Índice

Tapa

Índice

Portada

Copyright

Presentación. Renovar la mirada sobre el mundo para renovar las ciencias sociales (por Gabriel Kessler)

Introducción

La Modernidad y las ciencias sociales

Otra introducción

Leer el mundo

1. Un breve relato-mundo

Los griegos y los persas

El Mediterráneo, Persia, Asia Menor, la península arábiga

Hacia el Imperio del medio

La hegemonía occidental moderna

Un mundo nuevo

2. La excepcionalidad de la Modernidad occidental

Las fuentes de la superioridad occidental moderna

¿Cómo explicar la excepcionalidad occidental?

Los grandes elementos narrativos

3. ¿Fue realmente excepcional la Modernidad occidental?

¿Fue realmente necesario el protestantismo en el advenimiento del capitalismo?

¿El capitalismo realmente nació en el Occidente moderno?

¿Es realmente el sistema-mundo una especificidad hegemónica occidental moderna?

¿Fue el auge de la técnica y la ciencia una exclusividad del Occidente moderno?

¿Es el individualismo una invención occidental moderna?

4. Nuevas narraciones y geografías de la Modernidad

Reconsiderar la hegemonía occidental moderna

El paradójico destino de dos viejas problematizaciones de la Modernidad

5. Industrialismo, civilizaciones, desanclaje: los nuevos escenarios

El industrialismo y las tecnociencias: hacia el universal-mundo

Volver al futuro: la dinámica de las civilizaciones

Las experiencias de desencastramiento

6. Una breve cartografía del mundo contemporáneo

Modernidades occidentales múltiples

Nuevas potencias industriales

Péndulos civilizatorios

Desencastramientos plurales

Reflexiones finales

Bibliografía

Danilo Martuccelli

INTRODUCCIÓN HETERODOXA A LAS CIENCIAS SOCIALES

Martuccelli, Danilo

© 2020, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Presentación

Renovar la mirada sobre el mundo para renovar las ciencias sociales

Gabriel Kessler

Danilo Martuccelli, uno de los más renombrados sociólogos contemporáneos, se propone en este libro repensar el modo en que la sociología ha descripto el mundo, trasfondo indisociable de la configuración de las distintas teorías que han intentado entenderlo. En una tarea actual de reescritura de la modernidad, guía al autor la convicción de que las ciencias humanas –filosofía, historia, literatura– han sido más sensibles a las grandes mutaciones, al devenir de los eventos históricos y a las alteridades culturales que ciencias sociales como la sociología, la economía e incluso la antropología. Ellas habrían tendido a concentrarse y a organizar sus problemas en torno a los tiempos modernos. A diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con la historia, señala el autor que los períodos históricos pretéritos y otras civilizaciones no han encontrado su lugar dentro de la enseñanza y la reflexión sociológicas. A esta limitación temporal se sumaría otra de tipo geográfico: la sociología ha seguido sobre todo los avatares de cuatro Estados nacionales (Estados Unidos, Francia, Alemania e Inglaterra).

De lectura ágil y apasionante, con vastas referencias de las ciencias sociales y de la historia de una diversidad de horizontes nacionales, estas páginas invitan a iniciar la formación de las y los cientistas sociales –pero también a incentivar la curiosidad de lectores interesados en el conocimiento social– familiarizándolos con otro relato histórico y geográfico del mundo, que ponga en cuestión aquel transmitido a lo largo del tiempo por la narrativa hegemónica occidental. En una época en que el mundo ha devenido más complejo, Martuccelli plantea que es necesario mantener la curiosidad hacia él como trasfondo de cualquier trabajo sociológico (a lo que agregaríamos: también como marco de cualquier disciplina o tarea que intente comprender facetas de la vida social y actuar sobre el mundo).

Como hilo narrativo, esta obra toma la sucesión de hegemonías militar-económicas a lo largo de la historia, poniendo el foco en la expansión, contactos e intercambios entre distintos espacios. Una de sus ideas fuerza radica en el énfasis de los diferenciales de poderío como forma de generar hegemonía, al mismo tiempo que intercambios, conexiones e hibridaciones con otras sociedades. A partir de allí cuestiona la idea de una excepcionalidad occidental en la modernidad, convicción sobre la cual las ciencias sociales se han inscripto de un modo u otro. Propone así cambiar la mirada al ampliar el tiempo y espacio de nuestra reflexión, pero no para sustituir el eurocentrismo por otros centrismos, sino para ayudarnos a modificar el trasfondo de nuestras reflexiones y también, lo cual nos parece central, para incorporar categorías y conceptos de otros horizontes culturales.

Esta línea de reflexión está presente en todos los capítulos del libro. En el primero, describe en forma sucinta los modos en que las distintas partes del mundo han entrado en contacto a lo largo de la historia. El objetivo es “romper el candado del relato hegemónico occidental moderno” pero, a diferencia de otros intentos similares, este se remonta muy atrás en el tiempo en el esfuerzo de reconceptualización del trasfondo histórico de las ciencias sociales. Así, la hegemonía occidental moderna encuentra su lugar luego de otras que la han precedido. No obstante, afirma Martuccelli, su particularidad es haber utilizado su diferencial de poderío no solo para imponer su dominación, sino para hacer prevalecer un olvido más o menos deliberado de los otros, de sus realidades y de sus formas de contar la historia.

El segundo capítulo se aboca a la pregunta sobre la excepcionalidad de la modernidad occidental. Se centra en tres de sus dimensiones capitales: las fechas del comienzo de la superioridad de los occidentales modernos, las interpretaciones que los propios analistas occidentales han dado sobre dicha excepcionalidad y los nodos narrativos en torno a los cuales se ha estructurado tal sentimiento de superioridad en un relato del mundo. Otorga un lugar central a la conquista de América y al desarrollo de la ciencia y técnica ligado a la Revolución Industrial. Postula la importancia de la mirada científica y el modo en que ha institucionalizándose hasta convertirse en hegemónica, primero en el Occidente moderno, y poco a poco en todo el mundo contemporáneo.

Tan importante como el estatus de la ciencia y su aparente superioridad para establecer la verdad es que Occidente se estructura en torno a la construcción de una alteridad cuya forma se configura después de la conquista de América. La construcción de la otredad no fue nueva, escribe Martuccelli; lo novedoso fue la conformación de una inferioridad de los no occidentales, primero de tipo racial y luego militar, económica, política y cultural. Así las cosas, uno de los aportes del libro es mostrar que “el Occidente moderno ha terminado por representarse a sí mismo como superior a todas las otras civilizaciones, y todas ellas se vieron obligadas, a su vez, tarde o temprano, a explicar su inferioridad con relación a ella”. El capítulo introduce otros dos elementos fundamentales: la “invención” del individuo y de la nación. Sin embargo, sostiene el autor, si bien estos temas son fudamentales, quedaron sobre todo limitados al campo intelectual, mientras que el relato hegemónico occidental moderno se diseminó en el público lego a través de un conjunto de tropos histórico-literarios que describen la modernidad occidental como una experiencia única, endógena, y con la capacidad decretar la superioridad de unos y los retrasos de otros.

El tercer capítulo se pregunta si la modernidad occidental fue realmente excepcional. Argumenta que el reino del dinero no ha sido una especificidad occidental moderna, aunque subraya que un régimen político-económico (el capitalismo) otorgó una legitimidad sin precedentes a la riqueza. En segundo lugar, a la afirmación de que el sistema-mundo ha sido una particularidad occidental moderna contrapone una diversidad de culturas y sistemas económicos que coexistieron a lo largo de la historia con distinto tipo de relaciones entre sí y evidencia, luego, que todas las culturas y religiones de la época –no solo el cristianismo calvinista– promovieron la producción, el intercambio y el comercio. Alcanza por fin el corazón del relato moderno y toma ejemplos de distintos tiempos y espacios, para mostrar cómo el auge de la técnica y la ciencia, tanto como el individualismo, tampoco son rasgos exclusivos del Occidente moderno.

En el cuarto capítulo Martuccelli expone nuevas narraciones y geografías de la modernidad. Retoma las principales interpretaciones que han surgido en las ciencias sociales en las últimas décadas, sobre todo la reconsideración epistemológica del espacio y sus relevantes consecuencias desde el punto de vista crítico e histórico. De esta suerte, basado en las teorías de las modernidades múltiples, piensa las diferencias dentro de un Occidente considerado a menudo de modo demasiado homogéneo; luego contrapone las formas más comunes de problematizar la modernidad con el análisis de otros casos, en particular el japonés. Señala la importancia de dos grandes debates, todavía de actualidad, que giran en torno a la cuestión de la puesta al día del mundo no occidental con los parámetros de Occidente (el catch-up o rattrapage) y de la autenticidad de las distintas culturas nacionales. El autor concluye que hubo objetivos similares, a pesar de las diferencias: distintas culturas consideraron que, para mantener la independencia nacional, era necesaria la puesta al día con el Occidente moderno, imitando a veces sus instituciones, apropiándose siempre de su técnica pero, al mismo tiempo, manteniendo su autenticidad nacional y cultural. En este relato, las civilizaciones –este es el concepto que utiliza– no son consideradas como bloques aislados, sino que el énfasis recae en los procesos de reapropiación, reinvención e hibridación propios de las sociedades no occidentales y occidentales.

El quinto capítulo avanza más en la construcción de un relato alternativo a la hegemonía occidental, y revisa el lugar del industrialismo y del desanclaje del individuo moderno, una forma de individuación característica de la modernidad. El autor elucida cómo, al perder el monopolio del industrialismo, Occidente se ha vuelto una civilización entre otras, lo que no es más que un retorno a lo que ha sido la dinámica competitiva habitual entre las civilizaciones en la historia. Y, en este marco, reconoce diversas experiencias de desencastramiento entre los individuos y el mundo. Señala también que la tecnociencia se ha convertido en el lenguaje hegemónico bajo narraciones políticas, económicas y culturales muy diversas. De este modo, nos muestra formas de estar en el mundo que, durante siglos, se han pensado como exclusivas de Occidente y que, en rigor, adquieren configuración propia en una pluralidad de civilizaciones.

A la luz de todas las transformaciones presentadas, en el último capítulo realiza una breve cartografía del mundo contemporáneo. Para ello, con un objetivo sobre todo pedagógico, distingue cuatro grandes configuraciones en que las dimensiones que se pensaban propias de la modernidad occidental adquieren una tonalidad particular. Así, señala las modernidades diferentes de un lado y otro del Atlántico norte y las formas en que el industrialismo ha sido exitoso en China, Japón y Corea del Sur. Muestra cómo el bloque conformado por India, Rusia y los países islámicos enfrenta, cada uno a su manera, la pregunta por la identidad y la autenticidad, y plantea que un rasgo en común entre América Latina y África es el modo del desencastramiento del individuo frente a las instituciones.

Estas son, en resumen, solo algunas de las claves de lectura de un libro único, renovador, que gravitará sin duda sobre nuestras formas de pensar el mundo, y nos invitará a revisar las categorías conceptuales con las que reflexionamos e investigamos para incorporar otras de distintos horizontes; en otras palabras, una obra que ayudará a la revitalización conceptual que las ciencias sociales requieren y a la que los libros de la serie “Rumbos teóricos” intentan contribuir.

Introducción

Lo admito: escribí este libro pensando en el joven estudiante de humanidades que era hace más de tres décadas, pero también en el nuevo estudiante de ciencias sociales de 20 años que podría ser hoy. Lo que me interesaba entonces –y sin dudas todavía me interesaría– era tener recursos para entender el mundo y sus problemas, la historia actual, las ideas, y probablemente la política. A pesar de las ilusiones inherentes a cualquier narración retrospectiva, estoy convencido de que es por estas razones que me convertí en sociólogo. Nada de extraño en ello, a final de cuentas el éxito de la sociología crítica entre tantos estudiantes no tiene otra razón de ser.

Por supuesto, las ciencias sociales no se confunden con un mero interés por los acontecimientos actuales, ¡algo de lo que me di cuenta desde mis primeros días en la universidad! A partir de ese momento, sentí –y sigo sintiendo– una profunda insatisfacción con los cursos introductorios, un sentimiento que se ha ido agudizando en ocasiones en las que, como profesor esta vez, impartí cursos introductorios de sociología en diferentes universidades, en varios países, en formación inicial y continua. Cada vez propuse un programa diferente: la historia de la disciplina, corrientes teóricas o autores, la diversidad de los métodos, los grandes rasgos estructurales de la sociedad contemporánea, o una combinación de todo esto articulado por categorías de análisis y dimensiones históricas. En cuanto al punto de partida, el nacimiento de la mirada sociológica y de la Modernidad siempre fue canónico: las dos grandes revoluciones modernas –francesa e industrial–. Cuando estos cursos comenzaron a dictarse fuera de Francia, un problema se añadió casi de inmediato: era necesario hacer malabarismos entre la teoría social, siempre occidental y moderna, y los estudios de los autores nacionales. Lo admito de nuevo: sinceramente creo que he “reprobado” en cada uno de estos cursos. Por eso este libro es también un intento, como cualquier otro, de hacerme perdonar por tantos estudiantes que tuvieron que seguir conmigo estos cursos (y quizá sufrirlos).

Pero escribí este libro también pensando en un lector interesado en las ciencias humanas y sociales de hoy. Se trata de un volumen que pretende ser una introducción no tanto a la sociología del siglo XXI como a las formas en que la sociología ha pensado y piensa el mundo, sobre todo desde la narrativa de la Modernidad occidental, que ha estructurado por largo tiempo su visión como un verdadero trasfondo analítico e histórico desde el siglo XIX. Todos los términos son esenciales. Concebido desde el principio como una introducción, este estudio está, pues, animado por una voluntad explícitamente propedéutica, como se decía ayer; por una perspectiva de índole exploratoria, como se dice en general hoy en día, cuyo objetivo es “despertar” una curiosidad intelectual y, en este sentido, está dirigido tanto a estudiantes como a cualquier lector de ciencias sociales que desee entender el mundo a la luz de la sociología.

Esta introducción aborda temas que son en gran medida comunes a muchas ciencias sociales, pero lo hace desde una perspectiva disciplinar específica, al examinar las principales cuestiones estudiadas por la sociología desde una perspectiva histórica y situar sus debates sobre el trasfondo de las dos grandes revoluciones modernas mencionadas más arriba. Sin embargo, este libro invita también a ir más allá, en realidad a remontar el análisis antes del momento histórico en torno al cual se fundó y cristalizó, en el sentido estricto de la palabra, la moderna narrativa hegemónica occidental. Esto define otro de los grandes objetivos de esta introducción a la sociología: ha sido concebida teniendo en cuenta los necesarios aggiornamentos intelectuales que los grandes cambios de la historia mundial de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI imponen a las ciencias sociales.

Ha llegado el momento de poner en práctica desde los primeros años de formación de los sociólogos (y de los estudiantes de ciencias sociales en general) una enseñanza que articule los avatares de las diversas regiones del mundo en torno a una nueva narrativa, que intente, por lo menos, ser consensual en sus grandes temas. Algo que, en el caso de una introducción, requiere un necesario e inevitable esquematismo narrativo y analítico. En verdad, esta restricción va mucho más allá de las necesidades de un curso introductorio: se trata de una limitación que debe ser aceptada para poder proponer un nuevo relato-mundo. Debemos contar la historia de los tiempos modernos de manera diferente y sucinta a los jóvenes sociólogos… y a menudo también a los no tan jóvenes. Pero, esto último ¿debería escribirse?

¿Qué sentido tiene interesarse como sociólogo por las grandes narrativas de la historia? ¿No deberíamos en realidad, como en tantos libros de texto, insistir desde los primeros años de formación en la necesaria conciencia de la brecha entre los enfoques y las verdades de las ciencias sociales, por un lado, y las opiniones y preconceptos ordinarios, por el otro? Justamente de eso se trata. De tomar conciencia de que las grandes narraciones de la historia operan de manera activa en el trasfondo de muchas interpretaciones sociológicas. De hecho, como trataremos de mostrarlo, un relato –la gran narrativa hegemónica occidental moderna– trabaja, estructura y preforma en profundidad el espacio de preguntas y respuestas de las ciencias sociales. Sin embargo, de la necesaria labor crítica sobre los preconceptos inducidos por esta narrativa de la historia raramente se encontrará rastro en Durkheim o Weber, Parsons o Bourdieu.

La Modernidad y las ciencias sociales

Si bien el pensamiento político y social es irreductible a los tiempos modernos, también es cierto que en el llamado período “moderno” las transformaciones del mundo han estado en gran medida modeladas por la visión que produjeron sobre el mundo los intelectuales de las sociedades europeas, primero, y luego los de la estadounidense. Desde hace varias décadas, con una conciencia cada vez más fuerte, estamos experimentando el fin de esta larga secuencia histórica.

Esta situación es un verdadero desafío para el pensamiento sociológico, que debería traducirse en un sustancial trabajo de revisión crítica, pero ello siempre en tanto y en cuanto sepamos en qué dirección trabajar. Evitemos cualquier malentendido: en el día a día, los estudios sociológicos no son y no serán afectados directamente por este nuevo escenario. Sin embargo, lo que cambiará de manera profunda y durable es la forma en que la sociología –y a través de ella la narrativa hegemónica de larga data de la Modernidad occidental– da cuenta de la historia del mundo. En un segundo momento, esto probablemente requerirá un rediseño de las categorías de análisis, lo que tendrá entonces consecuencias en la manera de pensar y practicar las ciencias humanas y sociales.

Desde su formulación, nuestro proyecto es, pues, inseparable de un momento histórico. No es en absoluto sorprendente: las ciencias sociales nacieron en relación con las dos grandes revoluciones de la Modernidad y con el objetivo de estudiarlas. Este trabajo, que se inscribe dentro del muy amplio y variado movimiento de reescritura actual de la Modernidad, propondrá una revisión crítica de la gran narrativa hegemónica de la sociología, y sugerirá otra perspectiva, común a diferentes sociedades, civilizaciones y períodos.

Mientras que las ciencias humanas –filosofía, historia, literatura– han sido a menudo sensibles a los avatares históricos de larga duración y a las alteridades culturales, las ciencias sociales –sociología, economía, incluso en parte la antropología– han tendido a concentrarse y a organizar sus problemas en torno a un momento histórico particular, los tiempos modernos (alrededor del siglo XV o XVI) o la Modernidad propiamente dicha (desde finales del siglo XVIII).[1] Las diferencias entre las matrices disciplinarias son significativas. De hecho, existe una vasta historiografía sobre otros períodos históricos y civilizaciones, pero esto no es en absoluto el caso, o lo es rara vez, a propósito de la enseñanza de la sociología o de la economía. A la luz de la hegemonía del relato occidental moderno, la realidad de todas las demás sociedades y períodos ha sido ignorada o descuidada en gran medida. Volveremos sobre las razones de esta exclusión, pero la coincidencia del nacimiento de las ciencias sociales con las dos grandes revoluciones modernas explica por qué poco a poco la percepción occidental de las otras culturas se vio afectada por un sentimiento de superioridad; una actitud que estuvo presente desde el Renacimiento y las conquistas ibéricas de América, y que se convirtió en una verdadera evidencia de sentido en los siglos XVIII y XIX.

En la raíz del pensamiento social moderno encontramos así una innegable arrogancia. Se trató, incluso implícitamente, de jerarquizar y clasificar a los seres y a los pueblos, la mayoría de las veces sobre la base de una escala temporal cuyo escalón más alto no era otro que el presente occidental. Esta actitud estructura todo el relato hegemónico: unos están (se colocan) delante de otros, mientras que los otros tienen que alcanzar las etapas ya superadas por los primeros. Adosadas a este sentimiento de superioridad, las ciencias sociales modernas llevan más de dos siglos construyendo jerarquías, sin que ello perturbe su sentimiento de universalidad.

Nuestra época está obligada a un inventario radical de esas suposiciones. Solo una revisión de este tipo será capaz de mantener viva la verdadera promesa de las ciencias sociales: la vocación de comprender al Otro –es decir, a los individuos– más allá de las divisiones sociales, históricas o de civilizaciones. En este proyecto de conocimiento social y político, no hay necesidad de padecer hambre para entender el hambre, ni de ser blanco para entender la cultura occidental. Las identidades, independientemente de su coherencia histórica, no pueden ni deben convertirse en candados para la comprensión.

En verdad, si se examina con más atención esta problemática, tal proyecto de conocimiento no solo precede a la Modernidad occidental en sí misma, sino que es incluso irreductible a la cuestión de lo universal. La vocación de esta interrogación no puede acotarse a una civilización, a una historia particular o a una relación específica con la alteridad. El proyecto de entender a los individuos más allá de las culturas o de los períodos no se reduce ni se confunde con la versión histórica y tardía de lo universal que ofreció el relato moderno.

Sin embargo, por razones históricas que se han ido consolidando desde el siglo XIX y que analizaremos de manera progresiva, la comprensión del mundo (de la política, de la sociedad, de la cultura, de la historia) finalmente terminó organizada bajo la hegemonía de una perspectiva particular: la del Occidente moderno. Esta visión, al teorizarse a sí misma como universal, generó una serie de reacciones críticas que llegaron a cuestionar la posibilidad de un proyecto de conocimiento compartido. Las lenguas han sido declaradas intraducibles e inconmensurables; las identidades han sido esencializadas y erigidas como murallas contra la comunicación; la opresión histórica y la explotación económica se han convertido en armas antiepistemológicas; incluso las ontologías, al reconocerse como plurales, conspiran contra el entendimiento mutuo entre civilizaciones.

Este estudio hace una apuesta muy distinta. Se inscribe en la estela del muy viejo anhelo por entender a los otros, una actitud activa en diferentes momentos y culturas. Una postura presente en los ojos de Heródoto o de Homero en su comprensión y a menudo en su admiración hacia los persas o los troyanos, pero también en la solicitud del Libro de Jonás por los habitantes de Nínive. Con el advenimiento de las ciencias sociales modernas, esta mirada se ha convertido en un proyecto de conocimiento a menudo articulado en torno a la Razón. Nuestro estudio, que se inscribe en ese proyecto, será animado por este antiguo y venerable anhelo.

Pero, para lograrlo, será necesario ralentizar la marcha. Luego de dos siglos y medio de hegemonía del relato occidental moderno, las trampas no solo son numerosas, sino que están arraigadas como verdaderas evidencias de sentido. Si queremos librarnos de ellas, tendremos que retroceder en el tiempo y en el espacio para proponer un relato alternativo capaz de hacer “olvidar” aquel que, durante tanto tiempo, ha sido entronizado por las ciencias sociales y la geopolítica mundial.

Otra introducción

[1.] El objetivo de este ensayo es ampliar lo más posible el trabajo de comprensión en el tiempo y el espacio; vale decir, más allá de las dos grandes revoluciones del siglo XVIII y del marco exclusivo de las sociedades occidentales. Uno de sus objetivos centrales es participar en la liberación de la mirada sociológica del doble confinamiento en el que se encuentra: temporal, con una historia que está demarcada por el período que va desde finales del siglo XVIII hasta hoy; y espacial, es decir, esencialmente en torno a Occidente e incluso a los avatares de cuatro sociedades nacionales: los Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Alemania.

A la luz de los desafíos del siglo XXI ya no es posible –suponiendo que esto haya sido epistemológicamente aceptable en el pasado– seguir trabajando dentro de este doble estrechamiento geográfico e histórico. En este sentido, y a pesar del eurocentrismo de sus visiones, debemos rendir homenaje a los clásicos de las ciencias sociales. Su imaginación y la solidez de sus estudios no se basaban en su capacidad metodológica, a menudo bastante burda, sino en el conocimiento histórico, en una cultura humanista, que les permitía interpretar las realidades de su tiempo a la luz de otras épocas o civilizaciones, aunque de una manera que hoy nos parece discutible. Esto es evidente en Smith o Montesquieu, Marx o Tocqueville, Weber, Durkheim o Simmel, y por supuesto en Parsons o Elias. Y esta curiosidad se mantuvo viva, por ejemplo, en un país como Francia, con la generación que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, de Aron a Touraine, de Balandier a Testart, antes de que de forma progresiva el interés por perspectivas históricas amplias decayera y se hiciera cada vez más raro, al punto que se convirtió, en el mejor de los casos, en una mera especialización.

¿Pero por qué este doble confinamiento temporal y espacial? La respuesta será consensual e incluso obvia: porque la sociología ha hecho de la Modernidad, desde su nacimiento, incluso sin nombrarla de manera explícita, su verdadero y principal campo de estudio. Esa es su fuerza y su debilidad. Un antropólogo, un historiador, un filósofo o un estudioso de la literatura no son inmunes a los efectos del relato hegemónico moderno occidental, pero pueden identificar sus límites con mucha más facilidad que un sociólogo, incluso gracias a los horizontes más amplios en los que fueron familiarizados en sus años de formación. Su mundo conocido es simplemente mayor que el de los sociólogos.

En este estudio trataré de transformar esa limitación en un recurso, incluso en una ventaja. Formularemos así la hipótesis de que, dada su larga identificación con la Modernidad occidental, la sociología es a la vez la expresión extrema de una forma de comprensión del mundo y una promesa fecunda para su superación. Ante los retos del siglo XXI, su ceguera actual puede ser una ventaja. ¿Por qué? Porque ninguna otra disciplina ha comprendido mejor la historia mundial de los dos últimos siglos desde las diferencias de poder inducidas por la Revolución Industrial. Sin duda podemos –debemos– reescribir la historia y, a veces, solo recordar la existencia de hegemonías no occidentales antes de la Modernidad, o la antigüedad de las interdependencias jerárquicas y recíprocas entre sociedades. Pero esto no cambia en nada la problematización dominante de la historia desde finales del siglo XVIII. La Revolución Industrial fue una cesura sólida e inquebrantable en la historia del mundo. Los avatares contemporáneos y las inflexiones teóricas que hay que aceptar para dar cuenta de ellos deben analizarse aceptando plenamente esta realidad desde el principio.

[2.] Para cuestionar el relato hegemónico occidental moderno es necesario analizar qué sucedió tanto antes como después de este período. En un primer momento, nos limitaremos así a esbozar un breve –y distinto– relato del mundo, recordando una de las narraciones más frecuentes de la historia: la de una sucesión de hegemonías en medio de un mundo marcado en primer lugar por la relativa debilidad de las interdependencias, incluso de los intercambios comerciales. Luego exploraremos una serie de importantes cambios globales contemporáneos y sus consecuencias a nivel de los marcos de comprensión histórica de las ciencias sociales. Entre estos dos momentos, analizaremos en detalle el relato hegemónico occidental moderno, sus principales fechas y elementos narrativos, y los principales debates a los que ha dado lugar.

Estos tres movimientos se abordarán con cierta distancia tanto de la cuestión de la existencia de formas universales como de la inconmensurabilidad de las lenguas. Ajenos a estas sutilezas analíticas, nuestro objetivo será reflexionar sobre los marcos desde los cuales las sociedades y las civilizaciones se han medido y comparado en la historia y, sobre todo, comprender lo que la sucesión de varias hegemonías militares y económicas implicó –y sigue implicando– para la mirada histórica de las ciencias sociales. Al hacerlo, trataremos de proponer otro relato de la historia del mundo, capaz –y aquí reside la dificultad– de reconocer la fuerza de la cesura moderna así como de construir puentes entre períodos y civilizaciones. Se tratará, por ende, de un esfuerzo particular de recomposición del telón de fondo histórico de los fenómenos sociales.

[3.] La posible reinicialización [reboot] de las ciencias sociales a través de una renovación de nuestros relatos históricos requiere, por lo tanto, complejizar el momento fundacional de la Modernidad occidental a través de un largo rodeo analítico. La idea –ingenua– de la excepcionalidad del Occidente moderno será sometida a examen, y con ello exploraremos otras formas posibles de contar la historia del mundo. Para conseguirlo, el principal requisito de nuestro estudio será trabajar con una cartografía ampliada. Sin embargo, esto no implica en modo alguno romper las amarras con la Modernidad occidental que no será ni pasada por alto ni deconstruida, sino que será insertada en un marco narrativo más amplio con el fin de abrir los análisis a nuevas problematizaciones.[2]

El lector lo habrá comprendido: este libro no es un estudio de historia de la sociología como tampoco de teoría social. No propone un nuevo canon sociológico como tampoco es un texto crítico contra las insuficiencias geográficas (el eurocentrismo) de la teoría clásica o un elogio de las ventajas geográficas del surcentrismo. Frente al relato hegemónico occidental moderno y su doble estrechamiento en el espacio y en el tiempo, es un intento distinto, otro, de introducción a las ciencias sociales. Otro, es decir, ampliado.

Ninguna situación social, a pesar de ciertas apariencias, es en verdad comprensible independientemente de las demás. Y si este trasfondo puede ser más o menos controlado y más o menos explícito, la comparación se vuelve una dimensión central si se trata de la Modernidad, una época que nace afirmando su autogeneración en torno a una ruptura histórica. Desde sus inicios, la Modernidad es una comparación y una realidad inseparable de la “convicción de ser moderno” (Bayly, 2007: 32), un proceso que establece una línea divisoria irreductible entre el pasado y el presente, un régimen de historicidad en el que la idea de ruptura ocupa un lugar preponderante. El problema histórico liminar de las ciencias sociales en los tiempos modernos se inscribe en la prolongación de este acto fundacional. Esta cesura establece la evidencia de una frontera infranqueable entre dos tipos de sociedades, una tradicional y otra moderna, caracterizadas por formas radicalmente distintas de ser y de conciencia. Desde este marco, todas las comparaciones se vieron afectadas por juicios de valor y continúan bajo esa lente en muchos aspectos. Al trazar la ruptura entre el presente y el pasado, el discurso de la Modernidad situó de forma explícita al Occidente moderno como punto de referencia –o incluso de culminación– de la historia. Ante él y comparado con él, se decretó que todas las demás experiencias sociales eran prematuras, inacabadas o truncas. Para salir de esta camisa de fuerza, hemos tratado de poner en perspectiva distintas experiencias “sin juicio de valor, sin un objetivo tipológico inmediato” (Detienne, 2000: 64), pero sin que, en ningún momento, esto lleve a subestimar una evidencia histórica: el diferencial de poderío del que la hegemonía occidental moderna ha disfrutado durante algunos siglos.

Leer el mundo

[1.] ¿Cómo se puede poner en práctica una introducción a las ciencias sociales desde estas coordenadas? Rehabilitando la lectura, por ingenuo que parezca, en el corazón de la formación y la práctica de las ciencias sociales. Compartiendo con el lector la curiosidad y el gusto por el descubrimiento que están presentes en cualquier itinerario real de lectura, cuando el acto de leer se concibe como una parte efectiva del proceso de investigación propiamente dicho.

También lo admitiré: en la raíz de este trabajo, como dijo Janet L. Abu-Lughod (1991: XI) en su magnífico estudio sobre la hegemonía mundial antes de la hegemonía occidental, estuvo el deseo de leer y no de escribir. Durante años busqué “este” libro en las librerías, y fue porque finalmente tuve que admitir que no lo iba a encontrar que decidí escribirlo. Pero ¿cómo puede la lectura transformarse en trabajo de campo? ¿Cómo leer? ¿A quiénes? ¿Por qué razones? ¿Qué estrategia elegir? ¿Qué período privilegiar? ¿Qué área cultural o civilización? Permítanme decirlo de esta manera: en todos los casos, estaba fuera de mis posibilidades realizar un estudio comparativo en el sentido estricto del término, sector por sector, región por región y período por período. Era evidente que me faltarían las competencias para hacerlo –independientemente de tantas limitaciones impuestas por las lenguas o el acceso a la literatura–. Eso debería haberme desanimado. Pero una vez que me convencí de que el ejercicio valía la pena, acepté enfrentarme a estos desafíos lo mejor que pude. Acepté sobre todo que esta introducción es un ensayo, es decir, un intento de pensar. Esto me llevó a aceptar, inevitablemente, mis deudas, pero sobre todo la profundidad de mis deudas con los autores a los que recurro. Son sus análisis los que en realidad constituyen la base (en el sentido fuerte del término) de este estudio, son los que sustentan este trabajo sobre lo que bien puede llamarse un ejercicio de confianza académica. Por ello, me impuse la disciplina de reconocer explícita y abiertamente ante el lector mis limitaciones o mi ignorancia cuando me pareció esencial hacerlo, ya sea en cuanto a la veracidad de una afirmación o en el caso de controversias agudas entre especialistas. Este libro asume y no oculta sus limitaciones, pero una vez en ruta espera, incluso al subrayar los litigios entre especialistas, estimular la imaginación y la curiosidad de los lectores.

Pero todo esto no me eximió de una estrategia. En lugar de concentrar mis lecturas en unas pocas monografías académicas o análisis detallados de un proceso en particular, opté por realizar lecturas cruzadas, y apostar por la capacidad progresiva y abductiva de conectar fenómenos desarticulados en el tiempo y el espacio, en la geografía y la historia. Así es como traté de sortear con mis armas y desde un enfoque artesanal el problema infranqueable de la masa inagotable de materiales disponibles. Frente al amplio horizonte de comparación necesario (épocas, civilizaciones), y dado mi objetivo principal, que es proponer una introducción a las ciencias sociales a partir de sus grandes trasfondos históricos, opté entonces, manteniendo algunas miradas focales, por centrarme en el boceto de un gran fresco histórico. Esta es una de las razones por las que este libro es tanto una introducción como un estudio exploratorio; también es la razón por la que amplias visiones panorámicas alternan con algunos análisis más circunscritos.

Este fresco histórico favorece como hilo narrativo la sucesión de hegemonías militar-económicas (muy a menudo parciales y episódicas) a lo largo de la historia, una elección que permite mejor que otras situarla bajo la égida de la expansión de los contactos, los intercambios, las influencias y las guerras, e incluso las interdependencias entre civilizaciones. De este modo, no se trata ni de salir del eurocentrismo, ni de sustituirlo por otros centrismos (China, islam o África), sino cambiar el enfoque del análisis a la luz de los diferenciales de poderío entre las civilizaciones a lo largo de la historia. Esto permite dar cuenta de las maneras, tanto en términos de tiempo como de modalidades, en las que las diferentes civilizaciones se han conectado con algunas otras, y luego con el movimiento cada vez más integrado del mundo. Al tomar esta opción, sin duda, estamos otorgando a la geopolítica una importancia dirimente a la hora de definir los trasfondos históricos de las ciencias sociales –y se trata de una opción que puede ser legítimamente discutida–. Esta decisión tiene una ventaja y una doble virtud. Por un lado, no obliga al analista a identificar su punto de vista con el de un actor particular (una civilización, un período, las élites, el proletariado, las clases subalternas, el Sur) o con un horizonte de emancipación. Son las asimetrías de poder las que estructuran los decursos de la historia y las que explican el cambio de los focos de conflicto según los períodos. Por otro lado, al reconocer –de manera reflexiva– que el trasfondo histórico de las ciencias sociales está infinitamente más estructurado de lo que suele reconocerse por los diferenciales de poder que marcan la historia, esta visión inserta los fenómenos dentro del devenir efectivo del mundo.

¿Por qué decidirme, en definitiva, a asumir estos riesgos e ignorar todas estas limitaciones? Porque, tal y como todas las razones dadas hasta ahora lo sugieren, me pareció que era una cuestión suficientemente importante. Solo me queda esperar que esta introducción ayude a despertar o a alimentar la curiosidad de los estudiantes y de los lectores de las ciencias sociales. Y, en una nota más personal, quién sabe, me ayude a no fracasar –otra vez– en mi próximo curso de introducción…

[2.] El libro está dividido en seis capítulos. En el primero, propondremos de manera breve otro relato-mundo, histórica y geográficamente más amplio que el que es habitual en las ciencias sociales. El objetivo es explícito: como hemos mencionado, se trata de insertar, desde el principio, el relato hegemónico occidental moderno en una estela más extensa, que va desde una historia marcada por la relativa rareza de contactos entre civilizaciones, a menudo encerradas en sí mismas, hasta el aumento generalizado y asimétrico, como veremos, de los contactos e intercambios entre ellas.

En los dos capítulos siguientes presentaremos los contornos del relato hegemónico occidental moderno para luego detenernos en las maneras en que muchas de sus grandes afirmaciones han sido revisadas a medida que se profundizaron las miradas cruzadas entre civilizaciones y períodos.

El cuarto capítulo aborda las nuevas problematizaciones, sin duda justas pero insuficientes, con las que se ha intentado sustituir la narrativa de la excepcionalidad occidental moderna, y revalora por ello otras visiones. Por último, en los capítulos quinto y sexto se propone, a la luz de las grandes transformaciones de los últimos decenios, un posible nuevo trasfondo histórico para las ciencias sociales de nuestro tiempo.[3]

[1] En este libro hemos elegido mantener la temporalidad occidental de la historia en detrimento de otros tipos de calendarios. Del mismo modo, aunque pueda ser también discutible, para evitar posibles confusiones a los lectores hispanófonos, hemos unificado la presentación de los autores citados colocando sistemáticamente el nombre antes del apellido.

[2] El problema de tomar la Modernidad (o el capitalismo o el feudalismo) como eje de comparación es que tal premisa obliga a encontrar similitudes de estos fenómenos en otros períodos y en otras sociedades. A la luz de una mirada de esa índole fue necesario, por ejemplo, establecer similitudes entre el feudalismo europeo (una noción controvertida en sí misma) y realidades presentes en otras sociedades (en Japón o en ciertos reinos africanos), lo que obligó así a una mirada particular –y derivada– de estas otras realidades. Para reflexiones críticas en este sentido desde la cuestión de la individuación, véanse Martuccelli (2010) y Araujo (2017).

[3] El presente trabajo se inscribe en el marco del Proyecto Fondecyt nº 1.180.338, “Problematizaciones del individualismo en América del Sur”.