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Akal / Clásicos de la Literatura / 24

Washington Irving

LA LEYENDA DE SLEEPY HOLLOW Y OTROS RELATOS

Traducción: Axel Alonso Valle

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La leyenda de Sleepy Hollow y otros relatos es una colección de 34 ensayos y relatos que Irving publicó en 1820 con el título de El libro de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon, pseudónimo que utilizó por vez primera y bajo el cual verían la luz otras de sus obras literarias. En ella el autor recopila muchos de los cuentos populares que escuchó durante sus viajes por Europa, principalmente de Inglaterra, donde entonces residía, y a ellos sumó otros como «La leyenda de Sleepy Hollow» y «Rip van Winkle», inspirados en relatos holandeses, alegando que habían sido encontrados entre unos viejos papeles de Diedrich Knickerbocker, el que fuera protagonista de su famosa Historia de Nueva York. El resultado es una obra heterogénea, con relatos cómicos, fantásticos y románticos, en los que el fascinante y magnético Crayon describe escenas y paisajes, costumbres y leyendas de la vieja Europa, aunque también del Nuevo Mundo. Esta obra ha sido considerada por los críticos como el trabajo más importante y duradero de Irving, pues su rápido éxito consagró su reputación en Europa como artista literario. Muestra de ello es la popularidad alcanzada por muchas de sus historias así como el gran éxito de sus adaptaciones a la gran pantalla.

 

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RAG

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Imagen de cubierta

John Quidor, El jinete sin cabeza persigue a Ichabod Crane, 1858

Título original

The Sketch Book of Geoffrey Crayon

© Ediciones Akal, S. A., 2019

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4837-4

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INTRODUCCIÓN

¿Qué tienen en común Papá Noel (también llamado Santa Claus o San Nicolás en el mundo anglosajón), el equipo de baloncesto de los Knicks de Nueva York y las historias de Batman, el superhéroe enmascarado? A priori, uno pensaría que nada. Y, sin embargo, existe una relación incuestionable, si bien ciertamente no evidente, entre estos tres elementos de la cultura estadounidense y –por qué no decirlo, en esta nuestra era de la globalización– mundial. Ese nexo de unión, por extraño que parezca, es Washington Irving. Sin él, ninguno de los tres existiría tal como lo conocemos. Quizá Papá Noel no sería el famoso personaje navideño que es hoy, y otro distinto invadiría los cines, las calles y los escaparates al llegar esa época del año; los Knicks (diminutivo de «Knickerbockers») tendrían un nombre diferente, y Batman no viviría sus aventuras en la ciudad de Gotham, sino en otra metrópolis imaginaria o real. Irving no creó al primero, ni inventó los nombres que llevan el mencionado equipo deportivo o la sombría ciudad del Caballero Oscuro, pero sí fue el responsable de que en su época –a principios del siglo XIX– los tres nombres adquirieran una popularidad que jamás habían conocido hasta entonces; primero entre sus vecinos neoyorquinos; luego en el conjunto de los EEUU y al otro lado del Atlántico, y, tiempo después, también en el resto del mundo.

Fue el éxito fulminante del primer libro de Irving Una historia de Nueva York (1809) –una historia satírica de la antigua colonia holandesa de Nueva Ámsterdam «desde el principio del mundo» hasta su cesión a los ingleses, con el correspondiente cambio de nombre– el que puso la primera piedra para que los estadounidenses comenzaran a incluir la figura de Santa Claus en sus celebraciones navideñas. En sus páginas, San Nicolás (originalmente un obispo cristiano que inspiró diversos mitos y tradiciones en Europa relacionados con la época invernal y los niños)[1] se le aparecía en sueños a un marinero holandés «montado en el mismo carro en el que lleva sus regalos de cada año a los niños» y rodando por encima de las copas de los árboles de la entonces prácticamente virgen isla de Manhattan. Fue también ese libro el que dio pie a que el pseudónimo con el que Irving lo firmó, Diedrich Knickerbocker, pasara a asociarse con la ciudad de Nueva York, hasta tal punto que sus habitantes comenzaron a llamarse a sí mismos knickerbockers. De ahí que, más de un siglo después, un equipo local de baloncesto decidiera bautizarse con tal apelativo. Y, en cuanto al origen del nombre de Gotham, este no es sino otro alias para Nueva York, que Irving empleó con intención cómica (en inglés antiguo gotham significa «ciudad de la cabra») en las páginas de la revista Salmagundi, de la que él fue cofundador.

Los tres ejemplos precedentes ilustran muy bien la impronta soterrada pero profunda que Washington Irving y su literatura han dejado en todo el paisaje cultural que vino después de él; no sólo en su país, sino en el mundo entero. Podríamos mencionar también el impacto de su famoso relato La leyenda de Sleepy Hollow en la imagen moderna de la fiesta de Halloween, con sus fríos y oscuros bosques otoñales y sus calabazas talladas a imitación de cabezas grotescas; o la influencia directa que su persona y sus obras tuvieron en varias generaciones de escritores que lo leyeron, admiraron y conocieron, tales como Walter Scott, Mary Shelley o Charles Dickens. Y así podríamos seguir con muchos otros casos.

Irving no fue simplemente un escritor estadounidense de éxito internacional. Fue el primero de todos ellos, «el patriarca de las letras estadounidenses», tal como llegó a denominarlo un periodista de aquellos días[2] cuando se encontraba en la cima de su fama y prestigio. Medio siglo antes, cuando Washington Irving comenzaba a ver publicados sus primeros textos en su Nueva York natal –cartas y artículos de opinión aparecidos bajo pseudónimo en periódicos y revistas–, los Estados Unidos de América eran una nación jovencísima, que había declarado su independencia del Reino de Gran Bretaña apenas veintiséis años antes y que todavía no contaba en líneas generales con una escena literaria propia verdaderamente desarrollada, fuera del ámbito de la política y la prensa. La mayor parte de la literatura que se consumía y respetaba en el país venía de tierras británicas, y en estas últimas se consideraba que, a pesar de su pasado y cultura común, sus excolonias eran incapaces de producir obras meritorias en lengua inglesa. Washington Irving vino a cambiar eso, aunque en un principio no fuera en absoluto su intención.

Irving nació en el seno de una familia de la burguesía comercial de Nueva York, de padres británicos (él escocés, ella inglesa) que emigraron a Manhattan en 1763, cuando las trece colonias de Norteamérica aún formaban parte del Imperio. Fue el menor de once hermanos (de los cuales tres no llegaron a la edad adulta) y vino al mundo en 1783 al poco de que se hubiera firmado el Tratado de París en el que Gran Bretaña reconoció la independencia de los Estados Unidos, poniendo fin a la guerra entre ambos. La madre de Irving decidió entonces bautizar a su recién nacido en honor del gran héroe de la revolución, el general George Washington, al cual el pequeño tendría ocasión de conocer en persona años más tarde en un breve encuentro que recordaría toda su vida y que dejó honda huella en él. Durante su juventud Irving fue un mal estudiante; inquieto e inteligente, pero nada interesado en las tediosas lecciones de sus maestros y tutores, prácticamente lo único que aprendió durante sus primeros años de educación formal fue a leer y escribir. Y fue cultivando precisamente la lectura con periódicos y libros de viajes y aventuras, del estilo de Robinson Crusoe y Simbad el marino, como Irving se aficionó a ella y desarrolló también su duradera fascinación por la navegación, otras culturas y recorrer el mundo. De niño, desatendía sus obligaciones escolares para irse a pasear por los muelles del puerto de Nueva York, soñando con cruzar el océano a bordo de los numerosos barcos que de allí zarpaban, o exploraba en solitario la ciudad y sus alrededores para preocupación y desesperación de sus padres, tal como él mismo cuenta en la primera historia de este libro. Su gusto por la literatura lo llevó a descubrir el teatro, que se convirtió en otra de sus pasiones; tanto es así que llegaba a escaparse de casa por las noches para poder asistir a las representaciones locales.

A pesar de su amor por la literatura y sus ansias de ver mundo, Irving decidió en un primer momento intentar dedicarse a la abogacía –una profesión que, a sus ojos, podía traerle seguridad económica o incluso riqueza sin necesidad de partirse el espinazo trabajando–, por lo que empezó a formarse en derecho con un letrado neoyorquino. Mientras tanto, escribía de vez en cuando como pasatiempo, sin plantearse de manera seria hacer carrera como literato. No obstante, al cabo de unos años publicó unas cuantas cartas y artículos de corte satírico en un pequeño diario dirigido por uno de sus hermanos que fueron muy bien recibidas por el público lector de la ciudad. Con estas primeras publicaciones, se estrenó también en una práctica por la que sería muy conocido a lo largo de su vida: el uso de pseudónimos para firmar sus escritos. No es que esto fuese algo raro ni mucho menos en la prensa y la literatura de entonces, ya que permitía a los autores escribir con libertad sin temer represalias o perjuicios para su reputación; sin embargo, Irving lo elevó casi a la categoría de arte al convertir cada pseudónimo en un personaje diferente con su propia voz y estilo. Jonathan Oldstyle o Dick Buckram (dos de los alias que utilizó para sus cartas en el Morning Chronicle, el diario de su hermano Peter) eran en cualquier caso disfraces toscos en comparación con los que todavía estaban por venir.

El ansia de Irving por ver mundo no hubo de esperar mucho para hallar contento, ya que, cuando el abogado y escritor en ciernes contaba sólo veintiún años, su familia decidió costearle un grand tour por Europa con objeto de fortalecer su salud algo delicada, ampliar sus conocimientos y estimular su espíritu tendente a la indolencia. Este periplo de Irving, que duró dos años y le llevó por cinco países distintos, le permitió visitar por primera vez el Viejo Continente (al que regresaría años más tarde por largos periodos en dos ocasiones más) y vivir experiencias y aventuras que moldearían al hombre ingenioso, políglota y provisto de don de gentes en que acabó convirtiéndose, y que le harían codearse con grandes personalidades de los negocios, la política y el arte de todo Occidente. A su regreso a Nueva York, Irving fue aceptado en el colegio de abogados, y empezó a ejercer como tal desempeñando labores asistenciales para sus tutores en el campo del derecho, si bien nunca tuvo especial voluntad o aptitudes para dedicarse a la profesión. Sus intereses y gustos personales seguían empujándolo hacia la literatura, y, como divertimento, fundó junto con algunos de sus amigos y hermanos una revista satírica llamada Salmagundi en la que ridiculizaban y parodiaban la moda, la política, la cultura y la sociedad de su tiempo. Esta publicación, que alcanzó los veinte números, tuvo un éxito tremendo entre los neoyorquinos y supuso el inicio de la fama de Irving como escritor, a pesar de que firmara siempre sus artículos con nuevos pseudónimos como Will Wizard o Launcelot Langstaff. Con todo, dada su buena acogida, Irving nunca se preocupó en exceso de mantener oculta su verdadera autoría, que era un secreto a voces en la ciudad. Las ventas de Salmagundi le hicieron ganar bastante dinero, pero el joven Irving siguió pensando que para él la escritura no podía ser más que un entretenimiento, y que su futuro profesional estaba en los bufetes y los tribunales.

Poco después tuvo lugar un suceso que marcaría profundamente la vida de Irving. El joven abogado se enamoró de una de las hijas de su mentor en la profesión, Josiah Ogden Hoffman –un exfiscal general del estado de Nueva York–, quien le ofreció la mano de Matilda (que así se llamaba la muchacha) si conseguía demostrarle que podía mantener una familia con su trabajo. Irving, sin embargo, apenas tuvo tiempo de hacer el intento, pues en cuestión de unos pocos meses Matilda falleció víctima de una fulminante enfermedad. Este suceso dejó a Irving sumido en un terrible dolor del que tardó en recuperarse y que, según algunos, fue una de las causas de que el escritor nunca llegara a casarse en toda su vida[3].

Sea como fuere, Irving trató de olvidar su dolor centrándose en la escritura, y a finales del año 1809 publicó su primer libro, Una historia de Nueva York, del que ya hemos hablado más atrás. Esta obra, y su desmesurado éxito, fue la que convirtió a Irving de la noche a la mañana en una figura conocida en todo el país y le hizo recibir elogios al otro lado del Atlántico de grandes figuras de la literatura británica como Walter Scott o Lord Byron, que eran sus ídolos. Este triunfo se debió en parte, al margen de la calidad intrínseca de la obra, a una ingeniosa y ya célebre campaña de publicidad ideada por su autor. Durante las semanas previas fueron apareciendo en la prensa una serie de anuncios que pedían a los lectores información acerca del paradero de un anciano de origen holandés llamado Diedrich Knickerbocker, que llevaba un tiempo sin aparecer por el hotel donde residía y que, de no regresar pronto para abonar el precio de la habitación, se vería despojado de sus objetos personales por parte de los dueños del hotel para resarcirse de dicha deuda. En los anuncios se decía que entre esos objetos había un libro de su puño y letra, que se publicaría a fin de indemnizar a los dueños del hotel con los beneficios que se obtuvieran de su venta. Cuando el supuesto libro apareció poco después en las librerías, había un clima de expectación e impaciencia por saber qué había sido del viejo Knickerbocker (al que algunos incluso aseguraban haber visto), y la gente se abalanzó sobre los estantes de las tiendas para comprar su obra perdida. No obstante, Diedrich Knickerbocker no era más que un personaje inventado por Washington Irving, y su libro de historia neoyorquina, una divertida parodia de ciertos textos eruditos que eran populares entre los lectores de la época, llena de referencias a antiguas leyendas de los colonos holandeses que fundaron la ciudad y, al mismo tiempo, de alusiones solapadas a figuras de la política y la sociedad de los tiempos de Irving.

A pesar de la fama y fortuna que Una historia de Nueva York le reportó –una que le abrió incluso las puertas de la Casa Blanca y de la alta sociedad del país–, Irving no se planteó ser escritor profesional hasta muchos años después. En los Estados Unidos vivir exclusivamente de la pluma era prácticamente una quimera, y en Europa quienes la ejercitaban de manera regular eran por lo general personas ya adineradas o que tenían otras fuentes de ingresos. Además, la inexistencia de una legislación en materia de copyright hacía muy complicado controlar las ediciones piratas, que pululaban por todas partes sin que los autores de las obras percibieran ningún dinero por ellas. Irving sería también, tiempo después, uno de los pioneros en este ámbito, primero intentando publicar simultáneamente sus libros en el Reino Unido y los EEUU mediante acuerdos con editores de ambos lados del Atlántico, y luego impulsando iniciativas legislativas que pusieran coto a la piratería literaria.

Cuando Irving se decidió finalmente a intentar hacer carrera como escritor y vivir de sus libros, a los treinta y cinco años de edad, su situación había cambiado mucho desde los días de Una historia de Nueva York. Habían pasado nueve años desde la publicación del libro, tiempo durante el cual apenas había escrito nada significativo. Había estado viviendo de la empresa familiar, una compañía de importación marítima que llevaba artículos y productos británicos a los puertos de Estados Unidos. Se encontraba en el Reino Unido, adonde había viajado por segunda vez desde su país después de que sus ansias de viajar hubieran vuelto a avivarse, tras un largo periodo de indecisión vital en el que había hecho de abogado, empresario, editor de revistas y hasta de ayudante de campo en la guerra anglo-estadounidense de 1812. Pero detestaba la abogacía y el trabajo editorial, la empresa familiar acababa de quebrar y la guerra había terminado varios años atrás. Sin otras perspectivas en la vida, se agarró entonces a lo que mejor sabía hacer y más dinero y prestigio le había reportado en el pasado: la escritura.

Al poco, consiguió publicar por su cuenta –primero seriada en cinco entregas en los Estados Unidos y más tarde en dos volúmenes en el Reino Unido– la obra que tienes en tus manos, aquella que terminó de consagrarlo como un escritor de éxito y renombre en América y Europa, que tituló como El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon (1819-1820). Era esta una recopilación de ensayos y relatos que Irving había ido escribiendo a lo largo de los meses previos, muchos de ellos en torno a estampas y temas relacionados con sus viajes y andanzas por Gran Bretaña y la Europa continental. Según indicaba el título y el prólogo del libro, este era obra supuestamente de Geoffrey Crayon, un caballero estadounidense refinado, culto e inteligente que había escrito una serie de textos breves a modo de «apuntes pictóricos» de sus viajes por Europa, de manera análoga a como otros turistas de la época llenaban cuadernos con bocetos y dibujos de paisajes y monumentos. Geoffrey Crayon, naturalmente, no era sino el mismo Irving, ahora en la piel de otro personaje con una personalidad y un estilo propios; a pesar de lo cual, como en el caso de Diedrich Knickerbocker, los lectores no tuvieron muchas dificultades en ver al verdadero autor bajo la máscara del pseudónimo.

Tras una especie de prólogo en que el «Sr. Crayon» da las razones por las que decidió escribir el libro, este se abre como si de una crónica de viajes se tratara con «La travesía», un relato en el que el autor describe cómo cruzó en barco el océano desde su América natal hasta Inglaterra, donde después ambientará la mayoría de sus relatos y ensayos. Esta última nación ocupa sin duda un lugar central en los textos de El cuaderno de apuntes..., ya que Irving tomó sus paisajes, monumentos, costumbres, arte e historia como tema y fuente de inspiración de muchos de ellos, con idea de «retratarlos» para sus compatriotas. La literatura inglesa es una de las materias con mayor presencia en el libro. Su escritor más laureado, William Shakespeare, es el protagonista de dos de los opúsculos: «La taberna La Cabeza del Jabalí de Eastcheap» y «Stratford-on-Avon», y aparece de manera esporádica en el resto. Otros dos autores, el historiador William Roscoe y el rey poeta Jacobo I de Escocia, constituyen asimismo el eje principal de sendos relatos; y hay varias piezas más («Los escritores ingleses y Norteamérica», «El arte de hacer libros» y «La mutabilidad de la literatura») relacionadas de forma más general con el oficio del escritor y con su obra. Otro bloque temático importante es el formado por el paisaje urbano y rural de Inglaterra y la vida y carácter de sus gentes, que abarca un buen número de ensayos e historias, entre las cuales cabe destacar la serie dedicada a «La Navidad», que describe las tradiciones y celebraciones navideñas de una familia de la baja nobleza inglesa. Los cinco relatos que la componen tuvieron un gran impacto en su día, tanto que contribuyeron al resurgimiento de esta fiesta en los Estados Unidos, donde algunas sensibilidades habían logrado incluso prohibirla en ciertas partes del país debido a los problemas de orden público derivados del consumo excesivo de alcohol en esas fechas. Gracias a este libro, pues, Irving despertó otra vez en una nación entera el deseo de celebrar la Navidad, con un entusiasmo que se ha mantenido intacto hasta nuestros días.

A la lista de ensayos y relatos de la obra se añadían unos cuantos de corte trágico y sentimental («La esposa», «El corazón roto», «La viuda y su hijo» y «El orgullo del pueblo»); un par sobre los indios norteamericanos («Rasgos del carácter indio» y «Philip de Pokanoket»), a los cuales Irving siempre vio con gran simpatía y compasión por su sufrimiento a manos del hombre blanco, y tres historias de tintes fantásticos o fantasmales. De estos, no podemos dejar de mencionar dos (curiosamente, los únicos textos del libro atribuidos a «Diedrich Knickerbocker» y no a «Geoffrey Crayon») que se volvieron especialmente populares y que habrían de conceder por sí solos a Washington Irving la inmortalidad literaria: Rip van Winkle y La leyenda de Sleepy Hollow; ambos relacionados, curiosamente, con supuestos mitos y leyendas que los antiguos colonos europeos habían llevado consigo a las tierras del Nuevo Mundo. En rigor, esos mitos y leyendas eran una mezcla de folclore real con aportaciones salidas de la inventiva del propio Irving, pero eso no impidió que los dos cuentos se convirtieran de manera casi instantánea en los primeros clásicos de la narrativa norteamericana.

El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon consiguió que, por primera vez en la historia, un escritor estadounidense fuese aclamado de manera unánime tanto en su país como en el extranjero, y especialmente en el Reino Unido, donde los británicos tuvieron que admitir a regañadientes, si bien con gran admiración, que aquel joven nacido en sus antiguas colonias sabía escribir con tanto ingenio y elegancia como los mejores literatos de la madre patria. Este libro no fue el primer ni el último best-seller de Irving, pero sí el más exitoso en cuanto a ventas y crítica, y el que dio pie a que iniciara una provechosa relación profesional con el editor inglés John Murray, posiblemente el más famoso e importante de su tiempo (no en balde, se le conocía con el sobrenombre de «El Príncipe de los Libreros»).

Murray se encargó también de publicar en las islas británicas el siguiente libro de Irving, un spin-off de los relatos navideños de El cuaderno... titulado Bracebridge Hall (1822) y protagonizado por la familia anfitriona de dichas historias. Esta obra tuvo igualmente un éxito arrollador, y vino a consolidar la fama y el prestigio de Irving en todo el mundo anglosajón. Igual que había hecho unos años antes con El cuaderno..., Irving se preocupó de que el libro apareciera de forma más o menos simultánea en el Reino Unido y los EEUU con objeto de evitar la aparición de ediciones piratas a uno u otro lado del océano. Esta manera de gestionar su patrimonio intelectual fue una constante a lo largo de toda su vida que le reportó abundantes beneficios económicos, a pesar de lo cual sus malas decisiones como inversor y un elevado nivel de gastos en determinados momentos le hicieron atravesar algunas épocas en las que se vio al borde de la ruina total.

Otros problemas a los que hubo de enfrentarse de manera recurrente fueron los relacionados con su salud y sus bloqueos a la hora de escribir: a partir de 1822, Irving empezó a sufrir ataques ocasionales de una rara enfermedad cutánea que afectaba también sus piernas, dejándolo impedido durante largas temporadas; e, igualmente de vez en cuando, padeció «bloqueos del escritor» que, en los peores casos, llegaron a tenerlo años enteros en sequía productiva. La primera vez que esto ocurrió, al poco de salir a la venta Bracebridge Hall, Irving trató de recobrar la salud y la inspiración visitando distintas ciudades y balnearios de Alemania. Este viaje –durante el cual conoció y llegó a proponer matrimonio a una joven inglesa llamada Emily Foster– le sirvió a Irving de base para crear su siguiente obra, Cuentos de un viajero (1824), otro «cuaderno de apuntes» de Geoffrey Crayon que, de toda su producción literaria, fue de lejos la peor recibida por la crítica (los lectores, con todo, compraron el nuevo libro entusiasmados, una vez más).

Después de Cuentos de un viajero, un nuevo proyecto literario llevó a Irving a pisar por primera vez tierras ibéricas, iniciándose así la estrecha relación del escritor con nuestro país por la que tanto se le recuerda hoy. Dicho proyecto, una traducción de los diarios de Cristóbal Colón que iba a aprovechar el trabajo que acerca de esta materia estaba haciendo por aquel entonces un erudito español, acabó transformándose en una biografía original del navegante que requirió de Irving dos años de arduo trabajo, durante los cuales estuvo residiendo en Madrid. Vida y viajes de Cristóbal Colón (1828) fue el primer libro que Irving publicó con su nombre real, así como la primera de sus biografías, que iban a conformar en adelante el grueso de su producción junto con las colecciones de ensayos y relatos al estilo de El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon.

Tras su estancia en Madrid, Irving visitó Granada, Sevilla y algunas zonas de Málaga y Cádiz, siguiendo una ruta que los turistas repiten hoy para admirar los vestigios árabes de Andalucía con los que el escritor se maravilló hace casi dos siglos. Este se quedó especialmente prendado de la Alhambra de Granada, en la cual incluso se alojó durante aproximadamente un mes, con acceso total al palacio y sus jardines, por expresa invitación de su gobernador. El año largo que Irving pasó recorriendo el sur de España le sirvió de inspiración para escribir toda una serie de obras relacionadas con su historia real y mítica: Crónica de la conquista de Granada (1829), Viajes y descubrimientos de los compañeros de Colón (1830) y Cuentos de la Alhambra (1832). Es indudable que, de los tres, el más recordado y admirado es el volumen de ensayos y cuentos que dedicó a los palacios nazaríes, al cual debemos desde entonces que estos monumentos sean famosos en todo el mundo y reciban cada año cientos de miles de visitantes venidos del extranjero.

Mientras aún se encontraba en Andalucía, Irving recibió una oferta que no pudo rechazar, y que dio comienzo a una etapa completamente nueva en su vida: la de diplomático. En reconocimiento de su fama y reputación en el Reino Unido, el gobierno de los EEUU le ofreció el puesto de secretario de la legación estadounidense en dicho país, el segundo de mayor responsabilidad tras el de «ministro plenipotenciario» (lo que hoy vendría a ser un embajador). Irving aceptó el cargo, se trasladó a Londres y desempeñó con eficacia sus funciones durante algo más de dos años, tiempo al final del cual dimitió para concentrarse de nuevo en la escritura. En 1832 regresó a su país, tras haber pasado diecisiete años alejado de él.

Cuando el escritor arribó a Nueva York, lo hizo en olor de multitudes. Irving era ya el norteamericano más célebre de su tiempo, y fue agasajado como tal por el pueblo y las autoridades de su ciudad de nacimiento. Él, sin embargo, intentó en la medida de lo posible rehuir tantas atenciones y recuperar el contacto íntimo con su tierra, su familia y sus amigos, todos los cuales habían cambiado mucho desde la última vez que los había visto. Llevaba tiempo añorando los escenarios y las caras de su juventud, y se había propuesto establecerse definitivamente en su país, cosa que hizo durante los diez años siguientes hasta que el tío Sam volvió a requerir sus servicios.

En el entretanto, Irving no estuvo ocioso. Para empezar, a los pocos meses de su regreso, le surgió la oportunidad de unirse por unos meses a una expedición a las llanuras de la frontera oeste de la nación, donde tendría contacto con tribus indias y búfalos y cataría brevemente esa vida aventurera con la que tantas veces había soñado de joven. De esta experiencia saldría otro pequeño libro que firmaría como Geoffrey Crayon, Un viaje por las praderas (1835), al cual seguirían ese mismo año otros dos que tratarían respectivamente de temas ingleses y españoles, Abbotsford y Newstead Abbey (un homenaje del autor a las residencias de Walter Scott y Lord Byron) y Leyendas de la conquista de España; los tres ensayos se publicaron bajo el título común de La miscelánea de Crayon. Un año después, Irving compró unos terrenos en Tarrytown (Nueva York), cerca de donde había ambientado su famoso relato La leyenda de Sleepy Hollow, y allí comenzó a construirse la que sería su morada, Sunnyside, a la postre una gran casa de campo por la que pasarían a lo largo de los años multitud de familiares y amigos del propio Irving y personalidades de la política y la cultura estadounidenses.

En esta etapa de su vida, el escritor dedicó su tiempo casi por entero a dirigir la construcción de su casa y a trabajar para costearla. Su producción literaria en estos años consistió mayormente en biografías: Astoria (1836), una obra de encargo en torno al multimillonario John Jacob Astor; Las aventuras del capitán Bonneville (1837); Vida de Oliver Goldsmith (1840), y Biografía y restos poéticos de la difunta Margaret Miller Davidson (1841). También colaboró de manera regular con artículos y relatos originales en una revista cuyo nombre constituía un homenaje a su figura y legado: Knickerbocker Magazine.

Fue asimismo en aquellos días cuando comenzó a trabajar en un proyecto que llevaba un tiempo rondándole la mente: una biografía de George Washington. No obstante, aún tardaría casi dos décadas en llevarlo a cabo, entre otros motivos porque el gobierno de su país volvió a llamarlo en 1842 para ocupar un cargo diplomático en el extranjero, esta vez como ministro plenipotenciario de los EEUU en España. Irving ya dominaba el idioma del país, había conocido este de primera mano y tenía experiencia como diplomático, de modo que se adaptó con facilidad y rapidez a su puesto de alta responsabilidad como representante del gobierno estadounidense ante la corte de Isabel II (quien era entonces menor de edad). Con todo, le tocó vivir una etapa convulsa de la historia española, y fue testigo indirecto del pronunciamiento de Narváez que acabó con la regencia del general Espartero y allanó el camino para la llegada de la Década Moderada al país. Al tiempo que todo esto ocurría, Irving sufrió una fuerte recaída en sus problemas de salud, durante la cual tuvo muchas dificultades para cumplir sus funciones como «embajador». La piel le ardía, y las piernas se le hincharon tanto que tardó una temporada en poder volver a caminar. Cuando se recuperó por completo, en 1845, Irving dimitió de su cargo con intención de volver a los EEUU, pero todavía hubo de esperar nueve meses a que llegara su relevo en la legación.

Una vez de regreso en Sunnyside, su hogar, ya no volvería a abandonarlo durante el resto de su vida. Sus días de viajes y aventuras habían quedado atrás; la edad y los achaques le pesaban ya demasiado, e Irving sólo deseaba estar tranquilo en su casa rodeado de sus familiares (tenía muchísimos sobrinos y sobrinas de sus siete hermanos mayores). Allí, Irving podía ejercer de «patriarca de las letras estadounidenses», contestando cartas de grandes figuras de la nación y de amigos y admiradores, o recibiendo sus visitas. Una nueva generación de literatos norteamericanos le escribía en busca de su consejo, opinión o recomendación, deseosos de alcanzar el mismo éxito y prestigio que él; entre ellos, figuras hoy tan ilustres como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne o Henry Wadsworth Longfellow. Al otro lado del océano, su obra había dejado también una profunda huella, y algunos escritores británicos en la cúspide de su fama, como Charles Dickens (al cual Irving había conocido en 1842), eran también adoradores confesos. Sus libros, además, se habían traducido por media Europa.

En definitiva, Irving era ya una estrella consagrada, pero ese hecho no le permitió disfrutar de una plácida jubilación a sus más de sesenta y tres años. En primer lugar, el escritor era el único sostén económico de buena parte de su familia, y además tenía una gran casa de campo que mantener: ello obligó a Irving a seguir trabajando, a fin de contar con unos ingresos más o menos regulares con los que hacer frente a sus importantes gastos. Para ayudar a cubrir sus necesidades monetarias, en 1848 llegó a un acuerdo con un editor estadounidense para publicar sus obras completas hasta la fecha en ediciones revisadas por él mismo. Todos sus libros, algunos de ellos descatalogados desde hacía años, fueron regresando de nuevo a las tiendas poco a poco, y los lectores respondieron como siempre agotando varias tiradas, felices por ver de nuevo a Diedrich Knickerbocker y a Geoffrey Crayon en las estanterías. Años después, Irving aprovecharía también sus escritos aparecidos y diseminados en las páginas de Knickerbocker Magazine para sacar una recopilación de todos ellos en un volumen que titularía Wolfert’s Roost (el primer nombre que dio a su casa, Sunnyside).

Además de por sus motivos puramente económicos, Irving se sentía también impelido a seguir trabajando porque había un par de proyectos que deseaba ver concluidos antes de que le llegara la hora. Se trataba de dos biografías: la primera de ellas del profeta Mahoma, la cual terminó y se publicó en 1849 en dos volúmenes (Mahoma y Mahoma y sus sucesores); la segunda era su monumental narración de la vida de George Washington, en la cual llevaba trabajando de manera intermitente desde antes de su segunda estancia en España. Irving dedicó casi por entero la última década de su vida (cuando se lo permitía su cada vez más delicada salud) a completar esta tarea titánica que se había impuesto a sí mismo. Los cinco volúmenes de su Vida de George Washington fueron apareciendo paulatinamente entre 1855 y 1859, cerrando así el círculo de una existencia plena y fructífera que había arrancado bajo el signo del primer gran héroe nacional de los Estados Unidos setenta años atrás. De manera unánime, la última obra de Irving fue ensalzada y acogida como un inmejorable broche de oro a una carrera fulgurante.

Washington Irving murió la noche del 28 de noviembre de 1859 de un ataque al corazón cuando se disponía a acostarse. Tenía en ese momento setenta y seis años, los cuales aún parecen pocos para hacer todo lo que hizo a lo largo de su vida. Fue abogado, hombre de negocios, editor, oficial militar, diplomático, ídolo de masas y, por encima de todo, el padre espiritual de las letras estadounidenses. Viajó de manera incansable por gran parte de Norteamérica y Europa. Fue amigo de seis presidentes de los Estados Unidos. Conversó personalmente con reyes de Inglaterra, Francia y España. Se relacionó con la flor y nata de la sociedad europea y norteamericana. Fue embajador extranjero en nuestro país y, por medio de sus obras, embajador de nuestro país en el extranjero. Influyó en generaciones enteras de escritores y artistas de todo el mundo. Cambió para siempre la cultura de su patria natal y, como una piedra lanzada al agua de un estanque, su impacto acabó percibiéndose en todos los rincones del planeta.

Para despedirse de él, más de mil admiradores abarrotaron la vieja iglesia holandesa de Tarrytown y el recinto cercano donde fue enterrado, el cual había sido bautizado «Cementerio de Sleepy Hollow» por petición expresa del escritor, después de que las autoridades hubieran decidido crear un camposanto en la zona unos años antes. Aquel lugar era especial para él. Lo había recorrido y explorado incontables veces en su juventud; lo había elegido en la madurez para construir la única casa de la que fue dueño, y quería descansar allí junto a su familia cuando muriera. Muchos años antes, le había dedicado un breve relato inspirado por viejas historias de fantasmas, por sus recuerdos de aquellas tierras y por su propia imaginación. Junto con muchas otras creaciones maravillosas, algunas de las cuales hallarás en estas páginas, La leyenda de Sleepy Hollow ayudó a forjar «la leyenda de Washington Irving»: una admiración que, tal como simboliza el libro que hoy sostienes en tus manos, no hace sino crecer día a día.

Axel Alonso Valle

[1] El nombre de Santa Claus es una corrupción anglófona del neerlandés «Sinterklaas», el cual pertenece a un personaje mítico basado igualmente en San Nicolás de Bari que trae regalos a los niños el día 6 de diciembre o su víspera en Bélgica, los Países Bajos y algunas excolonias holandesas. Para su imagen de San Nicolás, Irving se inspiró en esta figura del folclore de los antiguos colonos de Nueva Ámsterdam, añadiéndole varias características surgidas de su propia imaginación, entre ellas, probablemente, su carro volador (el cual mutaría tiempo después en un trineo tirado por renos).

[2] En el número de abril de 1851 de la revista Harper’s New Monthly.

[3] Su biógrafo Brian Jay Jones, sin embargo, sostiene que, aunque Irving coqueteó con otras mujeres e incluso les propuso matrimonio, existen indicios sólidos de que podría haber sido en realidad homosexual y mantenido relaciones de este tipo con varios amigos y conocidos a lo largo de su vida; en especial con Henry Brevoort Jr., miembro de una adinerada y prestigiosa familia de hombres de negocios neoyorquinos, con el que mantuvo una amistad particularmente íntima durante cuarenta y cinco años. No es descabellado pensar que, tal como ha ocurrido en otros casos, Irving quisiera casarse con una joven de buena familia para ocultar públicamente sus auténticas inclinaciones amorosas y garantizarse una vida acomodada, y que la trágica muerte de Matilda, aun resultando verdaderamente dolorosa para él, pues su aprecio hacia ella era genuino, le proporcionara una excusa perfecta para mantener su soltería. (Véase B. J. Jones, Washington Irving [2008], Nueva York, Arcade Publishing, 2011, pp. 55, 88 y 171, entre otras.)

CRONOLOGÍA

1783: Nace en la ciudad de Nueva York el día 3 de abril, en el seno de una familia burguesa. Sus padres William y Sarah Irving eligen bautizar al menor de sus ocho hijos con el apellido de George Washington, en homenaje al mayor héroe nacional de los recién instituidos Estados Unidos de América.

1789: Con sólo seis años, Irving es una de las decenas de miles de personas que asiste a la toma de posesión de George Washington como primer presidente de los EEUU. Semanas después, llega a conocerlo personalmente y recibe su bendición, hecho que recordará toda su vida.

1799: Tras pasar durante su infancia y adolescencia por diversas escuelas y tutores privados, y completar su educación básica de forma escasamente provechosa y meritoria, comienza a formarse en derecho con intención de dedicarse a la abogacía.

1802: Debuta como escritor publicando varias cartas satíricas en el diario Morning Chronicle, cuyo editor era Peter Irving, uno de sus hermanos.

1804-1806: A los veintiún años, emprende el que sería su primer viaje al Viejo Continente, promovido y costeado por sus hermanos para robustecer su frágil salud y complementar su educación. Pasará los siguientes dos años recorriendo Francia, Italia, Suiza, los Países Bajos y el Reino Unido; visitando ciudades como Milán, París y Londres, y socializando con la nobleza europea y con artistas de diversas nacionalidades.

1806: Meses después de su regreso a Nueva York, ingresa en la abogacía neoyorquina, actividad que será su profesión nominal durante los diez años siguientes.

1807-1808: Junto con algunos de sus hermanos y amigos, funda, escribe y publica Salmagundi, una revista satírica que conoció una gran popularidad y supuso el comienzo de su fama como escritor. La publicación tendrá veinte números a lo largo de trece meses.

1808-1809: Se enamora y corteja a la joven Matilda Hoffman, hija de su mentor profesional, quien le promete su mano si consigue establecerse como un abogado de provecho. Por desgracia, Matilda fallece meses después por culpa de una enfermedad. Irving queda desolado.

1809: Tras una astuta campaña publicitaria ideada por él mismo, publica Una historia de Nueva York bajo el pseudónimo de Diedrich Knickerbocker. El libro es un éxito de ventas inmediato, convierte a Irving en una celebridad nacional y suscita atención y elogios en Europa.

1810: A instancias de dos de sus hermanos, acepta entrar como socio en la empresa familiar de importaciones marítimas Peter & Ebenezer Irving and Co.

1811: A fin de defender los intereses de la empresa familiar, se traslada durante unos meses a Washington, D. C., donde su fama le abre las puertas de la Casa Blanca y los círculos políticos estadounidenses.

1813: Se convierte en el editor de la revista The Analectic, que publica durante dos años reimpresiones de textos de autores ingleses y también originales del propio Irving.

1814: En el transcurso de la guerra anglo-estadounidense de 1812, se une a la milicia estatal de Nueva York y colabora en las labores de defensa del país, mas sin llegar a tomar parte en ningún combate.

1815: Abandona los EEUU rumbo a Inglaterra. No volverá a su país hasta diecisiete años después.

1815-1818: En Liverpool, y con ayuda de su hermano Peter, intenta salvar de la quiebra la empresa familiar, aquejada de cuantiosas pérdidas y deudas económicas. A pesar de sus esfuerzos, se ven obligados a declararse en bancarrota en 1818.

1817: Visita a su ídolo literario Walter Scott en su residencia escocesa de Abbotsford, donde entabla con él una afectuosa amistad.

1818: Decide centrarse por completo en la escritura como actividad profesional.

1819-1820: Publica por entregas en los EEUU y más tarde en el Reino Unido El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon, cosechando un éxito de ventas y crítica sin precedentes para un escritor norteamericano. Se convierte en una estrella literaria internacional, y establece una relación profesional con el famoso editor inglés John Murray.

1822: Publica Bracebridge Hall, consolidando su prestigio como escritor a ambos lados del Atlántico.

1822-1823: Buscando recuperarse de una afección cutánea y de un caso grave de bloqueo del escritor, viaja por Alemania visitando distintas ciudades. En Dresde, conoce y (meses después) propone matrimonio a Emily Foster, una joven de dieciocho años con cuya familia había entablado amistad. Emily rechaza su proposición.

1823-1824: Se instala en París y comienza a trabajar en un nuevo libro, Cuentos de un viajero, el cual sale finalmente a la venta en el verano de 1824. Por primera vez en su carrera, Irving recibe críticas terribles.

1826: Por invitación del ministro plenipotenciario (embajador) de los EEUU en España, viaja a este país con intención de acometer un nuevo proyecto: una traducción de los diarios de Cristóbal Colón, que acabará convirtiéndose en una biografía original del navegante.

1828: Tras dos años de intenso trabajo, publica Vida y viajes de Cristóbal Colón, obra que obtiene un gran recibimiento por parte tanto de los lectores como de los críticos y los historiadores. Fue el primer libro que Irving firmó con su propio nombre en vez de con un pseudónimo. Un mes después, abandona Madrid para visitar Granada y Sevilla.

1829: Por su trabajo en Vida y viajes de Cristóbal Colón, es elegido por unanimidad miembro de la Real Academia de la Historia de España. Meses después, publica Crónica de la conquista de Granada y se instala en esta ciudad para seguir escribiendo. No obstante, en verano le ofrecen el puesto de secretario de la legación estadounidense en el Reino Unido, que él acepta. Acto seguido, se traslada a Londres. Comienza su carrera diplomática.

1830-1831: Recibe premios y honores por sus últimos trabajos de la mano de la Royal Society of Literature y de la Universidad de Oxford. Publica Viajes y descubrimientos de los compañeros de Colón.

1831: Dimite de su puesto de secretario de Legación de los EEUU en el Reino Unido y vuelve a centrarse en la escritura.

1832: Tras diecisiete años fuera de su país, regresa a Nueva York aclamado como el estadounidense más célebre de su tiempo. Casi simultáneamente, sale a la venta Cuentos de la Alhambra. En la segunda mitad del año, acompaña a una expedición a las llanuras del «Salvaje Oeste», donde toma apuntes e inspiración para su próximo libro.

1834: Llega a un acuerdo con el magnate John Jacob Astor para escribir su biografía, contando cómo amasó su fortuna.

1835: Publica por separado, con meses de diferencia, las tres partes de La miscelánea de Crayon: Un viaje por las praderas, Abbotsford y Newstead Abbey, y Leyendas de la conquista de España.

1836: Compra una propiedad rural cercana a Tarrytown (Nueva York), en la que a lo largo de los siguientes años irá construyendo y ampliando la que será su residencia definitiva, Sunnyside. A finales de octubre, publica Astoria, la biografía de John Jacob Astor.

1837: Publica Las aventuras del capitán Bonneville.

1839-1841: Durante dos años, colabora regularmente con la revista Knickerbocker Magazine, esribiendo para ella ensayos y relatos originales.

1840: Publica Vida de Oliver Goldsmith, una biografía de dicho escritor irlandés.

1841: Publica Biografía y restos poéticos de la difunta Margaret Miller Davidson, una joven poetisa fallecida en 1838. Comienza a trabajar de forma intermitente en una biografía de George Washington.

1842: Conoce en persona a Charles Dickens en Nueva York y le invita a pasar unos días en Sunnyside. Semanas después, el Senado ofrece a Irving el puesto de ministro plenipotenciario de los EEUU en España, que el escritor acepta. Llega a Madrid el 25 de julio, y días después presenta sus cartas credenciales a la reina Isabel II, todavía niña, y al regente de la nación, el general Espartero.

1843: Sufre otro agresivo ataque de la enfermedad cutánea que ya padeció en 1822. Su movilidad se ve enormemente reducida y tiene dificultades para trabajar. Mientras tanto, es testigo indirecto del pronunciamiento de Narváez, que pone fin a la regencia de Espartero y propicia el comienzo de la Década Moderada en España.

1845: Recupera completamente la salud y retoma la escritura, que tenía abandonada desde hacía años. En diciembre, dimite de su cargo diplomático.

1846: Vuelve a Sunnyside, su casona campestre al norte de la isla de Manhattan, donde vivirá ya por el resto de sus días, trabajando en sus libros y sufriendo problemas periódicos de salud.

1848: Comienzan a publicarse las obras completas de Irving en unas nuevas ediciones revisadas por él mismo. Sus libros vuelven a agotarse en las estanterías.

1849: Publica las obras biográficas Mahoma y Mahoma y sus sucesores.

1855: Publica Wolfert’s Roost, una recopilación de las historias y ensayos aparecidos años atrás en Knickerbocker Magazine y otras revistas.

1855-1859: A lo largo de cuatro años, publica los cinco volúmenes de su Vida de George Washington, una monumental biografía en la que ha estado trabajando de manera intermitente cerca de dos décadas.

1858: Los problemas de salud de Irving se agravan y lo obligan a vivir prácticamente recluido en su casa. Tras terminar su biografía de George Washington, no vuelve a coger la pluma.

1859: Washington Irving muere el día 28 de noviembre en Sunnyside de un ataque al corazón, después de haber cenado rodeado de su familia. El 1 de diciembre, más de mil admiradores acuden a despedirse de él en su capilla ardiente y ciento cincuenta carruajes lo acompañan en procesión hasta el Cementerio de Sleepy Hollow, donde será enterrado al lado de su madre.

LA LEYENDA DE SLEEPY HOLLOW Y OTROS RELATOS

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NOTA DEL EDITOR

Esta colección de historias de Washington Irving se publicó inicialmente por entregas entre los años 1819 y 1820 bajo el título de El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon. Este volumen contiene el texto completo de la edición revisada, publicada por primera vez en 1848.

Las notas a pie de página son del propio Irving, salvo donde se indique lo contrario.