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¡En nombre de Dios, el Piadoso, el Misericordioso!
Grande es Dios en su magnificencia, él, que durante la noche condujo a sus servidores desde el sagrado lugar de oraciones de Kaaba hasta el más alejado lugar de oraciones, cuyos alrededores hemos bendecido, para mostrarle nuestros símbolos; Dios es quien todo lo oye, quien todo lo ve.

El Sagrado Corán (sura 17, verso 1)

Prólogo

Aquella noche, Gabriel, el arcángel de Dios, fue junto a Mahoma, le tomó de la mano y le condujo hasta el sagrado lugar de oraciones de Kaaba. Allí esperaba Al Buraq, el Alado, para llevarlos hasta el lugar que Dios había determinado.

Y Al Buraq, que con un solo paso podía caminar de horizonte en horizonte, extendió sus blancas alas y ascendió en línea recta hacia el espacio estrellado y condujo a Mahoma, que la paz acompañe su nombre, y a sus seguidores hasta la sagrada ciudad de Jerusalén y hasta el lugar en que una vez existió el templo de Salomón. En este punto estaba el más alejado lugar de oraciones del muro occidental.

Y el arcángel Gabriel condujo de la mano al mensajero de Dios hasta aquellos que le precedieron, hasta Moisés, hasta Jesús, hasta Yahía, a quien los infieles llaman Juan Bautista, y hasta Abraham, que era un hombre alto con cabello negro y un semblante exactamente como el del Profeta, que la paz le acompañe, mientras que Jesús era un hombre más bajo con cabello castaño y pecas.

Los profetas y el arcángel Gabriel ofrecieron ahora al mensajero de Dios que escogiese bebida, y le dieron a elegir entre leche y vino, y optó por la leche. Entonces el arcángel Gabriel dijo que esta era una sabia decisión y que de ahora en adelante todos los fieles seguirían este ejemplo.

Luego el arcángel Gabriel acompañó al mensajero de Dios hasta la roca donde una vez Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, y en esta roca había apoyada una escalera que llevaba hasta los Siete Cielos de Dios. Y así Mahoma, que la paz le acompañe, ascendió a través de los Siete Cielos hasta el trono de Dios, y observó en su camino cómo el ángel Malik abría la puerta al Infierno donde los condenados, con los labios partidos al igual que los camellos, eran obligados en sus eternos suplicios a comer brasas que seguían siendo fuego al salir por sus traseros.

Pero durante su ascenso al Cielo de Dios, su mensajero también contempló el Paraíso con sus jardines en flor y atravesados por agua fresca y vino de aquel que no trastorna los sentidos.

Cuando Mahoma regresó a La Meca tras su viaje celestial, llevaba instrucciones de Dios de predicar la palabra entre las personas, y con ello empezó la escritura del Corán.

Una generación más tarde, la nueva fe y sus guerreros surgieron como una tormenta desde los desiertos de Arabia y un nuevo imperio fue creado.

El califa Omeya, sucesor del Profeta, Abul Malik ibn Marwan, hizo construir, entre los anni domini 685 y 691, primero una mezquita en «el más alejado lugar de oraciones», que es exactamente lo que significa «Al Aqsa», y una cúpula sobre la roca en la que Abraham pensó sacrificar a su hijo y Mahoma ascendió al Cielo, Qubbat al Sakhrah, «la Cúpula de la Roca».

En el año de gracia de 1099, la tercera ciudad más sagrada de los fieles y tercer lugar de oraciones más importante sufrió una catástrofe. Los francos cristianos conquistaron la ciudad profanándola del modo más espantoso. Con espadas y lanzas, asesinaron a todo ser vivo, excepto a los judíos de la ciudad, a quienes quemaron vivos en la sinagoga. La sangre corría tan espesa por las calles que hubo un tiempo en que alcanzaba a cubrir los tobillos de un hombre. Nunca más en esta conflictiva parte del mundo volvió a realizarse una masacre como aquella.

La Cúpula de la Roca y Al Aqsa fueron convertidas por los francos en templos de oración propios. Y al poco tiempo el rey cristiano de Jerusalén, Balduino II, cedió Al Aqsa como cuartel y establo para los enemigos más temidos de los fieles, los templarios.

Un hombre realizó un juramento sagrado prometiendo que recuperaría Al Quds, la ciudad sagrada llamada Jerusalén por los infieles. En el mundo cristiano y en nuestros idiomas, ese hombre es conocido con el nombre de Saladino.