Tras el cuadro holandés- Nicholas Elliot, prestigioso galerista, se obsesiona sin saber por qué con un pequeño cuadro expuesto en el Royal Pavillion de Brighton. Su vida comienza a girar en torno a él dejando de lado todas sus obligaciones, a su mujer, sus aficiones y amigos. Paralelamente, Mandy, su mujer, consulta a una maga amiga suya para que le ayude a entender qué es lo que le ocurre a su marido y por qué se está alejando tanto de ella. Nicholas lleva su obsesión un paso más lejos: planea robar el cuadro tras seguirlo hasta Southampton. Allí conocerá a Cristine, comisaria artística de la exposición, que será quien le ayude a descubrir la verdadera historia del cuadro. Una historia misteriosa que le llevará por caminos que no esperaba. Una novela de estilo elegante, con chispas de originalidad, y con una potente temática emocional que transportará al lector a través de una trama de intensas intrigas en la que los personajes van mostrando su particular búsqueda de la felicidad.



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Tras el cuadro holandés

Sylvia Edo

www.laequilibrista.es

Tras el cuadro holandés

©  2017, Sylvia Edo

©  2017, La Equilibrista 

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Primera edición: marzo de 2017

Diseño y maquetación: La Equilibrista

Imprime: Ulzama Digital

ISBN: 978-84-16967-30-8

ISBN Ebook: 978-84-94725-12-8

Depósito legal: B 4612-2017 

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.


3

Cuando Mandy entró en la cálida y acogedora mansión de Blanche, se sintió feliz y a salvo del fuerte temporal de viento y lluvia horizontal que la había perseguido durante todo el viaje. Rodeada del ambiente caldeado del salón, sentada enfrente de ella en una cómoda butaca de terciopelo, le relató los días de tiempo lento, relajantes y algo eternos que vivió junto a Nicholas.

—Esos días han sido su terapia. Al principio fuimos para pasar quince días y nos quedamos casi dos meses. Al cabo de tanto tiempo me contó muchas historias de su niñez y su juventud que no conocía. Pisamos todos sus sitios secretos, todos sus escondrijos, sus refugios, su río idealizado del que hoy queda tan poco. Y, ¿sabes?, parecía como si las arrugas de su cara despareciesen... bueno, sí, yo no veía ninguna de sus tenues arrugas y las facciones se le aniñaban por momentos: parecía ser víctima de una metamorfosis hacia la juventud. Lo tenías que haber visto; después de veintitrés años de matrimonio, ocurrió lo increíble, algo que me parece un milagro: viví con él un romance, un amor ideal como los de película.

Blanche reía satisfecha. A continuación, después de relatarle las anécdotas que ocurrieron en Forgersten y la visita de Larry con las noticias de Alfred, Blanche se levantó del sofá, abrió una tónica y le dijo:

—La historia de Alfred ha acabado mal. Por lo visto, el accidente de moto le dejó secuelas. Tuvo un derrame cerebral y murió el mes pasado, solo, en una pensión inhóspita del sur de Londres. Estaba arruinado por las deudas. Al principio creían que se había suicidado pero la autopsia reveló lo contrario. La semana que viene recibirás la invitación al funeral. Lo enterraron muy rápido. No quisieron decir el tiempo que su cuerpo llevaba encerrado en la habitación, donde lo encontraron, posiblemente semanas. ¿Te imaginas?

—Por quien más lo siento es por Patty, por todo lo que tuvo que pasar al vivir casi media vida con él. Recibí un mensaje de ella desde Islandia y luego, antes de lo de Alfred, hablamos por teléfono y me comentó que tiene una pareja y que es muy feliz... ¿Tú crees que tenemos el fin que en realidad nos merecemos?

—Bueno, ahí entran las leyes del Karma. Podríamos hablar horas. Pero sí, tiene que ver. Mira, se ha hecho una reciente estadística de la Universidad de Columbia que afirma que las personas que tienen fe en el más allá, el tránsito que existe hacia la otra vida les resulta más fácil. Piensa que el instante de la muerte no es sino un parto hacia lo desconocido. Si te preparas para ese parto todo te resultará mejor y controlarás el dolor. La fe o, si lo prefieres, las creencias firmes de que algo bueno nos espera más allá actúan como potentes activadores de serotonina en el cerebro y dan como resultado un estado de relajación ideal que favorece el tránsito a la otra vida. Piensa que igual que nos preparamos para el parto, deberíamos prepararnos para la muerte, aceptándola en el momento en el que nos llegue como la madre preparada acepta los dolores del parto con naturalidad y sin tener miedo. 

—Desgraciadamente, vivimos en una sociedad que vive demasiado de espaldas a la muerte.

—Sin embargo, existen servicios de psicólogos y terapeutas en algunos hospitales oncológicos que ayudan a los pacientes terminales a morir en paz.

—¿Y las personas que no son creyentes? —preguntó Mandy.

—Siempre se cree en algo, si no en Dios, en la fuerza del universo, de la naturaleza, qué se yo... en algún familiar cercano que sientes que está a tu lado y te ayuda desde el otro lado. Sabes... tuve la experiencia de ver morir a mis abuelos en el período de un año, llevaban casados casi sesenta años y ambos murieron rodeados por mis padres y mis hermanos en la cama. El primero en morir fue mi abuelo, hombre de carácter fuerte y dominante con tendencia a quejarse de sus dolores y a ser el centro de atención de todos nosotros. Durante tres días acarició la frontera de la muerte con una serenidad impresionante. La noche anterior a su muerte entré en su habitación y lo vi incorporado y recostado mirando hacia un lado y hablando con una voz extraña, como se habla en una corta conversación telefónica, con alguien a quien llamaba James. Le decía entre otras cosas que yo no entendía que ya iba, o algo así. Le pregunté más tarde con quién estaba hablando y me dijo que lo había venido a visitar su hermano difunto y dos días antes su madre. Al día siguiente murió. Mi abuelo era un anticlerical acérrimo pero creía en un Dios muy suyo. A menudo nos decía que debería ser un placer, una tranquilidad inmensa, morirse sin deber nada a nadie y con la conciencia tranquila. En cambio mi abuela era muy creyente y practicante. Acudía a la iglesia casi todos los días de la semana. Poseía unos poderes telepáticos e intuitivos fuera de lo normal y que por miedo trató como pudo de esconder y disimular la mayor parte de su vida. Todo lo que soy lo heredé de ella. Creo que la mejor parte de su vida la vivió en su vejez, a mi lado. Yo la adoraba... e intenté liberarla de todo su sufrimiento, de toda su educación victoriana. Supongo que creerás que debió de morir dulcemente como se merecía. Pues no fue así. Mientras estuvo convaleciente en la cama durante sus últimos días, me cogía la mano con todas las fuerzas que le quedaban y me preguntaba entre sollozos, si yo creía que su clarividencia, que el saber los acontecimientos futuros de muchas personas significaba una lacra, algo antinatural que solo debía poseerlo el Señor. La muerte que sentía próxima le ocasionaba inseguridad y miedo como resultado de una vida llena de dones fantásticos que no dejó fluir. Yo la calmé; luego, al cabo de unas horas, me aseguró que había venido a visitarlo el abuelo y que estaba muy joven y guapo. Y entonces yo supe con exactitud que estaba a punto de morir. 

Sus dos últimos días respiraba con extrema dificultad, hasta que instantes antes de expirar se le iluminó la cara. Estábamos toda la familia a su lado y nos dijo: «Mirad, hijos míos, lo que más importa en la vida es el amor». Y estas fueron sus últimas palabras.

El sol entraba a raudales en la estancia y continuaron disertando sobre la vida y la muerte hasta que Mandy, aprovechando la verdadera amistad íntima y cercana que la maga le ofrecía como un tesoro tácito y dando una tregua a su conciencia sumida en un silencio abismal, cambiando el tono le habló de Robert, de su abortado viaje a Boston, de lo injusta y lo mal que se sentía por haberle hecho sufrir tanto y haberle tenido que abandonar sin darle ningún tipo de explicaciones en el momento más álgido de su amor por ella. Ni siquiera había contestado a sus cuatro llamadas telefónicas, tras las cuales decidió desconectar el teléfono móvil y tratar de olvidarse de un hombre entregado y cegado de amor por ella. 

Ella se sintió como el bisturí en mano de un cirujano en una operación quirúrgica que acude a la cirugía en vivo sin anestesia, en el momento en que se fue del aeropuerto y le abandonó sin acompañarle hacia una nueva y prometedora vida. 

¿Tanto podía importarle Nicholas? ¿Qué unión, qué membrana invisible le ataba a él?

Blanche la miró con atención y cariño y le dijo:

—No te fustigues con la idea de no haber tomado ese avión. Si lo hubieras hecho, al poco tiempo hubieras vuelto y te hubieras sentido peor. Robert está ahora volcado en su trabajo y el ambiente de Harvard lo estimula y ayuda para poder dejar cuanto antes de lado su sufrimiento.

—Sabes, Blanche, en estos cuatro meses que han pasado todavía no ha habido un día que no haya pasado sin haber dejado de pensar en él. Me pregunto si al echar de menos tanto a una persona, lo que haces no es otra cosa que amarla en la distancia, pero te aseguro que daría cualquier cosa por volver a tener una cena con su apasionante conversación junto a él… Ayer salí a cenar con Nick. Me cuesta asumir que las conversaciones a lo largo del tiempo dejan aparcada la chispa de los primeros años de relación. Parece una tontería pero poco a poco vas dejando paso a los pequeños y grandes problemas cotidianos y, sobre todo, a los domésticos que te van haciendo mella y acaban por embozarte tus ideas brillantes y creativas.

—No vale la pena pensar más. Si no tomaste ese avión (aunque yo ya te lo avisé) fue porque la lucidez te venció. La noticia que leíste en el periódico sobre Nick tal vez fuera el empujoncito que te faltaba para comprobar que lo que realmente te importaba era haber pasado la mayor parte de tu vida al lado de un hombre al que, pese a estar pasando una extraña crisis que te hacía delirar callada, amabas por encima de todo y que a la vez te había hecho vivir una vida mucho más agradable que la media de las parejas de hoy en día, y eso pesó en ti. Además, si hubieras cogido el avión junto a Robert, al cabo de los dos años de convivencia todo el frenesí del principio hubiera sido pasto del cansancio físico, las conversaciones deliciosas se hubieran vuelto tediosas porque todas las anécdotas e ideas dejarían de ser novedosas, ya sabidas por ti y, en definitiva, todo volvería a ser lo de siempre. Como la convivencia con Nick: una calma chicha solo soportable con una buena dosis de sentido del humor, paciencia y amor —continuó—. Lo que en realidad te ocurrió tras el encuentro que tuvisteis en aquel bar de Kensington después de seis meses sin ver a Robert no fue nada más que una evasión fortuita que te alejó de la rutina en el momento más oportuno, cuando Nick no te hacía caso, y en realidad él fue la mejor terapia para ti. Pero siempre pasa lo mismo, querida: al año y medio de relación, la pasión va muriendo hasta que, de los dos años y medio hasta los tres años de relación, la pasión, como una rara avis, expira y te parece que ya no estás enamorada. Algunas parejas lo soportan y otras no, al desconocer que el amor se transforma en otro sentimiento más pausado creyéndose que ya no se quieren como antes, pobrecitos... y es que la pasión, como la energía, no se destruye, solo se transforma. No existiría cuerpo humano que resistiese el azote hormonal que supone la segregación continua de tanta endorfina, dopamina y serotonina. Estoy contenta por mí de que no te hayas ido, Mandy. No debes arrepentirte de nada. Además yo sé que tienes la conciencia tranquila y eso es lo importante —siguió—. Las navidades que viene invitaré a Robert a mi fiesta, os hablaréis y te quedarás tranquila y satisfecha de verlo feliz y de haber formado parte de la vida de un hombre como él —hubo una breve pausa mientras Mandy escuchaba con atención—. No todas pueden vivir historias, romances como el que tú has vivido durante años con él. Te aconsejo que este sea tu secreto y que no se lo rebeles a nadie porque perdería su encanto, su fuerza, su esencia —concluyó.

Un reloj centrado sobre una cómoda marcó las cuatro. Mandy se encontraba ensimismada, inmersa en las palabras de la maga cuando entró Paul a saludarla. El viento del norte arreciaba con fuerza y se acordó de Nick con debilidad y compasión. Sintió una fuerte obligación y deber de acudir a su lado, se levantó y, cuando iba a despedirse, Blanche, cogiendo su vaso alargado con tónica, miraba sus burbujas de la misma manera que cuando divisaba hechizada el mar al horizonte o contemplaba el fuego de la chimenea y le dijo:

—Ten cuidado con Nick, parece que está muy bien y lo está pero está a punto de sufrir un disgusto muy fuerte. Desde que se le entregó el cuadro no ha sentido la necesidad de volverlo a ver..., ni siquiera lo ha sacado de donde lo dejó. No lo ha echado en falta porque él ha revivido su cuadro en Forgersten y ha matado de esta manera su obsesión por él. Y tú has hecho muy bien en ignorar el tema y no preguntarle nada en absoluto. Pero he de decirte que el cuadro ha desaparecido.

—Oh, Blanche... Qué me estás diciendo... Continúa.

—¿De verdad quieres saberlo?

Mandy se puso a hablar precipitadamente.

—Quizá la comisaria tenga que ver en el asunto. Es un cuadro con toda una historia singular. Nick podría haber ido a la cárcel; lo robó de la exposición, ya sabes, y luego resultó que era un cuadro de su abuelo en el que aparece retratado un niño que es el propio Nick. ¡Paradojas de la vida! La maga, sin oír lo que le estaba diciendo, miró con intensidad los restos de los cubitos de hielo que reposaban en el fondo de su vaso fundiéndose en la tónica con la mirada fija en el hielo brillante y, como si atravesara sus átomos, le dijo con firmeza:

—No, Mandy. Se trata de vuestro hijo, ha entrado en vuestra habitación y se ha llevado el cuadro.

Lo acababa de visualizar en ese mismo instante mientras contemplaba el hielo. Mientras tanto, Willy se encontraba ya lejos de Brighton, acababa de embarcar hacia Nueva York cual ave rapaz orgullosa de su reciente y valiosa presa, que colmará su nido de ayuda para artistas en situación precaria con el cuadro holandés.

De vuelta a casa Mandy se prometió ignorar las últimas palabras de la maga dirigidas a Willy,que, por tanto, quedarían postergadas ipso facto en el más remoto de los olvidos. No le diría nada a Nicholas. Tal vez fuera tras el cuadro holandés a Nueva York cuando abriera el secreter y descubriera que Willy se lo había llevado. Sin saber cómo, se sintió como si se hubiera quitado una carga de encima. Se sonrió irónicamente y, al entrar en casa, vio a Nicholas esperándola con la ilusión de un amante. Los dos salieron hacia el pub Of the Sea cogidos del brazo con la misma tranquilidad y complicidad que muchos años atrás, cuando eran más jóvenes, observaban en las parejas mayores. El viento del norte se había apaciguado y se respiraban los aromas de principios de verano. Tras sus pasos, un silencio comunicador y envolvente los acompañó hasta entrar en el pub. Y mientras en la barra, como siempre, John cogía las pintas de cerveza que semana tras semana fielmente les servía, les contó con alegría que un editor se había interesado por publicar su novela.

Se sentaron en la misma mesa de siempre el uno frente al otro. Solo se escuchaba el silencio roto por las olas de la marea alta del mar. Y de nuevo el paso del tiempo, los recuerdos, la vida, las miradas, el murmullo, los aromas a madera y mar se detuvieron en ese instante. Se miraron con serenidad a los ojos sin decirse nada, tan solo sintiendo de cerca, con felicidad, su presente.









Datos de autor

Sylvia Edo, nacida y residente en Barcelona, estudió Derecho en la Universidad de Barcelona así como literatura y escritura en la Escuela del Ateneu Barcelonés. Ha viajado con mucha frecuencia a Londres donde ha pasado largas estancias en Brighton, Bath y Amsterdam, escenarios en los que transcurre la novela. Asidua a las exposiciones de arte, descubrió un cuadro perdido entre grandes obras que sirvió de inspiración para la trama de esta obra.


PRÓLOGO 



Hace muchos años, allá por finales de los ochenta, iba paseando por la Tate Gallery de Londres cuando, en una sala un tanto oscura del primer piso, observé una colección de cuadros del pintor Briton Rivière que en su conjunto no llamaron mucho mi atención. Eran cuadros de paisajes holandeses, algunos de ellos con escenas íntimas hogareñas que me eran familiares por haberlas visto anteriormente en repetidas ocasiones. Sin embargo, cuando me disponía a salir sin prestar demasiada atención, mi vista se fijó en un cuadro pequeño que, más que emocionarme, me hipnotizó hasta tal extremo que no sé cuánto tiempo empleé en contemplarlo. Se trataba de una auténtica filigrana donde aparecía un abuelo sentado en una butaca y su nieto, de cinco años, sentado en su regazo al lado de una chimenea mientras unos rayos de luz ocre que entraban por la ventana inundaban la estancia creando una atmósfera ciertamente mágica y acogedora. 

Al fondo, una biblioteca repleta de libros y de figuras de porcelana de Delf lo hacían más atrayente ante mis ojos. No recuerdo si fue por lo exóticos que me parecieron aquellos libros tan bien pintados junto con la exquisita perfección de las porcelanas o por el ambiente de penumbra difuminada que envolvía al abuelo complaciente y al nieto, de mirada risueña y a la vez despierta.  Sin noción del tiempo, me paré frente al cuadro, después subí al segundo piso, luego al tercero, pero enseguida me dispuse a bajar las escaleras para volver a contemplar mi cuadro pensando que me había enamorado irremediablemente de él. En aquel entonces no se habían inventado los teléfonos móviles con cámara y asimismo nadie solía tomar fotografías a los cuadros en las exposiciones, como actualmente hacemos al estar permitido. 

Cuántas veces he pensado que tenía que haberme arriesgado y haber tomado una foto, aunque estaba demasiado ensimismada dentro de aquel cuadro que me hablaba sobre la vida de aquellos dos personajes. Lo cierto es que no tengo ninguna fotografía y que el cuadro pertenece a una colección privada, como me informaron años más tarde cuando lo quise localizar. 

Por ahora no existe rastro de este misterioso cuadro que ni siquiera ha dado señales de vida por Internet. Por tal motivo, al ser un cuadro de una escena íntima tan vivida por mí, voy tras él con la pasión de volverlo a ver y sentir de nuevo aquella emoción muy cercana al amor que me invadió la única vez que lo vi.







A mi padre que me abrió desde niña 

el mundo de los libros y con su alegría y 

mirada del mundo me animó a escribir