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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Marie Rydzynski-Ferrarella

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Perdida entre sus brazos, n.º 178 - mayo 2018

Título original: Lily and the Lawman

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-600-6

Capítulo 1

 

Odio a los hombres. Odio a los altos, a los bajos, a los viejos, a los jóvenes… ¡Odio a los hombres!

Alison Quintano se apartó un momento el teléfono de la oreja. La distancia apenas disminuyó la intensidad de las palabras de Lily. Era como si aquella mujer menuda que había dominado una parte importante de la infancia de Alison estuviera allí, en el solitario consultorio médico de Hades, en lugar de en un moderno apartamento de Seattle, a muchos miles de kilómetros de allí.

—Odias a los hombres. Ya. Lo he pillado —contestó Alison, intentando que Lily dejara de gritarle al oído; su hermana llevaba cuatro minutos con la misma perorata—. Vamos, tranquilízate y cuéntame qué ha pasado.

Incluso mientras lo decía, Alison tenía la ligera impresión de que sabía cuál era el problema. O más bien, quién.

Lily, que ni siquiera escuchó a su hermana, la interrumpió y continuó hablando. Estaba muy enfadada, y se veía que intentaba por todos los medios que no se le notara lo dolida que se sentía. Pero la angustia estaba ahí.

¿Cómo podía haber estado tan ciega?

—En especial, odio a los cirujanos plásticos taimados.

Bueno, aquello ya empezaba a tomar forma, pensó Alison. El prometido de Lily, Allen, era cirujano plástico. Alison se sintió culpable por sentir alivio en lugar de angustia. Pero no podía negárselo a sí misma. Nunca le había gustado Allen.

—¿Quieres decir que no hay boda?

Alison se imaginó a su hermano mayor, Kevin, dando saltos de alegría.

De los tres, Kevin, que las había educado desde la muerte de su padre, era el que más detestaba a Allen. Cada vez que hablaba de él con los demás, se refería a Allen como «el cirujano artificial».

Pero dado el carácter de Lily, ninguno de ellos le había dado su opinión sobre Allen. Solo habrían conseguido que se emperrara más con él. Claro que, de pronto, parecía que ella sola se había dado cuenta de cómo era Allen.

A Alison le costó mucho no lanzar un grito de felicidad.

Lily, que se sentía como un animal enjaulado, empezó a pasearse por la cocina. Normalmente la cocina la relajaba, pero en ese momento lo único que podría tranquilizarla sería hacer picadillo a su prometido.

«Ex prometido», se dijo con venganza. ¿Cómo podía haberle hecho una cosa así?

—No solo no hay boda, sino que he estado a punto de cortarle la cabeza también —resopló con rabia, intentando no pensar en la sensación que le había producido la traición.

Con el teléfono entre la oreja y el hombro, Alison sumaba unas cantidades en la factura de un fornido minero que acababa de salir de la consulta. Le llevó unos momentos descifrar la letra ilegible de su hermano Jimmy. Aun tratándose de un médico, era demasiado horrible.

—Lily, ¿quieres explicarme lo que ha pasado o voy a tener que adivinarlo yo sola?

Las palabras de Alison no la ayudaron a centrarse en la conversación. Lily miró a su alrededor buscando algo que pudiera calmar su rabia. Se sentía como un hervidor de agua a punto de estallar.

Aspiró hondo e intentó empezar desde el principio.

—Allen no dejaba de quejarse de lo mismo: de que solo pienso en el trabajo, de que nunca soy espontánea…

Lily juntó los pies con fuerza, pensando en lo tonta que había sido. ¿Podía ser cierto que aquello hubiera estado ocurriendo delante de sus narices todo ese tiempo?

—Así que decidí comportarme de manera espontánea. Le pedí a Arthur que me sustituyera en Lily’s, agarré una botella de nuestro mejor champán, preparé un almuerzo con los bocados más exquisitos y fui a su apartamento a darle una sorpresa.

Lily, que había llegado al salón sin ni siquiera darse cuenta, se sentó en el sofá cansinamente, como si de repente le faltara el aire.

—Y vaya si lo sorprendí, de eso no me cabe la menor duda. Pero en la cama con una de sus pacientes, una mujer a la que le había aumentado los pechos —escupió con rabia, y pestañeó. ¿Estaba llorando, acaso? No, maldita fuera, no pensaba derramar lágrimas por aquel cretino—. Sin duda estaba intentando profundizar en su trabajo.

Alison asintió al hombre que tenía delante, que acto seguido le pagó el recibo y salió de la consulta.

—Bueno, imagínatelos a él y a su nena con los sándwiches de langosta que les tiré a la cara.

Alison, que sabía de lo que era capaz su hermana cuando se enfadaba, se echó a reír al imaginar la escena.

—Me alegro por ti. Nunca me gustó Allen, la verdad.

Lily frunció el ceño y se levantó para pasearse de nuevo de un lado a otro. Y pensar en todo el tiempo que había perdido con aquel hombre...

—Bueno, no tienes por qué seguir haciendo un esfuerzo para que te caiga bien. Ya no hay boda —resopló con fuerza, sintiéndose vacía e intentando desesperadamente no sentirse así; ¿de dónde había surgido de repente aquella tristeza?—. Ya no tengo nada.

—Lily...

Lily, que estaba junto a su equipo de música, apretó uno de los botones. La canción que sonaba en la radio despertó en ella recuerdos, de modo que apagó enseguida el equipo.

Alison lo intentó de nuevo.

—Lily...

—Todos los hombres son una basura —declaró Lily con convicción; y entonces se dio cuenta de con quién estaba hablando—. Exceptuando tu marido y nuestros hermanos, por su puesto. Pero en general, Aly, los hombres son basura.

—Lily...

—Y la verdad es que estoy mejor sin un hombre. Si necesito algo en mi vida, puedo encontrarlo en...

—¡Lily!

Lily dejó de hablar; la voz de su hermana le había penetrado finalmente el cerebro.

—¿Qué?

Por fin. Alison respiró hondo. Entonces se acercó al escritorio y le indicó al paciente que acababa de entrar que tomara asiento.

—¿Por qué no te vienes a pasar unas vacaciones?

—¿Irme? —que Lily se tomara unas vacaciones era algo muy raro; hizo una pausa para asimilar la idea, pero le fue imposible—. ¿Irme adónde?

—Aquí —dijo, pero no obtuvo respuesta—. Donde vivo yo. Donde vive Jimmy —añadió Alison para resultar más convincente—. Hace muchísimo que no te vemos.

O, más precisamente, desde que Luc y ella se habían casado. Lily no había podido asistir a la boda de su hermano con April Yearling el año anterior. Y como su hermana había cancelado su boda, quién sabía cuándo volverían a verse. Sabía que Lily tenía tendencia a trabajar demasiado.

—Tal vez te convenga alejarte de Seattle unos días.

La idea no carecía de atractivo. Pero las personas se iban de vacaciones a lugares interesantes, no a sitios que una solo podía imaginar cubiertos de hielo.

—¿A Alaska?

—A estar con tu familia —dijo Alison con calma pero firmeza al mismo tiempo.

Lily se lo pensó un momento.

—Tengo a Kevin.

Kevin era el único de la familia que, además de Lily, seguía viviendo en Seattle. Parecía que Hades, una población de Alaska de unos quinientos habitantes, estaba llevándose poco a poco a los Quintano de su Seattle natal. O al menos a los más jóvenes.

A Alison eso no le pareció un problema.

—Pues tráetelo.

Siempre estaba encantada de verlo. Kevin, que le llevaba diez años, era para Alison como un segundo padre, y lo quería muchísimo. Dejar atrás a Kevin había sido una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida; y amar a Luc una de las más fáciles.

Lily se echó a reír. Ella no era la única de la familia adicta al trabajo. La devoción por el trabajo de Kevin había surgido de la necesidad de mantenerla a ella y a sus hermanos. Aunque luego ya pudieron valerse por sí mismos, Kevin, que años atrás había renunciado a formar una familia propia para sacar adelante a la que ya tenía, había continuado partiéndose el pecho al frente de la compañía de taxis de su propiedad.

—Sí, como si pudiera convencer a Kevin de ir a algún sitio. Los hombres no...

Alison no tenía tiempo para escuchar una repetición de lo anterior. La señora Newhaven, embarazada de ocho meses, acababa de entrar.

—Lily, tengo que volver al trabajo —dijo Alison, aunque se sintió fatal por tener que dejar a su hermana así—. De verdad que te puedo ayudar, pero tendrás que tomarte un par de semanas de vacaciones y venirte para acá. Ibas a tomarte quince días de permiso para tu luna de miel, ¿no?

Lily cerró lo ojos e intentó controlar la pena y el pesar que la invadieron. Mejor sentir rabia en lugar de cualquier otra cosa. La rabia le impedía llorar.

—La verdad era que no tenía pensado pasar esas dos semanas contigo.

—Bueno, yo soy más agradable que ese sinvergüenza de Allen, ¿no crees?

Lily suspiró y se echó a reír con tristeza.

—Sí, desde luego.

—Entonces no se hable más.

Por una vez iba a darle órdenes a su hermana mayor, y no al contrario. Alison sabía cuál era el problema de Lily. Su hermana mayor era muy mandona. Allen había sido el primer hombre al que no había podido dar órdenes, pero probablemente habría sido porque él siempre estaba muy ocupado y no había tenido tiempo para prestar atención a nada de lo que Lily decía.

—Arréglalo. Bien Jimmy bien yo iremos al aeropuerto a recogerte y traerte a Hades.

—Hades... —Lily repitió el nombre del pequeño pueblo que había atraído a la mitad de la familia—. Después de lo que estoy pasando, incluso Hades me suena bien.

Alison sonrió. Al doctor Allen Ripley lo habían pillado con las manos en la masa, y en el fondo ella estaba feliz de que eso hubiera ocurrido. La ira de Lily era legendaria una vez desatada. Claro que, sin duda, él se la había merecido.

—Es lo que yo quería decirte exactamente. Vamos, Lily. Echamos de menos tu carita sonriente.

Al oír a su hermana decirlo, Lily sonrió involuntariamente. Había estado tremendamente ocupada convirtiendo a Lily’s en uno de los locales de moda de Seattle. Pero incluso en la cima del éxito, Lily sentía un vacío interior que resultaba difícil de ignorar. Tenía que reconocer que sí que echaba mucho de menos a sus hermanos.

—Por no mencionar mi cocina —dijo Lily.

Alison se echó a reír. Eso no podía negarlo. No conocía a nadie que cocinara tan bien como Lily.

—Por no mencionar tu cocina —le confirmó sin dejar de reír.

La puerta de la clínica se abrió de nuevo y entraron dos pacientes más. Ya estaba casi anocheciendo, así que le pareció que Jimmy y ella iban a quedarse a hacer horas extras. Otra vez.

—Ahora sí que te tengo que dejar. Prométeme que vendrás —Alison hizo una pausa, esperando la respuesta de su hermana.

—Lo prometo.

Lily aspiró hondo y soltó el aire despacio. Tal vez necesitara marcharse unos días; marcharse lejos. No solo del recuerdo del hombre con el que había pensado que compartiría su futuro sino de todo. Había trabajado casi sin descanso desde que inaugurara Lily’s, hacía ya más de cinco años. Y, además, el restaurante iba de maravilla.

Desgraciadamente, no podía decir lo mismo de su vida personal. Tal vez hubiera llegado el momento de cambiar eso.

—De acuerdo. Iré.

Alison suspiró aliviada.

—Maravilloso. Te llamaré esta noche y así podremos reservarte un billete lo antes posible.

Lily sonrió con cariño. Su hermana no dejaba las cosas para el día siguiente.

—No pierdes el tiempo, ¿verdad?

—No —contestó Alison con afecto—. Aprendí de los mejores.

Se levantó al ver que la señora Newhaven dejaba la mano muerta. Había estado abanicándose momentos antes. La miró y vio que estaba a punto de desmayarse.

—Tengo que dejarte —dijo, y colgó.

Lily presionó el botón para colgar. En ese momento una nueva oleada de tristeza se apoderó de ella, amenazando con ahogarla.

No era que amara a Allen con toda su alma; sabía que no era así. Había creído que se llevaban bien, y eso era todo lo que quería en un hombre. O eso había creído. Era guapo, con éxito profesional, inteligente… Hasta entonces no se había dado cuenta de que también era un mentiroso. Así que había cortado con él por lo sano.

Lo que ocurría era que... se sentía sola. Otra vez sola. Y a veces estar sola dolía.

Al cabo de un momento, Lily se estaba diciendo para sus adentros que ya estaba bien de compadecerse a sí misma. Tenía un restaurante, buena reputación y una carrera profesional brillante. Y además, una familia que la quería. No todo el mundo tenía tanta suerte.

Lily se puso derecha y fue hacia el piano, donde tenía una fotografía de Allen. Se la había regalado él el año anterior por su cumpleaños con una dedicatoria: Lo mejor para la mejor.

«Debería haberme dado cuenta», pensó Lily.

Agarró la fotografía y la llevó a la cocina, donde la tiró, con marco y todo, al cubo de la basura. El cristal se hizo añicos al chocar contra el fondo del cubo, y Lily sintió una extraña satisfacción.

Al ir en busca de la maleta, se sintió más animada.

 

 

Max Yearling pasó la mano por el borde del sombrero mientras miraba a su alrededor en el aeropuerto, intentando localizar a una mujer a la que solo recordaba vagamente de haberla visto hacía años.

No estaba seguro de cómo lo habían convencido para aquello. Por norma, no le gustaba volar, y solo lo hacía como último recurso. Si el Señor hubiera querido que los hombres volaran, les habría dado plumas en lugar de vello.

Pero April no le pedía muchos favores, y eso se lo había pedido, de modo que él había dicho que sí.

No podía poner la excusa de que estaba ocupado. No lo estaba. Ser el sheriff de Hades y los alrededores lo tenía atareado, pero ese día precisamente no. En su mayor parte, el trabajo implicaba un sinfín de pequeñas tareas que a la mayoría de las personas le parecerían monótonas.

Pero no a él. Normalmente, no. Le gustaba lo que hacía, y jamás despreciaba ninguna faceta de su trabajo. Ni siquiera tener que mirar debajo de la cama de la viuda Anderson para asegurarle que no se le había metido nadie en casa con el propósito de atacarla en cuanto se durmiera.

A sus ochenta y un años, a Max le parecía que la viuda tenía mucha imaginación. Un poco como su abuela, excepto que Ursula Hatcher, jefa de la oficina de correos de Hades desde siempre, probablemente habría estado encantada de tener a un hombre debajo de la cama, esperando a que se apagaran las luces. A sus setenta y dos años, habiendo enterrado a tres maridos y en busca del cuarto, su abuela era la mujer más joven que Max conocía.

Claro que no había demasiadas mujeres en Hades, pensaba mientras miraba las caras de un nuevo grupo de pasajeros que se dirigía a recoger su equipaje. En su ciudad natal, había siete hombres por cada mujer. Sabía que si alguna vez formaba la familia en la que ocasionalmente pensaba, iba a tener que irse a alguna de las ciudades más grandes de Alaska para encontrar esposa.

Aunque le parecía poco probable. Sinceramente, dudaba mucho que una mujer de ciudad quisiera trasladarse a un lugar como Hades, donde las personas y el tiempo parecían ir a cámara lenta, a menos que hubiera un terremoto, un incendio o un corrimiento de tierras en la mina local, que empleaba a los dos tercios de la población masculina.

Era cierto que Sidney, Marta y Alison habían llegado de otros Estados y habían terminado casándose con lugareños, pero eran la excepción. Y la mayor parte de los hombres se marchaba de allí en cuanto cumplía los dieciocho. Incluso su propia hermana no había podido esperar para largarse. La única razón por la que April había vuelto era porque su abuela había enfermado y ni él ni June podían atenderla como a April le había parecido necesario. La intención de esta había sido quedarse solo dos semanas, lo suficiente para convencer a la abuela de que se operara del corazón, pero había acabado enamorada y casada con el cirujano, el hermano de Alison, Jimmy.

Max pensó en lo curiosa que era la vida mientras esperaba junto a Sidney Kerrigan, la esposa del primer médico residente de Hades. Sidney había sido una de las mujeres que se había ido a vivir a Hades. Y como el propio Max, estaba feliz de quedarse allí para siempre. Incluso había aprendido a pilotar el avión de su esposo para ayudarlo a llevar suministros. Durante un tiempo, el avión del doctor Kerrigan había sido el único medio para salir de Hades. Ya había dos aviones más y tres pilotos en los alrededores.

Sí, pensó con alegría, Hades estaba creciendo. No demasiado deprisa, pero estaba creciendo. A un ritmo conveniente, según él.

Lo que no le resultaba conveniente era esperar a Lily Quintano.

—¿La ves? —le preguntó a Sidney con impaciencia, mirando la fotografía que Alison le había dado de su hermana.

Deseó que Alison o Jimmy estuvieran en su lugar. Tanto Alison, que era la única enfermera en la ciudad, como Jimmy, un médico que había ido de vacaciones y se había quedado, estaban ocupados con una operación inesperada. Ninguno de ellos había podido abandonar el trabajo para ir a buscar a su hermana, de ahí que Jimmy hubiera llamado a April, quien a su vez había recurrido a él.

Su hermana estaba ocupada tomando fotografías para alguna revista, haciendo como si trabajaba.

Algún día, pensó, tenía que aprender a decir no.

Volar desde Hades al aeropuerto de Anchorage para recibir de forma oficiosa a una mujer conocida por ser una adicta al trabajo y que odiaba a los hombres no era su idea de pasar una tarde agradable.

—Alguien de la familia debe estar allí —había insistido April cuando Max le había dicho que por qué Sidney no era suficiente para darle al bienvenida a Lily Quintano y llevarla a Hades.

—Ella no me reconocerá.

Que él recordara, solo la había visto un momento en la boda de Alison y Luc. A no ser por la foto que tenía en la mano, no habría podido reconocerla.

—Lo hará en cuanto vea esos preciosos ojos verdes tuyos, hermanito —le había asegurado April.

Debería haber dicho que no, pensaba en ese momento, pero no tenía nada urgente que hacer. Además April, once meses mayor que él, sabía quejarse mejor que ninguna otra mujer que conociera. Hacía tiempo que había aprendido que con su hermana era más fácil decir que sí.

Sidney sacudió la cabeza en respuesta a su pregunta. Y entonces, de repente, lo agarró del brazo y señaló con el dedo hacia delante.

—Allí... La mujer con el abrigo de cuero rojo, junto a la cinta.

Max miró hacia donde Sidney señalaba y después a la fotografía. Resultaba difícil decidirse. La mujer de la foto sonreía; la del abrigo rojo, todo lo contrario. Incluso de lejos se la veía impaciente. En ese momento, levantó la cabeza y miró a su alrededor con el ceño fruncido.

Pero, mala cara o no, Max tuvo que reconocer que jamás había visto a una mujer tan bella.

—Solo hay un modo de averiguarlo —le dijo a Sidney mientras se metía la foto en el bolsillo—. Espera aquí.

Con el sombrero aún en la mano, Max avanzó entre los grupos de personas de la atestada terminal hacia la zona de recogida de equipajes. Cuanto más se acercaba, más guapa le parecía la mujer de pelo negro brillante.

Notó que, a diferencia de la mayoría de los pasajeros, iba vestida con cierta formalidad, con un traje gris claro debajo del abrigo, que se había dejado abierto. Llevaba unos zapatos con mucho tacón, que la hacían parecer más alta de lo que era en realidad.

Era una mujer menuda, de facciones bellas y con las piernas más bonitas que Max había visto en su vida.

Había muchos hombres en Hades que se sentirían atraídos por alguien como Lily Quintano. Iba a tener que vigilarla; claro que eso tampoco le resultaría demasiado duro, decidió mientras se colocaba delante de ella.

—¿Señorita Quintano?

Lily se dio la vuelta, y a punto estuvo de chocarse con el hombre de hombros anchos y cazadora de piel vuelta. Lo siguiente que vio fue la placa de sheriff prendida en el bolsillo de la camisa.

—¿Sí?

Aquella mujer sabía cómo imponer su presencia, a juzgar por el modo en que lo miró.

—Tal vez no me recuerde...

Lily se enorgullecía de tener muy buena memoria. Recordaba todas y cada una de las recetas que había leído.

—Usted es el sheriff Max Yearling, el hermano de April. Sí, lo recuerdo —dijo en tono seco—. Estuvo usted en la boda de Alison.

De pronto, se preguntó por qué el sheriff habría ido en lugar de su hermana. Lily miró detrás del agente, pero no vio a Alison. Tampoco estaba allí su hermano. Sintió angustia.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó sin rodeos—. ¿Les ha pasado algo a Alison o a Jimmy?

Max percibió su nerviosismo. Parecía como si Lily Quintano tuviera el baile de San Vito. Y, hablando de bailar, recordaba haberla visto haciéndolo en la boda. En aquella ocasión iba del brazo de un tipo de aspecto presuntuoso. Su prometido, le habían dicho a Max. La única opinión que había formado en aquel momento era que ella se merecía algo mejor, pero en realidad eso no era asunto suyo.

—Se presentó una urgencia en la clínica, así que me pidieron que viniera yo para llevarla a Hades.

Lily lo miró entonces con mayor detenimiento. Era guapo, algo de lo que seguramente sacaría provecho. Se preguntó cuántas mujeres irían tras él, y entonces recordó que en Hades no había tantas.

—¿Tenían miedo de que volviera a montarme en el avión? —preguntó finalmente.

Esa mujer lo examinaba detenidamente. ¿Acaso planearía diseccionarlo?, se preguntó, medio divertido.

—Algo así.

Al cabo de un instante, Sidney se unió a ellos. A Sidney nunca le habían gustado las formalidades, y los años que llevaba allí casada solo habían conseguido hacer de ella una persona más sociable. Abrazó a Lily con afecto.

—Bienvenida a casa.

Sorprendida, Lily se retiró y miró a Sidney. Esta había hablado como si volviera de un largo viaje, en lugar de ir allí de visita durante unos días para ver si podía poner algo de orden en su vida.

Pero a Lily le gustó el gesto. Alzó los brazos con timidez y dio un abrazo a Sidney, sin dejar de mirar a Max.

—Bueno, ¿ha mejorado algo el transporte desde la última vez que estuve aquí?

—Hemos cambiado algunas piezas del avión —le dijo Sidney—. En verano hay un camino que se puede utilizar con un vehículo todoterreno. Pero durante el invierno la carretera está intransitable, y el único modo de entrar y salir de Hades es o en avión o en trineo.

Lily asintió. Tan solo quería charlar para pasar el rato. Sabía exactamente por Alison lo que pasaba en el pueblo.

—Me parece perfecto —contestó—. En este momento no me vendría mal recluirme un poco y estar en paz.

Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, no estaba tan segura de decirlas en serio. Se había criado en la gran ciudad y ya empezaba a echar de menos el ruido del tráfico.

Y eso que ni siquiera habían salido de la terminal.

Tal vez, pensó mientras Max iba por su equipaje, había cometido un error yendo allí.