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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Dixie Browning

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más que amor, n.º 1085 - julio 2018

Título original: More to Love

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-654-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Tenía que admitir que estaba sufriendo una crisis, aunque el artículo que había leído no le diera la razón. Porque tenía todos los síntomas clásicos: se preocupaba por su aspecto, por las relaciones que había roto, por su trabajo y por la importancia que iba ganando para ella la familia.

¿Pero una crisis a los treinta y seis años? No podía ser. Además, Annamarie todavía dependía de ella, que era por lo que estaba allí. Y en cuanto a su trabajo, volvería a él una vez que los electricistas, pintores y escayolistas terminaran la restauración del despacho en el que trabajaba. Ser la contable de una pequeña empresa quizá no fuera el mejor trabajo del mundo, pero Molly era ante todo una persona realista. En cuanto a su aspecto, estaba tratando de mejorarlo; y respecto a los otros síntomas, por ejemplo a sus relaciones de pareja, su único intento serio la había dejado un desagradable sabor amargo.

Hacía cuatro días que Molly había visto por primera vez el mar. También había visto una duna de arena tan grande como una de las montañas del Oeste de Virginia, su tierra. Al ir al banco aquella mañana, había recogido montones de folletos turísticos y tenía pensado ver todo lo que mereciera la pena.

Y parecía que había muchas cosas interesantes. El milagro era que por primera vez en su vida tenía tiempo libre. Lo único que tenía que hacer era poner la comida y el agua a un par de pájaros, además de limpiar sus jaulas, y cuidar de un viejo gato.

El trayecto del ferry desde Hatteras a Ocracoke había sido el comienzo. Había una zona en el barco donde uno podía subirse para verlo todo mejor, pero ella no se había atrevido a subir la estrecha escalera de hierro y se había quedado apoyada en la barandilla de cubierta, confiando en no marearse. Le había costado un poco acostumbrarse al suave balanceo de la embarcación, pero le había gustado tanto lo que veía, que pronto se había olvidado de sus temores. Varios grupos de gaviotas seguían el ferry, arrastradas por los trozos de pan que tres preciosas niñas les estaban tirando desde la popa. Se cruzaron con otro ferry que iba en la dirección opuesta y la gente les dijo adiós con la mano. Molly, sintiéndose audaz y aventurera, se soltó de la barandilla y también saludó.

Recordó que en aquel momento había pensado en el destino. Primero, los rayos que habían hecho que Holly Hills Home, la empresa donde trabajaba, se tuviera que cerrar para ser reparada. Luego, Stu y Annamarie, que habían alquilado una casa en la isla de Ocracoke, la habían llamado para decirle que iban a irse de viaje y necesitaban que alguien les cuidara a Pete, Repete y Shag. Molly no recordaba la última vez que se había tomado unas vacaciones de verdad, así que había aceptado inmediatamente ir a cuidar de la casa y los animales durante unos días. Desde su casa, solo había cinco horas de viaje, incluyendo el ferry.

De manera que Molly había ido rápidamente a comprar ropa cómoda para la playa. Si hubiera encontrado camisetas con lemas como «Vive el presente» o «Déjate llevar», probablemente las habría comprado, sin importarle que le quedaran mejor las túnicas que las camisetas.

Recordó que en el ferry, había ido cantando Don´t worry, be happy. ¿Qué mejor lugar que una isla para adoptar esa actitud?

Un grupo de adolescentes había ido riéndose todo el camino. Iban un poco ligeras de ropa, ya que hacía un poco de frío, pero si ella hubiera tenido el cuerpo de ellas, probablemente también habría ido así de destapada. El ferry había ido cargado de pescadores, algunos jóvenes y atractivos. Unos cuantos iban dormidos dentro de sus vehículos y otros iban fuera, hablando sobre sus aparejos de pesca. La mayoría estaban mirando a las chicas, excepto uno que, ¡caramba, si parecía un joven Stallone! ¡Y parecía que la estaba mirando a ella!

¿A ella?

Molly fingió que no se daba cuenta y se concentró en un pájaro negro que estaba posado sobre la barandilla y con las alas extendidas como si estuviera a punto de echarse a volar.

–Es un cormorán –dijo el doble de Stallone, acercándose a ella–. Está secándose las alas –de cerca, solo era unos pocos centímetros más alto que Molly, y tenía un poco de barriga.

Pero su sonrisa era preciosa.

Ella miró hacia el cielo, sin nubes, y luego a él.

–¿Cómo se las ha mojado?

–Al bucear para conseguir su cena.

Molly trató de poner una expresión como que había entendido perfectamente lo que él quería decir, pero al parecer no resultó muy convincente.

–¿Es la primera vez que viene a la isla?

–Sí.

–Yo vengo todos los años en primavera y otoño. Mis compañeros y yo participamos en los torneos que hay a lo largo de la costa. Aunque el tiempo está ahora muy inestable. Debería haber esperado unas semanas.

–¿Torneos de pesca?

El hombre señaló una pequeña bandera que colgaba de la antena de su camioneta verde oscura.

–O.I.F.T. Significa Ocracoke International o Invitational, como quiera usted llamarlo.

El hombre le describió cómo eran algunos de aquellos torneos, así como sus habilidades en cada uno de ellos. Molly disfrutó del vuelo de las gaviotas, del sol y de haber atraído la atención de un atractivo joven. ¿Le habría dado alguien con una varita mágica y habría convertido a la vulgar y rolliza Molly en alguien completamente diferente?

–Se puede poner de cebo lo que quieras. A algunos les gusta poner gusanos, pero a mí lo que más me gusta son los salmonetes.

De acuerdo, el hombre era un poco primitivo, pero nadie la había acusado nunca de ser una snob.

El hombre sacó de la parte de atrás de su camioneta una lata de cerveza y se la ofreció a Molly, que la rechazó. Él la abrió entonces y vació la mitad del contenido en su garganta seca.

Molly se apartó un mechón de pelo de los ojos. Tenía que haberse acordado de llevar unas gafas de sol. Unas bien grandes. Así podría observar todo lo que quisiera sin ser vista. Se había comprado una barra de labios nueva, se había cambiado el peinado y comprado algo de ropa, pero no estaba acostumbrada a gastar dinero en sí misma.

–¿En qué hotel va a quedarse? –preguntó el hombre con una voz un poco ronca que pegaba con sus ojos soñolientos.

–Me voy a quedar en casa de mi hermana. Bueno, no es de ella, la tiene alquilada.

–¿Entonces a lo mejor nos vemos?

¿Qué significaba eso, un comienzo o una despedida?

Molly retrocedió mentalmente. No tenía por costumbre flirtear con desconocidos. La antigua Molly nunca había tenido oportunidad de aprender a hacerlo y la nueva necesitaría trabajar un poco más su autoconfianza antes de nada.

–Quizá. Si no nos volvemos a ver, le deseo suerte en los torneos.

–En lo que concierne a la pesca, yo soy el responsable de mi propia suerte –esbozó una sonrisa–. Este año hay sesenta equipos y una enorme lista de espera. Si le gusta apostar, hágalo por Jeffy Smith.

–Gracias. Lo… recordaré.

Molly recordó que en ese momento había pensado que los hombres ponían su ego en las cosas más extrañas. A su ex marido, por ejemplo, le gustaba asegurarse de que todos supieran que había estudiado en Yale, aunque solo hubiera sido un semestre. En cuanto a Jeffy Smith, era evidente que se enorgullecía de su habilidad en la pesca. Pero había sido muy simpático y parecía una buena persona. Y ella, que había decidido que uno podía llegar a ser lo que deseara, le había respondido con una sonrisa.

Pero a continuación, Jeffy, su príncipe encantado, había tirado la lata de cerveza por la borda, se había dado un golpe en la barriga y había eructado. Desde luego, era un hombre muy masculino, se dijo a sí misma. Su ex marido había sido un hombre más bien femenino. Y de los dos, prefería al patán.

Mejor dicho, de los dos no prefería a ninguno. Pero era una pena. Su primera aventura en un barco y terminaba antes de comenzar.

–Dentro de dos minutos, llegaremos a tierra. Recuerde, si necesita aprender cómo se agarra una caña, llame a Jeffy –sus ojos adquirieron un brillo significativo.

Los ojos de él eran negros, igual que el pelo y tenía una barba de tres días. Molly no sabía si era porque estaba de moda o por dejadez. Con Kenny había sido justo lo contrario. Cuando estaba en casa, nunca se preocupaba de afeitarse o peinarse, pero cuando salía, se vestía con ropa de marca y se perfumaba con caras colonias.

Un día que su marido no paraba de hablarle sobre diseñadores, ella le había hecho una broma. Él la había mirado muy serio y más adelante le había dicho que necesitaba que le prestara cincuenta dólares.

Kenny Dewhust, su ex marido, no tenía ningún sentido del humor y tampoco tenía más recursos económicos que los de su mujer.

Su ex mujer, se corrigió.

Molly aspiró el aire libre y salado del mar. Luego esbozó una sonrisa hacia el atractivo hombre que estaba a su lado mientras el ferry atracaba. Ese era el presente, se dijo: un cielo azul sin nubes mientras iba de camino a una isla cargada de promesas. Y antes de que hubiera llegado siquiera a ella, un hombre simpático y guapo había entablado conversación con ella cuando solo a unos pocos metros, tres bellezas flirteaban con sus compañeros.

Los motores se habían apagado y el ferry se introdujo en un estrecho canal.

–Creo que será mejor que vaya cargando… Nos veremos, ¿no?

–Probablemente. Me han dicho que es una isla pequeña.

«Muy bien, Molly, no demasiado entusiasta, pero tampoco muy fría», se dijo a sí misma.

Después se había subido a su coche y había mirado al doble de Stallone por el espejo retrovisor. Este se había reunido con sus compañeros, que después de darle golpecitos en el hombro, y algún puñetazo cariñoso en las costillas, se subieron a sus camionetas.

Molly se sintió de lo más desinhibida. Sí, le gustaba esa nueva mujer en la que se había propuesto convertirse. Tenía… bueno, quizá le faltaba estilo. O por lo menos, todavía. Pero tenía una buena actitud y eso era un primer paso.

 

 

Eso había sido cuatro días antes. Esa misma tarde, Stu y Annamarie habían tomado un ferry hacia el norte, después de darle instrucciones detalladas de cómo cuidar a sus dos loros africanos y al gato. A la mañana siguiente, Molly se había presentado a la vecina, Sally Ann Haskins, que le había informado de dónde estaban la tienda principal y la oficina de correos. También había tratado de convencerla para que se llevara a un perro recién nacido.

–La pobre madre está muy cansada, voy a tener que llevarla al veterinario. Esta vez ha tenido siete. La última vez fueron once. ¡La pobre! ¿No te gustaría llevarte uno? Tu hermana me ha dicho que ya tiene demasiados animales, pero a lo mejor a ti te interesa.

–Me encantaría, pero donde vivo no se pueden tener animales –le explicó a la mujer.

–¿Qué te parece si ofrezco un cachorro como premio para el que gane el concurso? La mayoría de los pescadores tienen camionetas y en ellas podrían llevar un perro.

Entonces Molly le había hablado sobre su encuentro con aquel pescador en el ferry y le había dicho que no llevaba perro en la camioneta.

–Y justo cuando empecé a pensar que tenía posibilidades, arrojó la lata de cerveza por la borda.

–Bueno, a lo mejor quería impresionarte. Tiene que intentar aprovechar al máximo el viaje, ya me entiendes. Pero volviendo al campeonato, no sé qué tiempo va a hacer. Dicen que se acerca una tormenta. Los tres últimos años, el tiempo ha sido tan malo, que la mayoría de los pescadores se retiraron el primer día. El viento era tan fuerte, que arrastraba la arena y les hacía heridas en la cara.

–¿Y por qué no se celebra cuando el tiempo sea mejor?

–¿Conoces a alguien que pueda saber qué tiempo va a hacer? El campeonato se celebra cuando se supone que hay peces –Sally Ann terminó de planchar la camisa de un uniforme, desenchufó la plancha y la dejó sobre la cocina para que se enfriara–. El problema es que si esperan demasiado, el tiempo se vuelve infernal y corren el riesgo de quedarse encerrados en la isla. Y si pasa eso, no tienen otra cosa que hacer que ir al bar y contar mentiras sobre el enorme pez que se les escapó.

–Desde luego, no suena muy bien.

Sally esbozó una sonrisa. Era una mujer rubia de cara expresiva y con los ojos azules más grandes que Molly había visto nunca.

–Pero es divertido. El conocer a gente es una parte importante de los campeonatos. Además, si se quedan mucho tiempo aquí y se hartan de recoger las algas que el viento lleva a la playa, siempre hay alguna que otra velada especial en el pub de Delroy.

 

 

Al día siguiente, el cielo estaba cubierto de nubes. Un viento frío hacía revolotear las hojas que empezaban a caerse de los árboles y hacía balancearse a los pequeños botes en el muelle como si fueran corchos. Cuando Molly salió de la tienda con una bolsa de manzanas, empezó a llover, aunque no demasiado. Lloviera o hiciera sol, estaba decidida a caminar todos los días como parte de su nuevo régimen de vida.

Dieta y ejercicio. El tráfico se había triplicado desde que había llegado. Recordó a su amigo del ferry y se preguntó si se habría marchado. ¿Estaría en el bar, contando mentiras, o estaría pescando bajo la lluvia?

Los peces no sabrían si llovía o no, ¿verdad?

Recordó la advertencia de Sally Anne acerca de que el hombre hubiera intentado impresionarla para no desaprovechar el viaje y soltó una carcajada. Era halagador que Sally pensara que tenía que advertirla. Parecía que la nueva Molly estaba emergiendo a la luz mucho antes de lo que pensaba si tenía que tener cuidado con los hombres.

–Hola, guapa.

Molly estuvo a punto de dejar caer las manzanas cuando la camioneta verde oscura se puso a su lado.

–Hola, Jeffy, ¿qué tal va la pesca?

–El campeonato ha terminado, aunque me voy a quedar unos días más para ver si mejora el tiempo. Con este viento, la playa se llena de algas y peces. Es interesante verlo. ¿Quieres que te lleve?

«Ten cuidado, quizá hayas perdido unos cuantos kilos, pero todavía no estás como para tirar cohetes».

–Bueno, sí, ¿por qué no? –dijo, sin embargo, la nueva Molly.

Luego se agarró a la fuerte mano de él y subió a la cabina. El hombre era un poco palurdo, sí, y su gramática no era perfecta. Por no mencionar que eructaba y tiraba latas de cerveza al mar. Pero estaba segura de que donde vivía, en Grover’s Hollow, muchos de sus educados conocidos hacían lo mismo cuando nadie los veía. Además, Jeffy era muy simpático y, sobre todo, no se estaba comprometiendo a nada más que a dar un pequeño paseo en camioneta por la playa. Cosa que con su coche no podía hacer.

 

 

Rafe Webber no solía meterse en situaciones incómodas, gracias a su excelente intuición y a un sentido impecable del tiempo. En las raras ocasiones en las que esas habilidades le habían fallado, normalmente había podido salir con un mínimo de daños. En esa ocasión, sin embargo, parecía que iba a ser diferente. Su intuición le había advertido que había cierto peligro desde que Stu le había llamado para decirle que se iba a casar con la mujer más guapa, inteligente y simpática del mundo. Rafe le había aconsejado que tenía que pensárselo muy bien antes de casarse. También le había pedido que esperara al menos hasta que él fuera a comprobarlo con sus propios ojos. Pero desgraciadamente, Stu estaba demasiado excitado para escucharle.

Rafe estaba en ese momento fuera del país. Se había quedado más tiempo del que había imaginado y se había perdido el Día de Acción de Gracias y la Navidad. Aunque él no era un sentimental. ¡Por supuesto que no! Pero siempre había intentado estar con la familia en aquellos días para dar al chico una sensación de estabilidad. Había leído que las tradiciones ayudaban a dar solidez a los adolescentes rebeldes, que es lo que Stu había sido desde que Rafe había empezado a cuidar de él. Así que nunca había dejado de cocinar para su hermanastro un pavo especial durante los diez últimos años.

De ese modo, tampoco había podido asistir a la boda. Cuando regresó a los Estados Unidos, ya se habían casado. Pero al día siguiente era el cumpleaños del chico y no iba a perdérselo, a pesar de que amenazaba con hacer bastante viento, como había comprobado al leer el pronóstico del tiempo en vistas a su viaje en avioneta. Lo que no había imaginado era que la isla iba a encontrarse llena de pescadores. Aunque fuera bueno para la economía, era un fastidio cuando necesitabas alquilar un coche y una habitación para un par de días.

Antes de salir de Florida, Rafe lo había arreglado todo para dejarse libre el resto de la semana. Aunque se imaginaba que tardaría solo dos días en aclarar las cosas y comprobar el nuevo desastre en el que se había metido su hermanastro. Sin mencionar cómo iba a sacarlo de ello. Stu no tenía buen gusto con las mujeres. Desde que se había hecho cargo de él, siendo un adolescente lleno de pecas, con demasiado dinero, demasiadas hormonas y demasiado poco sentido común, Stu había sido un blanco perfecto para las mujeres sin escrúpulos.