

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ENTRE EL AMOR Y EL ENGAÑO, N.º 59 - noviembre 2010
Título original: The Maverick’s Virgin Mistress
Publicada originalmente por Silhouette
® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9256-8
Editor responsable: Luis Pugni


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EL ECO DE TEXAS

Todas las noticias que debes conocer… ¡y mucho más!

Últimamente, todo el mundo habla del misterioso fuego en el rancho de los Montoya. De eso y de que se ha visto a Justin Dupree flirteando con una mujer desconocida en el Club de Ganaderos de Texas. ¿Será la misma mujer que se ha mudado al lujoso ático del soltero de oro? Porque, si tenemos que ponerle un nombre a la afortunada, es el de Alicia Monto-ya… lo que es sinónimo de problemas.

Porque recordamos cómo, hace muy poco, cierto amigo íntimo de Justin Dupree acusó a cierto Montoya de algunos trapos sucios. ¿Habrán enterrado el hacha de guerra los viejos rivales? ¿O sus diferencias no harán más que aumentar cuando se conozca la unión que, literalmente, ha habido entre un Dupree y una Montoya?

Capítulo Uno

¿Quién podía llamar a esas horas de la noche?

Alicia Montoya sacó la mano de debajo de las sábanas y descolgó el teléfono que tenía en la mesilla de noche. Miró la pantalla digital que marcaba la hora con números verdes.

Eran las dos y siete minutos de la madrugada. ¿Qué pasaría?

Se llevó el teléfono al oído.

–¿Hola?

–Estás bien. Gracias a Dios.

–¿Quién llama? –preguntó ella en un somnoliento susurro.

–Hola, guapa.

Oh, vaya. Su voz profunda y grave la inundó y empezó a despertar partes de su cuerpo que había ignorado antes de conocer a Rick Jones.

–Hola, Rick.

–Menos mal que estás bien.

Alicia volvió a mirar el reloj.

–Estaba bien hasta que me has despertado. ¿No te he dicho que no me llames a casa?

Alicia se preguntó si su hermano Alex habría oído el teléfono. Era lo más probable. Ella tenía el sueño pesado, así que era posible que el teléfono hubiera estado sonando un rato.

En todo Houston apenas podía pasar nada que su hermano no supiera. Seguro que, en cualquier mo

mento, Alex iría a su dormitorio para ver qué sucedía.

–Cariño, ¿estás segura de que no estás casada?

Rick siempre le gastaba bromas sobre su insistencia de mantener su relación en secreto.

Si aquello podía considerarse una relación, claro, se dijo Alicia. Ni siquiera se habían besado. Pero se habían dado la mano en una ocasión. Eso contaba, ¿no?

–Por supuesto que no estoy casada –repuso ella, riendo–. Pero ya te he dicho que mi hermano es muy protector. Créeme, no querrías que se enterara de que me llamas a estas horas de la noche.

–¿Por qué no? Eres una mujer adulta. Puedes hacer lo que quieras a estas horas de la noche –dijo él, sugiriendo con su tono de voz que podrían estar haciendo cosas deliciosas en ese mismo momento.

Alicia se hundió un poco más en sus cálidas sábanas. ¿Cómo sería tener a Rick allí mismo, en su cama? ¿Qué sentiría al recorrerle el pecho con los dedos y entrelazarlos en su sedoso cabello negro?

No tenía ni idea de cómo sería y, si Alex se enteraba de que le gustaba Rick, no tendría la oportunidad de descubrirlo.

–Confía en mí. Es mejor que Alex no lo sepa. De todas maneras, ¿por qué me llamas en medio de la noche? ¿Para atormentarme con el sensual sonido de tu voz?

Alicia sonrió para sus adentros. Nunca se había sentido tan cómoda con un hombre. Con Rick, se sentía lo bastante relajada como para coquetear. Podía ser… ella misma.

–La verdad es que te he llamado porque quería saber si estabas bien. Estoy viendo la televisión y acaban de informar de que hay un gran incendio en Somerset ahora mismo. En la oscuridad, apenas se puede distinguir dónde es, pero parece El Diablo.

–¿Qué? –dijo Alicia, preguntándose si estaría soñando–. Nuestro rancho está bien.

Aun así, Alicia se asustó y salió de la cama.

–Espera, deja que mire por la ventana –dijo ella y se apresuró a descorrer las gruesas cortinas–. ¡Oh, cielos! –exclamó y se llevó la mano a la boca al ver un resplandor anaranjado en la oscuridad.

Había vehículos de bomberos circulando a través del rancho e, incluso a través del cristal de la ventana insonorizada, oyó el sonido de un helicóptero sobrevolando la casa.

–¡Está ardiendo! ¡El establo! Oh, no, los animales están ahí… –dijo ella y corrió hacia su armario para vestirse.

–Voy para allá.

–No, por favor, no –suplicó ella, presa del pánico, mientras se ponía unos vaqueros–. Pase lo que pase, si vienes será peor. Tengo que encontrar a Alex. Los terneros… –dijo y se puso las botas–. Tengo que irme.

–Por favor, déjame ir a ayudar.

–No, Rick. Ahora, no. Pero te llamaré en cuanto pueda.

Alicia colgó.

–¡Alex! –gritó, corriendo por el pasillo de la enorme mansión.

La luz del piso de abajo estaba encendida y la puerta del dormitorio de Alex estaba abierta.

–Alex, ¿estás aquí?

No recibió respuesta.

Voló escaleras abajo, saltándose los escalones de dos en dos, y corrió hasta la puerta principal. La abrió y se dio de lleno con el olor a humo y el sonido de las sirenas.

Las llamas envolvían el tejado del establo y su luz llegaba hasta la casa.

–¡Alex!

Alicia salió corriendo hacia el establo. Vio figuras que se movían, que huían aterrorizadas del fuego. Los gritos se mezclaban con el rugir de las llamas, el crujir de la madera y el sonido de las mangueras.

–Alex, ¿dónde estás? –gritó ella, presa del pánico.

Alex siempre estaba en el centro de todo. Alicia sabía sin lugar a dudas que su hermano estaría dentro del establo.

Con el corazón latiéndole a toda velocidad, corrió hacia el fuego. Alex podía ser autoritario y controlador, pero también era el mejor hermano y el hombre más atento y amable del mundo.

Él la había criado desde que sus padres habían muerto y se había esforzado para poder ofrecerle una vida decente… una vida maravillosa, tras haber tenido éxito en los negocios.

Una figura corrió hacia ella en la oscuridad y Alicia reconoció a uno de los hombres del rancho.

–Diego, ¿has visto a Alex?

–Me ha mandado a despertarla. Me ordenó que me asegurara de que no salga de la casa hasta que él regrese.

–¿Está bien?

Diego titubeó.

–Está intentando salvar los terneros.

–¡Oh, no! Sabía que estaba ahí dentro. Tenemos que sacarlo –dijo Alicia y comenzó a correr hacia el establo.

Diego la alcanzó y la agarró de la manga.

–Señorita Alicia, por favor. Alex no quiere que se acerque al fuego.

–No me importa lo que ese cabezota quiera. Tengo que sacarlo de ahí.

Alicia se soltó el brazo y salió corriendo de nuevo.

Oyó a Diego detrás de ella, suplicándole que parara, diciendo que Alex le había encargado su seguridad personalmente y que si descubría…

–¡Allí está! –exclamó Alicia.

Alex estaba saliendo por una de las puertas laterales del establo, conduciendo a un rebaño de terneros delante de él.

Las jóvenes reses estaban confundidas y corrían en todas direcciones, incluso algunas intentaban regresar al establo en llamas. Los empleados del rancho se esforzaban por conducirlas hacia una zona segura.

Alicia corrió hacia ellas y agarró a una de las terneras del collar.

–Vamos, princesa, no te recomiendo que vuelvas ahí dentro –dijo Alicia y apartó a la ternera de la puerta.

El resplandor creció dentro del establo e iluminó la piel de Alicia como el sol del mediodía. Las brasas flotaban en el aire y la ceniza hizo que le escocieran los ojos. Su instinto le dijo que debía alejarse a toda costa.

Sin embargo, cuando se giró vio a Alex entrando de nuevo en el establo. Ella le dio una palmada en el trasero a la ternera para que se alejara y se volvió hacia la entrada, hacia Alex.

–¡Alejandro Montoya! Sal de este establo en llamas o…

Alex se giró de golpe.

–Alicia, no deberías estar aquí. Le dije a Diego…

–Sé lo que le dijiste a Diego, pero estoy aquí y tú tienes que salir del establo antes de que se caiga el tejado. ¡Está todo en llamas!

Alex frunció el ceño y volvió a mirar hacia el interior.

–Tengo que comprobar que han salido todos.

–¡No! –gritó Alicia y lo agarró de la camisa.

Alex tenía todo el rostro tiznado pero sus ojos brillaban de determinación.

–¡No arriesgues tu vida! –le rogó ella, con lágrimas en los ojos.

–¡Ya están todos fuera! –gritó una voz desde la oscuridad–. Los he contado. Los cuarenta y cuatro terneros están a salvo.

–Gracias al cielo –dijo Alex, agarró a su hermana y se la puso encima del hombro como un saco de patatas.

Alicia estaba a punto de darle una patada para protestar por esa reacción tan brusca, pero Alex estaba alejándose del establo así que, al menos, ella había conseguido sacarlo de allí.

–¡Vuelve a casa y quédate allí hasta que vaya a buscarte! –gritó Alex mientras la dejaba en el suelo, a una buena distancia del establo.

–No soy una niña, Alex. Puedo ayudar.

–Nada va a salvar el establo –señaló Alex y se encogió al ver cómo una de las paredes se desmoronaba y el tejado cedía hacia un lado, como un barco escorándose en el mar agitado–. Era mucho más antiguo que la casa. Tenía cien años. Ha sido el hogar y el refugio de miles de animales y ahora…

Alicia se mordió el labio. Sabía muy bien lo mucho que el rancho significaba para su hermano. Alex había trabajado mucho y, finalmente, había ahorrado lo suficiente para conseguirlo.

La compra El Diablo había marcado un punto decisivo en la vida de Alicia y su hermano. Había sido la prueba de que, a pesar de que todos los pronósticos eran desfavorables, habían conseguido salir adelante.

Alicia miró hacia el establo, convertido en una masa de llamas.

–¿Qué ha pasado?

–No lo sabemos. El fuego empezó de pronto. Gracias a Dios, las alarmas de incendios despertaron a Dave y Manny, que dormían en el apartamento que había sobre el establo. Ellos llamaron a los bomberos, pero el edificio ya estaba en llamas cuando llegó el primer camión de los servicios de emergencia.

Un hombre alto se acercó a ellos. Las llamas iluminaron su insignia policial y las esposas que llevaba colgando del cinturón.

–Por aquí, por favor –indicó el policía y señaló hacia la entrada de la finca, donde estaban parados varios coches de bomberos y ambulancias, con sus luces anaranjadas girando–. Necesitamos reunir a todo el mundo en el mismo sitio.

–Soy el dueño –dijo Alex–. Tengo que proteger a los animales.

–Debemos interrogar a todo el mundo, es necesario para la investigación –repuso el policía.

–¿Qué investigación? –quiso saber Alicia, achicando los ojos para protegerse del resplandor de las llamas.

–Todavía es pronto para confirmar nada, pero el jefe de bomberos piensa que el incendio ha sido provocado. Han encontrado bidones vacíos de gasolina donde empezó el fuego.

Alicia se mordió el labio. ¿Quién podía hacer una cosa así?, se preguntó.

Alex era un hombre sobresaliente y, como consecuencia, se había ganado algunos enemigos. ¿Pero quién podía odiar tanto a su hermano, o a ella, como para destruir su rancho?

–¿Provocado? –dijo Alex con voz ronca–. Si agarro al que lo hizo, lo voy a…

–Por favor, señor, vengan por aquí. Tenemos que tomar declaración a todo el mundo y necesito que coopere.

Alex resopló molesto y tomó a Alicia de la mano.

–Quien haya hecho esto lo pagará muy caro.

Alicia mantuvo la boca cerrada. No tenía sentido discutir con su hermano en un momento así. Era mejor alejarlo del peligro y concentrarse en sobrevivir a aquella terrible noche, pensó.

Comenzaron a caminar por la hierba. A Alex le cayó una chispa en la camisa y Alicia se la quitó de un manotazo.

Entonces, a ella se le ocurrió algo.

–¿No ha sufrido Lance Brody un incendio hace poco?

–Sí, hubo un incendio en Petróleos Brody. Ese imbécil se atrevió a culparme de ello. Como si yo fuera a rebajarme a algo así –dijo Alex con desagrado.

Alicia frunció el ceño.

–Si Lance Brody realmente cree que tú quemaste su refinería, ¿podría haber hecho esto como venganza?

Alicia adivinó, por la expresión de su hermano, que él ya había pensado en eso. La rivalidad que existía entre Alex y Lance Brody se remontaba a los tiempos de instituto, cuando ambos habían peleado para conseguir el primer puesto en el equipo de fútbol. Lo último que hacía falta era alimentar las llamas de esa rivalidad, se dijo ella.

–Estoy segura de que no ha sido él –afirmó Alicia y sacudió la mano para apartar el humo–. No sé por qué he dicho eso. Un hombre de negocios de éxito no tiene ninguna razón para involucrarse en un acto criminal.

–Han contratado a gente para que haga el trabajo sucio –gruñó Alex–. Yo me espero cualquier cosa de Lance Brody o de su hermano, Mitch. He tenido que soportar sus desprecios durante años. Quizá, ésta sea su forma de intentar echarme del pueblo.

Alex se giró hacia el establo. El tejado había caído y las llamas salían por las ventanas rotas.

Sus ojos se llenaron de rabia y tristeza.

–Pero nadie va a sacarme de El Diablo. Quien haya hecho esto va a lamentar mucho haber nacido.

A la hora de la comida al día siguiente, Alex estaba dando vueltas dentro del comedor en el rancho, mientras la hamburguesa se le quedaba fría en el plato.

–Alicia, no es seguro que estés aquí por el momento. Si alguien va detrás de mí, quién sabe lo que es capaz de hacer. Puedes quedarte con El Gato.

Alicia levantó la vista de su plato y se le puso la piel de gallina.

–Aquí estaré bien. Además, necesitas que alguien cuide de ti –dijo ella y señaló hacia el plato de su hermano–. Cómete la hamburguesa.

–Lo digo en serio, hermanita. No es seguro.

–Quedarme con Pablo «El Gato» Rodríguez sí que no es seguro. Sé que nadie dice nada, pero todo el mundo sabe que está metido en asuntos de drogas.

Alex frunció el ceño mientras se sentaba a la mesa.

–Lo que pasa es que no soportan que un latino haga dinero. Te sorprendería saber cuánta gente cree que yo estoy metido en tráfico de drogas y de armas. No piensan que podamos hacer dinero de forma legal como todo el mundo –dijo él y le dio un bocado a su hamburguesa–. Por eso, era tan importante para mí unirme al Club de Ganaderos de Texas. Cuando estoy ahí, soy uno de ellos, un miembro del club. Tienen que sonreírme y hablarme con educación, a pesar de que prefieran verme ahorcado –añadió y sonrió–. Eso me encanta.

Alicia odiaba que su hermano siguiera sintiéndose como un extraño, incluso después de haber logrado ser uno de los hombres más ricos de la zona.

–Te aceptaron en el Club de Ganaderos de Texas porque eres un hombre de honor y un miembro destacado de la sociedad de Somerset. Eres uno de ellos.

–Ésa es una de las muchas razones por las que te quiero, hermanita. Tienes tanta fe en la bondad humana… –dijo Alex y le guiñó un ojo, al tiempo que le daba un trago a su refresco–. Pero no voy a dejar que te quedes aquí. El Gato puede protegerte.

–Seguro que puede. No me extrañaría que llevara pistolas en la guantera del coche pero, si te digo la verdad, esa clase de protección me pone nerviosa.

–Es uno de nosotros. Cuando las cosas se ponen feas, lo mejor es recurrir a los tuyos.

–Yo no considero que un presunto criminal sea uno de los míos.

–Sabes a lo que me refiero. Cuando se proviene de la calle, se ven las cosas de forma diferente.

–Hablas como si no hubiera crecido en la misma casa que tú –replicó Alicia. Odiaba que su hermano la tratara como a una niña–. Yo también estaba ahí, ¿recuerdas? No he olvidado los tiempos difíciles y me alegro mucho de haberlos dejado atrás. Tienes que deshacerte de tus complejos –añadió, pensando cómo podía hacer que Alex cambiara de idea–. Podría quedarme con uno de los vecinos.

Alex afiló la mirada.

–No me fío de esa gente. Ahora, no.

–¿Y María Núñez? La conoces desde hace años igual que yo. Me dejabas dormir en su casa cuando estábamos en el instituto. Estoy segura de que no le importará que me quede con ella unos cuantos días.

Alex gruñó.

–Siempre he sospechado que María tiene un lado salvaje. Pero sus padres son buena gente. ¿Sigue viviendo con ellos?

Alicia rió.

–No. Tiene veintiséis años, ¿recuerdas? Tiene un piso en Bellaire. Una zona muy segura.

–Si no está casada, debería estar en casa con sus padres –opinó Alex y le dio un trago a su café.

–Ya no estamos en el siglo XIX, Alex. Afróntalo. La llamaré ahora mismo. Si me dice que no, entonces me iré con El Gato, ¿de acuerdo?

A Alicia le quemó la lengua un instante por mentir, pues no tenía ninguna intención de acercarse a Pablo Rodríguez ni a su pandilla de hombres, a pesar de que era el amigo más antiguo de Alex.

–Cabezota.

–Soy sensata, no cabezota –repuso ella y sonrió con dulzura–. Ya sabes que es así. ¿No confías en mí?

Entonces, a Alicia le dio un vuelco el corazón, al darse cuenta de que su hermano tenía razones para no confiar en ella.

–De acuerdo, puedes quedarte con María. Eres sensata y yo estoy muy orgulloso de ti. Te quiero con locura, hermanita, ¿no lo sabes?

–Lo sé y yo también te quiero, gran hermano oso.

Alicia dio la vuelta a la mesa y le dio un beso a su hermano en la cabeza. Luego, se dirigió arriba con el corazón latiéndole a toda velocidad.

Cerró la puerta de su dormitorio antes de descolgar el teléfono.

Ni siquiera había añadido el número de Rick a su lista de favoritos, por miedo a que Alex descolgara su teléfono y se diera cuenta de que había un número nuevo junto a los de sus viejas amigas del colegio.

Con una mezcla de excitación y ansiedad, Alicia marcó su número.

Sólo sonó una vez antes de que él respondiera.

–Hola, guapa –saludó él con voz seductora.

Alicia sonrió.

–¿Y si ahora mismo no estoy guapa?

–Imposible. No puedes evitarlo –repuso él.

Alicia se sintió invadida por una oleada de calidez.

–He visto en las noticias que han apagado el fuego y que no ha habido heridos. Qué alivio.

–Y que lo digas. Hemos rescatado a todos los terneros, sólo tienen algunos rasguños y cortes. Sin embargo, nos hemos quedado sin el establo. No quedan más que cenizas. Y había heno para seis meses allí dentro, que acabábamos de almacenar para el invierno.

–Lo siento mucho. Espero que estuviera asegurado.

–Sí. Pero el establo es irreemplazable. Fue uno de los primeros edificios de Somerset. Toda una joya de nuestra historia. Yo esperaba que fuera reconocido como patrimonio histórico, pero supongo que ahora ya no hay nada que hacer –señaló ella y suspiró–. Podría haber sido mucho peor. Si hubiera habido más viento, la casa también podría haber ardido.

–Me gustaría estar ahí para darte un abrazo.

–Te aseguro que a mí también.

–Pues como no me dejas aparecer por El Diablo, vas a tener que venir tú para que te lo dé.

Alicia sintió que la adrenalina la recorría. ¿Cómo podía preguntarle aquello con delicadeza? ¿O sin ella?

–¿Puedo pasar la noche contigo?

Un momento de silencio hizo que Alicia contuviera la respiración.

–Claro –repuso Rick con entusiasmo.

Ella rió.

–Ya sé que ha sonado raro, ¿verdad? Lo que pasa es que Alex piensa que no es seguro que me quede aquí –explicó Alicia–. La policía cree que el incendio ha sido provocado y a Alex le preocupa que el culpable vuelva a terminar su trabajo. Quiere que me quede con un viejo amigo suyo, pero a mí no me gusta nada ese tipo.

–No quiero que estés con ningún hombre que no sea yo. Y, por si no lo sabías, mi suite en el hotel Omni tiene cuatro dormitorios.

–¿Bromeas?

–Ni un poco. Haz las maletas y vente.

–Tenía el coche aparcado junto al establo. Está casi derretido.

–No te preocupes, iré a buscarte.

Alicia pudo percibir sus jadeos de excitación, como si fuera un cachorro a punto de recibir una golosina. Ella sonrió.

–No me parece bien. Si Alex ve tu coche, lo estropearás todo. Le pediré que me lleve al Club de Ganaderos de Texas. Así, no sospechará nada y tú puedes recogerme allí. Puedo llegar a las cuatro de la tarde.

–Te esperaré fuera.

Alicia frunció el ceño. Sería agradable quedarse un rato en el club. Le gustaría presentarles a su nuevo pretendiente a sus amigas. Pero, quizá, él había pensado que era mejor llevar las maletas directamente a su hotel.

O, tal vez, quisiera llevarla a ella directamente a su hotel.

Alicia esbozó una sonrisa llena de picardía y todo su cuerpo se estremeció de excitación. Iba a estar sola con Rick en su suite de hotel y tenía la sensación de que esa noche podía ser inolvidable.

–Genial. Nos vemos en la puerta principal. Hasta pronto.

Ella colgó, llena de alegría.

Hacía poco, se había comprado una ropa interior muy sexy en Dulces Pequeñeces, pensando en que antes o después iba a intimar con Rick. La había ocultado en el fondo de su armario para que Alex no la encontrara por accidente si tenía que buscar algo.

Al fin iba a tener la oportunidad de ponérsela. Y de ver cómo Rick se la quitaba.

***

Justin apretó el botón para subir la capota de su Porsche convertible. Pensó que, tal vez, a Alicia no le gustaría que el viento la despeinara.

Como todo en ella, su pelo oscuro era sedoso y suave y estaba muy bien cuidado.

Justin estaba deseando poder ver algo más de ella, ya que iba a tenerla para él solo, en su suite, durante días y noches.

Le encantaría ver el deseo dibujado en sus ojos. Y le encantaría acariciar su suave piel de color aceituna.

Una sonrisa maliciosa asomó a su rostro.

Pero se esforzó en borrarla.

«Tranquilo», se dijo. Para empezar, Alicia estaba traumatizada por el incendio que había tenido lugar en el rancho donde vivía con su hermano. Ella necesitaba su apoyo, no que la tocara como un pulpo.

En segundo lugar, Alicia desconocía su verdadera identidad.

Justin maldijo e hizo tamborilear los dedos con impaciencia sobre el volante mientras esperaba a que un semáforo se pusiera verde.

¿Por qué había tenido que presentarse como Rick Jones cuando la había conocido?

Sí, era un nombre que Justin utilizaba a menudo, pero casi siempre para hacer reservas de hotel o cuando conocía a alguna cazafortunas. Había veces en que llamarse Justin Dupree, de los Dupree, implicaba una gran responsabilidad.

Cuando la gente descubría que era un hombre riquísimo, lo trataba de forma diferente. Y estaba cansado de que la prensa del corazón lo persiguiera en busca de historias que publicar en las páginas de cotilleos.

Gracias a ellos, tenía una embarazosa reputación de mujeriego que no se merecía del todo.

De acuerdo, tal vez se la merecía casi del todo. Pero eso era cosa del pasado.

Había cumplido treinta años y se había tranquilizado. Ya no tenía tantas ganas de salir de fiesta toda la noche. Había empezado a apetecerle pasar algo de tiempo con una mujer para conocerla antes de acostarse con ella.

Con Alicia, por ejemplo. ¿Cuántas veces habían salido? Quizá, ocho y todavía no se habían acostado.

Ni la había besado.

Justin exhaló con fuerza. La luz del semáforo se puso verde y tocó el claxon para que se pusiera en marcha el coche que había delante de él. ¿Ocho citas y ni siquiera se habían dado un beso en los labios? Eso era ridículo. Además, tampoco estaba muy seguro de cómo había podido pasar.

Alicia era tan perfecta, tan pura, dulce y gentil, que él nunca se había atrevido a pedirle que fuera a su casa. Era la clase de chica a la que un hombre enviaría rosas o con cuyos padres charlaría un rato cuando fuera a buscarla. El tipo de chica a la que se regalaría una flor para que se la prendiera en el vestido en la fiesta de fin de curso.

Pero ambos eran ya adultos y los padres de ella habían muerto hacía años. ¿Por qué Alicia Montoya era capaz de hacerle sentir como un muchachito inexperto y excitado?

Justin tomó la carretera de circunvalación de la ciudad y tomó la salida de Somerset. Alicia Montoya era diferente y a él no le importaba esperar para entrelazar los dedos en su suave pelo.

–No soy Rick Jones –dijo Justin en voz alta. ¿Tal difícil era de reconocer?

Un problema era que Alex lo conocía. Justin había utilizado el nombre falso en parte porque así podría preguntarle a Alicia por Alex y recabar información útil para Mitch y Lance Brody. Si fuera a El Diablo, Alex lo reconocería al momento.

Y luego estaba Alicia.

Normalmente, cuando les confesaba a las chicas que era Justin Dupree, ellas no reparaban en su engaño y se emocionaban por estar saliendo con el famoso heredero en vez de con un hombre cualquiera.

Sin embargo, Alicia…

Justin soltó un silbido. Sospechaba que ella no le quitaría importancia a su mentira. Alicia había ido a un colegio de monjas, para empezar. Llevaba pañuelos de lino blanco en el bolso. Y sus uñas tan cuidadas no parecían haber estado nunca en ningún sitio que la madre superiora del colegio no hubiera aprobado.

¿Quería de veras echar a perder la excitante oportunidad de sentir aquellas uñas recorriéndole la espalda?

No. No quería. Por eso no pensaba mencionar el pe