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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Vicki Lewis Thompson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Algo salvaje, n.º 1 - mayo 2018

Título original: Notorious

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-568-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

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Epílogo

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

¡Chicas! ¡Chicas! ¡Chicas!

El panel publicitario del Salón Pussycat se iluminó por unos instantes con aquellas letras, antes de ceder su lugar a un nuevo mensaje: Salen a escena… ya!

Noah Garfield pasó de largo y siguió camino hacia el bar, que estaba situado dos calles más allá del local de strip-tease. Solo se había detenido un momento para contemplar las fotografías de las mujeres en topless bailando en un oscuro interior. La tentación sexual que provocaban le había parecido especialmente perversa dado lo temprano de la hora: apenas eran las dos de la tarde.

Por lo demás, esa tentación seguía haciéndole pensar en Keely, a pesar de los diez años transcurridos. Apenas podía creer que hubiera pasado tanto tiempo desde que ella dejó impresionados a sus amigos de Saguaro Junction, Arizona, al aparecer desnuda en el desplegable central de la revista Macho. Todavía podía verla exhibiéndose en toda la gloria de sus diecinueve años, sonriéndole a él y a medio millón de hombres más. Así era Keely Branscom.

Le habría encantado saber qué sería de ella ahora. Quizá estuviera casada y con tres hijos, aunque le costaba trabajo imaginárselo. Muy probablemente estuviera actuando en un local exactamente como el que acababa de pasar. Eso sí que se lo podía imaginar. La despedida de soltero de aquella noche se efectuaría en un lugar semejante, y lo cierto era que Noah no tenía ninguna gana de ir. Los tacones de sus botas resonaban en el pavimento. Cinco años habían pasado desde la última vez que estuvo en Las Vegas para participar en un rodeo, pero se acordaba muy bien de un bar que había por aquella zona. Era pequeño y acogedor. Nada de bailes ni de música alta: solo cerveza fría y un par de anticuadas máquinas tragaperras. El problema era que no conseguía encontrarlo.

Había confiado en refugiarse en aquel bar durante el fin de semana, en caso de que los festejos en honor de su buen amigo Brandon amenazaran con abrumarlo. Le gustaba, e incluso se sentía honrado de hacer de padrino. Sinceramente. Pero el compromiso de Brandon y Jenny, anunciado solemnemente en otoño de aquel año, le había recordado que él era el único de su grupo de amigos del rodeo que aún no se había casado. Para colmo, su hermano pequeño, Jonas, acababa de comprometerse. Y entre todas las chicas tenía que haber elegido a la hermana de Keely, B.J.

A Noah no le habría importado casarse. De hecho, le habría encantado hacerlo. Pero había estado, y estaba, demasiado ocupado con el rancho. Además de que en Saguaro Junction no abundaban las jóvenes en edad casadera. Ahora que Jonas había sentado la cabeza, tal vez él tuviera también el tiempo y la oportunidad de buscarse una esposa. Pero mientras tanto allí estaba, perdido en «La Ciudad del Pecado» cuando se sentía especialmente vulnerable a aquel tipo de tentaciones… En aquella ciudad uno podía hacer todo lo que se le antojara, y aquella era demasiada libertad para su gusto. Solo llevaba unas horas allí y ya podía sentir la pulsión sexual de la ciudad, el impulso de hacer cosas que jamás soñaría con hacer en su pueblo natal. Y eso lo ponía nervioso. Keely le había producido ese mismo efecto, años atrás, y por eso, muy prudentemente, optó por evitarla. Pero seguía acordándose de ella.

En el siguiente cruce, se detuvo para mirar a su alrededor: licorerías, tiendas de regalos… pero ni rastro de su pequeño y acogedor bar. Probablemente había cerrado. Con un suspiro, dio media vuelta y se encaminó hacia el hotel. El hotel Tahitian tenía varios bares, pero todos eran demasiado ruidosos. Lo que buscaba Noah era algo tranquilo, con música country. Era una pena que un tipo de treinta y dos años fuera tan tranquilo y hogareño, pero así era Noah Garfield. No le habría importado encontrarse en aquel mismo instante de regreso en su rancho, para disfrutar de una maravillosa puesta de sol. Amaba su rancho tanto como lo había amado su padre, y su abuelo antes que él. Era la tierra de los Garfield, y Noah siempre se sentía mejor cuando tenía los pies plantados en ella.

Estaba tan concentrado en sus reflexiones que no prestaba atención a los otros viandantes. Por eso tardó un buen rato en darse cuenta de que la pelirroja que caminaba hacia él se parecía muchísimo a Keely. Pero debían de ser imaginaciones suyas, teniendo en cuenta que acababa de pensar precisamente en ella. Las flores azules estampadas que destacaban en su vestido eran dulces e inocentes, pero el mismo vestido, corto y vaporoso, no lo era en absoluto. Era una prenda flotante maravillosamente tentadora, que destacaba sus largas y bien torneadas piernas. Calzaba unas sandalias de tacón alto y llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo. Caminaba como Keely. Por supuesto, aquella no podía ser Keely. Pero era su hermana gemela: la misma boca de labios llenos, la misma barbilla de gesto decidido.

Llevaba gafas de sol, de modo que no podía verle los ojos. Los ojos eran la prueba definitiva. No había mujer en el mundo que tuviera los ojos de Keely. Había gente que decía que el verde era un color relajante. Pero en Keely no lo era. Ella podía chamuscar el corazón de un hombre con una sola mirada.

La mujer que tanto se le parecía se detuvo en la puerta del local de strip-tease, y Noah también. Por supuesto que no se trataba de ella, pero tenía que asegurarse. Vio que sacaba de su bolso una pequeña agenda de piel. Nada más abrirla, se alzó las gafas mientras leía sus anotaciones. Luego la cerró, volvió a guardarla en el bolso y se dispuso a entrar.

—Perdone —la abordó Noah, casi sin pensar—, ¿podría decirme qué hora es? —maldijo en silencio. Olía incluso como Keely.

Sin mirarlo, la mujer consultó su reloj. Y alzó la cabeza.

—Son las dos y… —se detuvo bruscamente, contemplándolo de hito en hito.

El corazón de Noah empezó a latir a toda velocidad. Aquellos ojos…

—¿Noah? Tú eres Noah Garfield, ¿verdad?

—Sí, soy yo —la sorpresa lo había dejado aturdido.

—¡Guau! —soltó una carcajada—. No me lo puedo creer.

—¿Qué no te lo puedes creer? Soy yo quien no se lo puede creer. Estaba pensando precisamente en ti y, ¡bam! Apareces de golpe —en seguida se arrepintió de sus palabras. No debió haber dicho eso.

—¿De veras? —los labios de ella se curvaron en una sonrisa—. ¿Estabas pensando en mí después de tantos años? Qué halagador…

—Bueno, yo… er… —volvió a maldecirse. Se estaba ruborizando.

—¿No será tal vez que te has acordado de mí… —su sonrisa se amplió—… al ver ese letrero que ahora brilla sobre nuestras cabezas?

Como era habitual en ella, sabía pulsar los botones adecuados para ponerlo nervioso.

—Bueno, Keely, es mejor olvidar ese tipo de cosas, ¿no te parece?

—Evidentemente tú no las has olvidado —extendió una mano para darle una cariñosa palmadita en el brazo—. Está bien. No todos los días la chica que solías acechar en el pueblo decide aparecer completamente desnuda en una revista. Los chicos de Saguaro Junction no están acostumbrados a ese tipo de cosas.

—Yo creo que la mayoría ya se ha olvidado de eso —mintió Noah—. Bueno, dime, ¿cómo te ha ido? —esa sí que era una pregunta original.

—Bien.

—Me alegro —otro brillante comentario. Tenía que admitir que tenía buen aspecto.

—¿Y a ti? —inquirió ella.

—Bien también —se preguntó qué tipo de pintura de labios usaría para que le quedaran siempre como si acabara de humedecérselos. No debería estar mirando tan fijamente aquella boca, pero era más seguro fijar la mirada allí que en el resto de su cuerpo.

—¿Qué te ha traído a Las Vegas?

Noah tuvo que detenerse a pensarlo. Ah, sí, Brandon.

—Un amigo mío se va a casar.

—¿Ah, sí? ¿Lo conozco yo?

—No lo creo, es de Wyoming. Nos conocimos en un rodeo hace unos años.

—¿Y tú, Noah? ¿Encontraste por fin una ranchera con la que casarte?

—No. He estado bastante ocupado —vaciló, no muy seguro de querer decirle más. Después de todo, había sido ella quien decidió romper el contacto con toda la gente de Saguaro Junction, padre y hermana incluidos. Pero finalmente se decidió—. Mi padre murió hace un par de años.

—Oh. Lo siento, lo siento de verdad. Era un gran hombre.

—Gracias. Sí que lo era —no podía recordar haber visto nunca compasión alguna en sus ojos. Desafío sí, muchas veces; malicia muy a menudo y, una noche memorable, deseo. Pero jamás aquella tierna compasión.

—¿Así que Jonas y tú lleváis solos el rancho?

—Sí —en ese momento sí. Seis meses atrás no habría podido darle esa respuesta, porque por aquel entonces Jonas solía pasar más tiempo persiguiendo mujeres que enlazando terneros. Pero B.J. le había hecho sentar la cabeza—. Esa es otra novedad. Jonas va a casarse.

—¡No me digas! —sonrió—. ¿De penalti?

—No. Se casa con tu hermana.

Una expresión de absoluta incredulidad asomó a sus ojos, para ser rápidamente sustituida por otra de conmovedora vulnerabilidad. Desvió la mirada.

—Bueno. B.J. siempre tuvo una especial debilidad por él, pero mucho me temo que está cometiendo un enorme error.

—Hace unos meses yo mismo habría estado de acuerdo contigo, pero te sorprendería ver lo mucho que ha cambiado Jonas. Cada día se va haciendo más y más responsable.

—Qué pena.

La inevitable irritación que siempre había formado parte de sus conversaciones con Keely volvió a asaltarlo. Si todo el mundo tuviera la misma actitud despreocupada ante la vida que ella, nada podría funcionar debidamente.

—Vaya, pues resulta que yo me alegro por él.

Keely le lanzó una insolente sonrisa, como advertencia del hiriente comentario que seguiría a continuación.

—No me extraña. Tú ya naciste viejo.

—Todo el mundo acaba por madurar, tarde o temprano —repuso Noah, tensando la mandíbula—. Incluso tú.

—No si puedo evitarlo. Y en cuanto a B.J. y a Jonas, ambos disponían todavía de mucho tiempo por delante antes de que terminaran cayendo en una aburrida rutina. Pero no, se han apresurado a atarse entre sí, y a aquel bendito rancho. Detesto ver esas cosas.

—Nadie te ha pedido que las veas —en seguida se dio cuenta de que aquello había sido un golpe bajo. No había querido decirle eso. Pero ya no podía retirarlo, y no sabía cómo atenuar el efecto de lo que acababa de decirle.

—No, supongo que nadie me lo ha pedido —repuso, dolida. Volvió a bajarse las gafas, y cuando volvió a hablar su tono de voz no era ya tan seguro—. Supongo que mi padre seguirá tan cascarrabias como siempre, ¿no?

A Noah lo conmovió que hubiera tenido el coraje de preguntar por Arch. Durante su adolescencia, Keely había tenido peleas muy amargas con su padre, y Arch prácticamente la había echado de su casa tras el incidente de la revista. No había querido expulsarla de verdad, pero ella, a sus diecinueve años, se lo había tomado como si lo fuera. Y después de aquello ninguno de los dos había sido capaz de tragarse su orgullo para retomar el contacto.

—Arch está bien —respondió con tono suave, tranquilizador—. Disfruta de una salud de hierro.

—No me sorprende —repuso Keely con una mueca, aunque parecía aliviada—. Creo que nunca toleraría la presencia de una enfermedad en su vida —se irguió—. Bueno, ahora que ya nos hemos puesto al tanto de las últimas noticias, será mejor que me vaya. Tengo una entrevista.

Noah casi se había olvidado de dónde estaban. Antes de abordarla, Keely había estado a punto de entrar en aquel local de strip-tease. Tuvo un mal presentimiento.

—¿Una entrevista? —preguntó, fingiendo un tono indiferente.

—Sí. Una entrevista.

—Oh —se le encogió el estómago. Una entrevista de trabajo. El desplegable central de aquella revista volvió a asaltar su mente y comprendió, sin la menos sombra de duda, que se disponía a pedir trabajo en aquel local.

—Escucha, tengo un poco de prisa. Ha sido estupendo verte. Cuidate, Noah —y se volvió hacia la sombría entrada.

—No entres ahí —sin pensárselo dos veces, la agarró de un brazo

—¿Por qué no? —lo miró sorprendida.

—Hay mejores maneras de ganarse la vida —se quedó sin aliento al sentir la tibia y tersa piel de su brazo desnudo. Se acordó de que tenía una piel maravillosa. Una piel que pensaba lucir delante de desconocidos…

Con su mano libre, Keely se alzó las gafas. Estaba estupefacta.

—¿Y cómo te crees tú que me gano la vida?

—Yo… no estoy seguro, y para serte sincero preferiría no saberlo. Solo te estoy pidiendo que no vayas a esa entrevista. He estado en lugares como este. Sé lo que se espera de las mujeres que…

—¿Ah, sí? ¿Lo sabes?

Noah le soltó de repente el brazo, como si su contacto lo hubiese quemado.

—Maldita sea, Keely. Ya sabes de lo que estoy hablando.

—No te creas. Me cuesta trabajo imaginarme a Noah Garfield es un local de topless. ¿Alguien te engañó para que entraras?

—¡No! —aquella mujer siempre terminaba por sacarlo de quicio—. ¿Sabes? No soy ningún santo.

—¿Quieres que te ponga a prueba? —se burló, sonriendo.

—Mira, Keely. Hace años tú parecías decidida a enfilar tu vida en cierta dirección, y no quisiste escuchar los consejos de nadie. Pero ahora mismo yo te estoy pidiendo que… que reflexiones. Quizá este encuentro nuestro no haya sido tan casual. Quizá haya llegado la hora de que pienses en otras opciones…

—A ver si lo entiendo —un brillo de malicia asomó a sus ojos—. En lugar de entrar ahí y conseguir un empleo enseñando mis… ya sabes, a los clientes, tú quieres que me reforme y consiga un trabajo más respetable. ¿Es eso?

—Te estás burlando de mí, pero sí, es eso.

—Quieres salvarme de mí misma.

—Ay, diablos, Keely. No es que bailar en topless sea tan terrible. Sé que me tomas por un remilgado puritano, pero no lo soy. Y comprendo que siempre has querido ir contra corriente. ¿Pero no te parece que esto ya está durando demasiado? Yo pensaba que a tus años ya te habrías dedicado a otras cosas…

—¡Si ni siquiera he cumplido los treinta!

—Pero te queda poco.

—Diez meses todavía. Casi un año.

—¿Lo ves? Es la edad perfecta para cambiar —pensó que ella parecía mucho más joven.

—¿Y a qué clase de trabajo me debería dedicar?

—No estoy seguro —se frotó el cuello—. Pero quizá a los dos se nos ocurra algo…

—¿Y cuándo sería eso? Tú tienes que asistir a una boda, y yo necesito vivir mientras tanto.

Noah pensó que en eso radicaba el problema. Si Keeely estaba buscando trabajo, era porque no andaba bien de dinero. Y él no podía decirle a una mujer como ella que se olvidara del dinero que ganaba haciendo esas cosas y se dedicara a… a servir hamburguesas. Se le reiría en la cara. Pero no iba a convencerla de nada si seguían conversando en plena calle.

—¿Cuánto tiempo llevas en Las Vegas?

—Llegué ayer mismo —le respondió ella.

—Ajá —pensó rápidamente. Tenía que ir con cuidado—. Entiendo. Acabas de llegar y necesitas un empleo, pero… ¿no podrías esperar un poco para que pudiéramos hablar sobre ello? Solo el fin de semana. Yo podría cubrir tus gastos durante estos días…

—¿Te refieres a pagarme un alojamiento y manutención? Ni hablar.

—Entonces te propongo una cosa: deja la habitación de hotel que has reservado y vente a la mía durante este fin de semana.

—¿Quieres que me traslade a tu habitación? —lo miró con un brillo de interés en los ojos.

Aquello disparó en la memoria de Noah un vívido recuerdo. Con solo dieciséis años, Keely lo había besado con la pasión de una mujer cierta noche en el granero del rancho.

—Estrictamente como amigos —se apresuró a aclarar—. Es una habitación grande. Yo dormiré en el sofá del salón y tú en la cama del dormitorio. No se trata de una proposición, Keely.

—¿Estás seguro? —aquel brillo travieso volvió a sus verdes ojos—. Sé que eres un tipo discreto, pero ya no estamos en Saguaro Junction. Nadie de allí tiene que enterarse de esto. Y ya sabes la «mala chica» que soy yo.

—Es precisamente esa manera de pensar la que tienes que abandonar de una vez por todas —replicó Noah, algo acalorado—. La vida es algo más que sexo —sabía que tenía que haber más cosas, aunque en aquel instante no se le ocurría nada.

—Vamos a ver si me aclaro. Me estás invitando a quedarme en tu habitación durante este fin de semana, pero no tienes ninguna intención de divertirte conmigo. En lugar de ello, vas a… asesorarme.

—Exacto.

—Antes te pregunté si tenías una esposa esperándote en casa, y me respondiste que no. ¿Pero no habrá alguna novia más o menos estable?

—No la hay —ahora que pensaba en ello, habían pasado meses desde la última vez que había salido con una mujer.

—Noah, ¿no serás gay? —al ver su expresión, se apresuró a añadir—: No, claro. Bueno. No estás comprometido con nadie, no eres gay, y no quieres mantener ningún tipo de relación sexual conmigo.

—Efectivamente —mintió. Por supuesto que quería tener relaciones sexuales con ella, siempre lo había querido, pero esa era una mentira que no le provocaba ningún remordimiento.

—Pues entonces debes de ser un santo que acaba de caer del Cielo para salvarme de mi propia maldad. De acuerdo, acepto.

Noah se aclaró la garganta y se esforzó por aparentar más confianza de la que sentía.

—Estupendo —ahora que ella le había dejado muy claro que solo un santo se atrevería a resistírsele, comenzaba a arrepentirse de la idea que había tenido. Pero si podía encontrar la fuerza suficiente para mantener las manos quietas, entonces quizá Keely podría desarrollar una nueva imagen de sí misma. Después de todo, su hermano se iba a casar con su hermana. No tardarían en convertirse en cuñados—. Quizá debamos ir a recoger tus cosas.

—Oh —pareció súbitamente preocupada—, el caso es que, er… me han perdido el equipaje. Ya sabes, eso suele pasar en los hoteles.

—Oh —aquello era peor de lo que había pensado. Evidentemente se había inventado aquella historia del equipaje perdido porque debía de alojarse en algún motel de mala muerte y no quería que él lo supiera. O peor todavía, sus pertenencias eran tan escasas que la avergonzaba enseñárselas. Quizá el vestido que llevaba en ese momento era la prenda más decente que conservaba… Pero ese hecho no hizo más que fortalecer su decisión de sacarla del pozo en el que se había hundido—. ¡Muy bien entonces! —exclamó, consciente de que estaba proyectando más entusiasmo del que exigía la situación. Parecía un maldito vendedor de coches usados. Aclarándose la garganta, lo intentó de nuevo—. Vamos a mi hotel. Luego te dejaré algún dinero por si quieres comprarte algo de ropa.

—Ya veremos. Pero antes de irnos quiero entrar para decirles que renuncio a la entrevista. No quiero dejar una mala impresión, en caso de que necesite volver algún día.

—Te acompaño.

—Preferiría que no lo hicieras —le dijo, sonriendo.

—¿Por qué?

—En este barrio, cuando un tipo se pega a una mujer de esa manera, como si no quisiera perderla de vista, la gente inmediatamente piensa que se trata de su chulo.

Se le heló la sangre en las venas al preguntarse cómo habría podido adquirir tanta experiencia en aquellos asuntos.

—Keely, por favor, dime que tú nunca has…

—No. Nunca. Puede que sea una «chica mala», pero nunca he sido tan mala… —al ver que suspiraba de puro alivio, añadió—: por el momento.

Noah abrió la boca para lanzarle otra advertencia, pero ella lo acalló, riendo.

—Relájate. Estaba bromeando. Me conociste durante los primeros diecinueve años de mi vida, así que ya deberías saber lo mucho que me gusta burlarme de la gente. Sobre todo de la gente como tú. Espérame aquí. Ahora mismo vuelvo.

La vio entrar en el cavernoso interior de aquel local. La incorregible Keely. De repente parpadeó varias veces, como si acabara de salir de un trance hipnótico. Acababa de comprometerse a pasar un fin de semana entero con Keely Branscom. ¿En qué diablos habría estado pensando? Había llegado a Las Vegas en un estado de penosa abstinencia sexual. Y luego invitaba a la mujer más sexy del mundo a dormir en la habitación de su hotel. Apenas llevaba cuatro horas allí, y la ciudad lo tenía ya en sus garras.

2

 

 

 

 

 

Keely se había especializado en actuar por impulso. Y aquel impulso en particular, el que le había hecho aceptar el indignante plan de Noah de salvarla podía proporcionarle una gran diversión. Sobre todo si cambiaban las tornas y lo iniciaba a él en el lado oscuro de la vida. Pero entonces… ¿por qué estaba tan nerviosa? Quizá todavía se estuviera resintiendo de la noticia de la inminente boda de su hermana y Jonas. Una situación a la que no tendría más remedio que irse acostumbrando. Sí, ese había sido el motivo principal de su inquietud.

Evidentemente Noah no la atraía ya tanto como cuando tenía solamente dieciséis años. Y seducir a Noah allí, en Las Vegas, sería una fantástica manera de vengarse de la brusquedad con que lo había rechazado a tan tierna edad. Pero, para que la venganza fuera dulce, tenía que asegurarse de haber superado aquel trauma. Por supuesto que lo había superado. Sacudiéndose su inquietud, entró en el local y miró a la joven rubia que se contorneaba en el pequeño escenario. No, no era esa. El sujeto de su entrevista era una morena.

—¿Quiere una mesa? —le preguntó un hombre delgado, vestido con una camisa blanca y unos ajustados pantalones blancos, apareciendo de pronto a su lado.

—No, gracias. Me llamo Keely Branscom y he venido a hablar con Suzanne.

—¡Oh! ¡Es usted la periodista de Attitude! Por favor, siéntese. Ahora mismo voy a buscarla.

Keely se sentó en una mesa vacía. Aquello podría tardar más de lo que había pensado en un principio. Noah sospecharía de inmediato, imaginando que finalmente se habría decidido a solicitar un empleo. Pero no podía marcharse sin hablar con Suzanne. El equipo de música del local no era muy bueno, pero la rubia del escenario era una gran bailarina. Keely contó hasta cinco clientes, todos ellos concentrados en el espectáculo. Le habría gustado creer que estaban admirando su forma de bailar, pero después de varios años trabajando para la revista, sabía perfectamente que estaban más pendientes de los senos de la bailarina que de su juego de pies. En general, el móvil que espoleaba siempre a los hombres no podía ser más simple, y esa era una de las razones por las que le intrigaba tanto la oferta de Noah de reformarla moralmente. Sinceramente no creía que tuviera intención de mantener relaciones sexuales con ella. Aunque bien podía cambiar de opinión durante el proceso…

—¿Keely Branscom?

Keely desvió la mirada del escenario y vio a una curvilínea morena, vestida con una especie de maillot de aerobic, de color rojo brillante, frente a su mesa. Le sacó una silla.

—¿Suzanne?

—Esa soy yo —le tendió la mano.

Keely se levantó y se la estrechó. Prácticamente tuvo que gritar para hacerse oír por encima de la música.

—Por favor, llámame Keely. Escucha, me temo que ha surgido un imprevisto y no voy a disponer de tiempo suficiente para hacerte la entrevista. Me preguntaba si podríamos quedar en otro momento…

—Supongo que sí —alzó la voz Suzanne, inclinándose hacia ella—. El problema es que tengo cerca un examen de psicología, y necesito estudiar. Esta noche, además, tengo que salir a escena.

—Ya —Keely se alegraba de no tener que entrevistarla en aquellas condiciones. Si lo hubiera hecho, le habría acabado doliendo la cabeza por culpa de la música. Pensó rápidamente. Probablemente esa noche Noah tendría algún compromiso relacionado con la inminente boda de su amigo, así que podría escaparse—. Esta noche… ¿descansas en algún momento de la actuación?

—Claro —respondió Suzanne. Las dos estaban ya hablando a gritos—. ¡A eso de las diez y media!

—¿Piensas estudiar durante el descanso?

—¡No! ¡Solo dispongo de un cuarto de hora libre!

Afortunadamente, la música bajó repentinamente de volumen.

—Si quieres, podríamos hacer la entrevista entonces.

—Esta noche estaría bien, pero… ¿crees que tendrás tiempo suficiente?

—Quizá no, pero al menos empezaremos.

—¿Sabes? —Suzanne desvió la mirada hacia la bailarina del escenario—. A Joy también le gustaría que la entrevistaras. Ella no va a la universidad, como yo, pero está matriculada en una escuela de belleza. ¿Eso cuenta?

—Claro que sí. Cualquiera que esté actuando para pagarse sus estudios sirve para el artículo.

—Estupendo. Mira, es la que está actuando ahí. Se mueve estupendamente.

—Sí, ya lo veo.

—Ese chico de allí con la camiseta negra es su novio. Me da una envidia… Es un bombón.

A Keely no le pareció nada del otro mundo. Estaba saturada de cabezas afeitadas y múltiples piercings. Los pantalones anchos, a la moda, tampoco le iban. Parecía más un adolescente que un hombre.

—Es guapísimo —añadió la joven, mirándolo extasiada.

—Bueno, Suzanne —hablando de hombres guapos, de repente se acordó del que la estaba esperando en el local—. Nos veremos esta noche.

—Quizá Joy pueda estar también presente para que puedas hablar con ella.

—Eso sería estupendo. Gracias —volvió a estrecharle la mano antes de salir apresurada del local.

Noah paseaba de un lado a otro de la acera. No estaba relajado, sino tenso, expectante.

—Estaba empezando a preocuparme.

—Perdona. Es que he tardado un poco en encontrar a la persona que necesitaba ver —en aquel instante lo miró de otra manera. Aquel sí que era un bombón. Tal vez no fuera vestido a la moda, pero a ella le gustaba su forma de vestir. Le encantaba su camisa tejana, con botones de perlas, y aquellos ajustados vaqueros que resaltaban las partes más interesantes de su anatomía…

Con ese aspecto, parecía muy bien dotado. Durante años Keely había soñado con explorar las maravillas que escondían aquellos pantalones. A juzgar por las apariencias, tenía un cuerpo hecho para el pecado. Por eso, desde que entró en la pubertad, Noah Garfield siempre había constituido para ella una tentación, un desafío constante. Lo terrible fue que cuando le sonrió la suerte y pudo llevárselo aquella noche al granero… él la rechazó. Con muy escasa delicadeza, por cierto. Durante los tres años siguientes estuvo intentando vengarse de aquel rechazo, aprovechando la menor oportunidad para repasarle por la cara lo que tanto había despreciado. Y él ni se inmutó. Pero había aprendido bastantes cosas desde entonces, y esa noche iban a compartir una habitación de hotel. El episodio de Sansón y Dalila estaba a punto de repetirse.

—¿Sabes? He estado pensando… —pronunció, nervioso.

Oh-oh. Keely alzó la mirada adoptando la expresión más inocente del mundo.

—¿Qué es lo que has estado pensando? —tal vez la había sorprendido devorándolo con los ojos. En lo sucesivo, tendría que andarse con cuidado.

—Tal vez podría conseguirte una habitación en el mismo piso. Probablemente así estarías más cómoda.

Definitivamente la había sorprendido devorándolo con los ojos. Debía actuar rápido.

—Mira, cariño, no me gusta ser objeto de la caridad ajena. Te diré una cosa: olvidémonos de todo este asunto.

—No, no. No vamos a olvidarnos de nada— suspiró—. Vamos. El hotel está cerca. Es por aquí.

Así que su hotel estaba en el Strip, en el centro de la ciudad. A ella también le habría gustado alojarse allí, pero la revista le había reservado una habitación en un hotel de las afueras. Quizá cuando estuviera ocupado con algo, podría ir allí a recoger sus cosas.

—¿Sabes cuál es tu problema? Que piensas demasiado —le comentó Keely, caminando a su lado.

—Tal vez. Pero es mejor eso que no pensar nada.

—Ah. Te refieres a mí, ¿verdad?

—No me refería concretamente a ti —sonrió, divertido.

—Oh, lo más seguro es que sí, pero me da igual. No me daré por ofendida. Si hablamos de niveles de cautela, en una escala del uno al diez yo tendría menos quince. Y no me importa —vio que él soltaba una carcajada—. Tú, en cambio, tendrías más de treinta.

—Exageras.

—¡Oh, no, en absoluto!

Le encantaba caminar por la ciudad con Noah. Con su estatura y su belleza física, no eran muchos los hombres que podían hacerla sentirse pequeña y frágil. Y él tenía la estatura y la presencia indicadas para ello. Quizá no fuera muy políticamente correcto disfrutar de esa sensación, pero a ella le sucedía eso. Siempre le había sucedido. Oh-oh. ¿Y si no había superado su trauma con Noah?

—Si soy tan cauto como dices, ¿por qué entonces me dediqué a montar toros en los rodeos?

—Ya he pensado sobre eso. Es un indicio de que conservas escondida en alguna parte de tu ser una pasión por los desafíos —lo tenía superado, decidió. Después de todo, habían transcurrido años desde aquello.

—¿Lo ves? —la miró, satisfecho—. Puedo ser atrevido, cuando quiero.