En los colegios no se abre apenas el libro que en ellos debiera estar siempre abierto: el de la vida.


José Martí

No es más que unas palabras…


Ante todo debo agradecer a la autora Alicia Conde por haber puesto en mis manos las hojas de su libro antes de publicarse. Después podría agotarse y no tendría la oportunidad de recordar, mientras recorro en estas páginas mis estudios de pedagogía en los años cincuenta del pasado siglo XX.

En el libro de mi compañera universitaria Alicia Conde encuentro actualidad e importancia relevante en su contenido analítico del pensamiento pedagógico en Cuba desde las primeras concepciones filosóficas de la educación en los siglos XIX y XX hasta la actualidad. Además todo su escrito es muestra de la elegancia en la expresión del pensamiento que nos ofrece, de la instrumentación y gestores del diseño de una pedagogía cubana […] Leí las páginas de este libro y todas ellas tienen contenidos conceptuosos, a la vez que una batalla critica por lograr una historia del pensamiento pedagógico cubano que conduzca al diseño que Cuba exige para lograr una formación de hombres integrales profesionalmente y con una ética humanista. Y para ello hay que comenzar por los fundadores, hombres y mujeres talentosos de los siglos XIX y XX, quienes con su pensamiento participaron en la construcción de la nación.

Se trata de una obra valiosa escrita con profesionalidad y agudeza sobre una etapa importante de la formación de la nación cubana donde las concepciones filosóficas que se enfrentaban, la teoría de la emancipación y la teoría de la sujeción, constituyen un tema que interesa a cuantos estén comprometidos con la enseñanza, a filósofos e historiadores quienes en sus respectivas funciones integran la gran misión de la formación del hombre nuevo en Cuba […] Debo decir, además, que cada página del libro está escrita con lenguaje académico sin rebuscamientos, con una redacción ágil y agradable de leer, como deben ser todos los libros […] Su publicación es pertinente por ser actual, profundo en sus análisis y de importancia hoy y desde tiempos inmemorables.


Elvira Díaz Vallina

Doctora en Ciencias Históricas y en Pedagogía, profesora titular consultante y profesora emérita de la Universidad de La Habana.

Prólogo


El período 1902-1920 referido a la historia de la educación suele aparecer en algunas publicaciones como un momento histórico pobre en cuanto a iniciativas y creaciones en el campo de la educación. Siguiendo esta apreciación, algunos investigadores noveles pueden llegar hasta saltar el período alegando que no brinda hechos dignos de mención que ameriten caracterizar el período. Sin penetrar a fondo en las realizaciones y proyectos que fueron promovidos en forma encomiable por maestros y pedagogos, tal parecería que había un vacío si les compara con la extraordinaria obra pedagógica de los educadores cubanos del siglo XIX que sentaron pautas en el orden filosófico, pedagógico, de la ética y de la ciencia. Este precedente siempre seguirá siendo un reto para la educación y la pedagogía cubana.

La autora, valiéndose de una bien cimentada bibliografía y aprovechando toda la riqueza que aportan las fuentes documentales se encarga de brindar una visión diferente, prospectiva y estimulante del período en cuestión. Muestra —y demuestra— al lector cuánto se pensó, se hizo, se propuso y en alguna medida se logró como impulso y meta para mejorar la educación, el funcionamiento de la escuela y la formación del maestro.

Se apoya en su dominio de las dos concepciones filosóficas opuestas: la ideología vareliana-lucista, como teoría de la emancipación, frente a la del eclecticismo espiritualista, como teoría de la sujeción, muestra que el siglo XX que irrumpía en la Isla bajo el dominio de una nueva potencia, en reemplazo de la vieja colonia ibérica, no nacía con déficit teórico, sino que tales recursos podían ser empleados en el proceso de formación de las diferentes disciplinas que comenzaban a abrirse paso en la República joven: la psicología, la pedagogía y la fisiología, como avanzada del pensamiento que las relacionaba intencionalmente.

Es cierto que aunque pomposamente se la designe como república y aparezcan instrumentos legales y jurídicos que avalen tal condición, subsiste aún un pensamiento y modo de actuación de sectores de la población que siguen amoldados a los hábitos, costumbres y formas de pensar y actuar que son un remedo del anquilosamiento colonial. Pero a la vez surgen historiadores, pedagogos, sociólogos y juristas que toman conciencia de los agudos problemas de la sociedad, denuncian tales tendencias y se proponen revelar el nuevo rostro de la nación y promover mediante la crítica la necesaria integración social que el país necesitaba.

El término fracturada que la autora utiliza para caracterizar la República tiene una clara intención de brindar una imagen lo más apropiada posible del verdadero estatus de la nación. ¿Quién la fracturó? o, ¿nació fracturada?. ¿Es el nuevo siglo que no se acomoda a las nuevas circunstancias? ¿O son las fuerzas exógenas que han pretendido crear una imagen de República que no se corresponde con la realidad sociocultural de Cuba? Lo cierto es que el magisterio de la isla no solo se resistió a la penetración cultural estadounidense, sino que defendió la identidad nacional a partir de estudios y propósitos que conforman una actitud y aptitud hacia lo cubano. Este empeño que se abre de nuevo aquí acompañará la historia de la nación cubana a lo largo de los próximos años. En esto le va su independencia, soberanía y dignidad nacional. El hecho que sea el magisterio uno de los principales abanderados de tal disposición pone bien en alto la identificación de los educadores con los mejores intereses y necesidades de la patria desde entonces.

El libro que analizamos es claro en sus mensajes: no se puede transformar realidad alguna sin conocerla. Y los educadores y pedagogos que se dan a la tarea de estudiarla, buscan penetrar en la esencia de la niñez cubana. Pero no se solazan con investigaciones eruditas, sino que comienzan a ofrecer una resistencia cultural que desemboca en una ofensiva social radical: resistencia obrera en la sociedad republicana del inicio del siglo y la creación de asociaciones femeninas como espacio de resistencia cultural. Con un carácter más profundo aún y con un alcance necesario se plantea la necesidad de la formación del hombre cubano y la cultura de la nación, campo de acción de una nueva pedagogía que recién comenzaba a estructurarse para estar en el centro del problema fundamental de la sociedad.

El tema de la pedagogía fundacional cubana constituye, en mi opinión, uno de los capítulos mejor logrados y que toca un contenido medular en el desarrollo de la educación cubana. Declarar que las principales obras de los pedagogos nacidos con el siglo en torno a la escuela, se concentran en estos años (segunda mitad de los años veinte) y que el apogeo de la pedagogía no hubiera sido posible sin la formación progresiva del pensamiento educacional, es presentar ya uno de los más sólidos resultados de sus indagaciones.

El análisis epistemológico del período revela la precisa orientación medular que se plantearon los pedagogos: el problema de los fines de la educación cubana, sin los cuales no hubiera sido posible la construcción de las bases de una pedagogía que contribuyera a la solución de los complejos problemas de la sociedad cubana de la época. Entre los cuales estaban los de orden económico, social y político, la inserción de la escuela y la enseñanza en el mundo de la modernidad a partir de una población de bajos niveles culturales y técnicos.

El reconocimiento del papel que desempeñó el pedagogo e historiador Ramiro Guerra Sánchez al elaborar el trabajo Fines de la educación nacional, es clave para una mejor interpretación de los problemas de la educación, mucho más cuando fue redactado a petición de un acuerdo colectivo de la Sociedad de Estudios Pedagógicos, fundada en 1916, y que integraba un conjunto de destacados pedagogos cubanos, lo que le imprimía un mayor valor y trascendencia social. Ramiro Guerra exigía que “el fin de la educación tenemos que determinarlo nosotros mismos” y sugería el análisis y la crítica de los ideales de Félix Varela, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y Enrique José Varona. Ramiro Guerra, historiador de estirpe, aceptaba el reto que planteamos en el primer párrafo: la necesidad de recurrir a los educadores cubanos del siglo xix para enfrentar los problemas de la educación y la pedagogía cubana, porque en su ideario está la simiente de la liberación nacional.

Los pedagogos cubanos, como bien presenta la autora, se dieron a la tarea de prepararse mejor a tono con los avances y resultados que en el panorama mundial venían proyectándose en el campo de las ciencias de la educación. En el país, por medio de las revistas pedagógicas, los educadores cubanos tuvieron conocimiento de los numerosos y variados métodos experimentales que estaban en boga en los países más avanzados: desde los métodos funcionales hasta el Plan Dalton. Los maestros llegaron a conocerlos al dedillo y en algunas escuelas se instrumentaron como experimento. Pero fue lúcido el punto de vista de no quedarse rezagados ante lo que apuntaba con tono reformador la escuela y la enseñanza de otros países, a la vez que se afincaban en el estudio de la historia nacional para encontrar las vías autóctonas de enfrentamiento a los múltiples problemas que había sembrado en la conciencia nacional un colonialismo vetusto y retrasante:

a) La validez de la psicología como sustento de las investigaciones sobre la enseñanza y el carácter experimental de esta ciencia y de la pedagogía como ruptura de las concepciones que sustentaba la escuela tradicional; la naturaleza del niño cubano, la reorientación de la lectura escolar, entre otros aspectos.

b) La incorporación de la psicología como una fuente nutricia de la pedagogía cubana es uno de los pasos que habrían de tener mayor trascendencia en el desarrollo de una pedagogía nacional.

c) La idea de la liberación relacionada con el estudio del problema científico de la agricultura: formar al hombre desde la tierra con una concepción básica de la independencia económica.

d) La enseñanza de la historia, desde ya, cobraba particular importancia en los análisis y planteamientos de Ramiro Guerra, quien a partir de su condición de historiador nacional, exigía que esta disciplina debía provocar emociones y fomentar entusiasmos, apoyada constantemente en el sentimiento de los escolares.

e) El terreno era propicio para incorporar en los estudios de la pedagogía cubana el problema de la comunidad y la familia como parte del proceso de reconstitución de la cultura de la nación a través de la educación. Esta idea del vínculo necesario entre la pedagogía como ciencia y el proceso de formación y desarrollo de la cultura nacional es una tarea inacabada que urge replantear con fuerza en el presente siglo XXI en nuestro país.

f) Entre los numerosos retos que la obra de Alicia Conde plantea a los investigadores de la ­historia de la educación cubana actual está el ­reconocimiento del pedagogo Arturo Montori como ­defensor de las ideas del socialismo relacionadas con la educación y la escuela cubana.

Uno de los méritos del libro está en el estilo de redacción que suele emplear la autora. Cuando analiza las cuestiones filosóficas, tiene ya transitado un amplio recorrido mediante otras obras publicadas, su lenguaje se corresponde con la altura del pensamiento filosófico, pausado y reflexivo; cuando se detiene a describir el ambiente cultural y cómo se manifiesta en el plano de la literatura. Su lenguaje se corresponde con el carácter popular de las piezas que le sirven de ilustración. De igual modo, a lo largo de toda la obra prevalece una forma de comunicación con el lector que sin atisbos de concesiones nos acerca al texto escrito y nos contagia con su forma de exponer: directa, sin circunloquios, con sustentos manifiestos a la vista de las citas más importantes. Por esta vía, la autora nos hace cómplices de su mirada inquisitiva a hechos y acontecimientos, como invitando al lector a que la acompañe en este proceso de intelección histórico-pedagógica.

Rolando Buenavilla Recio

La Habana, 19 de junio 2017

Agradecimientos


Mi eterna gratitud a quienes debo mi formación humana en la vida y sostuvieron mis estudios por mucho tiempo: mis padres. Gracias a mi amado hijo, Eduardo Gabriel, por acompañarme siempre, a mi compañero, Palmiro Cillara, por su amor inefable y tantas cosas. A Pepe, y a mis hermanos desde antes mi padrastro incondicional.

Infinitas gracias a la generosidad sin límites de la directora de la Biblioteca Pedagógica lix Varela y de su colaboradora principal. Ellas, amigas entrañables, hicieron posible este estudio. A todo el personal especializado de la biblioteca del Instituto de Historia de Cuba, siempre.

Gracias a mis amigos y amigas sin cuya presencia este esfuerzo intelectual perdería el sentido colectivo que le concedo. A ellos, por las infinitas conversaciones sobre nuestras raíces, las discusiones en cualquier parte, las emociones ante los documentos hallados, el aliento siempre a flor de piel. En especial a los historiadores hermanos Rolando Misas, Joney Manuel Zamora, Gladys María Núñez, Tatiana Zayas, Yaniset Núñez, Carmen Almodóvar, Raquel Vinat, Gloria García, María Anuncia Martínez, Carlos del Toro, Mirta Leyva, Jorge Ibarra y Fernando Martínez.

Gracias a José Antonio Doll, especialista del Fondo de Manuscritos de la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional. Al profesor Maximiliano Lemes Trujillo, del Departamento de Filosofía de la UH, por sus consideraciones. Especial gratitud a mi profesora Elvira Díaz Vallina por su confianza.

Gracias a la familia Iglesias-Llosa del Toro por su importante apoyo: Sandra, Raúl, Isbel e Isabela.

Mi gratitud a los profesores y personal de la Universidad de Ciencias Médicas por haberme acogido ­intelectualmente, en estos últimos años, con la calidez de su humanidad: Aquirino Segura, Luis A. Salomón, Juan B. Dávila, Karelia Pérez, Julia García, Susana Núñez, Lázaro E. Hernández, Jorge Ferrer, Marlene Cárdenas, Lilia M. Rodríguez, Jorge Luis González, Roberto Chirino, Ernesto Ustariz, René Franco, Bárbara Palmero, Eira F. López, José Acosta, Lourdes Quicutis, Luis E. Estrada, Leaner O. Ramírez, Paula Kindelán. A la colaboración del Departamento de Filosofía del Instituto de Diseño y del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana.

Mi debida consideración a los directores, extraordinarios trabajadores, de los archivos históricos provinciales de Matanzas, Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba. A los directores de los fondos de Libros Raros y Valiosos de la Biblioteca de la Universidad Marta Abreu, de la Biblioteca Municipal de Santa Clara, Matanzas, Camagüey y Santiago de Cuba. A los compañeros del Archivo Nacional por su generosidad siempre, quienes atienden con amabilidad sin límites mi trabajo en los fondos de Libros Raros y Valiosos de la Biblioteca de la Universidad de La Habana: Julio César.

Gracias a quienes han sido verdaderos compañeros, en tiempos muy difíciles, en el Instituto de Historia de Cuba y en el Instituto de Filosofía.

Gracias a Yoana Hernández por la pervivencia de nuestro equipo de investigación de historia de la educación.

Gracias a todas las instituciones donde he impartido conferencias y docencia dentro y fuera del país.

Gracias a la Asociación de Pedagogos de Cuba, en especial a Reynaldo Guido Castaño, Regina Caridad, Gloria Salomé, Ricardo Selman, Jaime Canfux, Lidia Turner, Nicolás Garófalo, Gilberto García, entre tantos.

Gracias al profesor Rolando Buenavilla por estar siempre entre nosotros y por honrarme con su prólogo.

Gracias a la profesionalidad y nobleza de la editora Gladys Hernández Herrera. A la dirección de la Editorial de Ciencias Sociales y al equipo técnico que ha intervenido en la publicación del libro. Especialmente al acompañamiento sabio y decisivo de la editora Pilar Sa.

Gracias a mis queridos estudiantes de tres décadas de labor docente sostenida, y en particular a quienes relizaron sus prácticas de investigación sobre el tema: Kenia Kasas, Landy Machado, Dayana Menéndez, Yaneisy M. Hernández, Frederick Muñiz y Yoana Soler.

Gracias a los que asistieron al encuentro de la patria y la cultura aquel día memorable.

Gracias a nuestro querido Fidel y a nuestra juventud cubana que es el mañana lírico de la patria.

Introducción


Si el asunto de que vamos a tratar es tan antiguo como el mundo,es asimismo siempre moderno como la actualidad.

Fernando Nicolay


Todavía me acompañan las voces de quienes en 2001, accedieron a dejar sus testimonios sobre la escuela cubana de la república. Todo lo vivido y sentido que en aquel encuentro —organizado por el Instituto de Filosofía y el Centro de Estudios Martianos— expresaron con una frescura y desenvoltura que hasta hoy conmueve los entonces graduados en los finales de la década de 1940 e inicios de los cincuenta: las vicisitudes de la escuela, los métodos implementados, la organización institucional, los planes de estudio, la percepción que de la sociedad neocolonial tenían, las características de los colegios privados, la presencia de la mujer, las publicaciones pedagógicas existentes, el quehacer de la prensa escrita, la calidad del profesorado de la Universidad de La Habana, entre otras cuestiones.

Los nombres de Rosario Novoa, María Anuncia Martínez Guayanes, Moisés Graboski, Alejandrina Penabad, Gustavo Torroella, Fina García Marruz, Rolando Buenavilla, Carmen Almodóvar y Cintio Vitier, quedaron en la memoria de quienes participamos y anhelamos que el diálogo establecido no terminara nunca.1

Desafortunadamente, al paso del tiempo, se perdieron las grabaciones, y con ellas un acontecimiento cultural que jamás imaginé que podría ocurrir ni sospeché que tomaría la fuerza de una conquista, la grandeza de un descubrimiento. En realidad fue una fiesta del pensamiento, del recuerdo. Sin embargo, la indolencia no permitió la pervivencia escrita de una huella ineludible que sigue en mí, en quienes trabajan por impedir el olvido de la cultura de nuestro país.

Evoco aquel día como punto de partida del texto que presento, pues fue, precisamente en ese tiempo, cuando me propuse una línea de investigación sobre el pensamiento pedagógico cubano de la República; recuperar una riqueza que tiene sus raíces en el siglo xix, y que resulta desdibujada, inadvertida casi por los estudios históricos, percibida apenas por quienes se interesan no solo por lo económico y político, sino por lo social en su totalidad, que incluye el enfoque cultural.

El proyecto pudo concretarse gracias a la recepción que tuvo en el Instituto de Historia de Cuba, en los últimos años. A pesar de haber incursionado en aspectos del pensamiento pedagógico en Cuba, reflejados en diferentes publicaciones, es ahora que he logrado fijar con mayor detenimiento y rigor sus aportes a la identidad nacional en un período histórico preterido por ­excelencia: las dos primeras décadas republi­canas.

Pese a sus notables avances en direcciones diversas, la historiografía cubana necesita identificar esta zona de nuestro proceso histórico, sus progresos y retrocesos, desterrar la mirada que subraya la quietud y la evolución acumulativa cuya consecuencia inmediata fue el “despertar” de los años veinte, que de este modo estigmatizó todo un precedente histórico que debate su existencia entre dos siglos.

Si consideramos y validamos el alcance que la educación tiene en las sociedades, su participación y vinculación profunda con todas las estructuras sociales, su poder formativo o deformador, su instrumentalización en los proyectos de dominación para perpetuar la dependencia de los pueblos, se comprenderá la utilidad de recuperar un pensamiento pedagógico que se generó en la sociedad neocolonial cubana como forma de resistencia y rescate de una tradición que permitiría reformular una contrapropuesta liberadora de la educación y de la sociedad.

La contribución de la escuela a la unidad nacional puede comprenderse a fondo en la obra educativa lenta y perenne de los maestros y pedagogos cubanos en la República. Un estudio de la esencia liberadora del hombre y de la sociedad en la pedagogía cubana, requiere proyectarse en la búsqueda de todas aquellas dimensiones que definirían el ideal de educación.

El siglo xix, su producción de ideas y los proyectos elaborados a favor de la enseñanza, constituyó un referente permanente para la intelectualidad cubana que en el siglo xx intentaba crear los fundamentos de una pedagogía nueva en Cuba. Sin embargo, mientras el siglo xix soñó y actuó en el plano del pensamiento con la creación de una sabiduría cubana, fruto intelectual de la cultura universal, pero colocada en términos relativos para generar la comprensión de su singularidad, los tiempos de los pensadores de la primera mitad del siglo xx, sin que ellos mismos fuesen totalmente conscientes, fueron más dependientes de lo foráneo y generaron una concepción acrítica —o crítica— que se impuso no solo en el análisis del pensamiento anterior, sino también en la propia comprensión de su época y de su espacio insular. Significativamente, historiadores y maestros se mantenían más cercanos a una realidad que retorcía los cánones foráneos para exigir el ejercicio activo, crítico y creador del pensar desde Cuba.

El dilema de la escuela tradicional y la escuela moderna atraviesa toda la historia cultural, ideológica y social cubana. En los orígenes fundacionales del pensamiento cubano se expresaron tendencias teóricas y políticas radicalmente opuestas: la concepción de la emancipación del pensamiento y la concepción legitimadora de la mentalidad colonialista y colonizadora. La primera requiere de la investigación enfrentada a la especulación, la segunda privilegia la erudición y la autoridad del dogma.

El siglo xx cubano hereda la encrucijada y la enfrenta. La Real Universidad Literaria si bien bajo el influjo del positivismo proyectó y desarrolló la medicina y otros campos de la investigación científica en menor medida, en el terreno del análisis social mostraba una precariedad crítica, hija legítima de un largo proceso que se inició con la secularización en el siglo xix, y que hizo que perviviera por más tiempo que el que se hubiese pensado, la concepción metafísica y la enseñanza retórica y verbalista. Era una de las garantías más preciadas del poder que recién había nacido después de haber sido conquistada y truncada la independencia del país. Un poder que se ejercía por consenso. Y la escuela, toda ella, desde los estudios primarios a los universitarios, se convertía en eje central que ese poder instrumentalizaba en su beneficio. Desde los libros de textos hasta los planes de estudios y la orientación general de la educación, así lo demuestran.

Estas reflexiones son el fruto de investigaciones realizadas sobre el pensamiento cubano de los siglos xviii, xix y xx,2 en las cuales irremisiblemente, junto a los diversos proyectos culturales y movimientos de ideas que los caracterizan, el problema de la educación ha sido medular.

El pensamiento político, histórico, pedagógico, filosófico, económico, cultural, han sido indagados y establecidos sus vínculos, influencias y confluencias con el objetivo de una comprensión mayor de sus propuestas. Sin embargo, como toda investigación, sometida a reconsideraciones y profundizaciones en la medida en que se maduran métodos y el instrumental teórico se perfila.

El pensamiento pedagógico de la primera mitad del siglo xx en Cuba lo he asumido en estos estudios como indagación general, lo que permite descubrir la inmensa riqueza que encierra. De ello han resultado ensayos y artículos publicados en revistas especializadas del país.

La coordinación durante años del proyecto de investigación Historia de las ideas en Cuba, en la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana me permitieron detectar la precariedad de estos conocimientos en las ciencias sociales. Por esa razón se organizaron cursos, postgrados y eventos científicos que alentaran estos estudios.

Debe tenerse en cuenta que las investigaciones realizadas sobre la temática no han logrado en Cuba la sistematicidad y los resultados que son necesarios para evaluar valores y entender la formación y desarrollo del pensamiento pedagógico en Cuba, de modo que puedan establecerse continuidades y rupturas, relaciones, interrelaciones e interdependencias y ­fundamentalmente, sus especificidades. Los estudios que ya se han ­presentado constituyen puntos de partida para penetrar la temática con la hondura necesaria.

Deben subrayarse las investigaciones de la destacada intelectual cubana María Anuncia Martínez Guayanes, quien fungiera como profesora de la Universidad Masónica de La Habana antes del triunfo de la Revolución, y cuyos textos La sociedad y los elementos de la interacción social. Factores sicológicos de la sociedad, La moral del educador, Educación cívica, Filosofía y educación, son, en su mayoría, desconocidos. Resulta esencial mencionar la Historia de la educación en Cuba, que alcanza el tomo ocho, de la historiadora Alejandrina Penabad y el profesor Enrique Sosa. Se ­encuentran, además, los estudios de Nancy Chacón acerca de la formación ética y moral del hombre cubano desde la pedagogía y la filosofía, y otras indagaciones que se han hecho en relación con la formación de valores por la propia pedagoga y otros investigadores sociales.

Recientes investigaciones desde el campo de la historia todavía en franca minoría alientan los estudios sobre la escuela cubana. Me refiero a la tesis de doctorado del historiador Yoel Cordoví, Historia de la formación cívico-patriótica a inicios de la república: el maestro de certificado, 1899-1920, quien situó al maestro de certificado de las primeras décadas de la república en el lugar que le corresponde en la forja de la nación. A los textos de la historiadora Yoana Hernández, Protestantes en Cuba: desarrollo y organización 1900-1930, y Colegios protestantes, 1900-1930 (libro inédito resultado de su tesis doctoral), debemos un conocimiento sobre los colegios protestantes que constituye un complemento imprescindible de la historia de la educación en Cuba.

Más puntuales, pero no menos importantes son los trabajos del historiador Ricardo Quiza Moreno.3

A la investigadora Olga Lidia Miranda se debe el texto, de necesaria consulta, sobre la filosofía de la educación.4 Además, esta autora realizó indagaciones sobre el pensamiento pedagógico cubano publicadas en diversas revistas especializadas.

Deben citarse por sus contribuciones al estudio de la educación y la escuela cubanas las tesis doctorales de Nicolás Garófalo5 y Ana Julia García.6

Es de notar que las historias nacionales —salvo raras excepciones como las de Fernando Portuondo, Hortensia Pichardo, Roig de Leuschenring, Ramiro Guerra y otros, explicable por el ambiente cultural en el cual se formaron— no contemplan el pensamiento pedagógico en la comprensión de la sociedad cubana, pero aun así la parcialización de este tipo de conocimiento es evidente. Lo cierto es que a la altura de este siglo no existe una conciencia histórica sobre el problema. Y si tenemos en cuenta la participación de la escuela cubana en la construcción de la nación, desde sus orígenes, convendríamos en que es un hecho lamentable.

En el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona se han destacado tesis de doctorados sobre ­algunos representantes de la pedagogía en Cuba, pero son de hecho muy puntuales. Por ejemplo la tesis de la profesora María Elena Sánchez Toledo7 sobre el ­pedagogo cubano Alfredo M. Aguayo. Y en la Universidad de La Habana se han presentado trabajos, muy escasos por cierto y también puntuales, sobre la educación y la pedagogía cubanas. El pedagogo Rolando Buenavilla publicó una síntesis histórica sobre algunas tendencias de la pedagogía en Cuba muy poco difundida, a pesar de su inestimable valor.

De modo general se debe tener en cuenta el hecho fundamental de que lo escasamente escrito sobre el tema no solo se encuentra disperso, sino que los enfoques de los estudios han sido fragmentarios, quizás porque no se ha creado, en este sentido, una base documental que permita generalizar tendencias, problemas y orientaciones del pensamiento pedagógico cubano.

El presente texto consta de cinco capítulos. El primero, Herencia filosófico-pedagógica del siglo XIX cubano, sostiene la tesis de la existencia de un precedente teórico en Cuba que otorga continuidad al pensamiento pedagógico cubano, al mismo tiempo que permite descubrir sus rupturas. Las dos líneas esenciales del pensamiento teórico que hereda el siglo xx, y que afecta la enseñanza cubana —la teoría de la dependencia o sujeción y la teoría de la emancipación— permiten aseverar que ese siglo no nace con un déficit teórico.

En el segundo capítulo, Ambiente cultural e intelectual en Cuba. La colonia superviva, se trata de captar la sociedad a través de la mirada no solo de los intelectuales que, desde los inicios de la república, ejercieron la crítica social a favor de la integración de lo cubano, sino de los contrastes de generaciones, grupos y clases marcados por la frustración de la independencia y la degradación moral y política. Fija, en lo posible, la incidencia de la cultura en la estructuración de la nueva sociedad y la visión que de ella tienen los que la viven.

El tercer capítulo, Magisterio y sociedad en una república fracturada, se propone interpretar la sociedad cubana en el tránsito de dos siglos y comprende el ejercicio del magisterio como factor vivificador y hacedor de los ideales patrióticos, liberadores y cívicos.

El capítulo cuarto, Pedagogía fundacional cubana, se refiere a la necesidad de la creación de una pedagogía propia para Cuba que sitúa al niño cubano en el centro del estudio y perfila los propósitos de la educación cubana en ese contexto histórico. Por último, en el quinto capítulo, Instrumentación y gestores de educación en el diseño de una pedagogía liberadora, se examina la lectura como instrumento de cultura, su contribución en la transmisión de los valores culturales de la nación, en la formación de un pensamiento crítico; el alcance cultural de un método para pensar y la influencia de la comunidad, la escuela y la familia en la educación, sus interdependencias y su trascendencia a partir de una concepción totalizadora de la educación.

Los historiadores, cuyas obras tenían una valía intelectual importante, se encontraban comprometidos con el destino de la escuela cubana. Desde los fines de la educación nacional, los planes de estudios, la transformación de la enseñanza, la proyección moral de la educación y la relación de esta con el destino social y político del país, por nombrar los esenciales, hasta las investigaciones históricas más acuciosas, fueron motivos urgentes de aquella intelectualidad. Historiadores y pedagogos compartían un conocimiento para pensar la sociedad, herencia esta que valida su trascendencia.

El estudio que se presenta forma parte de una línea de investigación del pensamiento pedagógico cubano que abarca la primera mitad del siglo xx. Es por esa razón, sin embargo, que tiene en sentido general, el aliento de lo inacabable; un pensamiento que comienza a estructurarse sin alcanzar todavía los contenidos que lo definen plenamente en ese tiempo histórico de predominio de tinieblas, promisorio acaso de la urgencia de una nueva conciencia cubana.


1 La mayoría de estos intelectuales y profesores han fallecido durante los últimos años.

2 José de la Luz y Caballero: Polémica Filosófica Cubana (1838-1840), ensayo introductorio, compilación y notas de Alicia Conde Rodríguez, 2 vols., Colección Biblioteca de Clásicos Cubanos, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2000; Obras, ensayo introductorio, compilación y notas de Alicia Conde Rodríguez, 5 vols., Colección Biblioteca de Clásicos Cubanos, Editorial Imagen Contemporánea; Alicia Conde Rodríguez: Selección de lecturas. Historia del pensamiento político cubano, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005 y 2009; El pensamiento cubano más allá de los sueños y las esperanzas, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008; Apuntes sobre las bases fundacionales de una pedagogía de la liberación en Cuba. Análisis de la prensa pedagógica (1900-1950), Editora Historia, La Habana, 2012, entre otros.

3 Ricardo Quiza Moreno: “Cuba: historia, escuela y nacionalismo, 1902-1930”, en Debates Americanos, n.o 5-6, La Habana, enero-diciembre 1998. “El ojo que te ve. Discurso clínico y cirugía social en la escuela cubana”, en Cuadernos Cubanos de Historia, n.o 2, Editora Política, La Habana, 2003.

4 Olga Lidia Miranda: “Filosofía. Pedagogía: una visión actual”, Revista Educación, n.o 102, Segunda época, La Habana, enero-abril, 2001, .

5 Nicolás Garófalo: “La superación de los maestros cubanos de la escuela pública durante la República neocolonial”, tesis de doctorado, Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, La Habana, 2002.

6 Ana Julia García: “La penetración ideológica del imperialismo norteamericano a través de la enseñanza primaria, durante el período de ocupación norteamericana 1899-1902”, tesis de doctorado, Instituto Central de Ciencias Pedagógicas, La Habana, 1986.

7 María Elena Sánchez Toledo: “La obra pedagógica de Alfredo ­Miguel Aguayo”, tesis de doctorado, Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, La Habana, 1998.

Capítulo I

Herencia filosófica y pedagógica del siglo xix cubano