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ORALIDAD Y ESCRITURA EN LA EDAD MEDIA HISPÁNICA

JUAN PEDRO SÁNCHEZ MÉNDEZ (ED.)

Valencia, 2012

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PRESENTACIÓN: ORALIDAD Y ESCRITURA EN LA EDAD MEDIA HISPÁNICA

Juan Pedro Sánchez Méndez

Université de Neuchâtel

1. PRESENTACIÓN

Con este primer volumen de Diachronica Hispanica presentamos un conjunto de estudios sobre la presencia de la oralidad en los documentos medievales de los distintos dominios románicos peninsulares que conforman el entramado de hablas romances constitutivas, distribuidas a lo largo del continuum septentrional: desde el catalán hasta el gallego a través del asturiano, el castellano, el navarro y el aragonés. Con ello, deseamos contribuir a ofrecer un panorama actualizado sobre el estado de la investigación y sobre los distintos aspectos que se abordan en cada dominio románico con una perspectiva global e integradora de todos ellos. No obstante, aunque ha sido intención del editor presentar un estudio para todos los dominios románicos medievales de la Península, una serie de circunstancias a él ajenas han dejado fuera de este volumen al portugués y las hablas leonesas en la época medieval, que deberán ser tratados en otra ocasión, si bien creemos que esta ausencia no afectan al conjunto del volumen y sus objetivos.

El tema de los orígenes romances, su emergencia progresiva en los textos, la constitución de las diferentes scripta y su desarrollo hasta la consolidación (o el truncamiento) de cada romance en el ámbito de la escritura está conociendo un renovado interés en la actualidad entre los investigadores. Sin embargo, no es algo reciente, pues constituye una parcela bien conocida de la lingüística histórica y de la historia de la lengua desde los primeros trabajos de Ramón Menéndez Pidal. A pesar de los años transcurridos y de los numerosos estudios recibidos, sigue siendo todavía un terreno resbaladizo, no exento de posturas diferentes y encontradas entre los especialistas, lleno de incógnitas sobre las que la investigación a veces arroja tenues luces que apenas definen los contornos. Quizás sea esta la razón por la que continuamente recibe atención por parte de los estudiosos de distintas disciplinas.

Pero lo que ha convertido en alentador el panorama de la historia de los romances, especialmente en lo referido a sus orígenes, ha sido la unidad de esfuerzos y colaboración conjunta, tan urgente como cada vez más necesaria, de paleógrafos, latinistas, filólogos, lingüistas e historiadores. Es decir, que se ha conseguido revisar enfocar los viejos problemas desde perspectivas actuales y pluridisciplinares, lo que supone un enriquecimiento indudable que ha dado ya frutos provechosos: nuevas propuestas de periodización, aportaciones de la epigrafía, glosarios latinos medievales y sus relaciones con la oralidad romance, grafemática y la triple correlación entre paleografía, grafía y fonética, aportaciones de las ciencias historiográficas (diplomática, paleografía), opiniones y discrepancias en torno a las Glosas Emilianenses, incluidas las glosas euskéricas, revisión de metodologías textuales en apoyo de una interpretación de los primitivos textos (pragmática, tradiciones discursivas y textuales, problemas de relación entre oralidad y escritura, el modelo tipológico, y sociolingüística histórica), así como las recientes investigaciones en torno al vascuence y el multisecular contacto vasco-románico, por cuanto constituye tradicionalmente el adstrato y el sustrato de contacto con el castellano primitivo (y otros romances centrales). Con esta perspectiva amplia se planteó, por ejemplo, el conjunto de estudios editados por Díez Calleja (2008) sobre el primitivo romance hispánico. Incluido en este volumen se encuentra un resumen de González Ollé (2008) que, si bien circunscrito especialmente a los orígenes del castellano y otras cuestiones a él asociadas, muestra un completo y crítico estado de la cuestión sobre cada una de las distintas aproximaciones teóricas y las líneas de investigación que se han efectuado en los tiempos recientes para la compresión del período de orígenes a partir de la realidad lingüística inferida en los documentos antiguos.

Sin embargo, la investigación adolece todavía de la necesidad de superar la excesiva, y en cierta medida artificial, parcelación en el estudio de cada romance peninsular con independencia o ignorancia del resto, no obstante, algunos esfuerzos recientes encaminados en este sentido. No es posible el estudio de un romance sin tener en cuenta a los demás, con los que ha mantenido (o podido mantener) contactos y relaciones históricas de diverso tipo y con los que comparte, en distinto grado, fenómenos y problemas comunes en su desarrollo. Esto es tanto más necesario en el contexto medieval, donde el multilingüismo científico, literario, cultural y social en cada espacio románico, ya fuese entre los distintos romances, ya fuese con otras lenguas tipológicamente alejadas, como el vasco, el árabe o el hebreo, era lo habitual. Sin duda, la adopción de un punto de vista que contemple las otras variedades romances nos permite una mejor y más exacta comprensión y valoración de los diversos fenómenos que se analicen. Como ya se expuso en otra ocasión (Echenique y Sánchez, 2005, 12), sólo de esta manera podremos llegar a comprender en toda su complejidad el proceso histórico que ha dado lugar a la situación lingüística peninsular actual. No hemos de olvidar tampoco que los romances, que en la actualidad se distribuyen con distinta suerte geográfica en la Península, tienen su origen en un continuum septentrional, más evidente antiguamente, aunque aún manifiesto, que no puede ignorarse, pues de lo contrario conduce a distorsiones graves, a conclusiones absolutas que en realidad tendrían un valor relativo y a crear problemas inexistentes a la investigación desde la óptica adecuada.

El volumen comienza con un capítulo de introducción: «La emergencia y consolidación de los romances medievales hispánicos en la escritura». El objetivo de este capítulo es el de ofrecer un breve estado de la cuestión general, en el que se abordan algunos de los aspectos más importantes que se han suscitado en la investigación en torno a los problemas de orígenes, aparición y consolidación de una escritura romance que sustituye progresivamente a la latina. No es, pues un trabajo de investigación como el resto, sino una introducción al conjunto. Se trata, por tanto, más bien de una aproximación destinada a los no especialistas a modo de preliminar de los temas que se abordan en los demás estudios. Por ello, también se ocupa de algunas cuestiones de terminología y conceptos básicos, de tal manera que cualquier lector pueda disponer de un panorama general que le ayude a abordar o entender mejor los estudios que aparecen después. Así pues, se revisan los conceptos de oralidad y escritura en los textos antiguos, se precisan algunos términos sobre qué quiere decir romance en la época medieval, se señalan los tres tipos de códigos lingüísticos presentes en la sociedad altomedieval, junto con las distintas posturas e interpretaciones que han ocupado y enfrentado a los estudiosos, y se concibe el desarrollo que lleva de la escritura en latín al de una escritura en romance como un proceso que implica una triple conciencia paulatina: la conciencia de que se habla es distinto de lo que se escribe, la conciencia de que cada romance es un código lingüístico distinto de los otros y, finalmente, la conciencia de que el romance es una lengua de cultura a la altura de otras lenguas como el latín o el griego.

El resto de artículos son propiamente de investigación y hacen su objeto de estudio cada dominio románico peninsular. Los trabajos reunidos en este volumen han sido realizados por distintos especialistas que se han ocupado o interesado por este tema en sus respectivos dominios. La ordenación de los trabajos sigue la disposición geográfica este-oeste que ocupan en la franja norte peninsular.

El término oralidad se puede entender en estos trabajos de dos maneras diferentes, que han quedado siempre claramente delimitadas. Por un lado, hace referencia a la presencia de fenómenos de diversa índole atribuibles al romance en textos primitivos en latín, que muestran la plasmación por escrito o el acceso de la lengua oral a la escritura y, por el otro, puede referirse también a los rasgos lingüísticos representativos de textualización de la oralidad en textos ya exclusivamente romances posteriores, en cuyo caso podríamos considerar esta oralidad como marcas de coloquialidad, pero no en oposición a un texto latino, sino a una tradición de escritura en romance recién consolidada que muestra diferentes tradiciones discursivas.

Comienza esta parte con el artículo de Joan Anton Rabella dedicado al dominio del catalán. El autor establece una distinción entre los orígenes de la lengua y sus primeras manifestaciones en los documentos. Sitúa el nacimiento del romance entre los siglos vii y viii, cuando la lengua escrita y la hablada se distancian considerablemente. Después de revisar las dos posturas en torno a la situación diglósica de la sociedad catalana altomedieval el autor se detiene en los primeros textos y sus características. Se trata de documentos donde resulta difícil deslindar el latín del romance, dada la dificultad de establecer si es el escriba el que escribe en latín con errores que delatan su romance o escribe en romance, pero al carecer éste de tradición de escritura, recurre al latín. A partir de siglo ix el catalán aparece progresivamente en los documentos en latín. Primero en los topónimos; en el siglo x se incluyen otros sustantivos de nombres comunes en los testamentos y en el siglo xi ya podemos encontrar sintagmas y frases escritas en catalán primitivo. Por ello, el autor niega que obras tradicionales de fuerte valor simbólico como las Homilies d’Organyà o el Liber iudiciorum, ambas del siglo xiii, correspondan a las primeras documentaciones del romance, pues hay otros textos feudales anteriores escritos en catalán. Continúa caracterizando la lengua de los primeros textos, su expansión de uso a otras tradiciones documentales hasta desbancar al latín de los textos. La expansión del catalán escrito se produjo durante los siglos xiii al xiv, período en el que se fija el modelo de lengua culta gracias a las obras de literatura y la prosa científica y el prestigio que otorga a la lengua el ser propia de la cancillería real. También estudia las características de la lengua oral o coloquial en la Edad Media a partir de documentos susceptibles de mostrarla como las declaraciones de testigos.

El caso del aragonés corre a cargo José Mª Enguita Utrilla y Vicente Lagüéns Gracia. Enfocan la oralidad en los documentos escritos desde una perspectiva esencialmente dialectológica que atiende a: 1) la plasmación por escrito del primitivo romance en textos latinos; 2) la diferenciación diatópica del aragonés medieval y 3) los rasgos lingüísticos representativos de la textualización de la oralidad en textos del siglo xv. Respecto del primer punto, señalan que se pueden observar ya rasgos aragoneses en textos de los siglos xi y xii, algunos característicos de las hablas altoaragonesesas y otros presentes también en la modalidad consecutiva que aparecerá posteriormente en el llano tras la Reconquista. En segundo lugar, observan que los rasgos altoaragoneses se van perdiendo a medida que las hablas aragonesas se extienden hacia el sur. En la constitución de una lengua escrita aragonesa, alejada de las hablas pirenaicas con la nivelación sufrida tras la Reconquista y la repoblación de Zaragoza, se observa que hasta finales del siglo xv los documentos aragoneses privilegian las soluciones comunes a toda el área aragonesa frente a las soluciones castellanas. Asimismo, cuando aparece un forma altoaragonesa es sustituida por su correspondiente variante aragonesa o castellana y cuanto más meridional es un documento, mayores coincidencias muestra con el castellano. Presentan luego una caracterización lingüística del aragonés medieval, y su división diatópica, presente en los textos, entre el aragonés septentrional, cuyos rasgos arraigan hasta la primera mitad del siglo xv, y el aragonés meridional, cuya convergencia con el castellano comienza a atestiguarse ya en el siglo xiii. Mientras, las hablas altoaragonesas continúan con su secular fragmentación originaria. Concluyen los autores analizando algunas muestras de aragonés medieval en estilo directo, como marcas de coloquialidad, en texto del siglo xv.

El romance navarro es estudiado por Carmen Saralegui. Su artículo da cuenta del acceso del navarro a la escritura y de la consolidación de su scripta. El navarro es un romance nacido en un ámbito también de lengua vasca, que, junto con él, constituye la segunda oralidad presente en los documentos en latín. Hace una serie de reflexiones y consideraciones sobre la documentación notarial en la que se basa y se extiende en las relaciones entre oralidad y escritura, lo que le sirve de marco teórico para sus siguientes análisis. Las colecciones documentales permiten observar el acceso paulatino del romance a la escritura y su relación con el latín y la constitución de una scripta propia. El artículo es rico en ejemplificaciones y análisis de documentos en latín en los que se observan ya claramente características romances. Esta oralidad en los textos más primitivos se manifiesta en los topónimos, los antropónimos y algunos sustantivos comunes. Sin embargo, a partir del siglo xii la presencia del romance es ya explícita y podemos encontrar fragmentos plenamente romances en el interior de documentos en latín. A partir de la segunda mitad del siglo xii observa una gran diferencia entre los documentos de los monasterios, con un latín que apenas muestra interferencias, y los documentos del priorado, donde las interferencias son frecuentes y tempranas hasta el punto de permitir seguir el proceso con cierto detalle. Estos textos mostrarían ya claramente una conciencia de diferenciación entre el latín escrito y el romance hablado. Desde el primer tercio del siglo xiii el romance navarro acomete la escritura, que ejemplifica con una serie de textos donde se observa claramente la autonomía del romance con capacidades sintácticas amplias y elaboración textual. Durante los siglos xiv y xv se produce la consolidación de la scripta navarra, que desarrolla rasgos diatópicos propios. Analiza la tradición de escritura navarra a partir de las grafías y lo relaciona con factores culturales, sociales e históricos que intervienen en la fijación de los hábitos gráficos navarros, lo que explicaría las concomitancias con los usos occitanos. En el siglo xiv ya existe una escritura navarra plena con textos únicamente en romance, que, a su vez, muestran ya su paulatina aproximación al castellano.

Mª Teresa Echenique Elizondo se ocupa del área castellana y realiza una revisión actualizada de muchas de las cuestiones que están pendientes en la investigación. En primer lugar, aborda cuestiones de tipo metodológico. Indagar sobre el origen de un romance supone reconstruir el continuum lingüístico temporal que se inicia en la época prerromana, se rompe con la latinización y concluye con emergencia del castellano. El estudio de cualquier romance se debe realizar siempre desde una perspectiva lo suficientemente amplia como para tener también en cuenta la historia de los otros romances y variedades vecinas, a los que, en el caso del castellano se suma la lengua vasca, ligada a su solar de origen. A continuación, realiza un estado de la cuestión actual en torno a las lenguas paleohispánicas y la romanización de la región en que surgieron los dialectos centrales entre los que está el castellano. Analiza, desde las nuevas aportaciones, las influencias de sustrato y señala, a la luz de la arqueología y de lo que se ha descubierto recientemente, una mayor romanización en el norte de la Península de la que se ha supuesto tradicionalmente. Supone para el norte una koineización de las distintas variedades latinas que se superpusieron, entre las que estaba las del osco-umbro, ya señalada por Menéndez Pidal, con resultados no siempre coincidentes con la lengua estándar. Indica la necesidad de incluir al vasco dentro del segmento correspondiente del continuum lingüístico septentrional, por cuanto se puede apreciar un románico incrustado en la lengua. Continúa luego analizando la evolución del latín hacia la emergencia de las lenguas neolatinas. Presenta la importancia de las pizarras visigóticas para poder indagar en los siglos oscuros (siglos viii-xi) de orígenes. A partir del siglo xiii se produce la emancipación de las lenguas vernáculas respecto del latín, lo que está ligado al crecimiento de las ciudades, la aparición de una burguesía comerciante y la mediana y pequeña nobleza. No hay que olvidar tampoco que la transmisión textual primitiva se desarrolló en convivencia con otras lenguas y variedades y es necesario tener en cuenta a los otros romances a la hora de analizar los fenómenos del castellano. El castellano, por su posición central, con rasgos occidentales y orientales, se convirtió con facilidad en koiné peninsular, entendida ésta como punto de referencia aglutinador de todas las variedades románicas que, además, había integrado sin dificultad también a la lengua vasca. Concluye su artículo resumiendo las cuestiones todavía pendientes sobre la época de orígenes del castellano.

Del dominio asturiano se ocupa Xosé Lluis García Arias. Su artículo se centra en una serie de extensas observaciones a partir del análisis de un corpus de textos asturianos en latín de los siglos ix y x. Ofrece, en primer lugar, un análisis detallado de textos en latín en los que se percibe claramente la presencia de rasgos (pre)romance de índole fonético-fonológica, morfosintáctica y léxica, lo que ejemplifica de manera abundante. Estos textos no pertenecen, pues, al modelo del latín clásico. Su mayor o menor cercanía a éste dependerá de las destrezas y conocimientos de los escribas. Ahora bien, no hay una voluntad de escribir una lengua separada o distinta de la latina, sino que se trata del intento de reproducir un ideal de lengua que aprendían de manera deficiente: los escribanos más populares con un latín lleno de faltas y muy perneados por la oralidad y los más cultivados con una latín más depurado de errores, que, sin llegar a ser el clásico, seguía sus pautas. Los documentos no muestran una lengua asturiana, sino que se trata de texto en latín donde se introducen rasgos lingüísticos que corresponderían a los sistemas orales de habla románica. En cualquier caso, de los documentos se desprende que la lengua hablada era ya un (pre)romance o algo en trance de serlo y con rasgos lingüísticos propios que permiten especificar un romance astur, semejante y diferente a otros romances vecinos.

Concluye el volumen con el artículo de Ana Isabel Boullón Agrelo, dedicado al dominio románico del gallego. La autora se propone acercarse, desde la teoría de las tradiciones discursivas y la clasificación de los textos según su inmediatez (oralidad, coloquialidad) o distancia comunicativas (escritura), a las dificultades específicas que se presentan para el estudio de la oralidad y de la lengua coloquial en el ámbito gallego medieval. Para analizar los textos hay que tener en cuenta también otros factores, como la transmisión textual posterior o si se trata de traducciones. Tras reflexionar sobre el proceso de creación de la scripta por el cual el romance se hace autónomo, analiza las fuentes a partir de las cuales se puede estudiar la oralidad, sus características y sus limitaciones. Así, por ejemplo, pese a ser característicos de la distancia comunicativa, los textos notariales presentan tempranos indicios que muestran el romance oral que subyace a ellos mediante una serie de rasgos fonéticos, morfológicos y léxicos romances en ellos insertos. Para el estudio de la oralidad son abundantes los textos notariales gallegos anteriores al siglo xiii en los que encontramos información sobre el discurso diferido, discurso indirecto, mixto y directo, etc. Se detiene también en los elementos que reflejan la oralidad en los textos, tanto los propios de la inmediatez como de la distancia comunicativas y analiza por extenso distintos pasajes, con acopio de ejemplos, para dar cuenta de los aspectos lingüísticos donde se manifiesta mejor la oralidad en los textos: fórmulas de saludo, tratamientos, la expresión de la emotividad como las interjecciones o exclamaciones, los insultos, el léxico sexual o los nombres propios e hipocorísticos.

En resumen, todos estos trabajos dan cuenta del panorama medieval hispánico en lo que se refiere a las distintas manifestaciones de la oralidad, la emergencia del romance en la escritura, la conformación de los distintos scripta y su consolidación, así como los elementos coloquiales presentes en textos ya plenamente romances. Entre todos cubren el continuum lingüístico septentrional de la Península. Para el estudio de la transformación del latín hispánico en un romance determinado y la mejor comprensión de los hechos, es importante adoptar siempre una necesaria doble perspectiva: la perspectiva de los otros romances hispánicos, con los que comparten historia y rasgos, y la perspectiva románica en la que se insertan los romances hispánicos. Y ello, como resumen Echenique y Martínez (2011, 50), porque algunos problemas básicos de la fragmentación románica están también presentes en distinto grado en los diversos territorios hispánicos y diversificación hispánica y diversificación románica están estrechamente unidas.

La preparación material de este volumen para imprenta debe mucho a la ayuda de Viorica Codita, Elena Diez del Corral Areta y Oxana Danilova, a quienes expresamos nuestro reconocimiento y agradecimiento.

2. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

González Ollé, Fernando (2008), «Aportaciones a los orígenes de la lengua española», en Díez Calleja, Beatriz (ed.), El primitivo romance hispánico, Salamanca, Instituto castellano y leonés de la lengua, 13-72.

Díez Calleja, Beatriz (ed.), El primitivo romance hispánico, Salamanca, Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

Echenique Elizondo, Mª Teresa y Martínez Alcalde, Mª José (2011), Diacronía y gramática histórica de la lengua española, Valencia, Tirant lo Blanch.

Echenique Elizondo, Mª Teresa y Sánchez Méndez, Juan (2005), Las lenguas de un reino. Historia lingüística hispánica, Madrid, Gredos.

INTRODUCCIÓN: LA EMERGENCIA Y CONSOLIDACIÓN DE LOS ROMANCES HISPÁNICOS MEDIEVALES EN LA ESCRITURA

Juan Pedro Sánchez Méndez

Université de Neuchâtel

1. INTRODUCCIÓN

1.1. La oralidad y la escritura en los documentos medievales

Las diversas y complejas circunstancias que, durante la Edad Media, propiciaron el paulatino acceso del romance a la escritura, su fijación y su cronología en los distintos espacios románicos peninsulares han sido ya tratadas en diversos estudios desde hace tiempo y son variadas las nuevas vías que se han abierto a la investigación. Sin embargo, persisten todavía numerosas lagunas y estamos aún muy lejos de poder describir satisfactoriamente este proceso en todos sus aspectos, lo que es especialmente acusado en los referente a la época prealfonsí (cfr. el estudio de Mª Teresa Echenique en este mismo volumen)1. En general, todas las líneas de investigación que se han ocupado de este tema coinciden en el intento de descubrir y describir la realidad lingüística que subyace o que se proyecta en los documentos que investigan, poniendo en relación los datos que obtienen con una determinada época y región.

Una de las líneas que ha suscitado el interés de numerosos investigadores en las últimas décadas es la conocida como estudio de la oralidad, entendido éste como la «indagación interesada de modo particular por la relación de la lengua oral con la escritura y sus consecuencias» (González Ollé, 2008, 37). En este sentido, son importantes los estudios que Bustos Tovar ha dedicado a la cuestión (1993, 1995; 1996; 2000a; 2000b y 2005). Para Bustos Tovar (1995, 234), el acceso de la oralidad a la escritura supuso que el romance pudiera iniciar su triunfo sobre el latín en el ámbito de la cultura. Sin embargo, como advierte (Ibíd., 220), la oralidad no equivale a lengua hablada, sino que hay que entender la oposición oralidad escritura como dos formas básicas de establecer la comunicación. La oralidad no pretende traducir el discurso hablado en el paso de la lengua hablada a la escrita en los textos primitivos, sino inscribirlo con una nueva configuración al ampliarse las necesidades comunicativas de la sociedad. Por eso, los primeros intentos de escribir la oralidad no pueden entenderse como una oposición que enfrente el latín al romance, sino que serian técnicas de transcodificación. Otro enfoque interesante aplicado a la misma cuestión es el modelo de las tradiciones discursivas, que se puede consultar en Kabatek (1999; 2001)2.

Echenique y Martínez (2011, 58) conciben el paso del romance a la escritura como una innovación cultural, entendida como un proceso discontinuo que comenzó como una ruptura consciente de la única lengua escrita en latín, para ir luego asumiendo progresivamente un papel más destacado hasta alcanzar una presencia continua, con tradiciones estables en una escritura ya plenamente romance y en relación con la aparición de un público laico. Gimeno Menéndez (1995: 183), por su parte, aporta otro elemento interesante cuando afirma que «la propia transformación del latín al romance —tanto en el registro oral, como en el escrito— no es mera cuestión lingüística, sino un hecho sociolingüístico de conciencia lingüística». Ahora bien, lo que denominamos conciencia lingüística, si es difícil de definir desde un punto de vista moderno lo es mucho más desde una consideración medieval y nos lleva a un terreno movedizo e inaccesible. Hay muchos tipos de conciencia lingüística, que se debería denominar más bien sociolingüística. Además, una conciencia lingüística implica también un elemento diferencial respecto de otros sistemas lingüísticos, lo que sólo se alcanzó de manera paulatina durante toda la Edad Media a medida que cada romance se definía diferencialmente respecto de los demás. Como observa Bustos Tovar (2005, 278-279), la conciencia lingüística no puede interpretarse como la percepción que el hablante tiene de su propio sistema de comunicación, sino que está referida «al modo en que se manifiesta la voluntad colectiva en la selección que se realiza históricamente respecto de la suerte de los fenómenos de cambio». Así, la historia y la evolución de los diferentes núcleos románicos medievales muestra una voluntad diferenciada de cambio que terminará convirtiéndolos en romances diferentes.

De esta manera, la investigación ha ido mostrando cómo en los documentos notariales que se redactan en latín en la Península ibérica de los siglos ix y x (con algunos testimonios esporádicos anteriores), va apareciendo poco a poco el romance, ya fuese por ignorancia, descuido o por necesidad de facilitar la compresión del texto. Un primer elemento muy importante para describir la presencia de la oralidad en la escritura es la aparición de léxico patrimonial, en textos escritos aparentemente en latín, mediante la onomástica o la inclusión de voces vulgares para explicar términos latinos. Como señala Bustos (2005, 264), «se trata, en estos casos, de la primera huella del romance en época muy primitiva».

Un ejemplo magistral de método para extraer conclusiones a partir de estos elementos orales románicos insertos en la escritura altomedieval es la obra Orígenes del español de Menéndez Pidal, que, a pesar de su antigüedad (su primera edición es de 1926), sigue vigente y se ha convertido en una obra de consulta inexcusable. En ella, mediante un análisis exhaustivo y sistemático de la documentación notarial de los siglos oscuros (siglos viii-xi), que denomina «época de orígenes», Menéndez Pidal examina críticamente todas las variantes grafemáticas y, a partir de aquí, infiere los cambios lingüísticos ya consolidados o en marcha en la fonética a través de diversas regiones del norte peninsular. De la misma manera, se ocupa de la variación que presentan los paradigmas morfológicos y, marginalmente, algunas asociaciones léxicas. Con la localización geográfica de las variantes, logra delimitar zonas o regiones más o menos innovadoras. En todo caso, señala el gran interés lingüístico de una documentación antigua y del método filológico bien aplicado para el estudio de las etapas primeras de las evoluciones de los nacientes romances. Para Diego Catalán (1974), la obra abrió imprescindibles caminos y sendas sin trillar a la lingüística diacrónica, a la vez que tuvo el mérito de reemplazar la esquemática visión de la gramática histórica por una verdadera historia de la lengua.

No obstante, conviene tener en cuenta que los textos no permiten fijar o conocer el origen de los romances, esto es, la conversión de las variedades del latín en variedades románicas que debió ocurrir en lo que Menéndez Pidal denominó los «orígenes remotos». Como señalan Echenique y Martínez (2011, 58), «los documentos del siglo x al xiii no ofrecen el proceso de constitución de los romances, sino el de su normalización escrita».

1.2. Oralidad y romances medievales

En muchos estudios se habla frecuentemente de romances en plural, o se emplea el singular para referirse a una determinada variedad regional. Sin embargo, y para no ofrecer una visión distorsionada de la realidad por anacrónica, tal vez convendría previamente especificar qué se quiere decir con romance en un contexto medieval hispánico (o incluso en el conjunto de la Romania de la Alta Edad Media). La principal característica que complica la noción medieval de romance a la hora de particularizarlo, tanto frente al latín como frente a otros, es que es que se sitúa en un doble continuum que convierte en arbitraria cualquier decisión que se tome al respecto para singularizarlo o especificarlo. Por un lado, en su área constitutiva, se inserta en un continuum geográfico. Ningún romance ha tenido (ni en buena medida tiene hoy día si dejamos de considerar las variedades estándares) límites precisos con respecto a otros romances en su área primitiva de formación, aunque, producto de la Reconquista, éstos sean muy marcados fuera de ella en las llamadas áreas de expansión. Por otro lado, tampoco existe, ni puede existir, un límite temporal tajante. Así, Menéndez Pidal (1986 [1926]), por ejemplo, era consciente de la dificultad de precisar el momento al partir del cual se hablaría romance y no latín y poder dar cuenta del paso de las distintas variedades latinas a las variedades romances. Por ello, distinguió unos orígenes remotos de la lengua, que hacen referencia a los siglos oscuros, en los que se produce el proceso que llevó desde (o que terminó de convertir) las variedades latinas a las romances, y unos orígenes próximos a partir del siglo ix (Echenique y Martínez, 2011, 63).

Como se sabe, mientras la lengua escrita permanecía más o menos fijada, el desarrollo de las variedades geográficas del latín en variedades románicas fue un proceso paulatino y progresivo, de manera que no podemos fijar un momento concreto en que el latín ha dejado de serlo para ser otra cosa. Como mucho podemos ver que los textos fechados en una determinada época y región presentan una serie de «errores» o un conjunto variable de nombres romanceados. Gracias a ellos podemos inferir unas características léxico-semánticas, fonéticas y, especialmente, morfosintácticas tan acusadas como para afirmar que el emisor (y el receptor) de ese texto hablaba ya una lengua tipológicamente más afín a lo que denominamos romance que al latín, pero no podemos decir cuándo nació esa lengua románica, porque no se trata de un nacimiento, sino de una paulatina transformación.

Por otro lado, lo que llamamos un romance no es lo mismo hoy que en la Edad Media. En los primeros tiempos, lo que hoy denominaríamos un romance serían un conjunto de hablas constitutivas más o menos heterogéneas agrupadas en torno a un centro de poder o prestigio, que les daría cierta entidad o con las que se vinculaban al compartir, o aceptar, sus rasgos lingüísticos. Esto es, que cada lengua románica es en su origen un «complejo dialectal», como fue definido por García de Diego (1950), quien pone de manifiesto con gran acopio de datos, la diversidad interna que presenta en su territorio de origen el castellano incluso en la actualidad3. También se ha considerado al castellano primitivo como el resultado de una koiné de hablas locales que se fundieron a medida que se fue expansionando hacia el sur (Echenique, 1995).

Así pues, en la Edad Media, y muy especialmente en los siglos de orígenes, no se puede hablar de romances definidos, sino de centros que aglutinan sus rasgos en torno a ellos y los difunden y que podemos percibir por su presencia en determinados textos producidos en su seno. Por lo tanto, los fenómenos que podemos extraer o inferir de los documentos no serían fenómenos que podamos adscribir a un romance, sino testimonios de una variedad (o conjunto de ellas) de lo que luego será un romance. La sociedad altomedieval estaba muy parcelada en comunidades rurales aisladas lo que implicaba también una parcelación lingüística de las distintas modalidades, que se extendía a lo largo del territorio sin solución de continuidad. De manera que lo que hoy llamaríamos un romance sería una sola de estas variedades que fue privilegiada y sobre la que varios siglos después se desarrollaría una variedad estándar.

Otra cuestión muy afín con lo anterior que contribuye a ofrecer una percepción errónea de lo que eran las lenguas en la Edad Media es darles atribuciones y funciones modernas. Como observa Hilty (2002, 214), no se puede enfocar la situación lingüística románica medieval desde una perspectiva moderna (nacionalista o regionalista), ni desde la perspectiva de la romanística que considera, por ejemplo, al castellano y al gallego-portugués como lenguas autónomas y distintas. Así, cuando se habla de estos romances modernos en el contexto medieval suele ocurrir que no se tiene en cuenta el estatus y la consideración del romance, ni en qué medida en la Edad Media gallego y castellano, por ejemplo, podían ser considerados sistemas lingüísticos o lenguas distintas por parte de sus hablantes.

Esto, que puede parecer obvio, no ha sido, al parecer, lo más evidente en algunos trabajos sobre la historia de los romances hispánicos o de sus literaturas. En algunos estudios es frecuente encontrar que los investigadores proyectan hacia el pasado muchas de las concepciones modernas que sustentan su propia conciencia lingüística, configurada por un heterogéneo conjunto de creencias. Esto les sirve de base para enjuiciar circunstancias de naturaleza muy distinta a las de sus consideraciones, por lo que quedan desvirtuadas y, en cierta manera, forzadas. Es normal si nos atenemos a la consideración de que las lenguas poseen actualmente un valor simbólico identitario (ajeno al espíritu medieval) del que es muy difícil sustraerse a la hora de valorar de manera objetiva los hechos que nos ofrece el pasado. Un ejemplo lo proporciona Francisco Moreno (2005, 100-103), cuando señala cómo muchos testimonios medievales que tuvieron en el momento de su producción bien un fin comunicativo muy modesto, como la Nodicia de kesos que un monje con cultura deficiente realizó en romance, bien un deseo de creación literaria destinada a repetirse de memoria (jarchas), bien, finalmente, un fin meramente práctico para dar a conocer unas leyes o unas ideas, con el paso del tiempo han ido adquiriendo un valor añadido de gran relevancia como hitos singulares en la historia de una lengua, mucho más allá de lo que sus meros productores hubieran sospechado. Lo que en su origen fue algo cotidiano y modesto en la actualidad se puede utilizar para simbolizar el inicio de toda una tradición cultural y lingüística.

1.3. Conciencia lingüística

La adquisición de lo que podríamos denominar, grosso modo, una conciencia lingüística de cada romance fue también un proceso paulatino que se podría interrelacionar en ciertos de sus aspectos con las entidades políticas medievales y los centros de poder. Desde este punto de vista, Moreno Fernández (2005, 75) define la Edad Media como «el período más apasionante y complejo de la historia sociolingüística de España». La Edad Media supone, pues, un período amplio cuyo final implica la adquisición plena de la conciencia de que cada romance es una lengua diferente y diferenciada.

Tomemos dos fechas simbólicas que sirven para encuadrar este período desde esta óptica. Por un lado, el año 803, cuando se celebra el conocido Concilio de Tours donde se recomienda predicar: in rusticam romanam linguam, aut Theosticam, quo facilius cuncti possint intelligere quae dicuntur. Esta recomendación de usar la lengua vulgar, denominada rusticam romanam lingua (es decir, sin conciencia, al parecer, de ser todavía una lengua distinta, sino, más bien, una variante diastrática y diafásica del latín), indica que o bien existía ya una conciencia de diferenciación lingüística, entre el latín de la escritura y el (pre)romance hablado, por cuanto este último ya se había alejado notablemente de la lengua escrita, o bien, en todo caso, que era necesario hacer más comprensible, a través de la predicación y la lectura pública para el pueblo, el latín culto. La conciencia de esta diferenciación se ha relacionado a menudo con la renovatio carolingia de la latinidad cultural y lingüística. Gracias a Alcuino se restauró el latín escrito y se sustituyó el latín degradado de la época anterior. También supone, como señala Bustos Tovar (2005, 269), que la lengua propia de la escritura no era sólo el latín restaurado carolingio, sino también el latín litúrgico heredado de la época precedente para componer la base de lo que conocemos como latín medieval. En cualquier caso, los hablantes percibieron, más que diferencias dialectales entre los romances, la distinción clara entre lo que hablaban y el latín (Bustos Tovar, 2005, 282).

Por otro lado, este proceso paulatino de formación de conciencia lingüística del romance se podría cerrar simbólicamente en el año 1492, con la publicación de la Gramática de Nebrija, para tomar otras sendas más modernas. La situación cambia profundamente en relación con la tradición anterior, ya que inicia un período nuevo en el desarrollo de la conciencia lingüística vinculada a las concepciones del humanismo (Bahner, 1966; Gil, 1984; Gauger, 1986) y a los estados europeos. Esta primera Gramática castellana constituye el primer tratado gramatical impreso riguroso y amplio de una lengua romance construido según los principios humanistas (sobre todos los del «humanismo vulgar» italiano contra la emancipación del latín en favor del vulgar, manifestado en el principio de que las lenguas vulgares también poseen unas reglas y unas estructuras que permiten transformarlas en arte) y supone la conciencia plena de un romance, no sólo como lengua a la altura del latín y cualquier otra, sino en tránsito hacia una lengua nacional. Como han señalado algunos estudiosos, el carácter de lengua nacional que adquieren las lenguas vulgares favorece los movimientos en torno a su unificación y fijación normativa por medio de tratados gramaticales.

En cualquier caso, como se decía al principio, la toma de conciencia lingüística del romance propio, tanto hacia el latín escrito como hacia las demás variedades románicas vecinas, se muestra como continuum en el tiempo en el que podríamos señalar tres fases que se suceden imperceptible y paulatinamente:

a) En primer lugar, la conciencia de que el romance hablado ya no es latín.

b) En segundo lugar, la conciencia de diferencia del romance respecto de los otros romances. Esto lleva aparejado también la adscripción de ese romance a una determinada comunidad territorial o política, según que los rasgos lingüísticos propios se identifiquen más o menos cercanos a los de los centros de poder. En este caso, el acceso paulatino de los romances a la escritura será decisivo, y, en el caso del fomento y creación de las diferentes scripta, se inscribe plenamente y alcanza su desarrollo en las cancillerías regias de cada reino, lo que permite ya establecer una primera base desde la que proyectar la unión entre entidad política y conciencia lingüística. Es cierto, asimismo, que esta conciencia del propio romance o bien no se cumplió en algunos casos por razones que veremos más adelante, o bien se truncó y se ralentizó considerablemente en otros.

c) En tercer y último lugar, vendría la consolidación de la escritura, esto es, su codificación y su conversión en lengua de cultura, plenamente diferenciada y colocada a la misma altura de cualquier otra lengua, incluido el latín. Si bien esta fase se dio plenamente ya fuera del período medieval, la baja Edad Media supondrá la base desde la que surja. Detengámonos en estos tres procesos.


1 Una revisión actualizada, que, aunque referida al castellano, adopta una perspectiva peninsular amplia, se puede consultar en el estudio de síntesis de Bustos Tovar (2005). Asimismo, es muy completa la visión de conjunto que ofrece Ana Cano (2007), desde una perspectiva abarcadora de toda la Romania, lo que convierte su estudio en un excelente estado de la cuestión.

2 Cfr. González Ollé (2008, especialmente 34-42), donde presenta una extensa y completa visión crítica de éstas y otras nuevas metodologías en el estudio de los textos precisando su alcance y problemas.

3 Cfr. Morala (2002), quien, con abundantes datos, pone de manifiesto algunas de las contradicciones presentes al explicar el castellano, en sus orígenes y en su relación con los romances vecinos, como una lengua innovadora, excesivamente singularizada frente a los otros romances que la circundan y exenta de variación interna o, al menos, con una variación mucho más atenuada que la que se supone para aragonés y leonés.