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Akal / Cuestiones de Antagonismo / 93

Boaventura de Sousa Santos

La difícil democracia

Una mirada desde la periferia europea

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Portugal, España y Grecia pasan hoy por transformaciones políticas muy turbulentas. Son procesos muy diferentes, pero tienen en común el hecho de producirse en países europeos considerados periféricos en relación a un centro que tiene poder para condicionar de manera decisiva sus opciones y aspiraciones políticas y sociales. Y todo ello dentro de un contexto histórico de larga duración en el que siempre se ha producido, de diferentes maneras, la subordinación de las periferias al centro.

En el presente libro, Boaventura de Sousa Santos aborda la transición portuguesa de los años setenta, así como la situación derivada de la reciente crisis económica, ya que, como sucede en España, considera que no se puede entender esta última sin revisar las transformaciones políticas ocurridas durante la primera. Tanto Portugal como España vivieron intensos procesos de transición democrática tras décadas de dictadura fascista, con repuestas a crisis muy diferentes a las que en la actualidad preocupan a los dos países. Pero debemos preguntarnos si las diferencias entre ambos periodos no ocultan semejanzas perturbadoras, si las discontinuidades evidentes no están atravesadas por continuidades subterráneas. En el fondo, se trata de saber si los países periféricos no están condenados a transitar de transición en transición en tanto dura su condición periférica, y si esas sucesivas transiciones no son, al final, el instrumento utilizado por el centro para reproducir dicha condición.

Todo ello conduce, a partir de la participación activa del autor en los procesos mencionados, a una parte final que constituye una reflexión política de índole general y programática con la que el autor pretende interpelar a las izquierdas en el sentido de reinventarse a la luz de las condiciones del presente, dominado a escala mundial como nunca por la ortodoxia neoliberal.

Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940) es catedrático de Sociología en la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra y Distinguished Legal Scholar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin-Madison. Además, es director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y coordinador del Observatorio Permanente de la Justicia Portuguesa, en la misma universidad.

A lo largo de su carrera ha recibido diversos premios, entre ellos el Premio Gulbenkian de Ciencia 1996, el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada 2006, de la Casa de las Américas en Cuba, 2006, el Premio Adam Podgórecki, de la Asociación Internacional de Sociología, 2009, el Premio Fundación Xavier de Salas, España, 2010, el Premio México de Ciencia y Tecnología 2010 o el Premio Harry J. Kalven Jr. 2011, de la Law and Society Association.

Entre sus numerosas publicaciones cabe destacar Reinventar la Democracia. Reinventar el Estado (2005), El Milenio huérfano (2005), La reinvención del Estado y el Estado plurinacional (2007), Sociología jurídica crítica (2009), Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología del Sur (2010), Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (2014), Democracia al borde del caos. Ensayo contra la autoflagelación (2014) o La universidad en el siglo xxi (2015). En Ediciones Akal ha coordinado, junto con Maria Paula Meneses, Epistemologías del Sur (Perspectivas) (2014).

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Prefacio

Portugal, España y Grecia pasan hoy por transformaciones políticas muy turbulentas. Son procesos muy diferentes, pero tienen en común el hecho de producirse en países europeos considerados periféricos en relación a un centro que tiene poder para condicionar de manera decisiva sus opciones y aspiraciones políticas y sociales. La división de Europa entre centros y periferias es muy antigua. Para entender el proceso, es necesario retroceder unos cuantos siglos y observar la oscilación histórica entre centros y periferias en su seno. Un centro mediterráneo que no duró mucho más de siglo y medio (siglo xvi y primera mitad del siglo xvii) fue suplantado por otro que acabó durando mucho más y que tuvo un mayor impacto estructural. Este último fue un centro con raíces en la Liga Hanseática de los siglos xii y xiii, un centro orientado hacia el Atlántico norte, el mar del Norte y el Báltico, que agrupaba a las ciudades del norte de Italia, Francia, los Países Bajos y de lo que hoy es Alemania. Un centro siempre rodeado de periferias: en el norte, los países nórdicos; en el sur, la península Ibérica; en el sudeste, los Balcanes; en el este, territorios considerados feudales (el Imperio otomano y la Rusia semieuropeizada desde Pedro el Grande). Tras cinco siglos, sólo las periferias del norte tuvieron acceso al centro, el mismo centro que hoy es el centro de la Unión Europea. Estamos, pues, ante largas duraciones históricas, siempre marcadas por la subordinación de las periferias al centro, una subordinación que, a lo largo de la historia, ha asumido formas muy diferentes.

En este libro me ocupo del caso portugués y abordo el periodo más reciente. Sin embargo, como sucede con España, no se puede entender la actual crisis sin revisar las transformaciones políticas ocurridas a mediados de los años setenta del pasado siglo. Los dos países vivieron intensos procesos de transición democrática tras décadas de dictadura fascista. Fueron respuestas a crisis muy diferentes a las que en la actualidad preocupan a ambos. Pero debemos preguntarnos si las diferencias entre estos dos periodos no ocultan semejanzas perturbadoras, si las discontinuidades evidentes no están atravesadas por continuidades subterráneas. En el fondo, se trata de saber si los países periféricos no están condenados a transitar de transición en transición en tanto dura su condición periférica y si esas sucesivas transiciones no son, al fin y al cabo, el instrumento utilizado por el centro para reproducir su condición periférica.

En Portugal, la transición de mediados de la década de 1970 incluyó una ruptura revolucionaria, la Revolución del 25 de abril de 1974. La primera parte del libro está dedicada a un breve análisis de ese periodo revolucionario (capítulo 1), al Estado y la sociedad que surgieron en las dos décadas siguientes (capítulo 2) y a una reflexión sobre el socialismo realizada en el periodo inmediatamente posrevolucionario (capítulo 3). Los capítulos de esta parte fueron escritos entre 1980 y 1990. No contienen actualizaciones sustanciales, al igual que sucede con textos similares que conforman este libro. Hemos preferido mantenerlos en su versión original para que se aprecie convenientemente, desde un punto de vista historiográfico, el valor de los análisis a la luz del curso que han seguido los acontecimientos.

La segunda parte (capítulos 4 a 9) trata de la crisis más reciente. Nació de la necesidad de una intervención política en una coyuntura particularmente difícil en Portugal. La crisis estalló a mediados de 2011 con la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea (la popularmente llamada Troika) como condición para la concesión de un préstamo de 78 mil millones de euros a Portugal, un país al borde de la insolvencia, situación provocada en buena medida por la especulación que siguió a la crisis financiera en Grecia. Se discutía entonces si había alternativas a la intervención de la Troika, si las condiciones podían negociarse y sobre las consecuencias que a corto y medio plazo tendría la sujeción a la tutela extranjera para uno de los países más antiguos de Europa. No era la primera vez que el FMI intervenía en Portugal. Lo había hecho en dos ocasiones tras la Revolución del 25 de abril de 1974. Pero entonces Portugal tenía plena independencia y moneda propia. En 2011 todo era diferente: Portugal era miembro de la Unión Europea y había adoptado el euro como moneda, una moneda sobre la que no tenía control alguno. Los capítulos de esta parte fueron escritos en 2012.

La tercera y cuarta parte están constituidas por reflexiones políticas suscitadas en gran medida por mi participación activa en las dos transiciones analizadas anteriormente y también a raíz de mis investigaciones e intervenciones en otros países y continentes, especialmente en América Latina. La tercera parte la forman dos entrevistas sobre democracia, la segunda de las cuales se centra en la cuestión del populismo. La primera (capítulo 10) es una extensa entrevista que me hizo mi colega Antoni Aguiló y fue revisada por Àlex Tarradellas. Se publicó en 2010 en la Revista Internacional de Filosofía Política (35 [octubre de 2010], pp. 117-148). Agradezco a los editores de la revista el permiso para reproducirla en este libro, y doy las gracias en especial a Antoni Aguiló por la lucidez de las preguntas y por la traducción al español. La segunda entrevista (capítulo 11) fue concedida en 2016 a la revista italiana Il Ponte, y fue llevada a cabo por Gianfranco Ferraro y Francesco Biagi.

La cuarta parte tiene un contenido programático. En ella procuro interpelar a las izquierdas en el sentido de reinventarse a la luz de las condiciones del presente, dominado a escala mundial como nunca por la ortodoxia neoliberal. En el capítulo 12 la interpelación se dirige específicamente a Cuba, dado el papel central que la Revolución cubana desempeñó en el imaginario de las izquierdas en la segunda mitad del siglo pasado. Desgraciadamente, a juzgar por los acontecimientos más recientes, la Revolución cubana ha seguido un camino disonante con el propuesto en este capítulo, cuyo texto fue publicado en España en 2009 en la revista El Viejo Topo (256, pp. 28-37) con traducción de Rodolfo Alpízar. Agradezco a la revista la autorización para publicarlo en este libro. En el capítulo 13, la interpelación a la izquierda tiene un carácter más general y se hace en forma de cartas. Durante los últimos años he venido publicando en periódicos europeos y latinoamericanos varias cartas a las izquierdas. Se trata de un ajuste de cuentas conmigo mismo y con quienes han compartido conmigo las luchas por una sociedad mejor y más justa en las que me he involucrado a lo largo del tiempo. Publicadas por separado y de manera irregular, han sido objeto de mucha atención y debate. Ahora el nuevo conjunto de cartas (catorce hasta la fecha) se publica por primera vez. Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a mis colegas Antoni Aguiló y José Luis Exeni, quienes, además de llevar a cabo la traducción, me animaron a publicar las cartas en español para darlas a conocer a un público más amplio.

El libro se cierra con un post scriptum en el que reflexiono sobre las incertidumbres globales más profundas de nuestro tiempo, con objeto de invertir la actual relación entre el miedo y la esperanza, tan útil al proyecto neoliberal.

La presente obra probablemente nunca hubiese visto la luz del día en España de no haber sido por el estímulo que recibí de mi editor en Akal, Jesús Espino. De hecho, fue él quien tuvo la idea. Le debo un agradecimiento muy especial.

 

Introducción

El modo como se defina una crisis y se identifiquen los factores que la causan tiene un papel decisivo en la elección de las medidas que la superen y en la distribución de los costos sociales que estas puedan causar. La lucha por la definición de la crisis es, así, un acto político, y para aclarar su naturaleza es necesario cierto esfuerzo analítico. Ante todo, hay que hacer algunas distinciones. La primera se refiere a los horizontes temporales de definición y de solución de la crisis. Portugal vive una crisis financiera de corto plazo, una crisis económica de medio plazo y una crisis político-cultural de largo plazo. En el plano financiero, es la urgencia del financiamiento del Estado. En el plano económico, se trata de la falta de competitividad internacional de la economía portuguesa debido a la cualidad de su especialización (no es lo mismo vender zapatos que vender aviones) y al hecho de estar integrada en un bloque económico dotado de una moneda excesivamente fuerte que favorece a las economías más desarrolladas del mismo. En el plano político-cultural, se trata de un déficit histórico en la formación de las elites políticas, económicas y sociales, causado por un ciclo colonial excesivamente largo, que permitió durante demasiado tiempo encontrar soluciones fáciles para problemas difíciles y salidas ilusorias para bloqueos reales. Como los tres tiempos están imbricados, y con ellos las crisis que les corresponden, darle atención exclusiva a una de las crisis puede hacer más difícil la solución de las otras. Eso es lo que ocurre actualmente: la solución de la crisis financiera agravará la crisis económica (imposibilidad de inversión y crecimiento) y prolongará la crisis político-cultural (la facilidad que nuestras elites tuvieron en tanto elites colonizadoras se reproduce ahora en la facilidad con la que asumen la condición de elites colonizadas por la Europa desarrollada).

Las crisis también tienen diferentes horizontes espaciales o escalas para su definición y para su superación: escalas nacionales, regionales y globales. El caso portugués ilustra ejemplarmente el modo en que una crisis nacional, que aparentemente se está resolviendo a nivel regional (europeo), puede, de hecho, estar agravando una crisis regional que, por su parte, sólo será solucionable a nivel global. En la medida en que las crisis financieras se extiendan a más países europeos quedará claro que la crisis es europea y que deriva en buena parte de un sistema financiero desregulado, controlado por los intereses del capital financiero norteamericano. Sólo una regulación global, regional y nacional puede poner fin a una depredación financiera tan masiva y a una distribución de sus costos tan injusta.

Si tomamos el mundo como unidad de análisis, constatamos que las crisis están globalmente relacionadas, aunque presenten diferentes facetas e intensidades en distintos países. Las facetas son tal vez más numerosas hoy que antes –crisis financiera, económica, política, ambiental, energética, alimentaria, civilizatoria– y se presentan de modo distinto en las diversas regiones del mundo. Por ejemplo, Japón vive una grave crisis energética y ambiental, mientras en África se vive intensamente la crisis ambiental y alimentaria, y una crisis política estremece profundamente a Túnez, Egipto y Libia. Dentro de cada país las crisis son vividas de modo distinto por las diferentes clases o grupos sociales. En África, en India y en América Latina los campesinos están viviendo una nueva dimensión de la crisis causada por el nuevo interés del capitalismo global en la compra y acaparamiento de tierras. Se trata de la adquisición masiva de tierras por parte de empresas multinacionales, agentes financieros e incluso Estados extranjeros que hacen tabula rasa de los derechos ancestrales de los campesinos y los expulsan de su mundo rural. Por su parte, los pueblos indígenas de América Latina han contribuido decisivamente en las dos últimas décadas a dar visibilidad a la dimensión civilizatoria de la crisis, o sea, a la concepción de la crisis global del capitalismo, no sólo como crisis de un modo de producción sino, sobre todo, como crisis de un modo de vida, de convivencia y de relación con la naturaleza. También debemos tener presente que la eclosión o la intensificación de una cierta faceta de la crisis puede producir el ocultamiento de otras facetas. Por ejemplo, en la última década, Euro­pa fue la parte del mundo desarrollado que más atención prestó a la crisis ambiental; en el momento en que estalló la crisis financiera, nunca más se habló de crisis ambiental, y las propuestas de crecimiento económico que se hacen hoy contradicen lo que hace pocos años parecía evidente: que este tipo de crecimiento conduce a corto plazo –según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, 2015) de Naciones Unidas– a un calentamiento global irreversible. A ello se suma que, en cada país, la solución de la crisis para unos puede significar su agudización para otros. Debido a que la crisis es causada por el capital financiero, la transparencia en la distribución de los costos y de los beneficios de una solución determinada se hace particularmente evidente. Por ejemplo, el día siguiente al de la solicitud de ayuda financiera externa por parte del gobierno portugués, las cotizaciones en bolsa de los bancos portugueses subieron, y, con ellas, las expectativas de ganancias del sector bancario. Esto ocurrió en el preciso momento en que se decretó el empobrecimiento de la gran mayoría de los portugueses.

La diversidad de las experiencias de crisis y de las soluciones propuestas se combina hoy con el hecho de que estamos viviendo en un mundo mucho más transparente para sí mismo. La revolución de las tecnologías de la información y de la comunicación hace posible un nivel de interconocimiento global que permite comparar experiencias y mostrar la relatividad de las soluciones adoptadas para resolver las crisis. Así, las soluciones que se presentan como pretendidamente únicas en un país o en una región pueden ser puestas en duda por soluciones opuestas que, para crisis afines, son propuestas en otro país o región, y algunas veces igualmente presentadas como únicas. Un ejemplo: mientras en Brasil hasta hace poco los gastos en políticas sociales (educación, salud, protección social) eran considerados como una inversión que propicia el crecimiento[1], en Europa estos gastos son sentidos como un costo que impide el crecimiento y, como tal, deben ser reducidos a lo mínimo. ¿Quién está equivocado? ¿Pueden los dos estar en lo cierto? Pero, en ese caso, ¿por qué no escoger la solución que crea bienestar para las grandes mayorías en lugar de la que crea malestar?

Esta diversidad muestra que todas las soluciones tienen alternativas y que toda ausencia de alternativa es producto de una decisión política. Además, la misma relatividad de las soluciones se evidencia si, en vez de ensanchar el espacio de análisis, alargamos el tiempo del mismo. Ejemplo: a partir de la década de 1930, el Estado aumentó exponencialmente su intervención en la economía para garantizar la eficiencia y la estabilidad que los mercados por sí mismos no lograban garantizar, co­mo quedó demostrado en la Gran Depresión de 1929. Cincuenta años después, con el surgimiento del neoliberalismo, pasó a fortalecerse, con el mismo grado de evidencia, la ortodoxia opuesta de que son los mercados los que garantizan la eficiencia y la estabilidad y es el Estado el que las impide. ¿El Estado y los mercados pueden ser simultáneamente los causantes de las crisis y de sus soluciones? A fin de cuentas, ¿crisis de qué y de quién, soluciones para qué y para quién?

Estas mismas precisiones analíticas se deben hacer con respecto a las soluciones de las crisis. Las escalas y los tiempos de estas determinan las escalas y los tiempos de las soluciones, pero la determinación es compleja. Por ejemplo, la crisis ambiental, que es global y de largo plazo, es vivida a nivel local; y es a ese nivel como van surgiendo soluciones innovadoras para resolverla, aunque sepamos que acabarán por ser ineficaces si entre tanto no se toman medidas de ámbito global. Por otro lado, la crisis ambiental, una crisis de largo plazo, que apunta a transformaciones civilizatorias, hoy es vivida con un carácter de urgencia cuya solución implica medidas inmediatas, como son las que reducen las emisiones de dióxido de carbono.

Cuando eclosiona una crisis, ni el momento ni los términos de la misma son fortuitos. En las sociedades capitalistas contemporáneas, atravesadas por profundas asimetrías y contradicciones, quien causa una crisis dada tiene normalmente poder para definir sus términos y consecuentemente para identificar, como únicas posibles, las soluciones que le permitan sobrevivir a la crisis y perpetuar su poder. Fue esto lo que sucedió cuando en 2008 explotó la crisis financiera en Estados Unidos, cuyas repercusiones continuamos viviendo. Al contrario de los que vieron en la crisis el fin del neoliberalismo y de la supremacía del capital financiero sobre el capital productivo, esta ha venido a ser «resuelta» por el mismo capital financiero que la provocó, y su motor principal, Wall Street, es hoy más fuerte y arrogante que antes. La lucha política de los próximos años será una lucha por la redefinición de los términos de la crisis, y sólo en la medida en que esto ocurra será posible castigar, en vez de recompensar, a quien la provocó y encontrar soluciones que efectivamente la superen. Se trata de una lucha de contornos imprevisibles; como mucho, es posible identificar sus horizontes de posibilidades y sus condiciones. Tal lucha ocurrirá en dos niveles: en la definición de los contenidos e implicaciones sociales de las soluciones y en la definición de las dinámicas e instrumentos de intervención que serán movilizados.

En lo que respecta a los contenidos y significados políticos, las crisis pueden ser resueltas mediante correctivos eficaces que, sin poner en duda la lógica del sistema que provocó la crisis, consiguen minimizar los ritmos y los costos sociales de esta, o por vía de transformaciones profundas que pretenden cambiar la lógica del sistema y crear un nuevo paradigma de organización social y política. A partir de la obra fundamental de Marx y de las contribuciones, tan diversas entre sí, de Schumpeter (1942) y de Karl Polanyi (1944), hoy hay consenso entre economistas y sociólogos políticos de que el capitalismo necesita adversarios creíbles que actúen como correctivos de su tendencia a la irracionalidad y a la autodestrucción, la cual le adviene de la pulsión para instrumentalizar o destruir todo lo que puede interponerse en su inexorable camino hacia la acumulación infinita de riqueza, por más antisociales e injustas que sean las consecuencias. Durante el siglo xx, ese correctivo lo constituyó la amenaza del comunismo, y fue a partir de ella que en Europa se construyó la socialdemocracia (el modelo social europeo, el Estado de bienestar y el derecho laboral). Curiosamente, la corrección del capitalismo fue posible debido a la existencia, en el horizonte de posibilidades, de un paradigma alternativo de sociedad, el del comunismo y el socialismo. La amenaza creíble de que aquel pudiese venir a suplantar al capitalismo obligó a mantener algún nivel de racionalidad, sobre todo en el centro del sistema mundial. Extinguida esa amenaza, no ha sido posible hasta hoy construir otro adversario creíble a nivel global. En Europa, la socialdemocracia comenzó a desmoronarse el día en que cayó el Muro de Berlín.

En los últimos treinta años, el FMI, el Banco Mundial, las agencias de rating y la desregulación de los mercados financieros han sido las manifestaciones más agresivas de la pulsión irracional del capitalismo. Han surgido adversarios creíbles a nivel nacional (en muchos países de América Latina) y, siempre que eso ocurre, el capitalismo retrocede, recupera alguna racionalidad y reorienta su pulsión irracional hacia otros espacios. En Europa, la llamada «Tercera Vía»[2] fue un acto de rendición al neoliberalismo y una renuncia a buscar correctivos eficaces contra la pulsión destructiva del capitalismo. Esto explica en parte que los gobiernos socialistas de tres de los países en crisis en Europa (Grecia, Portugal y España) no tuvieran ninguna defensa contra los ataques del capitalismo financiero de los que fueron blanco sus economías, ni nada que proponer más allá de la lógica depredadora que les subyace. Además, el fin de la Tercera Vía es una de las consecuencias más destacadas de la actual crisis de Europa. Fracasada la tentativa de civilizar el capitalismo, vuelve a abrirse la opción de una transformación civilizatoria, que englobe por igual la crítica al socialismo y al comunismo tal como los conocemos.

En lo que respecta a las dinámicas e instrumentos de intervención, hay que distinguir entre soluciones institucionales y soluciones extrainstitucionales. Las primeras son las que tienen lugar en el ámbito del sistema político vigente y de las instituciones administrativas del Estado sin alterar su normal funcionamiento. Las segundas desafían el marco institucional existente, operan fuera de él con el objetivo de transformarlo profundamente o apenas de forzarlo a tomar medidas que de otro modo no tomaría. En este último caso, las soluciones extrainstitucionales son un híbrido entre lo institucional y lo no institucional, y tal vez fuera mejor llamarlas parainstitucionales. Mientras las soluciones institucionales operan en el interior de las instituciones y siguiendo las lógicas procedimentales que las caracterizan, las soluciones extrainstitucionales operan en el espacio público, en la calle, aun cuando su objetivo sea apenas presionar y no cambiar profundamente el marco institucional vigente. Las soluciones extrainstitucionales son socialmente más dramáticas y políticamente más turbulentas, y se recurre a ellas, en general, después de que las soluciones institucionales han fracasado. Las periferias de Europa ilustran hoy el recurso a los diferentes tipos de soluciones. Hablo de periferias en plural porque históricamente Europa tiene dos periferias, unidas por el Mediterráneo: la periferia interna, que va de Grecia a Irlanda, pasando por Italia, Portugal y España, y la periferia externa, que va de Marruecos a Egipto, pasando por Argelia, Túnez y Libia. Ambas periferias atraviesan hoy periodos de gran crisis. De maneras muy distintas, las dos tratan de resolver las crisis por vía de soluciones híbridas que mezclan lo institucional con lo extrainstitucional.

Existe una relación no trivial entre los contenidos de las soluciones y los tipos de acción política colectiva movilizada para promoverlas. Las soluciones institucionales, por ser sistémicas, tienden a privilegiar ajustes o correcciones, mientras que las soluciones extrainstitucionales, por ser (en grado variable) antisistémicas, tienden a apuntar a transformaciones más profundas. También hay que mencionar las situaciones particularmente complejas e innovadoras en las que las movilizaciones extrainstitucionales presionan y, de algún modo, revitalizan las instituciones existentes, llevándolas a tomar decisiones que de otro modo no serían posibles. Tener en mente la pluralidad de las concepciones, dimensiones y soluciones de las crisis es particularmente importante en un momento en que la tendencia dominante será que le atribuyamos a la situación que Portugal vive un carácter tan específico que la vuelva incomparable con la de otros países, y que los portugueses se resignen ante las soluciones que les sean impuestas por ser las únicas que se adecúan a su caso. Obviamente, cada país y cada contexto tienen su propia especificidad, pero en el mundo crecientemente globalizado en que vivimos no es creíble que lo que sucede intramuros se explique totalmente por dinámicas internas, ni que estas determinen exclusivamente las soluciones para las crisis. En los capítulos siguientes analizo las especificidades del caso portugués, pero lo hago contextualizando la posición de Portugal en el espacio europeo y mundial. Ese contexto nos ayuda a dilucidar los riesgos que este país corre y las oportunidades que tiene. El modo de evitar los primeros y aprovechar las segundas es la justa medida de la especificidad que debemos tener en cuenta y aun reivindicar.

 

[1] El comunicado 75 del prestigioso IPEA (Instituto de Investigación Económica Aplicada) del 3 de febrero de 2011 muestra de modo convincente que la inversión en políticas sociales ha sido una palanca para el crecimiento con distribución del ingreso.

[2] Después de subir al poder en 1997, Tony Blair apostó por una reforma, conocida como Tercera Vía, que prometía, por un lado, una actualización de la socialdemocracia y la superación de las visiones de izquierda del socialismo/comunismo agotadas tras el colapso de la URSS y el fin de la Guerra Fría y, por otro, una «humanización» del neoliberalismo de derecha, remanente de la era de Margaret Thatcher de 1979 a 1990 (que tuvo continuidad en la gestión de John Major, de 1990 a 1997). Con raíces teórico-ideológicas en el conocido sociólogo Anthony Giddens, el objetivo era conferir un carácter social al neoliberalismo, atenuando la desigualdad social que este agravara por causa de la desregulación económica y financiera, de las privatizaciones y de los recortes en la inversión social, y promoviendo nuevas articulaciones entre lo público y lo privado mercantil y no mercantil (este último, llamado tercer sector). Desvalorizaba la polaridad entre izquierda y derecha, hacía la apología del cosmopolitismo centrado en la globalización y preconizaba una mezcla universalizadora de valores y derechos, con respeto por las diferencias de cada sociedad, que, en el caso específico del Reino Unido, significaba articular las lealtades atlánticas con las de la Unión Europea.

Parte I

La transición de la Revolución del 25 de abril de 1974 a la integración europea