Héctor Palacios



La taza de chocolate
y otras historias



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© Héctor Palacios

Preámbulo



José David Calderón García





Cuando me encuentro en un archivo histórico percibo un perfume muy particular que seduce, y no me refiero a la humedad, al polvo y al cóctel de microorganismos que conviven en las superficies de los cientos de miles de papeles resguardados en este espacio sico. Me refiero al sugerente aroma del pasado delineado por trazos de tinta impregnada en dichos papeles, signos bajo la forma de letras que figuran discursivamente un ayer que permanece ajeno a la memoria y que está a disposición del historiador para ser rescatado del olvido.

En la actualidad, la exigencia académica dicta el culto al documento anclado en ideales positivistas, donde pervive la ilusión rankeana de obtener «lo que realmente sucedió», pero también permite, desde una óptica distinta, la posibilidad de recrear ese pasado concibiendo la escritura de la historia como un artefacto literario, a partir de lo que se ha denominado «giro lingüístico», rompiendo de tajo la división entre la historia y la literatura.

La dicotomía historia-literatura es una necesidad intelectual que insiste en separar dos discursos que se distinguen por lo verdadero o lo ficticio. El primero, por pertenecer al campo científico presume de objetividad y certezas, y se sostiene en el racionalismo emanado de las tesis cartesianas-newtonianas del siglo XIX. El segundo, en cambio, pertenece al campo del arte, de la creación, de la subjetividad, y se sostiene en la simulación de la realidad a partir de la invención.

Con todo esto no quiero decir que ambos campos deban ser igualados: por el contrario, lo que pretendo es abonar a las tesis que pugnan por un acercamiento entre un discurso que finge que el pasado es el que habla en forma de relato, y un discurso imaginativo, netamente ficticio. El propósito es encontrar formas alternativas y creativas de acercarnos al pasado sabiendo que está determinado por las características del presente, y que sólo obtendremos un discurso que figura los acontecimientos narrativamente con recursos literarios.

La preocupación por las pretensiones sobre la verdad quedan en segundo plano cuando entendemos, como dijo Michel de Certeau, que el discurso científico no busca tal sino que diagnostica lo falso, y se sostiene en la demostración del error. Así las cosas, conjugar la escritura de la historia con la literatura es una forma alternativa de acercarnos a un pasado que no conocimos, pero que puede ser recreado perfectamente con estos recursos narrativos. Pensemos en el cuento como un área de oportunidad para jugar con la relación espacio-tiempo y elaborar una historia que nos oriente a elaborar la mejor pregunta, y no la mejor verdad como pretende el cientificismo determinista.

La taza de chocolate y otras historias es una muestra clara de lo que estoy intentando decir, pues Héctor Palacios, autor de esta obra, nos transporta al lejano siglo XVII de la región de Guadalajara, reconstruyendo y dando pistas del entorno sociocultural, al retratar imaginarios y aspectos de la vida cotidiana a través del género narrativo denominado cuento, que bien podríamos bautizar como «cuento histórico».

¡Eso no es historia! Los dedos acusadores apuntan hacia mí. Definitivamente no lo es, al menos no como la entienden aquellos que se arropan bajo las batas blancas del cientificismo; pero sí es un discurso histórico, una potente máquina capaz de generar interpretaciones históricas.

Al principio de este preámbulo hablé de la seducción de las palabras, y eso me hace recordar un excelente libro de Alex Grijelmo, aunque por ahora invito a los lectores a que se dejen seducir por las palabras vertidas en este libro huélanlas, sientan su aroma, permitan que penetren en los lugares más etéreos y livianos de su ser. Al hacerlo, encontrarán en el cuento histórico una excelente alternativa para conocer el pasado, y en términos más ambiciosos, el mejor remedio contra el olvido.



José David Calderón García es historiador y maestro en Comunicación. Premio Estatal de la Juventud (Jalisco, 2008).

Nota del autor





Las historias aquí presentadas están basadas en datos y hechos encontrados en documentos de archivos históricos de Guadalajara, Jalisco. Algunos de esos documentos pasaron por mis manos sin haber tenido el propósito de que así fuera, pues me encontraba haciendo una investigación de archivo de asuntos totalmente distintos a los temas que aquí leerán. No obstante, hubo algo que hizo desviar mi atención hacia esos registros: despertaron en mí esa sensación comúnmente conocida como morbo.

No pude regresar esos papeles a sus cajas así nada más y conformarme con recordar de vez en cuando, de manera anecdótica, su contenido. Había que sacar de algún modo a esos bebés muertos al pie de catedral, a esa mujer de piel oscura corriendo medio desnuda por las calles de la villa de Durango, ensangrentada; o a la mulata atacada por su marido con toda la intención de matarla; esas y más historias merecían ser contadas, todas ellas ocurridas en el siglo XVII, a excepción de una, que es de los primeros años del siglo XVIII.

Se me ocurrió entonces lo siguiente: convertir esa información en narrativa breve, pasarla de la fuente histórica a la ficción literaria, y comencé a buscar, ya de manera metódica, más documentos de ese tipo: que despertaran morbo, mi morbo. Así encontré al hombre que se ocultó en una tumba del templo de San Francisco —en Guadalajara—; también un ahorcamiento que se salió de orden, entre otros. Una vez recopilada la información que sería materia prima, procedí a escribir los textos aquí presentados.

Agradezco a aquellas personas, que, de alguna manera, me acompañaron en el proceso de elaboración de este libro. Justo es mencionar en primer lugar a Erandi Medina, mi principal apoyo en todos sentidos; enseguida, a José David Calderón y a Rafael Villegas, ellos dos, junto con Erandi, fungieron como diablillos que me aconsejaban al oído sobre cómo mejorar este trabajo.

También gracias al doctor Juan Manuel Durán, director de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, por el apoyo e interés brindados a este proyecto. Igualmente gracias a mi hermana Gabriela, a la doctora Melba Falck, y a don Luis Grajales; así como a los encargados de los archivos históricos consultados, que facilitaron el acceso a los documentos referentes.

Sin más, los invito entonces a degustar La taza de chocolate y otras historias.

 





La taza de chocolate y otras historias

El fuego de fray Martín





«Don Jacinto de Pineda, amigo, lo que has de hacer es mirar por tu casa porque a tu mujer le han sucedido desgracias con ese que llaman fray Martín hijo de puta, tu amigo y de tu tierra; de las primeras fue que la quiso matar o al menos herir con un cuchillo…»