Datos de autor

José Luis Méndez Méndez (La Habana, 1948), se licenció en Ciencias Jurídicas por la Universidad de La Habana, donde obtuvo posteriormente el grado científico de Doctor en Ciencias Jurídicas. Es poseedor de las categorías de Investigador Titular y Profesor Titular, y ha laborado como diplomático y docente, así como también investigador y escritor sobre diversos temas relativos a la emigración cubana en los Estados Unidos.

Entre sus trabajos más recientes se encuentran “Terrorismo contra Cuba en la administración de William Clinton, 1993-2000”; “Terrorismo contra Cuba desde Centroamérica”, y “El terrorismo en el Derecho Internacional Público y en el Derecho Penal de Cuba”.

Es miembro de la Sociedad Cubana de Derecho Internacional y de la Unión de Juristas de Cuba (1997); Premio Distinción Especial del Ministro de Educación Superior (1997); Primera Mención en Investigación Histórica del Concurso 26 de Julio, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (1998) y Premio y Mención en los concursos Raúl Roa García (1999, 2000 y 2001). Ha publicado, junto con José Buajasán Marrawi, y por esta propia Editorial de Ciencias Sociales, los libros El Corredor de la Muerte (2002) y La República de Miami (2003); con una nueva edición en formato digital en 2018 y 2017, respectivamente; además de numerosos ensayos y artículos en diversos órganos de prensa.

Edición base: Ricardo Barnet Freixas

Edición para e-book: María de los Ángeles Navarro González

Diseño de cubierta: Francisco Masvidal

Diseño de interior: Dora Alfonso

Corrección: Natacha Fajardo Álvarez

Emplane para e-book: Madeline Martí del Sol y Ana Molina González


© José Luis Méndez Méndez, 2006

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2018


Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.


ISBN 978-959-06-1981-6


EDHASA


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A Gerardo, Antonio, René, Fernando y Ramón,

luchadores contra el terrorismo.

Al pueblo estadounidense, víctima del terrorismo anticubano.

A la juventud cubana, por su futuro.

El eterno agradecimiento a los héroes y

mártires de la Revolución, protagonistas,

conocidos unos y anónimos otros, todavía, de esta lucha.

A Laura, por el rigor de su edición.

A Humberto, por la excelencia y el mensaje del diseño.

A todos los que aportaron su experiencia, dedicación y constancia.

PRÓLOGO

La lectura de este libro Los años del terror (1974-1976). Una historia no revelada, de José Luis Méndez Méndez, no solo impactará al lector, al conocer detalles asombrosos de la guerra terrorista que los Estados Unidos han sostenido durante casi medio siglo contra Cuba, sino que también permitirá reconstruir zonas oscuras en los laberintos de la muerte sin fronteras que significó la Operación Cóndor en las décadas de los años setenta y ochenta, en América Latina y el Caribe.

Esta operación criminal de contrainsurgencia, que posibilitó la coordinación de las dictaduras del Cono Sur para asesinar, secuestrar, torturar, trasladar ilegalmente de un país a otro a todos los opositores, fue posible por la capacidad y experiencia que para estas acciones habían acumulado los grupos terroristas cubano-americanos de Miami, agentes predilectos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense.

La lectura de este y de otros libros del mismo autor, y también de una grupo de investigadores cubanos, cuyos trabajos están estrictamente documentados, obliga a una revalorización en todos los análisis y las investigaciones sobre la Operación Cóndor.

Al sistematizar cuidadosamente lo actuado por estos grupos, que contaban y cuentan con la impunidad protectora de sus jefes estadounidenses, el autor de este libro posibilita un seguimiento que nos lleva a descubrir nuevas redes y lazos; pero, esencialmente, estamos viendo con trazos precisos, uno de los antecedentes más definidos sobre lo que fue la Operación Cóndor.

Utilizados los mercenarios por la CIA y otras instituciones para cubrir sus acciones de guerras sucias y de baja intensidad —en el esquema de la denominada Guerra Fría— como se hace con el común asesino a sueldo, los Estados Unidos fueron creando un monstruo sin control en muchos momentos. Al saberse impunes y protegidos, a veces accionaron más allá de las órdenes de sus jefes, poniendo en peligro algunas de aquellas operaciones; pero eso no determinó ningún cambio en la relación de empleador y empleado.

Amparados en esa impunidad, que sigue protegiéndolos en estos momentos, como se advierte en el caso de Luis Posada Carriles y de otros terroristas connotados, responsables de crímenes de lesa humanidad, estos grupos siguen conspirando con la anuencia total del gobierno de George W. Bush y de su hermano Jeb Bush, gobernador del estado de La Florida, como antes lo hicieran con el padre de ambos, George H. W. Bush.

Son numerosos los documentos que muestran estas relaciones y en los tiempos en que el futuro presidente George H. W. Bush estaba al frente de la CIA (1976-1977) se registra un salto cualitativo en las acciones terroristas, esencialmente en sus actividades en toda América Latina, y en sus conexiones directas con las dictaduras. Estas dictaduras —como ha sido revelado por una serie de documentos y los propios testimonios de los responsables intelectuales y directos— fueron mayoritariamente instaladas, apoyadas y sostenidas por los gobiernos de Washington.

Es por eso que también este libro permite a los investigadores descubrir y documentar la relación íntima entre los grupos y sus acciones y las órdenes y necesidades de la CIA, cómo se discutían en la oficina oval, donde Bush padre “cocinó” junto a otros altos funcionarios una cantidad de operaciones de guerra sucia.

Las administraciones estadounidenses sucesivas han estado preocupadas por el terrorismo de otros, mientras que dentro de su territorio estos grupos han actuado con total impunidad; excepcionalmente se ha reprimido a sus miembros con sanciones benévolas. Ha prevalecido la intimidación a jurados y a jueces, quienes en el momento de condenar han expresado simpatía por la causa política de los terroristas, faltando a toda ética profesional, temerosos de ser víctimas del castigo de estos o de sus compinches [...] En este libro se habla de terrorismo, del llevado a cabo por los terroristas del Imperio, de cómo ese flagelo mantuvo el pánico en las calles de Miami, de la historia que se quiere ignorar y borrar, de la que se debe conocer, porque quedan como cicatrices en la memoria de ambos pueblos. Enfrentar y vencer esta ola de terror causó pérdidas de vidas irreparables en el pueblo de Cuba, que ha pagado un alto tributo de sangre y dolor...

Asimismo, demarca con precisión los cambios producidos en el accionar terrorista desde que en la década de los años sesenta las acciones estadounidenses contra Cuba —incluyendo por supuesto la invasión por Playa Girón en 1961— estuvieron caracterizadas “por los ataques aéreos y marítimos al servicio de la CIA contra el territorio cubano”.

De allí nos lleva hacia las nuevas modalidades en los años setenta que significan los ataques terroristas contra los intereses de Cuba “y de otros países relacionados con la Isla en el exterior”, etapa que caracteriza como “sórdida” (1974-1976). Es en ese período cuando los extremistas anticubanos realizaron, por ejemplo, 202 actos terroristas, que afectaron a 23 países de varios continentes y que el autor refiere con detalles por momentos escalofriantes.

Solo en los Estados Unidos documenta 113 actos terroristas contra entidades estadounidenses y de otras naciones relacionadas con Cuba. “Cada cinco días, como promedio, se realizó un acto de terror, con su efecto de pavor, daños humanos y materiales”.

Después de esto el lector entra ya en el desarrollo del tema y en la sistematización de los actos de terror, tomando algunos años claves, aunque ya desde 1965 estos grupos estaban señalados por sus actuaciones en diversos países y especialmente en México, donde fueron acusados de una cantidad de atentados y asesinatos.

En todos los casos se observó la protección de los Estados Unidos para los responsables de estos delitos, cuando algunos de ellos eran capturados en países sobre los que Washington ejercía su dominio.

Caracteriza muy bien el autor este período en las relaciones de los Estados Unidos con América Latina y las incidencias que esto tuvo en las decisiones de sus gobernantes en relación con Cuba. A veces, inclusive, debió aflojarse la tensión levemente, pero al pasar a describir lo actuado por los terroristas queda establecido que los ataques, atentados y asesinatos estaban destinados tanto a golpear al interior de Cuba como a amedrentar a todos aquellos que se atrevían a desafiar ese aislamiento.

También revela los juegos políticos de las administraciones estadounidenses y las contradicciones que siempre ha habido —y hay— en las sombras de ese poder, en relación con Cuba y su casi increíble capacidad de resistencia, de casi medio siglo: una isla donde su revolución socialista no logró ser derribada ni por el más prolongado sitio de guerra que se haya impuesto a un país en la historia del mundo.

En el primer capítulo, en el cual el autor menciona al año 1974 como “el preludio del terror”, se nos revela los trasfondos de la doble moral de los gobiernos estadounidenses, tan nítidamente como se puede reconocer hoy, cuando el Imperio se ha desnudado ante el mundo, y ha establecido lo que muy bien puede caracterizarse como un terrorismo de Estado al nivel mundial.

El centro clandestino de detención de Guantánamo, el genocidio contra los pueblos de Afganistán e Irak, las cárceles ilegales y los “vuelos de la muerte”, las torturas, las leyes abiertamente fascistas del Acta Patriótica, entre otras medidas de control absoluto aplicadas contra los ciudadanos de su propio país, son hechos visibles aun para las mayorías atrapadas en la manipulación informativa.

En este caso el libro es un profundo y necesario ejercicio de la memoria para entender el presente.

Eso se logra rápidamente por medio de la propia estructura de esta obra, sin ningún desborde ni desmesura, al describir los hechos, los tan bien investigados movimientos de esos ejércitos de las sombras, que no solo se dedicaron a aterrorizar al pueblo cubano, sino que llevaron su guerra contra todos nosotros. Es por eso que su lectura se hace imprescindible para reconstruir nuestra propia historia

También es importante observar los movimientos pendulares de la política de los Estados Unidos contra Cuba, cuyas posiciones de principios profundos pusieron más de una vez en trances difíciles a la mayor potencia del mundo; así vemos cómo Washington debió realizar un extraño entretejido de movimientos y maniobras para enfrentar los desafíos que la Isla le planteaba en la región. Incluso aparecen los períodos de intentos de distensión en reuniones secretas, que son para Nuestra América de una riqueza insuperable como experiencias políticas que enriquecen las perspectivas regionales.

La saga de atentados y crímenes contabilizados además en los años 1975 y 1976, cuando —como dice el autor “se desata el terror”— puede seguirse por las noticias aparecidas en algunos medios en los cuales se publicaban además incluso los compendios de “las actividades violentas” y se definía la llamada (por los extremistas anticubanos) “Tercera Posición “sinónimo de terrorismo y de lo que estos grupos definirían en algún momento como “guerra por los caminos del mundo”, tan identificada luego en la Operación Cóndor, o en lo que hoy están llevando adelante los Estados Unidos en todo el planeta.

Al parecer, la administración estadounidense ha retomado al nivel global aquellas enseñanzas de la guerra terrorista “por los caminos del mundo”, pero incluso ya ni siquiera en el antiguo esquema de la guerra sucia y de la contrainsurgencia encubierta.

En el año 1975, por ejemplo, las 65 muertes por atentados triplicaban las cifras de 1974 (21 muertos y 176 heridos); los “daños a la propiedad”, según el FBI, “se valoraron por un monto aproximado de 24 millones 500 mil dólares. El año anterior solo habían ascendido a 8 millones de dólares, es decir, en 1975 ¡hubo un incremento de un 300 % en relación con el año precedente!”

La larga jornada terrorista de 1976, que disparó no solo las acciones criminales sino la cifra de víctimas comenzó —como señala el autor en el capítulo final— el 2 de enero, cuando estalló una bomba en el auto de un matrimonio de emigrados cubanos residentes en Cliffside, estado de Nueva Jersey. Ricardo Maldonado y su esposa salieron ilesos por escasos segundos. Al día siguiente, un cable de la agencia española EFE, fechado en los Estados Unidos, sentenciaba: “Entra Estados Unidos en su bicentenario bajo el signo de las bombas y el terrorismo”. El día 7 de ese mes Réplica, en su balance anual sobre el comportamiento del terrorismo durante el año anterior, publicó: “La actividad que ha caracterizado al exilio cubano durante 1975 ha sido el terrorismo”; es decir, estaban muy bien identificados los actos y los autores, pero eran los tiempos del esplendor de la impunidad.

No obstante, al releer los capítulos del libro, que obliga a ver en su conjunto los hechos de terrorismo de aquellos tiempos y la perdurabilidad hasta hoy de sus responsables, nos preguntamos ¿Cómo ignorábamos esto?

La reflexión surge de inmediato: Si quienes hacíamos un seguimiento de esta situación desconocíamos una cantidad de estas acciones protagonizadas por los mismos grupos que actuaron junto a las dictaduras centroamericanas y sureñas, ¿qué sentirán todos aquellos que acceden a esta información, tan precisa como estremecedora, por primera vez?

Son los mismos terroristas los que actuaron contra Cuba, los que fueron torturadores en Viet Nam y en otros países, los que se jactaban de “volar” los automóviles de las víctimas del terrorismo de Estado que unificaba a las dictaduras en su accionar conjunto en la Operación Cóndor. Razones tenían los fascistas italianos en sus declaraciones como “testigos protegidos” en Italia, al referirse a las dictaduras del Cono Sur. “Los cubanos de Miami, eran los más expertos” en el arte de asesinar y volar “enemigos”.

Esos “expertos”, formados para matar sin piedad ni miramientos, instrumentos de un poder perverso, figuras claves en la represión en Venezuela, en Centroamérica, trabajando codo a codo con la DINA de Chile, la policía política del entonces dictador Augusto Pinochet; con los “escuadrones de la muerte” en todo el continente, con la Triple A, sembrando el crimen en las calles argentinas en los años 1974-1975, y luego con los dictadores, deben ya ser llevados ante la justicia. La impunidad es también una forma de muerte para las víctimas y una tentación perversa para la continuidad de los crímenes.

En estos capítulos escritos tan brillantemente con la austeridad necesaria, todos encontraremos nuevos caminos hacia la verdad, y aprenderemos a reconocer los signos de las amenazas, cuando el enemigo está regresando sobre Nuestra América, soñando un esquema de recolonización que terminará siendo el derrotero de su propio final. Este libro es también un homenaje, quizás uno de los más profundos, a cinco jóvenes cubanos cuyo “delito”, según los lineamientos de Washington, fue precisamente intentar detener la mano del crimen, por amor a su pueblo. Si en aquellos años del horror hubiera habido en el nido de los cóndores, en el sitio exacto donde se trazaba el esquema de la muerte y el genocidio que nos aconteció, cinco jóvenes verdaderamente antiterroristas, capaces de sacrificarlo todo por amor a la vida de los otros y la paz, no estaríamos buscando aún las tumbas sin nombre de miles y miles de desaparecidos en Nuestra América ni asistiendo a la exhibición aterrorizante de las torturas y los torturados, como lo estamos viendo por los grandes medios masivos del poder hegemónico, no para desterrarla, sino como un mensaje aterrorizador para los pueblos.

Cada trabajo, como este que nos entrega José Luis Méndez, es un paso gigante en defensa de la humanidad toda y un llamado a la conciencia para evitar que en el marco de la guerra, infinita y sin fronteras, declarada por los Estados Unidos al mundo, se pueda reeditar al nivel global —como lo estamos viendo ya de alguna manera— y caso sin límite alguno, aquellos años del terror “por los caminos del mundo”.

Stella Calloni

26 de julio de 2006

Introducción


El pueblo de los Estados Unidos, como el de Cuba, ha sido víctima
del terrorismo y no toleraría que en su territorio se proteja a notorios terroristas mientras se castiga injustamente a quienes los han combatido sacrificando sus propias vidas...

Mensaje al pueblo de los Estados Unidos, Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba. 21 de diciembre de 2002.


En Miami nunca debió celebrarse el juicio contra los cinco jóvenes cubanos, cuya única misión siempre fue la de luchar contra el terrorismo, en favor de la paz para Cuba y los Estados Unidos.

Por más de cuatro décadas ha sido una plaza tomada por una minoría que, por medio de la violencia, trata de someter a la emigración cubana y a las otras comunidades que allí residen. La mafia anticubana ha arrastrado a Miami, durante años, a la más escandalosa corrupción. Muchos estadounidenses la asumen como una porción de los Estados Unidos secuestrada por una facción extremista de la comunidad cubana; una minirrepública con leyes y códigos propios, que ilusoriamente aspira a tapar el sol que ilumina, controlar el aire y cortar el agua en Cuba. Es también la ciudad que más ha sufrido los actos de terror de esos mismos grupos.

La agresión sostenida le ha impuesto a Cuba el estado de permanente necesidad de conocer, prevenir y neutralizar los planes que se han engendrado, organizado y protegido en los Estados Unidos por organizaciones y elementos extremistas de la comunidad cubana radicada allí. Ha sido el deber legítimo y elemental de defender a los ciudadanos cubanos y sus intereses, la seguridad interna y el desarrollo normal de la sociedad.

Si algunas de las diez administraciones que han desfilado por la Casa Blanca no han utilizado el terrorismo para alcanzar sus propósitos políticos en el intento por derrocar al Gobierno Revolucionario, por lo menos lo han tolerado, han “dejado actuar” a los grupos de terroristas anticubanos, los han protegido según sus intereses coyunturales. Ha habido momentos de mayor auge, cuando el terrorismo ha sido evidentemente el instrumento de la política exterior de los Estados Unidos contra la Revolución Cubana, cuando se utilizó con más violencia contra el territorio cubano y contra sus intereses y su personal en el exterior.

El terrorismo procedente de los Estados Unidos también ha afectado su propia seguridad nacional. Desde sus inicios, se ha tratado como un caso de terrorismo doméstico. Paradójicamente, después de Cuba, ha sido el país más afectado por los actos de terror de los grupos extremistas anticubanos que tienen allí sus bases y han sido utilizados como instrumentos de la agresión. Han sido cuervos criados por el Imperio que, en ocasiones, se han vuelto en su contra.

Si bien la década de los años sesenta se caracterizó por los ataques aéreos y marítimos al servicio de la CIA contra el territorio cubano, los años setenta expresaron un cambio de modalidad con predominio de los ataques con bombas a los intereses de Cuba y de otros países relacionados con la Isla en el exterior. La investigación que se presenta en esta obra nos aproxima a una etapa particularmente sórdida y brutal del terrorismo anticubano, el trienio 1974-1976, cuando se desató contra Cuba y los Estados Unidos una intensa campaña, que afectó a intereses y personal de ambos países, así como a objetivos europeos y latinoamericanos. En esos tres años los extremistas anticubanos llevaron a cabo 202 actos terroristas, que afectaron a 23 países de varios continentes. En los Estados Unidos se efectuaron 113 actos contra entidades estadounidenses y de otras naciones relacionadas con Cuba. Cada cinco días, como promedio, se realizó un acto de terror, con su efecto de pavor, daños humanos y materiales.

En estas páginas el lector encontrará el proceso de acercamiento diplomático entre los Estados Unidos y Cuba, más la reinserción de esta última en el entorno regional como resultado del ejercicio soberano de países latinoamericanos y caribeños, que hicieron valer su derecho a la libre determinación y restablecieron relaciones con la Isla. Estos países, inmediatamente, fueron víctimas de decenas de actos de terror ejecutados por extremistas anticubanos como acción punitiva por haber reconocido a la Revolución.1

1 En 1972 Barbados, Guyana, Jamaica, y Trinidad y Tobago habían alcanzado su independencia y establecieron relaciones plenas con la República de Cuba. Guyana fue blanco de los terroristas por su cooperación en el tránsito por su territorio de los aviones civiles cubanos con destino a África. Como se verá, más adelante, Luis Posada Carriles, Orlando García Vázquez y Ricardo Morales Navarrete instaron, en septiembre de 1976, a Orlando Bosch para que realizara acciones contra Guyana. En el avión civil cubano que explotó en pleno vuelo el 6 de octubre de 1976 en Barbados iban estudiantes guyaneses que se superarían en la Isla. Para más información, consultar el documento desclasificado del FBI número 105-304390 de 16 de agosto de 1978.

Otro factor que rompió el aislamiento fue la resolución adoptada en el marco de la OEA, que dejaba, a discreción individual, la decisión de restablecer vínculos bilaterales plenos o parciales con Cuba. Por su parte, Cuba había dado continuidad a su legítima tradición internacionalista de apoyar la liberación de los pueblos de Asia, África y América Latina y, en particular, a la consolidación de la independencia de Angola con armas y hombres.

El 9 de agosto de 1974 asumió la administración de los Estados Unidos el republicano Gerald Rudolph Ford, quien, en un proceso político, sucesivo y acelerado había pasado de vocero de la mayoría de la Cámara de Representantes a vicepresidente y, con la renuncia de Richard Nixon como presidente, a la más alta magistratura, sin que ningún estadounidense hubiera colocado una boleta en su favor en las urnas.

Esa administración, que duró algo más de dos años, fue el período más virulento que registra la historia de las agresiones contra Cuba en el exterior. Se realizaron tres acciones directamente contra el territorio cubano. El último año del trienio (1976) fue electoral y, en ese contexto, los terroristas anticubanos actuaron con impunidad total.

A principios de 1975 se iniciaron conversaciones secretas, en Nueva York, entre representantes de los Estados Unidos y de Cuba para buscar una distensión en las relaciones bilaterales. Fueron iniciadas el 11 de enero y suspendidas, después del 15 de noviembre por la parte norteamericana, cuando se incrementó la asistencia solidaria de Cuba a la consolidación del Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA).

Las organizaciones terroristas anticubanas recibieron indicaciones de actuar con libertad en todas direcciones, con el uso de recursos cuantiosos, e incluso, retomaron sus acciones dentro de los Estados Unidos. La situación se les fue de control a las autoridades y ocasionó, como se verá, daños considerables para la estabilidad y seguridad ciudadana en el sur del estado de La Florida y en otras ciudades de ese país.

En 1976 la Revolución Cubana consolidó el proceso de institucionalización del país con la aprobación, por mayoría abrumadora, de su Constitución socialista, inicio de su fortalecimiento como Estado socialista, libre, soberano e independiente.

En este libro se podrá conocer sobre la aparición, el desarrollo y el fin de la agrupación Omega-7, que durante diez años, entre 1974 y 1983, efectuó más de sesenta actos de terror dentro de los Estados Unidos. Se llega hasta la mitad de los años ochenta, cuando se encausó a su cabecilla principal, Eduardo Arocena, y a un grupo numeroso de sus miembros. No hay ruptura del alcance de esta entrega, porque la mayoría de sus miembros tenían un historial extenso de actos de terror que abarcaba la década precedente, período en que se enmarca esta investigación. Son tendencias que trascienden, en más de cuatro décadas de terrorismo contra Cuba.

El lector podrá encontrar respuestas, hasta ahora desconocidas, a preguntas sobre los motivos de este proceder criminal: conocerá del proceso de desarrollo y ejecución de los actos de terror; de los resultados de las pugnas internas cuando grupos diversos lucharon entre sí para imponer su voluntad y someter a otros sedientos de poder; de los esfuerzos de las autoridades por restablecer el orden y encausar a las organizaciones terroristas. Al final se tendrá una visión documentada de por qué estos años, no los únicos, fueron los del terror anticubano y cómo impactó también a los ciudadanos estadounidenses, quienes durante años han tenido como vecinos a mafiosos corruptos y terroristas protegidos por diferentes administraciones; tal es el caso del gobierno de George W. Bush, que todo lo tolera.

Intereses y voluntad política de utilizar a los terroristas en los planes para derrocar a la Revolución han prevalecido por encima de las propias necesidades de seguridad interna. Contrario, en ocasiones, al parecer de las autoridades judiciales, han delinquido e irrespetado al país que les dio refugio. Contradicciones internas puntuales, no antagónicas en su esencia, han provocado que los terroristas intimiden a su aliado para conseguir mejores facilidades y autonomía.

Las administraciones estadounidenses sucesivas han estado preocupadas por el terrorismo de otros, mientras que dentro de su territorio estos grupos han actuado con total impunidad; excepcionalmente se ha reprimido a sus miembros con sanciones benévolas. Ha prevalecido la intimidación a jurados y a jueces, quienes en el momento de condenar han expresado simpatía por la causa política de los terroristas, faltando a toda ética profesional, temerosos de ser víctimas del castigo de estos o de sus compinches.

En este libro se habla de terrorismo, del llevado a cabo por los terroristas del Imperio, de cómo ese flagelo mantuvo el pánico en las calles de Miami, de la historia que se quiere ignorar y borrar, de la que se debe conocer, porque quedan como cicatrices en la memoria de ambos pueblos.

Enfrentar y vencer esta ola de terror causó pérdidas de vidas irreparables en el pueblo de Cuba, que ha pagado un alto tributo de sangre y dolor. Los que no vivieron este proceso tienen el derecho de conocer estas páginas heroicas de sus abuelos y sus padres, como un legado indeleble de la historia nacional. El sacrificio no fue en vano, preservó la seguridad y estabilidad nacional y la de otros países víctimas del terrorismo contra Cuba, incluidos los Estados Unidos; permitió la construcción en paz de un socialismo sólido, indestructible, solidario, internacionalista y garante de la justicia social de que disfrutamos.

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