Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Fiona Harper. Todos los derechos reservados.

ERES LA ÚNICA, N.º 2485 - octubre 2012

Título original: Always the Best Man

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1099-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

DE HABER sido una mujer, Damien Stone se habría convertido en el hazmerreír de los demás. Se dice que ser dama de honor tres veces trae mala suerte. Doblar esa cantidad supone condenarse a la soltería eterna. Sus tías se lo habrían recordado cloqueando a la menor oportunidad y le habrían dicho que espabilase antes de que fuese demasiado tarde.

Pero nadie había cometido el error de pensar que Damien era una chica y él jamás había sido dama de honor. A nadie parecía importarle que fuese padrino de boda tantas veces. En todo caso, los demás hombres le daban palmadas en la espalda y le felicitaban por semejante logro. No, Damien no creía que aquello reportara mala suerte.

Significaba que sus amigos lo respetaban, que le consideraban un aliado incondicional. Había que ser una persona especial para acompañar a un amigo hasta el altar mientras este se preparaba para pronunciar unas palabras que cambiarían su existencia por completo, así que supuso que debía sentirse halagado.

Pero, por encima de todo, se sentía agradecido, ya que iba a poder echar mano de toda su experiencia para sobrevivir a ese día.

Por sexta vez, llevaba una flor en la solapa y se encontraba al lado de un buen amigo. Por sexta vez estaba junto al altar de una preciosa iglesia de piedra en el silencio previo a la entrada de la novia. Pero era la primera vez que le sudaban las manos y el corazón le latía como un juguete de cuerda que se hubiese vuelto loco.

Porque era la primera vez que la que estaba en la puerta de la iglesia a punto de recorrer el pasillo hacia donde él se encontraba era la mujer de sus sueños.

Se giró y miró a Luke, su mejor amigo, y Luke le dedicó una sonrisa de ánimo y le palmeó la espalda. Damien tragó saliva. Se alegró de que Luke estuviese allí. Pensaba que no habría podido superar ese día de haber sido cualquier otra persona la que estuviese a su lado.

Intentó sonreír, pero los nervios torcieron su sonrisa. Los ojos de Luke se encendieron traviesos y Damien pensó que su amigo iba a hacer uno de sus típicos comentarios irónicos, pero justo en ese momento hubo un movimiento en cascada a sus espaldas. Fila tras fila, las cabezas de los invitados se fueron girando hacia la entrada de la iglesia y el órgano empezó a sonar.

Al principio no pudo volverse, tenía que prepararse para lo que estaba a punto de ver. Había llegado la hora. No había vuelta atrás.

Solo cuando Luke le codeó ligeramente las costillas él inspiró con fuerza y miró por encima de su hombro.

Ella estaba perfecta.

Ni siquiera se fijó en el vestido. Solo en ella.

Pero Sara Mortimer siempre le había parecido maravillosa. Había sido así desde la primera vez que la vio al otro extremo de un bar atestado de gente, riéndose con Luke, y había sentido como si un camión le golpease en el costado.

Pasado ese día, el resto del mundo tampoco dudaría de su perfección. El traje de satén blanco era pura elegancia y llevaba el pelo rubio recogido en un moño alto. Su cabeza estaba cubierta por un velo y una sencilla tiara y portaba un ramo de lirios anudados con una cinta blanca.

Sara era desenvuelta, elegante, inteligente y amable. Él era incapaz de encontrarle defectos, aparte quizá de su gusto con respecto a los hombres. Expulsó el aire que había estado reteniendo y volvió a inspirar.

Pareció que pasaban siglos hasta que acabaron de pasar las damas de honor, flotando en una nube de oro mate. Bueno, la mayoría flotaba. La primera dama de honor se contoneaba demasiado como para hacer algo tan grácil.

Damien nunca había comprendido por qué Sara y Zoe eran amigas. Sara era esbelta, elegante y sofisticada, y Zoe era… demasiado de todo. Demasiado vehemente, demasiado desinhibida. Demasiado apretada en su corsé, si sus ojos no le engañaban. ¿Acaso era legal que el traje de una dama de honor tuviese tanto escote?

Por alguna extraña razón, su sola presencia le crispaba los nervios. ¿O era la intensidad de su perfume? Al ver que él la miraba, su expresión se tornó insolente. Sabía que él no la tragaba. ¿No podía dejarlo pasar aunque fuese por ese día? Estaba seguro de que lo hacía a propósito para provocarle.

Sara había llegado al altar estando él distraído, lo que le exasperó aún más si cabe.

Por suerte, en ese momento se apartó la última de las damas de honor y pudo verla. Enseguida se olvidó de todo. Sara era como una ráfaga de aire fresco en un caluroso día de verano. Conforme se aproximaba, le dedicó la más delicada de las sonrisas. Pero no tuvo oportunidad de devolvérsela, porque los nervios le habían agarrotado la mejilla. Sin embargo, sus ojos se encontraron por un instante y algo surgió fugazmente entre ellos. Algo agridulce que a él le perseguiría durante las noches de insomnio de los años venideros.

Porque luego la mirada de Sara se posó en el hombre que había al lado de Damien y el padre de la novia posó la mano de su hija sobre la de Luke antes de retirarse. A Damien le tocó ser olvidado, apartado de la mente de alguien por la presencia de otra persona.

La novia y el novio avanzaron con la mirada ansiosa puesta en el sacerdote. Todos los ojos se posaron en Sara y en Luke, la pareja feliz, y Damien no pudo más que cerrar los ojos un instante y dejar que sus dedos apretaran con fuerza el anillo que llevaba en el bolsillo.

El anillo de Luke. Para Sara.

No, de haber sido cualquier otro, él no podría haber superado ese día. No podría haber estado allí viendo cómo Sara se casaba con otro que no fuese Luke. De haberse negado a ser el padrino cuando Luke se lo pidió, este le habría preguntado el porqué, y Damien no estaba dispuesto a permitir que ni Luke ni Sara conociesen sus sentimientos por ella ni que estos habían ido creciendo al tiempo que los de Luke conforme se enamoraba de la novia de su mejor amigo.

Había logrado ocultarlo durante los últimos dieciocho meses y no pensaba estropearlo todo en el último momento. No, Luke no lo sabría jamás.

Damien Stone debía ser en ese día y más que nunca, el padrino perfecto.

Tilly, la prima de Sara, pinchó a Zoe en las costillas con los tallos de su ramo. Zoe intentó ignorarla, pero Tilly se inclinó hacia delante y le susurró desde detrás de los lirios.

–El padrino es guapísimo –dijo, mirando con disimulo al pasillo–. Tienes suerte. Como primera dama de honor, tienes preferencia.

Zoe no pudo evitar mirar al hombre del que Tilly hablaba.

–Si resulta ser tu tipo –respondió entre dientes a Tilly.

Si te gustaban altos, morenos y guapos. Si te gustaban con las piernas largas, complexión fuerte y con aquella actitud distante tan molesta. Resultaba atractivo incluso con la boca abierta mientras cantaba una de las notas largas del himno. Intocable. Y a Zoe nunca le había atraído nada demasiado bueno como para ser tocado, alguien apartado del resto del mundo, como si estuviese tras un cristal y exhibido en un museo. Había que vivir la vida plenamente, enfangarse al cien por cien.

–¿Qué? –farfulló Tilly, olvidando taparse la boca con el ramo. Se granjeó la mirada reprobatoria de la madre de la novia–. ¿No tienes ojos en la cara? –añadió Tilly, ignorando la mirada de su tía.

Zoe puso los ojos en blanco y negó ligeramente con la cabeza, pero bastó para que otro mechón rizado le cayese sobre la cara. Estaba a punto de apartarlo de un soplido cuando se percató de que la tía de Tilly la estaba mirando, así que se lo colocó delicadamente detrás de la oreja.

Apartó la vista y su mirada se vio atraída de modo inexplicable hacia el objeto de la discusión.

No, no es que no tuviese ojos en la cara. Simplemente, no era estúpida.

Sabía que él no la soportaba. Intentaba disimularlo, claro, y lo hacía bastante bien, pero había estado recibiendo ese tipo de trato lo suficiente como para reconocer la desaprobación en cuanto la veía.

Desdén. Esa era la palabra.

Y ese brillo desdeñoso en la mirada del señor Perfecto cuando dirigió la vista hacia donde ella se encontraba le despertaron ganas de provocarle. Y Zoe no era de las que se resistía cuando le entraban ganas de hacer algo. La vida era demasiado corta. Por una vez, deseaba verle perder la frialdad, ver fuego en lugar de hielo en aquellos ojos azules. Había estado muy cerca de conseguirlo en alguna ocasión anterior, pero «cerca» no era suficiente. Lo que Zoe quería realmente era ver todo un despliegue de fuegos artificiales.

Pero no sería ese día, por desgracia. No haría nada que pudiese molestar a Sara, ya que la pobre ilusa pensaba que el señor Damien Stone era un ser maravilloso. No tanto como Luke, claro, pero Zoe calculaba que para Sara ocupaba un meritorio segundo puesto. Se giró hacia Tilly e hizo una arcada silenciosa para mostrarle lo que pensaba de la sugerencia que le había hecho. ¡Vaya! La madre de Sara las miraba con la boca apretada, así que volvió el rostro hacia la feliz pareja, apretó el ramo con fuerza y se puso a cantar dulcemente.

El señor Perfecto debió de percatarse de cierto movimiento, porque giró ligeramente la cabeza para mirarla. Zoe le ignoró. Ignoró la chispa que vio en sus ojos justo antes de que este la ocultase rápidamente. Ella adoptó su rostro más angelical y cantó en voz alta, reconfortada al imaginarse que podía oír cómo le hervía la sangre a Damien Stone.

¡Cuánto deseaba ver ese despliegue de fuegos artificiales!

«Pero esta noche no, Zoe. Déjalo estar». El estallido de Damien Stone tendría que esperar… por el momento.

Pero eso no significaba que no pudiese meterse un poco con él, ¿no?

–¿No te vas a comer eso?

Damien contempló su pavlova a medio terminar. Recordaba haber comido un poco, pero no haberla esparcido por el plato de aquel modo. Echó los hombros ligeramente hacia atrás porque sentía como si la chaqueta del traje hubiese encogido.

–¿Le pasa algo a tu postre?

Se giró y miró a la dama de honor, que estaba sentada a su lado en la mesa principal. La disposición de los comensales le parecía absurda. Nunca antes, en las cinco bodas anteriores, le habían sentado junto a la primera dama de honor.

–Nada –respondió ella amablemente. Con demasiada amabilidad–. Estaba buenísimo… pero era bastante pequeño. Por eso te pido el tuyo, si es que no le vas a hacer los honores.

Damien dirigió a su plato una mirada fulminante, como si aquel postre removido tuviese la culpa de la situación, y luego lo empujó en dirección a Zoe, aguantándose las ganas de hacer un comentario sobre cuerpos apretados en corpiños.

–Desahógate.

–Gracias.

Ella se lanzó al ataque directamente, cosa que de algún modo irritó a Damien. Pronto podría escabullirse en busca de un whisky solo para lubricar los músculos petrificados de su rostro. Se habían quedado encajados en una sonrisa anonadada justo cuando Sara había pronunciado el «sí quiero».

«El eterno padrino…».

A Damien empezaba a sonarle todo a broma, y no precisamente divertida. Muchos de sus amigos vivían ya asentados y felices, tal y como él deseaba vivir. Se sentía el jinete desafortunado de una carrera de caballos cuya portezuela se ha atascado en la salida mientras los demás se alejaban a toda velocidad por la pista. Y encima su mejor amigo se había llevado a la única mujer que Damien consideraba una candidata viable para convertirse en la señora Stone, lo cual resultaba aún más descorazonador.

–Umm. No sabes lo que te estás perdiendo –murmuró Zoe a su lado.

Damien alzó sus hombros doloridos para evitar que se siguieran hundiendo. Por desgracia, sabía exactamente lo que estaba perdiendo aquel día. ¿Cómo no iba a hacerlo si estaba sentada tan solo tres asientos más allá? Cometió el error de mirar hacia la derecha, en dirección opuesta a la máquina devoradora de pavlovas que tenía a la izquierda.

Debió de olvidarse momentáneamente de su sonrisa pétrea, porque consiguió llamar la atención de Sara por un instante. Ella le preguntó qué pasaba con un gesto adorable, curvando los labios hacia abajo y arrugando la frente.

Él negó con la cabeza, encogió un hombro y consiguió reavivar la sonrisa macabra con la que había estado engañando a todo el mundo durante ese día. Maldita Zoe. Le había hecho perder la concentración al robarle el postre. ¿Por qué no le habrían sentado junto a la madre de Sara? Se habría olvidado de aquel desastre de día entreteniéndose en halagarla.

Sara se percató de su cambio de expresión y le sonrió antes de volver a centrar la atención en su marido.

Damien quiso suspirar, pero tenía las costillas demasiado apretadas bajo la piel como para que los pulmones pudiesen expandirse, así que lo compensó resoplando de exasperación por la nariz.

–Tranquilo, tigre –las palabras salieron amortiguadas por una capa de nata y frambuesas–. Todavía queda un poco, si es que te has arrepentido de ser tan generoso.

Él se giró hacia Zoe mientras ella empujaba en su dirección el plato casi vacío. Lo único que quedaba era un trozo de merengue con una frambuesa en lo alto.

Damien negó con la cabeza porque no confiaba en que su lengua mantuviese la formalidad necesaria.

–¿Estás seguro? –preguntó ella mientras acercaba la cuchara hacia el último bocado–. Creo que podría ratear otro plato en alguna parte o engatusar a los camareros.

–No lo dudo en absoluto –respondió Damien con sequedad.

Otra vez la expresión insolente de Zoe. El traje de Damien encogió una talla más, lo cual le hacía sentirse acalorado y nervioso.

–Bueno –dijo ella mientras se metía la cuchara llena en la boca y luego la giraba hasta ponerla boca abajo para asegurarse de dejar cada milímetro cuadrado completamente limpio. Cerró los ojos y dejó escapar un gemido de placer.

Damien experimentó una sacudida de algo inesperado. Algo que se negó a identificar. Sobre todo si se debía a la visión de los labios de Zoe St James deslizándose por una cucharilla.

Por suerte, el padre de Sara escogió ese momento para levantarse y golpear la copa con el tenedor. Todas las cabezas se giraron hacia la mesa principal y Damien se enderezó en el asiento y volvió a adoptar una expresión animada.

Pero durante todo el tiempo, la frustración y la rabia aumentaban en su interior de tal modo que deseó tener una versión gigante de la cobertura de metal que envolvía los tapones del champán. Si no se equivocaba, su cabeza estaba a punto de estallar y eso no podía ocurrir hasta que no acabara el brindis.

Más palabras. Palabras que había escuchado cien veces en ocasiones como aquella. Hasta el final del discurso, que fue…

–Por tanto –Colin Mortimer sonrió a su esposa y luego a su hija–, Brenda y yo hemos decidido que queríamos ofrecer a nuestra pequeña algo especial. Sabemos que habíais planeado una sencilla luna de miel navegando hacia el sur a bordo del orgullo y la alegría de Luke, pero hemos pensado que nos gustaría mejorarla un poco…

Damien se enderezó aún más en el asiento. Vaya. Luke había preparado la luna de miel perfecta para Sara y para él, la luna de miel que Damien hubiera dado un brazo por tener. Una quincena en el Dream Weaver solo con Sara. Le parecía el paraíso.

Haciéndose cargo como de costumbre, Damien empezó a preparar mentalmente el discurso que luego pronunciaría ante Colin para intentar ayudar a Luke a salir del atolladero.

El padre de la novia tendió a Luke una carpeta.

–Dos billetes de avión para las Islas Vírgenes.

Damien empezó a ensayar en serio su pequeño discurso.

–¡Y un yate de lujo alquilado por tres semanas!

Hubo un grito de asombro colectivo por parte de los invitados, que empezaron a aplaudir y a gritar. Damien se quedó petrificado. Por alguna razón, no se podía mover. Cielos, ni siquiera podía pensar con claridad.

Sara abrazó a su padre y Luke le dio la mano con entusiasmo.

No era de extrañar. Luke había soñado con surcar las aguas turquesas del Caribe desde que Damien y él competían juntos con pequeñas embarcaciones en la escuela de vela.

¿Por qué no se le habría ocurrido antes a Damien? Debería haberles hecho ese regalo. Después de todo, la navegación era lo que le había unido a Luke hacía ya muchos años.

«Tú sabes bien el porqué».

Damien cerró los ojos. Sí, lo sabía. Había dejado que el sentimiento de culpa por la atracción que experimentaba hacia la mujer de su mejor amigo lo empañara todo.

«Y los celos también. No te olvides de los celos».

No. Había intentado por todos los medios que eso no ocurriera. No les deseaba nada más que lo mejor. Al menos, no quería desearles nada más que lo mejor.

Pero se había sentido celoso. Por más que hubiese intentado superarlo, había sido así.

Y eso le convertía en una persona vil. Cosa por la que, cuando los ciento quince invitados se levantaron y brindaron con Colin por la feliz pareja, Damien empezó a temblar.

Y entonces el padre de la novia se giró hacia él con una sonrisa benevolente, asintió y se volvió a sentar.

Era su turno. Le tocaba soltar una perorata, brindar… y mentir. Tragó saliva, sabiendo que estaba a punto de abrir la boca y mostrarse como el mayor hipócrita sobre la faz de la Tierra.

CAPÍTULO 2

SE HIZO el silencio más absoluto. Zoe sintió unas ganas irresistibles de exclamar algo para inyectar vida a aquel silencio perfecto, pero se limitó a apoyar el codo sobre la mesa y giró la cabeza para escuchar a Su Alteza decir algo pomposo.

Solo que no dijo nada. Ni pomposo ni de ninguna otra naturaleza. Se quedó allí, mirando a los invitados. El único movimiento perceptible fue un pequeño temblor tipo Parque Jurásico en su copa de champán.

Abrió la boca. Algunos invitados se inclinaron hacia delante. Damien Stone era conocido por sus discursos como padrino de boda. Pero volvió a cerrar los labios.

El silencio empezó a tornarse violento. Los niños empezaron a revolverse.

Damien Stone se aclaró la garganta.

Zoe empezó a pensar seriamente en levantarse de un salto y gritar: «¡Fuego!».

Justo a tiempo, un sonido empezó a salir de su garganta, tan bajo que seguramente ella era la única persona que podía percibirlo. Pero lo proyectó hacia delante hasta hacerlo crecer y salir seguido de sus palabras.

–No se me ocurre nada ingenioso que decir. Solo que Luke y Sara son realmente la pareja perfecta.

Zoe frunció el ceño. Se había preparado para sonreír para sus adentros ante una artificiosa perorata, pero la sinceridad de sus palabras echó sus planes por tierra.

–Y no puedo decir más que Luke es el mejor amigo que nadie pudiese tener, recordarle que es el hombre más afortunado del mundo por haber conocido a Sara y desear que sean felices el resto de sus días.

Se detuvo y alzó su copa por el novio y la novia.

–Por Luke y Sara –dijo, y de pronto toda la carpa se levantó y empezó a aplaudir maravillada de cómo, una vez más, el padrino había logrado superarse.

Damien se bebió el champán de un trago y se sentó mientras soltaba el aire. Zoe hubiese jurado que estaba nervioso. Pero eso habría significado que sentía una emoción distinta a la superioridad, cosa a todas luces imposible.

Dio un sorbo a su copa y se sentó a su lado. Nunca había tenido intención de elevar aún más el ego de Damien Stone, pero por alguna razón sintió la necesidad de decirle que sus palabras habían sido perfectas.

–Ha sido…

Él se giró sorprendido, como si hubiese olvidado totalmente que existía y había estado sentada a su lado, y fijó sus fríos ojos azules en ella.

–No, Zoe. Ahora no.