elit2.jpg

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Miranda Lee

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El compañero perfecto, n.º 2 - mayo 2018

Título original: A Man for the Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-569-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Los hombres eran un caso perdido, pensó Josie Williams mientras conducía hacia su trabajo el lunes por la mañana.

—Al menos en lo que a mí respecta —murmuró.

Tendría que haber sabido que Angus era demasiado bueno para ser verdad. La experiencia tendría que haberle hecho buscar los defectos ocultos en vez de ir como una estúpida tras un sueño imposible… otra vez.

Soltó un débil suspiro. A ese paso nunca iba a encontrar lo que buscaba en un hombre.Por Dios, ya tenía veintiocho años, con un matrimonio fallido y una legión de novios ocasionales a sus espaldas.

—Soy una gafe —masculló mientras giraba el coche hacia la calle donde había quedado con Kay.

Tenía la cita a las nueve y media, y el reloj del salpicadero marcaba ya las diez menos veinte. No era frecuente que ella llegara tarde un lunes por la mañana, sobre todo desde que trabajaba para sí misma.

Pero aquel día, tras apagar el despertador, se había quedado en la cama pensando en el fiasco con Angus la noche anterior y en su desgraciada vida.

¿Sería por su culpa? ¿Tenía mala suerte o quizá esperaba demasiado de los hombres?

Tal vez fuera eso último, pero ella no podía conformarse con menos de lo que siempre había soñado: amor verdadero y sexo salvaje.

Claro que lo del sexo salvaje prefería mantenerlo en secreto. No quería que sus amigas la mirasen igual que su ex marido en su luna de miel, como si fuera una especie de ninfómana desequilibrada. Así que cuando le preguntaban qué era lo que esperaba en un hombre, ella se limitaba a responder: «Compromiso y atención».

Pero, a pesar de unas exigencias tan abreviadas, Deb y Lisa opinaban que estaba buscando algo irreal. Y, tuvieran razón o no, Josie se resistía a aceptar la opinión de sus dos compañeras de piso.

Deb, una atractiva rubia sin novio desde hacía más de un año, era la más cínica de las dos. Pensaba que todos los australianos eran unos egoístas cuya idea del compromiso y la atención era recordar el nombre de su novia cuando se estaban acostando con ella. Lisa, una voluptuosa pelirroja que acababa de romper con su novio tras encontrarlo en la cama con la vecina, estaba pasando por la fase del odio a todo el género masculino.

Josie estaba infinitamente agradecida de que sus padres se hubieran ido de viaje y le hubieran encargado vigilar la casa. Gracias a ello no vería a Deb ni a Lisa hasta el miércoles por la noche, cuando tenían su cita semanal. No se veía con fuerzas para soportar su insufrible mezcla de compasión y sarcasmo, aderezada con una grotesca retahíla de calificativos para los hombres.

Por suerte Kay no hablaba como ellas, pensó Josie cuando vio a su empleada esperándola junto a su coche. Kay Harper creía en la capacidad de amor de los australianos. Era comprensible, ya que estaba casada con un hombre fantástico, Colin. Si Kay no hubiera sido tan agradable, seguramente Josie hubiera sentido celos de ella.

Aparcó su coche plateado en el hueco libre que había tras el deportivo azul de Kay, quien la esperaba con una sonrisa en su bonito rostro.

A pesar de sus treinta y cinco años, Kay aparentaba ser mucho más joven, gracias a sus rasgos élficos, su esbelta figura y su melena teñida de rubio. Kay era una firme partidaria de cambiar la imagen propia si no gustaba a una misma, como verificaba la operación de nariz que se hizo años atrás.

—Siento llegar tarde —dijo Josie con una sonrisa de disculpa mientras salía del coche—. Me he quedado dormida.

—¿En serio? —las cejas teñidas de Kay se arquearon sugerentemente—. Eso suena prometedor. ¿He de suponer que pasaste una buena noche con Angus?

Josie puso una mueca de desagrado. ¿Qué podía decir? Mentir era una tontería, pero no quería hablar del tema con nadie, ni siquiera con Kay.

— No, no fue así.

—Oh, ¿qué pasó?

—Nos encontramos con una antigua pareja suya.

—Oh, cariño, tuvo que ser una situación muy incómoda.

—Ni te lo imaginas. Esa antigua pareja era un hombre.

—¿Qué? —Kay pareció tan anonadada como lo estuvo Josie al descubrirlo—. Pero… pero no sabía que Angus fuera gay.

Las dos habían conocido a Angus dos meses atrás, cuando Josie lo contrató para actualizar la página web de su empresa. Y las dos habían pensando que era un hombre de lo más atractivo.

—Pero si es gay —siguió Kay—, ¿por qué demonios te pidió salir?

—Él dice que no es gay —respondió Josie secamente—. Tan solo bisexual. De hecho, me preguntó si estaba interesada en montar un trío.

—¡Puaj! —exclamó Kay con una mueca de asco.

—Lo mismo digo —por muy salvajes que fueran sus fantasías, nunca iban más allá de compartirlas con una pareja heterosexual, y se preguntaba qué le habría hecho pensar a Angus que a ella pudieran gustarle ese tipo de cosas. Tal vez hubiera sido el modo que tuvo de besarlo en su última cita…

—Supongo que te alegrarás de haber mantenido tu regla de «nada de sexo hasta la tercera cita» —dijo Kay. De pronto, la miró con espanto—. Mantuviste esa regla con él, ¿verdad?

—Sí, gracias a Dios. Pero anoche era nuestra tercera cita y estuve pensando en hacerlo. Tiemblo de pensar en lo cerca que estuve del desastre. Quiero decir… Me he acostado con otros hombres, pero jamás había puesto en riesgo mi salud mental.

—Bueno, entonces no ha pasado nada grave. Al y fin y al cabo, no estabas enamorada de él, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Recuerdo cómo estaba yo cuando me enamoré de Colin. Nada que ver con cómo estás tú ahora.

—¿Y cómo estuviste?

—Completamente desconcentrada en el trabajo. Lo sabrás cuando te enamores de verdad, Josie, porque en el tiempo que llevo trabajando para ti, eso todavía no ha pasado.

—No, supongo que no —reconoció Josie—. Y empiezo a dudar de que alguna vez ocurra.

—Ocurrirá. Hay demasiados peces en el mar.

—Eso dices siempre. Pero tengo el presentimiento de que todos los hombres interesantes de Sydney son gays.

—¡Tonterías! Sydney está llena de hombres heterosexuales que merecen la pena.

—Sí, pero todos están casados con mujeres como tú. Y hablando de ti… —Josie decidió que había que cambiar de tema—, vas a tener que hacer un buen trabajo de decoración con el próximo encargo.

—Oh, oh… Eso me parece un mal presagio.

—Confío plenamente en ti. Vamos adentro y te enseñaré nuestro próximo desafío —condujo a Kay al bloque de apartamentos de tres plantas y subieron al segundo piso.

—¿Cuál es el precio inicial? —preguntó Kay con preocupación en cuanto cruzaron la puerta.

Josie se mordió el labio. Tenía que reconocer que el apartamento tenía mucho peor aspecto aquel día que cuando lo inspeccionó el sábado. Claro que entonces había estado muy entusiasmada por su inminente cita con Angus, sin contar con que lucía un sol espléndido que iluminaba alegremente las habitaciones vacías con vistas al mar.

Pero aquella mañana de lunes el cielo no solo estaba cubierto de nubes.

—¿Josie? —la apremió Kay mientras abría y cerraba uno de los armarios de la cocina.

Josie se esforzó por borrar el pesimismo. Ya había pasado por un divorcio, y no tenía intención de volver a hundirse. Era muy difícil no preocuparse por su vida sentimental aquella mañana, pero de ningún modo iba a permitir que eso interfiriera en su trabajo. El trabajo siempre la había ayudado a superarlo todo, lo cual era más de lo que cualquier hombre le había dado.

—Cuatrocientos noventa y cinco mil —respondió con renovada convicción.

—Déjate de bromas —dijo Kay—. ¿Por este vertedero?

—No es ningún vertedero —replicó Josie—. Es un apartamento de dos dormitorios con vistas a Manly Beach. La semana pasada una vivienda similar se vendió en una subasta por quinientos setenta mil.

—Seguro que no estaba en estas condiciones.

—No, claro que no. Ahí es donde entramos nosotras.

—Pero dijiste que la subasta es dentro de dos semanas. Apenas tenemos tiempo…

—Es tiempo más que suficiente —insistió Josie—. Y no es la primera vez que hacemos un trabajo así —después de todo, su empresa, Property Presentation Perfect, estaba especializada en ese tipo de remodelaciones.

Eso mismo le había dicho al agente inmobiliario el sábado, apoyada con un extenso dossier de la empresa. Cuando el agente pareció dudar, Josie le hizo una oferta que ningún hombre de negocios podría rechazar:

—Si no se vende en la próxima subasta, no se cobrarán los honorarios. Y si vende, PPP cobrará cinco mil dólares más un diez por ciento de la cantidad ofrecida.

Por lo general, Josie no hubiera ofrecido unos términos tan generosos, pero PPP no estaba pasando por sus mejores momentos en su segundo año de negocios. Esa era una de las razones por las que había necesitado una actualización de la página web. La competencia en Sydney era muy alta en esos tiempos. Con la proliferación de los programas televisivos de bricolaje y carpintería, la gente prefería cada vez más hacer las reformas por ellos mismos que encargarlas a unos profesionales.

Sin embargo, había esperanzas de que las cosas mejoraran. Josie había empezado a solicitar trabajo de la forma tradicional, yendo de puerta en puerta. Había comenzado con las agencias más importantes de North Shore, una de las zonas más ricas de Sydney, con la suposición de que cada una de ellas tendría al menos un cliente millonario. Solo había encontrado a un agente inmobiliario dispuesto a darle una oportunidad, pero este hombre le dijo que si el trabajo salía bien, muy gustosamente la recomendaría a todos sus contactos.

—Tenemos que triunfar con esto —le dijo Josie a Kay—. De lo contrario, tendrás que buscarte otro trabajo y yo tendré que volver a trabajar con mi padre.

—Cielos, menuda presión… —comentó Kay—. Bien, está claro que es un desafío. Esta decoración es muy antigua. Los azulejos del baño son rosas y grises, por amor de Dios. Y en cuanto a la cocina… —hizo un gesto despectivo hacia el lóbrego y anticuado diseño—. Solo parece útil para llenarla de porquería.

—No después de que le apliques tu toque mágico —la animó Josie. Las posibilidades de Kay con una brocha eran ilimitadas—. Con el color y el mobiliario adecuados este lugar puede valer hasta un millón de dólares.

—Hace un rato no estabas tan optimista —observó Kay riendo.

—No tiene sentido ser de otra manera —repuso ella encogiéndose de hombros—. ¡Así que deja de ser tan negativa!

—Como tú digas… pero recuerda que tenemos menos de dos semanas para conseguir un milagro, lo que significa que no podemos contratar a nuestro personal habitual. Hay que avisarlos con semanas de adelanto.

—No hay problema —dijo Josie alegremente—. Además, en esta ocasión no podemos permitirnos contratar a mucha gente. Tendremos que hacer nosotras mismas casi todo el trabajo. El presupuesto solo alcanza para pagar a un electricista y a un fontanero, y el agente me dijo que podíamos contar con el suyo. Están siempre preparados para hacer las reparaciones necesarias en sus alquileres. De lo contrario solo estamos tú y yo, nena —abrazó a su compañera y sonrió.

Kay levantó la vista para mirar a los ojos a su alta jefa y se echó a reír.

—Como ya he dicho, está claro que no te enamoraste de Angus… A propósito, ¿qué tienes pensado hacer el próximo sábado por la noche? Quiero decir… No tienes a nadie que te acompañe a la reunión de tu clase, ¿verdad?

 

 

La expresión de horror de Josie le dijo a Kay que su jefa se había olvidado por completo de la reunión con sus compañeros del instituto. No pudo menos que compadecerse de ella. Sabía cuánto deseaba llevar a Angus a esa reunión. Y por qué quería hacerlo.

La única vez que Josie había asistido a una de esas reuniones había sido cinco años atrás, después de romper su matrimonio. Le había confesado a Kay lo mal que lo había pasado aquella noche. Se había sentido como una fracasada ante sus compañeros, en especial ante Amber, que había hecho una entrada triunfal en la fiesta del brazo de su novio multimillonario.

Por lo visto, esa Amber había sido el suplicio de Josie en la escuela. Una pequeña bruja engreída de pelo rubio, que nunca perdía la ocasión de humillarla. Y puesto que ese año la fiesta iba a celebrarse en la lujosa mansión de Amber, quien había acabado casándose con el magnate, Kay podía entender muy bien la angustia de Josie.

—No creo que puedas ir sola otra vez, ¿verdad?

—Antes prefiero que me arrojen a los leones —respondió Josie, horrorizada ante semejante posibilidad—. Porque sería precisamente lo que ocurriría. Ser arrojada a los leones. O a las leonas, para ser más precisa.

—Supongo que lo dices por Amber, la respetable anfitriona. ¿Sabes? Yo trabajaba con alguien parecido. Una mujer que me odiaba a muerte por ser mejor decoradora que ella. Me atrevo a decir que aquí ocurre algo similar, Josie. Esa princesita se sentía amenazada por ti en el instituto. Eras tú quien la hacía sentirse inferior, no al revés. Te veía como a una rival.

—¿A mí? No sé cómo. Créeme: Amber Sinclair no tenía rival alguna en la escuela. Además de ser la más guapa y la más popular de la clase, era la más lista. Esa chica tiene cerebro, Kay. No es solo una rubia mona. Lo único en lo que pude superarla fueron las matemáticas, pero ella era la mejor en todas las demás asignaturas. No puedo entender por qué la sacaba tanto de quicio; de verdad que no.

—Prueba a mirarte al espejo.

—Pero en la escuela yo no era guapa en absoluto, Kay. En serio. Era desgarbada, muy alta y demasiado delgada. Tenía el pecho plano y la boca enorme.

A diferencia de la mayoría de adolescentes, Josie siempre había tenido la tendencia a hablar sin rodeos, como consecuencia de haber sido hija única, educada por unos padres inteligentes y cariñosos. Desde muy niña la habían animado a participar en conversaciones de adultos y a expresar sus propias opiniones.

Pero esa madurez precoz había sido la causa de que las demás chicas del colegio para el que ganó una beca la mirasen como a un bicho raro. En aquel lugar era mejor ser una ovejita dócil o la preciosa y brillante hija de algún banquero multimillonario.

—Bueno, pero has mejorado mucho desde entonces —le dijo Kay mirándola de arriba abajo.

Ciertamente, Josie poseía una belleza natural a la que no le hacía falta ningún tipo de retoque. Su larga melena oscura no necesitaba una laboriosa sesión de secador y peinado para tener un aspecto fabuloso. Su cutis bronceado podía lucirse sin una gota de maquillaje, al igual que sus ojos negros de largas pestañas. Y su boca, que a ella le parecía demasiado grande, sería la envidia de cualquier modelo.

En conjunto, Josie presentaba un aspecto exótico y atractivo sin apenas esfuerzo por su parte. Ni siquiera necesitaba el ejercicio físico para mantener su moldeada figura.

Kay, por el contrario, tenía que trabajar muy duro para conseguir su discreta belleza rubia.

—Mi aspecto no es lo que cuenta —señaló Josie—. Es ir sola.

De repente a Kay se le ocurrió una idea.

—Pues no vayas sola.

—¿Por qué sonríes de ese modo? ¿En qué estás pensando, mujer malvada?

—En algo deliciosamente perverso.

—¿Vas a prestarme a Colin para esa noche?

—¿Te parece que me he vuelto loca? ¡Pues de eso nada, cariño! Me costó treinta años encontrar a mi príncipe azul, y no tengo ninguna intención de alquilárselo a nadie. Pero de eso se trata precisamente… ¡Vas a alquilar a un guapísimo acompañante!

—¿Que voy a alquilar qué? No puedes hablar en serio.

—Desde luego que sí. Incluso puedo decirte a qué agencia has de llamar y por quién preguntar.

—¿Cómo demonios sabes tú esas cosas? ¡Eres una mujer casada!

—Sí, pero tengo una prima que me enseñó el catálogo de lo que, según ella, era una agencia muy respetable. Me dijo que solo ofrecen a auténticos caballeros, la mayoría de ellos aspirantes a modelos o actores que quieren ganarse un dinero extra. Por eso son tan guapos. Cora ha contratado sus servicios más de una vez.

—Sí, seguro que sí… —dijo Josie riendo.

—No, no; no te confundas. El sexo no entra en los servicios que ofrecen. Por lo visto, si se produce el menor escándalo con alguno de estos acompañantes, lo echan de inmediato.

—Tu prima debe de ser una mujer muy confiada para contratar a varios hombres, aunque solo sea como acompañantes.

—Es piloto de rallys, por lo que no se asusta fácilmente. Además está divorciada, a punto de llegar a los cuarenta y sin un nuevo hombre en su vida. Detesta acudir sola a los actos y ceremonias, de modo que contrata a alguien para que la acompañe. El fin de semana pasado tuvo que asistir a una cena de entrega de premios en la que iba a estar su ex marido, también piloto de carreras. Así que contrató a un hombre irresistible, mucho más joven que ella, y lo hizo pasar por su amante. Es uno de los aspirantes a actor, por lo que no le fue difícil meterse en el papel. Cora dijo que lo hizo a la perfección, y que a su ex le dio un ataque de celos en toda regla —Kay hizo una pausa, satisfecha de que a su amiga empezara a interesarle la idea—. Este tipo en cuestión podría fingir que es tu novio. Se llama Beau Grainger, y según Cora es arrebatador.

—No sé, Kay. No me parece correcto.

—¿Qué tiene de malo?

—No estoy segura…

—Es la solución perfecta a tu problema. Así podrás acudir a la reunión y sentirte bien al mismo tiempo.

—Pero no será real. Estaré fingiendo…

—Entonces, ¿qué alternativa hay? ¿Quedarte en casa compadeciéndote de ti misma y dejando que Amber la Perfecta crea que no tienes agallas para enfrentarte a ella? Volverá a ser ella quien gane. Sobre todo si te llama más tarde para averiguar por qué no has acudido.

—Sí, está claro que me llamará.

—¿Y qué ridícula excusa le darás? Seguro que le contarás una mentira. Y puestos a fingir, ¿por qué no hacerlo al modo que te propongo? Dale un descanso a tu orgullo.

Josie se mordió el labio, como hacía siempre que pensaba o se preocupaba por algo. Kay se preguntó si se habría dado cuenta de que, para cuando dejó de morderlo, tenía el labio inferior más generoso y sexy que nunca.

Seguro que no. Josie no era consciente del atractivo que desprendía. Nunca se vestía de una forma provocadora ni se aprovechaba de su aspecto. Al menos, no lo había hecho durante los dos años que Kay la conocía.

En verdad, la chica parecía un poco nerviosa en todo lo que se refería al sexo. Apenas sacaba el tema por ella misma, sin contar con esas estrictas normas que se imponía, como la de no acostarse con un hombre hasta la tercera cita.

Kay pensó que a su amiga le hacía falta enamorarse para convertirse en una mujer distinta. Para ello tenía que soltarse un poco, y atreverse a contratar a un acompañante era un buen comienzo.

Pero Josie seguía sin estar convencida.

—Si este Beau Grainger es tan guapo, ya estará contratado para el sábado por la noche.

—Tal vez, pero hay otros muchos hombres en el catálogo. Cora dice que buscaba en la base de datos del ordenador hasta encontrar a uno que le gustaba. Suena muy morboso, ¿verdad? —añadió Kay con una sonrisa descarada—. Lástima que no incluyan el sexo —inmediatamente se dio cuenta de que aquel no era un comentario muy afortunado, ya que Josie no estaba de humor para escuchar bromas sobre sexo—. Vamos, llamemos ahora mismo a ver si el increíble señor Grainger está disponible. Si es así, ya puedes ir contratándolo. Si no, habrá que buscar a cualquier otro.

Josie se quedó inmóvil, con la expresión en blanco.

—Lo haré yo por ti —le ofreció Kay sacando su teléfono móvil. Al poco rato había confirmado que Beau Grainger estaba libre para el sábado por la noche—. Está libre —le susurró a Josie—. ¿Qué quieres hacer?

—¿Cómo? —Josie parpadeó, confusa. No podía creer que los comentarios de Kay le hubieran hecho tener otra fantasía sexual. En ella contrataba a un hombre guapísimo, no como acompañante sino como amante por una noche. Para hacer todo lo que ella le pidiese…

Por primera vez en su vida, el amor no entraba en sus fantasías. Ni tampoco el compromiso o la atención. El juego solo consistía en el placer físico con un perfecto desconocido. Un desconocido alto, moreno, con ojos azules, piel bronceada y más habilidades sexuales que Casanova. Mayor que ella, por supuesto. El sexo era su profesión y satisfacer a su clienta era su prioridad.

—¿Quieres contratar a Beau Grainger para que te acompañe a la reunión o no? —le preguntó Kay con impaciencia.

Josie intentó sofocar sus fantasías y volvió a la realidad. No se trataba de contratar a un gigoló con quien hacer el amor salvajemente, sino a un atractivo acompañante que la ayudara a salvar su orgullo en la fiesta.

Tampoco era buena idea no acudir a la reunión. Cuando Brenda, la perrita faldera de Amber, la llamó la semana anterior para confirmar el número de invitados con vistas a preparar el catering, Josie se había jactado estúpidamente de que asistiría acompañada.

Lo único positivo era que no había mencionado el nombre de Angus, por lo que podría presentarse con cualquier hombre y hacerlo pasar por su novio. Y eso no le resultaría difícil a ese Beau Grainger, sobre todo después de haberse hecho pasar por el amante de turno de una mujer madura.

—¿Josie? —la apremió Kay.

—Dame el teléfono —se irguió y tendió la mano.

Kay sonrió pícaramente y le entregó el aparato.

—¡Dales fuerte, chica!

Josie puso una mueca de desesperación. No era cuestión de darle fuerte a nadie. Era una cuestión de orgullo.

2

 

 

 

 

 

Callum McCloud tenía sentimientos enfrentados cada vez que volaba a Sydney. Por un lado se alegraba de ver a su hermano menor, y por otro temía lo que pudiera encontrarse desde su última visita.

Francamente, nunca hubiera aceptado un puesto en el extranjero de haberse imaginado que, nada más darse la vuelta, su hermano abandonaría la universidad para intentar convertirse en actor. Por aquel entonces, Clay tenía veintiún años y parecía feliz en la carrera de Medicina.

Callum sabía que su hermano menor había albergado de niño la secreta ambición de convertirse en una estrella de cine, pero había creído que al crecer se centraría en otros proyectos más serios.

Y, por lo visto, no había sido así.

También había que reconocer que el deseo de Clay nunca fue ser médico. Esa había sido la voluntad de su difunta madre, y era Callum y no él quien estaba sujeto a una promesa.

—Eres mi hermano, Cal —le había espetado Clay—. No mi padre. Deja que sea yo el responsable de mis equivocaciones. Esto es lo que quiero hacer, así que no te entrometas.

Callum estaba convencido de que Clay estaba cometiendo el mayor error de su vida, pero acabó apoyándolo en su decisión, aunque no hasta el punto de no entrometerse y hacerse cargo de todos los gastos mientras su hermano iba de casting en casting. Clay reconoció que había intentado ingresar, sin éxito, en el Instituto Nacional de Arte Dramático, lo cual demostraba la opinión que tenían los académicos sobre sus dotes interpretativas.

—Puedes quedarte en mi casa de Glebe… —le había ofrecido a regañadientes—. La casa que compré con el sudor de mi frente. Pero tendrás que encontrar un trabajo a tiempo parcial para mantenerte.

Y eso hizo Clay.

Callum se marchó al extranjero, convencido de que su hermano se quedaba friendo hamburguesas. Pero al volver, meses más tarde, descubrió que Clay estaba trabajando como modelo para una famosa marca de bañadores.

Callum no era un hombre estrecho de miras, pero sí muy orgulloso de su masculinidad, por lo que no le sentó muy bien que su hermano se paseara por una pasarela con una minúscula prenda ceñida a sus partes íntimas.

Y así se lo hizo saber.

—Pero pagan muy bien —replicó Clay—. Y no voy a volverme gay, si es eso lo que te preocupa. Confía en mí.

Desde la pubertad, Clay había estado metiendo en su dormitorio a chicas escasamente vestidas, de modo que Callum podía estar seguro de su heterosexualidad. Pero no se trataba de eso, sino de que Clay le había prometido trabajar en una hamburguesería, y en vez de eso estaba haciendo algo a espaldas de su hermano mayor. ¿Por qué?

—He leído cosas sobre el mundo de los modelos —le había dicho a Clay—. Está corrompido por las drogas.

—No más que el resto del mundo —había replicado Clay—. Y yo no tomo drogas, así que deja de ser tan paranoico.

—No soy paranoico. Solo hago lo que nuestra madre me pidió que hiciera. Cuidar de ti.

Cuando Clay puso una mueca de exasperación y volvió a espetarle que no era su padre sino su hermano, Callum dejó de discutir con él. Después de todo, Clay tenía razón. Él no era su padre, aunque se sentía como tal desde que su padre verdadero los abandonara cuando Clay solo tenía dos meses. Con seis años, Callum se encontró siendo el hombre de la casa, y había desempeñado ese papel lo mejor que pudo. Había sido más padre que hermano con Clay, y no era raro que Clay se lo tomara a mal.

Pero alguien tenía que vigilar al chaval. Clay era demasiado guapo, y no muy inteligente. En el mundo de la moda y del cine se necesitaba tener una buena cabeza, y Callum, con un certificado de madurez, aún no había visto eso en su hermano.

De modo que allí estaba, aún con un ojo puesto en él. Clay ya no seguía pavoneándose en bañador, gracias a su nuevo agente, que le había conseguido un pequeño papel en televisión y en algunas películas. En los últimos meses todo habían sido buenas noticias por su parte. Pero el día anterior, cuando Callum lo llamó para confirmarle la hora de su llegada, no parecía muy alegre.

Callum detuvo su carrito. ¿Sería eso lo que había preocupado tanto a su subconsciente durante el vuelo? ¿Acaso su antena de hermano mayor había captado algún problema que Clay intentaba ocultarle?

—¿Algún problema, amigo?

A Callum le llevó un par de segundos darse cuenta de que el empleado de aduanas se estaba dirigiendo a él.

—No —respondió, y empujó su carrito hacia el mostrador—. Al menos, eso espero —murmuró para sí mismo.

Clay estaba esperándolo en la terminal, lo cual era una sorpresa, ya que solo eran las siete de la mañana de un sábado. Madrugar no había sido nunca una de las virtudes de su hermano, ni tampoco ir a esperarlo al aeropuerto.

Cuando Clay lo vio, sonrió y corrió hacia él. Aquello incrementó la preocupación de Callum. Era una bienvenida propia de una estrella del rock… o de un hermano mayor al que pedirle dinero.

—Me alegro de volver a verte —lo saludó Clay dándole un fuerte abrazo.

—Yo también me alegro —respondió Callum, echándose hacia atrás para buscar en el rostro de Clay algún signo de drogas o alcoholemia. Por suerte, el aspecto de Clay era inmejorable, con sus ojos azules tan claros y brillantes como un cielo de verano.