Ramón Alvarado Ruiz



Literatura del Crack:
un manifiesto y cinco novelas




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Se editó para publicación digital en julio de 2017



ISBN 978-607-8338-57-3



Editado en México

 





A la memoria de Luis, mi padre (1937-2015).



A la inesperada partida de Ignacio Padilla (1968-2016).



A Laura, música y metáfora

El ocaso de un siglo





Cruzar el umbral de un nuevo milenio parece sencillo de mencionar; quizá muchos de quienes hemos tenido esa oportunidad lo hicimos sin considerar la debida trascendencia que ello conlleva en todos los ámbitos de la existencia. Como estudioso de la literatura, no dejo de pensar, guardando las debidas distancias, lo sucedido hace un siglo. El hombre decimonónico, quien ya de por sí había experimentado fuertes cambios, tuvo que afrontar una gran crisis, cuyo ingrediente principal era el caos y la falta de certeza; a partir de ello, se generó un gran trabajo creativo, donde se hizo necesario destruir para construir. La literatura dio cuenta de ese proceso y las vanguardias coronaron el deseo manifiesto de pugnar por una estética diferente que se adaptara a los nuevos tiempos.

Si de México se trata, se inauguró el siglo XX también con el desconcierto producido por una guerra intestina; la Revolución no sólo fue eso, sino también un momento que obligaría a refundar el Estado mexicano en todos los niveles. La producción literaria dio cuenta del caos generado por la incertidumbre y, si bien existieron manifestaciones de vanguardias, no fueron lo suficientemente persistentes en un territorio marcado aún por la falta de progreso. Pese a ello, nuestro país contó con grandes artistas plásticos e intelectuales, cuyas trayectorias, a lo largo del siglo concluido, contribuyeron a cimentar y fortalecer el México de hoy.

En nuestro país, la década andada del siglo XXI es una década compleja y promisoria que acusa las herencias del pasado y las inventivas del presente. Probablemente, en otros ámbitos esto sea más visible, pero, ¿qué pasa con la literatura? ¿En qué punto se encuentra la producción de escritores y quiénes son? ¿Podemos determinar un punto de corte? La tarea no es nada sencilla, sobre todo cuando compartimos un espacio y un tiempo con quienes se encuentran produciendo novelas; autores a caballo entre dos siglos que han recibido el legado de sus antecesores, que deben valorar lo heredado para, una vez sopesado, desechar los lastres y buscar nuevos derroteros.

La elección temática es sobre cinco escritores —invocados como generación del Crack— y sus novelas publicadas a la par de un manifiesto en 1996. Podríamos decir que son el último capítulo de una monumental novela escrita en cien años. Quizá hubiese sido un grupo más y otra propuesta incendiaria destinada a extinguirse, pero, como años antes sucedió con el boom, convergieron eventos diversos que no pueden ser dejados de lado, siendo este acontecimiento realmente significativo en la literatura de México. Ignacio Padilla,1 Eloy Urroz, Ricardo Chávez Castañeda, Pedro Ángel Palou y Jorge Volpi fueron los cinco mosqueteros que, libro en mano, se lanzaron contra el baluarte de las letras mexicanas. Un grupo de amigos cuya «broma en serio» resultó más formal de lo previsto: esto porque en un primer momento fueron objeto de ataques y afrentas; sin embargo, años después cambió su suerte cuando sus obras se hicieron meritorias de reconocimientos.

Hoy en día, cada uno recorre su propia ruta sin olvidar a los compañeros de camino; son muchos años de una amistad literaria fortalecida por medio de obras diversas, un «grupo» de amigos y novelas que va dejando una estela imposible de soslayar. La palabra crack, de manera un tanto adicta, poco a poco ha dejado de ser un término que va desde lo peyorativo hasta lo petulante, para tornarse un referente de nuestra novelística: «la onomatopeya ha ampliado su alcance hasta convertirse en parada obligada en el estudio de la narrativa hispanoamericana del nuevo siglo» (Regalado, 2004, p. 227). Por eso buscamos ir a las fuentes, al punto de partida, ahí donde se gestó una idea que ha quedado forjada en la voz y letra de los ya mencionados cinco escritores, que, como ya anotamos, hicieron público un manifiesto, exponiendo su concepto de literatura y el deseo de recuperar el pasado estableciendo vínculos con él. Esta idea no se quedó en lo abstracto, la hicieron concreta en las cinco novelas del Crack para hacer patente una nueva forma de narrar, ante todo con el «deseo de renovar» el género de la novela. Sus ingredientes esenciales tendrían que ser, desde su perspectiva: «el riesgo, la exigencia, la rigurosidad y esa voluntad totalizadora» («Manifiesto del Crack», 2004, p. 221).

Consideramos que no es de llamar la atención que un grupo de jóvenes decida publicar sus novelas, pero sí la forma de hacerlo y las consecuencias que a ello sucedieron en un medio literario como el de México, con escritores y críticos bien establecidos. Es decir, primero, al hacer uso de un medio «tan provocativo», como lo es un manifiesto, generó inquietud —sobre todo si consideramos que en otro tiempo esa era la manera de expresión de los grupos de vanguardia—; segundo, sobresale la reacción de la crítica, que por los testimonios hemerográficos sabemos que fue despiadada.2 Hay que dar mérito a Tomás Regalado, quien, en el libro Crack. Instrucciones de uso, nos proporciona «Trescientas sesenta y cinco formas de hacer Crack» (2004). Es un capítulo donde realiza una revisión bibliográfica y hemerográfica sobre el Crack y sus autores una vez lanzada su propuesta en 1996; nos ofrece opiniones y testimonios diversos «en sus dimensiones literaria, crítica, editorial, periodística y académica» (p. 228) de aquel momento azaroso.

Según sabemos, la respuesta fue inmediata: se arremetió contra los cinco escritores que pagaron cara la audacia de romper con las individualidades totalizadoras que imponía el canon de la literatura mexicana —no es únicamente una apreciación personal, contamos con los testimonios ya mencionados y otros que posteriormente serán citados en el presente libro—. Casi todos, exceptuando a Palou, tuvieron que salir huyendo del país porque el Crack, como señala Padilla, «fue criticado y desacreditado». No obstante, tres años después llegaron dos reconocimientos: primero, el premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 1999, para Jorge Volpi por su novela En busca de Klingsor; segundo, Ignacio Padilla, un año más tarde, fue galardonado por Amphitryon, con el Premio Primavera de Novela en España. A partir de entonces, «el fenómeno Volpi» ha hecho virar la mirada hacia una camada de escritores que hoy en día son leídos y reconocidos. Para algunos, estamos frente a una nueva generación de novelistas —la generación del Crack—; para otros, no pasan de ser un simple fenómeno mercadológico. Lo que no podemos negar es que son escritores —a la par de otros coetáneos— presentes en las vitrinas de la literatura contemporánea.

Nuestro estudio tiene por objeto remontarnos a la génesis del Crack, lo hicimos notar con antelación. ¿Qué significa esto? Acudir a las fuentes primigenias en 1996, concretamente al «Manifiesto del Crack» y a las cinco novelas: Si volviesen sus majestades (Padilla), Memoria de los días (Palou), La conspiración idiota (Chávez), Las Rémoras (Urroz) y El temperamento melancólico (Volpi). Este es el punto de partida; aquí, ellos mismos han plasmado las características estéticas y estructurales de sus obras, es decir, las novelas son la concreción de sus propuestas y la fuente primera para saber qué es el Crack. Pretendemos abordar al grupo, porque como grupo se presentaron, ¿son una emulación de los Contemporáneos? Es una suposición arriesgada, pero no fuera de tino: ahí está el manifiesto al estilo de las vanguardias; también la complicidad entre ellos y, por qué no, el atractivo —o rechazo— que significaron sus novelas respecto de la estructura y las temáticas.

El propósito en este libro es indagar en el pasado para dejar de lado las opiniones infundadas sobre el grupo y sus propósitos. Revisando materiales diversos —tesis, conferencias, artículos, programas académicos, entre otros— nos hemos percatado de que sigue habiendo mucha desinformación respecto de qué es realmente el Crack. Nos permitimos referir un libro reciente, el de Carlos Fuentes, La gran novela latinoamericana (2011). En dicho ensayo, dedica el escritor un capítulo al Crack, donde pondríamos a consideración lo siguiente: primero, de los cinco firmantes del manifiesto, deja fuera a Ricardo Chávez Castañeda; segundo, sus ideas son más bien apreciaciones personales sobre algunas novelas de ellos, pero no de las publicadas en 1996; tercero, añade a dicho grupo a Cristina Rivera Garza y a Xavier Velasco, que, si bien son destacados escritores, no son parte de dicho colectivo. Tomando como ejemplo lo anterior, pretendemos justificar —entre otros argumentos— un trabajo como éste: el simple término generación nos tendría que llevar a realizar una revisión del pasado de la literatura mexicana desde las obras y no desde un concepto biográfico. Es ahí donde estriba la parte medular de este libro: el análisis narratológico de las cinco novelas, para con ello centrar la discusión en los relatos —que no en la polémica de si generación o grupo—, para saber si de verdad hay o no una propuesta literaria de cara a este nuevo milenio.

En el primer capítulo, presentamos la génesis del Crack y analizamos cómo se gestó la idea y cuáles son sus principios primarios. En dicha primera parte hemos recurrido al material hemerográfico de periódicos como El País, de España (consultado sobre todo en red), para extraer los ecos de aquellos primeros momentos. Importa dar consistencia al año inicial de 1996, dada la relevancia de saber las condiciones en que emerge el grupo; ya que, si consideramos un contexto más amplio, en ese mismo año, en el Cono Sur, aparece una compilación de cuentos publicada por Alberto Fuguet y Sergio Gómez, bajo el provocativo nombre de McOndo. Así, se comienza a agrietar la herencia del boom y a denotar que la literatura debe renovarse. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? Las preguntas quedan abiertas, sobre todo pensando en la coyuntura histórica que ello significa.

Establecidos de manera sucinta los orígenes del grupo, en un segundo momento presentamos un tópico que de manera peculiar cobra relevancia en nuestra literatura: el concepto de generación. Sin duda los escritores del Crack denunciaron un letargo y una falta de propuesta en nuestra literatura; nos hacen evidente el hecho de que asistimos a un cambio de estafeta y de parámetros de la literatura mexicana. Ellos reparan, de manera metafórica, en la nula herencia que recibieron de sus predecesores, teniendo para ello que remontarse a los abuelos y bisabuelos. De ahí que se justifique presentar una mirada a nuestro pasado literario, ante todo para desentrañar lo acaecido con los bisabuelos, es decir, la generación de los 50, como muchos la han llamado, que hoy en día manifiesta sus últimos estertores.

Carlos Fuentes es el principal referente de dicha generación, mas su obra cumbre cumplió ya los cincuenta años, y recientemente se acudió a un magno homenaje donde se veneró a este gran ícono, pero también se preconizaron aires de cambio.3 De ahí que en este trabajo, al hablar de generaciones precedentes, nos centremos en la de mediados de siglo, pero no por ello dejaremos de revisar la geografía literaria del siglo XX, con la intención de analizar dónde ancla el Crack sus raíces. Además, es un grupo como no lo había habido desde los Contemporáneos, o al menos así lo parece —piénsese por ejemplo también en los infrarrealistas—, hecho que no puedo dejar pasar desapercibido, dado que tiempo atrás estos escritores desafiaron la élite literaria con sus irreverencias.

Esta manía de clasificar y de encontrar una filiación parece ser algo propio de nuestra literatura, que no concibe escritura fuera de ciertos parámetros. Un texto fundamental en este capítulo es el de Enrique Krauze, «Cuatro estaciones de la cultura mexicana», publicado en la revista Vuelta en 1981: ahí se establecen los parámetros de cuatro generaciones concebidas en tiempo cronológico. Es un texto breve, pero de repercusión inmediata, ya que con él se ubica a los escritores en etapas cronológicas acordes a su fecha de nacimiento. Krauze no es el primero ni el único en establecer una categorización así: Wigberto Jiménez, por ejemplo, es quien bautiza a la generación de medio siglo (Krauze, 1981, p. 35), con rigor historicista; está también Luis González y González (1984), quien publica La ronda de las generaciones, donde como historiador da cuenta de los grupos que rigieron nuestro país entre los años 1856 y 1958. Ahora bien, el abrevadero al cual recurren estos autores y quien constituye el eslabón primero de esta cadena es Ortega y Gasset. Este filósofo español, en dos textos, a saber, Tema de nuestro tiempo (1924) y En torno a Galileo (1933), planteó la agrupación de escritores a partir de elementos compartidos en común, subrayando además la importancia de ser coetáneos como elemento aglutinante de una generación. Hay que ser claros: no hay estrictamente un así debe ser en la obra del filósofo español; es decir, a partir de sus textos se han entresacado las ideas fundamentales y desde ahí se ha hecho una esquematización para establecer los parámetros correspondientes a una generación.

Con el análisis no pretendemos poner camisa de fuerza al Crack, ya que, como constataremos, el grupo es muy heterogéneo. Lo que buscamos es tratar de entender por qué se utiliza esa concepción, acudir a las raíces de lo expuesto por Krauze para reconocer las claves de su anclaje en la panorámica de la literatura mexicana. Es importante mencionar, de entrada, cómo la crítica ha reiterado la supuesta proclamación del Crack como generación, aduciendo que sus miembros se «autodenominaron generación», cuando en realidad, si acudimos al manifiesto, no hay nada de esto. Los autores sólo señalan: «todo está en las novelas».

De ahí la pregunta: ¿qué es la generación del Crack? ¿Realmente podemos hablar de un grupo conformado con propuestas estéticas olvidadas en la literatura de México? ¿Qué hay después del boom latinoamericano y cuáles son las preocupaciones temáticas?4 ¿Qué autores y qué obras encontramos en la década de los ochenta en México? Éstas son algunas de las preguntas que suelen venir en primera instancia ante el planteamiento nada fácil que se pretende hacer. No es sencillo, porque estaremos trabajando con obras de autores vivos, cuya producción literaria sigue activa; además, las opiniones son diversas y mientras algunos los cuestionan con críticas duras, ellos mismos reconocen que son un grupo de amigos y que coincidieron en cuanto a temática novelística. Las referencias para sustentar esto hay que buscarlas en las palabras atrapadas en la red, donde las opiniones difieren. Por ejemplo, la escritora mexicana Elena Poniatowska (2003) pronuncia: «Cada uno, Volpi, Palou, Urroz, Herrasti, Padilla y Castañeda hace su propuesta estética y cada uno firma su parte, pero a partir de ese momento la prensa los llama La generación del Crack, y las seis declaraciones son satanizadas» (párr. 3).

Es necesario añadir, además, que es importante hablar de generación, ya que cada una tiene sus lecturas, lo cual queda de manifiesto en las obras literarias de manera implícita. Sin duda, Dos Passos, Faulkner y Joyce significaron mucho en la construcción de nuevos mundos narrativos para algunas generaciones, pero quizá ahora han dejado de tener singular relevancia para los nuevos creadores literarios. ¿Dónde está la veta que alimenta a los autores del Crack? ¿Podemos atisbar, por el rabillo de sus obras, el legado cultural tan amplio que de por sí manifiestan? Creemos que sí, y el primer punto de partida, a mi parecer, es sin duda Italo Calvino y un vasto grupo de literatos europeos y latinoamericanos.

Sustentamos lo anterior dado que el «Manifiesto del Crack», el cual abre Palou, inicia con las Seis propuestas para el próximo milenio (1989) del citado escritor italiano, propuestas que, consideramos, se tornan bandera de este grupo y fungen como brújula de la renovación de nuestra literatura. Dichas proposiciones son las que se pretenden rastrear en las obras de apertura del Crack. ¿Sus narrativas constituyen realmente una propuesta para este milenio? ¿Sus obras desarrollan aspectos hasta ahora inéditos o poco abordados en la literatura mexicana?

Podríamos pensar que es un movimiento pasajero, pero no hay que perder de vista lo que se mueve a nivel literario en este amplio contexto que es Latinoamérica. Como ya hemos señalado, en Chile, bajo una antología cuentística, se empezó a hablar también de un movimiento: McOndo. Además, en 2007 tuvo lugar, en Bogotá, una reunión bajo el título de Los 39 menores de 39, a la cual irremediablemente acudió Volpi. Si bien asistió a título personal, creo, sin duda, que de cierta manera lo hizo como representante del Crack. Contextualizando nuestra literatura en el marco amplio de la literatura hispanoamericana, ésta ha vivido ya las dulces mieles del boom latinoamericano, donde antes se fusionó la realidad con la ficción y se buscó, a través de la escritura, crear nuevas realidades que permitieran redimensionar las propias tan complejas. Algo similar lo intentan ahora estos dos movimientos en latitudes distintas: McOndo, en Chile, y el Crack, en México. Son movimientos a los que incluso se les ha titulado como postboom.5

Dedicamos el capítulo tercero a la revisión del manifiesto, ya que resulta interesante cómo retoman una forma propia de las vanguardias; probablemente es lo primero que viene a mente, de ser así, estamos frente a un anacronismo. La revisión, en cuanto a la procedencia del manifiesto, nos permitirá recurrir a una serie de grupos que dentro de nuestra literatura dejaron su impronta. Los autores del Crack dicen que el manifiesto fue «una ocurrencia», «una broma en serio», pero, broma y todo, la intención está más que dicha. Piénsese, por ejemplo, en los Contemporáneos, que, si bien no se cobijaron con un manifiesto, sí hicieron pública una antología que cimbró lo canónico de nuestras letras; más reciente tenemos a los infrarrealistas, quienes sí hicieron un manifiesto para expresar su actitud rebelde.

El análisis de este documento es importante porque, revisando los materiales sobre lo que se ha dicho y hecho sobre el Crack, no pasan de ser comentarios a favor o en contra. Hasta ahora, no se ha realizado una investigación que realice un análisis a profundidad, una crítica del manifiesto, así como de sus obras, para corroborar si son congruentes con sus propuestas estético-literarias. En este proyecto consideraremos únicamente las cinco primeras novelas —ya mencionadas—, todas ellas cobijadas por el «Manifiesto del Crack». El análisis de estos relatos en el cuarto capítulo es el meollo central de este trabajo; para ello tomaremos los presupuestos de la narratología, por considerar que es la idónea para separar historia y discurso, con el fin de tener una guía de análisis acorde también a lo que el Crack aduce como características de sus novelas. Ricardo Chávez escribe en el cuarto apartado del manifiesto, donde habla específicamente de la estructura de las novelas, lo siguiente:



Rehúsan cualquier fórmula masiva o probada. Corren el riesgo de ensayar. Podrá reclamárseles incumplimiento mas no insuficiencia en la ambición: explorar al máximo el género novelístico con temáticas sustanciales y complejas, sus correspondientes proposiciones sintácticas, léxicas, estilísticas; con una polifonía, un barroquismo y una experimentación necesarias; con una rigurosidad libre de complacencias y pretextos («Manifiesto del Crack», 2004, 221-222).



En las novelas están las claves si se quiere saber qué es el Crack, adentrarnos en el análisis es tratar de desentrañar lo que guardan. El manifiesto no deja de ufanar que son novelas exigentes, que se trata de desbrozar una estética olvidada y lo que menos se quiere es seguir engañando al lector. Pero, ¿realmente qué significa todo ello? Desde nuestro punto de vista, los aspectos a continuación mencionados son los característicos de las novelas del Crack, que han sido extraídos del manifiesto. Sobre ellos se centra el análisis con la finalidad de corroborar o no su congruencia con lo expuesto de manera teórica:

1. Que conjunten «todos los tiempos y lugares y ninguno».

2. «Multiplicidad de voces y lotería narrativa».

3. «Continuo desdoblamiento de sus narradores».

4. «Renovar el idioma dentro de sí mismo».

5. «Un mundo múltiple en el cual abundan las historias, superposición de mundos, creación de mundos autónomos».

6. Novelas que «remedan su situación alocada y dislocada».



Así pues, dichos aspectos, en correlación con la estructura de las novelas, serán la guía conducente para elaborar un acercamiento a las narraciones y extraer desde el análisis sus presupuestos. Cada uno de ellos corresponde a un elemento estructural del relato, y son aspectos sobre los cuales se deben sentar los fundamentos de las novelas.

De ahí que, en el capítulo quinto, con un ejercicio crítico-reflexivo, y acudiendo al intertexto de Padilla (2007), Si hace Crack es boom, recogemos las inferencias deducidas del análisis realizado de manera previa. Buscamos en dicho apartado responder si son o no novelas profundas, así como descubrir cuáles son las aportaciones del grupo y si podemos hablar de propuestas para este nuevo milenio. De esa manera cerraremos este libro, sabiendo que hay limitaciones, que el transcurso del tiempo es importante, sobre todo si hablamos, como en este caso, de autores que continúan escribiendo, autores que una vez hecha la comparsa del Crack buscan establecer sus singulares propuestas literarias. Espero que estas palabras sean a la par un aporte para seguir delineando nuestra cartografía literaria, que para nada es estática, ya que se sigue configurando entre las aportaciones, las dudas y las contradicciones.



1 Ignacio Padilla falleció luego de finalizado este escrito. N. del E.

2 Aún cuando ahondaremos sobre ello en el capítulo primero, veamos por ejemplo lo dicho por Guadalupe Sánchez Nettel (1998, p. 46): «El joven Crack merecía abucheos por su atolondramiento y la baja calidad de algunas de sus novelas, no la carnicería de la que han sido objeto, que sólo hace más evidente nuestra avidez por ejercer la profesión de críticos y lo amordazados que nos tiene esta compleja red de intereses (de la que este grupo es sólo un botón)».

3 Nos referimos al celebrado en el 2008, del 10 de noviembre al 3 de diciembre, para celebrar sus 80 años de vida y los 50 de la primera publicación de La región más transparente. Véanse los artículos «Arranca magno homenaje por los 80 años de Carlos Fuentes» (Paul, 2008) y «Homenaje Nacional. Carlos Fuentes 80 años» (2008).

4 Al respecto se puede revisar el libro de Palaversich (2005).

5 Al respecto, se puede leer la revista digital Arcadia, la que en su edición número 23 dedica sus páginas a comentar la reunión de Los 39 menores de 39, llevada a cabo en Colombia. Llama incluso la atención de los dos títulos iniciales: «Sin rastro de Gabo» y «Los asesinos prudentes» (Valencia, 2007).