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BUENOS AIRES:

ESCRITURAS Y METÁFORAS

DE UN ESPACIO PLURAL

CARMEN MEJÍA Y EUGENIA POPEANGA (COORDS.)

ALBA DIZ, RODRIGO GUIJARRO Y MARTA ITURMENDI (EDS.)

Nexos y Diferencias

Estudios de la Cultura de América Latina

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Enfrentada a los desafíos de la globalización y a los acelerados procesos de transformación de sus sociedades, pero con una creativa capacidad de asimilación, sincretismo y mestizaje de la que sus múltiples expresiones artísticas son su mejor prueba, los estudios culturales sobre América Latina necesitan de renovadas aproximaciones críticas. Una renovación capaz de superar las tradicionales dicotomías con que se representan los paradigmas del continente: civilización-barbarie, campo-ciudad, centro-periferia y las más recientes que oponen norte-sur y el discurso hegemónico al subordinado.

La realidad cultural latinoamericana más compleja, polimorfa, integrada por identidades múltiples en constante mutación e inevitablemente abiertas a los nuevos imaginarios planetarios y a los procesos interculturales que conllevan, invita a proponer nuevos espacios de mediación crítica. Espacios de mediación que, sin olvidar los nexos que histórica y culturalmente han unido las naciones entre sí, tengan en cuenta la diversidad que las diferencia y que existe en el propio seno de sus sociedades multiculturales y de sus originales reductos identitarios, no siempre debidamente reconocidos y protegidos.

La colección Nexos y Diferencias se propone, a través de la publicación de estudios sobre los aspectos más polémicos y apasionantes de este ineludible debate, contribuir a la apertura de nuevas fronteras críticas en el campo de la cultura de América Latina.

Directores

Marco Thomas Bosshard (Europa-Universität Flensburg); Oswaldo Estrada (The University of North Carolina at Chapel Hill); Luis Duno Gottberg (Rice University, Houston); Margo Glantz (Universidad Nacional Autónoma de México); Beatriz González-Stephan (Rice University, Houston); Gustavo Guerrero (Université de Cergy-Pontoise); Jesús Martín-Barbero (Bogotá); Andrea Pagni (Friedrich-Alexander-Universität Erlangen-Nürnberg); Mary Louise Pratt (New York University); Patricia Saldarriaga (Middlebury College); Friedhelm Schmidt-Welle (Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin)

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ISBN 978-84-9192-083-0 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-96456-956-1 (Vervuert)

ISBN 978-3-96456-957-8 (e-book)

Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros

Imagen de la cubierta: Luis Seoane: Paisaje urbano de Buenos Aires // Paisaxe urbana de Bos Aires, 1953, óleo sobre lienzo, 73,5x54cm. Colección privada, fotografía de Xoan Piñon

Depósito legal: M-671-2020

Índice

Eugenia Popeanga
Introducción

Pilar Andrade
Nana en Buenos Aires: las «franchuchas» y su circunstancia, según Albert Londres

Alba Diz Villanueva
Una mirada hacia la periferia bonaerense: las villas

Barbara Fraticelli
Buenos Aires y Lisboa: ciudades de sueño y ausencia

Rodrigo Guijarro Lasheras
Buenos Aires, ciudad recuperada

Dieter Ingenschay
La literatura urbana como desafío de la ecocrítica: el caso de Buenos Aires

Marta Iturmendi Coppel
La proyección literaria de Buenos Aires en la novela negra argentina de la dictadura militar: Últimos días de la víctima de José Pablo Feinmann

Mirella Marotta Peramos
Triste Buenos Aires: el viaje de Arbasino y la huella de Lévi-Strauss

Elisa Martínez Garrido
De Génova a Buenos Aires y más allá. Edmondo de Amicis y la emigración italiana

Carmen Mejía Ruiz
Buenos Aires, de la ciudad soñada a la ciudad de acogida

Elios Mendieta Rodríguez
Emplazamientos del terror tras la dictadura argentina. La importancia del espacio en la película El Clan (2015), de Pablo Trapero

Rocío Peñalta Catalán
Guillermo de Torre y las galerías comerciales de Buenos Aires: un espacio para la reflexión

Javier Rivero Grandoso
Historia y crimen en Buenos Aires: la ciudad hostil en La aguja en el pajar de Ernesto Mallo

Leonardo Vilei
Buenos Aires, la sombra de la modernidad en Los siete locos de Roberto Arlt

Sobre los autores

Introducción

EUGENIA POPEANGA

La ciudad de Buenos Aires se convierte en tema literario a mediados del siglo XIX, cuando los cuadros parisinos de Baudelaire abren el camino para hacer del espacio urbano, entendido hasta ahora como mero marco, el protagonista de la historia, desplegando una constelación de metáforas. La ciudad se interpreta como cuerpo, como sueño, como discurso, como espectáculo, pero también como un recuerdo o una ilusión. En la Modernidad y, aún más, en la Posmodernidad, se acentúan las connotaciones negativas, presentándose como un espacio hostil que destruye física y psíquicamente a sus habitantes. Como tantas otras ciudades que han encontrado el reflejo en la literatura y en el cine, Buenos Aires no se queda atrás. Es la ciudad que presenta múltiples caras, tiene fama de cosmopolita, culta; presume de librerías famosas, teatros y cines, pero también es la ciudad de los barrios populares, convertidos en turísticos, donde el tango «se vende» dejando un rastro de nostalgia que suena en la voz de Gardel. Y también es la de Evita Perón, el mito populista que despertó a la vida una masa amorfa y triste; así como la de una dictadura cruel, que convirtió plazas y edificios emblemáticos en lugares de muerte.

Para el viajero, la ciudad porteña despliega sus grandes avenidas, muestra sus lugares de ocio y lo acerca a una cultura refinada y a la vez popular, a un Borges fervoroso, altivo, distante y perdido en las «ruinas circulares», que convive con los cantantes del Teatro Colón y las gaitas nostálgicas de los gallegos desterrados. Ahora bien, si nos alejamos del centro, que efectivamente mantiene el glamour de una ciudad crisol de culturas, de lenguas y de tradiciones, la periferia es, igual que la de otras tantas ciudades, gris, monótona y violenta. Y, como todas, Buenos Aires genera arte: música, cine... y, por supuesto, literatura: desde la costumbrista de Adán Buenosayes de Marechal a La ciudad ausente de Piglia o la cruda novela negra de autores como Ernesto Mallo o Claudia Piñeiro, en la que el espacio urbano adquiere una relevancia singular.

El volumen que el lector tiene en sus manos está constituido por un conjunto de artículos que comparten la misma fuente: el trabajo desarrollado en el seno del grupo de investigación «Viajar por la ciudad. Representaciones literarias y artísticas del espacio urbano», en un intento de acercar al público investigador la imagen de la ciudad de Buenos Aires desde una perspectiva interdisciplinar y comparada. Este origen compartido permite leerlo como un recorrido por el espacio porteño, un paseo-lectura por textos que abordan desde distintas perspectivas la capital argentina, cuyo compromiso cosmopolita la aproxima a la ciudad de París, pero poniendo el acento en un elemento que une las dos grandes urbes en la visión de Albert Londres, que comenta en su libro Le chemin de Buenos Aires que la especialidad francesa de la urbe americana es la prostitución. En cambio, el texto de Guillermo de Torre «Galerías de Buenos Aires» nos presenta una ciudad vista por un viajero in situ que pone de manifiesto el significado simbólico polivalente que adquieren los pasajes y galerías como espacios para la imaginación y atracción por lo soterrado, sin perder por ello su significación como lugares para el consumo.

En la misma línea, pero en el ámbito de la ficción, las obras de José Avilez Ogando permiten una comparación entre Lisboa y Buenos Aires como ciudades de introspección cuyos rasgos urbanísticos, históricos y geográficos las convierten en urbes de ensueño irreales, a pesar de su geografía concreta y tangible. En contraste con estas imágenes, que van desde la descripción no ficcional de la ciudad hacia metáforas como la de la ciudad-sueño, se tratan una serie de novelas que presentan la ciudad como espacio hostil, como enclave ligado a la corrupción, al crimen y, como en el caso del personaje Erdosain, de Los siete locos de Roberto Arlt, al desasosiego. De este modo, autores como Cristian Alarcón, Gabriela Cabezón Cámara, Sergio Olguín o Leonardo Oyola ponen de relieve la relación entre el adentro y el afuera, la periferia y el centro, así como los focos generadores de violencia que caracterizan y estigmatizan estos espacios. Otros, como el vanguardista Alberto Arbasino, refuerzan la percepción de la urbe como lugar decadente y enfermo.

Algo similar ocurre en el contexto de la novela negra, entre cuyos títulos destaca Últimos días de la víctima de José P. Feinmann, por el especial protagonismo que otorga a la ciudad de Buenos Aires. Esta novela posibilita una reflexión sobre la versatilidad de la representación urbana a la hora de hilar distintos niveles de lectura, que permitan narrar la represión y el particular clima de violencia al tiempo que sortear la censura; y todo ello sin transgredir en ningún momento los estrictos moldes del género. Siguiendo con el género policíaco, las novelas de Ernesto Mallo ahondan en la imagen hostil de la ciudad porteña, escenario de las desigualdades sociales y de las injusticias del sistema. De forma similar, el discurso cinematográfico aborda con fuerza las características de la ciudad como espacio de agresión en la película El clan, de Pablo Trapero, ambientada en los años de la dictadura militar. Los espacios públicos y privados, la casa, el sótano, los Ford Falcon, las calles laberínticas se convierten en lugares que presagian o contienen el horror.

Como contrapunto a este espacio urbano cargado de violencia, diversas novelas contemporáneas plantean una Buenos Aires rehumanizada que recupera, a través del tango, su identidad e historicidad frente a la homogeneización y agresión propias de las metrópolis contemporáneas. Entre estas obras, destacan El cantor de tango, de Tomás Eloy Martínez, y Errante en la sombra, de Federico Andahazi. Con un planteamiento también distinto, desde la vertiente ecocrítica se aborda el tema de la catástrofe ambiental en la novela urbana porteña del siglo XXI. Por otra parte, tanto El año del desierto, de Pedro Mairal, como Un futuro radiante, de Pablo Plotkin, cobran especial protagonismo como novelas distópicas que proyectan sus inquietudes hacia el futuro medioambiental.

Por último, desde la perspectiva de la literatura italiana, se plasma una visión sobre la inmigración y preocupaciones sociales que afloran en diversos textos de Edmundo de Amicis, uno de los primeros en abordar los procesos migratorios de italianos al continente americano. Y, en la misma línea, se presenta la ciudad de Buenos Aires como la gran colonia de gallegos, inmigrantes y exiliados, que construyen aquí su propia Galicia, aportando tradiciones culturales, música y literatura a través de grandes figuras del exilio gallego.

De esta forma, los artículos que conforman este volumen adquieren una significación diversa pero, al mismo tiempo, coherente. No se trata de investigaciones aisladas sino que forman parte de la labor colectiva del grupo mencionado, que se concreta en proyectos de I+D como CCG10-UCM/4736 «Viajar por la ciudad: modelos urbanos en la ficción literaria y en el cine» y FFI 2011-29556 «Escrituras y voces de la ciudad: modelos urbanos y discurso estético moderno y posmoderno», que han hecho posible la publicación de este libro. Esta obra se encuadra, por tanto, en el conjunto de otros títulos anteriores, como son: Historia y poética de la ciudad (2002), La ciudad como escritura (2006), Ciudades imaginadas en la literatura y en las artes (2009), Bucarest, luces y sombras (2009), Ciudad en obras. Metáforas de lo urbano en la literatura y en las artes (2010), Ciudades mito. Modelos urbanos culturales en la literatura de viajes y en la ficción (2011), Lisboa: finis terrae entre dos horizontes (2012), Reflejos de la ciudad. Representaciones literarias del imaginario urbano (2014) y La ciudad hostil: imágenes en la literatura (2015), Voces y escrituras de la ciudad de Nápoles (2015), La ciudad como espacio plural en la literatura: convivencia y hostilidad (2017), Un viaje literario por las islas (2019). Desde el primer volumen hasta el que se introduce en estas líneas, el grupo ha buscado el equilibrio entre la participación de jóvenes investigadores que aportan nuevos enfoques y expertos consagrados del mundo académico cuyas voces cuentan con una larga trayectoria investigadora. Además, al reunir los artículos se ha puesto especial interés en lograr que sus autores fueran investigadores de distintas nacionalidades: Alemania, Italia, Rumanía y, por supuesto, España, para así, de alguna forma, asemejarse a la propia ciudad de Buenos Aires.

Nana en Buenos Aires: las «franchuchas» y su circunstancia, según Albert Londres

PILAR ANDRADE

Universidad Complutense de Madrid

Los bonaerenses siempre se han interesado mucho por Francia y en concreto por París; ya se sabe que la capital argentina ha recibido como apodo «la París de América» por el afán galicista de sus habitantes, que ha generado una arquitectura muy haussmaniana en buena parte de la ciudad y una cultura próxima a la parisina en muchos aspectos.

Sin embargo, no puede decirse que esta atracción sea recíproca. Los franceses, salvo contadas excepciones, en ningún momento histórico han manifestado una afición especial por la ciudad de Buenos Aires. Tampoco ahora, y a tenor de las publicaciones existentes en el ámbito literario, parece haber aumentado mucho el interés. La ficción francesa merodea sobre todo en torno al lugar de memoria luminoso e indiscutible que representa el tango —popular en París, este sí—. Novelas como Les Dieux du tango (2017) de Carolina de Robertis o La garçonnière (2013) d’Hélène Crémillon sacan partido, con uno u otro matiz, de tan folclórico tema.

Muy recientemente, no obstante, un nuevo motivo relacionado con la capital americana ha acaparado la atención del público. Nos referimos al espinoso asunto de la recepción de un importante número de nazis en Argentina tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. El texto que ha abordado valiente y crudamente la cuestión, La Disparition de Robert Mengele (2017) de Olivier Guez, ha recibido el premio Renaudot de 2017, y completa como en un díptico el Goncourt atribuido, ese mismo año, a Éric Vuillard sobre otro episodio del nazismo ocurrido en la Europa de 1933. La novela de Guez recorre biográficamente los años que el macabro médico de Auschwitz pasó en Sudamérica, y especialmente los que transcurrieron en Buenos Aires, donde el protagonista pasó de la actitud de huída a la de disfrute y solaz en el confort de apartamentos y casas señoriales junto a otros nazis, enriquecidos con la expansión de las empresas alemanas en el Nuevo Mundo. Como puede constatarse, hasta aquí la imagen de Buenos Aires que da la ficción francesa no es demasiado halagüeña.

Y tampoco mejorará esa imagen con la obra que analizaremos en este capítulo, Le chemin de Buenos-Aires de Albert Londres1, publicada en 1927 y dedicada a una «especialidad francesa» de la urbe americana: la prostitución. Se trata de un texto híbrido, que participa del género de la crónica, del libro de viajes y del reportaje; no es extraño pues que el narrador de este original relato se llame a sí mismo «espèce d’écrivain» («especie de escritor») (Londres 1927: 114) y que su periplo de Francia a la capital bonaerense comience como el de un pícaro, con la mención «Où je trouve le chemin de Buenos Aires» («Donde encuentro el camino de Buenos Aires», Londres 1927: 7) y termine con amonestaciones moralizantes: «La responsabilité est sur nous» («La responsabilidad es nuestra», 1927: 244). Del género de la crónica toma Londres la inscripción de la dinámica narrativa en una temporalidad especificada y relativamente lineal. El libro de viaje proporciona simultáneamente la tonalidad subjetiva de las descripciones paisajísticas y las reflexiones desde una focalización externa al dato. Y del reportaje periodístico se heredan varias características, la primera de las cuales es el tono y tema de la denuncia, siendo el objeto denunciado una práctica social tácitamente tolerada y eufemizada, pero que consiste realmente en una esclavitud sexual. De hecho, ni siquiera la modalidad irónica de las anotaciones, que asegura el distanciamiento para juzgar unos hechos delictivos, oblitera esa intención perlocutiva del texto. La segunda de las características es el predominio del diálogo, que permite transmitir directamente informaciones obtenidas a través de conversaciones reales. Porque la transmisión de paquetes de información es, en efecto, uno de los objetivos del reportaje, previo al análisis e interpretación de dichos datos —sin perjuicio de que esos paquetes hayan podido pasar por ciertas transformaciones estilísticas y estéticas que hagan de ellos objetos literarios—. Además, la proliferación de diálogos chispeantes y el propio discurso del narrador siguen un ritmo muy ágil, acelerado si cabe por la frecuencia de las elipsis, y aproxima el mecanismo de este texto literario al del texto mediático (reportaje).

La originalidad discursiva del relato de Albert Londres contrasta relativamente, sin embargo, con su temática. Porque la prostitución, forzada o voluntaria, forma parte de un polisistema bien canonizado en Francia desde que Manon diera sus primeros pasos de mano del abate Prévost, en el siglo XVIII, y abriera la vía a la Esther de Balzac, la Dama de las Camelias de Dumas o la Nana zoliana, rematando con las diversas lulús del siglo XX y las mujeres ocasionalmente venales que obsesionaban a Jean-Luc Godard, por poner algunos ejemplos. Los visitantes extranjeros bien sabían y saben que mantenidas, queridas, grandes horizontales y prostitutas sin más forman parte del acerbo cultural parisino. La idiosincrasia de Londres en lo que concierne al tratamiento de esta temática estriba en que su relato no se centra en las peculiaridades de la mal llamada mujer fácil ni en su dotación física o psicológica, sino en su circunstancia —como reza el título de este capítulo—, es decir, en aquellos condicionantes y actores externos que convierten a la mujer en prostituta, así como en el recorrido social y geográfico (de París a Buenos Aires) que realiza la aspirante al oficio. Puede sintetizarse esta circunstancia con la etiqueta de «trata de blancas», que no remite en el texto analizado a un evocador mundo oriental de tono ingresco, sino a un sórdido ambiente de extorsión, violencia y cinismo.

Profundizaremos más tarde en la evaluación crítica de la circunstancia de la prostituta. Querríamos ahora centrarnos en ese recorrido geográfico que caracteriza y otorga su marca personal al texto de Londres, es decir, el paso de un espacio francés de referencia, o polisistema central, a otro espacio, el argentino o polisistema de periferia, si empleamos los términos de Even-Zohar. En el texto, ese primer espacio no se describe: se da por supuesta la existencia en el lector de referencias suficientes para descodificarlo, por lo cual simplemente se multiplican los indicios fuertemente connotados (nombre de los barrios parisinos, de los personajes, léxico particular que remite a una categoría social concreta, etc)2. París es presentado, pues, como el lugar de partida del gran viaje, de la gran «aventura», frente al cual surge el espacio ignoto: la ciudad americana, punto de llegada y meta del viaje, al que se alude como el «grand marché», gran mercado de la compraventa de mujeres, sin más datos. En la mente del lector se quiere crear, por tanto, la expectativa de ese lugar misterioso, Eldorado de los proxenetas. Esta perspectiva, que forma parte de la estrategia dramática del texto, se mantiene en todos los capítulos, además de en la forma de abordar la temática de la prostitución, es decir, como exportación o transferencia de una especialidad francesa al país americano. De ahí que el conocimiento del polisistema cultural bonaerense se obtenga en todo momento no por sí mismo, en su particularidad nativa, sino a través del polisistema francés. Un ejemplo paradigmático de ello es la forma en que el protagonista explorará el campo político bonaerense: a través de los autores franceses que se exhiben en las vitrinas de las librerías.

Je flaire le lieu. Il ne sent pas mauvais. Les livres que l’on y vend sont tout ce qu’il y a de plus catholique. René Bazin! Henri Bordeaux! [...] Pierre Mille, Édouard Estaunié. Bien. Et voilà tous mes Vieux amis: Jean Vignaud, Henri Béraud, Édouard Helsey et Pierre Benoit et Dorgelès ! Salut camarades ! Mais je suis étonné de vous trouver ici. [...] Victor Margueritte! Ah! Francis Carco! Galtier Boissière, tiens, tiens!3 (Londres 1027: 47).

Que la perspectiva siempre es la europea explica la extranjeridad absoluta e irremediable del narrador, quien confiesa que jamás podrá no ya integrarse en la sociedad argentina, sino siquiera vivir en ese país. Para expresarlo acude a la autoridad de dos franceses ilustres y un italiano prohijado por franceses: «Par le cheval blanc d’Henri IV, par la barbe de Léonard de Vinci, par la cigarette tombante de M. Aristide Briand, je ne pourrai jamais, jamais, jamais m’habituer à Buenos-Aires»4 (1927: 150). Y el objetivo de todos los proxenetas y sus trabajadoras es volver al país originario una vez que se haya ahorrado lo suficiente como para vivir plácidamente en la vejez; no se trata en ningún momento de establecerse en las Américas, sino de, a lo sumo, poner un bar en Marsella5. Porque fuera de Francia no hay nada que justifique el habitar («c’est rien de bon pour habiter», 1927: 29).

Por su parte, la geografía y sociología urbanas bonaerenses se contemplarán igualmente a través de este prisma de lo que puede considerarse una desterritorialización fallida.

Buenos Aires es en efecto, ante todo, un ámbito receptor de emigrantes en masa, que acuden con el deseo de medrar. Este eje isotópico se mantiene a lo largo del texto y se aplica a todas las variantes del término, especialmente al de la prostitución: a igualdad de trabajo, en América se saca más rentabilidad. Desde París se proyecta sobre el nuevo continente el tópico de la tierra de las oportunidades: «Qu’ est-ce que tu faisais ici? Tu feras la même chose là-bas. Là-bas tu seras une rupine. Ici tu as peur de ne pas manger. Là-bas tu auras peur d’engraisser»6 (Londres 1927: 30).

América se rige, en el imaginario europeo de entreguerras, por el afán de lucro —es decir, el mismo que un siglo antes atribuía Balzac a París, o Stendhal a la ciudad de provincia—. Sus habitantes se guían permanentemente por la búsqueda de rentabilidad, como los burgueses del Verrières stendhaliano, habiendo perdido no obstante la pequeña marca de distinción que aún se conservaba en el París balsaciano. Los argentinos al oro se humillan, como su propio nombre indica —aman el «argent», dinero—, pero no son siquiera adoradores del becerro, sino solo del vil billete sin brillo.

Suspendu par un fil invisible, tenu là-haut par Dieu le Père lui-même, un autre Dieu, invisible également, se balançant au-dessus de la ville. Tous les Argentins –tous !- à genoux devant lui. Il n’est même pas en or, il s’appelle l’Argent ! [...]

Buenos-Aires!

Un port à la place du coeur!7 (1927: 93).

El final de estas líneas ejemplifica además el modo en que se emplea en el texto de Londres el valor metonímico del puerto, aquí como lugar de comercio y enriquecimiento, y en otros lugares como espacio de volcado, propio de una ciudad-aluvión. En fin, la fijación colectiva por el dinero tiene asimismo como consecuencia la devaluación de la afectividad, que se arrincona porque no produce dividendos.

Cierto es, no obstante, que Buenos Aires sí ofrece un relativo refugio a la pobreza del europeo. El trazado del viaje de una de las jóvenes protagonistas, Moune, nos recuerda la miseria de la situación de muchas jóvenes parisinas y las mejoras en su nivel económico una vez que se instalan en la ciudad porteña.

Varias más son las características de la población bonaerense. Hemos mencionado antes la morfología de Buenos Aires como de ciudad-aluvión, mezcla cosmopolita heterogénea, «À la fois bazar et métropole» (1927: 93): bazar por lo heteróclito, metrópoli por las gigantescas dimensiones, a las que luego volveremos. «C’est Capharnaüm multiplié mille fois par Capharnaüm» (1927: 45), exclama el narrador, utilizando el semantismo que la lengua francesa atribuye al Cafarnaún evangélico como sinónimo de leonera o lugar en completo desorden. Y de nuevo se recoge la metonimia del puerto para caracterizar un espacio urbano receptor de todo, especialmente de lo sobrante, como una ciudad-vertedero:

Italie, Espagne, Pologne, Russie, Allemagne, et quoi encore? Syrie et pays basque, chaque jour, comme s’il agissait de combler un terrain à bâtir, déversant là leur supplément de matériel humain.

Des horizons ont des clochers, d’autres des minarets, d’autres ont des coupoles. Chacun sa religion. Ici des cheminées de bateaux8 (1927: 94).

Otra propiedad de la población porteña tiene que ver con un tema que obsesionaba no solo a la burguesía, sino también a las mentes más sobresalientes de la época. Nos referimos al tema de la raza y, sobre todo, de la pureza racial. Desde el último tercio del siglo XIX, y por razones que tienen que ver tanto con la moda de la genética como con la abundancia de enfermedades en las clases obreras, los científicos comienzan a preocuparse por la degeneración de la raza europea. La labor de los higienistas colaborará, de este modo, a poner en marcha una política discriminatoria. A su vez, la hecatombe de la Primera Guerra Mundial y el conocimiento acrecentado de la realidad asiático-oriental reforzará el miedo a la desaparición de la raza blanca... En suma, en el periodo de entreguerras las teorías racialistas existentes desde antaño derivan hacia posturas francamente racistas (Herman 1998: 153-296). Posturas que se orientaban asimismo hacia dos esperanzas posibles de regeneración y salvación del occidental: en el interior de Europa, la regeneración por exterminación de judíos, homosexuales y todo tipo de marginalidades; en el exterior de Europa, porque el asentamiento en un territorio virgen permitiría respirar otros aires (Buenos), no viciados por la suciedad de la modernización occidental.

En este contexto se inscriben las sugerencias de Londres acerca del «hombre nuevo» que se está creando en el oxígeno revitalizante y el sol radiante de América, Mundo también Nuevo: «Que d’hommes et quels hommes! Vive le soleil austral qui donne une telle vigueur aux plantes qu’il réchauffe ! Ah! la Raza n’est pas dégénérée»9 (1927: 125).

Londres hereda, no obstante, las contradicciones y ambigüedades insitas en estas cuestiones. De modo que, por ejemplo, considera insólito el festejo bonaerense del día de la raza. Pues en realidad la población de Buenos Aires es fusional, hecha de cruces constantes, de mestizajes genéticos y culturales. Y lógicamente, al llegar a puerto el narrador, que es francés de souche, despierta las sospechas de los guardias fronterizos, que le confinan en el barco: «Le gardien arriva. Son père étant allemand, sa mère étant française, ses grands-pères étant, l’un italien, l’autre syrien, et ses grand’mères, l’une portugaise, l’autre polonaise, mon geôlier était un parfair Argentin»10 (1927: 42). Será uno de los conocidos del narrador, un proxeneta y por tanto hábil en burlar la ley, quien arregle la situación para que Londres pueda desembarcar. En ese Nuevo Mundo, en esa «ville en gésine» (1927: 94) que está gestando una raza nueva, los puros son segregados.

Algunos de los matices de las contradicciones en este tema pueden observarse igualmente en las opiniones manifestadas en el texto sobre la población bonaerense. Por un lado, existe una sincera admiración por la ausencia de prejuicios, convencionalismos y sentimiento de culpa: «Je ne me lassais pas de regarder les Argentins, à cause du triomphe permanent qu’ils portent, comme une plume, dans leur regard. Ces gaillards-là, pensais-je, soulèveraient notre Arc de Triomphe à bout de bras, si nous les laissions faire»11 (1927: 114). En la alabanza subyace, sin embargo, cierto reparo frente a la soberbia inscrita en la mirada de las gentes. Y ese reparo se despliega ampliamente cuando Londres expresa su opinión más profunda sobre la población. Es entonces cuando aparece el lado verdaderamente genuino de esta, que consiste en la plebeyidad. El componente humano de Buenos Aires es tan gris y plomizo, en términos de distinción social, que no descuellan ni llaman la atención los miembros del hampa: «Impression imprévue: ici, ils ne choquaient pas. Il ne semblaient pas, comme à Paris, d’assez étranges individus. En France, dans les milieux populaires, ces citoyens font tache. Ils font tache dans le monde bourgeois [...] À Buenos-Aires, ils s’harmonisent admirablement avec l’ensemble du paysage argentin... »12 (1927: 65).

En cuanto a la descripción de la geografía física de la ciudad, también contiene una carga negativa importante. Carga que viene informada por la fuerte tendencia antimoderna de Londres, manifiesta en muchas observaciones. Londres está contemplando, como Baudelaire medio siglo antes, el porvenir de lo urbano, y no le gusta. La profusión de bombillas, por ejemplo, no se celebra como una victoria sobre la oscuridad o sobre una naturaleza hostil, sino que se compara con una enfermedad: «En effet, que de lumières! Les maisons sont festonnées d’ampoules électriques. Le jour on dirait qu’elle sont atteintes d’une éruption pustuleuse. C’est très joli. C’est argentin»13 (1927: 45). Quizá el autor cree poder compensar la crítica a la ciudad iluminada con la ironía del juego de palabras al final de la frase, en que argentin («plateado», en francés) designa el brillo y es topónimo, simultáneamente.

El talante antimoderno del texto también provoca un rechazo de dos características del estilo de vida bonaerense: la celeridad y el hieratismo o automatización. La modernidad alienante y su ámbito, el urbano, crea individuos autómatas, desencarnados, que han evacuado el sentimiento de sus vidas y se concentran en la tarea; pequeño-burgueses que no pierden el tiempo ni se pierden en ensoñaciones, sino que se concentran en la eficacia de su tarea: «...je n’ai jamais vu personne ni rire ni sourire, ni flâner, ni méditer, ni attendre, attendre quelque chose ou même n’attendre rien du tout dans les rues de Buenos-Aires» (1927: 45). No hay tiempo para la flânerie aquí en las Américas, y unos lustros después de Baudelaire; se ha instalado una modernidad más evolucionada que la decimonónica, enfocada hacia la operatividad y no hacia la contemplación.

El gigantismo, las dimensiones excesivas, espaciales y en número de habitantes (dos millones, 1927: 93), son otros aspectos del urbanismo bonaerense que molestan a Londres: «...la rue de vingt kilomètres [...]. Je suis revenu, définitivement écoeuré de la ligne droite. Il faut être ivre pour concevoir vingt-deux kilomètres en ligne droite»14 (1927 :44). La estética de la desmesura y de lo infinito es fruto de la ebriedad («ivre»), pero no despierta una meditación sobre lo sublime, sino el puro hastío («ecoeuré»).

Para Londres, Buenos Aires es feo, y en él no hay proporción entre el esfuerzo realizado para construir las casas y el resultado obtenido: «Ce qu’il y a de plus Beau c’est l’effort. Ce qu’il y a d’injuste c’est le résultat»15 (1927: 45). Los arquitectos no fueron originales y la homogeneidad de la ciudad es testimonio de ello: «Décidément Buenos-Aires a juste autant de fantaisie qu’une géométrie: parallèles, perpendiculaires, diagonales, carrés. Les habitants eux-mêmes n’ont pas le droit d’être ronds dans les rues»16 (1927: 65). El paisaje urbano está incrustado en una rejilla geométrica abstracta, sin vida, de donde la imaginación ha sido evacuada. El retrato se completa con el doble sentido de la expresión francesa être rond, cuyo significado es tanto «ser redondo» como «estar borracho». En una ciudad ortogonal no se puede ser/estar redondo.

La racionalización afecta también a la forma de las manzanas de edificios, las famosas cuadras. El texto de Londres es especialmente rico en símiles para describir la forma de los bloques de casas, que compara con las celdillas de un panal (obviando evidentemente la diferencia entre un cuadrado y un hexágono), las casillas de un damero o bien... el radiador de un automóvil (1927: 46). Pero quizá la comparación más interesante, y en todo caso la más desarrollada, sea la que establece un paralelismo entre la disposición de las cuadras y la organización de los ejércitos napoleónicos. El término comparante reenvía veladamente al cuadro de infantería de los ejércitos napoleónicos, y tal vez al más famoso de ellos, el de la guardia personal de Napoleón, la célebre Vieja Guardia imperial inmortalizada por Victor Hugo en sus Miserables. «Buenos-Aires est disposée comme l’étaient les armées du défunt général. / La ville s’avance, carré par carré, pour livrer bataille à la pampa»17 (1927: 121).

Observemos además que el párrafo transcrito inserta en la representación de lo urbano el enfrentamiento entre cultura y naturaleza («la pampa» y Buenos Aires), tradicional tanto en la cultura occidental como en el imaginario americano, planteándose la edificación de la ciudad como un combate de la humanidad contra las fuerzas naturales adversas.

En suma, la racionalización del espacio impone una carceralidad (puramente física), «Au milieu de tous ces carrés, on se sent l’âme d’un fauve qui se promène derrière ses grilles»18 (1927: 150).

A su vez Olivier Guez, en su libro sobre Mengele en Buenos Aires, antes citado, comparará la organización regular en cuadras con los barracones de Auschwitz. El damero de la topografía porteña reenvía, en la mente de Mengele, a las casetas, cámaras de gas y crematorios del campo de concentración (Guez 2017: 19). Es interesante, por otra parte, confrontar la descripción de Guez con la de Albert Londres. Primero, porque el ortogonalismo de la ciudad es presentado también por Guez como un laberinto benéfico (2017: 46): las cuadras infinitas de Buenos Aires permiten escabullirse del ojo vigilante de la policía. Y segundo, porque en el mundo posbélico de los años cincuenta y sesenta descrito por Guez aparece un lado del espacio social bonaerense que está elidido en el texto de Londres. Nos referimos a todo lo relativo al ocio burgués: los locales de fiestas, restaurantes, teatros, etc. El biógrafo de Mengele no olvida mencionar los lujos del café Tortoni o Castelar, del cabaret Fantasio, del hipódromo de San Isidro o de los almacenes Gath&Chaves, frecuentados por su protagonista. Tampoco olvida —y en eso coincide con Londres— los clubes nocturnos de la calle Corrientes y sus dóciles chicas (2017: 52 y 86).

Sin embargo, la descripción que proporciona Guez, brevemente, del periodo de entreguerras no difiere tanto de la de Londres: se refiere a las chabolas y tugurios, que brotan junto a los palacios suntuosos. A su juicio, el teatro Colón no queda tan lejos de La Boca (2017: 27). Pero Mengele no incursiona al popular barrio y Londres sí, para estudiar in situ las desgracias de la miseria: «La Boca semble une conscience qui se serait chargée de tous les péchés mortels et qui, affalée là, vivrait au milieu de la malédiction»19 (1927: 176)20.

Unos años antes otro francés, ilustre en este caso, Georges Clémenceau, a la sazón expresidente del Consejo de Ministros, había visitado los barrios pobres en su viaje a las Américas. Sin embargo, ya fuese porque una limpieza policial le hubiese precedido o por sus objetivos interesados (esperaba recuperarse económicamente mediante conferencias laudatorias del sistema parlamentario argentino), afirma no haber visto en ellos ninguna prostituta (1911: 31). Además, admira la salubridad de la ciudad, la extensión de sus parques, sus jardines zoológico y botánico —que describe ampliamente— y hasta el hipódromo. Claro que todo ello había sido diseñado por un francés, «le génial M. Thays» (1911: 32). Clémenceau se fija igualmente en lo heteróclito de la arquitectura urbana y en el teatro Colón, el más bello del mundo (1911: 62), así como en ciertos habitantes muy particulares, como los rastacueros o criollos enriquecidos (1911: 48) y los anarquistas. No sorprenderá esto último sabiendo que el Tigre (apodo de Clémenceau) había organizado un cuerpo de policía especializado en confrontarse a los temibles apaches parisinos. Como tampoco sorprenderá su interés por la toma de huellas digitales en Buenos Aires (1911: 63-64).

Volviendo a Londres y su caracterización carcelaria de la ciudad, observemos que resulta contradictoria con la recreación de otro estereotipo cultural americano: el de la libertad. Aunque, desde luego, la que se tiene en Buenos Aires no llega al grado de la existente en Uruguay. Los porteños conservan un control relativo de los ciudadanos, mientras que en el país vecino no hay restricciones al tráfago y al tráfico de personas (1927: 35), de modo que puede instalarse allí sin peligro el mihanovitchismo, o negocio creado por un polaco avispado que consiste en obligar a prostituirse en barcazas cerradas a mujeres que jamás saldrán de ellas... (1927: 35-36). Clémenceau, no obstante, nos informaba en su propio relato de que N. Mihanowitch era el dueño de una empresa colosal de transporte fluvial y marítimo (1911: 74). Son, sin duda, dos formas distintas de mirar la realidad y de leer la ciudad.

En cuanto al tema de la prostitución, nuclear en la obra que analizamos, toda una densa red léxica remite a él desde el comienzo. La introducción abrupta, al modo de la novela naturalista, proporciona indicaciones suficientes para que el lector identifique con claridad esa circunstancia de las protagonistas:

Et je m’assis à la terrasse, chez Batifol.

Batifol est un bar, faubourg Saint-Denis. [...]

Mais j’attendais Jacquot. Jacquot était le frère de Nono. C’était Armand qui me les avait présenté.

Jacquot, Nono, Armand sont des hommes du milieu [...]. Jacquot voulair voir si sa femme se permettait de danser au lieu de travailler sur les boulevards21 (Londres 1927: 7-8).

Para un lector francés, todos los indicios de este incipit son fáciles de descifrar. Una terraza en el «faubourg Saint-Denis» remite de inmediato a ambientes populares del periodo de entreguerras, comparables a los que describiría Céline poco después en su Voyage au bout de la Nuit22. El nombre de la cafetería o bar reenvía al verbo batifoler, que significa «divertirse de forma infantil», pero también «permitirse ciertas libertades con una mujer». Y, en fin, la escena siguiente del relato mueve la acción a Belleville, barrio igualmente popular, también hoy en día.

A su vez, Jacquot y Nono son nombres que remiten a un estrato social bajo —y en efecto, estos personajes son definidos por su pertenencia al «mundillo» (milieu)—. Poco más tarde, la mención de «la Madelon» completa el cuadro por reenviar al tipo de apodos empleados por las prostitutas o para designarlas (es la mirada masculina la que construye el cuerpo femenino en este texto). Y, evidentemente, Jacquot vigila a su «mujer» (la pareja del momento, como luego comprobará el lector) para que «trabaje en los bulevares», es decir, haga la calle. En fin, el estilo empleado por la voz del narrador está marcado por coloquialismos (elisión de partícula negativa: «si je n’avais [pas] eu» y empleo del demostrativo apócope: «c’eût été») e imita el lenguaje del hampa, marcado por la ocultación, los sobreentendidos o los términos codificados.

Ya hemos indicado que la prostitución en el texto de Londres se presenta como originaria de Francia, de ese país; el texto narra los pormenores de su exportación a América. Históricamente, Buenos Aires reconoció este origen y denominó «casas francesas» a los prostíbulos (1927: 123) y «franchuchas» a sus moradoras, que formaron un verdadero ejército (1927: 96). Ellas fueron el símbolo de la patria fundadora y la más genuina encarnación de lo femenino:

Les ferrailles, les machines, les pointes sur les casques étaient allemandes. Le chemin de fer, le vêtement, le cornichons à la moutarde étaient anglais. L’automobile, les rasoirs, la mauvaise éducation étaient North America, le terrassier était italien, le garçon de salle était espagnol, le lustro était syrien.

La Femme était française! Franchucha!23 (1927: 95).

Orgulloso de esta especialidad patria, Londres reivindica un lugar de honor para la franchucha. En su opinión, debería erigírsele un monumento en la ciudad porteña que diera testimonio de la relevancia de la francesita para construir el Nuevo Mundo, y que quedara fijado como lugar de memoria en la historia argentina (1927: 97). Pero como hemos sugerido desde un principio, este tono jocoso no puede confundir al lector. Londres se coloca inequívocamente del lado condenatorio de la prostitución —y especialmente del lenocinio, como veremos—. Su visión difiere radicalmente de la romántica; en su relato las meretrices no son rescatadas ni redimidas. Y la causa de su caída es atribuida categóricamente y sin paliativos a la miseria y el hambre: «À la base de la prostitution de la femme il y a la faim»24 (Londres 1927: 245). Para el reportero, la acera nunca fue la antesala de las aventuras y de la voluptuosidad, sino únicamente el camino del restaurante (1927: 102). Algunas puntualizaciones léxicas insisten en esta perspectiva, como la de que faire la noce («ir de juerga») no puede emplearse para referirse a ese oficio (1927: 109). La mujer no disfruta ejerciendo, y su trabajo es exclusivamente el modo de sobrevivir y ganarse la vida25.

Por otra parte, se explica en el texto la tremenda expansión del negocio en América por la propia constitución de la población argentina naciente, masivamente masculina: «Aux campos, partout où des hommes seuls s’efforçaient à prendre racine dans ce sol neuf, on voyait monter, procession amère, des jeunes femmes allant se vendre»26 (1927: 95).

En su proyecto condenatorio, Londres desactiva igualmente dos oposiciones semánticas firmemente arraigadas en la tradición ficcional francesa. La primera de ellas es la oposición inocencia/desvergüenza. Para el reportero son términos inconmensurables; la inocencia puede conservarse en el interior de un cuerpo venal (1927: 114).

La segunda oposición enfrenta honradez y vicio. En su acepción tradicionalmente admitida, se considera que la cortesana es una mujer amante del sexo, por naturaleza (más amante que la media); la connotación está implícita incluso en la Dama de las Camelias. Londres deconstruye este semantismo esencialista mediante la explicación del recorrido biográfico de la prostituta, explicando cómo esta no nace, sino que deviene:

Une vicieuse est une jeune fille née dans le milieu, ayant l’exemple de la mère ou de la soeur aînée, ne concevant pas, dès l’âge le plus pur, qu’une femme quand elle est grande, puisse gagner sa vie autrement. À douze ans, elle est déjà en circulation clandestine. Ensuite elle descend, un par un, les barreaux de l’échelle. Un jour, elle franchit le dernier, elle met le pied sur le trottoir, elle est normalement arrivée!27 (1927: 102).

Se trata, por tanto, de un recorrido descendente, irónica y amargamente etiquetado por Londres con el verbo francés que se usa para expresar el éxito en la vida, «arriver», acompañado de la normalización (asentamiento juicioso) añadida por el adverbio («normalement»).

Ni que decir tiene que esta crítica del semantismo tradicional atribuido al término vicio desactiva también radicalmente la figura de la mujer fatal cuando viene asociada a la prostitución, y cuyo ejemplo paradigmático es la Nana zoliana. No existe tal posible narrativo en el texto de Londres, que deja clara la condición de víctima de la mujer en todos los casos —y la del varón como verdugo, invariablemente, ya sea proxeneta o cliente—28.

Las cortesanas argentinas son materia, además, de curiosas transformaciones retóricas en el discurso del proxeneta. La animalización, por ejemplo. Son «poules» («gallinas», traducción directa del vocablo francés que designa a la mujer en general, en las clases populares, y a las prostitutas en particular). O, si son feas, caballotes y avestruces (1927: 80), ovejas y focas (1927: 233).

La metáfora también se estila para referirse a la franchucha, y especialmente un abanico de expresiones figurativas que la cosifican: por ejemplo, se le denomina «lote» o «paquete» (1927: 30 y 33), reenviando al léxico de la esclavitud29. El segundo de esos términos genera además una verdadera alegoría: los paquetes de 27 a 30 kilos son clandestinos (el peso designa en realidad la edad), y por su «fragilidad» deben ser colocados en «lugares tranquilos» (escondidos en las sentinas, donde permanecerán durante todo el trayecto) y con los sellos reglamentarios para su transporte (falso pasaporte, falso certificado de buenas costumbres, 1927: 33-39).

Porque la mujer es un preciado capital que se compra (mejor si es una ganga, 1927: 29) y vende con beneficios. Se puede comprar por mitades, compartiendo la propiedad con otro (1927: 89). Se pueden adquirir de alta y baja calidad —respectivamente francesas o polacas—. La hay de dos clases, sobre todo: alta y baja, promesa de Francia y del Este (1927: 163). Es como una máquina tragaperras (1927: 85) o un título de propiedad (1927: 83). Debe colocarse ese capital al abrigo de las fluctuaciones del mercado (1927: 78) o bien llevarse de un lado a otro como una rueda de afilar, para sacarle todo el rendimiento posible, ya sea en metrópolis, ya en ciudades de frontera donde los clientes de todo tipo abundan. En la inmensa mayoría de los casos, la máquina resiste y produce generosamente lo que se le pide30.

Esta perspectiva del proxeneta evacúa, como la del personaje que acciona su aparato en la colonia penitenciaria de Kafka, toda reflexión ética sobre la práctica de la extorsión. Lo importante es el buen cuidado del engranaje: asegurarse del funcionamiento correcto, del pago del usuario y de la inversión correcta de los fondos generados. El buen administrador puede ampliar el negocio doblando o multiplicando los artefactos, ampliando su capital, internacionalizándose. Paulatinamente pasará del estadio de «buen chico» (joven pequeño-delincuente) al de gran empresario con familia honrada e hijos. Sin que personas o discursos le hayan ensuciado el nombre o la conciencia: él es solo un hábil «comerciante», como afirma su tarjeta de visita (1927: 61). Un comerciante que ha descubierto a las chicas su verdadera vocación (1927: 202).

Pero la mirada de Londres, de nuevo, desarticula esta lógica. La figura del mauvais garçon o matoncillo de arrabal es un mito. Aunque el chulo o caftán se enorgullezca de su anarquismo (porque se opone a la moral burguesa, que proscribe el comercio sexual, 1927: 67) es un cínico y un puerco («porc», 1927: 7). Su código de valores viene encabezado por el desprecio del trabajo, pues él confía en el porvenir de la pereza (1927: 67). El único oficio que se permite es el import-export de mujeres: lo practica con inteligencia, poniendo su interés por encima de todo lo demás (1927: 81). Suele comenzar como pequeño delincuente, curtiéndose en la holgazanería y el robo con violencia. A veces continúa como gigoló, de modo que puede decirse que es la mujer quien crea al caftán (1927: 70). Posteriormente aprende de verdad el oficio en la cárcel. Desde joven practica la bi o la poligamia, y también el bilingüismo: aprende el idioma de la sociedad y el del hampa. Este último se basa en una resemantización de un número concreto de términos, que adquieren un significado nuevo. Por ejemplo, la debilidad de la mujer significa su propensión a huir con los clientes (1927: 79). Su pereza, rechazar el trabajo, es decir, no aceptar clientes en el mayor número posible y sin distinción de credo, clase o nacionalidad (el trabajo exige una mentalidad liberal abierta). Su dignidadcomportamiento dignoenchironadas31