portada

CARLOS ILLADES. Doctor en historia, profesor-investigador de tiempo completo en el Departamento de Filosofía de la UAM-Iztapalapa y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Su libro Las otras ideas. El primer socialismo en México, 1850-1935 (2008) recibió el premio Gastón García Cantú.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

GUERRERO

CARLOS ILLADES
 
 

Guerrero

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2010
Segunda edición, 2011
Primera edición electrónica, 2016

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contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

 

Para

CARLOS MONTEMAYOR,

in memoriam

 

PREFACIO

EL ACTUAL ESTADO DE GUERRERO ha sido escenario de muchos acontecimientos cruciales de la historia nacional; es por eso que las marcas en el tiempo que periodizan esta historia (Independencia, Reforma y Revolución), las que señalan un antes y un después, prácticamente son idénticas. Fundidas en su origen las historias del sur y del país, lo ocurrido en aquél habitualmente ha sido un síntoma de lo que pasa en éste, la evidencia puntual de lo que no debemos olvidar.

Hace 200 años, la escasa población, la pobreza, las enfermedades y la virtual incomunicación eran los rasgos característicos de esta porción del territorio suriano que bajaba desde la sierra hacia sus costas, mientras que la minería y el comercio ultramarino ofrecían los vínculos más importantes con el exterior, signos de la prosperidad compartida por Taxco y Acapulco. Esa geografía económica también distribuía en el espacio el color y la cultura de su gente: la sierra para el indio, la costa para el mulato y el negro, el real de minas para el blanco. La Constitución de Cádiz de 1812 los convirtió a todos en españoles; la de Apatzingán de 1814, en americanos; la federal de 1824, en mexicanos. No obstante, ninguna abolió las diferencias, aminoró las desigualdades, los movió de lugar o mejoró su suerte.

Aunque las comunicaciones crecieron apreciablemente durante el siglo pasado, están aún lejos de ser suficientes debido al tamaño de la población y a la extensión territorial de Guerrero. Muchos pueblos de la montaña y otros de ambas costas todavía carecen de caminos pavimentados y la telefonía aún no llega a puntos remotos y de difícil acceso. En estos sitios, la población y la actividad económica resintieron los efectos del rezago. Otros lugares, por ejemplo los situados a lo largo del eje México-Acapulco, tuvieron condiciones más favorables y un desarrollo relativamente superior. El ferrocarril sólo llegó a la región norte de la entidad, la más beneficiada durante el Porfiriato. Iguala tuvo entonces una expansión comercial apreciable, convirtiéndose en el centro del intercambio regional, sobre todo el dirigido hacia el norte y la Tierra Caliente. Las industrias aceitera y jabonera también se desarrollaron en aquella ciudad. Ni la agricultura tecnificada ni la industria de transformación arraigaron en la entidad y, no obstante que desde la segunda mitad del siglo XX comenzó el despegue de la industria turística atrayendo a las migraciones internas hacia la periferia de Acapulco, sus beneficios han resultado insuficientes.

El relativo aislamiento del suelo guerrerense lo convirtió en retaguardia segura en tiempos de guerra. Hidalgo instruyó a Morelos para ocupar Acapulco e insurreccionar el sur en 1811; Chilpancingo ofreció las garantías suficientes para desarrollar el Congreso de noviembre de 1813, el cual proclamó la Independencia; Guerrero articuló desde allí la guerra de guerrillas en contra del ejército realista. Y Obregón viajó escondido en el Ferrocarril del Balsas para después hablar a los chilpancingueños la noche del 20 de abril de 1920, comunicándoles que desconocía al Primer Jefe del constitucionalismo.

Como en el resto de la República, en el siglo XIX se formaron en Guerrero cacicazgos locales ante la falta de un Estado nacional consolidado y solvente, las guerras civiles y los conflictos internacionales del país, el escaso desarrollo económico y la precariedad de una sociedad civil que apenas comenzó a configurarse con el orden liberal. Desde Ayutla hasta Huitzuco, pasando por Zumpango y Chilpancingo, se extendieron estos intermediarios políticos, debilitados tan sólo parcialmente por la dictadura porfiriana, y vueltos a nacer durante la Revolución. El aislamiento geográfico de la entidad, a la que la modernidad representada por el ferrocarril prácticamente pasó de lado, tuvo un papel en la conformación anacrónica de su sociedad política.

Pero este aislamiento, aunado tanto a la segmentación de su población como a la desigualdad social y regional, también cohesionó a la población localmente y contribuyó a levantar ejércitos con facilidad en épocas de urgencia: los combativos mulatos que acompañaron a Hermenegildo Galeana en la Costa Grande durante la Independencia; los indígenas que siguieron a Juan Álvarez en la Revolución de Ayutla; los rancheros de Huitzuco en la Revolución; el movimiento de los hermanos Vidales en Acapulco y en la costa en los años sonorenses; la guerrilla en la sierra de Atoyac durante la década de 1970.

Pobre y atrasado, aislado y marginal, Guerrero ha tenido sin embargo un papel activo en la nación, fundamentalmente en razón de una inestabilidad política que arrastró desde el siglo antepasado —producto combinado de la precariedad económica, la enorme desigualdad social y la debilidad institucional del Estado— y de una continua movilización popular. No pocas veces el futuro del país se decidió en su territorio y los sucesos guerrerenses lo pusieron en vilo. Ahora nos corresponde a nosotros narrar de manera ordenada esta historia, buscar lo dejado en el camino para encontrar el origen de muchos problemas y fracasos, y tratar de elucidar por qué fue así.

 

Agradezco al Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana el respaldo y las facilidades con que conté para concluir este libro, de cuya redacción me ocupé gracias a la amable invitación de la doctora Alicia Hernández Chávez. Dejo al buen juicio de los lectores el balance de sus aciertos, errores y omisiones.

Chapultepec, abril de 2010

PRIMERA PARTE

EL SUR

El territorio suriano estuvo poblado desde mucho antes de la llegada de los españoles. Olmecas, tarascos y mexicas dejaron su huella en él. Durante la época colonial, Taxco y Acapulco se vincularon con las economías más dinámicas del planeta, que florecían en algunas regiones de Europa y Asia, a través de las triangulaciones comerciales establecidas por el Imperio español. La guerra de Independencia interrelacionó al sur con el resto de la nación, debido a la gran participación regional durante la lucha armada. Esta tendencia se consolidó en la guerra contra Estados Unidos y con la revolución de Ayutla, que puso fin a la dictadura de Antonio López de Santa Anna y dio paso a la reforma liberal. Para entonces el espacio suriano existía ya como entidad soberana y a la vez como parte de la República. Comenzaremos, pues, por ofrecer un breve repaso de esos cientos de años de historia antes de que el sur fuera Guerrero.

I. EL TERRITORIO Y SUS HABITANTES

EL ESTADO DE GUERRERO SE LOCALIZA entre los 16° 18’ y 18° 48’ de latitud norte, y los 98° 03’ y 102° 12’ de longitud oeste. Limita al norte con los estados de México, Morelos, Puebla y Michoacán; al sur, con el Océano Pacífico; al este con Puebla y Oaxaca; al oeste con Michoacán y el Pacífico. Posee una superficie de 63 754 km2 (3.2% del total del país), con un territorio más bien árido y accidentado, por donde pasa la Sierra Madre del Sur, que lo divide en las vertientes sur y norte. Aquélla desagua directamente en el Pacífico; la otra fluye hacia el Río Balsas, para después descargar sus aguas en el océano.

De topografía variada, que va desde las sierras altas hasta las costas, pasando por valles y planicies, Guerrero posee un litoral de aproximadamente 500 km de longitud y climas diversos. La temporada de lluvias se extiende desde principios de junio a mediados de septiembre. Salvo en la zona montañosa, los índices pluviales son bajos, además de que la distribución de las lluvias es irregular a lo largo del año. Sus áreas verdes están conformadas por pastizales, bosques y tierra apta para la agricultura. Predomina una vegetación compuesta por cuajilotes y órganos, acompañada por bosques de encino, árboles tropicales, carpes, alisos, helechos gigantes, orquídeas, acacias, ficus, tulipanes y parotas. Lomas y barrancas hacen difícil una agricultura fundamentalmente de temporal, conformada por cultivos de copra, mamey, ajonjolí, cacahuate, jícama, cacao, ciruela, coco de agua, chabacano, mango, maíz, café, arroz, caña de azúcar, plátano, chile, jitomate, aguacate, algodón y limón.

La entidad tiene tres formaciones geográficas: la depresión del Río Balsas, la Sierra Madre del Sur y la costa del Océano Pacífico. La primera, en dirección norte, es una amplia zona de tierras bajas que no sobrepasan los 1 000 msnm. La sierra, formada a finales del Cretácico superior, corre paralela al mar, entre la costa y la depresión del Balsas, su río más importante y el segundo con mayor caudal del país. Éste cambia de nombre en su curso y adopta los de los lugares por donde pasa (Zahuapan, Atoyac, Poblano, Mezcala, Balsas y Zacatula), cruza varios estados (Tlaxcala, Puebla, Oaxaca, Guerrero y Michoacán), es frontera natural de dos de ellos (Michoacán y Guerrero) y atraviesa diversas regiones con actividades económicas y niveles de desarrollo desiguales.

Se distinguen cuatro regiones naturales que, aunque diversas, comparten un clima tropical y suelos sedimentarios: la Tierra Caliente, la Montaña, la Costa Grande y la Costa Chica. La primera, situada en la parte baja del Balsas, en los límites con Michoacán, abarca un tercio de la superficie del estado y cuenta con abundantes tierras fértiles, donde abunda una enfermedad endémica conocida como mal del pinto. La Montaña, en la cuenca alta del río, hace frontera con el estado de Puebla y ocupa casi 40% del territorio guerrerense. La Costa Grande es la región que corre desde el puerto de Acapulco hasta la desembocadura del Balsas; cuenta con pastizales, tierras de labor, salinas y yacimientos mineros. La Costa Chica es la superficie comprendida entre Acapulco y el estado de Oaxaca; tiene mucha vegetación, praderas, sabanas y bosques. En ambas costas se encuentra el mosquito que transmite el paludismo. Como carece de grandes caídas de agua, salvo en el Balsas, la entidad recibe energía eléctrica generada en otros estados de la Federación.

Un poco más de la quinta parte de la superficie del estado está cubierta de pastos naturales; en los bosques se encuentran coníferas, pino, oyamel y encino, y sólo una cuarta parte de la tierra es cultivable. Predomina la agricultura de subsistencia, regada por aguas de temporal. Si bien la precipitación promedio no es muy elevada, está por encima de la media nacional, aunque distribuida irregularmente. De acuerdo con los datos de la Comisión Nacional del Agua, entre 1941 y 2001 la entidad tuvo un promedio de 1 107 mm de precipitación anual, mientras el nacional fue del orden de los 772 mm. Ajonjolí, copra, mamey, cacahuate, jícama, cacao, coco de agua, flor de jamaica, chabacano, mango, ciruela, café, arroz, maíz, frijol, sorgo, caña de azúcar, plátano, papaya, limón, jitomate, aguacate y algodón figuran entre sus principales productos agrícolas desde hace mucho tiempo. Guerrero produce principalmente maíz y ocupa el primer lugar en producción de jamaica en la República.

 

MAPA I.1. Las grandes divisiones geográficas

FUENTE: Daniele Dehouve, Entre el caimán y el jaguar. Los pueblos indios de Guerrero, México, CIESAS, 1994, p. 22.

En 2003 la manufactura guerrerense aportaba 0.3% a la producción nacional dentro del ramo, y se concentraba en las industrias de bebidas y tabaco, alimentaria, vestido, madera y muebles, y en la fabricación de artículos de metales preciosos. La minería guerrerense se ubica en el norte del estado y en la cuenca del Río Balsas, y produce mercurio, cinc, plomo, oro y cobre. En la costa existen yacimientos de antimonio, azufre, uranio, tungsteno, titanio, fierro, oro y platino. Para 2008, los tres principales metales producidos en la entidad fueron cinc (7 548 ton), plomo (736 ton) y cobre (710 ton). La inversión extranjera directa desempeñaba un papel marginal, con sólo 174.1 millones de dólares durante el periodo 1999-2009, que representaba 0.1% del total nacional.

CUADRO I.1. Producción forestal (2006)

Productos Toneladas
Coníferas 143 732
Pino 138 430
Oyamel 5 301
Encino 3 533

FUENTE: INEGI, Perspectiva estadística. Guerrero, México, 2009, p. 55.

CUADRO I.2. Producción agrícola (2008)

Productos Toneladas
Maíz en grano 1’403 046
Mango 363 041
Gladiola (gruesa) 238 800
Sorgo forrajero verde 234 339
Copra 163 384
Limón 82 514
Melón 77 218
Plátano 70 668
Sandía 56 276
Sorgo en grano 52 552
Café cereza 49 045
Jitomate 22 539
Papaya 29 041
Tomate verde 11 903
Frijol 11 017
Jamaica 3 773

FUENTE: INEGI, Perspectiva estadística. Guerrero, México, 2009, p. 54.

Con un escaso y tardío desarrollo de las vías de comunicación terrestres, el comercio suriano se concentra en las ciudades más pobladas (Acapulco, Chilpancingo, Iguala, Taxco, Chilapa y Zihuatanejo), las que además poseen los mejores servicios, si bien todas están rodeadas por cinturones de miseria cada vez más amplios. En particular, Acapulco y Zihuatanejo, y en menor medida Taxco, aglutinan la actividad turística, principal fuente de ingresos lícitos de la entidad. Y tanto Chilpancingo como Acapulco reúnen a buena parte de la burocracia estatal, además de contar con el grueso de la oferta en educación superior.

Si bien en las últimas décadas creció la oferta educativa de las universidades particulares y la enseñanza tecnológica, la mayor parte de la educación superior descansa aún en la universidad pública, que actualmente imparte docencia en los niveles medio superior, superior y de posgrado; cuenta con 34 licenciaturas y 29 programas de posgrado. De éstos, las maestrías en ciencias biomédicas y en matemáticas educativas forman parte del Programa Nacional de Posgrado de Calidad del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Para el ciclo escolar 2008-2009 había 49500 alumnos inscritos en el nivel superior en todo el estado.

Hay en Guerrero 81 municipios. La población suriana es tan diversa como su geografía. Aunque predominan los mestizos, también existe un apreciable número de indígenas (nahuas, tlapanecos y amuzgos), sobre todo en la Región de la Montaña y también en la parte central del estado; negros y mulatos habitan la costa, y una minoría blanca está dispersa en las principales ciudades. Esta variedad étnica constituye el sustrato de la diversidad cultural que presenta la entidad, debida, junto con la topografía, a la falta de integración que históricamente ha padecido el territorio. Asimismo, la mayoría de los guerrerenses son católicos; de acuerdo con las estadísticas censales del 2000, 2’359 763 surianos mayores de cinco años dijeron profesar ese credo, lo que representaba 89.2%; 117 511 eran protestantes (4.4%); 52 026 eran bíblicos no evangélicos (2%), y 81 366 (3.1%) no tenían religión alguna. Aunque el porcentaje del catolicismo del estado rebasa ligeramente el promedio nacional, las cifras corresponden a la tendencia general del país.

Los platillos típicos de la entidad son los moles rojo y verde, clemole, ayomole, huaxmole y todos los chilmoles o salsas de chile; las tortillas, memelas, picadas, chalupas, tostadas, totopos; el pozole blanco y verde, y el de elote o elopozole. También el pan de trigo, blanco o bizcocho, incluyendo las “chilpancingueñas”, las semitas tixtlecas y el marquesote chilapeño. Entre las bebidas de mayor consumo están el atole, el chocolate, el café, diversas infusiones (toronjil, hojas de toronjo, flores de naranja y limón, yerbabuena, manzanilla) y el mezcal.

II. ÉPOCA PREHISPÁNICA

DESDE EL VIRREINATO COMENZÓ EL INTERÉS por conocer el pasado precolombino. En búsqueda o como consecuencia de la conquista espiritual, sacerdotes y misioneros rescataron las antigüedades indígenas intentando aproximarse a la cultura de los indios, aun si la consideraban pagana. En este empeño se destacaron los frailes Bernardino de Sahagún y Diego de Landa. Varios años después Carlos de Sigüenza y Góngora y Lorenzo Boturini continuarían esa labor.

Si bien la Ilustración europea fue hostil hacia el pasado indígena, la exaltación de lo autóctono corrió por cuenta de criollos como el veracruzano Francisco Javier Clavijero, cuya Historia antigua de México habla del medio geográfico americano tanto como de la historia y cultura precolombinas. La veta protonacionalista de la obra de Sigüenza y Góngora se desplegó en la visión histórica de Clavijero, tan asombrado por los logros culturales de la civilización mesoamericana, a su juicio comparables a los habidos durante la antigüedad clásica. En el México independiente, viajeros extranjeros visitaron, exploraron, explotaron y dibujaron las ruinas arqueológicas mesoamericanas, mientras estudiosos y autoridades mexicanas fundaban en 1825 el Museo Nacional, en la calle de Moneda. Entrado el Porfiriato, Leopoldo Batres excavó, rescató, destruyó y rehízo monumentos prehispánicos en zonas tan importantes como Teotihuacan y Mitla.

El punto de partida de la arqueología guerrerense fueron las exploraciones emprendidas por William Niven, quien viajó por el Balsas medio, Xalitla, Xochipala, Yesta, El Naranjo y Zumpango del Río hacia finales del siglo XIX. Algunos de sus hallazgos todavía se pueden contemplar en el Museo de Historia Natural de la ciudad de Nueva York. Los mexicanos José García Payón, Pedro R. Hendrichs Pérez y Miguel Covarrubias realizaron sus propias pesquisas durante la segunda Guerra Mundial. Hendrichs Pérez, agente viajero y arqueólogo aficionado, dejó nota de algunas de sus indagaciones en Por tierras ignotas. Viajes y observaciones por la región del río Balsas, publicado en 1946. Covarrubias, estudioso de la cultura de Mezcala, documentó la influencia olmeca en la entidad. Vendrían también los trabajos de campo de Robert H. Barlow, Roberto J. Weitlaner, Pedro Armillas, Robert H. Lister, Ignacio Bernal, Paul Schmidt y Jaime Litvak.

Veinte mil años tardó el hombre en poblar el continente americano. En Mesoamérica transcurrieron casi 10 000 años para que abandonara su vida de cazador y recolector para dedicarse a la agricultura, con el empleo de sistemas de terraza y roza, la siembra de terrenos de fundo húmedo, las chinampas y la irrigación. Domesticó el maíz en el Valle de Puebla 3 500 años antes de la era cristiana. En Puerto Marqués, cerca de la Bahía de Acapulco, hay rastros de cerámica Pox de alrededor del 2300 a.C., indicativa del tránsito de economías basadas en la apropiación de los recursos naturales a otras sustentadas en la producción de bienes de consumo; por su antigüedad, podría tratarse de una de las primeras producciones del área cultural mesoamericana. Durante el Preclásico, en la Costa Grande se elaboraron figurillas al pastillaje, en Mezcala; se perfeccionó la escultura lítica, y en la desembocadura del Balsas aparecen vasijas de cerámica típicas del complejo arqueológico Capacha.

La arqueología documenta sucesivas influencias de las grandes civilizaciones precolombinas en el territorio guerrerense: la olmeca (800 a.C.-400 d.C.), la teotihuacana (400-900 d.C.) y la tolteca (900-1200 d.C.); en tanto que los estudios etnohistóricos muestran para el Posclásico la presencia lingüística (y étnica) del chontal (al norte), tuzteco, cuitlateco (en la cuenca del Balsas), tlapaneco (al sur de la Sierra de Tlapa), tepuzteco (entre la costa y Tlacotepec), tlacihuizteco, tisteco, coyutumateco, camoteco, texcateco, chumbia, amuzgo, ayacasteco, huehueteco, quauhteco, zapoteco, entre otros. Estos grupos constituían sociedades jerarquizadas, tributarias de alimentos, textiles y servicios.

La olmeca fue la cultura madre de la civilización mesoamericana, el equivalente americano de los sumerios, escribiría Jacques Soustelle; su núcleo se desarrolló en los actuales estados de Tabasco y Veracruz, pero también extendió su presencia al Valle de México, como se observa en la necrópolis de Tlatilco; al área maya, donde su influencia fue notablemente menor, y a la costa del Pacífico. En el actual Guerrero se localizan pinturas olmecas en las grutas de Juxtlahuaca y Oxtotitlán. Es posible que las figurillas de Xochipila tuvieran esa misma procedencia. También hay objetos olmecas en la Costa Grande, en Zumpango del Río y en los límites con Puebla y Morelos, e influencias diversas destacan en las grandes esculturas de San Miguel Amuco y Teopantecuanitlán, y en figurillas de barro y piedra dispersas por muchas áreas del estado, ya sea en Tierra Caliente, el centro, las costas y la Montaña.

Señala Eric Wolf que Mesoamérica padeció la dispersión de sus pueblos; sin embargo, cuando logró superarla y establecer un sistema integrado, el punto de unión siempre fue un poder situado en el Altiplano Central. Pero, debido a que en Mesoamérica no hubo grandes obras hidráulicas como en Mesopotamia, el Valle del Nilo, China o Perú, esta situación menguó el despotismo estatal, a pesar de tratarse de una sociedad agraria altamente dependiente del acceso a caudales de agua poco abundantes. En el centro de México, la cultura urbana más significativa del periodo Clásico —que va aproximadamente del 200 al 900— fue la teotihuacana. La metrópoli, situada en un punto estratégico entre los valles de México y Puebla, fue a la vez centro religioso, político, administrativo y económico. Su arquitectura revela una sociedad compleja, en la que coexistían sacerdotes, alta burocracia, jefes militares, artesanos y colonias extranjeras. De acuerdo con los descubrimientos realizados por René Millon, hacia 750 la ciudad fue saqueada e incendiada.

Los arqueólogos consideran que en Guerrero hay algunos elementos de la cultura teotihuacana, como el uso arquitectónico del talud y el tablero. En Chilpancingo se encontraron estas estructuras arquitectónicas, y en Acapulco, Costa Grande, el Balsas medio y Placeres del Oro se localizó cerámica teotihuacana. Las estelas 1 y 2 de Tepecuacuilco, guardadas en el Museo Nacional de Antropología e Historia, muestran personajes ricamente ataviados, colocados verticalmente, con los pies acomodados en una sola línea, las puntas hacia fuera y calzados con lujosas sandalias; se cree que son la representación de Tláloc y Chalchiuhtlicue. La influencia teotihuacana también se aprecia en Tlapa, dado que los habitantes del sitio fueron el único pueblo mesoamericano que compartió con Teotihuacan la cuenta calendárica de 2 a 14. Cerca de Tepecoacuilco se descubrieron representaciones de Tláloc y Chalchiuhtlicue. Otras estelas (localizadas en Acatempan, San Miguel Totolapan y Acapulco) indican un posible contacto con la metrópoli del Altiplano.

La Triple Alianza extendió sus dominios después de 1428: empezó por someter a otros señoríos del Valle de México; posteriormente sojuzgó Cuernavaca y Tula y realizó incursiones en el norte de Guerrero; al paso del tiempo, conquistó la Costa Grande, parte de la Costa Chica, Chilapa y Tlapa; grupos nahuas migraron a la región y seis de sus pueblos se convirtieron en tributarios, como se aprecia en los códices: Tlachco (hoy Taxco), Tepecuacuilco (que en la época prehispánica abarcaba la zona central de la entidad), Cihuatlán (en la Costa Grande), Tlalcozautitlán, Quiauteopan y Tlapa, situados en el oriente. Yopes y cuitlatecos no quedaron bajo su dominio, y conformaron señoríos autónomos hasta la conquista española. Curiosamente, los mexicas adoptaron el culto a uno de sus dioses, Xipe Totec, el señor de los desollados y también deidad de los orfebres. Ahuízotl (1486-1502) sometió a la mayor parte del sur. Las excavaciones realizadas en el Templo Mayor, en el centro histórico de la Ciudad de México, han rescatado piezas de procedencia guerrerense.

De las 38 provincias tributarias con que contaba la Triple Alianza hacia 1521, seis pertenecían al actual estado de Guerrero. En ellas se cultivaba maíz, frijol, calabaza, algodón, chile y cacao. Aunque obviamente predominaba la agricultura de temporal, utilizaban el riego en la cuenca del Balsas, y también en el oriente y en la costa, incluso con anterioridad al arribo de los mexicas. Esto permitió entregar a la Triple Alianza grandes cantidades de tejidos de algodón, además de maíz, chía, frijol y cacao; también recibía objetos de alfarería, copal, conchas marinas, barniz amarillo, jícaras, tecomates, oro (rescatado de los ríos de la Costa Chica), turquesas y hachuelas de cobre.