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Akal / Tractatus Philosophiae / 2

Rafael Ramón Guerrero

Historia de la Filosofía Medieval

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Desde el momento en que la filosofía medieval fue puesta en cuestión, parece que todo historiador de la misma se ve obligado a justificar el objeto de su estudio. Que los medievales tuvieron conciencia de «hacer filosofía» lo deja muy claro el hecho de que emplearon ese término, en latín, en árabe o en hebreo, para designarla. Que esta filosofía se vio «complicada» por cuestiones y problemas que no preocuparon al mundo antiguo queda confirmado por los textos conservados. Que la filosofía fuese entendida, en líneas muy generales, como un pensar la experiencia humana en el ámbito de una fe religiosa, no disminuye en nada su valor. Las recientes investigaciones llevadas a efecto revisan y abandonan muchos de los tópicos y esquemas que durante largo tiempo, incluso siglos, han marcado el estudio de la filosofía medieval. Señalar los aspectos filosóficos más relevantes de la reflexión medieval, en sus distintas manifestaciones, es el objetivo que se propone este libro.

Rafael Ramón Guerrero (Granada, 1948) es Cate­drático de Filosofía Medieval y Árabe en la Uni­versidad Complutense de Madrid. Antes lo fue en la de Córdoba. Miembro de número de la Société Inter­nationale pour l’Étude de la Philosophie Médiévale (Lovaina, Bélgica), de la Société Internationale d’Histoire des Sciences et de la Philosophie Arabes et Islamiques (París) y de la Sociedad de Filosofía Medieval (Zara­goza), ha publicado numerosos estudios sobre filosofía medieval y árabe, entre los que destacan sus libros El pensamiento filosófico árabe (1985), Obras filosóficas de al-Kindî (en colaboración con E. Tornero, 1986), La recepción árabe del «De anima» de Aristóteles (1992), Al-Fârâbî. Obras filosófico-políticas (1992) y Avicena (ca. 980-1037) (1994).

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Sergio Ramírez

Director de Colección

Félix Duque

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© Rafael Ramón Guerrero, 1996

© Ediciones Akal, S. A., 1996, 2002

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4984-5

Introducción

Desde que la Edad Media y la civilización medieval fueron caracterizadas por los humanistas de bárbaras y oscuras, este descrédito ha perdurado durante muchos siglos. Revistió un carácter particular en la oposición contra los «escolásticos», contra aquellos que seguían las doctrinas enseñadas en las Escuelas, por una parte, y contra la misma enseñanza que se impartía en éstas, por otra. A la crítica de los humanistas se añadió la de los historiadores protestantes, quienes, siguiendo a Lutero, sostenían que los teólogos medievales habían corrompido la esencia del cristianismo por haber abusado del helenismo, por haber leído a Aristóteles y aceptado sus doctrinas, por depender de los árabes, por ser bárbaros e incultos y por perderse en disquisiciones y sutilezas. Siguió luego la crítica de los ilustrados, quienes también insistieron en la degradación en que cayó la filosofía por obra de los escolásticos medievales, al haber introducido el escepticismo, el ateísmo, el desprecio por los autores antiguos, el aristotelismo, que duró tanto tiempo y que tanto costó destruir; su filosofía fue una de las plagas más grandes que el espíritu humano ha tenido que soportar, según se lee en la Enciclopedia.

Los primeros historiadores de la filosofía en el siglo XVIII se hicieron eco de las ideas antiescolásticas y antimedievales y, por desconocimiento de lo escrito en ese período, llegaron a atribuir erróneamente a toda la época una uniformidad intelectual, una unidad de pensamiento que olvidaba las enormes diferencias y divergencias que separaban a unas escuelas de otras, a unos siglos de otros, a unas comunidades de otras. Fue la idea difundida primero por Brucker y luego por Tennemann y Hegel, predominante en algunos círculos cultivados hasta hoy. «El conjunto de la filosofía escolástica presenta un aspecto uniforme», afirma Hegel en las Lecciones sobre la Historia de la Filosofía. En las pocas páginas que dedica a la filosofía medieval la descalifica por ser una investigación teológica, viciada por presupuestos dogmáticos, de los que el pensamiento no pudo liberarse: «Esta filosofía no es interesante por su contenido, ya que no es posible detenerse en él. No es en rigor tal filosofía; este nombre designa aquí en realidad más bien una manera general que un sistema, si es que cabe hablar, propiamente, de sistemas filosóficos. La escolástica no es una doctrina fija, al modo como lo es, por ejemplo, la filosofía platónica o la escéptica, sino un nombre muy vago, muy impreciso, que agrupa las diversas corrientes filosóficas producidas en el seno del cristianismo durante casi un milenio»[1]. Sin embargo, el propio Hegel no deja de reprenderse a veces, cuando, con mucha agudeza, percibe un pensamiento cuyo «contenido es, por naturaleza, esencialmente especulativo, por lo cual los teólogos que de él se ocupen tienen que ser necesariamente filósofos»[2]. Históricamente, pues, la filosofía medieval ha sido puesta en cuestión, porque –se decía– en la Edad Media no hubo filosofía, al ser ésta libre investigación.

El nuevo tipo de saber que apareció en Grecia fue denominado por Aristóteles «filosofía» o «sabiduría». Al establecer la admiración como principio de ella, Aristóteles señalaba la diferencia entre la filosofía como saber autónomo y los restantes tipos de saberes, dependientes y sometidos a otras necesidades: «Que no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por los que primero filosofaron. Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los cambios de la luna y los relativos al sol y a las estrellas, y la generación del universo. Pero el que se plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia. Por eso también el que ama los mitos es en cierto modo filósofo; pues el mito se compone de elementos maravillosos. De suerte que, si filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento y no por alguna utilidad. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida. Es, pues, evidente que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma»[3]. La filosofía, como saber que respondía a la ignorancia natural humana, se expresó en una diversidad de sistemas filosóficos, en los que fue concebida como el saber adquirido por medio del conocimiento natural del hombre, por medio de la razón humana. De aquí que la filosofía sea, por excelencia, el saber racional.

Cuando el hombre vivió bajo la influencia de una religión que imponía una doctrina revelada por Dios, como sucedió en la Edad Media, parece que la afirmación aristotélica de la filosofía como un saber libre, como un saber para sí y no para otro, no pudo cumplirse, porque el libre ejercicio del pensamiento se veía obstaculizado, si no sometido, por un rígido control sobre la actividad humana del pensar. ¿Existió durante el período medieval un pensar libre? ¿Continuó manifestándose el saber hallado por los griegos? ¿Pudo desarrollarse, bajo unas determinadas circunstancias, una filosofía propiamente dicha? Éste es el problema que surge al historiador cuando tiene que enfrentarse a la realidad del pensamiento medieval.

El debate sobre la realidad de la filosofía medieval, que se inició a mediados del siglo pasado, continúa aún, si bien ahora, aceptándose la existencia de esa filosofía, se discute acerca de su naturaleza y características. Son muchas las interpretaciones que sobre ello se han dado, desde la idea de que fue una rebelión contra la tiranía del dogma hasta la opinión de que fue el resultado de una estrecha colaboración entre pensamiento religioso y filosofía griega. No es el momento de entrar aquí en controversia. Basta con saber que sobre ello se discute todavía. A la luz de los textos del período medieval, hoy publicados y ya estudiados, se aprecia tal diversidad de manifestaciones y tendencias que es muy difícil querer reducir a una unidad o a unas cuantas consideraciones generales la realidad del pensamiento medieval. El mismo hecho de que la historia se ocupe de éste muestra que la experiencia del pensar racional se dio en la Edad Media. Hubo filosofía en esta época porque hubo continuidad y supervivencia de la filosofía antigua: los medievales se preocuparon por asimilar, en la medida en que les era posible, la práctica y el saber de las generaciones anteriores. Métodos, temas y esquemas de pensamiento fueron, en gran medida, comunes a antiguos y medievales. Éstos incluso fueron conscientes de lo que hacían: continuar una tarea emprendida hacía mucho tiempo. Diversos testimonios medievales dan cuenta, por su elocuencia, de esta actitud. El árabe al-Kindî escribía en el siglo IX lo siguiente: «Es evidente, para nosotros y para aquellos destacados filósofos de otras lenguas que nos han precedido, que ningún hombre obtiene la verdad –aquello que la verdad merece– por el solo esfuerzo de su investigación, ni que todos ellos juntos la conocen plenamente. Antes al contrario, cada uno de ellos o no ha obtenido nada de ella, o sólo ha alcanzado una parte pequeña en relación a lo que la verdad merece. Ahora bien, si se reúne lo poco que cada uno de ellos ha alcanzado de la verdad, entonces se juntará una parte de un gran valor»[4]. Bernardo de Chartres, en el siglo XII, manifestaba: «Somos como enanos sentados en los hombros de los gigantes, de manera tal que podemos ver más cosas que ellos y más lejanas»[5]. Y Tomás de Aquino afirmaba: «Es preciso amar a aquellos cuya opinión seguimos y a aquellos cuya opinión rechazamos. Unos y otros se esforzaron en investigar la verdad y nos ayudaron en ello»[6].

Cuando se afirma que lo característico de los filósofos medievales fue la interpretación de textos de las auctoritates, hay que recordar que este hecho ya se había dado en la filosofía antigua en su último período. Cuando se sostiene que fue una reflexión desde la razón sobre el contenido de una religión revelada, también es posible encontrar algo semejante en los filósofos paganos del final de la antigüedad. Los medievales asimilaron lo que les llegó de la filosofía antigua y lo expusieron y explicaron desde otras formas del pensar y del hacer que se fueron configurando a lo largo de los siglos medievales. Para comprender la filosofía medieval, no sólo hay que tener en cuenta el ámbito intelectual y cultural en que se desarrolló, sino también aquellas filosofías de la antigüedad que mayor presencia tuvieron en la manifestación de la reflexión filosófica durante la Edad Media. Estudiar los contextos religiosos y culturales en que floreció el pensar filosófico es tarea que compete aquí; no lo es, en cambio, señalar las filosofías griegas que constituyeron el fundamento en que se asentó aquel pensar, las de Platón y Aristóteles, las de Plotino y Proclo, como nombres más relevantes y significativos. Fueron esos contextos los que permiten hablar de filosofía medieval antes incluso de que comenzara propiamente la Edad Media, porque lo que caracterizó al pensamiento de ésta ya había germinado con anterioridad. María Zambrano afirmó que San Agustín fue el padre de Europa, el protagonista de la vida europea. Lo acertado de su afirmación sólo se comprenderá cuando se medite sobre la realidad del pensar en la Edad Media y sobre las distintas manifestaciones que ese pensar tuvo. Pero sin olvidar que en la formación de esa Europa intervinieron otras culturas en las que también fructificó la filosofía. Desconocerlas sería omitir una parte importante de nuestra propia historia; las recordaremos, aunque sea mínimamente, con la excepción del pensamiento bizantino, quizá el que menos presencia tuvo.

He eliminado las biografías de los autores, principales o secundarios, cuyas ideas me han parecido dignas de ser destacadas, en la certeza de que cualquiera que se interese por ellas podrá encontrarlas en otros manuales o en diccionarios de filosofía o biográficos. He incluido al final una muy breve referencia a la filosofía medieval en la Península Ibérica; tómese más como una indicación que como una exposición. En fin, en la bibliografía sólo menciono algunas obras de carácter general; entrar en detalles bibliográficos alargaría excesivamente este libro.

[1] HEGEL: Lecciones sobre la Historia de la Filosofía, trad. W. ROCES, México, FCE, 2.a reimp. 1979, vol. III, p. 104.

[2] Ibidem, p. 106.

[3] Metafísica, I, 2, 982b 11-28.

[4] AL-KINDI: «Sobre la Filosofía Primera», ed. en Rasâ’il al-Kindî al-falsafiyya, ed. M. Abû Rîda, El Cairo, 1950, p. 103.

[5] «Nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre», texto en JUAN DE SALISBURY: Metalogicon, III, 4.

[6] «Oportet amare utrosque, scilicet eos quorum opinionem sequimur et eos quorum opinionem repudiamus. Utrique enim studuerunt ad inquirendam veritatem, et nos in hoc adiuverunt», TOMÁS DE AQUINO: In XII Met., lección IX, n.o 2566.