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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Anne Mather

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pecado de seducción, n.º 1470 - mayo 2018

Título original: Sinful Truths

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-207-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

El piso estaba en una de las zonas más caras de la ciudad. No era un ático moderno. Isobel había elegido la última planta de una casa victoriana reformada que carecía de ciertos elementos modernos, pero que andaba sobrada en estilo y elegancia.

A Jake no le sorprendió que hubiera elegido un edificio antiguo. Isobel era de una familia de mucho dinero que era rica hacía muchas generaciones y prefería las habitaciones frías de una casa sin calefacción central que un piso caldeado pero moderno.

Tampoco le había costado demasiado. Jake lo sabía perfectamente.

«Como para no saberlo», pensó con ironía.

Se lo había comprado él cuando se habían separado y seguía pagando la hipoteca desde entonces.

Jake aparcó el coche a un par de manzanas y anduvo hasta Eaton Crescent. Estaba lloviendo, como todos los meses de mayo. Se limpió las gotas de los hombros y pensó que otra cazadora a la basura.

¿Desde cuándo tiraba la ropa como si no costara? ¿No podría haberse llevado un paraguas? Tenía uno en el maletero del coche, pero nunca lo había utilizado.

En el portero automático, se leían los nombres de todos los inquilinos, pero no se podía hablar con ellos. Al comprar la casa, Jake había expresado sus dudas a ese respecto, pero a Isobel no le había importado.

–No finjas ahora que te vas a preocupar por nosotras –le había espetado con frialdad de regreso a la inmobiliaria.

Jake apartó aquellos desagradables recuerdos de su cabeza y llamó al timbre. Isobel sabía que iba a ir, así que no tardó en abrirle.

A pesar de estar en penumbra, el vestíbulo olía a flores secas y a cera de muebles. La impresión que daba inmediatamente era de calidez.

Subió las escaleras de dos en dos hasta la segunda planta. Al llegar, se dio cuenta de que le faltaba un poco el aire y se recordó que hacía tiempo que no iba al gimnasio. Estar todo el día ante el ordenador era más cómodo que cortar árboles o algo por el estilo, pero era mucho menos sano.

La puerta no estaba abierta, así que llamó con los nudillos y esperó impaciente a que Isobel la abriera, pero no lo hizo ella sino Emily.

La niña lo miró con ira y rencor.

–¿Qué quieres? –le espetó.

La pregunta lo pilló por sorpresa, pues creía que su madre le habría dicho que iba a ir. Obviamente, no había sido así y le iba a tocar a él explicarle a la niña de diez años que Isobel lo estaba esperando.

–No está –contestó Emily con evidente satisfacción–. Vuelve en otro momento.

Jake se quedó estupefacto.

–No lo dirás en serio –dijo recordando lo mucho que le había costado concertar aquella cita.

Por no hablar de haber tenido que aparcar a dos manzanas y haberse mojado.

–Sí, lo digo en serio –contestó la niña–. Ya le diré que has venido… –añadió cerrando la puerta.

–¡Espera! –exclamó Jake, metiendo el pie.

Tras un pequeño forcejeo, Emily no tuvo más remedio que volver a abrir.

–A mi madre no le va a gustar nada esto, ¿sabes? –le soltó apartándose de la cara un mechón de pelo castaño oscuro–. Tú no eres quién para decirme lo que tengo que hacer.

–Sí lo soy y, de hecho, lo hago –contestó Jake–. ¿Por qué no dejas de comportarte como una cría y le dices a tu madre que estoy aquí?

–Porque ya te he dicho que no está –contestó Emily con voz temblorosa–. ¿Quién te crees que eres para aparecer aquí y asustarme?

Jake se arrepintió de su comportamiento pues, a pesar de la altura y la insolencia de aquella niña, seguía siendo eso, una niña.

–Soy el marido de tu madre –le contestó–. ¿Por qué no está si sabía que iba a venir?

–Está en casa de la abuela –contestó tras dudar–. No sé cuánto va a tardar.

–¿Ha ido a ver a tu abuela? –exclamó Jake sin poder ocultar su desagrado.

Sabía que nunca le había gustado a lady Hannah, nunca había aceptado que sin su ayuda habría perdido aquella casa desvencijada que ella llamaba «palacio».

–¿No se habrá ido a Yorkshire?

–No, han quedado en la casa de aquí –contestó Emily.

–Menos mal –dijo Jake aliviado–. ¿Para qué han quedado?

Emily se encogió de hombros y Jake se dio cuenta de lo mucho que se parecía a su madre. Todavía tenía los rasgos de una niña, pero ya se veía que iba a ser tan guapa como Isobel. Tenía el pelo un poco más claro, pero tenía los mismos ojos azules.

–La abuela dijo que quería hablar con ella –contestó por fin–. Está enferma –añadió a modo de explicación.

Jake maldijo sin darse cuenta y Emily enarcó las cejas a forma de reproche.

–¿Y no sabes cuándo va a volver?

–Dijo que no tardaría mucho –contestó Emily a regañadientes.

–Un momento. ¿No estarás sola?

–No soy una niña pequeña.

–Ya, pero a los diez años hay que saber que no se debe abrir la puerta a un desconocido.

–Para que lo sepas, tengo casi once –lo corrigió Emily–. Claro que cómo lo ibas a saber si solo eres mi padre.

–No soy tu…

Jake se interrumpió. Se negaba a ponerse a discutir con la hija de Isobel el tema de su paternidad. ¿Por qué demonios le habría dicho su madre que era su padre? Jake había intentado ganarse a la niña, pero Isobel con sus mentiras lo había hecho imposible.

–Sabía que eras tú –le explicó Emily secamente–. Te he visto por la ventana –añadió fijándose en su cazadora–. Estás mojado.

–Como que está lloviendo –contestó Jake con sorna.

–Pasa –dijo la niña.

Jake dudó.

–¿Te ha dicho tu madre que iba a venir?

¿Por eso se había ido Isobel a la otra punta de Londres en plena hora punta? ¿Para dejarlo solo con Emily?

–Puede –contestó la niña con indiferencia avanzando por el pasillo–. ¿Entras o no?

Jake miró la hora. Eran ya las cinco. Le había prometido a Marcie que la recogería en la peluquería a las seis. No iba a llegar.

Oyó la puerta del portal y miró esperanzado, pero no era Isobel, así que finalmente entró. Se quitó la cazadora y la siguió hasta la cocina.

Una vez allí, Emily puso agua a hervir.

–Espero que te guste el café –dijo tan fría como su madre–. Es soluble porque mamá dice que no nos podemos permitir comprar de verdad.

Jake apretó los dientes. ¿Por qué le decía eso a la niña? Él le había dado mucho dinero aquellos años. ¿Qué había hecho con él?

No era un tema para hablar con Emily, así que se limitó a observarla mientras le servía el café soluble en una taza. Era obvio que estaba acostumbrada a hacerlo.

–¿Con leche y azúcar? –le preguntó desde el frigorífico.

–Yo no he dicho que quisiera nada –contestó Jake, exasperado–. No me parece bien que estés andando con agua hirviendo.

–¡Por favor, no finjas que te importo! –le espetó–. Para que lo sepas, llevo años haciendo té y café.

Jake apretó los dientes.

–Si tú lo dices.

–Yo lo digo –contestó Emily apoyándose en la encimera–. ¿Y qué quieres?

–Como que te lo voy a decir a ti –contestó Jake–. ¿A qué hora se ha ido tu madre?

Emily se encogió de hombros.

–Hace un rato.

–¿Cuánto?

–No lo sé… Una hora quizás.

–¿Una hora?

Horror. Se tardaba una hora en llegar a casa de lady Hannah, a nada que estuviera media hora con su madre y otra hora para volver, el total eran dos horas y media. Debía olvidarse de ir a recoger a Marcie a la peluquería, pero sí llegarían a tiempo de cenar con los Allen.

–¿Cómo quieres el café? –volvió a preguntarle Emily.

–Con leche y azúcar está bien –contestó Jake decidiendo que no merecía la pena seguir quejándose cuando el café ya estaba hecho–. ¿Tú no vas a tomar nada?

–No tomo café –contestó Emily saliendo de la cocina–. Vamos mejor al salón.

Jake enarcó las cejas, pero agarró la cazadora y la taza y la siguió. La niña tenía razón. En el salón se estaba más cómodo y, al fin y al cabo, le quedaba un buen rato hasta que volviera Isobel.

El salón era la estancia más grande de la casa. Isobel lo había amueblado a juego con los altos techos y los suelos de madera antigua. No había muebles modernos, sino butacas de caoba y sofás tapizados en terciopelo burdeos. También había varias mesas antiguas y una alacena con la vajilla de porcelana que su madre les había regalado cuando se habían casado.

Junto la chimenea estilo Adam había una librería repleta de libros. Jake se fijó en la inmensa alfombra que cubría el suelo. Estaba desgastada. ¿Sería antigua? Supuso que sí, pues con el dineral que le pasaba a Isobel todos los meses y su sueldo no tendría por qué ir apurada económicamente.

Sin embargo, se dio cuenta de que el suelo no estaba bien encerado y de que había polvo en algunas baldas. ¿No podría Isobel hacerse cargo de todo?

Decidido a no sentirse responsable de ella de ninguna manera, dejó la cazadora en el respaldo de una silla, se sentó en un sofá y dejó la taza de café en el suelo.

Inmediatamente, Emily le acercó una mesita y fue a agarrar la taza.

–Ya lo hago yo –dijo Jake impaciente–. ¿Por qué no te vas a hacer los deberes o lo que suelas hacer por las tardes?

–Ya lo haré luego –contestó Emily sentándose enfrente–. Tengo mucho tiempo.

«Pues yo no», pensó Jake exasperado mirándola.

Desde luego, era igual que su madre. Incluso se sentaba con la espalda tan recta como ella. Todavía llevaba puesto el uniforme y estaba retorciéndose la manga de la chaqueta.

¿Estaba nerviosa? ¿Por él? Maldición. ¿Qué mentiras le habría contado Isobel?

–¿Y qué le pasa a tu abuela? –preguntó sintiendo algo de pena.

–No se encuentra bien –contestó la niña–. Ya te lo he dicho.

–Sí, pero ¿qué le pasa?

–Creo que… es algo de corazón –contestó recelosa–. El año pasado la operaron.

–¿Ah, sí?

Isobel no le había dicho nada. Claro que por qué lo iba a hacer. Apenas se veían.

–No te cae bien la abuela, ¿verdad?

–¿Cómo dices? –dijo Jake sorprendido.

–Digo que no te cae bien la abuela –repitió Emily–. Me lo ha dicho ella.

–¿Te lo dicho ella? –repitió Jake enfadado–. Pues si lo dice ella, será así.

–¿Por qué no te caía bien?

Jake suspiró.

–Porque yo nunca le caí bien a ella –contestó preguntándose qué hacía defendiéndose–. Supongo que eso no te lo habrá dicho.

–No –admitió la niña–. ¿Por eso ya no vives con nosotras?

–¡No! –contestó Jake con rencor–. ¿Por qué no te vas a ver la tele o algo? Tengo que llamar por teléfono.

–¿A quién?

–A mucha gente –contestó Jake sacándose el móvil del bolsillo–. ¿Te importa?

–A mí, no –contestó Emily–. ¿A quién vas a llamar? –insistió.

«¿A mí novia?», se preguntó Jake.

–A una amiga –contestó–. No la conoces.

–¿Muy amiga?

Jake tuvo que morderse la lengua. Aquella niña era muy insistente.

–¿Importa eso acaso?

Sintió un gran alivio cuando vio que Emily se levantaba y se iba hacia la puerta.

–Voy a ver qué hay de cenar –dijo a regañadientes–. Cuando mamá vuelva, va a ser tarde.

Jake abrió la boca para negarse, pero la volvió a cerrar porque la niña ya había desaparecido. Para tener solo diez años, era increíblemente madura.

–No me digas que vas a llegar tarde –dijo Marcie enfadada–. De verdad, Jake, me habías dicho que no ibas a tardar.

Jake suspiró.

–Ya, pero Isobel no está.

–¿No está? ¿Y cuál es el problema? Pues ya quedarás con ella otro día –dijo Marcie con el murmullo de los secadores de fondo.

–No me puedo ir porque… está Emily –le explicó sabiendo que no iba a ser fácil que lo entendiera.

–¿La niña?

–Sí, la hija de Isobel –contestó Jake descontento con el tono de desprecio de su novia–. Sí, está sola.

–¿Y?

–Y me tengo que quedar hasta que vuelva su madre –contestó Jake con decisión–. Cuando termines, pide un taxi y nos vemos en casa.

–¡No! –exclamó Marcie furiosa–. Jake, ¿sabes lo difícil que es conseguir un taxi a estas horas?

–Sí… Lo siento, pero no puedo hacer nada.

–Sí, puedes hacer una cosa. Podrías dejar a la hija bastarda de tu ex ahí y venir a recogerme como habías prometido.

–¡No la llames eso! –dijo Jake sin poder contenerse–. Ella no tiene la culpa de que Isobel se haya ido a ver a su madre.

–Ni yo tampoco –apuntó Marcie–. Venga, Jake, pero si lo habrá hecho adrede. Tu ex sabía perfectamente lo que ibas a hacer cuando vieras que la niña estaba sola.

–No ha tenido opción, por lo visto –dijo Jake, preguntándose qué hacía defendiendo a su ex mujer–. La abuela está enferma del corazón.

Marcie se dio por vencida.

–Muy bien, pediré un taxi. ¿Me recoges en casa a qué hora? ¿En una hora y media?

–Más o menos –contestó Jake, rezando para que Isobel volviera antes de las seis y media.

–No se te ha olvidado que habíamos quedado para salir esta noche, ¿verdad?

–No, no, claro que no, pero no me agobies, ¿de acuerdo?

–Perdona, pero es que la cena de hoy me hace mucha ilusión y, además, no me he pasado todo el día en el salón de belleza para que… bueno, para que Isobel me lo estropee.

–No te preocupes –le prometió Jake–. Te tengo que dejar. Nos vemos luego –añadió colgando antes de que a Marcie le diera tiempo de seguir discutiendo.