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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Dolce Vita Trust. Todos los derechos reservados.

NOCHE SECRETA, N.º 1948 - noviembre 2013

Título original: One Secret Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3862-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

Su madre estaba viva.

Ethan Masters caminaba atontado por las calles de Adelaida con aquellas palabras revoloteándole por la cabeza. Todavía estaba intentando digerir la reciente e inesperada muerte de su padre, creyendo que era lo más duro a lo que se iba a tener que enfrentar en la vida, y aquel mismo día se acababa de enterar que el hombre al que había idolatrado y adorado sobre todas las cosas les había mentido a él y a su hermana durante veinticinco años.

Sentía una mezcla de dolor y traición que le oprimía el pecho. No sabía qué hacer. Una parte de sí mismo deseaba no haberse enterado nunca. De hecho, si no hubiera sido porque había descubierto una anomalía en las cuentas de su padre, tal vez seguiría sin saber nada. Cuando el abogado de la familia se había mostrado reacio a darle explicaciones, su curiosidad por saber qué era aquel pago mensual había crecido.

Así que ahora lo sabía todo. Su madre los había abandonado y había aceptado el dinero de su padre para no volverse a acercar a ellos, dejando que sus hijos creyeran que había muerto en el accidente de coche.

Y lo que era todavía peor, los hermanos de su padre, el tío Edward y la tía Cynthia, habían sido cómplices de la mentira.

Aquello contradecía todos los principios familiares con los que había crecido. Enterarse de que aquellas personas en las que tanto confiaba lo habían estado engañando era más de lo que podía soportar.

Lo que tenía que hacer era volver a casa, hablar con sus tíos y contarle la verdad a su hermana, pero si él todavía no había sido capaz de digerir la información que le habían dado, ¿cómo se lo iba a contar a Tamsyn?

Al imaginárselo, sintió un escalofrío por la columna vertebral. Tamsyn era buena por naturaleza. Le gustaba ser feliz, quería que todo el mundo lo fuera y se esforzaba mucho por ayudar a los demás a serlo. Aquella noticia podía destrozarla y Ethan no podría soportarlo. No quería ser el responsable de causarle tanto dolor. No, tenía que lidiar él solo con aquel problema y decidir lo que tenía que hacer sin molestar a sus familiares.

Algo le llamó la atención. Se trataba de una joven que resaltaba por encima de los oficinistas que estaban saliendo del trabajo. Era una mujer menuda, delgada y rubia que iba vestida con un vestido multicolor que le marcaba la silueta de las nalgas y de los muslos. Al conductor del coche que estaba pasando en aquellos momentos a su lado debió de gustarle porque le dedicó un silbido de aprobación.

La joven llevaba una mochila muy grande a la espalda, una mochila que no iba en absoluto con su atuendo. Aquello intrigó a Ethan, que se quedó mirándola hasta que la perdió de vista cuando la chica entró en un bar cercano.

Sin pensar lo que hacía, Ethan la siguió. Al entrar, se encontró en un local ruidoso lleno de turistas, estudiantes y oficinistas. Consideró la posibilidad de irse, pero decidió que le vendría bien tomar una copa, así que se dirigió a la barra.

Mientras lo hacía, miró a su alrededor en busca de la mariposa multicolor que lo había conducido hasta allí, pero no la vio.

Unos minutos después, comenzó a sonar una música que atrajo a mucha gente a la pista de baile. Ethan pensó que aquella gente tenía una existencia mucho más fácil que la suya y se puso a mirarlos bailar mientras se tomaba una copa de vino tinto. No pudo dejar de pensar en que la vida que había llevado desde el accidente de coche había estado basada en mentiras y más mentiras.

Recordó que su padre había cambiado mucho después del accidente. Se había convertido en un hombre más exigente y menos confiado. Entonces, Ethan tenía seis años y, una vez se hubo repuesto de las heridas, concluyó que lo que le pasaba a su padre era que estaba tan triste y solo como su hermana y él.

Por eso, se esforzó todo lo que pudo para complacer las exigencias de su progenitor. ¿Y para qué? Para descubrir que John Masters había estado viviendo en una gran mentira los últimos veinticinco años y, lo que era todavía peor, que había obligado a los que le rodeaban a hacer lo mismo.

Ethan se llevó el vino a la boca y dejó que el aroma a frutos rojos le explotara en la lengua y se deslizara por su garganta. No estaba mal, pero no se podía comparar con su último caldo, reconocido internacionalmente con varios premios. Cuando el alcohol le llegó al estómago, recordó que no había comido nada desde la mañana.

–¿Pensando mucho?

Al oír la voz femenina, se giró y se encontró a la mariposa sentada en el taburete de al lado. Se dio cuenta de que era mayor que los estudiantes que había por allí, pero que tampoco encajaba en el grupo de los oficinistas. Tenía los ojos azul claro y la piel ligeramente bronceada.

–Sí, un poco –respondió.

–Dicen que problema compartido problema resuelto, ¿no? –comentó ella con una sonrisa–. ¿Quieres hablar de ello?

Le brillaban los labios de manera natural y el pelo le llegaba a los hombros. El vestido le quedaba de maravilla, lo que hizo que Ethan sintiera una descarga de energía sexual por todo el cuerpo, pero, a pesar de que la había seguido hasta el interior del bar, no era de los que ligaba en los bares.

Ligar con una desconocida no era la respuesta a sus problemas. No era su mejor momento.

–No, gracias.

Lo dijo más bruscamente de lo que era su intención. La chica sonrió como si no le hubiera importado su rechazo y se giró hacia el camarero para pedir algo, pero Ethan se sintió mal por cómo la había tratado. La sentía muy presente a su lado, veía su mano y sus uñas, sorprendentemente cortas, sobre la barra de madera, percibía el aroma de su colonia y sentía el ritmo de su cuerpo moviéndose con la música.

Debería pedirle perdón y, cuando se giró hacia ella para hacerlo, descubrió que se había tomado de un trago el chupito que había pedido y se alejaba entre la gente.

Al instante, sintió cierto alivio, pero también una potente sensación de pérdida. Giró el taburete de nuevo hacia la pista de baile y se quedó mirándola. Se movía con una gracia natural maravillosa y Ethan tuvo ganas de bailar. Hacía mucho tiempo que no se relajaba y se dejaba llevar. Debería haber aceptado su intento de acercamiento. Se había precipitado al rechazarla y ahora no podía dejar de mirarla.

Un tipo con aire de ejecutivo se levantó de una mesa y se dirigió a la pista de baile. Se colocó detrás de la rubia, le puso las manos en las caderas y comenzó a bailar de manera sugerente con ella. Ethan sintió que la rabia lo poseía, pero se dijo rápidamente que no tenía por qué preocuparse por aquella mujer. No le correspondía a él cuidarla.

La chica agarró las manos del recién llegado con delicadeza y las apartó de su cuerpo. Ethan se irguió. Si le hubiera gustado que la tocaran, no habría ningún problema, pero por lo visto no era así...

El tipo dio un traspié, pero se enderezó, agarró a la chica de la mano y la giró hacia él para decirle algo al oído. A la mariposa se le contrajo la cara en una mueca de disgusto y negó con la cabeza mientras intentaba zafarse del desconocido. Ethan sintió que le hervía la sangre.

No era no.

En un abrir y cerrar de ojos, se abrió paso entre la gente, sabiendo muy bien lo que iba a hacer.

–Perdona por el retraso –dijo plantándole un beso en la mejilla a la sorprendida chica–. Está conmigo, tío –añadió mirando al otro hombre.

Afortunadamente, el otro tipo, algo borracho, se disculpó y volvió a su mesa. Ethan se giró hacia la rubia.

–¿Estás bien? –le preguntó.

–No hacía falta que hicieras nada. Sé cuidarme yo sola –le espetó ella.

–Ya lo veo –comentó Ethan irónico.

Le sorprendió que la chica se riera.

–Supongo que debería darte las gracias –comentó sonriente.

–De nada –contestó Ethan–. No parecía que te estuviera gustando demasiado su compañía.

–No, desde luego que no –admitió la chica extendiendo la mano hacia él–. Soy Isobel Fyfe.

–Ethan Masters –contestó Ethan aceptando la mano y dándose cuenta al instante de lo pequeña que era comparada con la suya.

Ethan sintió que el instinto protector por aquella chica se acrecentaba.

La música estaba muy alta e Isobel no entendió el apellido de su salvador, pero se dijo que tampoco tenía mayor importancia.

–¿Me permites que te invite a una copa o a cenar en otro sitio? –le sugirió Ethan.

La chica se quedó pensativa un momento y Ethan temió que fuera a decirle que no.

–Vámonos a cenar –contestó por fin–. Voy a buscar la mochila –añadió dirigiéndose a la barra.

Ethan la dejó partir y, cuando volvió a su lado, automáticamente se ofreció a cargar con la mochila.

–No, no hace falta, ya la llevo yo. Estoy acostumbrada –contestó Isobel.

–No lo digo porque no puedas con ella sino para que me permitas sentirme un caballero por ayudarte. Te prometo que no la perderé.

–Bueno, si te pones así –sonrió Isobel entregándole la mochila, que tenía pegatinas del aeropuerto–. La verdad es que no me va nada con los zapatos.

Ethan se fijó entonces en que lleva unas sandalias de tacón alto.

–¿Tomamos un taxi o vamos andando?

–¿Dónde habías pensado ir?

Ethan le dijo el nombre de un restaurante griego que no quedaba muy lejos.

–Entonces, podemos ir andando –contestó ella agarrándolo del brazo–. Hace una noche maravillosa.

Ethan se colgó la mochila de un hombro sin importarle que le arrugara su precioso traje de Ralph Lauren.

–No te gustan esos sitios, ¿verdad? –le preguntó Isobel.

–¿Tanto se me ha notado? –sonrió Ethan.

–Sí –contestó la chica.

Aquello intrigó a Ethan y le preguntó por qué.

–Por varias cosas. Para empezar, por tu comportamiento. Eres diferente. Algunos podrían pensar que es el aire que dan el dinero y los privilegios, pero yo creo que hay algo más. Parece que nada te da miedo –contestó Isobel tomándole ambas manos entre las suyas y volteándolas una y otra vez–. Definitivamente, cuidadas, pero sin exagerar. Sí, estás acostumbrado a mandar y a que tus órdenes se cumplan inmediatamente, pero también estás dispuesto a trabajar duro.

Aquello hizo reír a Ethan.

–¿Sabes todo eso de mí con solo mirarme?

Isobel se encogió de hombros.

–¿Cruzamos?

¿Cuándo había sido la última vez que se había permitido actuar así, por impulso? Nunca.

 

 

Isobel sentía un antebrazo fuerte bajo sus dedos, lo que la hizo sentir un chispazo de anticipación. Se sentía tan emocionada como cuando sabía que había hecho una fotografía especialmente buena.

Sentía el mismo nerviosismo que cuando estaba a punto de vivir algo grande y ella estaba entregada a vivir el momento, el presente, así que había aceptado la invitación de Ethan para cenar porque era natural en ella hacerlo.

No era una chica fácil, pero tampoco de las que dejaba pasar la oportunidad de disfrutar de una velada agradable con un hombre atractivo.

La intuición le decía que aquel hombre era de fiar, que no tenía nada que temer de él y su intuición jamás la había engañado. Además, tampoco había motivos para creer que fuera a ocurrir nada más aparte de la cena. Aquel hombre no era su tipo. Demasiado seguro de sí mismo, demasiado dominante y demasiado guapo.

Aun así, la velada prometía ser interesante.

Llegaron al restaurante e Isobel se dio cuenta rápidamente de la deferencia con la que el personal trataba a Ethan. Una vez sentados a la mesa, no pude evitar sonreír.

–¿Qué te hace gracia? –le preguntó él sirviéndose agua.

Isobel se fijó en los movimientos que ejecutaron los músculos de su garganta al tragar el refrescante líquido y no tuvo más remedio que beber ella también.

–Es increíble. Lo das todo por hecho, ¿verdad?

Ethan la miró sorprendido y enarcó las cejas.

–No te comprendo.

–Te tratan como si fueras un príncipe y tú ni siquiera te das cuenta –contestó Isobel riéndose y comprendiendo que era cierto, que Ethan lo daba todo por hecho.

–Bueno, eso es porque vengo a menudo y dejo buenas propinas –contestó él algo molesto.

–No lo he dicho como una crítica –le aseguró Isobel–. Seguro que están encantados contigo.

–No eres de las que se calla, ¿eh? –bromeó Ethan.

–No, claro que no –contestó Isobel encogiéndose de hombros–. Nunca me ando con rodeos –añadió consultando la carta para no tener que seguir mirando a su acompañante.

Pensó en el último trabajo que había realizado y en el que se había visto forzada, sin embargo, a andarse con ciertos rodeos. Gracias a su trabajo como fotógrafa, podía capturar lo mejor y lo peor de la gente.

En el último trabajo, las cosas se habían puesto feas cuando el gobierno del país en el que se encontraba la había invitado, educada pero tajantemente, a que abandonara el territorio. Isobel había decidido irse, pero con el firme objetivo de volver en cuanto tuviera dinero. Lo que hacía era aceptar trabajos tontorrones que le permitían costearse lo que de verdad quería hacer. En aquella ocasión, había aceptado hacer las fotografías de un catálogo.

–¿Y te va bien así? –le preguntó Ethan con una voz que hizo que a Isobel se le erizara el vello de la nuca.

–Bastante bien –reconoció–. ¿Qué me recomiendas? –le preguntó mirando la carta.

–Aquí todo está bueno, pero el cordero es increíble –contestó Ethan.

–De acuerdo, pediré cordero entonces.

Ethan cerró la carta y la dejó sobre la mesa.

–¿Así, sin más? –se sorprendió–. ¿No necesitas pasarte media hora viendo la carta y cambiar de parecer diez o doce veces?

–¿Por qué? ¿Tú sueles hacer eso? –bromeó Isobel sabiendo que no era así.

–No, yo prefiero no perder el tiempo. Si te parece bien, voy a pedir para los dos.

–Muy bien, gracias.

Así que Isobel se quedó mirándolo mientras Ethan llamaba al camarero y pedía la comida y una botella de vino. Sí, no se había equivocado, el personal lo trataba con sumo respecto.

–Definitivamente, debes de dejar muy buenas propinas –bromeó riéndose.

–Me quieres picar, ¿eh? Yo también sé jugar a eso y te lo voy a demostrar... viendo que no te gastas el dinero en dejar buenas propinas a los demás, ¿qué haces con él?

–Me lo gasto en viajar y lo que me sobra lo dono a causas benéficas.

–¿De verdad? Así que eres una filántropa.

–Bueno, no creo que lo que yo dono sirva para mucho, pero lo puedo hacer porque he aprendido a vivir con muy poco –le aseguró Isobel.

–¿Y cuando te hagas mayor? ¿Cómo vivirás cuando seas vieja?

–Ya me preocuparé de eso cuando llegue el momento –contestó Isobel viendo que Ethan fruncía el ceño–. ¿No te parece bien?

–Yo no he dicho eso, pero pienso diferente. Tengo una empresa familiar, trabajamos juntos, estamos todo el día juntos y trabajamos por un objetivo común. Estamos constantemente pendientes del futuro, así que me resulta muy difícil vivir el día a día, sin planificar lo que va a suceder al día siguiente. Tengo que preocuparme de un montón de gente que depende de mí.

–Las decisiones que yo tomo solo me afectan a mí, lo que tiene muchas ventajas.

Ethan sonrió e Isobel se dio cuenta de que envidiaba su libertad, como le pasaba a mucha gente que no se daba cuenta de que aquella libertad también tenía un coste personal. Era evidente que Ethan tenía una red de personas que lo ayudaban y lo apoyaban mientras que ella estaba sola.

Aprovechó el silencio que se hizo entre ellos para estudiarlo un poco más. Ethan tenía una nariz recta de corte patricio, el labio superior fino y el inferior voluminoso y atractivo. Llevaba el pelo corto y peinado y se preguntó cómo le quedaría un poquito más largo y revuelto.

Le hubiera gustado sacar la cámara de fotos y hacerle unas cuantas.

La excitación que se había apoderado de su cuerpo un rato antes estaba yendo en aumento. De hecho, Isobel apretó los muslos cuando el deseo se instaló entre sus piernas, y en aquel momento supo que lo más probable era que se acostara con Ethan como se llamara aquella noche y, sobre todo, que quería hacerlo.

Capítulo Dos

 

La comida estaba deliciosa e Isobel se alegró de haber permitido que Ethan eligiera. Recogió con la yema del dedo un poquito de salsa que había quedado en el plato y se la llevó a la boca para disfrutar un poco más de aquel delicioso sabor. Al hacerlo, cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, descubrió que Ethan la estaba mirando fijamente. El deseo que había sentido por él volvió a la carga con toda la potencia del momento y vio que el interés era mutuo.

Mientras bebía un trago de vino, Isobel se preguntó qué tal amante sería aquel desconocido. No era el tipo de hombre que le gustaba, pues le solían atraer los hombres parecidos a ella, de espíritu libre, informales y sin ataduras. Definitivamente, Ethan no era así. Ethan exhortaba estabilidad y fuerza, por no hablar de una increíble dosis de atractivo sexual, una mezcla que resultaba explosiva.

–Háblame de tus viajes –le pidió Ethan echándose hacia delante para servirle un poco más del delicioso vino que estaban disfrutando.

No le resultó difícil pasarse la siguiente hora contándole anécdotas divertidas de sus viajes. Ethan se rio de buena gana cuando le contó que en el último viaje que había hecho a Nepal le había salido un ciempiés del agujero en el que estaba evacuando aguas menores. Se reía como un niño y daba gusto oír aquella risa. A Isobel le encantaban los hombres que se permitían reírse así. Era buen indicativo de que se dejaban llevar por el momento y por lo que les gustaba y esperaba que, en aquellos momentos, lo que le gustara a Ethan fuera ella.

–Me temo que yo no tengo nada tan gracioso que contar –comentó Ethan todavía riéndose–. ¿Y después de cosas así no prefieres viajar de manera más convencional y segura?

–No, cuando viajas de manera convencional y segura no ves el mundo de verdad, no conoces las situaciones que otras personas se ven obligadas a vivir.

–Es interesante que lo digas así.

–¿Por?

–Has dicho obligadas. La mayoría de las personas lleva la vida que quiere llevar, ¿no?

–Eso no suele ser así –contestó Isobel sonriendo con tristeza.

–Yo creo que cada persona puede elegir su camino.

–En un mundo perfecto, puede ser, pero no todo el mundo tiene el privilegio de vivir en un mundo perfecto.

Ethan se quedó considerando aquellas palabras antes de responder.

–Tienes razón. Estaba pensando solo en el mundo que yo conozco, en mi vida aquí, en mis decisiones –recapacitó, permaneciendo unos segundos en silencio–. Ni siquiera yo puedo controlar todo lo que sucede en mi mundo.

Isobel se preguntó qué le habría sucedido a aquel hombre, porque se había quedado lívido. Alargó el brazo por encima de la mesa y le colocó las yemas de los dedos en la mano.

–Lo siento –le dijo.

–¿Por qué lo sientes?

–Porque tengo la sensación de que te gusta tenerlo todo controlado.