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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 TTQ Books LLC

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Jugando con el amor, n.º44 - julio 2018

Título original: The Baby Gamble

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-731-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Julio 2005

 

El estiércol de vaca nunca había olido mejor, pensó Blake Smith, inhalando profundamente. Guiñó los ojos ante el brillante sol de esa mañana de julio. Desde los escalones de metal que bajaban a la pista, miró a la gente que esperaba en el pequeño aeropuerto de las afueras de San Antonio.

No había muchas.

Cuatro años era mucho tiempo.

Pero sería fácil ver a una niña de tres años y medio. Buscó una cabeza cubierta de rizos rubios.

O tal vez su pelo fuera castaño. O tal vez ella fuera él.

Aunque consideró todos las posibilidades, no vio a ningún niño pequeño.

Su tío entonces. Alan no se perdería eso. Por nada del mundo…

¿Qué podía significar que Blake no viera el corpachón y el rostro rubicundo del hombre que lo había criado desde que, cuando tenía siete años, sus padres murieron en un accidente de coche?

Dispuesto a aferrarse a la emoción que lo había acompañado durante el viaje de dieciocho horas del Medio Oriente a Texas, Blake volvió a buscar. Sobre todo buscaba el rostro de la mujer cuyo recuerdo lo había mantenido vivo durante cuarenta y siete meses, dos semanas y tres días.

La única persona a la que necesitaba ver en ese momento, tras cuatro años cautivo como rehén de unos terroristas.

Annie.

El ritmo de su corazón se tranquilizó y volvió a acelerarse cuando por fin vio el bello rostro de su adorada esposa. Por fin. Con piernas temblorosas, corrió a encontrarse con ella.

Annie había ido a buscarlo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Octubre, 2007

 

El vaquero se caló el sombrero.

Todo el mundo sabía que Luke Chisum, treinta y cuatro años, vaquero del conocido rancho Circle C, se recolocaba el sombrero cuando llevaba una buena jugada.

Alzando las esquinas de sus dos cartas justo lo suficiente para ver el par de ases, Blake puso su dólar de plata de treinta y tres años sobre ellas y añadió dos fichas de un dólar, la apuesta mínima. Su amigo, Cole Lawry, sentado a su izquierda, lo miró largamente.

Cole estudió el diez y la reina de espadas y el dos de diamantes que había boca arriba en la mesa, echó otra mirada a Blake y se retiró.

Brady Carrick, vaquero ex jugador de fútbol, no miró a nadie. Con el rostro impasible, como siempre, empujó sus cartas hacia el centro de la mesa. Brady lo había pasado muy mal después de que una lesión lo obligara a retirarse, y se había trasladado a Las Vegas. Había regresado a River Bluff quince meses antes, un año después de que Blake volviera a casa.

El joven había vuelto culpándose por el suicidio de un vaquero de rodeo, en La Vegas; algo relacionado con una apuesta. Blake, que acababa de conocerlo, no se había involucrado en la conversación sobre el incidente, excepto para decir que Brady no debería asumir la responsabilidad ni la culpa de los errores de otro.

Verne Chandler, que a veces jugaba con el Grupo Salvaje, vivía en el decrépito y ya cerrado bar Wild Card. El hombre se había trasladado allí cuando murió su hermana, para dejarle la casa al hijo menor de ella. Era allí, en el apartamento de atrás, donde el Grupo Salvaje, un grupo de cinco hombre solteros, la mayoría de los cuales habían sido amigos desde el instituto, se reunían para jugar a las cartas un día a la semana. Encorvado en la silla de ruedas que había empezado a utilizar unos meses antes, Verne no tenía buen aspecto. Aunque tenía poco más de sesenta años, las arrugas de su rostro parecían el resultado de noventa años de vida difícil.

Harry Kuntson, la versión masculina del cotilla del pueblo en River Bluff, también dejó sus cartas. Igual hizo Hap Jones, el capataz de Luke e invitado esa velada.

Ron Hayward aceptó la apuesta de Blake, tal y como Blake había esperado. Ron era más tonto que jugador de póquer, un tipo agradable que no conocía sus debilidades. En una obra de construcción, Ron era un talento. Cole, que trabajaba para él, lo sabía bien. Pero si el dueño de Construcciones Hayward se unía a la mesa de juego, no ocurría lo mismo. Si había una apuesta en la mesa, Ron jugaba, tuviera buenas cartas o no. Lo convertía en un desperdicio.

Luke, el que había repartido, puso su chapa del ejército sobre las cartas, añadió los dos dólares de rigor y subió dos más. Blake y Ron vieron la apuesta. Luke puso carta en la mesa. Un as de espadas.

Blake añadió dos fichas. Y cuando Luke subió la apuesta, añadió cuatro más.

Ron había gastado veinte dólares antes de retirarse.

—Quedamos tú y yo, amigo —dijo Luke con una sonrisa, mientras echaba una carta en la mesa, la tercera de la serie.

Un dos de bastos.

Blake apostó ocho dólares. Luke subió otros cuatro. Él puso ocho más. Luke los vio y subió cuatro.

La banca era de más de cien dólares.

Cuando la hermana de Verne había vivido, el destartalado y local había estado prístino. Tanto afuera, en el bar, que tenía muchos clientes, como en el apartamento trasero, donde Jake Chandler, sobrino de Verne y miembro ausente del Grupo Salvaje, había crecido demasiado deprisa.

—¿Quieres quitarte los pantalones y acabar con esto de una vez? —sonrió Luke, subiendo la apuesta una vez más.

Blake no se desnudaba por nadie. Además, tenía un full de ases y doses. Luke sólo podía ganar eso con un milagro: teniendo una sota y un rey de espadas.

Luke no era tonto. Pero la posibilidad de que Blake tuviera una pareja de ases eran escasas. Blake alzó la vista y miró la ventana que había tras su oponente. Durante el día se veía el río. Pero en ese momento sólo oscuridad.

Y… ¿movimiento?

Había alguien fuera.

Luke hizo botar su chapa de identificación en la mesa y sonrió cuando cayó junto a su montón de fichas. Había perfeccionado ese truco hacía años, cuando aún era un chaval. Blake, que se había unido al Grupo Salvaje tarde, invitado por Cole, ahora amigo y antes cuñado, dado que Blake había estado casado con su hermana Annie, llevaba años oyendo hablar de ese truco.

Blake estudió sus cartas otra vez. Miró hacia el arco que llevaba al salón y vio a una mujer pasar silenciosamente desde el vestíbulo.

Añadió cuatro dólares. Luke dio la vuelta a su jota y a su rey de espadas; Blake tiró sus dos ases al montón, sin mostrarlos, y se inclinó hacia Cole.

—¿Qué diablos está haciendo aquí? —su susurro sonó demasiado airado para ser una pregunta. Si Cole necesitaba ver a su hermana, sabía que no debía hacerlo cerca de Blake. Ése era su acuerdo.

Y dado que Blake era el único del grupo que no vivía en River Bluff, no le parecía demasiado pedir que su mejor amigo se atuviera al acuerdo. Cole tenía tiempo de sobra para ver a su hermana mientras Blake estaba en San Antonio, a más de cuarenta kilómetros de allí.

—Necesita hablar contigo.

Blake se quedó helado al oír la respuesta de Cole.

—¿Está aquí para verme? —rezongó.

Los demás estaban metiendo ruido. Blake vio cómo Luke, de buen humor, apilaba sus ganancias. Verne bebía directamente de una botella de whisky. Harry había encontrado un ávido oyente en Ron, que parecía interesado en conocer cada detalle del drama que Harry tuviera que contar, por cortesía de su esposa peluquera.

Blake pensó en el coche que tenía aparcado fuera y en cuál sería la mejor manera de llegar a él.

—Por favor, escúchala, Blake —la voz de Cole sonó baja, pero con una cierta nota de apremio—. Sabes que no te lo pediría si no tuviera una buena razón.

Blake sí lo sabía. Pero no podía imaginarse ninguna razón lo suficientemente buena para justificar otra conversación con la mujer a la que una vez había amado más que a su propia vida.

—Creo que está loca, amigo —susurró Cole—. Va a meterse en un montón de problemas. Lo único que se me ocurrió fue pedirle que hablara contigo antes.

—Podrías haberme avisado —farfulló él, aún pensando en la manera de escapar de allí.

—¿Estás diciendo que habrías venido si te hubiera avisado? —lo retó Cole, enarcando una ceja.

Le tocaba repartir a Blake, las cartas estaban sobre la mesa. Sin embargo, echó un vistazo a Cole y se levantó.

—Estoy fuera —dijo.

 

 

Annie no necesitó ver el intercambio entre su hermano y su ex marido para saber que había sido tonta al ir allí. La expresión del rostro de Blake al verla había sido más que suficiente

—¿No te lo ha explicado Cole? —preguntó, cuando el hombre por el que había pasado dos años llorando salió de la habitación trasera.

Blake no estaba contento. Pero olía tan bien como siempre. No era su loción para después del afeitado, aunque seguía usando la marca que ella le había comprado cuando salían juntos, y no era su champú ni su jabón. Ella misma los había utilizado durante años. Era él.

Y tenía buen aspecto. A pesar del ceño fruncido y los labios tensos. Hacía casi dos años que Annie no lo veía, desde el día que fue a verlo al aeropuerto.

—Lo siento. No pretendía interrumpir. Pensé que acababais a las once. Al menos, Cole dijo… —sus palabras se apagaron.

No podía reaccionar a ese hombre, ni a su enfado ni a su sex appeal. En especial a eso último.

—Acabamos cuando queremos.

Sus pantalones y su camisa polo se ajustaban perfectamente a su cuerpo largo y esbelto. Ése era su atuendo casual. Ella, generalmente, lo había visto con traje.

O desnudo.

—Entonces, ¿tienes que volver a entrar? —tenía los labios secos—. Cole me dijo hoy eras el anfitrión.

Él miró su rostro un segundo y desvió la mirada. Ella se sintió como si la hubiera abofeteado.

—Eso sólo significa que me encargo de traer la comida y la bebida, y elijo el juego.

—Creí que siempre jugabais a Texas Hold’em.

Él la miró abiertamente. Ni siquiera una conversación banal le parecía segura con ese hombre.

—Hay muchas formas de jugar —explicó él—. Con límite, sin límite, torneo… —su voz se apagó y ella supo que no le quedaba mucho tiempo.

—¿Tienes un minuto para hablar?

Él estrechó los ojos y estudió a Annie como si contemplara el resultado de un accidente de coche muy grave. Uno no soporta lo que ve, pero no puede dejar de mirar.

No contestó, pero tampoco se dio la vuelta y se marchó. Ella conocía a Blake Smith lo bastante bien para saber que se marcharía sin pensarlo dos veces, si ésa era su intención.

Se oyeron risas al otro lado del arco.

—¿Podemos salir fuera? —pidió ella. La oscuridad haría que fuera más fácil hablar.

Blake, en silencio, la siguió. Ella no oía sus pasos, pero lo sentía detrás, haciendo agujeros en su espalda con los ojos.

Si no le hubiera prometido a su hermano que hablaría con Blake, habría sido ella quien estaría ansiosa por marcharse. Pero había tomado una decisión sobre cómo seguir adelante con su vida, y no podía ponerla en práctica sin el apoyo de Cole.

Él le había dejado muy claro que sólo la apoyaría si hablaba antes con Blake.

—Pide ayuda a Blake —había dicho su hermano en realidad. Pero ése era un detalle del que no iba a preocuparse. Diría las palabras, Blake se marcharía, y ella podría dar el siguiente paso en su vida.

Con el apoyo de Cole.

—Cole dice que estás loca.

Las palabras de Blake interrumpieron los pensamientos de Annie. De hecho, anularon su confianza. Blake siempre había tenido la capacidad de hacerla dudar de sí misma. Eso no le gustaba de él.

Seguramente era lo único que no le gustaba de Blake. Y era algo de lo que él ni siquiera tenía la culpa.

El resto, sus largas ausencias, su incapacidad de estar ahí cuando lo necesitaba, lo entendía. Sencillamente no había sido capaz de vivir con ello.

Ni con él.

—Mi hermano pequeño siempre ha tenido un problema de exageración —dijo ella.

—¿De qué se trata?

Directo al grano. Así era Blake. Nada de «¿cómo te ha ido estos dos últimos años?» ni «tienes buen aspecto». Sabía que no podía atreverse a esperar un «es bueno verte de nuevo».

No era bueno.

Para ninguno de los dos.

Verlo le dolía. Mucho. Mucho más de lo que había esperado, y eso que su mejor amiga, Becky Howard, le había dado una copa grande de vino y un abrazo para prepararla a enfrentarse a su misión.

—Voy a tener un bebé.

Las sorprendentes palabras encauzaron de nuevo su rumbo. Había definido su objetivo y por primera vez en su vida se sentía total y absolutamente segura de la decisión que había tomado.

—¿Por qué necesito saber yo eso? —las palabras fueron frías, el tono de su voz, un poema.

Blake no sólo estaba enfadado, también estaba dolido. Maldijo a Cole por haber insistido en esa reunión. Por grande que fuera su corazón, a veces el hermano de Annie no sabía cuándo dejar de creer en cosas que no podían ser.

—La única forma de que Cole accediera a intentar hacerme cambiar de opinión fue que te pidiera a ti que fueras el padre.

 

 

El aire fresco debería haberle despejado la mente. Pero Blake no podía concentrarse y oía un zumbido en el cerebro.

—Entonces… ¿no estás embarazada? —sintió que se avecinaba un dolor de cabeza.

—Aún no.

No había razón para que esa noticia le aliviara. No tenía por qué importarle.

Los tendones de la base de su cuello se relajaron un poco e intentó pensar.

—Pero pretendes estarlo.

—Estoy empeñada en tener un hijo, sí.

Blake miró a su ex esposa en la oscuridad. Se preguntó si Cole tendría razón y si se había vuelto loca.

Pensó en el bebé que había perdido. La criatura que Blake se había imaginado criando durante cuatro largos años. Y con ese recuerdo volvió el agudo dolor que sentía en el pecho casi todo el tiempo. Aunque se había acostumbrado a esa incomodidad, el dolor se intensificaba cuando pensaba que Annie también lo sufría.

—No puedes recuperar lo que te fue quitado, Annie.

—No tengo ninguna intención de intentarlo —sus palabras fueron ya duras en sí mismas. El tono vigoroso de su voz una clara indicación de su empeño.

La vida no debería haberla tratado así. No se lo merecía.

Él era el culpable.

—No quiero pasar mi vida en soledad, Blake. Me siento sola y estoy perdiéndome algo importante. Quiero ser madre y creo que podría ser una muy buena.

—Claro que serías una buena madre —Blake estaba intentando sacar sentido a la conversación, ser un buen amigo para Cole y acabar con eso lo antes posible—. Más o menos te convertiste en madre de Cole cuando tenías trece años, y él ha salido muy bien.

Ella parpadeó y miró a Blake como si la hubiera sorprendido. Tenía la melena rizada más larga que cuando habían estado casados, y más que cuando había ido a recogerlo al aeropuerto de San Antonio dos años antes.

Se preguntó si ella había esperado que la insultara. Que la odiara por haber decido quedarse con el hombre con quien se había casado dos años después de la desaparición de Blake, cuando lo dieron por muerto, en vez de volver a casa con él.

—Ya he vivido la magia —dijo ella con voz suave, pero mirándolo a los ojos con firmeza. Al comprender que hablaba de él, Blake se sintió como si le hubiera dado una patada—. Me arriesgué y confié en que casarme con el amor de mi vida sería suficiente, y después me estrellé con tanta fuerza que temí no recuperarme nunca.

Por eso él no podía estar junto a ella. No podía verla. ¿Acaso creía que él no sabía todo eso? ¿Que no se torturaba con esa verdad cada vez que pensaba en ella? Cuatro años de cautividad habían sido un paseo comparados con el dolor que había sufrido a diario desde su regreso a casa.

—Y también he jugado sobre seguro —continuó ella, como si no fuera consciente del infierno que había desatado en él—. Después de ti, me casé con un hombre a quien había conocido toda la vida, y que me había amado gran parte de ella. Escogí seguridad y fiabilidad por encima de la pasión. Y no sólo seguí siendo igual de infeliz, además herí a otra persona horriblemente. Viviré con eso el resto de mis días.

Al menos eso era algo que tenían en común.

—No voy a intentarlo por tercera vez, Blake. Pero eso no significa que no pueda tener una familia.

Era obvio que había pensado mucho en su futuro. Y lo expresaba muy bien.

Su idea podía ser una locura, pero Annie no estaba loca.

—Entonces… ¿aceptarías ser el padre? —cumplió su palabra. Le había dicho a Cole que haría la pregunta y la había hecho.

—¿Qué piensas hacer cuando conteste que no?

—Ya he empezado a buscar.

—¿Un banco de esperma? —Blake suponía que así era como se hacían esas cosas.

Annie bajó la cabeza, algo que había sucedido con demasiada frecuencia cuando estaban juntos. Y siempre cuando sufría la plaga de la baja autoestima y las dudas que la habían asolado desde la muerte de su padre.

Pero el suicidio de su padre no tenía nada que ver con todo eso.

—No puedo arriesgarme a eso —dijo con voz queda pero firme. Alzó la cabeza—. Necesito conocer al hombre —afirmó—. Necesito saber que es emocionalmente fuerte.

Blake podía entender eso. Sí que podía. Pero…

—Annie, no puedes acercarte a un hombre en la calle y pedirle que te dé un hijo. En primer lugar, también debes pensar en él. ¿Qué papel jugará? ¿Quieres que el padre de tu hijo sea alguien dispuesto a crearlo y luego marcharse sin más?

Los problemas de su plan eran numerosos y él empezaba a verlos desde todos los ángulos.

—¿Pretendes utilizar la inseminación artificial? —preguntó él, antes de que pudiera contestar a su primera tanda de objeciones—. Porque no creo que seas el tipo de mujer que practica el sexo casual con un hombre y luego se marcha. E incluso si lo fueras, él tendría que tener una pareja muy comprensiva o no tener ningún compromiso sentimental. Y seguir sin compromiso mientras intentaras quedarte embarazada. Porque tus probabilidades de quedarte embarazada a la primera son muy escasas…

Sin poder evitarlo, siguió planteando objeciones.

—¿Y si tiene una esposa o una pareja? ¿Y si ella decide que quiere tomar parte en la educación de su hijo?

Annie movió la cabeza de lado a lado y eso lo devolvió a la realidad. Nada de eso era asunto tuyo.

No le importaba lo que hiciera. Esperaba que estuviera a salvo. Feliz. Eso era todo.

—He preparado un contrato legal que cubre todas esas eventualidades y más —dijo ella—. Voy a hacerlo, Blake.

Él veía que decía la verdad. Y eso le asustaba.

Se dio la vuelta para marcharse.

—¿Qué le digo a Cole cuando me pregunte qué has contestado?

—Dile que lo pensaré.

No era la respuesta que habría querido dar. Pero necesitaba algo de tiempo, y una buena noche de sueño, para dilucidar cómo seguir siendo amigo de Cole y seguir lo más alejado posible de Annie y de sus planes.

Tal vez, si tenía suerte, podría sugerir un sustituto seguro, saludable y relativamente inocuo.

Pero una cosa era segura. Annie y él no iban a hacer otro bebé juntos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El jueves por la mañana, exactamente ocho horas después de ver a Blake subirse a su Lincoln Continental de siete años y arrancar, a Annie le costaba concentrarse. Ella no se había deshecho del coche de, Alan Smith, tío de Blake, cuando él tuvo un infarto fulminante al enterarse de que a su sobrino lo daban por muerto. Había vendido la empresa comercial que operaban entre los dos, pero no se había gastado ni un centavo del dinero; era casi como si una parte de ella, incluso después de casarse con Roger, hubiera sabido que Blake seguía vivo.

Y si eso era cierto, si en realidad lo había sabido, casarse con Roger había sido un acto de cobardía. Algo débil y desleal.

Al menos, había tenido un buen montón de dinero, y un coche, para darle a Blake tras su difícil regreso a casa dos años antes.

En ese momento deseó que él hubiera vendido el maldito coche. Que hubiera dejado atrás el pasado. Olvidado, punto.

Blake era el ser humano más controlado y lógico que había conocido en su vida. Por una vez, le gustaría oírlo gritar con todas sus fuerzas.

¡Posiblemente vivo! Annie miró el titular de la columna en la pantalla de su ordenador. Tenía que mirar hacia el futuro, no hacia un pasado que no podía cambiar. Durante la hora siguiente su futuro incluía la columna que había prometido tener lista a las diez para su jefe, Mike Bailey, editor e impresor del River’s Run.

Los lectores del River’s Run, el diario local, esperaban la columna semanal de Annie sobre cómo vivir positivamente. Podía escribir sobre cómo tomar control de la propia vida, ser un participante activo, en vez de una víctima. Incluso podría escribir sobre el bebé que pretendía tener.

Podía escribir sobre Wade Barstow, el hombre más rico del pueblo y de sus generosas donaciones para los colegios, la ciudad y las iglesias locales. Wade era generoso con su dinero. Pero Annie no estaba segura de que sus motivos fueran filantrópicos.

Podía escribir sobre el maravilloso regalo que era el clima suave del que estaban disfrutando.

Pero lo que le apetecía hacer en realidad era ponerse a llorar. Y eso no tenía sentido. Nada había cambiado en las últimas veinticuatro horas. Entonces también había estado divorciada dos veces. Nadie cercano a ella estaba enfermo o muriendo.

Annie asentó el portátil en la mesa que utilizaba como mesa de cocina, mesita de café y escritorio, y se recordó todas las razones por las que se sentía feliz de estar viva.

Sin embargo, sólo podía pensar en Blake. En las cosas que había tenido y perdido. En las cosas que había deseado y no conseguido nunca.

Se puso de pie abruptamente, apagó el ordenador, lo cerró y lo guardó en su maletín. Fue a su dormitorio, pasó ante la cama individual y el arcón que ocupaban tan poco espacio en la habitación y entró en el cuarto de baño adyacente para recogerse el pelo en la nuca con pasadores y pintarse los labios. De regreso a la cocina, se detuvo un momento para echar un vistazo al dormitorio contiguo al suyo, con su moqueta nueva y una cuna de madera tallada a mano. Había un cambiador y una mecedora a juego, y también el papel para las paredes que había comprado el fin de semana anterior… La habitación infantil estaba quedando muy bien.

En cuanto la acabara, se pondría en marcha con el resto de la casa.

Sin embargo, de momento, iba a ir a la oficina. Y a rezar por encontrar algo de inspiración creativa cuando llegara allí.

 

 

Había escrito sobre la importancia de la honestidad de la conciencia de uno mismo, y a Mike le pareció la mejor columna que había escrito nunca. Annie no estaba segura de eso; escribía tres columnas a la semana y también cubría la mayoría de las noticias importantes de la pequeña ciudad. Lo que sí sabía era que se sentía un cien por cien mejor que a primera hora de la mañana.

Salió de las oficinas del River’s Run, en la calle Mayor, ató el maletín del ordenador a la rejilla de su bicicleta, se subió al sillín y empezó a pedalear. Becky Howard, la enfermera del instituto, sólo disponía de un descanso de media hora para almorzar, y Annie estaba deseosa de hablar con su mejor amiga y contarle su reunión con Blake la noche anterior.

Todo el mundo en River Bluff conocía el pasado de Annie: su boda de cuento de hadas con Blake Smith, su desaparición y muerte declarada, su segundo matrimonio y el regreso a casa de Blake. Se había sentido como si el mundo hubiera tenido los ojos clavados en ella la mañana que fue a recibir el avión de Blake. Gente con la que no había hablado en su vida esperaba con ansia su decisión: quedarse con Roger o volver con Blake. Y a la mayoría, excepto a los amigos y seres queridos de Roger, les había entristecido levemente su elección.

Muchos se lo habían dicho, pensando que le había dado la espalda al amor verdadero.

Sólo Becky lo había entendido. Y tal vez Blake.

Su madre desde luego no. Pero lo cierto era que June Lawry y Annie no se habían llevado bien desde que Annie estaba en primer curso del instituto.

El instituto de River Bluff estaba en las afueras del pueblo, y junto a él se encontraba el colegio en el que había estado Annie el día en que su padre se pegó un tiro. Evitando la parte del patio en la que había oído las noticias, desató y agarró el maletín del ordenador de la rejilla de la bicicleta, ya que los robos ocurrían incluso en River Bluff, si la tentación era suficiente, y dejó su bicicleta amarilla aparcada junto a otra docena de bicicletas.

Becky no estaba en su despacho.

Tampoco estaba en el comedor. Ni en la sala de profesores.

Ya habían pasado quince minutos del descanso para almorzar de su amiga, y Annie no tenía ni idea de dónde buscarla.

—Hola, señorita Kincaid.

—¿Qué tal, Katie? Dale a tu madre las gracias por la gelatina de manzana. ¡Estaba fantástica!

—Se las daré —la rubia estudiante sonrió y siguió por el pasillo. De repente, se dio la vuelta—. ¿No sabrá dónde está Shane, verdad?

—Espero que en clase —contestó Annie, preguntándose por qué la chica se interesaba por un chico tres años más joven que ella. Y preguntándose también por qué a todas las chicas les parecía bien exhibirse con esos pantalones de talle tan bajo y camisetas que apenas les llegaban por debajo del pecho.

«¿Cuándo se habría tatuado Katie esa mariposa en la parte baja de la espalda?». Se dijo que su madre debía de haber derramado más de una lágrima por eso.

 

 

Encontró a Becky en su coche, un Tahoe plateado, sentada sola en un aparcamiento lleno de automóviles, pero todos vacíos.

Un vistazo a las lágrimas que surcaban el rostro de su amiga y Annie abrió la puerta del pasajero y entró sin esperar invitación.

—¿Qué ocurre? —preguntó, sentándose y cerrando la puerta.

—Oh —Becky la miró avergonzada, se sorbió la nariz y se pasó la mano por el rostro, como si eso pudiera borrar la evidencia de su llanto—. Hola. No sabía que estuvieras aquí.

Annie arrugó la frente. Si alguien le había hecho daño a su amiga…

—Llevo toda la mañana pensando en ti —dijo Becky, esbozando una leve sonrisa con poco éxito—. Cuéntame cómo fue.

Desde el punto de vista de Annie, sus problemas y tribulaciones no tenían ninguna prioridad en ese momento.

—¿Qué es lo que va mal, Bec? —los rizos castaños rojizos de su amiga se habían soltado de la cola de caballo que siempre llevaba en el trabajo.

Una de las muchas cosas que Annie y Becky Howard tenían en común era el pelo espeso y rizado.

—Acabo de enviar a un alumno al hospital de San Antonio para que le hagan pruebas.

—¿Es algo serio? —Annie se estremeció.

—Creo que tiene una úlcera. Ha estado vomitando sangre.

Annie, mirando la cabeza gacha de Becky, intentó leer los pensamientos de su amiga. Sin duda, un adolescente de dieciséis años con una úlcera tenía un problema grave. Podría ser indicio de serios trastornos emocionales, como poco. Pero era algo tratable.

Una vez había visto a Becky ocuparse de un accidente de coche en la carretera; pasaban por allí justo después y se habían detenido por si podían ayudar. Un joven había muerto, pero Becky había salvado la vida del otro.

Y no había derramado una sola lágrima.

—¿Qué es lo que va realmente mal?

Becky alzó la cabeza, con los ojos llenos de nuevas lágrimas.

—Vi a Luke cuando salía de la tienda de ultramarinos. Quería almorzar yogur.

—¿No tienen yogur en la cafetería?

—No el que me gusta: de plátanos y fresas.

—¿Te dijo algo? —preguntó Annie con suavidad. Becky era la persona más cariñosa que había conocido en su vida. El que Luke hubiera abandonado la ciudad para unirse al ejército dieciséis años antes, dejando atrás a Becky y su romance con ella tan bruscamente, sin mirar atrás, casi había destrozado a su amiga. Igual de bruscamente, había regresado a la ciudad hacía un mes.

—No… —la voz de Becky se apagó—. No le di la oportunidad.

—¿Crees que te vio?

—Me miró directamente —los labios de Becky temblaron—. No puedo creerlo, Annie —dijo, estremeciéndose—. Olvidé a Luke Chisum hace años. No quiero tener nada que ver con él. Y aun así, verlo de repente me hizo papilla.

Annie quería creer que una chica podía olvidar a su primer amor. Incluso si había sido uno tipo caballero andante de brillante armadura.

—Es sólo que verlo, así tan cerca…

Ella recordó que cuando vio a Blake al bajar del avión, dos años antes, se le había hecho un nudo insoportable en la garganta.

—Ay, cielo —odiaba ver a su amiga sufrir—. Lo siento mucho.

Becky se sonó la nariz.

—Mejora con el tiempo —murmuró Annie, aunque esa mañana no estaba tan segura de eso como lo había estado el día anterior.

—Tiene que mejorar, ¿no? —dijo Becky.

Annie desde luego que esperaba que así fuera.

—Tiene una pequeña cicatriz junto al ojo izquierdo…

—¿De cuando se estrelló el helicóptero?

—No lo sé, pero es probable. Aún tiene color rosado, así que debe de ser reciente —hizo una pausa, miró por el parabrisas y después volvió a mirar a Annie, con los ojos llenos de ternura, y dolor—. No puedo dejar de pensar en él en Irak, en todas las cosas que oímos que suceden allí. En el accidente. ¿Y si lo hubieran tomado como rehén?

Annie agarró la mano de su amiga y le dio un apretón.

—No dejes que te asalten esos demonios, Bec —dijo—, o te volverás loca.

Y Annie, mejor que nadie, conocía la verdad de sus palabras.

—Cole dice que está bien —siguió—. Que sigue siendo el mismo Luke bromista de siempre.

—Todas esas bromas ocultan muchas cosas.

Annie no lo dudaba. Luke Chisum sólo llevaba un mes en casa y ya estaba llevando a su padre a terapia, haciendo todo lo que podía para facilitarle la vida a su madre, ocupándose de su parte de trabajo en el rancho familiar, a pesar de tener un hermano mayor que lo trataba con abierta hostilidad siempre que tenía oportunidad.

—Aun así, aparte de cierta dificultad para diferenciar los colores, debida a una lesión en el nervio óptico, parece haberse recuperado por completo.

Becky intentó sonreír sin conseguirlo.

—¿Sabes cuánto tiempo pasó en Walter Reed?

La cantidad de tiempo que hubiera pasado en el hospital para veteranos podría darle una idea bastante aproximada a Becky, en su calidad de profesional médico, de la gravedad de las lesiones de Luke.

—No lo sé —Annie titubeó, pensó un segundo y continuó hablando—. Sé que le dieron una baja médica. Con su problema de vista no cumple los requisitos del ejército.

—Me lo había preguntado —dijo Becky. Miró a Annie de nuevo—. Ha vuelto definitivamente, ¿verdad?

—Cole opina que sí.

—¿Crees que me permitirá seguir sin hablarle durante el resto de nuestras vidas? —esa vez el intento de sonrisa de Becky fue más exitoso.

Annie ladeó la cabeza, intentando evaluar a su amiga.

—¿Quieres que lo haga?

—Depende del día.

Annie entendía eso perfectamente.

 

 

—Háblame de lo de anoche —Becky había recuperado la calma y volvía a ser la persona fiable y capaz que Annie conocía tan bien.

—¿No tienes que regresar ya? —preguntó Annie, echando un vistazo a su reloj de pulsera.

—Esta tarde trabajo en la clínica. Tengo una hora libre antes de entrar.

—¿Conseguiste ese yogur que buscabas?

Becky hizo una mueca y movió la cabeza.

—Iba a por él cuando vi a Luke. Así que me di la vuelta y volví aquí.

Eso era lo que Annie se había imaginado.

—¿Por qué no cargamos mi bicicleta en el coche y vamos a mi casa? Prepararé una ensalada de atún y hablaremos.

 

 

Añadió pepinillos y cebolla al atún, puso un plato de galletas saladas en la mesa y, mientras comían, Annie relató, casi palabra por palabra, su encuentro con Blake de la noche anterior.

—¿Crees que estoy loca? —le preguntó a su amiga, cuando terminó de contar su historia.