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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Melissa Martinez Mcclone

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una familia inesperada, n.º 2124 - mayo 2018

Título original: Marriage for Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-181-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

KATE Malone estaba frente al bufete del abogado, observando las puertas de cristal. Aún faltaban unos minutos para la hora de su cita, por lo que no había razón alguna para darse prisa en entrar.

Levantó el rostro hacia el cielo azul. Los rayos del sol de primavera le caldearon las mejillas. Besos del sol. Así era como los llamaba Susan.

Susan...

La cálida temperatura, algo poco frecuente para el mes de abril, le recordó a Kate al día de su graduación, ocho años atrás. Lo había contemplado como un paso necesario en su ascensión hasta lo más alto, pero a Susan no le había parecido lo mismo. Al contrario que Kate, Susan había disfrutado de cada momento de la ceremonia a pesar del asfixiante calor. Había saltado encima del escenario, había lanzado su diploma de la Universidad de Oregón al aire y había brincado de alegría.

Una sonrisa frunció los labios de Kate. Susan siempre vivía su vida al máximo. O, mejor dicho, la había vivido hasta que un conductor se quedó dormido al volante de su coche y había chocado frontalmente con el automóvil de Susan hacía dos días allí en Boise, Idaho.

Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas y la pena se apoderó de ella. ¿Cómo era posible que Susan estuviera muerta? Susan, tan llena de vida, tan llena de amor. Susan, que tenía a Brady, un esposo que la adoraba y a Cassidy, la preciosa hija de ambos...

Los tres habían muerto en el accidente.

Kate tragó saliva. Decidió que no podía perder el control en aquellos momentos. No tenía pañuelo ni tiempo. Tenía que mantener la compostura durante la reunión que iba a tener con el abogado de Susan y Brady. Cuando se encontrara en la habitación de su hotel, podía desmoronarse.

Se cuadró de hombros y abrió una de las puertas de entrada al bufete. Al entrar, sintió una oleada de aire gélido que le puso la carne de gallina. Al ver que el mostrador de la recepción estaba vacío, sintió que sus ánimos flaqueaban. Una vez que había traspasado el umbral del bufete, quería dar por concluido el asunto lo más rápidamente posible.

–¿Kate?

Al escuchar una voz masculina muy familiar se tensó. Era Jared. No estaba preparada para encontrarse con él, ni en aquel momento ni posiblemente en el futuro. Sin embargo, se dio la vuelta hacia la dirección de la que había provenido su voz.

Mientras Jared se levantaba de una butaca, Kate sintió que el aliento se le enredaba en la garganta. Él llevaba puesto un traje gris a medida y una corbata de seda que ella le había regalado por su trigésimo primer cumpleaños.

Cinco años atrás, cuando Brady y Susan los habían presentado, Jared Reed era la fantasía de toda mujer. El tiempo había conseguido que se volviera aún más guapo. El corazón de Kate empezó a palpitar con fuerza. Ojalá no siguiera encontrándolo tan atractivo...

La mandíbula cuadrada y una nariz ligeramente torcida por un accidente de snowboard que tuvo cuando aún era un adolescente, le daban a su rostro una rudeza que destacaba aún más las largas pestañas y los gruesos labios. No se podía creer cuánto le había crecido el cabello en los últimos tres meses. Normalmente, lo llevaba muy corto, pero aquel estilo algo más largo y ondulado le sentaba mejor.

En realidad, a ella no le importaba.

No mucho.

Los ojos castaños verdosos de Jared miraron los de ella.

–¿Cómo estás?

–Yo... yo...

La voz se le quebró y las lágrimas le nublaron la vista. Oh, no... no quería que Jared la viera así...

Kate parpadeó. Una, dos veces...

–Lo siento mucho, Katie –dijo Jared, acercándose a ella y rozándole suavemente la frente con los labios–. Lo siento tanto...

En la mayoría de las ocasiones, a ella le costaba permanecer indiferente a Jared, pero aquel gesto tan tierno y sencillo, acompañado de unas palabras tan sinceras, rompieron en pedazos sus defensas. Se desmoronó contra él, notando inmediatamente el aroma familiar de su cuerpo y aceptando con agrado la bienvenida que le proporcionaba su duro torso.

La lógica le gritaba que debía detenerse...

El sentido común le aconsejaba que se apartara de él...

Sin embargo, Katie decidió no escuchar. No le importaba que sus actos fueran en contra del pensamiento racional. Jared sabía perfectamente por lo que ella estaba pasando, dado que era lo mismo que por lo que estaba pasando él.

–Lo siento –balbuceó–. Todo esto es tan...

–Horrible –completó él, abrazándola.

Kate se abrazó también a él.

–No hago más que pensar que todo ha sido un error o que voy a despertarme para comprobar que ha sido un mal sueño.

–A mí me pasa lo mismo –admitió Jared–. En cuanto me enteré, llamé a tu despacho. Me dijeron que estabas fuera de la ciudad.

–En Boston.

–No quise dejar ningún mensaje.

–No lo habría recibido de todos modos –dijo, cerrando los ojos. Se sentía tan bien no teniendo que pasar por todo aquello ella sola–. Después de que mi secretaria me llamara para darme las noticias, apagué el teléfono.

–La primera vez en tu vida.

–Y espero no tener que volver a hacerlo.

–Yo también.

–Siento mucho que no se me ocurriera llamarte –se disculpó Kate, mirándolo fijamente.

–No habrías podido localizarme. Estaba en San Francisco. Mi jefe hizo que me sacaran de una reunión para darme el mensaje. Además –añadió–, no esperaba que me llamaras, Kate.

–¿Por qué no? Brady era tu mejor amigo –replicó ella, dolida.

–Susan era como una hermana para ti. ¿Cuántos años teníais cuando os conocisteis?

–Siete.

Fue en una casa de acogida. La primera de Kate y la tercera de Susan. De eso hacía ya mucho tiempo.

–Siete –repitió él–. Tienes que estar destrozada.

Aquella palabra ni siquiera conseguía describir lo que Kate sentía, la angustia que la estaba desgarrando por dentro. Se sentía como si una parte de su ser hubiera muerto también. Respiró profundamente.

Jared la estrechó con fuerza entre sus brazos. Ella apoyó la cabeza contra el pecho de él, una postura muy familiar.

–No tiene nada de malo llorar, Katie.

Ella se enfrentó a la necesidad de apartarse de él. No podía despegarse de él, sobre todo cuando disfrutaba tanto del contacto, de los suaves latidos del corazón que notaba contra la mejilla.

–Y lo he hecho –dijo, sin querer sonar a la defensiva. Era cierto. Había llorado y mucho, más de lo que nunca querría admitir. Simplemente no le gustaba hacerlo delante de los demás.

–Hablé con Brady hace un par de semanas –comentó Jared.

–Susan me envió por correo electrónico una fotografía de Cassidy. Fue el jueves. Me prometió enviarme más –susurró, sabiendo que esas fotografías no llegarían nunca. La niña no seguiría creciendo. Kate ahogó un sollozo–. No me puedo creer lo que les ha ocurrido... ¿Por qué a ellos?

–Ojalá tuviera respuesta para esa pregunta.

–Yo también...

Sin embargo, pensar en lo que había perdido le dolía demasiado a Kate. Prefería pensar en otras cosas. En otras personas. Por ejemplo, en Jared.

Le rizó las puntas del cabello con los dedos. Antes, jamás lo había tenido lo suficientemente largo como para poder hacerlo. Le gustaba la longitud que tenía... Él acarició también el cabello de Kate, deslizando los dedos entre los mechones, tal y como siempre había hecho. Ella estuvo a punto de suspirar. Parecía que nada había cambiado entre ellos, pero Kate sabía que no era cierto. A pesar de todo, no estaba dispuesta a zafarse de sus brazos.

Por el momento, decidió fingir que el pasado no importaba e ignorar el futuro. Era capaz de hacerlo porque necesitaba a Jared. Necesitaba su calor, su fuerza... lo necesitaba a él. Una parte de su ser esperaba que Jared también la necesitara a ella.

Él enmarcó el rostro de Kate con la mano izquierda. Ella notó la alianza de oro que llevaba en el dedo anular. El de ella estaba completamente desnudo. Apretó la mano hasta transformarla en un puño.

–¿El señor y la señora Reed? –les preguntó una voz de mujer.

Jared giró la cabeza.

–Sí.

Una morena muy mona con cabello corto y rizado apareció junto al mostrador de recepción.

Al verla, Kate se apartó inmediatamente de Jared.

–En realidad, yo...

–Es mi esposa, Kate Malone –la interrumpió él, con la voz algo tensa–. Mi nombre es Jared Reed.

Kate recordó las interminables discusiones sobre el hecho de que ella no hubiera tomado el apellido de él. Jared le había dicho que lo comprendía, que aceptaba su decisión, pero no había sido así.

–Lo siento, señora Malone. Señor Reed –dijo la secretaria, tomando una carpeta del mostrador–, Don Phillips va algo retrasado. Los acompañaré a su despacho cuando haya llevado esta carpeta.

–Gracias –respondió Jared.

Cuando la mujer se hubo alejado, Kate se volvió hacia Jared.

–¿Por qué no le has dicho la verdad?

–Porque, a pesar de que ya no lleves la alianza de boda, sigues siendo mi esposa –replicó él, con dura mirada en el rostro–. Al menos, lo serás hasta que los trámites del divorcio no hayan finalizado.

 

 

La recepcionista los condujo por un largo pasillo hasta un despacho que había al final del mismo.

–Don los recibirá enseguida.

–Gracias –dijo Jared. Esperaba que el ambiente en el despacho fuera más cómodo que el del pasillo. Sin embargo, conociendo a Kate, no tenía muchas esperanzas.

La recepcionista sonrió.

–Si necesitan algo, no duden en decírmelo.

–Lo haremos.

Sintió la tentación de decirle a la amable recepcionista que se quedara con ellos hasta que el abogado acudiera al despacho, dado que así podría aliviarse la tensión que había entre Kate y él en aquellos momentos. Kate no había vuelto a hablarle desde que él mencionó la palabra «divorcio». Apretó la mandíbula. Tal vez Kate se había olvidado de que había sido ella quien lo había pedido.

No. Eso no era justo.

Acababa de perder a su mejor amiga y a su ahijada. Estaba sufriendo mucho. ¿Quién sabía qué le estaba pasando por su hermosa y rubia cabeza?

Kate tomó asiento en una de las butacas que había junto al pesado escritorio de caoba. Con apariencia tranquila, empezó a estudiar los diplomas que colgaban de las paredes. Kate sabía muy bien cómo controlar sus sentimientos. Odiaba mostrar debilidad. O al menos lo había hecho hasta aquel día, cuando entró en el bufete a punto de echarse a llorar. Tenía un aspecto tan perdido y triste... La tristeza que Jared vio en su rostro le había partido el corazón.

Se sentó al lado de ella y extendió la mano.

–¿Te encuentras bien?

Ella asintió sin mirarlo a los ojos. Tal vez tampoco le había visto la mano.

Al menos, Jared lo había intentado. Apoyó la mano sobre la butaca. Nadie podía reprocharle que no hubiera intentado salvar su matrimonio o que no hubiera deseado darle otra oportunidad a la relación que había entre ambos.

«Qué irónico», pensó. Brady y Susan le habían presentado a Kate. En aquel momento, sus muertes habían vuelto a unirlos después de tres meses separados.

Los segundos fueron convirtiéndose en minutos. El único sonido que se escuchaba en el despacho era el de un reloj. Al menos, aquello era lo único que no había cambiado desde la última vez que vio a Kate. El duro y frío silencio. Los dos habían estado en Boise tres meses atrás para el bautismo de Cassidy. El fin de semana no había ido bien. Habían hablado de separación y divorcio, pero Jared no había esperado que el abogado de Kate se pusiera en contacto con él a la semana siguiente. Desde entonces, los respectivos abogados se habían ocupado de la comunicación entre ambos. A Jared le parecía extraño, le parecía mal, pero Kate no había querido considerar ninguna otra opción. Se mesó el cabello con las manos.

–Kate...

–Hay una razón por la que no llevo mi alianza de boda.

–No me debes explicación alguna.

–Tenía miedo de perderla –dijo ella, como si no lo hubiera escuchado. Seguía sin mirarlo a los ojos–. He perdido algo de peso.

Eso le había parecido. Cuando la estrechó entre sus brazos, le pareció más delgada, más frágil. Jared lo había achacado a la pena. Ya no estaba tan seguro.

Kate jamás descuidaba su apariencia. Su ropa, su cabello, su maquillaje siempre eran perfectos a pesar de que, para Jared, estaba igual de hermosa con unos pantalones raídos, una camiseta manchada y una cola de caballo. Sin embargo, aquel día, Kate parecía haber tenido que esforzarse más. Jared notaba la diferencia.

La mujer enérgica y capaz de ocuparse de múltiples tareas, que era la dueña de unas de las empresas de relaciones públicas más famosas y con un crecimiento más rápido de todo el noroeste del Pacífico había desaparecido. Jared había esperado ver los ojos azules de Kate, normalmente muy brillantes, hinchados y enrojecidos dadas las circunstancias, pero no con una mirada tan cautelosa, agotada y estresada. Las enjutas mejillas y las ropas de diseño bastante holgadas sugerían algún problema anterior a la pena del fallecimiento de sus amigos y aquellos cambios lo preocupaban.

–Tienes que acordarte de comer –le dijo.

–Y como –replicó ella. Jared levantó una ceja–. Algunas veces se me olvida.

La mayoría del tiempo. Jared solía tener que enviarle mensajes de texto a la hora de comer y de cenar. Como en aquellos momentos él no se lo recordaba, probablemente no se preocupaba de comer decentemente.

–Deberías incluir la comida en tu horario diario.

–Y lo hago –respondió ella–. ¿Y tú?

–Yo no tengo que hacerlo. Disfruto de la comida demasiado como para saltarme comidas.

–Yo no me salto comidas. Simplemente se me olvidan. Bueno, mira, no quiero discutir.

Ya no lo hacía nunca. El único lugar en el que Jared había visto que Kate perdía el control era en la cama.

–No estamos discutiendo.

–Déjalo estar, ¿de acuerdo?

Jared miró el reloj. Las manillas parecían moverse más lentamente que Corky, la tortuga de su sobrina.

–Siento haberles tenido esperando –dijo justamente en aquel momento una voz masculina. Un hombre de mediana edad, con traje azul marino y gafas, entró rápidamente en el despacho–. Me llamo Don Phillips. Soy el abogado de los Lukas.

Jared se levantó y le estrechó la mano.

–Jared Reed.

Kate, por su parte, permaneció sentada.

–Kate Malone.

El abogado tomó asiento al mismo tiempo que Jared.

–Les doy mi más sentido pésame por la pérdida de sus amigos –dijo Don–. Ha sido una verdadera tragedia.

Jared asintió. Kate se colocó las manos entrelazadas sobre el regazo.

–Gracias por haber venido tan rápidamente –prosiguió el abogado–. Ayer cuando llamé había esperado hablar con ustedes personalmente pero, dadas las circunstancias, me pareció imperativo que vinieran a Boise tan pronto como les fuera posible.

–Lo comprendemos –afirmó Jared–. ¿Se han organizado ya los entierros?

–Sí –contestó Don, sacando un papel del archivo–. El señor Lukas, padre de Brady, se ha ocupado de ello. La misa será el jueves y, a continuación, habrá una recepción para todos los que acudan en una sala de la iglesia. A continuación, los cuerpos se trasladarán a Maine en avión para su entierro.

–Susan... –susurró Kate.

–¿Qué? –preguntó Jared.

–Es sólo que... a Susan jamás le gustó Maine –dijo ella, colocándose un mechón de cabello detrás de la oreja.

–Es cierto –asintió Don–, pero tanto ella como Brady especificaron en sus testamentos dónde querían ser enterrados.

–Oh... –dijo Kate–. Entonces no hay nada más que decir.

–Una situación como ésta jamás resulta fácil pero, afortunadamente, Brady y Susan lo tenían todo muy bien pensado. El hecho de que todo aparezca en sus testamentos hace que todo resulte más fácil –comentó Don, sacando un grueso documento de la carpeta–. Yo asistía a la misma iglesia que ellos y redacté sus testamentos. Dado que no tenían familia en la ciudad, guardé los originales aquí en el despacho.

–¿No deberíamos esperar a los padres de Brady? –preguntó Jared.

–El señor y la señora Lukas no van a venir –explicó Don–. Aunque el señor Lukas se ha ocupado de organizar los entierros, sus médicos decidieron que un viaje tan largo desde la Costa Este sería demasiado para ellos, teniendo en cuenta sus delicados estados de salud. Los dos recibieron copias de ambos testamentos para que los dos supieran lo que su hijo y su nuera habían decidido. ¿Podemos continuar?

Jared asintió. Entonces, observó a Kate y vio que ella se mantenía firme. Aquello tenía que ser muy duro para ella. No prestó atención a la necesidad que tenía de tocarla.

–Como saben, Brady era hijo único y Susan estuvo en casas de acogida desde los cinco años. Aparte de los padres de Brady, ninguno de los dos tenía parientes vivos –dijo. Entonces, miró a Kate–, aunque Susan la consideraba a usted una hermana.

Al oír aquellas palabras, Kate perdió la compostura durante un instante.

–Yo sentía lo mismo.

–Los Lukas también le apreciaban mucho a usted, Jared, por eso, tanto Susan como Brady le nombraron su representante para que se ocupara de sus propiedades. ¿Acepta usted esta responsabilidad?

–¿Cómo ha dicho? –preguntó Kate.

Jared se quedó asombrado.

–¿Yo?