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Table of Contents
El filósofo autodidacta
Cuentos morales
La Regenta
Cuentos de invierno
El Libro de buen amor
Dios y el Estado
El elixir de larga vida
La busca
Mala hierba
El spleen de París
El extranjero
La desesperación de la vieja
Un gracioso
La estancia doble
El loco y la Venus
El perro y el frasco
El mal vidriero
A la una de la mañana
La mujer salvaje y la queridita
Las muchedumbres
Las viudas
El viejo saltimbanqui
El pastel
El reloj
Un hemisferio en una cabellera
Los dones de las hadas
El juguete del pobre
La invitación al viaje
Las tentaciones, o Eros, Pluto y la Gloria
El crepúsculo de la noche
La soledad
Los proyectos
La hermosa Dorotea
Los ojos de los pobres
Muerte heroica
La moneda falsa
El jugador generoso
La cuerda
Las vocaciones
El tirso
Embriagaos
Las ventanas
El deseo de pintar
¿Cuál es la verdadera?
Un caballo de raza
El puerto
Retratos de queridas
El tirador galante
La sopa y las nubes
El tiro y el cementerio
Extravío de aureola
La señorita Bisturí
Anywhere Out of the World
¡Matemos a los pobres!
Los perros buenos
Epílogo
Cuentos de horror
Los muertos mandan
A los pies de Vénus
El Papa del mar
Cañas y Barro
Los cuatro jinetes del Apocalipsis
Los muertos mandan
Gotas de Sangre: Crímenes y criminales
Huellas literarias
Leyendas
El monte de las ánimas
Los trabajos de Persiles y Sigismunda
Novelas ejemplares
A flor de piel
Poemas y sonetos
Respuesta a Sor Filotea de la Cruz
EL MANUSCRITO DE UN LOCO
La fortuna de un estudiante
El signo de los cuatro
De los nombres de Cristo
El Horror de Dunwich
El vendedor de pararrayos
Amnesia
Cuentos de amor
Un viaje de novios
Misterio
Los sueños
Anaconda
Sandokán: El Rey del Mar
El diablo de la botella
El huésped de Drácula
De la brevedad de la vida
Rosario de sonetos líricos
La vuelta al mundo en 80 días
El fantasma de Canterville
Una casa encantada
Lunes o martes
El sombrero de tres picos
Cocos y hadas Cuentos para niñas y niños

El filósofo autodidacta

Ibn Tufail Abentofail


Publicado: 1150
Categoría(s): No Ficción, Humanidades, Filosofía, Religiosa
Fuente: docus historic
Acerca Abentofail:

Ibn Tufail, cuyo nombre completo es Abu Bakr Muhammad ibn Abd al-Malik ibn Muhammad ibn Tufail al-Qaisi al-Andalusi también transcrito como Abentofail, nacido en la actual provincia de Almería en aproximadamente el año 1105/1110 y muerto en Marrakech en 1185, fue un médico, filósofo, matemático y poeta, contemporáneo de Averroes, y discípulo de Avempace. Participó en la vida cultural, política y religiosa de la corte de de los almohades en Granada. En el núcleo de sus ideas filosóficas se encuentra el problema de la unión del entendimiento humano con Dios.

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Motivo ocasional de este libro: el éxtasis

¡En el nombre de Dios, clemente y misericordioso! Bendiga Dios a nuestro Señor Mahoma y a su familia y compañeros, y deles la paz.

 

Me pediste, hermano sincero (Dios te dé la inmortalidad eterna y te haga gozar la perpetua felicidad), que te comunicase aquellos misterios de la Sabiduría iluminativa que me fuera posible divulgar, los cuales menciona el maestro y príncipe [de los filósofos] Abu Ali b. Sina. Has de saber, pues, que el que quiera alcanzar la verdad pura, debe estudiar estos secretos y esforzarse por conocerlos. Tu pregunta ha sugerido en mi ánimo una noble idea, que me ha conducido a la visión intuitiva de un estado [místico o éxtasis], que antes no experimenté, y me ha llevado a un término tan maravilloso, que ni lengua alguna podría describir [su naturaleza] ni razonamiento alguno demostrar [su existencia], porque es de una categoría y de un mundo completamente distinto de ellas; sólo que la alegría, contento y placer que este estado lleva consigo, no permiten que la persona que a él llega o que alcanza algunos de sus grados, pueda ocultarlo y guardarlo secreto, sino que, dominado por la emoción, el entusiasmo, la alegría y la satisfacción, se inclina a manifestarlo, de una manera vaga e indistinta. Si es hombre inculto, habla de él sin tino, hasta llegar a decir alguno, a propósito de este estado: «¡Glorificado sea yo! ¡Cuán grande es mi condición!». Otro dijo: «Yo soy la Verdad». Y otro: «No hay, bajo estos vestidos, sino Dios».

El maestro Abu Hamid al-Gazali [Algazel], cuando alcanzó este estado, aplicóle el verso siguiente:

Sea lo que quiera (que yo no he de decirlo), cree tú que es un bien y no pidas de él noticias.

Pero este [filósofo] era experto tan sólo en los conocimientos racionales y estaba versado únicamente en las ciencias.

Opinión de Avempace acerca del éxtasis


Considera luego las palabras de Abu Bark b. al-Sayg [Avempace] que van a continuación de su tratado, en el que describe la unión: [del entendimiento humano con Dios]: «Cuando se comprende, dice, el sentido oculto a que se aspira, se ve claramente que ningún conocimiento de las ciencias ordinarias puede ser colocado en su mismo rango, y que quien de él se forma idea viene a estar, cuando comprende ese sentido oculto, en una condición [o grado] en el cual se ve a sí mismo, separado ya de todo cuanto antes conoció, con otras creencias que no son materiales, pues que son demasiado nobles para referirlas a la vida física; son estados más bien propios de los bienaventurados, que están ya limpios de toda composición inherente a la vida física, dignos de ser llamados estados divinos, que Dios concede a aquellos de sus siervos a quienes bien le place». A esta condición, que indica Abu Bakr, se llega por el método de la ciencia especulativa y de la investigación racional. Él, sin ninguna duda, la alcanzó y no la perdió nunca.

Por lo que toca al grado que hemos citado primeramente, es distinto de éste, si bien es el mismo en el sentido de que no se manifiesta en él nada que sea diferente de lo que en éste se manifiesta, pero de él se distingue tan sólo por una mayor evidencia; su visión intuitiva se produce por una que nosotros, sólo metafóricamente, llamamos potencia, por no encontrar en la lengua vulgar ni en la terminología técnica nombres que signifiquen esta cosa, en cuya virtud se produce esta especie de visión intuitiva.

Opinión de Avicena acerca del éxtasis

 El estado que antes hemos mencionado y a cuya primera intuición o gusto nos ha llevado tu pregunta, es el número de aquellos estados a que aludía el maestro Abu Ali [Avicena] al decir: «Después, cuando el esfuerzo constante por lograr la perfección espiritual y la doctrina ascética han llevado al hombre hasta un cierto grado, se le aparecen fugitivos y gratos destellos de la luz de la Verdad, semejantes a relámpagos, que de pronto alumbran y velozmente se extinguen. Después, se le multiplican estos desvanecimientos extáticos, si persiste en la práctica preparatoria de la disciplina ascética, luego, ahondando más en ella, llega hasta producirlos sin aquel ejercicio. De todas las cosas que vislumbra, solamente considera su relación con la Santidad Divina, aunque dándose alguna cuenta de las cosas mismas. Después, una nueva iluminación le desvanece y ve ya en casi toda cosa a Dios, que es la Verdad. Finalmente, el ejercicio lo conduce a un punto, en que el carácter transitorio [de la intuición] se cambia en permanente, lo fugitivo viene a ser habitual, el relámpago se convierte en estrella brillante, y alcanza el místico ya una intuición definitiva, como si constantemente le acompañase». Sigue luego Avicena describiendo los grados sucesivos, que terminan en la obtención, que es un grado en el cual «lo íntimo de su alma viene a ser como un espejo pulimentado en el cual se refleja un aspecto de la Verdad. Entonces se derraman sobre él los deleites sublimes y su alma se regocija por los vestigios de la Verdad que hay en ella. Tiene ya en este grado una mirada para la Verdad y otra para su alma, fluctuando de la una a la otra, hasta que termina por perder la conciencia de sí mismo, no mirando sino a la Santidad Divina; y si a su alma mira, únicamente lo hace considerándola en cuanto que ella es quien contempla; y entonces es cuando tiene lugar la unión completa». Con estos estados que Avicena describe, quiere sólo significar que ellos son para el [místico] una intuición, y no al modo de la percepción especulativa que se obtiene de razonamientos formados con premisas y consecuencias.

Diferencia entre la percepción mística y la percepción filosófica.

Si quieres un ejemplo que te manifieste claramente la diferencia que existe entre la percepción, tal como la entiende esta escuela [sufí], y la percepción, tal como los demás la entienden, imagínate a un ciego de nacimiento, pero que sea de buen talento natural, de entendimiento penetrante, de memoria tenaz, de espíritu recto, que se haya criado desde su niñez en una ciudad cualquiera, a cuyas gentes conozca perfectamente; que conozca también muchas especies de animales y de minerales, las calles y callejuelas de la ciudad, sus casas, sus mercados, usando sólo de las percepciones de los sentidos que le quedan, hasta el extremo de andar por esa ciudad sin lazarillo y de conocer de primera intención a todo el que se tropieza; los colores, los conoce también por explicación de sus nombres y por algunas definiciones que los designan.

Suponte, pues, que, tras de haber llegado a este estado, sus ojos se abren, adquiere la vista y recorre toda la ciudad, dándole la vuelta. No encontrará en ella nada, distinto de lo que él se creía, ni cosa alguna, que no reconozca; coincidirán los colores con las descripciones que de ellos se le habían dado.

Solamente encontrará nuevo, en todo esto, dos grandes cosas, consecuencia la una de la otra: una mayor evidencia y claridad y un más grande placer.

El estado de los hombres que investigan la verdad por las solas fuerzas de la razón, que no han alcanzado el grado de la santidad perfecta, es el primer estado del ciego; los colores que en este estado son conocidos sólo por descripción de sus nombres, son aquellas cosas de las que dijo Abu Bakr [Avempace] que son «demasiado nobles para referirlas a la vida física, y que Dios concede a quien le place de entre sus siervos» ; el estado de los hombres que investigan la verdad por las solas fuerzas de la razón, pero que alcanzan el grado de la santidad perfecta y a quienes otorga Dios aquella cosa, que nosotros hemos llamado metafóricamente potencia, es el estado segundo de aquel ciego. Pero es muy raro encontrar un hombre que sea siempre de vista perspicaz, con los ojos abiertos, y que no necesite de la especulación racional.

Y con la frase «percepción de los hombres que investigan la verdad por las solas fuerzas de la razón», no entiendo yo lo que ellos perciben del mundo de la naturaleza física, ni por «percepción de los santos», lo que ellos entienden de lo metafísico, pues estas dos percepciones se diferencian mucho entre sí y no se confunde la una con la otra; lo que yo entiendo por «percepción de los hombres que investigan la verdad por las fuerzas de la razón», es aquello que ellos perciben de lo metafísico o suprasensible, como lo que percibió Abu Bakr [Avempace]. Es condición precisa, en esta clase de percepción, que lo percibido sea verdad positiva, y, por tanto, la diferencia entre la percepción de los que emplean sólo las fuerzas de la razón y la percepción de los santos, está en que éstos conocen lo suprasensible en sí mismo, penetrando su esencia íntima, aparte de una mayor claridad y una gran delectación. Abu Bakr [Avempace] prostituyó este deleite, ofreciéndoselo al vulgo; lo atribuyó a la facultad imaginativa y prometió describir de una manera clara y precisa cómo debe producirse entonces el estado de los bienaventurados. Convendría decirle a este propósito aquello de «no digas que es dulce ningún alimento sin probarlo, ni pisotees los cuellos de los hombres veraces». Pero nuestro hombre no hizo nada de lo que dijo ni cumplió su promesa. Parece que le dificultó su intento la falta de tiempo a que él mismo alude y sus ocupaciones en el viaje a Orán; y acaso vio que, si describía este estado, tendría necesidad de decir cosas que afearan su manera de vivir y que desautorizaran todos los esfuerzos que él había hecho para adquirir y acumular grandes riquezas, y todas las variadas artes con que se ingenió para procurárselas.

Pero nos hemos apartado del propósito a que nos había conducido tu pregunta, un poco más de lo que era necesario.

Naturaleza de la visión extática

Por lo expuesto se ve claramente que tu pregunta tiene por objeto uno de dos fines: puede ser que preguntes por lo que ven los que gozan ya de la visión intuitiva, de la experiencia mística y de la presencia de Dios en la cumbre de la santidad perfecta; y ésta es una de aquellas cosas cuya naturaleza real no puede consignarse exactamente en un libro; y cuando alguno intenta hacerlo y se esfuerza en explicarla por medio de la palabra o de la escritura, la naturaleza real de esto que quiere explicar se cambia y viene a parar al otro género, al especulativo; porque al revestirse con letras y sonidos y aproximarse al mundo sensible, no le queda absolutamente nada del carácter y condición que antes tenía; y las explicaciones que acerca de ella se dan son, además, varias y muy diferentes: unos se apartan [al dar esas explicaciones] muy lejos del camino recto, creyendo que otros se han apartado, cuando no ha sido así. Y ello se debe únicamente a que se trata de explicar una cosa infinita, que se refiere a una epifanía divina de tan amplios horizontes, que abarca o comprende sin poder ser comprendida o abarcada.

El segundo fin que dijimos podía tener tu pregunta, es que quieras conocer esta cosa por el método de aquellos que investigan la verdad por las solas fuerzas de la razón; y esto (¡hónrete Dios con su santidad!) ya es cosa que puede ser consignada en los libros, y de la cual cabe dar explicaciones; pero ella es más escasa que el azufre rojo, y señaladamente en este país en que vivimos, pues tal conocimiento es en él tan raro, que sólo algún individuo aislado tras otro logran adquirirlo, y el que consigue conquistar algo de ello, no lo comunica a la gente sino por medio de alegorías, porque la religión musulmana y la ley verdadera prohiben dedicarse a su estudio y ponen en guardia contra él.

Estado de los conocimientos místicos en Al-Andalus

Ni vayas a creer que la filosofía que ha llegado hasta nosotros en los libros de Aristóteles y de Abu Nasr [al-Farabi] y en el libro al-Safa [de Avicena] bastan para lograr lo que tú quieres, ni pienses tampoco que ningún andalusí haya escrito acerca de esto nada que sea suficiente. Porque todos los hombres de espíritu elevado que han vivido en al-Andalus, antes de que se divulgase en este país la ciencia de la lógica y de la filosofía, consagraron su vida únicamente a las ciencias matemáticas, alcanzando en ellas un alto grado, y no pudieron estudiar lo demás. Después, sucedió a éstos otra generación que profundizó más que ellos en el conocimiento de la lógica. Éstos sí que especularon ya en esta ciencia, pero ella no les condujo a la verdad perfecta. Hubo entre ellos uno que dijo:

Estoy muy afligido porque las ciencias de los hombres son dos y nada más que dos:

Una, verdadera, cuya adquisición es difícil; y otra, fácil de adquirir, pero inútil.

Escritos de Avempace sobre filosofía

Después de éstos, vino otra generación de hombres más hábiles en la especulación y más próximos a la Verdad. Ninguno hubo entre ellos de entendimiento más fino, de especulación más segura, de visión más veraz, que Abu BaKR b. al-SaYg [Avempace]; pero las cosas de este mundo lo tuvieron tan ocupado, que la muerte lo arrebató antes de que publicase los tesoros de su ciencia y divulgase los secretos de su sabiduría. La mayor parte de las obras suyas que se han conservado están incompletas y sin terminar, como, por ejemplo, su Libro sobre el alma, El régimen del solitario, sus escritos sobre lógica y sobre física. En cuanto a sus obras completas, son libros abreviados y tratados escritos de prisa. Él mismo lo confiesa, diciendo que la idea que trata demostrar en su Tratado de la unión [con el entendimiento activo] no la demuestra claramente este libro, sino después de gran trabajo y dificultad; que el orden de su exposición en algunos lugares no se sujeta al método más perfecto; y que si hubiese podido disponer de más tiempo, se habría decidido a modificarlo. En este estado ha llegado hasta nosotros la ciencia de este hombre, a quien por otra parte, no hemos conocido personalmente. Respecto a algunos contemporáneos suyos que son considerados como de su mismo nivel intelectual, no hemos visto de ellos ninguna obra, y por lo que toca a sus sucesores y contemporáneos nuestros, o están aún en vías de desarrollo, o se han detenido antes de llegar a la perfección, o no ha llegado a nuestra noticia su verdadera labor.

Escritos de Al-Farabi, conocidos de los españoles

En cuanto a los escritos de Abu Nasr [al-Farabi] que han llegado hasta nosotros, la mayor parte se refieren a la lógica; y los que tratan de la filosofía, contienen muchas cosas dudosas. Así, en el Kitab al-milla al-fadila afirma que las almas de los malos, después de la muerte, permanecen eternamente en tormentos sin fin; pero después, en su Siyasa al-madimiyya, dice francamente que estas almas se disuelven y reducen a la nada, y que no sobreviven, sino las almas virtuosas y perfectas; finalmente, en su comentario al Kitab al ajlaq, describe algo de lo que se refiere a la felicidad humana, y allí dice que sólo se la halla en esta vida y en este mundo. A continuación añade una frase cuyo sentido es: «Y todo lo que se diga, fuera de esto, son chocheces y cuentos de viejas». Esta doctrina hace desesperar a los hombres de la misericordia de Dios, pues pone al bueno y al malo en el mismo nivel, al afirmar que el fin de todos es la nada. Tal aserto es un error que no tiene nombre y una falta que no tiene perdón. Sin contar, además, las perversas teorías que profesa respecto de la profecía, que él cree una propiedad natural de la facultad imaginativa, inferior en rango a la filosofía; con otras muchas cosas que no tenemos necesidad de recordar aquí.

Obras de Avicena referentes a mística

Por lo que toca a los escritos de Aristóteles, el maestro Abu Ali [Avicena] se encarga de explicarnos su contenido y sigue el método de su filosofía en el Kitab al-Safa . Al principio del libro, dice que la Verdad es, en su opinión, cosa distinta de cuanto en el libro trata, y que únicamente lo ha compuesto siguiendo la doctrina de los peripatéticos, pero que quien quiera conocer la Verdad pura, debe leer su Libro sobre la filosofía iluminativa. El que se tome el trabajo de leer el Kitab al-Safa y las obras de Aristóteles, verá con evidencia que coinciden en la mayor parte de las cosas, aunque hay en el Kitab al-Safa algunas que no han llegado a nosotros por medio de Aristóteles. Mas si se toman todas las doctrinas de los libros de Aristóteles y del Kitab al-Safa en su sentido literal, sin tratar de penetrar su sentido secreto y esotérico, no se llegará con ellas a la perfección, según advierte el maestro Abu Ali en su Kitab al-Safa.

Ideas de Al-Gazali en punto a mística

Tocante a los escritos del maestro Abu Hamid [Al-Gazali], hay que advertir que, como habla para el vulgo, ata en un lugar y desata en otro, anatemiza ciertas doctrinas, que después él mismo profesa. Entre las doctrinas de los filósofos que condena como impías en su libro al-Tahafut, está la negación de la resurrección de los cuerpos y la afirmación de que los premios y los castigos recaerán sólo sobre las almas, luego, en el principio de su libro al-Mizan, dice que esta opinión es de los doctores sufíes, exclusivamente; después, en su libro al-Munqid min al-dalal wa-l-mufasih bi-l-ahwal, afirma que el opina lo mismo que los sufíes y que llegó a esta convicción después de un largo examen. Y cosas de esta especie verás muchas en sus libros quien los examine y estudie atentamente.

Ha tratado de excusarse de tal conducta, al final del libro Mizan al-amal, diciendo que hay tres clases de opinión: la que uno profesa acomodándose a la que el vulgo sigue; la que se acomoda a la consulta hecha por el que pregunta y desea ser dirigido; y, finalmente, la que tiene el hombre para sí mismo y que no manifiesta sino a quien comparte sus convicciones. Después de lo cual añade: «Y aunque estas palabras no tuviesen otra virtud que la de hacerte dudar de tus convicciones heredadas, tendrían ya utilidad suficiente; porque el que no duda, no mira; el que no mira, no ve; y el que no ve, permanece en la ceguera y en la perplejidad».

Luego cita este verso proverbial:

Toma lo que ves y deja lo que has oído decir: cuando sale el Sol, te puedes pasar sin Saturno.

Tal es la característica de su doctrina. La mayor parte de ella consiste en alegorías y alusiones, que no le pueden ser útiles sino al que fija en ellas, primero, la mirada de su alma, y luego se las oye a sí mismo interiormente, o al que, siendo de un espíritu despierto, está ya preparado para comprenderlas, porque le basta la más pequeña alusión. En su libro al-Yawahir, dice el mismo autor que él ha compuesto libros esotéricos, en los cuales se contiene la verdad pura; pero, que nosotros sepamos, ninguno de ellos ha llegado a al-Andalus; mejor diré: han llegado libros que algunos piensan que son esos libros esotéricos, pero no es así. Estos libros son el Kitab al-ma'arif al-aqliya, el Kitab al-nafj wa-l-taswiya y una colección de cuestiones, distinta de los libros anteriores. Estos libros, aunque contienen algunas alusiones, no añaden mucha mayor ilustración respecto de lo que ya consta en sus libros conocidos. En el titulado al-Maqsad al-asna se encuentran cosas más oscuras que las tratadas en aquellos libros; él declara que el citado libro no es esotérico, de lo cual resulta necesariamente que los libros de este autor que han llegado [a nosotros] no son los esotéricos. Un autor moderno sospecha que el pasaje que se encuentra al fin de su libro al-Miskat contiene un gravísimo problema, que hace caer a al-Gazali en un precipicio sin salvación. Y es que, después de enumerar allí las clases de hombres ofuscados por los velos de las luces [divinas], al pasar luego a mencionar los que ya han llegado [a la unión con Dios], dice que éstos advierten que este Ser está dotado de un atributo incompatible con la unidad pura. Quieren inferir de aquí que [Algazel] creía que en la esencia del Ser Primero, de la Verdad (¡glorificado sea!), hay cierta multiplicidad. ¿Dios está muy por encima de lo que de Él dicen los hombres injustos! A nosotros, sin embargo, no nos cabe duda alguna de que el maestro Abu Hamid [al-Gazali] fue de los que alcanzaron la felicidad suprema y de que llegó a los grados más sublimes de la unión [con Dios]; pero sus libros esotéricos, los que tratan de la ciencia de la revelación extática, no han llegado hasta nosotros.

Ibn Tufayl se declara discípulo de Al-Gazali y de Avicena, con cierto eclecticismo

Aun así, la verdad a la que nosotros hemos llegado y que es el fin y meta de nuestra ciencia, no la hemos alcanzado sino siguiendo la doctrina de al-Gazali y la del maestro Abu Ali [Avicena], relacionándolas entre sí una con otra y ambas con las opiniones que han aparecido en nuestros días, adoptadas fervorosamente por gentes que hacen profesión de filósofos, hasta que así hemos llegado a alcanzar la Verdad, primero, por el método de la investigación y de la especulación racional, y obteniendo después por la visión intuitiva esta exigua dosis de experiencia mística que ahora gustamos.

Quiere comunicar sus ideas acerca de la mística, y para ello escribe este libro con la historia de Hayy Ibn Yaqzan y la de Absal y Salaman

Entonces nos hemos creído ya en condiciones de decir alguna cosa que deje huella de nosotros, y nos hemos resuelto a que seas tú el primero a quien regalemos lo que poseemos [de estas cosas] y a quien lo expongamos, movidos por la sinceridad de tu amistad y por la pureza de tu cariño. Sólo que si te damos a conocer los resultados a que hemos llegado en esta materia, sin asegurarte previamente en sus principios, no te servirá esto más de lo que te serviría una doctrina sumaria, impuesta por la mera autoridad de un maestro, como tampoco te serviría de nada si nos dieses tu aprobación por causa del cariño y la íntima amistad que nos profesas, y no porque creas que justamente merecemos que se acepten nuestras doctrinas. Nosotros no nos contentaremos tampoco con que tu alcances este grado, ni quedaremos de ello satisfechos si no te elevas luego hasta otro grado que está por encima de él, pues ese grado no te garantiza la salvación, ni mucho menos el acceso al más alto de los grados. Queremos llevarte por los caminos por los cuales nosotros hemos caminado antes que tú; queremos hacerte nadar en el mar que nosotros hemos atravesado primero, para que tú llegues adonde hemos llegado nosotros, y veas lo que nosotros hemos visto, y te cerciores por ti mismo de todo lo que nosotros nos hemos cerciorado, y no tengas necesidad de atar tu ciencia a lo que nosotros hemos conocido. Tal intento exige un espacio de tiempo no pequeño, ausencia de preocupaciones y aplicación de todos los esfuerzos a este género de estudio. Si tomas sinceramente esta determinación y tienes intención pura de trabajar activamente para lograr este fin, alabarás al amanecer tu viaje nocturno, recibirás la bendición divina por tus esfuerzos y habrás satisfecho a tu Señor, que también quedará satisfecho de ti.

Por mi parte, estoy a tu disposición para conducirte cuando quieras por el camino más recto, más libre de obstáculos y accidentes; y aunque por ahora sólo se me aparece una pequeña vislumbre, a modo de estímulo y acicate para entrar en el camino te contaré la historia de Hayy ibn Yaqzan y de Asal y Salaman, a quienes puso nombre el maestro Abu Ali [Avicena]. Su historia sirve de lección a los hombres dotados de penetración, que, sin detenerse en la corteza de los problemas, profundizan lo más abstruso de ellos, su médula y esencia, y «de aviso a todo hombre que tiene corazón, que escucha y que ve».

Historia de Hayy Ibn Yaqzan

Posibilidad de que haya una región en el mundo, en la cual el hombre nazca por generación espontánea

Cuentan nuestros virtuosos antepasados (¡Dios se compadezca de ellos!) que hay una isla en la India, situada bajo la línea ecuatorial, en la cual nace el hombre sin madre ni padre, a causa de ser la temperatura de aquel lugar la más templada de la faz de la tierra y de resultar la mejor dispuesta para recibir los rayos de luz [de la región] más alta. Ciertamente que tal aserto está en contradicción con lo que opina la generalidad de los filósofos y grandes médicos, quienes afirman que la temperatura más templada del mundo es la de los países habitados del cuarto clima. Si dicen esto porque creen cosa segura que no los hay en la línea ecuatorial, a causa de una dificultad propia de aquel suelo, tienen alguna razón al afirmar que el clima cuarto es el más templado en el resto del mundo. Pero si solamente quieren decir con semejante afirmación que los países situados bajo la línea ecuatorial son muy calurosos, según manifiesta la mayoría de los autores, es un error, cuyo contrario puede demostrarse.

Está admitido como cierto en las ciencias naturales que el calor no puede producirse sino por una de estas causas: el movimiento, el contacto con los cuerpos cálidos, o la luz. También se demuestra en ellas que el sol, por su esencia, no tiene calor propio, ni está dotado de ninguna de las cualidades inherentes a los cuerpos mixtos. Y en las mismas ciencias se prueba también que los cuerpos que mejor reciben la luz son los pulimentados no transparentes, siguiéndoles en esta condición receptiva los opacos no pulimentados; los transparentes sin opacidad alguna no reciben la luz de ninguna manera. Ésta es una de las cosas que sólo el maestro Abu Ali [Avicena] ha demostrado, sin que la hubiera mencionado ninguno de sus predecesores.

Si estas premisas son ciertas, forzoso es concluir de ellas que el sol no calienta a la tierra, en la misma forma en que los cuerpos cálidos calientan a otros cuerpos con los que están en contacto, puesto que el sol, por su esencia, no tiene calor. La tierra tampoco se calienta por el movimiento, porque está inmóvil y en un mismo estado, al tiempo de la salida del sol y al de su puesta, y porque los sentidos nos manifiestan sus diferentes estados de calefacción y de enfriamiento en estas dos fases distintas. Tampoco se puede decir que el sol calienta primero a la atmósfera y, por medio del calor atmosférico, calienta luego a la tierra. Si esto fuera así, ¿cómo explicar que hallemos, en el tiempo del calor, las capas atmosféricas más cercanas a la tierra mucho más calientes que las superiores, más lejanas? Resta, pues, que la calefacción del sol a la tierra se haga únicamente por medio de la luz. Porque el calor sigue siempre a la luz, hasta el extremo de que si la luz se concentra en espejos ustorios, enciende lo que se coloque frente a ella.

Además, consta en las ciencias matemáticas, por demostraciones convincentes, que el sol es de figura esférica, lo mismo que la tierra; que aquél es mucho más grande que ésta; que la parte de la tierra alumbrada por el sol es siempre más de su mitad; que de esta mitad alumbrada de la tierra, la parte que en todo tiempo tiene más cantidad de luz es la central, porque es el lugar más retirado de la oscuridad y porque presenta frente al sol una superficie mayor; y que lo más cercano a la periferia tiene menos luz, hasta llegar a la oscuridad en la periferia del círculo que constituye la parte iluminada de la tierra.

Solamente un lugar es el centro del círculo de la luz, cuando el sol está en el cenit de los que habitan en aquel lugar, en tal caso, el calor será allí el más fuerte posible. Si el lugar es tal, que el sol se aleja en él de su cenit, el frío será muy fuerte; si el lugar es tal, que el sol gira en él hacia su cenit, el calor será extremo. Mas la astronomía ha demostrado que en la superficie de la tierra situada sobre la línea ecuatorial, el sol no está en el cenit sino dos veces en el año: cuando pasa por los signos de Aries y Libra, respectivamente; en el resto del año está seis meses al Norte y otros seis al Sur; no tienen, pues, en esta línea ni calor ni frío excesivos, y su clima es, por tanto, siempre uniforme.

Esta doctrina exige una demostración más extensa que la expuesta y que no cae dentro de nuestro propósito; solamente la hemos hecho notar, por ser una de las cosas que confirman la exactitud de la opinión que admite la posibilidad de que en esta región el hombre nazca sin madre ni padre.

Algunos cortan la cuestión y resuelven diciendo que Hayy ibn Yaqzan es uno de los que han nacido en esta región, sin madre ni padre. Otros lo niegan, y cuentan la historia de ese asunto en la forma que te vamos a referir.

Opinión de los que creen a Hayy hijo de una princesa, que para evitar el deshonor se ve obligada a abandonarlo, arrojándolo al mar

Dicen que enfrente de esta isla en la que Hayy vivió, había otra, más grande, de playas extensas, de muchas riquezas y muy populosa, en la cual reinaba un hombre de carácter altanero y orgulloso. Este rey tenía una hermana, a quien impedía contraer matrimonio. Rechazaba todos los pretendientes, por no encontrar ninguno que le pareciera digno de ella. La joven tenía un vecino, llamado Yaqzan, con quien casó secretamente, según uso permitido por la religión dominante entonces en aquel país. Ella concibió de él y parió un niño. Y temiendo que se descubriese su deshonor y se revelase su secreto, colocó al niño (después de haberle dado el pecho) en una caja, cuya cerradura aseguró; salió con su preciosa carga al principio de la noche, acompañada de sus esclavas y personas de confianza, hacia la orilla del mar, llevando su corazón abrasado de amor hacia el niño y lleno de temor por su causa. Luego, se despidió de él diciendo:

«¡Oh, Dios! Tú eres quien ha creado este niño, que no era nada ; Tú lo has alimentado en lo profundo de mis entrañas y Tú te has cuidado de él hasta que ha estado acabado y perfecto. Temerosa de este rey violento, orgulloso y terco, yo lo confío a tu bondad, y espero que le concederás tu favor. Está a su lado y no lo abandones, ¡oh, el más piadoso de los piadosos!». Después arrojó la caja al agua. Una ola impetuosa la arrastró y la llevó, durante la noche, a la playa de la vecina isla, anteriormente citada.

Hayy, salvado en tierra, es recogido por una gacela

La marea llegaba en aquel entonces a un lugar al que no podía alcanzar hasta pasado un año. La ola llevó la caja a un bosquecillo de espesa maleza, de suelo agradable, resguardado contra los vientos y la lluvia, a cubierto del sol, cuyos rayos «no podían penetrar allí, mientras que subía ni mientras que bajaba».

Después la marea empezó a bajar, y la caja quedó en aquel sitio. Las arenas subieron, hasta el punto de impedir la entrada de agua al bosquecillo y de no permitir que las olas llegaran hasta él.

Cuando el movimiento del agua arrojó la caja a este lugar, se habían roto sus cerraduras y desunido las tablas. El niño, atormentado por el hambre, comenzó a llorar, a sollozar y a intentar moverse. Su llanto llegó a oídos de una gacela, que había perdido su cría. El animal siguió la voz creyendo que era la de su cachorro, y llegó hasta la caja. Intentó abrirla con sus pezuñas, a la vez que el niño, desde dentro, empujaba al moverse, hasta que saltó una tabla de la caja. La gacela tuvo compasión del niño, sintió cariño hacia él y le presentó sus pezones, dándole de mamar toda la leche que él quiso. Después no dejó de visitarle, y le crió apartándole de todos los peligros.

Tales son los principios de la historia de Hayy, según los que niegan el nacimiento sin padre ni madre. Después contaremos nosotros cómo se crió y los progresos que tuvo hasta alcanzar la más alta perfección.

Explicación que dan los partidarios del nacimiento de Hayy por generación espontánea

Los que opinan que nació sin padre ni madre, dicen: Que en el centro de esta isla existía una arcilla o tierra que había fermentado en el transcurso de los años, de manera que el calor y el frío, la humedad y la sequedad se habían mezclado en ellas por partes iguales y con perfecto equilibrio de fuerzas. Era la fermentada una cantidad muy grande, y parte de ella superaba a la otra por la exactitud de la composición y por la disposición para formar los humores seminales. La parte central de aquella tierra era la más proporcionada y la que tenía un parecido más perfecto con el compuesto humano; al agitarse, produjo, por causa de su viscosidad, unas burbujas, como las del agua que hierve. En el centro de ella apareció una burbuja pequeñísima, dividida en dos partes por una finísima membrana, y llena de un cuerpo sutil, aéreo, constituido exactamente según las convenientes proporciones. Entonces se unió a este cuerpo el espíritu que emana de Dios, con una unión tan perfecta, que ni los sentidos ni la razón pueden concebir que se separe.

Emanación del espíritu

Pues está demostrado que este espíritu emana perennemente de Dios, el Glorioso, el Alto. Es comparable a la luz del sol, que constantemente se extiende sobre el mundo. Hay cuerpos que no reflejan su luz, como es el aire muy transparente. Hay otros que la reflejan en parte; tales son los opacos no pulimentados; estos difieren en cuanto a la reflexión, y, en la misma forma, respecto a sus colores. Y otros cuerpos la reflejan en el más alto grado; éstos son los pulimentados, como los espejos y sus semejantes; y si los espejos son cóncavos de una forma determinada, se produce en ellos el fuego por el exceso de luz. Lo mismo es el alma, que emana de Dios: fluye, se extiende sobre todos los seres. Y hay algunos que no manifiestan los vestigios de ella, porque les falta aptitud; tales son los minerales, que no tienen vida: corresponden al aire en el ejemplo citado. Otros hay que los muestran, según sus diversas aptitudes; así, las distintas clases de plantas; corresponden a los cuerpos opacos del mismo ejemplo. Y otros que lo hacen completamente; tales son las diversas especies de animales: corresponden a los cuerpos pulimentados en el ejemplo anterior. Hay cuerpos pulimentados que tienen una gran capacidad receptiva de la luz del sol, hasta el punto de reflejar una imagen semejante. Así también entre los animales los hay que reciben muy fácilmente el espíritu, hasta el punto de que lo reflejan y son hechos a su imagen. El hombre es el más especial de estos animales y a él se alude en el dicho del Profeta: (¡bendígale Dios y sálvelo!) «Creó Dios a Adán a su imagen». Y si en el hombre se robustece esta imagen, hasta el extremo de que las demás imágenes o formas se desvanezcan ante aquélla, quedando sola y consumiendo la majestad de sus esplendores todo cuanto la misma alcanza, entonces viene el hombre a ser algo así como el espejo cóncavo que incendia todos los demás objetos en el ejemplo anterior. Tal cosa no acaece sino en los Profetas (¡las bendiciones de Dios sean sobre ellos!). Todo está demostrado en los lugares correspondientes.

Pero, en fin, veamos qué es lo que opinan quienes creen en este modo de generación.

Las potencias se someten al espíritu

Una vez que el espíritu -dicen- fue fijado en aquel lugar, se le sometieron todas las potencias y se inclinaron completamente ante él por orden de Dios.

Enfrente de este receptáculo se formó otra burbuja, dividida en tres compartimentos, a los que separaba una membrana finísima y comunicantes por aberturas, llenos de un cuerpo aeriforme parecido al que ocupa el recinto primero, pero todavía más tenue que él; en estos tres departamentos, divididos de una sola concavidad, se alojaron una porción de aquellas potencias que se habían sometido al primer espíritu. Éstas fueron encargadas de guardar a las otras, de cuidarlas y de hacer llegar al espíritu, colocado en el primer receptáculo, todas las modificaciones, pequeñas o grandes, que en ellas se observasen.

Enfrente del primero, por la parte opuesta al segundo receptáculo, se formó una tercera burbuja, llena de un cuerpo aeriforme, pero más denso que los dos primeros, y en el cual se alojó otra parte de las potencias sometidas, que fue encargada de guardarlas y cuidarlas.

Los tres departamentos fueron lo primero que se formó de la arcilla fermentada, por el orden que hemos dicho. Tenían necesidad unos de otros: el primero necesitaba de los demás para hacerse servir y obedecer, y éstos de aquél, como los dirigidos precisan del director, y los gobernados del gobernante; todos eran, por razón de los miembros formados de ellos, gobernantes y no gobernados; uno, el segundo, era superior al tercero en poder directivo.

Formación del corazón y del resto del cuerpo

El primero de estos tres, una vez que se le unió el espíritu y se desarrolló su calor, tomó la figura cónica del fuego; el cuerpo denso que lo rodeaba, la tomó también, y vino a ser una carne dura, por encima de la cual se formo una envoltura membranácea que la protegía. La totalidad de este órgano se llamó corazón. Como el calor produce la disolución y destrucción de los humores, este órgano necesitaba de alguna cosa que lo repusiese, lo alimentase y le restituyera continuamente lo que perdía y sin lo cual no podía subsistir; también necesitaba percibir lo que le convenía, para adquirirlo, y lo que le era contrario, para rechazarlo. Uno de los órganos, por medio de las potencias, de las que era asiento y origen, se encargó de satisfacerle la primera necesidad; y el otro órgano se encargó de subvenir a la segunda. El encargado de la percepción fue el cerebro; y el de la alimentación, el hígado. Estos dos órganos necesitaban del corazón, para que los proveyese de su calor y de las fuerzas peculiares a cada uno de los dos, pero originarias de aquél. Para esto se formó entre los citados órganos una red de sendas y de caminos, unos más anchos que otros, según pedía la necesidad: las arterias y las venas.

Después siguen describiendo los partidarios de esta teoría la creación de todo el cuerpo, en la forma en que los físicos entienden que se desarrolla el embrión en la matriz, sin omitir detalle, hasta llegar a la formación completa del organismo y de sus miembros, y hasta el momento en que el feto está preparado para salir del vientre de la madre. En toda esta exposición, han acudido a la hipótesis de la arcilla grande y fermentada, que era apta para sacar de ella todo lo que es preciso en la formación del hombre: las membranas que protegen el feto. Cuando estuvo completamente formado, estas envolturas se separaron de él, como ocurre en el parto, y se abrió el resto de la arcilla por acción de la sequedad. Después, el niño empezó a gritar, a causa de la falta de alimento y acuciado por el hambre. Una gacela que había perdido la cría, vino en su auxilio.

Hayy es criado por la gacela y vive los primeros años entre estos animales

Desde aquí coinciden los partidarios de la segunda versión con los de la primera, respecto al crecimiento del niño. Dicen, de común acuerdo, que la gacela que lo había recogido, encontró pastos abundantes y fuertes y engordó; tuvo mucha leche, hasta el extremo de criarlo de la mejor manera posible. Estaba con él, sin apartarse de su lado más que cuando le obligaba la necesidad de ir a pacer. El niño se acostumbró de tal modo a la gacela, que, cuando se retardaba, con su llanto la hacía volver apresuradamente a su lado.

Creció el niño, en esta isla, libre de animales dañinos, criándose con la leche de la gacela, hasta alcanzar los dos años de edad. Aprendió a andar y echó los dientes. El niño la seguía, y ella era buena y complaciente con él. Lo llevaba a los sitios en que había árboles frutales, y le daba a comer los frutos que se caían del árbol, dulces y maduros; si tenían cáscara dura, los partía con sus muelas; cuando él volvía a las ubres, lo amamantaba; cuando quería agua, lo llevaba a abrevar; si el sol le molestaba, lo ponía a la sombra; si tenía frío, lo calentaba; y al llegar la noche, conducíale a su primera guarida y lo cubría con su mismo cuerpo y con plumas que quedaban allí, resto de las que había en la caja en que lo arrojaron al mar. Un rebaño de gacelas tenía costumbre de acompañarles al pasto por la mañana y por la tarde, y de pasar la noche en el mismo lugar que ellos. El niño siguió viviendo con las gacelas en la forma dicha; imitaba los gritos de ellas con su voz, hasta el punto de no hallarse diferencia entre ambos, y del mismo modo reproducía, con gran exactitud, todos los cantos de pájaros o gritos de otras especies de animales que oía. Pero lo que mejor imitaba eran los gritos que daban las gacelas en demanda de socorro, para comunicarse, para pedir algo o para rechazarlo; porque los animales en cada uno de estos distintos estados, dan un grito diferente. Ellos y Hayy se conocían mutuamente, y no se repelían ni se trataban como extraños. Cuando se habían fijado en el espíritu del niño las representaciones de las cosas, una vez desaparecida su percepción actual, nacía en él o el deseo hacia algunas de ellas, o la aversión respecto de otras.

Observa Hayy las diferencias que tiene respecto de los demás animales, viéndose inferior a ellos

A la vez que todo esto, él miraba a los demás animales y los veía revestidos de pelo, de lana o de pluma; observaba su rapidez para la carrera, su fuerza y las armas de que estaban dotados para rechazar al que los persiguiese, como, por ejemplo, los cuernos, los colmillos, los cascos, los espolones, las garras.

Luego, contemplándose a sí mismo, veía su desnudez, su falta de armas, su lentitud para la carrera, su poca fuerza respecto de los animales que le disputaban los frutos, que se los apropiaban en contra de su voluntad y le vencían en la lucha, sin que pudiese repelerlos ni escapar de ninguno de ellos.

Veía también que a sus compañeros, los hijos de las gacelas, les salían cuernos que primeramente no tenían; que se volvían fuertes en la carrera, cuando antes eran débiles. Y en sí mismo no veía nada de esto; reflexionaba acerca de ello y no encontraba la causa. Y al no hallar en sí mismo ningún parecido con los animales, los juzgaba deformes o enfermos. Se puso a observar los esfínteres en los otros animales, y vio que estaban resguardados: el anal por las colas; el urinario por pelos o cosa parecida, además de que sus uretras estaban más ocultas que la de él. Estas observaciones le afligían y atormentaban.

A los siete años de edad, Hayy se viste con hojas de los árboles y emplea varas como armas en su lucha con los animales

Como su tristeza por tal causa se prolongase mucho tiempo y, llegando a tener cerca de siete años, desesperase de alcanzar aquellas cosas cuya falta le producía dolor, cogió hojas grandes de árboles, y unas se las puso por detrás y otras por delante, e hizo con hojas de palmera y de esparto un cinturón que rodeó a su cuerpo, con el cual sujetó las hojas. Pero éstas tardaron poco tiempo en marchitarse, secarse y caer. Siguió cogiendo otras y las colocaba en capas superpuestas; quizá duraban algo más, pero siempre poquísimo tiempo. Tomó ramas de árboles como lanzones, las igualó en sus extremos, las unió por las puntas y las empleaba contra los animales con quienes peleaba, atacando a los más débiles y resistiendo a los más fuertes. Entonces concibió cierta idea de su poder y vio que su mano tenía una gran superioridad sobre las garras de los animales, puesto que con ella le era posible cubrir sus vergüenzas y coger bastones con los que se defendía de los seres que le rodeaban, lo cual le permitía pasarse sin cola y sin armas naturales.

Se viste con las plumas y la piel de un águila muerta

Durante este intervalo creció y sobrepasó los siete años de edad. Siguió teniendo el cuidado de renovar las hojas con que se cubría. Entonces le ocurrió la idea de coger la cola de un animal muerto para colocársela él mismo; sólo que como había visto que los animales vivos se guardaban de los muertos y huían de ellos, no se atrevía a hacerlo; hasta que un día encontró por casualidad un águila muerta y pudo realizar su deseo. Aprovechó la ocasión viendo que los animales no se asustaban de ella, y se dirigió adonde estaba; cortó las alas y la cola, enteras y cabales; le arrancó el plumaje; quitóle el resto de la piel y la dividió en dos partes: una se la colocó él mismo a la espalda, y la otra sobre el ombligo y las partes pudendas; colgóse la cola sobre el trasero y las dos alas sobre sus brazos. Hayy adquirió así un vestido con que cubrirse y calentarse y con que imponer respeto a todos los animales, hasta el punto de que ninguno peleaba con él, ni le resistía, ni se le acercaba ya más, excepto la gacela que lo había amamantado y criado; ambos, jamás se separaron.

Muerte de la gacela: Hayy trata de explicarse este fenómeno

La gacela envejeció y enfermó. Hayy la llevaba adonde había buenos pastos, le cogía frutos dulces y se los daba a comer. Pero la debilidad y la extenuación no dejaron de seguir en aumento, hasta que al fin le sobrevino la muerte; pararon todos sus movimientos y cesaron todos sus actos. Cuando el niño la vio en aquel estado, se afligió vehementísimamente y poco faltó para que muriese de dolor.

Llamábala con el grito con que ordinariamente se buscaban, alzando la voz todo lo fuerte que podía; pero no veía en ella ningún movimiento ni cambio alguno.

Miraba sus orejas y sus ojos y no observaba en ellos daño manifiesto; asimismo miraba sus restantes miembros, y en ninguno de ellos encontraba lesiones.

Deseaba ardientemente descubrir el lugar donde radicase el mal, para quitárselo, y que volviese al estado anterior; pero nada de esto se le manifestaba, y él nada podía hacer.