JULIO CORTÁZAR

 

 

 

MIGUEL DALMAU

 

© Foto de cubierta: Sara Facio

Diseño de la cubierta: Edhasa basada en un diseño original de Jordi Sabat

Primera edición impresa: octubre de 2015

Primera edición en e-book: septiembre de 2016

© Miguel Dalmau, 2015

© de la presente edición: Edhasa, 2015

Avda. Diagonal, 519-521

08029 Barcelona

Tel. 93 494 97 20

España

E-mail: info@edhasa.es

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita descargarse o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 1970 / 93 272 0447).

ISBN: 978-84-350-4641-1

Producido en España

«Lo tomó de un brazo, atrayéndolo con toda su fuerza.

“No me deje ir así –suplicó–. No puedo seguir huyendo siempre, sin saber”».

Instrucciones para JOHN HOWELL

BIBLIOGRAFÍA

OBRAS DE JULIO CORTÁZAR (por orden cronológico)

Presencia, publicada con el pseudónimo de Julio Denis, El Bibliófilo, Buenos Aires, 1938. Poemas.

Los Reyes, Gulab y Aldabahor, Buenos Aires, 1949. Poema dramá­tico.

Bestiario, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1951. Relatos.

Final del juego, Los Presentes, México,1956. 2.ª edición aumentada: Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1964. Relatos.

Las armas secretas, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1959. Relatos.

Los premios, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1960. Novela.

Historias de cronopios y de famas, Ediciones Minotauro, Buenos Aires, 1962. Historias breves.

Rayuela, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1963. Novela.

Todos los fuegos el fuego, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966. Relatos.

La vuelta al día en ochenta mundos, Siglo XXI Editores, México, 1967.

Buenos Aires, Buenos Aires, textos sobre fotos de Alicia D’Amico y Sara Facio, Editorial Sudamericana, Buenos Aires,1968.

62. Modelo para armar, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968. Novela.

Último round, diagramación de Julio Silva, Siglo XXI Editores, México,1969. Miscelánea.

Viaje alrededor de una mesa, Cuadernos de Rayuela, Buenos Aires, 1970. Miscelánea.

Literatura en la revolución y revolución en la literatura. Diálogo con M. Vargas Llosa y O. Collazos, Siglo XXI Editores, México, 1970.

Pameos y meopas, Editorial Ocnos, Barcelona, 1971. Poemas.

Prosa del observatorio, imágenes de Antonio Gálvez, Lumen, Barcelona, 1972. Poema.

Libro de Manuel, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1973. Novela.

La casilla de los Morelli, Tusquets Editores, Barcelona, 1973. Selección de textos.

Octaedro, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1974. Relatos.

Fantomas contra los vampiros multinacionales, Ediciones de Excelsior, México, 1975. Cómic.

Silvalandia, Textos sobre pinturas de Julio Silva, Editorial Cultural G.D.A., México, 1975.

Humanario, con fotos de Alicia D´Amico y Sara Facio, La Azotea, Buenos Aires, 1976.

Alguien que anda por ahí, Alfaguara, Madrid, 1977. Relatos.

Territorios, diseño de Julio Silva, Siglo XXI Editores, México, 1978. Miscelánea.

Un tal Lucas, Alfaguara, Madrid, 1979. Historias breves.

Queremos tanto a Glenda, Alfaguara, Madrid, 1980. Relatos.

Monsieur Lautrec, ilustraciones de Hermenegildo Sábat, Ameris, Madrid, 1980.

París: ritmos de una ciudad, fotos de Alécio de Andrade, Edhasa, Barcelona, 1981. Relatos.

Deshoras, Alfaguara, Madrid, 1982. Relatos

Los autonautas de la cosmopista, en colaboración con Carol Dunlop, ilustraciones de Stéphane Hébert, Muchnik Editores, Barcelona, 1983.

Nicaragua, tan violentamente dulce, Muchnik Editores, Barcelona, 1984. Artículos.

El Bestiario de Aloys Zötl, texto con ilustraciones de Aloys Zötl, Franco María Ricci, Milán,1983.

Alto el Perú, textos sobre fotografías de Manja Offerhaus, Editorial Nueva Imagen, México, 1984.

Argentina: años de alambradas culturales, Muchnik Editores, Barcelona, 1984.

Salvo el crepúsculo, Alfaguara, Madrid, 1984. Poemas.

Nada a Pehuajó y Adiós, Robinson, Ediciones del Katún, México, 1984. Teatro.

El examen, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1986. Novela.

Divertimento, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1988. Novela.

Cartas a una pelirroja, Ed. Orígenes, Madrid, 1990. Correspondencia con Evelyn Picon Garfield.

Dos juegos de palabras. Nada a Pehuajó. Adiós Robinson, Crítica, Zaragoza, 1991.

Cuentos completos, Alfagura, Madrid, 1994.

Obra crítica, Alfaguara, Madrid, 1994, 3 vols.

Diario de Andrés Fava, Alfaguara, Madrid, 1995. Novela.

Adiós, Robinson y otras piezas breves, Alfaguara, Madrid, 1995. Teatro.

Imagen de John Keats, Alfaguara, Madrid, 1996. Estudio.

Cuaderno de Zihuatanejo. El Libro, los sueños. Alfaguara, Madrid, 1997.

Cartas (1937-1983), edición de Aurora Bernárdez, Alfaguara, Buenos Aires, 2000, 3 vols.

Cuentos (Obras Completas I), Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2003.

Teatro.Novelas 1(Obras Completas II), Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

Novelas 2 (Obras Completas III), Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

Poesía y Poética (Obras Completas IV), Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2005.

Discurso del oso. Ilustraciones de Emilio Urberuaga, Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2008. Relatos.

Papeles inesperados, Alfaguara, Madrid, 2009. Miscelánea.

Cartas a los Jonquières, Alfaguara, Madrid, 2010.

Cartas (1937-1984), Alfaguara, Buenos Aires, 2012, 5 volúmenes.

Clases de literatura. Berkeley, 1980, Alfaguara, Madrid, 2013.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

ALAZRAKI, Jaime, Hacia Cortázar: aproximaciones a su obra, Anthropos Editorial, Barcelona, 1994.

ARONNE AMESTOY, Lida, Cortázar: la novela mandala, Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1972.

ASTARITA, Gaspar, Cortázar en Chivilcoy, Grafer, Chivilcoy, 1997.

BIOY CASARES, Adolfo, Descanso de caminantes, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2001.

CELORIO, Gonzalo, «Julio Cortázar», en Ensayo de contraconquista, Tusquets Editores, México, 2001.

CÓCARO, Nicolás, El joven Cortázar, Ediciones del Saber, Buenos Aires, 1993.

CONTE, Rafael, Pretérito imperfecto, El Crítico, Madrid, 1992.

COUSTÉ, Alberto, Julio Cortázar, Editorial Océano, Barcelona, 2001.

CRUZ, Juan, Egos revueltos, Tusquets Editores, Barcelona, 2010.

DESCOTTE, Herminia, «Mi hijo Julio Cortázar», Revista Atlántida, Buenos Aires, 1970.

DESCHAMPS, Jorge, Julio Cortázar en Banfield, Editorial Orientación Gráfica, Buenos Aires, 2004.

DONOSO, José, Historia personal del «boom», Alfaguara, Madrid, 1999.

DONOSO, Pilar, Correr el tupido velo, Alfaguara, Madrid, 2010.

EDWARDS, Jorge, Persona non grata, Tusquets Editores, Barcelona, 1991.

FERNÁNDEZ CICCO, Emilio, El secreto de Cortázar, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1999.

FERRO, Roberto, Escritura y vida en los textos de Julio Cortázar, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2007.

FUENTES, Carlos, «Cortázar: la caja de Pandora», en La nueva novela latinoamericana, Cuadernos de Joaquín Moritz, México, 1969.

GOLOBOFF, Mario, Julio Cortázar. La biografía, Ediciones Continente, Buenos Aires,1998.

GONZÁLEZ BERMEJO, Ernesto, Conversaciones con Cortázar, Edhasa, Barcelona, 1978.

GOYTISOLO, Juan, En los reinos de taifa, Seix Barral, Barcelona, 1986.

HARSS, Luis, «Julio Cortázar, o la cachetada metafísica» en Los nuestros, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966.

HERRÁEZ, Miguel, Julio Cortázar: el otro lado de las cosas, Editorial Ronsel, Barcelona, 2003.

––, Julio Cortázar, una biografía revisada, Editorial Alrevés, Barcelona, 2011.

––, Dos ciudades en Julio Cortázar, Editorial Alrevés, Barcelona, 2013.

MAQUEIRA, Enzo, Cortázar, de cronopios y compromisos, Editorial Longseller, Buenos Aires, 2005.

MARCHAMALO, Jesús, Cortázar y los libros. Un paseo por la biblioteca del autor de «Rayuela», Fórcola Ediciones, Madrid, 2001.

MARTIN, Gerald, Gabriel García Márquez. Una vida, Editorial Debate, Barcelona, 2009.

MONTES-BRADLEY, Eduardo, Cortázar sin barba, Editorial Debate, Barcelona, 2005.

MONRÓS-STOJAKOVIC, Silvia, Julio Cortázar-Carol Dunlop. Correspondencia, Ediciones Alpha Decay, Barcelona, 2009.

MUCHNIK, Mario, Lo peor no son los autores, Del Taller de Mario Muchnik, Madrid, 1999.

PAZ, Octavio, Al paso, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1992.

PERI ROSSI, Cristina, Julio Cortázar, Ediciones Omega, Barcelona, 2001.

PEYRATS LASUÉN, Pilar, Jazzuela. El jazz en «Rayuela», la novela de Julio Cortázar, Satélite K, Barcelona, 2011.

PICÓN GARFIELD, Evelyn, «Cortázar por Cortázar», Universidad Veracruzana, México, 1981.

PREGO, Omar, La fascinación de las palabras, Muchnik Editores, Barcelona, 1985.

ROY, Joaquín, Julio Cortázar ante su sociedad, Editorial Península, Barcelona, 1974.

SETTI, Ricardo, Sobre la vida y la política: diálogo con Vargas Llosa, Intermundo, Madrid, 1989.

SIMÓ, Ana María et al., «Cinco miradas sobre Cortázar», Tiempo Contemporáneo, col. Números, Buenos Aires, 1968.

SOLA, Graciela de, Julio Cortázar y el hombre nuevo, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968.

SORIANO, Osvaldo, Piratas, fantasmas y dinosaurios, Norma Editorial Buenos Aires, 1996.

SOSNOWSKI, Saúl, Julio Cortázar, una búsqueda mítica, Ediciones Noé, Buenos Aires, 1973.

VÁZQUEZ, María Esther, Borges, sus días y su tiempo, Ediciones B, Buenos Aires, 1999.

YURKIEVICH, Saúl, Julio Cortázar: mundos y modos, Edhasa, Barcelona, 2004.

ZAMPAGLIONE, Héctor, El París de «Rayuela»: Homenaje a Cortázar, Lunwerg Editores, Barcelona 1997.

AGRADECIMIENTOS

Como todos mis libros, esta biografía le debe mucho a un grupo de personas singulares. Pero como a cierta altura de la vida las deudas tienden al infinito, renuncio a establecer una lista minuciosa de todos mis benefactores. Prefiero recordar a aquellos que en su día me acercaron a Cortázar, avivando mi interés por una figura que ya me había hechizado con su obra: el doctor Miguel Dalmau, mi padre, enormísimo cronopio; los editores Carlos Barral y Mario Muchnik, y algunos autores de mi generación como Pedro Zarraluki. También le debo mucho a Antonio Gálvez, que me descubrió el París de Rayuela a mediados de los años setenta: una ciudad que ya no existe, pero que aún llevamos en el alma. En mi adolescencia Cortázar inspiró charlas eternas con diversos compañeros de aventuras. No puedo olvidarme de Javier Coll, Francisco Grau, Teresa Vilardell o los beach boys de San Salvador. Como cualquier pibe de la época, yo también busqué a la Maga, pero sólo la encontré, platónicamente, en Lali Badosa. Las otras magas se desvanecieron.

En la fase de escritura he tenido el apoyo inestimable de José Manuel Barquero, Alberto del Cid, Miguel Conde, Octavio Cortés, Agustín Fernández Mallo, Jordi Forteza, Joaquín Górriz, Felipe Hernández, Eduardo Jordá, Miquel Juliá, José Luís Martínez, los hermanos Oliver Moragues, Román Piña, Mariona Rafols, Jorge Salazar, Andoni Sarriegui y Pepe Vidal Valicourt. Otro tanto vale para mis «piantadas» porteñas, Andrea Beltramo y Macky Chuca. Este libro no sería posible sin mi amiga Silvia Lluis y las encantadoras de Circe, que lo soñaron, pero la realidad necesaria llegó con Daniel Fernández y Penélope Acero. También estuvieron cerca Cecilia Conde, dama entre las damas, y Jorge Herralde, editor entre editores. ¿Y qué decir de Perico de Montaner y Mayda de Quiroga? Adorables. Siguiendo el sabio ejemplo del poeta E. E Cummings, debería añadir un pequeño apartado de «no thanks» en honor de aquellos bastardos que han hecho lo imposible para que no apareciera esta obra. Pero como todos sabemos quiénes son, prefiero ser desagradecido.

Una vez más estoy en deuda eterna con mi familia y con mi guardia pretoriana. Sin duda merecían un césar más sabio, justo y sereno, pero la perfección no es de este mundo y no llegará precisamente de mi mano...Eva Acosta, Pere Bardagí, Gracia Barrera, Eduardo Laguillo, familia Pallarés Picado, Pere Pineda, Fermí Puig y Amador Vega. Por último no puedo olvidar que el libro se gestó a bordo de una goleta turca, en el Egeo oriental, gracias a las virtudes marineras de mi viejo amigo Pepe Gil Vernet. Por culpa del virus Cortázar también debo dar las gracias a «Max», mi osito de peluche, que me guía con mano segura en las horas de tiniebla.

M.D

JULIO CORTÁZAR

DEL LADO DE ACÁ

«Desde muy pequeño, mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas.»

 

MENTIRAS PIADOSAS

Toda la información que Julio Cortázar tuvo sobre sus orígenes le llegó a través de la memoria femenina, pero asombrosamente la dio por buena y renunció desde niño a indagar en el pasado. La fe en las mujeres de su familia era tan grande que terminó por contagiarla al mundo, hasta que al final se ha erigido una leyenda embellecida y falsa que repiten mansamente los biógrafos. Por fortuna, disponemos hoy de una versión mucho más cercana a la verdad de los hechos. Este avance se debe al cineasta argentino Eduardo Montes-Bradley, quien tuvo el valor de cuestionar el dogma y encender las luces del plató. En sus trabajos sobre Cortázar se dedica a desmontar algunos mitos que nacieron de la fantasía materna y que el autor de Rayuela, confiado, se encargó de divulgar reforzando su carisma. El primero de esos mitos hace referencia a la figura del padre, que en palabras de la madre era secretario técnico del Ministerio de Obras Públicas argentino. A partir de éste y otros datos su hijo amplió la información hasta dejarla así: «Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia; a mi padre lo incorporaron a una misión comercial cerca de la legación argentina en Bélgica, y como acababa de casarse se llevó a mi madre a Bruselas.»

Desde el principio las palabras «embajada», «legación» y «diplomático» aparecen unidas a Julio José Cortázar Arias. Pero en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina no se ha encontrado ningún documento que le vincule a la diplomacia de su país. Tampoco hay nada en el Ministerio de Obras Públicas ni en la Embajada argentina en Bélgica. Es cierto que el padre contaba con amigos en el partido del Gobierno y quizá alguno de ellos le ofreció una misión temporal en la tierra del rey Alberto I. Pero si fue así, no debió de tener relieve ni continuidad. Por tanto no podemos hablar de un padre diplomático, como se llegó a decir, sino de un caballero de misterioso oficio –quizá un técnico en economía– que en cierto momento pudo estar colaborando con la Embajada. Lo único verificable es que el padre había llegado a Bélgica con su esposa y su suegra en agosto de 1913. Una vez allí se instalaron en Ixelles, un municipio situado al sur de Bruselas. En aquel tiempo Ixelles era un lugar encantador, con parques frondosos y estanques serenos; tenía áreas residenciales con edificios de mucho empaque y también algún barrio de aire bohemio que recordaba a los más pintorescos de París. Retrospectivamente, el hecho de que el padre de Cortázar se estableciera en aquel lugar podría encerrar algún significado: en él habían circulado personajes tan dispares como Marx, Puccini o Verlaine; pero lo más probable es que Julio José Cortázar lo eligiese por su cercanía a la Embajada o a alguna pequeña colonia argentina instalada en el quartier.

Desde el verano de 1913 hasta la llegada del protagonista de nuestro libro transcurrirá todo un año. El plazo es lo suficientemente amplio como para rechazar de plano la idea del nacimiento «accidental» de Cortázar. Cualquiera que haya leído su obra recuerda la frase «Nació accidentalmente en Bruselas» que encabeza el apartado de su biografía. Pero no fue exactamente así. Los nacimientos accidentales que tanto abundan en las vidas de los héroes son fruto de circunstancias extraordinarias, y en este caso nada era tan ordinario como lo que finalmente sucedió, que una joven pareja argentina que residía en Bélgica concibiera y tuviera su primer hijo en Bélgica. Así pues, nada de accidentes, por favor. Borrémoslo ya de las solapas de los libros, de wikipedia, y de los estudios biográficos: será mejor para todos. También sería oportuno revisar la idea de que Cortázar nació en la Embajada de su país. ¿En la Embajada? ¿Dónde? ¿En el despacho del embajador? ¿En el jardín? ¿O en las oficinas? Actualmente hay una placa conmemorativa en el 116 de la avenue Louis Lepoutre donde podemos leer: Ici est né Julio Cortázar, etc, etc. Pero hay algo que no cuadra. ¿Qué hubo en ese inmueble tan pequeño y tan burgués? ¿Su casa o la Embajada? Si nació en la Embajada, entonces ese edificio anónimo no merece la placa, y si allí estaba la Embajada, cosa improbable dadas las modestas dimensiones del inmueble, no podemos escribir que la familia viviera allí. Nadie vive en las embajadas si no pertenece al cuerpo diplomático. Aurora Bernárdez, la primera esposa del escritor, sostiene que en sus visitas a Bruselas su marido se detenía ante la fachada y contemplaba las ventanas del segundo piso. Pero él mismo contaba que había nacido en una clínica o un hospital. ¿Entonces? Desde el principio las brumas envuelven a Cortázar.

Sin embargo, sí hubo algo extraordinario en esta historia, algo que no figuraba en los planes de nadie: el magnicidio de Sarajevo que dio pie al estallido de la Primera Guerra Mundial. A los pocos meses el continente europeo ardía en llamas y las tropas del káiser Guillermo II –en concreto las del veterano y agresivo general Von Kluck– se acercaron amenazadoras a la frontera belga. En las semanas previas al nacimiento de Julio la población se dispuso para una defensa heroica, mientras los más temerosos preparaban su éxodo fuera del país. Todo este clima de guerra debió de resultar angustiante para aquella familia que había acudido a Europa a cumplir un sueño que acaso no podía llevar a cabo en Argentina. Al final el primogénito de los Cortázar nació el 26 de agosto de 1914, a las tres y cuarto de la tarde. Según él: «Mi madre contaba que fue terrible estar metida en una clínica (esperándome), al tiempo que oía las explosiones de los obuses alemanes cayendo en las cercanías.» Pocos días después será bautizado con el nombre de Julio Florencio, pero la familia le llamará cariñosamente «Cocó».

Aunque Cortázar no dominaba la astrología nunca tuvo reparos en reconocer que era virgo, y por consiguiente asténico y con tendencias intelectuales. Si hubiera profundizado un poco en su carta astral habría descubierto que su ascendente era sagitario, un dato tan importante como el propio signo y que explica muchas cosas de su vida. Demasiadas.

¿A QUIÉN LE IMPORTA LA ABUELITA DE CORTÁZAR?

He aquí la clase de pregunta que se plantean algunos lectores impacientes que desean ir al grano. Es comprensible. Lo asombroso es que la hiciera Aurora Bernárdez cuando se le interrogó por el pasado familiar de su marido. Como es lógico, a nosotros nos importan mucho las abuelas de Cortázar, en especial la madre de su madre, ya que fue un personaje clave en su vida. Asimismo la pregunta de Aurora sirve de aliciente para que nos acerquemos a un lugar donde ella no desea que busquemos demasiado. Sigamos, pues. La abuela en cuestión se llamaba Victoria Gabel y había nacido en 1873. En algún texto se dice que pertenecía al clan de los Gabel de Avellaneda; en otros se alude a ella como «una judía de Hamburgo, que influyó en muchos aspectos de su personalidad». La distancia entre Hamburgo y Avellaneda es lo suficiente grande como para que renunciemos a afinar la puntería. Pero dice mucho de los flujos migratorios del siglo XIX y de la dificultad de enmarcar a veces el origen de las personas. Probablemente la abuela Victoria perteneció a una familia de emigrantes alemanes afincada en Avellaneda. No vamos a especular. Preferimos acercarnos a su pasaporte y comprobar que era una mujer de raza blanca, de cabello castaño y ojos azules, que medía un metro sesenta y ocho centímetros. Bastante alta para la época.

Las escasas fotografías nos muestran a una mujer bonita, que viste con elegancia, y que transmite discreción y a la vez fortaleza de carácter. La suma de sus virtudes no pasó desapercibida a un caballero llamado Luis Descotte Jourdan, cuya familia procedía de los Alpes Marítimos franceses. Es lástima que Cortázar no tuviera información sobre estos datos, porque le habría gustado saber que cuando adquirió una casa en Saignon a mediados de la década de 1960 estaba volviendo a sus raíces provenzales. Tampoco es probable que supiera gran cosa de su origen claramente burgués: su bisabuelo, Marius Descotte, era un prestigioso decorador que se instaló en Buenos Aires a finales del siglo XIX. De hecho, la casa madre se encontraba nada menos que en el 34 del bulevar Haussmann de París, y a buen seguro había visto reflejada en sus aparadores la sombra frágil y afilada de Proust. La sede porteña del negocio abrió las puertas en el 531 de la calle Corrientes, donde la familia tuvo también su vivienda. Por un azar que habría agradado a Julio –qué pena, Gran Cronopio, que las mujeres de tu familia te contaran otras cosas–, en la casa del bisabuelo existe una placa de bronce que recuerda que allí nació un mito de la literatura argentina: Ricardo Güiraldes. Dado que la familia de Güiraldes poseía un alto rango social, cabe suponer que la casa del bisabuelo de Cortázar les pareció acorde con su nivel cuando éste la puso en venta y decidieron comprarla.

En aquel tiempo Buenos Aires vivía un gran momento de su historia. Los vapores que comunicaban con Europa se habían modernizado mucho y transportaban a la Argentina a pasajeros de distintas clases sociales. Atraídos por el Nuevo Mundo, numerosos arquitectos e ingenieros –de preferencia franceses e ingleses– se instalaron en la capital para darle un impulso que la convirtió en una de las perlas de América. En este clima de euforia, la Compañía Nacional de Muebles del señor Descotte resultó decisiva para decorar obras como el Teatro Colón, el Palacio Legislativo y numerosas residencias de familias acomodadas. Así pues, los antepasados de Cortázar contribuyeron a hacer más bella y moderna la ciudad. Una de las secretarias de la empresa era una joven atractiva y discreta de aspecto alemán llamada Victoria Gabel. En cierto momento el hijo del propietario, Luis, inició una relación clandestina con la secretaria de su padre y la historia concluyó en embarazo. Ante lo delicado de la situación ella tuvo que desaparecer de la escena y regresó a casa de sus padres en Avellaneda. Aquel mismo año de 1894 nació su hija María Herminia. Según los indicios, Cortázar nunca supo que su madre había sido el fruto de la clásica aventura victoriana entre el hijo del jefe y la empleada o la criada de la casa. Pero fue así. Dice en favor de Luis Descotte Jourdan que reconociera a la pequeña Herminia y le otorgara su apellido. Pero no tuvo el valor de casarse con la madre.

Indudablemente el abuelo materno de Cortázar tenía algo de cazador. Dos años después repetirá la historia con Julieta Abdelmaleck, una joven francesa hija de inmigrantes argelinos, pero esta aventura sí concluye en matrimonio. Para entonces el negocio familiar ha crecido mucho y el salón de ventas se traslada a la importante avenida de Mayo. Allí Luis Des­cotte se hace cargo del negocio paterno y se convierte en el decorador más prestigioso y solicitado de la ciudad. Ahora es un respetable empresario, padre de familia con varios hijos. Pero en ningún momento ha podido olvidar a Victoria Gabel ni a su hija. De hecho, es él quien les facilita una pequeña vivienda en la calle Castelli, 49 y se hace cargo de buena parte de sus gastos. Al parecer, la esposa legítima estaba perfectamente al corriente de esa otra relación y del desvío de fondos mensuales. Lo aceptaba. Este punto es importante no sólo porque desvela un acuerdo tácito entre todos los personajes de la obra, sino porque anuncia un patrón de vida que va a repetir su nieto. Un karma o, si se prefiere, una figura de la constelación familiar. El tener que mantener a las mujeres de su sangre.

LA RAMA VASCA

Cortázar siempre estuvo orgulloso de su ascendencia vasca, que hunde las raíces en la antigua merindad de Arratia, en la provincia de Guipúzcoa. En vasco Korta-Zar significa aproximadamente «establo viejo». Así que el nombre de nuestro héroe sería «Julio Esta­blo Viejo», algo digno de un personaje de Tolkien. En cuanto a los antepasados, el abuelo paterno se llamaba Pedro Valentín Cortázar Mendiroz, y fue uno de los muchos emigrantes que lograron hacer fortuna al otro lado del mar. Al poco de llegar, fue designado como uno de los responsables de la apertura de una sucursal bancaria en Salta. Luego se dedicó a la agricultura y un poco a la ganadería. Allí inició relaciones con Carmen Arias Tejada, una joven de la buena sociedad que pertenecía a un linaje importante. Cuando mucho después su nieto escriba «Los Cortázar», un poema irónico acerca de la falta de antepasados ilustres, estará incurriendo en un error. En algunos versos habla de que no merecieron ningún nombre en las calles ni ningún homenaje en los sellos de correos. Y luego, al modo porteño, se burla del rango y del abolengo. ¿Fue verdaderamente así?

Es cierto que no tenía un abuelo comodoro, tal como asegura en el poema, pero en la rama Arias hubo varias figuras de relevancia, entre ellas un héroe de la Independencia, un alférez real, un alcalde salteño, y un comandante de la expedición al Chaco de 1750. Por la rama Arias, pues, pertenecía a la aristocracia latifundista del norte del país y llevaba la sangre de ancestros que sí habían dado nombre a algunas calles. Pero él nunca lo supo. En todo caso, el abuelo vasco se unió con una de las jóvenes Arias y se instalaron en el barrio de Belgrano en Buenos Aires. El matrimonio tuvo varios hijos, entre ellos Pedro, que se casaría con María Gabel, la hermana mayor de la abuela Victoria. En la primavera de 1910, Victoria y la joven María Herminia acudieron a Salta a pasar las vacaciones. Aquel ambiente de una familia rica del altiplano les resultó muy agradable: el elegante patio de la casa, los paseos por el campo, las canciones y guitarras bajo la luna... Todo contribuyó a encender el corazón de Herminia Descotte, quien quedó prendada de Julio José, el menor de los hermanos. Pero a diferencia de éstos, el padre del escritor era un joven tímido y sensible que amaba la lectura y no gozaba tanto de la vida social. También él había sucumbido a los encantos de aquella muchacha de ojos claros que hablaba con ligero acento francés.

Al principio, las mujeres de la familia Cortázar-Arias no dieron importancia a una relación que era un inocente juego de verano; pero cuando luego se hizo público el compromiso pusieron el grito en el cielo. Herminia les parecía demasiado moderna y liberada. Quizá tampoco les convenció que Julio José aspirara a contraer matrimonio con la hija de una madre soltera. Al llegar aquí debemos insistir en que el autor de Rayuela no tuvo noticia de la historia que usted está leyendo. Solía decir que nunca le interesó el árbol genealógico y que incluso le faltaban datos concretos. Podemos imaginar su cara de asombro si este libro hubiera podido caer en sus manos. ¿Habría dicho lo mismo?

Los padres de Julio se casaron el 11 de octubre de 1912 en Buenos Aires y fueron a vivir a la residencia familiar de la calle Bel­grano. Oficialmente eran felices, pero desde el principio el marido se reveló un tipo con mala suerte. Aquel mismo día comenzó a sufrir grandes dolores no especificados que le persiguieron durante meses, obligándole de paso a someterse a una intervención quirúrgica. Entretanto el padre de la novia, Descotte Jourdan, le ofreció la posibilidad de marchar a Bélgica para ampliar los negocios. No era mala idea. En aquel tiempo Argentina estaba atravesando un momento delicado: los sindicatos comenzaron a organizar huelgas salvajes, estalló la primera revuelta campesina en el Río de la Plata, y el horizonte europeo parecía más limpio para una familia burguesa que empezaba a vivir. Aunque ya hemos visto que el padre de Julio tenía contactos con círculos cercanos al poder, el canal abierto por su suegro parecía más cómodo y rentable. Ni siquiera tenía que molestarse en ofrecer sus servicios a ninguna embajada. Al final Julio José Cortázar, Herminia Descotte y Victoria Gabel se embarcaron para Europa.

ZÚRICH REVOLUCIONARIO

Más de dos años después la familia ya tiene un hijo y huye de la guerra con destino a Zúrich. Dado que Argentina es un país neutral y que la abuela Victoria lleva sangre alemana, no les resulta demasiado difícil obtener los salvoconductos. En relación a ellos es interesante señalar que el padre aparece como handelsagent, es decir, agente económico, o viajante de comercio. Este dato disipa las últimas dudas. En el momento en que Europa arde hasta los cimientos y los Cortázar buscan refugio en Suiza, resulta que el páter familias no esgrime su supuesta vinculación con el cuerpo diplomático. En lugar de presentar credenciales como responsable de una misión comercial para su país, se limita a rellenar la ficha de ingreso como «viajante de comercio», o «agente económico». O sea, como un empleado más. Pero ¿empleado de quién? Obviamente de su suegro, Luis Descotte Jourdan.

Ahora ya lo sabemos. En todo ese tiempo no había trabajado exclusivamente para la Embajada, aunque es probable que tuviera algún en­cargo dentro de ella. En realidad su plan no era otro que intentar abrir mercado en Bruselas para la empresa familiar. A la firma no le falta ex­periencia internacional, y la central del bulevar Haussmann es un reclamo de primer orden. Lamentablemente a Cortázar Arias le vuelve a suceder un contratiempo como el día de la boda. Cuando está a punto de lograr su objetivo, los vientos de la guerra varían su rumbo y todo se desvanece. El hombre que dos años antes iba al asalto de Bruselas, al menos en la sección de muebles, resulta que ahora vive refugiado en Suiza sin ninguna perspectiva laboral. En este clima de incertidumbre nacerá su hija Ofelia, a quien pronto llamarán «Memé» o «Memet». El nacimiento de la niña tuvo lugar el 25 de octubre de 1915 bajo el turbulento signo de Escorpio. Algunos biógrafos sostienen que Ofelia comenzó a padecer crisis de epilepsia a edad muy temprana; pero no hay pruebas de ello, y quizá sólo se trató de algún tipo de convulsiones asociadas erróneamente a la enfermedad. Sea como fuere, la llegada de una hermana supuso para Cocó el clásico trauma derivado de la desatención de la madre. Por fortuna, la abuela Victoria se hizo cargo de él convirtiéndose en el gran refugio de sus primeros años. Mucho después evocará su figura en «Sorpresa para Perrault», uno de esos textos ligeros y poco conocidos donde se oculta a menudo la verdad de Cortázar. La abuela aparecerá luego en otras páginas, siempre rodeada de luz.

Para entonces la familia vive en la pensión del señor Huber, un establecimiento respetable ubicado en el 3 de la calle Sonnenquai. Es un barrio elegante y tranquilo a orillas del río Limmat, donde se alzan algunas villas de la alta burguesía. En el período anterior a la guerra, Zúrich era una suave balsa de aceite que sólo vibraba al paso de los tranvías y de los relojes de cuco; pero a raíz del conflicto se convierte en uno de los centros de acogida de refugiados. En seguida la armonía de la ciudad queda rota y comienzan los problemas de abastecimiento: aunque aún funcionan las estufas de gas, las autoridades cantonales aconsejan apretarse el cinturón y comer carne sólo un par de veces a la semana. Los Cortázar, por tanto, respiran ese ambiente de calma tensa donde las cosas muestran el sello de la precariedad. Procuran llevar una vida metódica y sin excesos. Cualquier parecido con la existencia regalada de los millonarios exiliados en el hotel Bellevue-au-Lac se limita a coincidir con ellos en el Café Terrasse. Generalmente almuerzan cada día en la pensión del señor Huber, pasean por los quais del río o se acercan hasta el parque donde se alza un monumento a cuyos pies se tomará la primera foto de Cocó.

En el caso utópico de que Julio Cortázar hubiera tenido entonces la edad de su padre habría quedado maravillado con el ambiente de Zúrich. Las guerras son destructoras, ya lo sabemos, pero también son constructivas. Desde antiguo toda guerra anuncia una nueva era, y es tan grande su fuerza inaugural, su energía innovadora, que entre guerra y guerra la vida parece estática e inmutable. La guerra de 1914 tuvo la fuerza de matar el pasado que asociamos a la Belle Époque y abrir las puertas a lo que venía reclamando nueva vida. Más allá de las largas estelas de cruces, el conflicto creó un escenario geopolítico que nos resulta bastante reconocible: cayó el Imperio austrohúngaro e Inglaterra cedió su hegemonía a Estados Unidos; en paralelo la Revolución de 1917 acabó con la Rusia de los zares e impuso el comunismo. Los viejos imperios coloniales recibieron la primera estocada de muerte. De algún modo toda esta transformación estaba hirviendo en aquella ciudad suiza. De hecho, Lenin residía entonces allí y se aprestaba para el asalto final.

Pero también hubo otras transformaciones. La guerra arrastró a Zúrich a grupos de jóvenes inconformistas que desertaron de sus países. La mayoría pertenecían al campo del arte y no tardarían en protagonizar uno de los movimientos de vanguardia del siglo: Jean Arp, Tristan Tzara, Hugo Ball, Emma Hemmings... En la misma época en que la familia Cortázar reside en la ciudad, estos «piantados» fundan el legendario Cabaret Voltaire donde se sentarán las bases del dadaísmo. Según Jean Arp, la idea había surgido como rechazo a aquella carnicería: «A pesar de las remotas explosiones de la artillería, nosotros cantábamos, pintábamos, hacíamos escultura y escribíamos poesía. Buscábamos el arte elemental de curar al hombre del frenesí de los tiempos, así como un nuevo orden para restaurar el equilibrio entre el cielo y el infierno.» Aunque el cabaret cerró pronto sus puertas, se transformó en fuente de inspiración para una legión de espíritus rebeldes y con talento. Muy pronto Man Ray y Marcel Duchamp asumieron la etiqueta, mientras André Breton, Paul Éluard o Francis Picabia harían lo propio en París. Es preciso señalar que en 1916 el joven Borges residía con su familia en la muy civilizada ciudad de Ginebra, mientras que el pequeño Cortázar se encontraba en la revolucionaria Zúrich. Quién sabe si se cruzó en su carrito con Joyce, que también vivía en la ciudad. La pregunta se impone: ¿Percibimos las energías que circulan en el aire? ¿Nos quedan? ¿Captó Borges el peso de la tradición de Calvino, mientras Cortázar absorbía las radiaciones de vanguardia? Los caminos tan singulares de sus literaturas invitan a creerlo.

Entretanto el abuelo Luis Descotte Jourdan ya tiene noticia del nacimiento de Ofelia. Aunque ahora le resulta más difícil negociar ciertos asuntos con su esposa, que espera ya el quinto hijo, logra convencerla de que ha de viajar a Suiza para conocer a sus nietos. Los nietos de la «otra». Además siempre hay negocios que atender en París. Con este propósito se embarca a principios de año con destino a Barcelona, luego toma el tren y llega a Zúrich. Durante varias semanas permanece junto a su «primera» familia, que ahora reside en una vivienda en el 14 de la Spiegelstrasse. Juntos tratan de elaborar la mejor estrategia para estos tiempos de guerra. Aunque el proyecto belga se ha ido a pique, el patriarca está convencido de que los Cortázar-Gabel han de seguir en Europa. Algún día la guerra terminará y ellos estarán allí. Pero nunca «accidentalmente» sino por voluntad propia. En cuanto al dinero no hay problema: el abuelo dispone del suficiente para seguir haciéndose cargo de su manutención. Sólo es cuestión de paciencia, y estos niños adorables que llevan su apellido lo valen todo. Cocó y Memé.

SPANISH TITANIC

A mediados de febrero de 1916, el abuelo se despide de los suyos en la gare central de Zúrich. Pese a que la estancia europea apenas ha durado seis semanas, se marcha con la promesa de un próximo encuentro. Emocionadas, Victoria y Herminia le ven partir en un tren con destino a Barcelona. Allí, Luis Descotte Jourdan tiene previsto embarcarse en el Príncipe de Asturias con rumbo a Buenos Aires. Según las crónicas, la partida tuvo lugar el 17 de febrero. En relación a este viaje que marcará la vida de Cortázar quizá haya que refrescar algunos datos: el transatlántico a vapor Príncipe de Asturias era un buque moderno construido en Escocia que se había convertido en el orgullo de la Marina Mercante española; en aquel viaje llevaba a bordo seiscientos pasajeros y, al parecer, a numerosos emigrantes indocumentados que huían de la guerra; en sus bodegas transportaba un cargamento de cuarenta mil libras esterlinas en oro y un gigantesco grupo escultórico conocido como Monumento a la República. Dicho monumento estaba formado por varias estatuas que habían sido costeadas por la comunidad española de Buenos Aires con motivo de las celebraciones que iban a tener lugar allí para el centenario de la Independencia. Este último dato es relevante si queremos crear cierta atmósfera de misterio, porque en vísperas de la partida comenzaron a circular rumores funestos en los muelles de Barcelona. Se decía que aquellas esculturas estaban malditas, ya que los tres maestros que trabajaban en ellas habían muerto antes de terminarlas. Y se decía también que era tentar a la suerte zarpar en el Príncipe de Asturias.

Inicialmente la travesía fue bastante plácida. Durante dos semanas, el barco surcó las aguas del Atlántico sin que ninguna maldición surgiera de la bodega o amenazara desde el vientre de las olas. Pero en la madrugada del domingo 6 de marzo el capitán Lotina fue avisado de que una fuerte tormenta se anunciaba en el horizonte. Estaban ya frente a la costa de Brasil. En menos de una hora el navío quedó atrapado en un infierno de olas de ocho metros y un furioso viento huracanado del Este. De creer el relato de algunos pasajeros, el capitán y sus oficiales buscaron afanosamente el faro de Ponta do Boi; pero un error en el compás magistral les impidió advertir que se encontraban fuera de rumbo. Lo que no cuentan las crónicas es que aquella costa era muy rica en uranio, lo que alteraba los aparatos de medición hasta convertir la zona en algo así como el Triángulo de las Bermudas brasileño. Hay registrados al menos 59 naufragios. En ese momento, la visibilidad se había vuelto nula y el buque avanzaba a ciegas entre el mar embravecido. De pronto, un relámpago estalló en el horizonte como una luz que era una condena: a pocos metros de la proa se alzaban los arrecifes de la Punta de Pirabura. Aunque el capitán ordenó el retroceso a la sala de máquinas, ya era demasiado tarde. El arrecife rasgó el casco a la altura de la sala de máquinas, se produjo una fuerte explosión y el Príncipe de Asturias naufragó en cinco minutos. Cinco. Días después, uno de los supervivientes dejó este escalofriante testimonio para el diario La Razón:

La confusión fue horrible, imposible de describir en el lenguaje humano, gritos de dolor, de desesperación, se oían de proa a popa del barco. Un infierno, nadie atendía a nadie. El «sálvese quien pueda» estaba gritando instintivamente en todos nosotros. Las luces se apagaron. Intenté encender la lamparita de mi camarote, pero me fue imposible. La bombita se había hecho pedazos. Golpes formidables de tablas por todos los sitios, parecía que algunos rompían las puertas de los camarotes. Los pasillos estaban materialmente llenos de gente que empujaba y atropellaba horriblemente a los que caían. Todo esto en medio de una completa oscuridad.

Éste fue el último escenario que conoció el abuelo francés de Cortázar. En seguida la noticia del naufragio llegó a ambas orillas del Atlántico. Durante unas horas criminales las mujeres de Luis Descotte Jourdan rezaron a la espera de un milagro. La prensa hablaba de casi medio millar de víctimas, pero quedaba un pequeño grupo de supervivientes que se reponían del shock en el puerto de Santos. Sin embargo, la esperanza se desvaneció dos días más tarde cuando se publicó la lista de afortunados. Allí no estaba Luis Descotte. En paralelo, los forenses mandaron la descripción de los cuerpos antes de enterrarlos para que pudieran ser identificados a distancia por sus familiares. Julieta Abdelmaleck no necesitó ver con sus propios ojos el cadáver de su marido; le bastó con leer esta nota en La Razón publicada el 9 de marzo de 1916. Casi un siglo después produce cierto escalofrío constatar el parecido del muerto con Cortázar:

Se trata de un hombre blanco de cuarenta a cuarenta y cinco años, de rostro alargado, cabellos castaños, con entradas en la frente, barba castaña, vistiendo pantalón y saco de terciopelo verde y camisa de dormir con las iniciales L. D., calzoncillos de hilo y descalzo.

Es muy probable que su nieto tampoco supiera nada de esta historia. ¿No decía que no le interesaba el árbol genealógico? Pero siempre le tuvo miedo al mar y le encantaba el color verde, el color de los cronopios. Todavía hoy en internet aparece el nombre de Luis Descotte Jourdan como una de las víctimas importantes que perdieron la vida en aquel terrible naufragio. Sin embargo, nadie parece saber que ese caballero francés era el abuelo de alguien mucho más ilustre.

BARCELONA. LA TERNURA DEL DRAGÓN

La muerte del patriarca trastocó por completo los planes de la familia. Si apenas un mes antes acariciaban la idea de quedarse en Europa ahora se abría ante ellos un panorama sombrío e incierto. En el caso de que el negocio de muebles siguiera adelante, la viuda oficial no iba a aceptar fácilmente repartirse el pastel con la antigua amante del difunto, y menos dejarle a su yerno la franquicia de la empresa en un país europeo. Con todo, la muerte de Luis Descotte sumió a las dos mujeres en un desconcierto tan grande que a la postre se impuso la sensatez. No conocemos el contenido del testamento del abuelo, pero todo indica que al final se respetaron sus cláusulas. Sin embargo, en este punto se abren algunos interrogantes: ¿Por qué la familia aún resistió un año más en Suiza? ¿Por qué no abandonaron juntos el país? ¿Por qué Cocó cruzó la frontera con la abuela Victoria y aparece con ella en el pasaporte? ¿Por qué ambos se perdieron un tiempo en Francia antes de reunirse con el resto de la familia en España? Quizá porque Victoria Gabel necesitaba negociar con algún familiar del difunto los términos de la herencia. A lo mejor se detuvieron en los Alpes Marítimos, donde Descotte tenía una propiedad que visitaba siempre, o más probablemente en París. Sea como fuere, la familia abandona oficialmente Suiza a mediados de junio de 1917 y se establece en Barcelona. Allí se reencontrarán todos.

La ciudad que les recibe atraviesa un período dorado. Como España se ha mantenido neutral y Barcelona es su capital económica, la sociedad se ve favorecida por los intercambios comerciales con países como Francia e Inglaterra. Para reflejar mejor este ambiente de euforia recurriremos a un pasaje del autor alemán Hans Magnus Enzensberger: «Barcelona estaba de fiesta, las Ramblas eran un mar de luz por la noche. Durante el día las bañaba un sol espléndido y las poblaban pájaros y mujeres. Por aquí también fluía el torrente de oro producido por el lucro de la guerra. Las fábricas trabajaban a toda máquina. Las empresas amontonaban oro. La alegría de vivir brillaba en todos los rostros. En los escaparates, en los bancos, en los bolsillos.» Para una familia argentina de la época no era un mal destino. Al contrario. Podían vivir sin las restricciones de Zúrich y disfrutar de un escenario que en parte conocían: portuario, latino y católico. Lamentablemente apenas queda rastro de su paso por la Ciudad Condal. Pese a querer alumbrar la etapa barcelonesa, el balance es bastante descorazonador, ya que todo se mueve en un territorio especulativo y resbaladizo.Apenas queda una fotografía de Cocó y su hermana, tomada en la galería fotográfíca de los almacenes El Siglo, que fue enviada a unos remotos tíos de Buenos Aires.

Hay indicios para creer que la familia se instaló en el barrio del Putxet, en la parte alta de la ciudad. La elección de este barrio alejado del centro es un misterio, uno más en la vida de Cortázar, pero quizá tenga que ver con su atmósfera sosegada, hogareña y discretamente cosmopolita. En aquel entonces, El Putxet era una colina salpicada de calles tranquilas y villas con jardín. El mundo tenía allí otro aroma. La luz era limpia y resplandeciente, y las cosas se abrían a los ojos con su exaltada maravilla. Era grato pasear al atardecer, observando las acacias y percibiendo el perfume embriagador de los magnolios. A veces una sonata de Beethoven escapaba por alguna ventana y poblaba el aire en clave de piano. En el vecindario había presencia extranjera, formada por otros fugitivos o bien artistas atraídos por la atmósfera mediterránea. A Cortázar le habría agradado saber que tuvo de vecino a Otto Lloyd, ilustre fotógrafo, sobrino de su querido Oscar Wilde. O que al otro lado del torrente de Vallcarca, el genio Arnold Schoenberg compondría años después su legendaria ópera Moisés y Arón.

Desde el primer momento, los Cortázar-Gabel tuvieron que sentirse muy a gusto. La madre recordaba que la casa estaba situada en la Avenida República Argentina, esquina con la calle Craywinckel. Era un edificio moderno de cuatro plantas, una verja grande, jardín, portero y ascensor. En cada planta había dos departamentos amplios, de seis habitaciones. En uno de ellos comenzaron su nueva vida. El Putxet ofrecía la ventaja de que los niños podían jugar tranquilamente en las calles o acercarse a lugares que parecían encantados como el parque Güell.

Generalmente, los biógrafos no conceden excesiva importancia a la estancia barcelonesa. Hay muy poca información y se acepta como dogma que sólo fue un lugar de paso. Lugar de paso, ¿por qué? ¿Porque aún no había llegado a la Argentina? Es ridículo, otra leyenda absurda. Quizá haya que empezar explicando que Barcelona fue decisiva para Cortázar porque le descubrió cosas esenciales de la vida. Si admitimos que el caballero Don Quijote descubrió allí nada menos que el mar y la imprenta, debemos valorar que el pequeño Cocó descubrió el mar, la memoria y los traumas familiares. No es poco para un hombre y más aún para un escritor. Ni París ni Buenos Aires le dieron esto. En todo caso es un hecho que los primeros recuerdos de Julio nacieron en Barcelona. Años después hablaría de ello en una entrevista grabada precisamente en la capital catalana:

Tengo recuerdos que me atormentaban un poco cuando era niño. Me volvían imágenes inconexas que yo no podía hacer coincidir con nada conocido. Entonces se lo pregunté a mi madre. Hay momentos en los que yo veo formas extrañas y colores como mayólicas, como baldosas con colores. Y mi madre dijo que eso podía corresponder a que de niño en Barcelona íbamos casi todos los días a jugar con otros niños en el parque Güell. Así que mi inmensa admiración por Gaudí comienza a los dos años.

En la entrevista Cortázar habla de recuerdos, pero en realidad también eran sueños, tal como le confesó a la poetisa uruguaya Cristina Peri Rossi: «Es imposible, dirás, que recuerde algo de la ciudad de entonces, pero fíjate que tengo un sueño repetitivo, el de la Ciudad, una ciudad que nunca he encontrado, a pesar de mis viajes, y que busco, con la secreta esperanza de encontrarla algún día. En el sueño la Ciudad tiene unos edificios muy raros, que terminan en cúpulas redondas, o en punta, y están pintados de colores muy vivos.» Como sabemos, el mito de esa Ciudad increíble atraviesa la novela 62. Modelo para armar