La última Torre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

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© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Angy Skay 2018

© Editorial LxL 2018

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: diciembre 2018

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-17516-20-8

 

 

 

La última

Torre

Serie Diamante Rojo Vol.2

 

 

~ Angy Skay ~

 

 

 

 

A mi William

 

 

Por fin continúa esta segunda parte que tan ansiosa me tenía, que tantas noches en vela me ha costado y que tantos cambios ha tenido. Puedo decir con la boca bien grande que he disfrutado de cada paso, de cada escena, de cada personaje. Y lo que más deseo es que tú, que estás leyendo estas líneas, sientas lo mismo que yo de principio a fin.

Quiero dar las gracias a mis provocadoras, las que me siguen constantemente y con las que me llevo tantas alegrías. A mis nuevos lectores, que apuestan por mí para que siga teniendo las ganas de avanzar. Y a toda esa gente que, aunque no sea a mí a quien siguen, le dan la oportunidad a los autores que día a día luchamos por este sueño. Pero, sobre todo, a los que se sienten orgullosos de tener una estantería repleta de libros.

Por último, me gustaría agradecer como siempre a las personas más importantes que me han seguido, aguantado y dejado que las volviese locas con mis idas y venidas. A mi madre, Merche; mi hermana, Patricia; a las que más han vivido esta aventura: Noelia Medina y Ma Mcrae. Gracias por ser como sois, gracias por estar en mi vida.

 

#LasUniMolamos

#LasJornadasIntesivasSonLoMejor

 

Se os quiere.

 

Angy Skay

 

Y yo,

yo no debí jugar con tu corazón.

Fui un egoísta y lo siento, mi amor.

Yo no debí jugar con tus sentimientos.

 

Ozuna

 

 

Cuando sientes que el alma se te parte por la mitad.

Cuando no quieres pensar en el mañana.

Cuando sabes que es tu sentencia de muerte.

Le llaman amor.

 

Angy Skay


Índice

1

Mi pasado

Jack Williams

2

El despertar

Micaela Bravo

3

De vuelta

4

Libertad

5

Visita

6

Tu hermana

7

Reproches

Jack Williams

8

Recaída

Micaela Bravo

9

Ataque sorpresa

10

Nuestra primera vez

Jack Williams

11

Un favor por otro

Micaela Bravo

12

Angelo Facchini

13

Un ángel

14

Has vuelto

Jack Williams

15

Benvenuti

Micaela Bravo

16

Los celos me matan

Jack Williams

17

Yo también te amo

Micaela Bravo

18

Muñeca de porcelana

19

Secretos

20

Nuestro retrato

21

El demonio

Adara Megalos

22

Italianos

Micaela Bravo

23

Ahora

24

Último día

25

La vuelta a casa

26

¿Noche de bodas?

27

El día ha llegado

28

Por fin vuelves a mí

29

A solas, pequeña

30

La verdad

31

Misión suicida

Jack Williams

32

Agneta

Micaela Bravo

33

Juntos

34

Ángel o demonio

35

Una familia

36

Déjala

Jack Williams

37

Sorpresa

Micaela Bravo

38

Me has fallado

39

Un cambio justo

40

Mi demonio

Jack Williams

Continuará…

Biografía de la autora

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1

Mi pasado

 

Jack Williams

 

Me acurruqué en su pecho todo lo que pude y permití que sus manos recorrieran con suavidad mi pelo, creando unas caricias que consiguieron dejarme lo suficientemente adormilado para lo que me esperaba.

Miré a ambos lados de lo que parecía una enorme carretera y bajé del coche, en el que solo estábamos mi madre y yo. La contemplé con miedo, dada la oscuridad que se apoderaba del cielo en ese momento, y ella sujetó mi mano con una sonrisa tan triste que le fue imposible disimularla. El taxi esperó paciente a que terminásemos de bajarnos, para segundos después estacionarse en un lateral de la carretera. «¿Por qué no se marcha?», me pregunté unas cuantas veces, las mismas que no obtuve respuesta en mi mente infantil.

Miré hacia el frente y me encontré con un enorme sitio que daba pánico. Su gran verja de color marrón ya oxidado conducía al interior de una enorme casa que se alargaba hasta el final de los jardines, donde me pareció empezar a ver sombras extrañas que se alzaban y venían a por mí. Mi madre apretó mi pequeña manita con fuerza y tiró de mí hacia el interior de aquel tenebroso sitio que me ponía los vellos de punta. Nos acercamos sigilosos hasta unos amplios escalones que se mostraban antes de llegar a la entrada principal, adornada por una puerta gigantesca con el mismo toque desaliñado y antiguo que el resto del lugar. Con miedo, contemplé los altos matorrales que se erguían a nuestro alrededor y me di cuenta de lo descuidado que estaba todo. La mano de mi madre comenzó a temblar, y yo, tan pequeño, tan inocente, no supe cuál era el motivo.

—Mami… —Alcé mi cabeza para contemplarla. Estaba llorando—. ¿Es que vamos a venirnos a vivir aquí?

Asintió, pero un hipido fue incapaz de hacer que contestase. Estaba acostumbrado a los gritos, a las peleas, a las voces y a muchas más cosas que no sabía describir a aquella edad, pero lo que sí tenía claro era que mi madre sufría más que nadie.

—No me gusta —renegué, torciendo el gesto.

Se agachó para estar a mi altura y se llevó mis manos a sus mojados labios, sobre los que sus lágrimas caían sin cesar. Las besó con auténtica dulzura. Verla en aquel estado solo me hizo encontrarme mal. Sentí que mis ojos quemaban y tenía unas ganas de llorar horribles. Entonces, consiguió hablar:

—Mi niño…, mi pequeño —me susurró, tocándome con delicadeza el cabello—. Tienes que esperarme aquí.

—Pero, mami…

—Jack —me cortó—. Sabes que te quiero mucho, ¿verdad? —Se sorbió la nariz, mirándome fijamente—. ¿Verdad? —volvió a preguntarme, quebrándose.

—Sí… —le contesté en un susurro.

Se rompió de nuevo en un intento de darme una explicación que por aquel entonces no entendí. Abrazó mi pequeño y frágil cuerpo con desesperación. Yo me dejé hacer y enterré mis manos en su espeso cabello. Toqué uno de sus mechones con la punta de mis dedos, notando que se enredaban entre ellos como tantas noches lo habían hecho.

—Mami, tengo sueño —murmuré con la voz apagada—. ¿Lloras de alegría? —le pregunté con inocencia.

Una de sus manos descendió hasta limpiarse las lágrimas que brotaban como ríos de sus ojos tan verdes como los míos. No hizo ningún gesto más. Se levantó, se giró sin mirar atrás y, antes de traspasar la verja, me miró.

—Espérame aquí, mi niño.

La forma de decirlo me aterró, pero confiaba en ella. Sabía que volvería, que no me abandonaría a mi suerte en aquel destartalado sitio.

De repente, antes de que se subiese al taxi, una gran luz se encendió sobre mi cabeza. Miré hacia el foco, que me cegó durante unos segundos. Un leve sonido procedente de la enorme puerta que tenía a mi lado resonó y noté mi cuerpo temblar sin control. Una mujer alta, demasiado, robusta y con gesto hosco me observaba bajo el umbral. En ese instante, sus ojos se desviaron hacia el coche que salía disparado por la carretera. Suspiró con pesar y los bajó hasta ponerlos sobre mí.

—¿Qué haces aquí, criatura?

Su tono era más dulce de lo que habría esperado. Aun así, sentí un miedo aterrador.

—Mi mami me ha dicho que ahora vuelve… —musité con mi vocecilla.

Volvió a soltar, esa vez más fuerte, un resoplido que hizo que mis lágrimas descendieran por mis mejillas sin poder ni querer evitarlo.

—Claro —añadió con tristeza—. ¿Quieres un chocolate caliente? Tengo preparada una gran cazuela, y te aseguro que con este frío no te vendrá mal.

Asentí sin saber qué hacer. Lo último que recuerdo es que miré con esperanza aquella carretera por la que había desaparecido la persona más importante de mi vida.

 

Apoyé mis manos en la barandilla y dejé que la suave brisa se rozara con mi rostro. Recordé los miles de veces que sin venir a cuento había acabado en las puertas de aquel orfanato apoyado sobre el capó de mi coche, fumándome un cigarro y contemplándolo sin saber por qué.

Necesitaba recordar mi pasado, necesitaba no olvidarme de él.

Pocos días después de mi ingreso en aquel sitio, lo único que recuerdo es que salí al jardín y todas las puertas estaban abiertas, incluida la de la calle, que normalmente permanecía cerrada a cal y canto siempre que la miraba desde la ventana de mi habitación. Sin más, ese día bajé como el que no quería la cosa y me encontré a un hombre de aspecto temible observándome desde el otro extremo de la carretera. Ese alguien extendió su mano en mi dirección, y yo, como el niño que era, la acepté.

 

2

El despertar

 

Micaela Bravo

 

La Habana, Cuba

 

Me removí incómoda unos segundos hasta que abrí los ojos con lentitud, momento en el que me percaté de la poca claridad que entraba por uno de los ventanales. Sentir un frío vacío a mi derecha me hizo saber que no estaba en la cama. Miré el reloj, confusa, y no daban ni las nueve de la mañana. Lo busqué con los ojos por toda la habitación del apartamento que teníamos arrendado desde hacía cuatro meses. Tenía pocos muebles, más bien antiguos, de una madera oscura que los hacía tan elegantes como llamativos. La gran cama con dosel y unas pequeñas cortinas blancas de seda en sus laterales ocupaban casi la totalidad del dormitorio. Disponíamos también de un salón con una diminuta cocina, todo junto en una sala, y de dos espléndidos balcones que daban a las calles de La Habana vieja, en Cuba.

Aparté las sábanas de mi cuerpo desnudo y agarré la bata de seda que tenía arremolinada a los pies de la cama, gracias a la urgencia que nos había consumido la noche anterior, como de costumbre. La coloqué sobre mi cuerpo, sintiendo que un pequeño escalofrío se apoderaba de mi piel, y la até con un simple nudo en mi cintura que apenas la sujetaba.

Mis heridas de guerra habían desaparecido prácticamente. Después del episodio que tuvimos en Atenas, Riley me llevó junto con la policía a un hospital, alegando que nos habían atacado unos tipos que no conocíamos. Tiziano consiguió llevarse a Jack a rastras antes de que lo apresaran, pero poco después volvió al hospital en el que me encontraba y de donde no se despegó durante la semana que estuve ingresada debido a la gran hemorragia que tenía por el balazo recibido…, y por lo que no era el balazo. Di gracias a que la bala no perjudicó ningún órgano y la recuperación no fue tan lenta como esperaba, pero eso no impidió que los recuerdos acudieran a mi mente con asiduidad.

 

Sentí mi cuerpo dolorido. No había un solo rincón en él que dejara de martirizarme de aquella forma tan extraña. Pero lo que más me dolía era saber con certeza que si la persona que albergaba en mi interior había sobrevivido, sería todo un milagro. Pero no. Los milagros para alguien como yo no existían.

Escuché de fondo la voz de un hombre que no reconocí y, seguidamente, un fuerte suspiro por parte de Riley, imaginé. Lo recordaba todo, pero al llegar al hospital, la medicación me sumió en una oscuridad tenebrosa de la que no pude despertar.

—Si sigue de esta forma, podrá marcharse en unos días —dijo el hombre al que no conocía, confirmándome que era el doctor.

Volví a dejarme guiar por la oscuridad, hasta que, de nuevo, una corriente muy habitual en mí me hizo abrir los ojos con lentitud. Las potentes luces de la habitación me molestaron sobremanera, obligándome a arrugarlos hasta acostumbrarme. Desvié mi mirada hacia la mano que rozaba mis nudillos con ternura. Sus ojos ascendieron y se fijaron en los míos. ¿Qué hacía allí? Era un insensato, podrían descubrirle en cualquier momento.

Me alteré sin poder evitarlo. Él apretó mi mano, insuflándome una tranquilidad que no sentía.

—Voy a llamar al médico.

Fueron las únicas palabras que salieron de la boca de Riley, quien, segundos después, abandonó la habitación para dejarnos intimidad. Miré a Jack, que se levantó para estar más cerca, y terminó depositando un casto beso en mis labios.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó en un susurro.

—¿Cuánto tiempo llevo así? ¿Qué haces aquí? Se suponía que tenías que estar lejos. Pueden descubrirte y…

—¿Cómo te encuentras, Micaela? —insistió, obviando la retahíla de preguntas que se habían agolpado en mi garganta y que le había soltado a la carrerilla.

Recorrí con mis ojos todo mi cuerpo, hasta que me detuve en mi vientre. Eludí los cables y las máquinas, que no dejaban de pitar, dando a entender el estado de ansiedad en el que me encontraba.

Un suspiro desgarrador salió de la garganta del doctor cuando atravesó la sala en mi dirección. Me reconoció con minuciosidad y, cuando terminó, se colocó a mi lado. Supe lo que iba a decir. El miedo volvió a recorrerme, pero como nunca lo había hecho.

—Ha tenido suerte, Micaela. La bala no ha afectado ningún órgano. Ha perdido mucha sangre, pero con tiempo y calma se recuperará por completo.

Calló.

Lo contemplé a la espera de escuchar la tan mala noticia que ya suponía, sintiendo mi corazón encogerse a pasos agigantados. Jack seguía en la misma posición, solo que sus manos estaban apretadas en puños sobre las sábanas, mirando al hombre que me hablaba.

—Siento decirle que… —Dejó las palabras en el aire, como si a él mismo le doliese lo que a continuación iba a comunicarme. Suspiró con pesar y continuó con lo que yo ya temía—: Ha perdido mucha sangre, como le he comentado antes, y ha sido imposible hacer nada por el…

—¿Cuándo puedo irme? —lo interrumpí.

No quería escucharlo. En realidad, no sabía si podía, dado que yo jamás había experimentado aquel dolor en mis propias carnes. Y por muy raro que pareciese, siendo el tipo de persona que era, estaba desgarrándome el alma.

—Tendrá que permanecer aquí unos días para tenerla en observación. Yo la avisaré cuando esté recuperada y…

No lo dejé terminar:

—Nos vamos —sentencié, mirando a Jack.

No dijo nada. Siguió contemplándome con tristeza y dolor, el mismo que sentía yo.

—Pero…

—Deme el alta. Se la firmaré.

—Pero no está en condiciones de…

—He dicho que me dé la puta alta —le espeté de malas formas.

Me destapé como una energúmena y encaminé mis pasos hacia el baño que había en la habitación. Cerré la puerta tras de mí y apoyé mis manos en el lavabo para observar mi rostro. Estaba demacrada, tenía ojeras, el cabello hecho un desastre, y lo que más me impresionó fueron mis dos océanos a punto de desbordarse en un mar incontrolable. Apreté los dientes con fuerza, sin entender en qué momento me había convertido en una blandengue que lloraba cuando las cosas se torcían; cuando eran por su culpa, por inconsciente, por no saberlo. A fin de cuentas, por todo.

Noté mi mandíbula crujir hasta tal punto que pensé que los dientes me saltarían por los aires, y escuché que abrían la puerta del baño sin pedir permiso. Jack entró con el rictus serio, sin apartar sus ojos de mí. Lo contemplé a través del espejo, siendo consciente de que él no tenía mejor aspecto que yo, pero aun así estaba irresistiblemente guapo. Tragué saliva al ver su escrutinio, instante en el que noté que una lágrima descendía de mis ojos hasta terminar en mi mejilla sin poder retenerla. Me mordí la lengua tratando de contener mis emociones.

A punto de reventar, escuché:

—¿Quieres hablar?

Negué con la cabeza sin apartar mi mirada de su rostro y vi que asentía apretando sus labios. Se acercó a mí, pegándose a mi espalda, y giró mi cuerpo de un solo movimiento hasta que quedé de cara a él. Me observó un buen rato y, poco después, habló:

—Está bien, pero… —limpió otra de mis lágrimas con su dedo pulgar— algún día tendremos que hacerlo.

—Algún día —musité, escondiéndome bajo su cuello para intentar no ahogarme en mi propia miseria.

 

Giré mi rostro en dirección a la ventana y vi que estaba sumido en sus cosas, con su esplendorosa espalda al descubierto definiendo cada uno de los músculos que cada día estaban más marcados, más temibles e irresistibles. El cabello le había crecido un poco, pero de igual forma seguía siendo atractivo a rabiar. Lo contemplé desde la distancia mientras levantaba en una mano una taza de café cubano y con la otra leía el periódico apoyado en la barandilla del balcón.

Me coloqué detrás de él, a sabiendas de que había notado mi presencia mucho antes de llegar. Lo abracé, repartí pequeños besos en su espalda y subí mi lengua por ella, provocándolo. De puntillas, llegué a su coronilla.

—Buenos días —murmuré cerca de su oído.

Soltó el café en la mesita improvisada que tenía a su izquierda y se giró para darme un beso en los labios que me supo a poco y del que no conseguí despegarme con la facilidad que creía. Observé su boca, que esperaba otro beso, y vi que esbozó una sonrisa pícara que tuve que imitar. Juntó sus labios con los míos, alzó mi trasero y me elevó de manera que mis piernas quedaron enroscadas en su cintura. El débil nudo de mi bata de seda se deshizo en un abrir y cerrar de ojos. La suave tela resbaló por mis hombros hasta quedar sujeta por la mitad de mi brazo. Mi pelo cayó alborotado, tocando mi cintura, cuando eché la cabeza hacia atrás para facilitarle a Jack el acceso a mi cuello, en el que depositó salvajes besos.

—Has madrugado mucho —musitó sin dejar de besarme.

—La cama estaba fría —añadí sensual.

—E imagino que necesitas que entre en calor.

Una pequeña carcajada salió de mi garganta a la vez que su boca ascendía de nuevo hasta colocarse sobre mis labios con urgencia. Su lengua batalló con la mía, exigiendo el acceso que tanto ansiaba a primera hora de la mañana. Lo siguiente que sentí fue el peso de su cuerpo colocándose sobre el mío mientras contemplaba cómo se esforzaba por deshacerse de su pantalón de pijama, el cual arrastró con un movimiento único de sus piernas. Lo ayudé con mis pies, escuchando un gruñido que salió de su garganta cuando de un puntapié lo lanzó a la otra punta de la habitación. Jugueteé con su pelo justo cuando noté que se hundía con desespero en mi interior, que ya estaba más que preparado para su llegada. Arqueé la espalda al sentir su grosor llenarme por completo y balanceé mis caderas de forma lujuriosa, consiguiendo que otro jadeo ahogado saliera de él.

—El día menos pensado vas a provocarme un infarto —gruñó pegado a mis labios.

—Espero que no. —Sonreí.

Alcé mis caderas para ganar más profundidad, si es que eso era posible, y enrosqué mis piernas alrededor de su cintura pegándolo por completo a mi cuerpo, queriendo fundirlo con mi piel. Sus movimientos se volvieron desquiciantes. Moví mis caderas a su compás frenético, que nos llevó a ambos al borde del éxtasis al que tan acostumbrados estábamos últimamente. Atrapé su labio inferior en un gesto desesperado cuando mis gemidos se hicieron constantes y sonoros en la habitación, al igual que los suyos, salvajes y rudos, que me perforaban los oídos. Sus ojos se clavaron en mí, y no hicieron falta palabras cuando un simple movimiento de ellos me llevó al extremo de perder la cordura, sin romper nuestra conexión. Poco después, sentí cómo se derramaba en mi interior y cómo clavaba y presionaba con fuerza sus dedos en mi cintura. Tras dos sacudidas más, detuvo sus acometidas y se quedó enterrado en mi interior. Colocó sus brazos a ambos lados de mi rostro, manteniendo su peso para no aplastarme.

—¿Mejor?

Alzó una ceja, risueño, a lo que le contesté con una sonrisa de oreja a oreja, revolviéndole el pelo y dándole un casto beso en los labios.

—Mucho mejor.

Dio un pequeño vuelco que me hizo soltar un grito y sentarme en la cama, consiguiendo que mi cuerpo quedara a horcajadas encima de él sin necesidad de separarnos, en todos los sentidos. Se apoyó en el cabecero de hierro forjado y paseó sus manos por mi espalda de manera cariñosa.

—¿Qué quieres hacer hoy?

—Mmm… —Me puse un dedo en la barbilla, pensativa—. No lo sé. ¿Hacer las maletas quizá?

Era nuestro último día en La Habana, algo que odié, ya que me encantaba aquel lugar, sus gentes y todo lo relacionado con el país. No quería marcharme; mejor dicho, no quería despertarme del gratificante sueño en el que me encontraba desde hacía cuatro meses y volver a la realidad. Renegué un poco, y él cogió mis manos y las entrelazó con las suyas.

—El avión sale mañana, así que todavía tenemos tiempo de dar otra vuelta.

Mis ojos brillaron.

—¿En el Malecón? —insinué.

—Si es lo que quieres… —Sonrió sin despegar sus ojos de mí.

Asentí entusiasmada.

—Pero tendrás que darme algo a cambio.

Su voz ronca se acentuó más cuando acercó su boca a mis pechos desnudos, momento en el que sentí que su erección volvía a tomar posiciones de manera considerable. Alcé una ceja divertida y Jack me contestó con una fiera mirada que me prometía más de una cosa, la cual nos entretuvo.

 

 

Después de una comida de lo más entretenida en la que hablamos sin parar sobre nosotros —según él, intentando conocernos a fondo; cosa que ya era casi imposible, puesto que sabíamos todo el uno del otro—, recogimos el equipaje y las pocas pertenencias que habíamos dejado en el apartamento. Cerré la maleta con pesadez y poco después salimos en dirección al Malecón.

Íbamos paseando con tranquilidad cuando una niña pasó a toda velocidad por mi lado, dándome un diminuto golpe en la pierna izquierda que, finalmente, me hizo apartarme para no caer. Contemplé su carrera hasta que llegó donde se encontraban sus padres, en dirección contraria a nosotros, y vi que llevaban a otro niño, un poco más pequeño, más… bebé. Al pasar por mi lado, los miré de reojo y volví la vista al frente en un mero intento por que el hombre que pasaba su brazo por encima de mis hombros, agarrando mi mano, no se diera cuenta. Era un tema que solo habíamos sacado una vez y no se había vuelto a hablar. Pude apreciar que me observaba de lado, gesto que ignoré manteniendo mi mirada al frente. Caminamos unos metros más hasta que decidimos parar y saciarnos de las vistas que tantas veces nos habían maravillado durante el tiempo que estuvimos allí. Iba a echarlas de menos; de eso no me cabía la menor duda.

—¿Tienes ganas de volver? —quiso saber.

Miré hacia el mar. Sentí que se colocaba detrás de mí, agarraba mi cintura y apoyaba su barbilla en mi hombro. Depositó un casto beso en mi mejilla mientras yo negaba varias veces con los labios sellados. Un breve silencio se hizo entre nosotros, algo que no acostumbraba a pasar.

Noté que se tensaba cuando preguntó:

—¿Quieres hablar?

—¿Tenemos algo de qué hablar? —Le di la vuelta a la pregunta, como solía hacer él.

Soltó un largo y pesado suspiro, dándome a entender que había llegado su tope para esquivar el tema. En realidad, no sabía por qué motivo lo hacía; simplemente, no me apetecía hablar del último día que estuve en Atenas. Pero tampoco tenía clara la razón por la que no era capaz de entablar una conversación sobre lo que pasó o, mejor dicho, cuál era el motivo por el que transcurrieron esos días sin tenerla.

—Micaela… —Su tono me indicó la poca paciencia que le quedaba.

—Jack… —lo imité.

—No seas infantil. —Casi gruñó.

—No lo soy. Tú me has hecho una pregunta y yo te he contestado.

Movió su rostro lo suficiente para poder mirarme a los ojos y, por un momento, despegué los míos del infinito mar. Sin apartar la conexión, me preguntó:

—¿Por qué nunca quieres hablar sobre ese día?

No fui capaz de sostenerle la mirada y la desvié a mi posición anterior.

—Porque no tenemos nada de qué hablar. Fue algo que pasó y que no podemos cambiar —sentencié con un tono más duro de lo que pretendía.

—Eso no quita que no podamos tocar el tema en ningún momento. —Su voz también fue cambiando, incluso pude apreciar un leve enfado.

—¿Y qué quieres que te diga? —me desesperé. Me solté de su agarre, me giré y clavé mi mirada furiosa en él, escuchando de fondo las olas azotar con rabia el muro. Solté un suspiro eterno y me crucé de brazos bajo su estupefacta mirada.

—¿Quién te ayudó a escapar de allí? —me preguntó, refiriéndose a la fortaleza de Anker.

—Una chica del servicio que le tenía un cariño especial a Adara. Te lo he dicho cientos de veces —le reproché.

Y era verdad, eso fue lo único que le dije en su día.

—Mientes.

—¿Por qué debería hacerlo? —le espeté malhumorada.

—Porque sé cuándo no estás diciéndome la verdad, Micaela. ¿Por qué iba a ayudarte una persona a la que habías secuestrado?

—No lo sé. Pregúntaselo a ella —mentí de nuevo, intentando sonar convincente.

Sus labios se cerraron en una fina línea y supe que el momento era ahora o nunca, aunque con ello se llevara otro trocito de mi corazón.

—¿De qué conoces a Arcadiy?

Me observó frunciendo el ceño.

—Es uno de los mejores hombres que tiene Anker. ¡¿Eso qué importa ahora?! —se enfureció.

Bajé mis ojos al suelo durante unos instantes y los volví de nuevo a su rostro, pero ya me había visto.

—¿Qué pasa? —me preguntó confuso.

—¿Recuerdas el peluche que encontramos en mi despacho?

Asintió y se tensó más, si es que eso podía ser. Exhalé un fuerte suspiro antes de continuar:

—Era de mi hermano.

Movió su rostro, curvándolo como si no me hubiese escuchado, y entrecerró los ojos.

—¿Y eso qué tiene que ver con Arcadiy?

Dudé unos segundos antes de contestar:

—Arcadiy es mi hermano.

Pareció meditar durante unos segundos que para mí se hicieron eternos. Esperé, con la poca paciencia que me quedaba, hasta que vi que su silencio se hacía más grande de lo normal y volví al ataque:

—¿Cuándo llegó el hombre que te disparó en Atenas a la casa de Anker? —Me refería a Arcadiy.

—Era pequeño —me contestó tajante y mucho más serio de lo normal.

—¿Cómo de pequeño?

—¡¡No lo sé, Micaela!! Pequeño, joder. —Se giró y comenzó a dar pasos de un lado a otro, igual que un león enjaulado. Fijó sus ojos en mí y volvió a retirarlos de inmediato, negando con la cabeza—. ¿Estás diciéndome…? ¿Estás dándome a entender que…? —Negó de nuevo—. No puede ser. Yo lo sabría.

—¿Y realmente no lo sabías? —puntualicé molesta.

Se paró en seco y me fulminó con la mirada.

—¿De verdad piensas que te ocultaría algo así si hubiera sido consciente? —Se señaló.

—No lo sé, por eso estoy preguntándote —le contesté ruda.

Negó de nuevo sin poder creerse que estuviera acusándolo de algo que no había hecho, pero sentí que la rabia volvía a crecer en mí. Lo había encontrado y ni él mismo me reconoció. No sabía qué era lo que más me dolía: que hubiese disparado sin importarle la dirección que tomase esa bala, que se hubiera marchado sospechando que era su hermana o el hecho de no encontrar la forma de hablar con él sin volver a meterme en la boca del lobo.

Encaminó sus pasos hacia el coche para marcharse y les ordené a mis pies que hicieran lo mismo hasta que llegué a su altura. Estaba cabreado de verdad, y en cierto modo me lo merecía, por estúpida. Lo agarré del brazo, intentando que se detuviera, pero continuó su marcha sin mirarme, soltándose con un simple movimiento.

—Jack, espera —le pedí, sin embargo, me ignoró—. Jack, para un momento.

Conseguí ponerme delante de él y colocar las palmas de mis manos sobre su duro pecho. Me observaba enfadado, apretando los dientes de tal manera que creí que de un momento a otro le saltarían por los aires.

—¿No te he demostrado lo suficiente ya como para que confíes en mí? —me preguntó molesto—. ¿Qué más quieres, Micaela? ¡¿Qué más?! —Alzó los brazos al aire.

—Jack, entiende que todo esto me ha tenido confusa desde que lo vi en la casa de Anker. Al principio dudé si era él, pero después…

Me cortó:

—Y pensaste que era mejor no decírmelo, ¿no?

Se pasó una mano por el mentón con urgencia, soltando otro enorme suspiro que le vació los pulmones. No entendía su nerviosismo; o, mejor dicho, su gigantesco enfado.

—Iba a decírtelo…

Volvió a interrumpirme:

—¿Como lo del embarazo? —Bufó.

Su tono de voz me dolió, tanto que pudo verlo reflejado en mis ojos. Fui a darme la vuelta, pero me sujetó del codo antes de que lo hiciera, gesto del cual no pude deshacerme de ninguna manera.

—Lo siento…

—¿Qué sientes? —le pregunté furiosa, cortándolo y propinándole un golpe rabioso en el pecho con mi mano—. Para tu información, no sabía ni que estaba embarazada. No lo sabía —recalqué palabra por palabra, sintiendo que los ojos me quemaban.

Se quedó paralizado sin saber qué responder. Me solté de su agarre y conduje mis pasos hasta el vehículo, que se encontraba a unos cuantos metros de nuestra posición. No insistió. Cuando llegamos, el camino de vuelta lo hicimos en completo silencio, igual que pasamos lo que quedaba de noche.

Los pensamientos me llevaron de nuevo a aquel día, a aquella bala, a la sangre en mis piernas, a todo… Mi gesto se endureció de tal manera que ni yo misma sabía por qué motivo volvía a poner esa capa de hielo sobre mí, cuando lo único que me apetecía era echarme a llorar hasta ahogarme con mis propias lágrimas. La reacción de Jack fue evadir el tema por completo; según Riley, para evitarme un sufrimiento que ellos habían pensado que tenía. Claro que lo llevaba a cuestas, pero no era capaz de sacarlo. No tenía ni idea de lo que significaba la palabra «madre» ni lo que conllevaba aquello, como tampoco sabía si un bebé, siendo quienes éramos y teniendo tantos frentes abiertos, era lo mejor. Pero el hecho de perderlo así, sin más, sin ser consciente, me había partido el alma en dos de manera inevitable.

Y lo peor de todo fueron los ojos de Jack cuando, inconscientemente, tirada en aquella calle, se desviaron hacia mi vientre en señal de haber averiguado algo que ni yo misma sabía.

 

3

De vuelta

 

Dejé mis cosas en mi apartamento junto a las de Jack, sin dirigirnos una sola palabra que no fuese la necesaria. Ryan se encargó de llevar a Spyke a la casa de mi abuela, a la cual le debía una llamada a juzgar por los gritos que el pobre de mi guardaespaldas se llevó el día que llegó a su casa.

Me asomé por uno de los resquicios de la ventana y vi que el club volvía a ser el mismo de antes. Todo estaba reconstruido y en perfectas condiciones. Me giré buscando a Jack, pero no estaba en el salón. Dirigí mis pies hasta la habitación y lo encontré tumbado en la cama con un brazo sobre sus ojos.

—Voy a ir al club. He quedado con Eli en diez minutos.

Asintió sin decir ni una sola palabra. Hice una mueca de disgusto con mis labios y cerré la puerta tras de mí. Me apoyé en ella durante unos instantes, o por lo menos los suficientes para calmar el malestar que tenía. Poco después, bajé las escaleras y puse rumbo hacia el club. Toqué la puerta varias veces. Al abrirse, una emocionada Eli se abalanzó sobre mí como si no hubiera un mañana.

—¡Dios, qué guapa estás!, si te ha sentado hasta bien el aire de Cuba. —Sonreí por su piropo, algo inusual en ella—. ¿Eso es una sonrisa? —Alzó una ceja y Ryan apareció en escena.

Me abrazó con tanta fuerza que pensé que me partiría en dos, incluso llegué a notar que mis pies dejaban de tocar el suelo durante unos instantes.

—¡Mica! —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Esto quiere decir que me habéis echado de menos? —Sonreí de nuevo.

—Mucho estás riéndote tú. ¿Qué te habrá hecho el soplapollas dos?

Torcí mi gesto en una mueca de disgusto al escuchar el comentario de Ryan, que achicó sus ojos en señal de confusión.

—¿Ha pasado algo? —No contesté—. ¿No ha venido? —Pareció más sorprendido aún.

Negué con la cabeza. Cerré la puerta y me dirigí hacia la barra central. Vi que todo había quedado igual que estaba antes de que lo hicieran trizas. Me senté en uno de los taburetes, Eli adoptó su posición habitual dentro de la barra y Ryan lo hizo a mi lado.

—¿Qué sabemos de Desi? —cambié de tema.

Ryan le echó un rápido vistazo a Eli y desvió su mirada antes de que se topara con la mía.

—He estado hablando con mis fuentes y la he localizado en Ucrania —añadió con tono hosco.

—¿Y qué hace allí? —me extrañé.

—No lo sé. También he descubierto dónde vive y el trabajo que tiene en un local del mismo barrio. Lo tenemos fácil, no creo que esté protegida por nadie —puntualizó.

Asentí sumida en mis pensamientos. Esa zorra iba a pagármelas todas, y de qué manera. Según Eli y sus informadores, de los cuales no tenía ni idea de quiénes eran ni tampoco quería saberlo, le habían confirmado que Desi se había dedicado a desbaratar la gran mayoría de mis planes todas las veces que había intentado enfrentarme a Anker años atrás, motivo por el cual no dábamos en el clavo nunca y por el que nos descubrieron en Atenas cuando secuestramos a Adara.

—Menos mal que tu mente pensó con rapidez —añadió Eli— y la excluiste de las reuniones.

Sirvió un par de vasos con alcohol, gesto que agradecí, y me lo tragué de un sorbo, notando que me quemaba la garganta. Una punzada de arrepentimiento pasó por mi mente al pensar que no había confiado en Eli tampoco o por lo menos para todo, ya que la única persona por la que ponía las manos realmente en el fuego era por Ryan. El sentimiento se fue de la misma manera que apareció cuando volví a pensar con claridad, como siempre hacía, excepto cuando estaba con Jack. Ahí nunca me funcionaba la mente.

—Iremos —sentencié.

Ryan asintió, seguro, pero Eli se mantuvo a la espera tamborileando los dedos sobre el cristal, inquietud que se le había pegado de mí.

—¿Qué pasa? —Alcé una ceja.

—¿Piensas que Desi va a estar tan campante sabiendo que la matarás? —cuestionó.

—No ha intentado disimularlo mucho, que se diga —gruñí—. Una persona que desaparece de la noche a la mañana da que pensar. Desi no tiene en quién apoyarse.

—Eso no lo sabes. —Esa vez, Ryan aportó un poco de realidad a la situación.

Lo medité durante unos segundos. Era cierto que si Desi había sido capaz de jodernos todos los planes en más de una ocasión era porque tenía a alguien que la respaldaba, pero también podría estar usándola simplemente sin que ella lo supiese. El silencio se hizo patente, hasta que Ryan me puso al día de las chicas de compañía nuevas que habían llegado hacía unos días, de Tiziano y de varios temas más.

—¿Vas a quedarte? —me preguntó Eli, esperanzada.

—Lo justo y necesario hasta que pueda volver al ataque.

—Micaela, ya has tentado a la suerte, ¿no crees que es el momento de parar? —me sugirió Ryan.

Negué con la cabeza. De ninguna forma iba a permitir que Anker se saliera con la suya teniendo que esconderme de sus garras durante toda la vida. Me alteraba la postura por la que estaba optando al no dar señales de vida y, sobre todo, al no buscarme hasta debajo de las piedras. No entendía su manera de actuar, y necesitaba respuestas con urgencia, o acabaría volviéndome loca.

—La semana pasada estuvo aquí Vadím. Se me olvidó comentártelo.

Elevé mi rostro y clavé mis ojos en los de Eli.

—¿Para qué?

—Solo me dijo: «Necesito hablar con ella». Y se marchó con sus hombres.

Los nervios afloraron en mí al saber que, si Vadím había venido en mi búsqueda, era porque tenía algo mucho mejor entre manos para ayudarme a terminar con Anker de una vez por todas. Asentí, deseosa de poder hablar con él, y pensé en llamarlo incluso ese mismo día.

—¿Cómo estás?

La profunda voz de Ryan hizo que lo contemplase con confusión. Movió ambas cejas, dándome a entender que no iba a poder marcharme sin decirles nada más.

—Bien. Ayer hablé con Jack sobre Arcadiy. Según él, no tenía ni idea de que era mi hermano.

Asintió sin decir ni una sola palabra. Miró a Eli de reojo, gesto que no pasó desapercibido para mí, y suspiró antes de continuar. El tema de Arcadiy era algo que ya sabían, pues el día anterior mientras hablábamos antes de llegar al aeropuerto se lo había contado por teléfono.

—Mica… —añadió con pesar. Sellé mis labios y Eli me observó con mala cara—. Sabes que puedes hablar con nosotros sobre cualquier cosa. —Acentuó su mirada—. Incluso sobre…

—Lo sé. Estoy bien, Ryan.

Me levanté del taburete para evitar a toda costa que me sacaran el tema del embarazo, el cual seguía esquivando de todas las formas posibles. Escuché el gran resoplido de Ryan cuando me encaminaba hacia la puerta. Antes de que saliese, dijo:

—El soplapollas uno ha estado aquí hace dos días. Me dijo que cuando volvieses, fueras a la comisaría.

«En eso estaba pensando yo», me dije.

El aire golpeó mis mejillas al salir y la brisa movió mi pelo en un par de ocasiones dificultándome la visión. Antes de dar un paso, la puerta se abrió detrás de mí de nuevo. Era Eli. La contemplé durante unos instantes, hasta que vi la pesadez reflejada en sus ojos.

—¿Pasa algo? —le pregunté extrañada por su gesto.

Negó con la cabeza y dio un paso hacia mí.

—¿Necesitas hablar?

—No.

—Mica…, que nos conocemos. Sabes de sobra que puedes confiar en mí, ¿verdad?

Resoplé y me pasé una mano por el pelo.

—¿Qué quieres que te cuente, Eli?

—Quiero que me digas qué te preocupa, que te apoyes en mí cuando lo necesites y que no te lo guardes todo para ti.

Puse los ojos en blanco.

—Estáis empeñados en que tengo que tener un trauma por el embarazo, ¡y no es así! —casi grité—. Estoy bien, ¿vale? Y no necesito que estéis encima de mí cada dos por tres.

Intenté marcharme, pero me lo impidió agarrándome del codo.

—Mica, aparte del embarazo, estás metiéndote en la boca del lobo con ese tío —añadió malhumorada.

—¡Tú qué sabrás! —le espeté de malas formas.

—¡Es un asesino! —se enervó.

—Y Tiziano un narcotraficante —le solté a bocajarro. Vi que la expresión de su rostro cambiaba; sus mejillas se tornaron rojizas.

—¿A qué viene eso? —me preguntó, apretando sus labios.

Negué con la cabeza y me pasé una mano por la cara en un gesto desesperado. Desde luego, era el día de los tocapelotas.

—¿Te crees que soy estúpida y no veo el juego que te traes con él? ¿Acaso él es mejor que Jack? —Se mantuvo en silencio—. Vamos, Eli, dime, ¿es mejor?

—Solo miro por tu bien.

Noté que esas palabras le dolieron. Y no era mi intención, pero estaba cansada de escuchar siempre lo mismo.

—¿Por mi bien? ¿Y te has parado a pensar en quién soy yo? —me señalé—, ¿en la cantidad de cosas que no he hecho bien o en la cantidad de personas con las que he jugado a mi antojo para conseguir mis propósitos? ¿Eso me convierte en mejor persona que Jack o no? —ironicé.

Cruzó sus brazos y miró al cielo con impaciencia. Sabía que tenía razón y no era quién para juzgarla. Un silencio se creó entre nosotras; por mi parte, seguía contemplándola a la espera de una respuesta, por la suya, movía sus ojos hacia ambos lados sin saber qué decirme. Resopló e hizo un gesto de cansancio.

—Está bien. En realidad —meneó su cabeza—, un asesino con una proxeneta pegan perfectamente y sin cola.

Sonreí por su comentario tan tonto, dada la tensión en la que estábamos inmersas. Ella y sus cosas. Se acercó a mí, se abrazó a mi cuerpo y soltó un diminuto suspiro.

—Lo siento, Mica. No me gusta verte así, no quiero ver que te haces frágil. Sabes que en este mundo eso no está permitido.

—No soy frágil —añadí—. No con la gente de la calle.

Se separó de mí y me colocó un mechón detrás de la oreja sin quitarme los ojos de encima.

—Pero sí lo eres con él —murmuró con tristeza—. Y si el día de mañana desaparece, te dolerá.

Nuestras miradas conectaron. Me negaba a pensar que en algún momento desapareciese de mi vida. No tenía por qué, pero en realidad me aterraba. Lo había dejado todo por él unos meses atrás, me marché con una mano delante y otra detrás porque no podía pensar en un mañana sin él.

—Si se da el caso, sabré afrontarlo.

Mentira.

Pero fue la única forma de ver que su rictus se relajaba y una tímida sonrisa nacía en sus labios. Me di la vuelta. Necesitaba hablar con él como el aire que respiraba. No entendía el motivo, y tal vez eso era lo que más me cabreaba. Antes de cruzar la calle, la miré.

—¿Y tú? ¿Tienes claro qué harás?

Entrecerró los ojos. Sabía que me refería al italiano.

—Me lleva de cabeza, pero lo superaré —murmuró con tristeza.

En esa ocasión, fue ella la que giró sobre sus talones y desapareció dejándome en mitad de la calle, observándola, dando por zanjada la conversación. Me volví inmediatamente. Mis ojos se clavaron en mi apartamento y suspiré varias veces. Abrí la puerta conteniendo la respiración y subí las escaleras que daban al apartamento. Jack estaba con el ordenador portátil sobre la mesita baja del salón a la vez que sostenía el teléfono en su otra mano tecleando con rapidez algo. Me dirigí hasta la cocina para no interrumpirlo, pero no pude evitar escucharle decir:

—¿Lo tienes todo? —Pausa—. Sí. Está bien. ¿Cifrado? —Esperó de nuevo. Yo seguía recogiendo las cuatro cosas que tenía sobre la encimera de la cocina—. ¿Pasado mañana? —Silencio—. De acuerdo. —Colgó.

Tragué saliva antes de girarme para mirarlo. Lo hice apoyando las palmas de mis manos sobre el mármol y me quedé observándolo. Él, por su parte, seguía toqueteando el ordenador de forma insistente.

—¿Trabajo? —le pregunté.

Asintió sin desviar la mirada de lo que estaba haciendo. Se notaba su enfado aunque quisiera ocultarlo de cualquier modo, pensando que escondiéndose detrás de una pantalla era lo mejor. Encaminé mis pasos hasta que llegué a la mesita. Me senté sobre ella y entrelacé mis manos en mi regazo. Él levantó la cabeza lo suficiente como para echarme un rápido vistazo y volvió a lo suyo.

—¿Cuándo te marchas? —murmuré.

—Mañana —me respondió escueto.

—¿Y… tardarás mucho en volver?

Me retorcí las manos con nerviosismo, hasta tal punto que yo misma me preguntaba qué cojones estaba haciendo conmigo y por qué me comportaba de esa puta manera que tanto odiaba.

—No lo sé —me contestó en el mismo tono, y eso fue una puñalada directa a mi corazón.

¿Cuánto se suponía que íbamos a estar separados? ¿Era eso lo que me preocupaba de verdad o lo eran los constantes latidos de mi corazón que quería salir desbocado? No tenía la respuesta de por qué estaba sintiendo cosas tan sumamente fuertes hacia Jack, pero me asustaba. Me asustaba y mucho.

Siguió con sus cosas, y de reojo pude ver que salían pantallas cifradas con millones de números y letras en el portátil. Me acordé de Riley y lo eché de menos. Un comentario suyo seguro que me habría sacado una mínima sonrisa en aquel momento. Tomé una bocanada de aire antes de desprenderme de un poquito más de mí. Cerré los ojos y me lancé a la piscina; eso sí, mi vista se mantuvo en mis manos, las mismas que seguían moviéndose con desespero. Jamás en la vida me había comportado de esa manera tan cobarde como lo era no mantenerle la mirada a alguien.

—No soy capaz de entablar una conversación sobre el embarazo porque… —enmudecí al ver que paraba de teclear y se quedaba contemplando la pantalla fijamente—, porque no sé barajar los sentimientos que me crea hablar de ello, aunque diga que lo tengo todo bajo control y que no me afecta.

—Los sentimientos son señal de que somos humanos. No deberías despreciarlos. Si algún día no los tienes, teme.

Yo nunca los había tenido desde la muerte de mis padres. Era una roca con capas infranqueables. Todo me importaba una mierda y no tenía el mínimo sentimiento, ni siquiera hacia mí misma. Deduje por su tono de voz que había pasado por lo mismo alguna vez, y no pude acallar mi lengua antes de que se moviera para hablar:

—¿Tú sabes lo que es no tenerlos?

Suspiró, esa vez girando levemente su rostro para mirarme.

—Por desgracia, sí. —Asentí, juntando mis labios en una fina línea—. Y cuando llegas a ese punto, te das cuenta de lo que eres realmente.

—¿Y qué se supone que eres? —ironicé, sabiendo la respuesta.

—Un monstruo.

Sonreí con sarcasmo. «Un monstruo —me repetí—. Básicamente lo que has sido desde hace mucho, Micaela…». Y no me dolió, puesto que cada uno es como quiere y sabe perfectamente a qué se enfrentará dependiendo de sus decisiones. Yo había creado mi mundo a mi manera con una proposición más que firme con respecto a todo lo demás: para mi venganza, por mí, por mi familia. Y no me arrepentía de nada. Absolutamente de nada. Sin embargo, con él mostraba la parte más tierna, la más enterrada en el fondo de mi alma, y no me lo explicaba.

—¿Y qué pasa cuando te das cuenta de que alguien saca lo mejor de ti? —le pregunté sin mirarlo.

Sabía que estaba analizándome mientras me recorría con su mirada.

—Depende de la parte que sea la mejor de ti.

Estábamos teniendo una puta conversación de besugos que empezaba a crisparme, pero me encantaba, aun sin saber por qué.

—La que no piensa en lo que dice ni por qué. —Elevé mis ojos hacia la pared—. La que muestra sus sentimientos sin importarle que puedan hacerle daño. —Lo miré—. La que le duele en el alma que no le dirijan una palabra, que le den un simple abrazo, un beso…

El tiempo pareció hacerse eterno mientras nos contemplábamos con descaro. La mano de Jack apartó el ordenador para agarrar la mía con firmeza y tirar de mi cuerpo. Caí en su regazo y pasé mis brazos por detrás de su cuello, entrelazando mis manos entre sí, sin quitarle los ojos de encima. Apoyó su barbilla en mi pecho y suspiró.

—Debería haber llegado antes —susurró con un hilo de voz que casi ni oí.

—No podías saberlo. En realidad, ninguno lo sabía. —Agarré su mentón y lo elevé hacia arriba para contemplarlo—. No fue culpa tuya —añadí.

—Ni tuya tampoco. Pero no puedo evitar pensar que pudo haber sido. Y tu silencio no ha hecho más que incrementar mi culpabilidad.

Sujetó mi cintura con fuerza. Nuestros labios estaban casi rozándose. Antes de besarlos, musité:

—No tienes por qué. Ahora ya sabes el motivo por el cual no quería hablar de esto. Ya habrá tiempo para pensar en el mañana y en el qué pasará. Pero, ahora, bésame.

Ilusa de mí.

Tiempo…

 

4

Libertad

 

A la mañana siguiente, Jack tuvo que marcharse sin poder remediarlo. No quise preguntarle quién era su objetivo. Y decirle un simple pero doloroso «Ten cuidado» bastó para que me lanzara una mirada contestándome lo mismo.

Era ya el cuarto día que estaba lejos de mi alcance y los nervios florecían en mi interior. A media tarde me dirigí al supermercado, camino del club, donde había quedado con Ryan por la noche, cuando se abriera el local, y de esa manera empezar a coger el ritmo de mi vida anterior, la cual no sabía si conseguiría recuperar antes de tener que marcharme otra vez. A medida que avanzaba por el pasillo de las verduras, pensé en hacerle algo especial cuando llegase en unos días, y aunque no sabía cuántos serían, la esperanza que pocas veces tenía apareció, diciéndome que no tardaría demasiado.

Cogí unas zanahorias junto con varias cosas más y las eché en el cesto. En ese momento, noté que alguien se colocaba detrás de mí.

—Vuelves sin hacer ruido. Raro en ti después de lo de Atenas —me espetó serio.

Aarón.

Lo contemplé de reojo, sin hacer el amago de girarme para mirarlo. Él continuó:

—Le dije a Ryan que vinieses a verme. ¿Recuerdas que todavía tenemos un trato?

—Un trato que tú te has desatendido mientras te ha interesado. —Se la tiré.