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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Candace Camp

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Donde tú me lleves, n.º 179 - mayo 2018

Título original: Smooth-Talking Texan

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-601-3

Capítulo 1

 

Lisa Mendoza se dirigía al tribunal del condado de Angel Eye dispuesta a presentar batalla. Aquel era el tipo de caso que la había animado a entrar en la facultad de Derecho. Se trataba de una clara violación de la justicia, un ejemplo de prejuicios y de abuso de poder. Lisa no sentía ningún tipo de vacilación, como le había ocurrido a menudo en los casos que le habían asignado hasta entonces, en los que, normalmente, su cliente solía ser culpable. En estos casos, a lo único a lo que Lisa podía aspirar era a que se redujera todo lo posible la condena. Tampoco se trataba de un caso de vulneración de los derechos del consumidor, que tan frecuentemente recibía desde que se había mudado a la pequeña ciudad de Hammond, Texas. El caso que la había llevado a Angel Eye tenía que ver con un adolescente hispano al que habían retenido sin cargos en la prisión de una pequeña ciudad.

Entornó los ojos y apretó un poco más el acelerador al pensar en ello. Hacía menos de una hora, el primo de Benny Hernández se había presentado en su despacho de Hammond y le había explicado cómo Benny, que solo tenía diecisiete años, había sido arrestado el día anterior por el sheriff y conducido a prisión, aunque solo había cometido una infracción de tráfico. El sheriff no lo había soltado, ni siquiera le había acusado de ningún delito. No se habían presentado cargos ni había habido vista alguna, por lo que su familia estaba, comprensiblemente, muy preocupada. Y Enrique Garza, el hombre que se había presentado en su despacho, había decidido contratar un abogado para el muchacho.

—Algunas veces, Benny puede resultar un poco salvaje —había admitido con una ligera sonrisa—, pero no es un mal muchacho. No quiero que le hagan daño.

Lisa se podía imaginar al sheriff al que se dirigía a ver: un hombre de mediana edad con una gran barriga que, sin duda, había considerado que Benny Hernández era culpable de algún delito simplemente porque su piel era demasiado oscura. ¿Acaso no era el condado de Bertram, del que la pequeña ciudad de Angel Eye era la capital, uno de esos condados de Texas famosos por contar con sheriffs corruptos y con gran poder político? Estaba casi segura de haber leído un artículo en una revista hacía unos años sobre esos sheriffs que campaban a su antojo por sus dominios. El condado de Bertram había sido uno de los examinados. El sheriff del que se hablaba en la revista había muerto hacía pocos años, si la memoria no le fallaba, pero no tendría nada de extraño que la maquinaría política se hubiera puesto en funcionamiento con el fin de nombrar a otro de la misma calaña para substituirlo.

Estaba segura de que el sheriff se mostraría reacio a hablar con ella. Probablemente la miraría y decidiría que ella tampoco era importante: joven, mujer y también hispana. No sería la primera vez que alguien lo hacía. Sin embargo, Lisa había aprendido que el hecho de que alguien la subestimara, a menudo le proporcionaba ventajas, y se había asegurado de que los hombres que la habían tratado de aquel modo se arrepintieran de haberlo hecho.

Sus labios se curvaron en una sonrisa al pensar en el enfrentamiento que la esperaba. Tenía la intención de que el sheriff Sutton lamentara el día en que había tenido la desgracia de relacionarse con ella.

 

 

Quinn Sutton se recostó sobre su silla, tras cruzar las piernas encima del escritorio, y suspiró. Estaba aburrido y se sentía frustrado. Como en algunas otras ocasiones desde que había regresado a Angel Eye, se preguntó si no se habría equivocado al hacerlo.

Una simple investigación... que se había prolongado ya durante dos meses. Los hombres con los que había trabajado en San Antonio se habrían muerto de risa si se hubieran enterado de cómo andaba dando palos de ciego en aquel caso.

Había pensado que Benny Hernández le proporcionaría alguna pista. El muchacho sabía algo, de eso estaba seguro, pero hasta aquel momento había permanecido en silencio. Además, no podría mantenerlo en la cárcel durante mucho tiempo dada la escasa importancia del delito por el que lo había arrestado.

Las voces que se escuchaban en el exterior del despacho lo sacaron de su ensoñación. Se puso a escuchar y llegó a la conclusión de que se trataba de voces femeninas, aunque no podía distinguir lo que estaban diciendo. Una de las voces era la de Betty Murdock, su secretaria, pero no reconocía la otra. Frunció el ceño y empezó a levantarse del asiento.

En aquel momento, el agente Hargrove asomó la cabeza por la puerta con un gesto de interés y diversión en el rostro.

—Sheriff, salga un momento. Tiene que ver esto. Es esa nueva abogada de la que le hablé.

—¿Quién? ¿Qué abogada? —preguntó Quinn terminando de ponerse de pie y yendo hacia la puerta—. Ah... ¿Te refieres a...?

—Sí. A la guapa. ¿Se acuerda de que le dije que la había visto en el tribunal del distrito de Hammond el mes pasado?

—Sí, me acuerdo —respondió Quinn. En realidad, el recuerdo era muy débil. Hargrove siempre estaba hablando de mujeres.

—Bueno, pues está ahí fuera dándole el tostón a Betty porque quiere verlo.

—En ese caso, lo mejor será que salga para concederle lo que desea —replicó Quinn mientras abría del todo la puerta para salir al despacho exterior.

Vio que Betty estaba de pie, con el rostro arrebolado y las manos en las caderas, con gesto combativo. Se estaba enfrentando a otra mujer. Cuando Quinn se volvió para mirarla, todas las funciones de su cuerpo parecieron detenerse. Más tarde, algo avergonzado, solo pudo describir la sensación como algo parecido a recibir el disparo de una pistola de fogueo.

No es que fuera la mujer más hermosa que hubiera visto en su vida. No era refinada y esbelta como lo había sido Jennifer, ni poseía la gélida belleza de princesa de la alta sociedad de su futura cuñada, Antonia, ni la hermosura propia de una estrella de Hollywood de esa actriz a la que Jackson había llevado al picnic del 4 de julio. Sin embargo, tenía algo que lo dejó sin aliento, como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

Iba vestida con un traje de chaqueta marrón, muy propio de alguien que se dedica a la abogacía, una blusa color crema y unos zapatos de tacón bajo. El maquillaje y el peinado resultaban poco llamativos. Sin embargo, la simplicidad de su atuendo no podía ocultar la belleza de las curvas que redondeaban su cuerpo ni la esbeltez de las piernas que asomaban bajo la falda. Su cabello, peinado con las puntas hacia dentro, era negro y muy brillante. Su piel, ligeramente cetrina, sus enormes ojos marrones y sus espesas pestañas negras tenían poca necesidad de maquillaje. Era una mujer viva, cálida y apasionada... y parecía estar muy furiosa por algo.

—¡Insisto en ver al sheriff Sutton! —exclamó, inclinándose agresivamente sobre Betty—. Por muy importante que sea lo que esté haciendo, le sugiero que entre en su despacho y le diga que...

—¿Por qué no me lo dice usted misma? —le preguntó Quinn.

Atónitas, las dos mujeres se volvieron para mirarlo.

Durante un momento, Lisa se quedó sin habla. Efectivamente, el sheriff Sutton era un sheriff prototípico, pero no de la clase que se había imaginado. En vez de eso, era del tipo que la Asociación Estatal de Sheriffs habría elegido como modelo para aparecer en su publicidad. Tendría poco más de treinta años y era alto, incluso sin los centímetros adicionales que le proporcionaban las botas de vaquero. Su fuerte y esbelto cuerpo rellenaba a la perfección la camisa y el pantalón del uniforme. Lisa fue consciente, con algo de sorpresa y un poco de rubor, de que sentía una extraña sensación en la boca del estómago. Tenía el cuerpo que podía hacer que el corazón de una mujer latiera un poco más rápidamente.

No era exactamente guapo, aunque tenía rasgos armoniosos y una boca bien definida que provocó otra primitiva respuesta en el cuerpo de Lisa. Una cicatriz al lado de esa boca y la firmeza de su mandíbula le daban un aire de determinación. Cuando sonreía, como lo estaba haciendo en aquellos momentos, sus ojos mostraban un brillo pícaro y la boca adquiría un gesto que lo hacía parecer más a un muchacho. Al ver que se dirigía hacia ella, mirándola fijamente, Lisa llegó a la conclusión de que era un seductor. Había conocido otros hombres como él, aunque tenía que admitir que no muchos, y aunque no solían ser ni los más listos ni los más guapos ni los más ricos, resultaban devastadores para las mujeres.

—Soy el sheriff Quinn —dijo extendiendo la mano y sin dejar de sonreír—. Encantado de conocerla.

Lisa cuadró los hombros. El sheriff Sutton iba a descubrir que ella era completamente inmune a sus encantos.

—Lisa Mendoza —replicó con voz cortante, al tiempo que estrechaba su mano con brevedad—. Soy la abogada de Benny Hernández.

—¿De verdad? —preguntó él, sorprendido. La sonrisa desapareció de sus labios—. Vaya, eso sí que es interesante. No sabía que tuviera abogado.

—Evidentemente. Si no, habría elegido a otra persona a la que avasallar.

—¿Cómo dice?

—Creo que sabe perfectamente de lo que estoy hablando —replicó Lisa sin dejarse intimidar—. Usted arrestó y ha retenido a mi cliente sin razón alguna. Supongo que, en general, será lo bastante inteligente como para buscar a alguien sin un abogado que proteja sus derechos cuando le apetece acosar a las minorías.

—Un momento, señorita Mendoza...

—Ahora me gustaría ver a mi cliente.

La ira se reflejó en los ojos del sheriff. Lisa creyó que iba a darle una mala contestación, pero él se limitó a apretar la mandíbula.

—Venga conmigo —dijo.

Se dio la vuelta y echó a andar por el pasillo sin volverse para comprobar si Lisa lo seguía. La joven abogada echó a correr tras él, decidida a no quedarse atrás. Recorrieron el pasillo hasta el final y llegaron a una escalera. Bajaron y, tras atravesar un par de pasillos más, llegaron a unas puertas de metal, a cuyo lado había una ventana enrejada. El hombre uniformado que había al otro lado se levantó para mirarlos.

—Hola, sheriff —dijo, un segundo antes de pulsar un botón.

Se produjo un fuerte ruido metálico y las puertas se abrieron. Ambos pasaron al otro lado.

—Trae a Benny a la sala de visitas —le dijo al agente, que en esos momentos los miraba a través de una ventana idéntica que había al otro lado.

—Por supuesto, sheriff —contestó mientras miraba con curiosidad a Lisa, seguramente preguntándose quién era.

Mientras el agente hacía lo que el sheriff le había pedido, este acompañó a Lisa a una pequeña sala escasamente amueblada. Solo contenía una mesa de metal, que estaba atornillada al suelo, y dos sillas, aseguradas de la misma manera. Lisa dejó su maletín encima de la mesa y se volvió a mirar la puerta. Quería ver bien a su cliente cuando entrara para comprobar si tenía alguna señal de arañazos, cortes o hematomas.

Para sorpresa suya, cuando la puerta se abrió, entró un muchacho vestido con un uniforme anaranjado que ni siquiera llevaba esposas. Una rápida pero escrupulosa inspección reveló que no tenía marcas en el rostro.

—¿Quién es usted? —preguntó el muchacho, asombrado.

—Soy tu abogada, Benny —respondió Lisa con una sonrisa en los labios mientras extendía la mano—. Me llamo Lisa Mendoza. Estoy aquí para ayudarte.

El muchacho le dedicó una mirada de desconcierto, pero le dio la mano. Entonces miró al sheriff para buscar una explicación. Este simplemente se encogió de hombros. A continuación, Benny se enzarzó en una rapidísima explicación en español, que Lisa tuvo que detener con un gesto de las manos.

—Espera, lo siento. Me temo que yo no hablo español —le dijo con las mejillas ruborizadas por la vergüenza.

El muchacho la miró atónito. A sus espaldas, Lisa escuchó que el sheriff soltaba una carcajada, que ahogó rápidamente. Lisa se volvió para mirarlo con un gesto furioso en la cara.

—Necesito un intérprete, sheriff.

Sintió que su rubor se hacía aún más vivo cuando vio que la risa seguía reflejándose en los ojos del sheriff. Su falta de conocimiento del idioma de sus antepasados era algo que siempre la había avergonzado, pero era mucho peor delante de aquel hombre. Lisa tenía la seguridad de que se estaba deleitando con la incomodidad que ella mostraba.

—De acuerdo —replicó él tratando de no esbozar una sonrisa—. Yo puedo echarle una mano.

—¿Usted? —le preguntó Lisa muy sorprendida—. ¿Usted habla español?

—Sí. Fui policía en San Antonio durante ocho años. Es más o menos inevitable. Por supuesto, si prefiere tener un nativo, le puedo enviar al agente Padilla.

—No creo que un oficial de policía pueda proporcionar la confidencialidad que...

—No. Un momento, no importa —les interrumpió Benny, con tono pacificador—. Hablo inglés.

—¿Estás seguro? —le preguntó Lisa, volviéndose para mirarlo—. No quiero que tengas ninguna dificultad o que pueda haber malentendidos a la hora de comunicarte conmigo.

—Claro que estoy seguro. Yo crecí aquí. —le dijo el muchacho, algo ofendido.

—Ah, bueno. Lo siento. Me temo que no he tenido mucho tiempo de familiarizarme con tu historia. Cuando tu primo me explicó tu problema, pensé que era mejor venir inmediatamente.

—¿Mi primo? —preguntó Benny, muy sorprendido.

—Sí. Él me contrató en tu nombre.

—¿Julio? —quiso saber el muchacho, que estaba completamente atónito—. ¿Que Julio la contrató?

—No. Fue Enrique Garza quien me contrató.

—Ah —dijo Benny. Algo se había reflejado en sus ojos. La sorpresa que lo había acompañado hasta entonces lo abandonó—. Entiendo. Bien, sentémonos.

Lisa lo siguió hasta la mesa y se sentó enfrente de él. Entonces abrió su maletín y sacó un bloc de notas y un bolígrafo.

—Muy bien, Benny. El señor Garza me habló muy brevemente de tus circunstancias, pero me gustaría que me lo contaras tú.

—¿Que le contara qué?

—Lo que ocurrió cuando el sheriff Sutton te detuvo la otra noche.

Al decir aquello, se detuvo. Entonces se volvió a mirar significativamente a Sutton, que seguía en la sala, a pocos metros de ellos, observándolos con la mirada entornada y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Sheriff Sutton, creo que se dará cuenta de que no puedo tener una charla confidencial con mi cliente si está usted en esta sala.

—Por supuesto, señorita —replicó él, con una ligera inclinación de la cabeza—. Habrá un agente al otro lado de la puerta por si lo necesita —añadió, mirando a Benny.

—No pienso dar problemas, sheriff —dijo Benny levantado las manos de un modo inocente.

Sutton asintió y salió de la sala. Cuando hubo cerrado la puerta, se detuvo un momento al otro lado, con el ceño fruncido.

—¿Va todo bien, sheriff? —le preguntó Jerry finalmente.

—No lo sé, Jerry. ¿Has oído hablar alguna vez de un tipo llamado Enrique Garza?

—¿Garza? No, no me suena. Hay muchos Garzas, pero no recuerdo a ninguno que se llame Enrique. Hay un tipo que trabaja en una tienda de la calle principal que se llama Enrique, pero estoy completamente seguro de que se apellida Ochoa.

—Sí, bueno... Vuelve a llevar a Benny a su celda cuando haya terminado de hablar con la abogada. Me imagino que tendremos que dejarlo en libertad, pero primero le daré a esa abogada la oportunidad de protestar. Parece que está desando hacerlo. Estaré en mi despacho.

—Claro, sheriff.

Quinn regresó por el laberinto de pasillos y escaleras hasta su despacho. Allí se encontró con que la mayor parte de su personal lo miraban con expectación.

—¿Qué es esto? ¿Es que ya se han solucionado todos los delitos de este país? ¿Necesitáis algo que hacer?

Con un suspiro, su secretaria se volvió a cuadrar delante de su mesa mientras los otros empezaban a marcharse.

—Un momento, Rubén —le dijo el sheriff a uno de ellos—. Ven a mi despacho.

Rubén lo siguió al interior del despacho y cerró la puerta.

—Por una vez Hargrove tiene razón —comentó el agente, con una sonrisa—. Esa mujer es una belleza.

—Sí, es una belleza —admitió Quinn—, pero no creo que, en estos momentos, esté muy contenta conmigo. Rubén, quería preguntarte si sabes si Benny tiene algún primo que se llame Enrique Garza

—¿Garza? —repitió el agente Padilla—. No creo que Benny esté emparentado con ninguno de los Garza. Claro que no sé mucho sobre la familia de su verdadero padre… ¿Por qué?

—Porque esa abogada le dijo que su primo la había contratado y él la miró como si estuviera a punto de tragarse la lengua y le preguntó si se refería a Julio.

—¿Julio? —repitió Rubén echándose a reír—. ¿Julio Fuentes? Es tan probable que mi hija de tres años encuentre una abogada y la contrate como que lo haga Julio Fuentes.

—Esa fue la impresión que me dio por la expresión de Benny, pero entonces, la señorita Mendoza le dijo que su primo, Enrique Garza, había sido el que la había contratado. Me di cuenta de que Benny reconoció el nombre, pero puso una expresión muy extraña... ¿Conoces a alguien que se llame así, aunque no esté relacionado con Benny?

—Ahora mismo no, pero hay muchos Garzas. Podría ser de Hammond o de otro lugar.

—Sí, ya. Ahora voy a llamar a la señora Fuentes y voy a ver si sabe quién es ese hombre y qué relación tiene con su nieto.

—¿Crees que la señora Fuentes sabe que tiene abogado?

—Supongo que no. Estoy seguro de que me va a echar una buena charla por no haber soltado a Benny...

—Mejor a ti que a mí —replicó Rubén, sonriendo—. Ya solía echármela cuando le cortaba mal el césped de niño.

—Escucha. Investiga un poco a ver si puedes descubrir algo sobre ese Garza.

—Claro. ¿Crees que se trata de alguien que está implicado en lo que está pasando en la casa del viejo Rodríguez?

—Eso es lo que sospecho.

—¿Y crees que la señorita Mendoza está también vinculada a ellos?

—No lo sé. La han contratado, pero esa historia del primo... Me imagino que ella no tiene ni idea de lo que está pasando.

Quinn no quería admitir, ni siquiera ante sí mismo, lo mucho que anhelaba que aquello fuera cierto.

 

 

—¿Me estás diciendo que te arrestó porque tenías un faro trasero roto? —preguntó Lisa completamente atónita.

—Bueno, no exactamente. Esa fue la razón por la que hizo que me detuviera. Entonces me pidió los papeles y se dio una vuelta alrededor del coche. Me hizo preguntas.

—¿Preguntas? ¿Sobre qué?

—Bueno, ya sabe —replicó Benny sin mirarla a los ojos—. Sobre dónde había estado y con quién me relacionaba. Cosas generales —añadió mirándola de nuevo—. Lo que suelen preguntar los policías. Y me dijo que un coche como el mío había sido visto...

—¿Visto? Visto ¿dónde?

—No estoy seguro. No me lo dijo exactamente. Yo... Más o menos me estaba tirando de la lengua, como si estuviera esperando que dijera algo que no debiera...

—De acuerdo. ¿Qué crees que era lo que quería que dijeras?

—No lo sé.

Lisa tenía la sensación de que su cliente, si no le estaba mintiendo, al menos sí sabía más cosas de las que le estaba contando. No le sorprendía. En la facultad le habían repetido mil veces en las clases de Derecho Penal que el cliente siempre miente. Ella misma lo había experimentado en casos anteriores. Todos los clientes querían presentar su mejor caso ante su abogado, aunque eso supusiera ocultar datos que más tarde pudieran hacerles daño. Esta estrategia solía tener malas consecuencias, ya que era raro que, tarde o temprano, las mentiras no salieran a la superficie.

Decidió no presionar a Benny por el momento. Fuera lo que fuera lo que este le estaba ocultando, no importaba por el momento. Lo que sí importaba era que el sheriff Sutton había metido a Benny con toda celeridad en la cárcel.

—Entonces, cuando no dijiste lo que él esperaba que dijeras, ¿qué ocurrió?

—Me dijo que iba a tener que llevarme a su despacho.

—¿Te dijo por qué?

—No lo sé... Tal vez porque yo no le decía nada.

—¿Fue eso exactamente lo que te dijo?

—No me acuerdo muy bien de lo que me dijo. Creo que me dijo que quería hacerme algunas preguntas y me pidió que saliera del coche. Entonces vio que yo tenía una lata de cerveza en el suelo y me preguntó si había estado bebiendo. Yo le dije que no, lo cual era cierto.

—Y entonces te hizo una prueba de alcoholemia.

—No. Sabía que yo no estaba borracho, pero quedaba algo de cerveza en la lata, y me dijo que era menor y que tenía alcohol... Algo así. Esa lata de cerveza ni siquiera era mía. Julio se la dejó en el coche el día de antes, pero...

—Así que ¿te encerró porque eres menor y tenías alcohol en tu poder?

—Supongo que sí. Aunque los dos sabemos que solo me estaba reteniendo.

—¿Por qué?

—No lo sé. Supongo que porque no le dije lo que quería oír. Me llevó a su despacho y me hizo un montón de preguntas. Luego hizo que el agente Padilla me metiera en la celda. Supongo que esperaba que le dijera algo a ese cabrón solo porque es chicano.

—¿Cuándo ocurrió todo eso?

—Anteayer.

—¿Y llevas aquí desde entonces? ¿Se te ha acusado formalmente o se te ha llevado al tribunal para una vista?

—No he estado en ningún otro sitio más que en mi celda.

—¿De qué te dijo que se te acusaba?

—No lo sé. Supongo que de tener alcohol a pesar de ser menor. Me dijo que me iba a dejar que me lo pensara y que luego volveríamos a hablar. Creo que trataba de asustarme.

—¿Te golpeó? ¿Te hizo daño de alguna manera? ¿Te amenazó con hacerlo?

—No. No es de esa clase. La mayor parte del tiempo es amable... Solo está jugando su juego... Y el mío.

Lisa suspiró. Aquella no era la primera vez que se encontraba metida en un juego muy complicado, del que solo conocían las reglas la policía y sus clientes. El juego de Benny era pretender que no sabía nada.

—Te recuerdo, Benny, que en este juego, él tiene las mejores cartas —señaló—. Lo mejor que puedes hacer es no jugar. Debes guardar silencio y llamar a tu abogado. ¿Lo harás?

—Sí. ¿Va a sacarme de aquí?

—Sí. Cuando hayamos acabado, iré a hablar con el sheriff. Sabe perfectamente que no tiene nada para retenerte aquí. Si se niega a soltarte, conseguiré una orden e iremos a juicio.

habeas corpus

Lisa subrayó cada una de sus palabras con un enérgico movimiento del dedo índice. Su furia hacía que cada vez fuera acercándose más, hasta que estuvo a punto de tocar al sheriff con el dedo. Quinn pensó en agarrarle la mano y acercarla más a su cuerpo para silenciar aquellas palabras con sus labios. Ese sería un buen modo de provocar que ella lo abofeteara. Claro que merecería la pena...

Se estuvieron mirando fijamente durante un largo instante. Lisa pudo ver la ira que ardía en los ojos del sheriff y sintió el calor que emanaba el cuerpo de este. Algo en su interior parecía empujarla hacia delante para precipitar una explosión final entre ellos.

El sheriff tensó la mandíbula. Entonces la rodeó cuidadosamente y se dirigió a la puerta.

—¡Padilla! —rugió tras abrirla—. Ve a soltar a Hernández. Su abogada se lo va a llevar a casa.