{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

ASUNTO PARA DOS, N.º 65 - mayo 2011

Título original: Bachelor’s Bought Bride

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-322-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

–¡Vaya! ¿Y ahora qué?

El padre de Bree Kincannon la saludó desde el otro lado del salón de baile. Bree se puso derecha al ver que él se acercaba a ella entre la multitud. Él se había levantado de la mesa nada más terminar el postre, para ver a la gente y que lo vieran.

Como de costumbre, Bree se había quedado sentada escuchando la música y esperando a que terminara la velada. Había asistido únicamente porque los fondos iban destinados a una de sus asociaciones benéficas favoritas.

Recelosa, miró a su padre y se fijó en el hombre alto que estaba detrás de él.

Oh, no. Otra presentación. Creía que él ya había decidido dejar de presentarle a cada uno de los codiciados solteros de San Francisco.

–Bree, cariño, hay alguien a quien me gustaría presentarte.

Bree había oído aquellas palabras muchas veces durante veintinueve años y normalmente nunca la llevaban más allá de una primera cita.

Aun así, se puso en pie y forzó una sonrisa.

–Gavin, ésta es mi hija Bree. Bree, éste es Gavin Spencer. Trabaja como publicista en Maddox Communications.

Gavin Spencer le tendió la mano y ella se la estrechó.

–Encantada de… –«oh, cielos», pensó al levantar la vista y sentir que se le paraba el corazón. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y tenía una boca muy sensual.

Era muy atractivo.

–¿De conocerme? –sus ojos grises se iluminaron alegremente.

–Sí, encantada de conocerlo –retiró la mano. Su padre debía de estar loco si pensaba que un hombre como aquel podía alguna vez interesarse en ella.

–Maddox ha hecho campañas realmente buenas últimamente. Los anuncios de Porto Shoes fueron muy llamativos.

–Gracias. Yo trabajé en esa campaña –sonrió él–. Tu padre me ha dicho que eres fotógrafa.

Bree miró a su padre. ¿Se lo había contado? Una mezcla de sorpresa y orgullo se apoderó de ella. Él nunca se había molestado en hablar de lo que consideraba que era un hobby para su hija.

–Sí, me gusta hacer fotos.

–Acaba de ganar un premio –intervino su padre con una sonrisa–. El Black Hat o algo así.

–Black Book –lo corrigió ella. Es un concurso de fotografía publicitaria.

–Conozco los Black Book Awards –Gavin asintió con la cabeza–. Es un buen premio.

El padre de Bree saludó a alguien al otro lado del salón, se disculpó y se alejó entre la multitud.

Dejándola sola con el hombre más atractivo de aquella habitación.

Ella tragó saliva, se alisó la parte delantera del vestido y deseó haberse puesto algo menos horrible.

–¿Qué clase de fotografías haces?

–Retratos, en su mayoría –habló con bastante tranquilidad a pesar de que le inquietaba que aquel hombre ejerciera tanto efecto sobre ella–. Intento captar la personalidad de la gente.

–Eso parece un gran reto.

–Se trata de elegir el momento adecuado –se encogió de hombros–. Creo que se me da bien.

–Eso significa que tienes el tipo de talento que hace que destaques entre los demás –comentó con una sonrisa.

–Bueno, sin duda no destaco entre esta multitud –movió el brazo indicando a los invitados más importantes de San Francisco e inmediatamente se arrepintió de sus palabras.

Por supuesto que destacaba. Por ser la persona menos interesante y elegante.

–Todas las personas que están aquí se han esforzado mucho por destacar –dijo él, y se le formaron hoyuelos en las mejillas–. La gente que no lo intenta es la más interesante. ¿Te apetece bailar?

–¿Bailar? – ¿se refería a bailar con él? Nadie le había pedido nunca bailar en un sitio así.

–¿Hay eco?

–No. Quiero decir, sí, me gustaría bailar.

Durante un instante deseó que se la tragara la tierra. Por supuesto que él no quería bailar con ella. Sólo estaba siendo educado. Sin duda, habría agradecido que ella hubiera rechazado su invitación.

Pero él estiró los brazos y la guió hasta la pista de baile, donde la banda tocaba In the Mood, un clásico de los años treinta.

Gavin se detuvo en el medio de la pista y rodeó a Bree por la cintura, lo que provocó que se estremeciera. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor cuando Gavin empezó a girar agarrado a ella. Él seguía el ritmo de la música moviéndose entre las demás parejas sin esfuerzo. Su masculino aroma era hipnótico y embriagador. Bree movía los pies al mismo ritmo que él. Su brazo apenas rozaba sus hombros debido a su altura, pero ella consiguió moverse al ritmo de los trombones y trompetas hasta que cesó la música.

Pestañeando y con la respiración entrecortada, Bree se liberó de entre los brazos de Gavin.

–Eres una bailarina estupenda –le susurró al oído.

–¿Yo? Has sido tú. Yo sólo tenía que seguirte.

–Eso ya es todo un arte. Te apuesto a que la mitad de las mujeres que hay en esta sala habrían intentado marcar el paso y me habrían hecho tropezar.

Bree se rió.

–Posiblemente sea verdad.

–Tienes una sonrisa muy bonita.

–Gracias a seis años de ortodoncia.

Él se rió.

–También tienes un buen sentido del humor –la guió hasta la barra.

Todo el mundo los miraba. Al parecer, nadie pasaba por alto la presencia del hombre más impresionante de la sala.

Y él iba firmemente agarrado a su brazo.

Bree pestañeó al ver que recibían tanta atención. Probablemente, todos se preguntaban qué diablos estaba haciendo con ella.

Como futura heredera que era, resultaba sencillo imaginarse lo que un hombre podía querer de ella. Pero aquel hombre podría casarse con cualquier mujer rica que hubiera en aquella habitación. Y había muchas aquella noche.

¿Por qué ella le resultaba especial?

Una vocecita en su cabeza le indicó que dejara de preocuparse por ello y que disfrutara de la atención que estaba recibiendo y que provocaba que su corazón latiera más deprisa que nunca.

–¿Te apetece una copa de champán? –se volvió ofreciéndole una.

–Gracias –aceptó la copa y bebió un sorbo.

Él se inclinó hacia delante, hasta casi rozarle la mejilla con su barba incipiente.

–¿Cómo puede ser que no te haya conocido antes?

–No salgo mucho. Adopté a mis dos gatos en Oakland Animal Society y por eso quería venir esta noche a la fiesta para recaudar fondos para los animales. ¿Tienes alguna mascota?

Él negó con la cabeza.

–No tengo tiempo. Trabajo muchas horas y viajo a menudo. Estoy seguro de que tus gatos son afortunados por haberte encontrado.

–Me gusta pensar lo mismo. Sobre todo desde que Ali necesita que le inyecten insulina todos los días. Es difícil encontrar dueños que quieran tener animales con problemas de salud.

–Eres una buena persona.

–O una idiota –sonrió ella–. Pero feliz. Son mis bebés.

Gavin puso una expresión extraña que sólo se reflejó en su mirada.

¿Se estaría preguntando por qué perdía el tiempo con una mujer soltera horriblemente vestida mientras otras mujeres despampanantes lo miraban de manera sugerente?

En cualquier caso, ella hubiese preferido estar en casa con sus gatos. Se ponía nerviosa al lado de Gavin. Era demasiado atractivo.

–Estoy aquí porque un cliente compró una mesa para la agencia. Sé que son por una buena causa pero a mí tampoco me gustan mucho este tipo de actos –murmuró él–. Demasiada gente. Discursos muy largos y carne correosa –se le formaron los hoyuelos otra vez.

–¿Qué te gusta hacer?

–Es una pregunta interesante –dudó un instante–. Paso tanto tiempo trabajando que a veces se me olvida que hay otras cosas –sonrió–.Últimamente estoy pensando que me gustaría bajar el ritmo y disfrutar más del camino. Quizá incluso… –se pasó la mano por el cabello, como avergonzado–. Incluso sentar la cabeza y formar una familia. Igual suena un poco ñoño.

–Para nada –su manera de mirarla hacía que Bree se sintiera mareada–. Creo que es algo natural. Todo el mundo necesita cierto equilibro en su vida.

–Por cierto, ¿te apetece bailar otra vez? Esta canción es una de mis favoritas.

La banda había comenzado a tocar una canción latina. La idea de moverse al ritmo de aquel hombre provocó que Bree se estremeciera. ¿Era verdad todo aquello?

Gavin entrelazó los brazos con los de Bree y la guió de nuevo hasta la pista de baile. Deseó no llevar puesto el traje para poder sentir su piel suave contra la de ella. Toda ella reflejaba suavidad, sus grandes ojos grises semi escondidos detrás de las gafas, sus mejillas sonrosadas y su boca tentadora. Él sospechaba que bajo su vestido gris también había un cuerpo exuberante.

Su padre había insinuado que ella era poco atractiva y deseable, y que el hecho de que continuara soltera lo avergonzaba. Su propia hija suponía una carga por la que estaba dispuesto a pagar por deshacerse de ella. ¿De veras que Elliott Kincannon podía tener tales sentimientos hacia la mujer que tenía agarrada de su brazo en ese mismo momento?

Gavin la rodeó por la cintura. Tenía un cuerpo en el que cualquier hombre podría perderse con facilidad. Al abrazarla, sus senos redondeados rozaron contra su pecho. Tenía el cabello castaño, recogido en un moño, y él se preguntaba cómo le quedaría suelto sobre los hombros.

También le gustaba su manera de moverse, y cómo permitía que él la girara con suavidad mientras sonreía.

Él la miró y sonrió también.

Si su primera impresión era certera, Bree Kincannon podría convertirse en la agradable esposa de Gavin Spencer. Quizá no fuera el tipo de mujer ante la que los hombres se volvían para mirarla pasar pero, ¿y qué? Él no necesitaba una mujer retocada gracias a la cirugía estética para demostrar su virilidad.

Y Bree Kincannon contaba con un buen incentivo económico. Un millón.

Sus miradas se encontraron y un sentimiento de culpa le invadió el corazón.

¿Podría casarse con una mujer por dinero?

Durante diez años se había esforzado mucho por conseguir una buena reputación como ejecutivo de cuentas. Desde el primer día en el puesto supo que quería abrir su propia agencia. Juntar a los mejores talentos creativos y revolucionar el mundo de la publicidad.

Si diez años antes alguien le hubiera dicho que a los treinta todavía trabajaría para otra persona, se habría reído en su cara.

Pero la vida no le había concedido muchas oportunidades para reírse.

El plan de pensiones de su padre había quebrado y él había tenido que ayudar a sus padres a pagar la hipoteca. En realidad, se alegraba de haberlos podido ayudar. El mayor error de su vida había sido confiarle gran parte de sus ahorros a un asesor financiero que los dilapidó en carreras de caballos y violines de época.

Gavin estrechó a Bree contra su cuerpo, disfrutando del roce de sus senos en su pecho. La miró a los ojos y se imaginó contemplándolos el resto de su vida. Bree Kincannon le daba buenas sensaciones y él no solía equivocarse.

Encontrar novia o esposa nunca había sido una prioridad para él. Sus amigos siempre bromeaban diciéndole que estaba casado con su trabajo. Y era cierto. Le encantaba su trabajo y se conformaba con alguna aventura ocasional. Al menos así nadie salía decepcionado.

Si continuaba adelante con aquella locura de plan, se esforzaría para no decepcionar a Bree y por ser un buen marido.

La inclinó hacia atrás y ella se dejó llevar hasta reposar el peso de su cuerpo sobre su mano con confianza. No tenía ni idea de qué era lo que él estaba pensando. De haberlo sabido, se hubiera horrorizado.

Pero nunca lo sabría. Nunca.

Bree se rió mientras él la enderezaba de nuevo. A Gavin le invadió una extraña sensación. Ella estaba disfrutando de aquello, y él también.

Bree se detuvo frente al espejo del cuarto de baño con el pretexto de atusarse el cabello. En realidad sólo quería ver qué era lo que Gavin Spencer miraba con tanto interés y brillo en la mirada.

La gente siempre le había dicho que tenía unos ojos bonitos. Se quitó las gafas de montura fina que guardaba para las ocasiones especiales y se miró los ojos en el espejo. No le parecían tan especiales. Quizá eso era lo que la gente decía cuando no tenía otro cumplido que decir. Se colocó las gafas de nuevo y se rehízo el moño.

No llevaba nada de maquillaje y su vestido era horroroso. Su tía Freda le había asegurado que le disimulaba los fallos del cuerpo, pero ella consideraba que le quedaba muy mal.

No tenía mejor aspecto que otras veces. Si acaso, incluso peor.

Entonces ¿por qué Gavin parecía tan interesado en ella? Había estado a su lado desde que su padre los había presentado. Ella suponía que en algún momento él se encontraría con alguien y se despediría, pero no había sido así.

De hecho, estaba casi segura de que la estaría esperando en la puerta del baño.

Suspiró con fuerza. Tenía las mejillas sonrosadas y no le parecía algo demasiado atractivo. También le brillaban los ojos.

Pero era normal. Nunca había bailado así. ¡Ni en su imaginación! ¿Cómo no iba a sentirse como Cenicienta en el baile?

Algo curioso, teniendo en cuenta que era una de las mujeres más ricas de San Francisco. Había llegado a tener esa fortuna porque la había heredado. Y no estaba orgullosa de ello. Al contrario. A menudo imaginaba que la gente murmuraba: «Con todo ese dinero y mira lo poco que ha conseguido por sí misma».

Su padre pensaba de esa manera e incluso se lo había dicho en un par de ocasiones.

Bree respiró hondo y se colocó un mechón que le había quedado suelto detrás de la oreja.

«Bree Kincannon, eres una mujer deseable y atractiva».

No. No era convincente.

«Bree Kincannon, eres una gran fotógrafa y una gran cuidadora de gatos».

Mejor.

Esbozó una sonrisa y se percató de que la mujer rubia que estaba a su lado la miraba. Rápidamente, se dirigió hacia la salida.

Gavin no estaba esperándola en la puerta. Una leve sensación de decepción la sorprendió. ¿De veras creía que un hombre como aquel la estaría esperando como si fuera un perrito fiel?

Lo más probable era que estuviera bailando con otra mujer.

Bree miró hacia la pista de baile. Era pasada la medianoche y ya había menos gente. Todos los hombres iban vestidos con esmoquin, pero ella sabía que reconocería a Gavin inmediatamente.

¿Era posible que se hubiera marchado sin despedirse? Probablemente no lo volvería a ver.

Alzó la barbilla y se abrió paso entre las mesas donde había estado sentada con algunos de los socios de su padre. Gavin no estaba por ninguna parte. Tenía una fuerte sensación de frío. Eso había sido todo. Una velada estupenda. Un rato fantástico.

Posiblemente la mejor noche de su vida.

Tragó saliva. Sin duda, todos aquellos que la habían visto entre los brazos de Gavin estarían pensando lo de siempre. «Pobre Bree».

Se dirigió hacia la salida. Habitualmente tomaba un taxi para regresar a casa cuando asistía a ese tipo de eventos, ya que su padre solía quedarse hasta más tarde. Por supuesto, pensaba que era patético que viviera todavía en la mansión familiar pero le gustaba el estudio del ático, que había convertido en su apartamento privado y que estaba lleno de recuerdos de los años felices que había vivido antes de la muerte de su madre. Ella solía pintar allí cada tarde mientras Bree jugaba en el suelo cerca del caballete.

Bree se mordió el labio inferior. Estaba contenta con su vida. No necesitaba a un hombre alto, de cabello moreno y atractivo para crearle problemas.

Retiró el abrigo del guardarropa y se lo puso sobre los hombros. Estaba a punto de cruzar el recibidor hacia la salida cuando el corazón se le detuvo de golpe.

Gavin estaba hablando con su padre.

Bree frunció el ceño. ¿De qué se conocían tanto? Su padre sólo solía tratar con empresarios muy ricos que pudieran hacerle ganar dinero. Si Gavin no era más que un publicista, ¿por qué su padre hablaba con él como si fuera Bill Gates?

Bree terminó de ponerse el abrigo y se dirigió hacia ellos. Ambos posaron la vista en ella al verla llegar y Bree sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

–¡Bree, cariño! –su padre estiró el brazo–. Gavin y yo estábamos hablando sobre lo maravillosa que ha sido la velada. Tengo que darte las gracias por haberme insistido en que comprara una entrada para el evento –se volvió hacia Gavin–. Bree tiene debilidad por los animales.

Bree forzó una sonrisa.

–Ha sido un placer conocerte, Bree –Gavin la miró a los ojos.

–Lo mismo digo –contestó con el corazón acelerado.

–¿Estás libre el viernes? La agencia organiza un cóctel en el Rosa Lounge para celebrar una nueva campaña. Me encantaría que vinieras.

Bree sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿El viernes por la noche? Era la noche de las citas. ¿Y él quería que conociera a sus socios? Sintió que se le secaba la boca.

–Um, claro. Estaría bien –pestañeó.

–Te recogeré en tu casa, si te parece bien.

–Me parece estupendo –sonrió–. Te veré entonces.

–Hasta luego, cariño –su padre le dedicó una sonrisa–. Tengo que ir a hablar con unos amigos.

–Claro, tomaré un taxi.

Gavin se dirigió a ella.

–Te llevaré a casa. Así sabré dónde tengo que recogerte el viernes.

Le dijo al portero que avisara al aparcacoches antes de que Bree pudiera protestar.

Ella respiró hondo, lo agarró del brazo y lo acompañó a fuera. La luz de la luna iluminaba los edificios de Market Street. Gavin la ayudó a subir a su deportivo y durante el trayecto a casa conversaron sobre la nueva exposición de Louise Bourgeois. Gavin admitió que estaba al tanto de ese tipo de eventos para impresionar a los clientes. Además de ser atractivo ¿sabía de arte?

Cuando el coche se detuvo frente a la casa, Bree se bajó enseguida. ¿Intentaría besarla?

Imposible.

El terror se apoderó de ella al ver que Gavin rodeaba el coche para llegar a su lado. La agarró de la mano y ella se estremeció.

–Buenas noches, Bree –sus miradas se encontraron–. El viernes te recogeré a las siete, ¿de acuerdo?

–Perfecto. Hasta entonces –sonrió y se volvió hacia la puerta.

Una vez dentro de la casa, se apoyó contra la puerta con una amplia sonrisa.

El viernes tenía una cita con el hombre más atractivo de San Francisco.

Y si no estuviera tan asustada, estaría entusiasmada por ello.

Capítulo Dos

–Gavin, cariño, ¿cómo estás? –Marissa Curtis se acercó a él al verlo entrar en el Rosa Lounge con Bree agarrada del brazo. Lo abrazó y lo besó en las mejillas, asfixiándolo con el aroma del perfume que llevaba siempre–. Te he echado de menos esta semana. ¿Fuiste a Cannes?

–Sí. He tenido algunas reuniones –lo había pasado muy bien en el festival de cine y había tenido tiempo de planear su campaña para conseguir a Bree Kincannon, que esperaba pacientemente a su lado.

–Marissa, ésta es Bree. Bree, ésta es Marissa.

–Ah, encantada de conocerte –contestó la rubia con una amplia sonrisa–. ¿Eres la hermana de Gavin?

Gavin soltó una carcajada.

–¿Mi hermana? Ni siquiera tengo una hermana.

–Ah… –Marissa ladeó la cabeza–. Creía que… –miró a Bree con malicia.

–¿Que Bree y yo nos parecemos tanto que podríamos ser gemelos? –Gavin rodeó a Bree con el brazo. Ella estaba rígida como una tabla.

Era evidente que Marissa insinuaba que Bree no podía ser su pareja aquella noche.

–Bree es mi acompañante por esta noche.

–Ah, qué bien –abrió los ojos sorprendida–. He de irme. He visto a Jake. Me dijo que me traería algo bonito de Cannes.

Gavin se volvió hacia Bree.

–No le hagas caso. Está loca.

Bree sonrió de nuevo con dulzura y él experimentó una cálida sensación en el pecho. Le gustaba su sonrisa.

–Y sabes, sí que nos parecemos un poco –le acarició el hombro–. Los dos tenemos el cabello oscuro y los ojos grises. O espera, ¿los tuyos son verdes? –la miró fijamente–. La otra noche no pude vértelos muy bien. Estaba muy oscuro en la gala.

–Son más grises que verdes –dijo Bree–. A mí me da un poco igual. Sólo los uso para mirar.

–Y tomar fotos. He visto tus fotos del Black Book. Hay unos retratos estupendos.

–Unos rostros interesantes –sonrió tímidamente–. Hacen que mi trabajo sea más fácil.

–¿Quiénes eran? –preguntaba acerca de una pareja mayor que aparecía en la calle de una ciudad, con rostros alegres y la evidencia de un feliz matrimonio.

–No lo sé. ¿No es vergonzoso? –se mordió el labio–. Estaba de pie en la puerta de la biblioteca esperando a alguien, no lo recuerdo bien. Les pregunté si podía tomarles una foto.

–No habría imaginado que no los conocías.

–Eso es lo que dice todo el mundo –se encogió de hombros–. Es un poco raro, supongo.

–Es arte –sonrió él. Ella empezaba a relajarse–. Hola, Elle. Ven a conocer a Bree –llamó a la secretaria de Brock Maddox. La mujer se acercó a ellos–. Bree es fotógrafa.

–¿De veras?

–Y ganadora de premios –comentó Gavin–. ¿Puedo dejar a Bree en tus manos un momento, Elle? Tengo que hablar con Brock.

–Claro. Primero le conseguiremos una copa. Acompáñame al bar –Elle guió a Bree entre la multitud.