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«Genial […]. Aquellos que hayan leído White Mugals y El último mogol saben a lo que se exponen: un estilo muy fluido, profunda humanidad y, sobre todo, una extraordinaria habilidad para evocar el mundo perdido de los mogoles y los afganos […]. Los retratos de los personajes son una verdadera obra de arte [] El retorno de un rey es la más rica y poderosa descripción del primer encuentro de Occidente con la sociedad afgana».

John Darwin, New York Times

«Soberbio […] los acontecimientos descritos en el El retorno de un rey todavía, incluso ciento setenta años después, siguen teniendo el poder de conmovernos y así es como debe ser. Esperemos que cualquier futuro líder de los británicos que se plantee intervenir en Afganistán, o en cualquier otra parte del mundo musulmán, lea el libro de Dalrymple».

Financial Times

«La escritura de Dalrymple es cautivadora, inteligente y de gran picardía. Sus historias se leen como si fueran novelas […]. Este libro, placentero y aterrador a un tiempo, señala con el dedo a las dos partes envueltas en el conflicto por sus engaños, sus traiciones y su crueldad […]. Magnífico»

Wall Street Journal

«Fruto de una extensísima investigación, gracias a la cual ha aportado abundante y nueva documentación, el libro cuenta la historia desde ambos puntos de vista, el de los invasores y el de los invadidos, y constituye, con diferencia, el relato más exhaustivo del conflicto escrito hasta la fecha».

Saul David, Daily Telegraph

«William Dalrymple es una maestro de la narración, que instila tal pasión, vivacidad y sensación de realidad a los personajes históricos de la Primera Guerra Anglo-Afgana (1839-42) que, al final de las casi quinientas páginas, sientes que has marchado, luchado, cenado y confabulado con todos ellos: cuando la terminé de leer, volví a empezar».

Independent

«Una obra de arte […]. Dalrymple hace una contribución esencial al incluir fuentes afganas sobre la guerra recientemente descubiertas».

Washington Post

«Donde sea que se lea este libro, cada página transportará al lector al calor del verano y a las gélidas nieves del invierno de Afganistán […]. Este es el trabajo de un historiador meticuloso, casi como si hubiera sido testigo de los hechos, una narración tan trágica y despiadada, que, para todos los políticos ahora implicados en las políticas llevadas a cabo en Afganistán, debería ser de obligada lectura».

Brian Sewell, Evening Standard Books of the Year

«Dalrymple cumple con todas las expectativas creadas: la prosa clara y fluida, la habilidad para dar forma y significado a acontecimientos históricos complejos, el empleo de nuevas fuentes regionales con el fin de dar paso a nuevas voces […]. Nos encontramos ante una historia sobria, narrada con lucidez e imparcialidad y, sobre todo, muy bien contada».

Jason Burke, Observer

«Deslumbrante […] Dalrymple es un narrador excelente, cuyo principal talento reside en el empleo de fuentes locales, a menudo desdeñadas por los cronistas del Imperio […]. Casi todas las páginas de la espléndida historia de Dalrymple vuelven como un eco a nosotros pasados unos días tras su lectura».

Max Hastings, Sunday Times

«Definitivo […]. El retorno de un rey, como las grandes tragedias clásicas, atrapa la atención del lector desde el primer momento y la mantiene hasta el final […] no es solo una crónica fascinante del desastre sufrido por un imperio en “el techo del mundo”; Dalrymple nos da una lección inolvidable sobre los peligros de las aventuras neocoloniales en cualquier parte del planeta».

Piers Brendan, Literary Review

«Una lectura obligatoria para todos aquellos que pretendan entender las complejidades del Afganistán moderno».

Sunday Express

«Pocos escritores podrían resistirse a una historia plagada de villanos, granujas, políticos, aventureros, espías, asesinos y héroes. Pero ninguno lo haría mejor que Dalrymple: apasionante, magnífica y evocadora».

Mail on Sunday

EL RETORNO DE UN REY

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El retorno de un rey

Dalrymple, William

El retorno de un rey / Dalrymple, William [traducción de Alba María Villar Gómez].

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2017. – 464 p. [32] p. de lám. ; 23,5 cm – (Historia Contemporánea) – 1.ª ed.

ISBN: 978-84-122079-5-8

94(420/581/540) ”18”

929.521 355.352

EL RETORNO DE UN REY

La aventura británica en Afganistán 1839-1842

William Dalrymple

Título original:

Return of a King. The Battle for Afghanistan.

First Published by Bloomsbury Publishing Plc.

This translation of Return of a King is published by Desperta Ferro Ediciones by arrangement with Bloomsbury Publishing Plc. All rights reserved.

Esta traducción de El retorno de un rey la publica Desperta Ferro Ediciones según acuerdo con Bloomsbury Publishing Plc. Todos los derechos reservados.

© William Dalrymple, 2013

ISBN: 978-1-4088-3159-5

© de esta edición:

El retorno de un rey. La aventura británica en Afganistán 1839-1842

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12 - 1.º derecha

28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-122079-5-8

Traducción: Alba María Villar Gómez

Corrección y revisión del texto: María López González

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández

Dibujo original de los mapas: Olivia Fraser

Coordinación editorial: Mónica Santos del Hierro
Producción del ebook: booqlab.com

Primera edición: julio 2017

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2017 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

 

 

 

A mi querido Adam.

Y a las cuatro personas que más me inculcaron

el amor por la historia:

Veronica Telfer;

el padre Edward Corbould, de la Orden de San Benito;

Lucy Warrack

y Elsie Gibbs

(North Berwick, 10 de junio de 1922-Bristol, 4 de febrero de 2012).

 

 

 

Los grandes reyes siempre han documentado los acontecimientos de sus reinados, en ocasiones escribiéndolos ellos mismos, si poseían ese talento, o, por lo general, confiando dicho cometido a historiadores y escritores, con la intención de que tales obras sobrevivieran al paso del tiempo.

Así fue como este humilde peticionario de la corte de Dios misericordioso, el sultán Shuja al-Mulk Shah Durrani, decidió registrar las batallas y los acontecimientos de su reinado para que los historiadores de Jorasán dispusieran de un relato verídico de los hechos y los lectores sensatos prestaran atención a estos ejemplos.

Shah Shuja, Waqi’at-i Shah Shuja [Crónica de Shah Shuja].

Índice

Agradecimientos

Dramatis personae

Los Sadozais y los Barakzais

1Un lugar difícil de gobernar

2Una mente atribulada

3Comienza el Gran Juego

4La boca del infierno

5El estandarte de la guerra santa

6«Fracasamos por nuestra ignorancia»

7Y reinó el caos

8El lamento de las cornetas

9La muerte de un rey

10Una guerra sin sentido

Notas del autor

Glosario

Bibliografía

En la edición de este libro hemos tenido que optar entre transliterar y transcribir ciertos términos procedentes del urdu, el persa, el hindi, etc. Para ello, hemos elegido, un criterio de transcripción (una representación aproximada mediante el alfabeto latino y la interpretación fonética usual de las letras de la pronunciación del nombre en su lengua original) que nos parece el más adecuado para mantener el respeto a las lenguas de las que proceden estos términos, además de considerar que resulta más enriquecedor para el lector.

Agradecimientos

Seguro que existen lugares en los que es más fácil realizar una investigación para escribir un libro de historia que Afganistán y Pakistán, pero pocos son los que ofrecen tantas distracciones inesperadas mientras uno se encuentra a la caza de textos, cartas y manuscritos. En este camino, he acumulado una deuda enorme con un gran número de amigos que me mantuvieron sano y salvo en el proceso de recopilar la documentación para este libro.

En Afganistán: Rory Stewart me alojó en su fuerte en Kabul, donde todos los miembros de la fundación Turquoise Mountain me cuidaron a las mil maravillas: Shoshana Coburn Clark, Thalia Kennedy y Will y Lucy Beharel. Siri Trang Khalsa me llevó a explorar Istalif y Charikar un fin de semana, y también me puso en contacto con Watan en Kandahar. Mitch Crites me acompañó y ofreció sabios consejos acerca de lo que se podía hacer y lo que no, como también hizo Paul Smith en el British Council.

No todos los días tengo la oportunidad de encontrar a un jefe de la Policía secreta que se haya leído con atención tu trabajo, y estoy agradecido a Amrullah Saleh, del NDS, que era entonces jefe se seguridad del presidente Karzai, tanto por su temible crítica de El último mogol (en su opinión Zafar era un pusilánime, digno del mayor de los desprecios, que carecía de fervor patriótico y no merecía ninguna simpatía), como, en especial, por haberme presentado a Anwar Khan Jagdalak, bajo cuya protección pude rastrear la ruta de la retirada. Anwar Khan puso en riesgo su propia vida para mostrarme su aldea natal; siempre estaré en deuda con él.

También estoy inmensamente agradecido a Najibulla Razaq, que vino conmigo a Jagdalak, Jalalabad y Herat. Siempre supuso una fuente inagotable de consejos tranquilizadores frente a los típicos imprevistos afganos a los que nos enfrentamos. Nunca olvidaré el momento en el que, en mi primer viaje, aterrizamos juntos en Herat, donde descubrimos que la antigua terminal de los años cincuenta del aeropuerto estaba cerrada, ya que el hombre que tenía la llave del edificio se había ido a la oración del mediodía. Esto sucedía después de que, en el momento de facturar, me dieran una tarjeta de embarque donde se leía «Kabul-Riad»; al asegurarles que mi destino era Herat, el empleado de la aerolínea me respondió que no importaba, «te dejarán montar en el avión de todos modos». Cuando un viejo tractor llegó y dejó nuestro equipaje al lado de la pista de aterrizaje, en ausencia de carros, Najibulla encontró rápidamente a dos niños pequeños con carretillas que transportaron nuestras bolsas a la fila de coches marcados por la metralla que formaban la flota de taxis de Herat. Najibulla fue también un excelente guía en el Museo de la Yihad de Herat, una colección de objetos abandonados por los extranjeros que cometieron la torpeza de intentar conquistar Afganistán: desde cañones británicos de la Primera Guerra Anglo-Afgana, hasta tanques, aviones y helicópteros de combate rusos; seguro que, en breve, se sumarán a la colección los Humvee americanos y los Land-Rover británicos.

Sir Sherard Cowper-Coles, el representante especial británico, me invitó a su pícnic de despedida en Panjshir, donde, al abrigo de los sauces a orillas del río, disfrutamos de un almuerzo inglés algo peculiar, bajo la llovizna, con alfombras, sándwiches de pepino y chardonnay servido en vasos de plástico. Si no fuera por su falange de guardaespaldas, siempre en alerta, con sus walkie-talkies chisporroteantes y los fusiles de asalto cargados, así como por los restos de vehículos de transporte de tropas soviéticos y de los helicópteros de combate derribados, podríamos haber estado perfectamente en los Cotswolds. Allí, Sherard me informó sobre la situación política y hablamos de los paralelismos con la Primera Guerra Anglo-Afgana. También me asesoró en materia de seguridad y me proporcionó un minúsculo aparato de rastreo, por satélite de alta tecnología, por si me secuestraban de camino a Gandamak: al pulsar el botón del pánico, este enviaría mi ubicación y me permitiría grabar unos segundos de audio, en los que se suponía que debía identificar a mis posibles captores. Lo llevé conmigo, y me alegré de poder devolverlo sin haber tenido que utilizarlo.

El general de brigada Simon Levey me ofreció un mapa satelital de la ruta de la retirada muy útil. Jayant Prasad y Gautam Mukhopadhaya, de la Embajada india, fueron muy hospitalarios. Saad Mohseni y Thomas Ruttig me proporcionaron consejos útiles y contactos por todo Afganistán. Debo también mucho a otros amigos que hice en Kabul, incluidos Jon Lee Anderson, Jon Boone, Hayat Ullah Habibi, Eckart Schiewek y Summer Coish.

El doctor Ashraf Ghani, historiador erudito y exministro de Hacienda, me brindó una ayuda inestimable con las fuentes persas y afganas, mientras que Jawan Shir Rasikh me llevó al bazar de libros de Kabul en Jowy Sheer, donde encontramos la mayoría de ellas. Andy Miller, de la Unesco, me ayudó a obtener acceso al Bala Hisar y me mantuvo alejado de los campos de minas soviéticos mientras lo explorábamos. Sayed Makdoum Rahin y el doctor Omar Sultan me llevaron a los archivos de Kabul, y Ghulam Sakhi Munir me ayudó una vez en su interior. El fabuloso Philip Marquis, de la misión arqueológica francesa (DAFA), me facilitó el acceso a su fantástica biblioteca, así como a su buen humor galo, al camembert y al mejor burdeos de Afganistán.

Jolyon Leslie compartió conmigo sus amplios conocimientos y su experiencia; gracias a él pude entrar en la tumba de Timur y en la ciudadela de Herat, ambas maravillosamente restauradas por el aga khan, que movilizó a un número de trabajadores ingente, aún mayor que los que aparecen en las epopeyas bíblicas, para retirar enormes cantidades de tierra y poder así sacar a la luz la fabulosa decoración de azulejos timúridas, que había permanecido escondida durante siglos. Durante la restauración, Jolyon tuvo que deshacerse de los vestigios de la artillería y de los emplazamientos antiaéreos que habían quedado desde la ocupación soviética, así como de una bomba trampa que habían dejado en la ciudad de Herat como regalo de despedida: una cadena de proyectiles conectados con la vieja batería de un tanque en lo alto de una torre de planta hexagonal del siglo XII; de este modo, los bastiones construidos por primera vez para defender Herat de las hordas mogolas seguían siendo utilizados para defender a los rusos de los muyahidines, hace poco más de dos décadas.

La afectuosa e intrépida Nancy Hatch Dupree me acompañó por los acantonamientos de Kabul y la colina de Bibi Mahru, y me ayudó de mil maneras. A sus ochenta y cuatro años, continúa viajando entre sus residencias de Kabul y Peshawar, en ocasiones conduce ella misma a través del paso Jáiber y otras en los vuelos de la Cruz Roja: «Yo soy su única pasajera regular», me dijo hace no mucho, cuando me la encontré en el aeropuerto de Kabul. Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi primer viaje de investigación a Kabul fue una cena con Nancy en el Gandamak Lodge. A mitad del primer plato, resonaron ráfagas de armas automáticas justo afuera. Todos los curtidos periodistas se olvidaron de la comida y se zambulleron bajo las mesas; solo Nancy permaneció indiferente, a la vez que anunciaba desde su asiento: «Creo que voy a terminarme las patatas fritas».

En Kandahar, Hazrat Nur Karzai se hizo cargo de mí, y mis guías fueron Alex Strick von Linschoten (por teléfono) y Habib Zahori (en persona); Mark Acton, William Jeaves y Dave Brow, de Watam Risk Management, me protegieron y acogieron con gran generosidad en su villa Watan: ¿quién iba a pensar que una casa llena de exguardias escoceses, y en unas condiciones tan tensas, podría uno mantenerse a salvo de la bebida durante semanas? Pero les estoy muy agradecido: Kandahar no es un lugar para visitar sin algo de ayuda.

En Pakistán: mientras hablaba con el maravilloso Ahmed Rashid y rebuscaba en su magnífica biblioteca, me di cuenta, para mi sorpresa, de lo similares que son la situación actual y la de 1839-1842. Mohsin y Zahra Hamid me acogieron cuando estaba investigando en Lahore y me ofrecieron entretenimiento por las tardes y una delicioso khana (comida) punyabí. Estoy especialmente agradecido con el padre de Mohsin por haberme cedido su estudio para instalar mi cama plegable. Durante mi estancia allí, Fakir Aijazuddin, Ali Sethi, Sohaib Husain Sherzai y el señor Abbas, de los archivos del Punyab, me aconsejaron con mucha amabilidad, además de facilitarme el acceso a documentos y a nuevas fuentes en farsi y en urdu. Farrukh Husain me ayudó a encontrar la haveli Mubarak y me habló sobre la tykhana a través de la cual su antepasado había ayudado a Shah Shuja a escapar de su arresto domiciliario.

En la India: mi vecino Jean-Marie Lafont me instruyó en la historia sij y en el papel de los generales franceses del Fauch-e Khas; Michael Axworthy me ilustró acerca de los kayares; y James Astill compartió conmigo sus valiosos contactos afganos. El ilustre profesor B. N. Goswamy encontró algunas imágenes muy interesantes en Chandigarh e hizo todo lo posible para enviarme los archivos en jpg y para ayudarme a conseguir los permisos. Reza Hosseini tuvo la enorme generosidad de hablarme sobre su importante hallazgo de una copia manuscrita en persa del Muharaba Kabul wa Qandahar [Guerra en Kabul y Kandahar], que encontró en los Archivos Nacionales y, además, me dio una copia de la edición publicada en Kanpur en 1851. Fazal Rahman y Sachin Mulji descubrieron algunos materiales sorprendentes en los Archivos Nacionales. Payam Yazdanjoo me ayudó a traducir el texto del Jangnama [Historia de la guerra]. Lucy Davison, de Banyan, logró organizar la logística para realizar un viaje de investigación siguiendo la ruta del desastroso intento de Shah Shuja, en 1816, de invadir Cachemira a través de los pasos montañosos de la cordillera de Pir Panjal.

En el Reino Unido: David Loyn, James Ferguson, Phil Goodwin y mi primo Anthony Fitzherbert me dieron consejos sobre cómo recorrer el moderno Afganistán. Charles Allen, John Keay, Ben Macintyre, Bill Woodburn y Saul David fueron de gran ayuda al compartir conmigo sus conocimientos sobre la historia de Afganistán y ponerme sobre la pista de nuevas fuentes. Farrukh Husain, de la librería Silk Road Books, me envió paquetes y paquetes de informes victorianos sobre la guerra; también me ayudó a sacar a la luz y a transcribir materiales sin publicar que él mismo encontró en los archivos de la Royal Geographical Society y del National Army Museum. Peter y Kath Hopkirk –cuyo célebre trabajo sobre el Gran Juego me introdujo, al igual que a muchos de mi generación, a la Primera Guerra Anglo-Afgana– me ayudaron con la figura de Alexander Burnes; también lo hizo su nuevo biógrafo, Craig Murray, cuyo próximo trabajo parece prometer una importante revaluación de este fascinante personaje. Sarah Wallington y Maryam Philpott encontraron fuentes muy valiosas en la British Library; además, Pip Dodd, en el National Army Museum, Sue Stronge, en el Victoria and Albert Museum, y John Falconer, en la British Library, hicieron todo lo posible para permitirme el acceso a sus colecciones de arte. Tengo un muy grato recuerdo de una tarde en los almacenes del British Museum, en compañía de Elizabeth Errington, revisando las cajas en las que se encontraban, minuciosamente catalogados, los hallazgos más significativos de Charles Masson.

En Moscú, el doctor Alexander Morrison y Olga Berard consiguieron localizarme los informes de inteligencia de Ivan Vitkevitch. Numerosos especialistas me ayudaron cuando me tocó lidiar con las fuentes persas y urdus: Bruce Wannell se alojó en una tienda de campaña en mi jardín en Delhi, durante varias semanas, para trabajar conmigo en el Waqi’at-i-Shah Shuja [Crónica de Shah Shuja], el Muharaba Kabul wa Qandahar y el Naway Ma’arek [El canto de las batallas]. Aliyah Naqvi aparcó momentáneamente su tesis sobre la corte de Akbar para ayudarme con otro Akbar y con el Akbarama de Maulana Hamid Kashmiri. Tommy Wide trabajó en el Jangnama [Historia de la guerra] y el ’Ayn al-Waqayi [Guerra en Afganistán: hechos y fechas], y me ayudó a comprobar la identidad de los ocupantes de las sepulturas sadozais del interior y de los alrededores de la tumba de Timur. Danish Husain y su madre, la profesora Syeda Bilqis Fatema Husaini, trabajaron juntos en el Tarikh-i-Sultani [Crónica de los Sultanes] y en las Cartas de Aminullah Khan Logari. Estoy especialmente agradecido a Robert McChesney por haberme enviado generosamente su traducción del Siraj al-Tawarikh [Historias de luz].

Numerosos amigos tuvieron la gentileza de leer partes del libro y aportar críticas constructivas, entre ellos: Chris Bayly, Ayesha Jalal, Ben Hopkins, Robert Nichols, Alexander Morrison, Ashraf Ghani, Anthony Fitzherbert, Chiki Sarkar y Nandini Mehta –el brillante equipo de Penguin India–, Akash Kapur, Fleur Xavier, David Garner, Monisha Rajesh, James Caron, Jawan Shir Rasikh, Maya Jasanoff, Jono Walters, Sam Miller, Jolyon Leslie, Gianni Dubbini, Sylvie Dominique, Pip Dodd, Tommy Wide, Nile Green, Christine Noelle, Michael Semple, Benedict Leigh y Shah Mahmoud Hanifi. Jonathan Lee pasó semanas realizando minuciosas anotaciones y comentarios en un borrador temprano de este manuscrito, y me ayudó a comprender mucho mejor la compleja dinámica del levantamiento, que, inicialmente, no supe explicar. Algunos de los días más interesantes y útiles para la preparación de este libro trascurrieron durante la visita que le hice en Nueva Zelanda, cuando caminábamos a lo largo de tormentosas playas invernales al norte de Auckland mientras me explicaba la complejidad de la historia tribal afgana.

He tenido la suerte de tener como agente al extraordinario David Godwin y a mis brillantes editores en Bloomsbury: Michael Fishwick, Alexandra Pringle, Nigel Newton, Richard Charkin, Phillip Beresford, Katie Bond, Laura Brooke, Trâm-Anh Doan, David Mann, Paul Nash, Amanda Shipp, Anna Simpson, Alexa von Hirschberg, Xa Shaw Stewart y Diya Hazra, que se aventuraron en este proyecto con enorme energía y entusiasmo; gracias también a Peter James, Catherine Best, Martin Bryant y Christopher Phipps; en Knopf, a Sonny Mehta, Diana Coglianese y Erinn B. Hartman; a Vera Michalski en Buchet Chastel y, en Italia, al inigualable Roberto Calasso, en Adelphi. Estoy también muy agradecido con Richard Foreman por todo lo que ha hecho por mis libros, ya desde El último mogol.

Un escritor depende más que nada del amor y de la comprensión de su familia. Olive, Ibby, Sam y Adam han sido unos verdaderos ángeles mientras su marido y padre, cada vez más obsesionado, vagaba por el Hindu Kush y solo volvía a casa para sentarse a aporrear con estrépito las teclas del ordenador portátil, en el rincón al fondo del jardín, alejado mentalmente de la vida familiar y con la cabeza puesta en los problemas y traumas del Afganistán de 1840: os pido disculpas y os doy las gracias.

Este libro está dedicado al más joven de nuestros hijos, que sigue viviendo en Delhi, mi querido Adam.

Dramatis personae

LOS AFGANOS

Los Sadozais

Ahmad Shah Abdali (1722-1772): nacido en Multán, Ahmad Shah llegó al poder al servicio del señor persa de la guerra Nadir Shah. Cuando este murió, Ahmad Shah se apoderó del cofre que contenía las joyas mogolas del sha, entre ellas el diamante Koh-i-Nur, y las utilizó para financiar las conquistas de Kandahar, Kabul y Lahore; posteriormente, lanzó una serie de ofensivas fructíferas en la India. Tras atribuirse el título de durrani («perla de perlas»), levantó un imperio después de la caída de otros tres imperios asiáticos: los uzbecos en el norte, los mogoles en el sur y los safávidas de Persia al oeste. En el momento de máxima expansión, su imperio se extendía desde Nishapur –en el moderno Irán– hasta Cachemira, a través de Afganistán, Punyab y Sind, y hasta las mismas puertas de Delhi, la capital de los mogoles. Ahmad Shah Abdali murió por un tumor en la nariz que terminó por afectarle al cerebro.

Timur Shah (r. 1772-1793): hijo de Ahmad Shah Abdali y padre de Shah Mahmoud, Shah Zaman y Shah Shuja. Timur mantuvo con éxito el corazón afgano del Imperio durrani que había heredado de su padre, pero perdió los extremos de la India y Persia. Fue él quien trasladó la capital de Kandahar a Kabul para evitar las tierras turbulentas de los pastunes. A su muerte, su legado fue disputado de manera violenta por su veinticuatro hijos, que llevaron al Imperio durrani a una guerra civil.

Shah Zaman (r. 1793-1800, † 1844): Shah Zaman sucedió a su padre, Timur Shah, en 1793, e intentó, con poco éxito, salvar del colapso al Imperio durrani fundado por su abuelo. Tras el intento fallido de invasión del Indostán en 1796, en el invierno de 1800 perdió el control de sus dominios y fue capturado y cegado por sus dos principales enemigos, el clan barakzai y su hermanastro Shah Mahmoud. Shah Shuja lo liberó cuando este ascendió al trono en 1803, y vivió en Kabul hasta que se vio obligado a huir a la India tras la derrota de Nimla en 1809. Regresó a Afganistán en 1841 para unirse, brevemente, a Shuja durante el levantamiento en Kabul. Al año siguiente, tras el asesinato de su hermano, abandonó Afganistán por última vez, y regresó al exilio en Ludhiana, donde murió en 1844. Fue enterrado en el santuario sufí de Sirhind.

Shah Shuja (1786-1842): Shuja adquirió relevancia después de que su hermano mayor, Shah Zaman, fuera capturado y cegado por sus enemigos en 1800. Tras evitar el arresto, vagó por las montañas hasta que tomó el poder en Kabul durante los conflictos religiosos de 1803. Su gobierno duró hasta que fue derrotado por los barakzais y por su hermanastro, Shah Mahmoud, en la batalla de Nimla en 1809. Durante varios años erró por el norte de la India como un fugitivo, despojado de su riqueza, y, en 1813, también de su posesión más preciada, el Koh-i-Nur. En 1816 aceptó la oferta de asilo en Ludhiana realizada por el Compañía Británica de las Indias Orientales. Tras tres intentos fallidos, consiguió recuperar el trono en 1839; no obstante, esta vez, como títere de la Compañía, que perseguía con dicha instauración cumplir con sus propios intereses estratégicos en Kabul. Cuando trató de ejercer su soberanía de manera independiente, los británicos lo marginaron y humillaron. En noviembre de 1841, con el estallido del levantamiento en Kabul, Shuja rechazó la oferta de asumir el liderazgo de la insurrección y, al contrario que los acantonamientos de los británicos, consiguió mantener su posición en el Bala Hisar. En febrero de 1842, después de que el ejército británico de Kabul lo hubiera abandonado para marchar hacia su propia destrucción, parecía que Shuja iba a conseguir mantenerse en el trono tras manipular a las diferentes facciones rebeldes; sin embargo, fue asesinado por su propio ahijado el 5 de abril. Con su muerte, terminó el gobierno de los sadozais y los barakzais tomaron el poder.

Shah Mahmoud (r. 1800-1803, 1809-1818; † 1829): Shah Mahmoud consiguió tomar el control de Kabul en 1800, tras cegar y capturar a su hermanastro Shah Zaman. Reinó hasta el año 1803, cuando fue derrocado por otro de sus hermanastros, Shah Shuja. Este decidió encarcelar a Mahmoud, pero no cegarlo, como era costumbre. Cuando huyó del Bala Hisar, en 1808, Mahmoud se alió con los rivales barakzais de sus hermanos y lideró una rebelión exitosa, por la cual derrotó a Shuja en la batalla de Nimla de 1809. Reinó sobre lo que quedaba del Imperio durrani hasta 1808, cuando, tras cegar, torturar y asesinar al poderoso visir barakzai Fatteh Khan, fue expulsado de Kabul por los hermanos indignados de este. Shah Mahmoud residió en Herat hasta su muerte en 1829. Le sucedió su hijo, el príncipe Kamran Shah Sadozai de Herat (r. 1829-1842) ,quien reinó hasta ser derrocado y estrangulado por su influyente visir Yar Mohammad Alikozai (r. 1842-1851) en 1842.

Príncipe Timur, príncipe Fatteh Jang, príncipe Shahpur y príncipe Safdarjang: todos son hijos de Shah Shuja, los tres primeros con su esposa Wa’fa Begum. Ninguno de ellos heredó la ambición de su padre o el ingenio de su madre, y el príncipe Timur era conocido por su falta de carisma. El príncipe Fatteh Jang es recordado, sobre todo, por las violaciones homosexuales que perpetró entre miembros de su propia guarnición en Kandahar. Este reinó en Kabul durante cinco meses tras la muerte de Shuja y abdicó en octubre de 1842, al enterarse de que los ingleses no se quedarían para mantenerlo en el poder. Entregó el trono a su hermano pequeño, el príncipe Shahpur, que permanecería en el poder durante menos de un mes, antes de ser depuesto por sus propios nobles bajo la petición de Wazir Akbar Khan. Tampoco el príncipe Safdarjang, de oscura belleza e hijo de una bailarina de Ludhiana, fue más hábil que los otros. Los cuatro príncipes murieron en el exilio en Ludhiana, sin haber podido conservar el trono tras de la salida de los británicos.

Los Barazkais

Haji Jamal Khan († 1771): fue topchibashi, o comandante de artillería, de Ahmad Shah Abdali. Rival de Ahmad Shah Abdali tras la muerte de Nadir Shah, aceptó el ascenso al trono de Abdali cuando este recibió la aprobación del ulema, y le dio su apoyo a cambio de un alto cargo en el ejército.

Payindah Khan (r. 1774-1799): hijo de Haji Jamal Khan, Payindah Khan fue el noble más influyente del durbar de Timur Khan, y su apoyo permitió el ascenso al trono de Shah Zaman. Sin embargo, los dos se enemistaron tras las tentativas de Shah Zaman de limitar el poder de la nobleza hereditaria; en 1799, cuando Payindah Khan intentó llevar a cabo un golpe de estado para derrocar a Shah Zaman, el sha lo mandó ejecutar. Lejos de disminuir el poder de los barakzais, la ejecución desembocó, en última instancia, en la caída de Shah Zaman y el ascenso de los veintiún hijos de Payindah Khan, en especial del primogénito, Wazir Fatteh Khan, y de su hermano pequeño y aliado, Dost Mohammad Khan. El asesinato de Payindah Khan marcó el inicio de una contienda familiar entre los barakzais y los sadozais que ensombrecerá la región durante medio siglo.

Wazir Fatteh Khan (1778-1818): Fatteh, el primogénito de Payindah Khan, consiguió huir a Irán tras la ejecución de su padre. En los años siguientes, se vengó de los sadozais, primero al conseguir que Shah Zaman fuera derrocado y cegado por su hermanastro Shah Mahmoud y, posteriormente, con la derrota a Shah Shuja en la batalla de Nimla de 1809. Disfrutó de un enorme poder como visir de Shah Mahmoud hasta su participación en la violación del harén de los sadozais en Herat, en 1817; como consecuencia, en 1818 le arrancaron la cabellera y fue cegado, torturado y ejecutado por Shah Mahmoud. Este brutal asesinato reavivó la contienda entre los barakzais y los sadozais, que dividirá la región hasta la expulsión de Afganistán del último de los sadozais en 1842.

Dost Mohammad Khan (1792-1863): Dost Mohammad Khan fue el decimoctavo hijo de Payindah Khan y de una mujer qizilbash de estatus inferior. En un inicio, su ascenso al poder fue de la mano de su hermano mayor Wazir Fatteh Khan y, tras la muerte de este, su crueldad, capacidad y astucia fueron determinantes. Entre 1818 y su ascenso al trono, en 1826, Dost Mohammad Khan consolidó de manera progresiva su poder y, en 1835, declaró la yihad contra los sijs y se proclamó emir de manera oficial. Alexander Burnes le admiraba profundamente, como muestran los comunicados oficiales en los que alaba su sentido de la justicia y su popularidad. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Burnes, Calcuta continuó considerándolo enemigo de los intereses británicos. Cuando en 1838 Dost Mohammad Khan recibió al enviado ruso Ivan Vitkevitch, lord Auckland decidió reemplazarlo por Shah Shuja, su principal enemigo sadozai. Tras la toma de Kabul por parte de los ingleses, estuvo dieciocho meses huyendo hasta que se entregó a sir William Macnaghten el 4 de noviembre de 1840; fue condenado al exilio en la India. Puesto en libertad tras el asesinado de Shah Shuja y la consiguiente retirada de los ingleses de Afganistán, en 1842, le permitieron volver a Kabul. En los veintiún años de reinado que siguieron, logró extender sus dominios hasta lo que son las fronteras actuales del país. Murió en 1863, poco después de haber conquistado Herat.

Nawab Jabar Khan (1782-1854): anglófilo convencido, el séptimo de los hijos de Payindah Khan fue un fiel aliado de su hermano pequeño, Dost Mohammad Khan. A pesar de su interés manifiesto por las costumbres occidentales y del afecto personal que profesaba hacia muchos de los oficiales británicos, permaneció leal a Dost Mohammad Khan y fue decisivo en la resistencia contra los ingleses tras su invasión de 1839.

Wa’fa Begum († 1838): hija de Payindah Khan y hermanastra de Fatteh Khan y Dost Mohammad Khan, Wa’fa se casó con Shah Shuja a principios de su primer reinado, poco después de 1803, cuando Shuja intentaba templar la contienda entre barakzais y sadozais. Elogiada por los ingleses debido a su «frialdad e intrepidez», en 1813 consiguió que su marido fuera liberado de su encarcelamiento en Cachemira al ofrecer el Koh-i-Nur a Ranjit Singh; según algunas fuentes, también ayudó a Shuja a escapar en 1815, esta segunda vez, de Lahore. En su llegada a Ludhiana consiguió persuadir a los británicos para que le proporcionaran asilo, con lo que garantizaba así la base de poder desde la cual los sadozais reconquistarían el trono. Murió en 1838, y algunos atribuyen el fracaso de las políticas de Shuja a la ausencia de sus sabios consejos.

Wazir Mohammad Akbar Khan (1816-1847): Akbar, el cuarto y más capaz de los hijos de Dost Mohammad Khan, y nacido de su mujer popalzai, fue un personaje complejo y sofisticado. Era el jefe de la resistencia que despertaba mayor fascinación en Kabul; incluso el Akbarnama [Libro de Akbar] incluye una descripción detallada de los placeres de su lecho conyugal. Destacó por primera vez en la batalla de Jamrud de 1837, cuando ayudó a derrotar al general sij Hari Singh; algunas fuentes indican que fue él personalmente quien decapitó al líder sij. Después de que su padre se entregara a los ingleses en 1840 y él mismo fuera liberado de la prisión de Bujará en la que estaba prisionero, permaneció en el Hindu Kush con el objetivo de liderar la resistencia frente a los ingleses. Su llegada a Kabul el 25 de noviembre de 1841 transformó la naturaleza del levantamiento, y será él quien dirija las negociaciones sobre la retirada de los británicos. El 23 de diciembre, durante un encuentro a orillas del río Kabul, asesinó al enviado británico sir William Macnaghten. Posteriormente, dirigió el asedio a Jalalabad y estuvo al mando de las fuerzas afganas que, el 13 de septiembre de 1842, intentaron evitar la reconquista de Kabul emprendida por Pollock. Tras la retirada de los ingleses, volvió a tomar la capital y se convirtió en la figura con mayor poder hasta la vuelta de su padre, Dost Mohammad Khan, en abril de 1843. Murió cuatro años más tarde, según algunos, envenenado por el propio Dost Mohammad, que lo consideraba una potencial amenaza a su poder.

Nawab Mohammad Zaman Khan Barakzai: Zaman Khan era el sobrino y consejero de Dost Mohammad Khan, para el que desempeñó el cargo de gobernador de Jalalabad entre 1809 y 1834. Huyó de Kabul con Dost Mohammad en 1839, pero Mohan Lal Kashmiri facilitó su vuelta del exilio e hizo que fuera recibido en la corte de Shah Shuja en 1840. Con el comienzo de las hostilidades, parecía estar del lado de los británicos, pero pronto fue persuadido para asumir el liderazgo de la sublevación. A pesar de ser conocido como el «nómada rico» y considerado una persona zafia, fue nombrado emir a principios de noviembre. Marginado por su primo Akbar Khan cuando este llegó, a finales de noviembre de 1841, y, en febrero de 1842, se alió con Shah Shuja, para el que desempeñó el cargo de visir. Dicha alianza se rompió debido a la rivalidad con Naib Aminullah Khan Logari, y fue, precisamente, el favoritismo de Shuja hacia el hijo de Logari, Nasrullah, frente al hijo de Zaman Khan, Shuja ud-Daula Barakzai, la razón por la cual este último asesinó al sha, su padrino.

Otros líderes de la resistencia

Naib Aminullah Khan Logari: Aminullah Khan era un pathan yusufzai de orígenes más o menos humildes –su padre había sido asistente del gobernador de Cachemira en tiempos de Timur Shah– que había hecho carrera gracias a su inteligencia y a su lealtad a los sadozais. En 1839, era un hombre anciano pero aún influyente y controlaba cuantiosos recursos económicos y grandes extensiones de tierras estratégicamente importantes, además de poseer su propia milicia privada.A pesar de ser un convencido partidario prosadozai, se opuso firmemente a la presencia de los infieles ingleses en sus tierras; cuando fue insultado por un oficial subalterno británico, el capitán Trevor, y perdió sus tierras por negarse a pagar más impuestos a la Corona, se convirtió en el centro principal de la resistencia junto con Abdullah Khan Achakzai. Después de la matanza de los británicos en Khord Kabul, se reincorporó al servicio de Shah Shuja y solo se unió a los barakzais tras la muerte de este. En 1843, con el regreso de Dost Mohammad, fue encarcelado «por incitar a personas pacíficas a participar en actos deshonestos» y murió en las mazmorras del Bala Hisar.

Abdullah Khan Achakzai († 1841): Abdullah Khan era un joven guerrero y aristócrata de una de las familias más poderosas y distinguidas de la región. Su abuelo había sido rival del abuelo de Dost Mohammad en los primeros días del Imperio durrani, y los achakzais nunca habían mostrado mucho entusiasmo por los barakzais. Sin embargo, al igual que su amigo Naib Aminullah Khan Logari, Abdullah Khan se opuso firmemente a la presencia de las tropas británicas en Afganistán y, después de que su amante fuera seducida por Alexander Burnes y él mismo fuera objeto de burla cuando trató de recuperarla, se convirtió en uno de los dos principales líderes de la resistencia. Fue nombrado comandante en jefe de las fuerzas rebeldes al estallar las hostilidades, en noviembre de 1841, y fue la cabeza pensante en lo militar y el principal responsable de la derrota británica hasta su muerte, en la batalla en lo alto del Bibi Mahru del 23 de noviembre. Con posterioridad, un asesino reivindicó haberlo disparado por la espalda para obtener la recompensa ofrecida por Mohan Lal Kashmiri a los que asesinaran a los líderes rebeldes.

Mohammad Shah Khan Ghilzai: Mohammad Shah era el poderoso jefe de los babrak khel ghilzais de Laghman y el suegro de Wazir Akbar Khan. En 1839, con el regreso de Shah Shuja, se unió a la corte y fue condecorado con el cargo honorífico de jefe de los verdugos del rey. Se sumó a la resistencia en octubre de 1841, tras la supresión de los subsidios a los ghilzais llevada a cabo por sir William Macnaghten: todos los reyes habían pagado el rahdari a los ghilzais por la salvaguarda de los caminos y la protección de los ejércitos y comerciantes que se dirigían hacia la India; sin embargo, Macnaghten informó a los jefes ghilzais de que pretendía derogar dicho acuerdo. Con el regreso de Akbar Khan en 1841, fue Mohammad Shah Ghilzai quien supervisó la masacre de los británicos durante su retirada. Al igual que los otros líderes de la revuelta, se vio marginado con el regreso de Dost Mohammad Khan en 1843, y murió exiliado entre los kafirs del Nuristán.

Mir Masjidi († 1841) y Mir Haji: estos hermanos eran dos poderosos y respetados jeques hereditarios naksbandíes del Kohistán. Mir Haji fue también el imán hereditario de la mezquita Pul-e-Jishti, la mezquita del viernes, el líder de los ulemas de Kabul y el pirzada principal del gran santuario sufí Ashiqan wa Arifan de Kabul. En 1839, tras la promesa de importantes compensaciones por parte de Wade, ambos hermanos dirigieron a sus tribus tayikas contra Dost Mohammad, por lo que tuvieron un papel crucial en la ascensión de Shah Shuja; sin embargo, un año más tarde, al no haber recibido nada del dinero prometido, se levantaron contra Shuja y sus partidarios británicos. Tras haber manifestado su protesta, Mir Masjidi estaba a punto de rendirse cuando, inesperadamente, los británicos atacaron su fortaleza y masacraron a su familia; entonces, sus tierras fueron repartidas entre sus enemigos. Como consecuencia, ambos hermanos se convirtieron en enemigos implacables de los británicos y lideraron a los tayikos del Kohistán contra el régimen anglosadozai, primero desde el valle del Nijrab y luego en Charikar y Kabul. Mir Masjidi fue asesinado en las alturas de Bibi Mahru el 23 de noviembre, pero Mir Haji sobrevivió y continuó instigando al pueblo de Kabul contra Shah Shuja; será precisamente su llamada a la yihad contra los británicos en Jalalabad la que finalmente conseguiría que Shah Shuja saliera del Bala Hisar y lo acechara hasta su muerte el 5 de abril de 1842.

LOS BRITÁNICOS

Mountstuart Elphinstone (1779-1859): Elphinstone era un erudito escocés de las Lowlands elegido en 1809 por lord Minto para dirigir la primera Embajada británica en Afganistán. Aunque nunca salió de la fortaleza de Shah Shuja en Peshawar, publicó un libro extraordinario, y de gran influencia, sobre Afganistán, An account of the Kingdom of Caubul, que se convirtió en la principal fuente, en lengua inglesa, de conocimiento sobre la región durante varias generaciones.

General William Elphinstone (1782-1842): primo mayor de Mountstuart que, antes de ser nombrado comandante en jefe de Kabul a la edad de cincuenta y ocho años, combatió por última vez en Waterloo, al mando del del 33.º Regimiento de Infantería. Tras años de recibir solo la mitad de su salario, en 1837, a la edad de cincuenta y cinco años, volvió al servicio activo para poder hacer frente a unas deudas cada vez mayores. Para sus amigos, incluido lord Auckland, Elphinstone era un hombre de gran carisma, pero sin ningún interés o simpatía por la India o por las tropas indias que tenía que dirigir; llamaba a sus cipayos «negros». Llegó a Afganistán con los achaques de un severo ataque gota, y su afección empeoró rápidamente. El general Nott lo calificó de «incompetente», opinión que pronto se demostró acertada, dada su incapacidad para reaccionar al inicio de la insurrección y tras la cual se sumió en una profunda depresión. Fue herido durante la retirada de Kabul y, después de tres meses, murió en Tezin el 23 de abril de 1842 a causa de las heridas, la depresión y la disentería.

Sir William Hay Macnaghten (1793-1841):Macnaghten era un erudito, lingüista y antiguo juez en un tribunal del Úlster, que fue ascendido para dirigir la burocracia de la Compañía: «nuestro lord Palmerston», tal y como Emily Eden lo definió, era «un hombre seco y sensato, que lleva unas enormes gafas azules». Fue ampliamente respetado por su inteligencia, pero a muchos les disgustaba su pomposidad; otros ponían en duda la capacidad de este «hombre de escritorio» para desempeñar su nuevo trabajo como consejero jefe del gobernador general. Fue Macnaghten quien convenció a lord Auckland de que Dost Mohammad constituía un enemigo para los intereses británicos y, en colaboración con Claude Wade, presionó para conseguir el cambio de régimen en Kabul que ayudó a Shah Shuja a recuperar el trono. Tras diseñar el plan de la invasión, Macnaghten pidió que lo enviaran a Kabul para implementarlo; sin embargo, su administración no fue tan bien como esperaba y pronto se encontró enviando comunicados ilusorios en su optimismo a lord Auckland, donde le informaba acerca de la «perfecta calma» de la situación en Afganistán, a pesar de los informes alarmantes que sus oficiales le enviaban desde todos los rincones del país. No supo gestionar de manera efectiva la actuación de sus generales, durante la rebelión de noviembre de 1841, y fue asesinado por Akbar Khan durante las negociaciones a las puertas del acantonamiento británico, el 23 de diciembre de 1841.

Comandante Claude Wade (1794-1861): Wade era un estudiante de persa nacido en Bengala que, durante su periodo como agente británico en Ludhiana, pasó de estar a cargo de las relaciones con la corte sij de Ranjit Singh a controlar una red de inteligencia que se extendía por el Himalaya y Asia Central. De esta manera, Wade se convirtió en el primer jefe de espías del Gran Juego. Wade fue el primero que sugirió utilizar a Shah Shuja para lograr un cambio de régimen en Afganistán, e impulsó la política de restauración de los sadozais en el trono, en parte, debido a una cierta rivalidad con Alexander Burnes, que defendía una alianza con Dost Mohammad. Durante la invasión de 1839, tendría que haber dirigido una fuerza mixta de tropas de la Compañía y de musulmanes punyabíes de Ranjit Singh hasta el Jáiber, pero no logró reunir más que a un puñado de punyabíes. No obstante, atravesó el paso Jáiber el 23 de julio. A la muerte de Ranjit Singh, entró en conflicto con el Kalsa y los sijs pidieron a Auckland que lo sustituyera. Terminó su carrera ocupando un puesto de menor relevancia, el de residente británico en Indore, antes de retirarse a la isla de Wight en 1844.

Sir Alexander Burnes (1805-1841): Burnes era un joven escocés de las Highlands, enérgico y lleno de recursos, cuya habilidad para las lenguas le valió un rápido ascenso. Dirigió dos expediciones de exploración en Afganistán y Asia Central en 1830-1832 y 1836-1838, ambas supuestamente comerciales, pero en realidad con intenciones políticas, con el objetivo de reunir detalladas informaciones estratégicas para la Compañía. En la segunda expedición, el descubrimiento de una delegación rival rusa que también buscaba el apoyo de Dost Mohammad llevó a Burnes a instar a Calcuta a firmar un tratado de amistad; su consejo, sin embargo, fue ignorado, y lord Auckland decidió sustituir a Dost Mohammad por el más maleable Shah Shuja. Burnes se opuso firmemente a esta línea de actuación, pero accedió a apoyarla cuando se le ofreció el título de baronet y ser el segundo del enviado británico sir William Macnaghten. En Kabul, sus múltiples habilidades fueron desaprovechadas, ya que Macnaghten tomó el control exclusivo de la administración. Burnes se dedicó entonces a perseguir a las mujeres de Afganistán, y se convirtió así en el odiado personaje que sigue siendo hoy en Afganistán. Según las fuentes afganas, fue precisamente este comportamiento el que desencadenó el último estallido funesto en Kabul y su truculenta muerte el 2 de noviembre.

Charles Masson (1800-1853): después de fingir su propia muerte y abandonar su regimiento durante el asedio de Bharatpur en 1826, Masson cruzó el Indo y exploró Afganistán a pie. Se convirtió en el primer occidental en dedicarse a la arqueología de Afganistán, localizó los restos de la gran ciudad bactriana de Bagram y excavó algunas estupas budistas. De alguna manera, Claude Wade descubrió la verdadera identidad de Masson como desertor; al poco tiempo, lo chantajeó y obligó a convertirse en informante, con lo que se aseguraba así la obtención de informes regulares y precisos sobre Afganistán. Masson ayudó a Burnes durante sus negociaciones con Dost Mohammad de 1837-1838; sin embargo, a diferencia que Burnes, no desempeñó ningún papel en la invasión y posterior ocupación, a pesar de conocer Afganistán mejor que cualquier otro inglés. Finalmente, regresó a Inglaterra, donde murió sumido en la pobreza, cerca de Potters Bar, de «una afección desconocida del cerebro» en 1853.

General de brigada John Shelton del 44.º de Infantería († 1844): Shelton era un hombre malhumorado y grosero que había perdido el brazo derecho en la Guerra de Independencia española. Era conocido por imponer una disciplina férrea y por ser «un tirano con su regimiento». Al poco de llegar a Kabul, ya era detestado en los acantonamientos británicos, donde se enemistó con rapidez con el gentil y caballeroso general Elphinstone. «Su conducta fue insubordinada desde el día en que llegó», escribió el general más adelante. «Nunca me ofreció información ni consejo, pero siempre se quejaba de todo lo que se hacía». Al inicio del levantamiento, en noviembre de 1841, este par de comandantes desavenidos no consiguieron ponerse de acuerdo sobre la estrategia a seguir; finalmente, Shelton consiguió que se aceptara su propuesta y el ejército de Kabul salió del acantonamiento el 6 de enero de 1842 para ser aniquilado en los nevados pasos montañosos. Shelton fue tomado como rehén y, más tarde, juzgado por un tribunal militar del que salió absuelto. En 1844, cuando falleció en Dublín a causa de una caída de un caballo, sus hombres acudieron al funeral y lanzaron vítores al aire en tres ocasiones para celebrar su muerte.

Colin Mackenzie (1806-1881):