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Av. Salaverry 2020

Lima 11, Perú

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DESARROLLO A ESCALA HUMANA Y DE LA NATURALEZA

Jürgen Schuldt

1ª edición versión: junio 2013

Diseño de la carátula: Icono Comunicadores

ISBN versión impresa: 978-9972-57-207-4

ISBN e-book: 978-9972-57-248-7

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2012-13602

BUP

Schuldt, Jürgen.

Desarrollo a escala humana y de la naturaleza / Jürgen Schuldt. -- Lima : Universidad del Pacífico, 2012.

232 p.

 

1. Crecimiento económico

2. Desarrollo económico y social

3. Desarrollo humano

4. Crecimiento económico--Aspectos ambientales

5. Universidad del Pacífico (Lima)

338.9 (SCDD)

 

Miembro de la Asociación Peruana de Editoriales Universitarias y de Escuelas Superiores (Apesu) y miembro de la Asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe (Eulac).

 

La Universidad del Pacífico no se solidariza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso de la Universidad del Pacífico.

 

Derechos reservados conforme a Ley.

Dedicado a mis nietos,
Jürgen III,
Nicolás,
Melissa,
Daniela,
Nicole,
Sophi y
Bastían,
en la esperanza de que puedan criar a sus hijos
en un mundo más humano y respetuoso
de la naturaleza.

INTRODUCCIÓN

"El objetivo de una economía no es la ganancia, sino el bienestar de toda la población. El crecimiento económico no es un fin, sino un medio para dar vida a las sociedades buenas, humanas y justas. [...] Esa es la prioridad política más importarte del siglo XXI".

Eric Hobsbawm (2009)

Las recientes turbulencias a escala mundial, que se desataron a raíz de la Gran Recesión estadounidense y se contagiaron al resto del orbe, han debido volver a poner en la primera plana los debates políticos y académicos internacionales sobre los problemas fundamentales de nuestro globalizado sistema económico y sociopolítico, en términos del Desarrollo Humano y de los Límites del Planeta. Curiosamente, nuevamente se insiste en la necesidad de impulsar el crecimiento económico a toda costa; aunque sin mayor éxito; paralelamente a lo cual, siguen aumentando los desequilibrios económicos, la anomia y los conflictos sociopolíticos internos e internacionales.

En el texto que sometemos a su consideración, nos proponemos evaluar las consecuencias que ejerce el crecimiento económico de las sociedades capitalistas de mercado sobre las capacidades y el desarrollo integral de las personas, así como su impacto sobre la Naturaleza. Consideramos que, incluso si tuvieran éxito las medidas que se vienen adoptando en las economías del hemisferio norte para salir del estancamiento en el mediano plazo, el futuro no se muestra promisorio. Porque, de acuerdo a las evidencias empíricas, ni las personas ni la biosfera habrán de soportar los impactos perversos de la ciega expansión del producto bruto interno y el consecuente uso exagerado de materia y energía. Como tal, no se vislumbra que el crecimiento económico sea parte de la solución, sino que es cada vez más evidente que es parte sustancial de los problemas que nos aquejan.

Es decir, mostraremos la lógica perversa de las economías capitalistas de mercado, que -como es sabido, pero aún no plenamente reconocido- no se condice propiamente con la naturaleza humana y la finitud del planeta. Esto último nos obligará a tratar temas que ignoran los economistas ortodoxos, a saber: ¿cuáles son las necesidades fundamentales del ser humano y de qué capacidades dispone para cubrirlas? y ¿cuáles son los problemas cada vez más graves que han surgido por el uso exagerado de los recursos naturales no renovables y de la energía, crecientemente escasos, considerando además los que vienen denominándose "derechos de la Naturaleza"?

La interrogante que deriva de esas preocupaciones nos llevará a la búsqueda de una respuesta a la cuestión relativa a la posibilidad de conciliar el bienestar de las personas con la sostenibilidad del planeta. Más específicamente, ¿es que el crecimiento económico, como se está procesando en las actuales economías capitalistas de mercado, es capaz de satisfacer las necesidades axiológicas y existenciales de las personas, a la vez que se respeta la sostenibilidad de la biosfera? Y, más aún, esa conjunción, ¿será posible con un mayor crecimiento económico o es necesario instaurar un sistema económico radicalmente nuevo que nos lleve a un Estado Estacionario o, incluso, al Decrecimiento en el marco de una modalidad de acumulación-distribución-consumo alternativa a la actualmente vigente?

Discutiremos algunas de las diversas alternativas disponibles para transitar hacia una civilización que tenga en cuenta las posibilidades de desarrollo de las desaprovechadas potencialidades del Ser Humano y los sobreaprovechados dones de la Naturaleza, asegurando la armonía y sinergia que debería volver a existir entre ambos, luego de la paulatina ruptura que se diera entre ambas desde varias décadas atrás. Nos referimos a la creciente sobreexplotación y contaminación de la Tierra y a la acelerada insatisfacción del ser humano, que está siendo uniformado, alienado y alejado cada vez más de la cobertura de sus necesidades fundamentales, por lo que el bienestar subjetivo de las personas ha venido deteriorándose desde entonces.

En el marco de esas preocupaciones, el presente texto ha ensayado una serie de reflexiones críticas sobre el futuro de las economías capitalistas de mercado, así como de la ciencia económica ortodoxa, que han venido justificando las mencionadas tendencias perversas sobre el bienestar personal, familiar y social, así como sobre los cada vez más escasos recursos naturales no renovables, sobre la pérdida de biodiversidad y el deterioro del medio ambiente.

En ese entendido, el primer capítulo analizará los motivos por los cuales el bienestar subjetivo de las personas y familias ha venido decreciendo a partir de mediados de la década de 1970, sobre todo después de que el ciudadano promedio alcanzó un cierto umbral de ingresos, entre otras razones; lo que ha llevado a variadas condiciones de malestar e, incluso, de frustración. Tema que sustentaremos sobre la base de las principales tesis de las relativamente recientes disciplinas de la Economía de la Felicidad y de la Psicoeconomía.

Ya que la ciencia económica no posee una concepción adecuada de la Naturaleza Humana, al reducir a las personas a un inexistente Homo oeconomicus, ensayaremos una aproximación que permita concebir una versión más realista de las personas. A ella le dedicaremos dos capítulos, en los que se expondrán marcos teóricos específicos sobre las necesidades axiológicas y las capacidades-realizaciones del Ser Humano, en el espíritu de Manfred Max-Neef y Amartya Sen, respectivamente (en los capítulos II y III).

A partir de esos enfoques, se pueden establecer algunas de las principales condiciones y políticas para proponer y materializar un "desarrollo a escala humana", materia del capítulo cuarto. De ahí que se requiera un sistema de Economía Política que esté en condiciones de responder efectivamente a las necesidades axiológicas y existenciales de las personas, en vez de procesarse a la inversa, impidiendo el desarrollo de las capacidades y realizaciones de la persona humana, de los grupos sociales y de las sociedades como un todo. El cuarto capítulo partirá de esos paradigmas para ensayar un bosquejo de lo que se conoce como "Desarrollo a Escala Humana".

El quinto capítulo fundamentará los motivos por los cuales las economías contemporáneas de mercado se han convertido en "Sociedades de la Abundancia y el Desperdicio", agravando el hecho de que las personas muestran una insatisfacción cada vez mayor con la vida que llevan. Este carácter botarate de nuestras formaciones sociales, no solo se refiere a las pérdidas remediables derivadas del derroche y subconsumo de bienes finales y de servicios como el agua y la energía. También abarca -materia del capítulo sexto- la sobreexplotación de los cada vez más escasos recursos naturales. Lo que explica el deterioro del medio ambiente y la pérdida de biodiversidad, en un planeta cada vez más estrecho, el que además tendrá que albergar alrededor de 9.000 millones de habitantes hacia el año 2050. Consideraremos las pérdidas remediables que se dan en ámbitos que van más allá de los del consumo final, como son el de la explotación de recursos, de su transformación y distribución, del uso del tiempo y de nuestra energía física y mental, etc.

Las estrategias alternativas de desarrollo, considerando los márgenes estrechos del planeta y el malestar relativo de las personas, cubrirán los capítulos séptimo y octavo, en que se discutirán las características y posibilidades de llevar a cabo la transición de la actual economía del crecimiento económico a una que nos conduzca a un "Estado Estacionario" o, quizá, a uno del "Decrecimiento". Lo que exigirá, como veremos en el capítulo noveno, un cambio relativamente radical de las formas de producción y de consumo, así como de las instituciones, valores y normas que predominan en las economías capitalistas de mercado. Ciertamente, de lo que se trata es de consumir de otro modo, no de dejar de consumir. Lo que, a su vez, implica otro modo de producir y de darle una dirección distinta tanto al proceso de acumulación del capital en la producción y a la distribución del ingreso y los activos, como al de la asignación de tiempos en el consumo, en el que los bienes públicos y los relacionales cubrirían un espacio creciente vis á vis los de carácter conspicuo.

Es evidente que, como personas, estamos cada vez más al servicio de las fuerzas endógenas que mueven el sistema y del aparentemente inevitable y "racional" desenvolvimiento económico, cuando todos sabemos que la economía debería servir a las personas, en vez de dejarse servir por ellas. Lo que nos llevará a plantear algunos lineamientos que podrían transformar nuestro sistema económico-político del despilfarro sustentado en la codicia y otras fuerzas endógenas a la dinámica económica, en uno que se desenvuelva en el marco del Buen Vivir a Escala Humana y Sostenible.

El capítulo final (X), como consecuencia de lo antedicho, nos obligará a afrontar la necesidad de transformar las ciencias sociales desde sus fundamentos y, por supuesto, en especial la Economía. Algo que es inevitable si se opta por un camino de "desarrollo" que busca optimizar el uso de recursos y la satisfacción sinérgica de los seres humanos, considerando la fragilidad de la Naturaleza. De ahí que ese conjunto adicional de reflexiones versará, respectivamente, tanto sobre la cuestión de la reforma o hasta la refundación de la ciencia económica, como, incluso, sobre la de desarrollar una ciencia social transdisciplinaria y unitaria, como la ha demandado Immanuel Wallerstein, coincidente con un paradigma alternativo de Desarrollo al actualmente vigente.

Luego de las breves conclusiones tentativas, encontrará usted un apéndice que recoge la bibliografía utilizada para elaborar este texto y para quienes deseen profundizar en alguno de los fascinantes temas que del documento se derivan. Notas adicionales sobre los temas tratados pueden encontrarse en el blog del autor: <http://www.jurgenschuldt.com>.

Lima, agosto del 2012.

I. ABUNDANCIA Y BIENESTAR SUBJETIVO

"No society can be flourishing and happy, of which the far greater part of the members are poor and miserable"{1}.

Adam Smith (1776/2006: 33).

"[...] in the end, economics is not about wealth -it's about the pursuit of happiness".

Paul Krugman (1998)

En lo que va de la Historia, en ninguna época el ser humano ha gozado de una abundancia de bienes y servicios tan enorme como la generada durante el último medio siglo, gran parte de la cual puede atribuirse a las diversas revoluciones tecnológicas e institucionales procesadas por el ingenio humano durante los últimos milenios, pero especialmente a partir de finales del siglo XVIII y gracias a la Revolución Industrial.

A pesar de ello, los seres humanos no parecen gozar de la felicidad y el bienestar subjetivo que pudiera esperarse en esas condiciones de prosperidad. La bonanza económica y el creciente malestar personal curiosamente van de la mano en las sociedades de mayor afluencia. Para entender esta aparente paradoja, recurriremos al campo de la Economía del Bienestar Subjetivo{2}, novedosa disciplina que ha venido esbozando imaginativos marcos teóricos y fructíferos estudios empíricos, en la esperanza de encontrar los factores que influyen, positiva o negativamente, sobre la satisfacción con el nivel de vida que llevan las personas y familias.

Desde esa perspectiva, se vienen aplicando con buenos resultados ciertos conceptos e hipótesis de esa área de estudios, conocida también como Economía de la Felicidad; la que prácticamente se ha ido convirtiendo en una subdisciplina de la Ciencia Económica, como la Economía Fiscal, la Laboral, la Agraria, la Monetaria o similares. Por ejemplo, de ahí proviene una interesante tesis sobre la paradoja existente entre el crecimiento económico y el estancamiento del bienestar subjetivo de las personas y familias a partir de un cierto umbral de ingreso por habitante, la que no solo se ha verificado empíricamente para los países altamente desarrollados. Estos estudios generalmente se basan en los resultados de encuestas que se aplican periódicamente a las personas para detectar su bienestar subjetivo, el nivel de vida que llevan o la felicidad de que gozan; términos que general y despreocupadamente se asumen como sinónimos.

La pregunta que los autores de la denominada Economía de la Felicidad o del Bienestar Subjetivo se plantean parte de la siguiente cuestión: ¿en qué medida existe una correlación positiva, o no, entre la evolución del ingreso por habitante y los niveles de bienestar subjetivo?{3} Para unos, existe una relación positiva, que es coincidente con la teoría económica convencional, según el principio de acuerdo al cual "más es mejor" (aunque a tasas decrecientes):

"Happiness is not a zero-sum game in income. Instead, average happiness can be increased with economic growth" (Hagerty y Veenhoven 2003).

Para otros, los interesados en el estudio de la mencionada anomalía y en su verificación empírica, la relación no es tan sencilla, ya que:

"[...] there is evidence suggesting that, for the whole society and in the long run money does not buy happiness, or at least not much" (Ng 1997: 1849){4}.

Sin duda, la respuesta a esta cuestión tan fundamental no es fácil, como veremos, porque es una multiplicidad de factores y procesos la que interviene en la valorización del bienestar personal.

Una primera sección de este capítulo describirá algunos aspectos de la experiencia internacional, que será ilustrada a través de los paradigmáticos casos japonés y estadounidense, pero que parecería que puede generalizarse a todas las sociedades contemporáneas. Una segunda sección, bastante más extensa y detallada, explica las diversas hipótesis que se han presentado para explicar la aparente incongruencia.

1. LA PARADOJA EN PAÍSES DESARROLLADOS

Diversos autores han demostrado que el bienestar o la felicidad del ciudadano promedio en los países desarrollados se ha mantenido relativamente constante a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas, habiendo incluso disminuido levemente en algunos casos, a pesar de los aumentos sustanciales en el producto y el ingreso reales por habitante. En efecto, la literatura empírica ha llegado a demostrar este curioso fenómeno que intentaremos comenzar a entender en este capítulo, apoyados en las diversas hipótesis que circulan en la literatura especializada sobre el tema, que comenzó a debatirse a partir del célebre trabajo de Richard Easterlin (1974){5}.

Para comenzar, veamos hasta qué punto las personas y familias -que consumen cada vez más- logran satisfacer sus demandas y alcanzan elevados niveles de vida y de felicidad en este sistema económico. Como lo hemos expuesto detalladamente en otros textos (Schuldt 2004: capítulo IV; y 2006), a partir de un cierto umbral de ingreso no existiría relación causal alguna entre el crecimiento del PBI por habitante y la satisfacción con el nivel de vida que llevan las personas en los países "desarrollados", como se puede observar en el gráfico 1.1 {6}. Esos diagramas ilustran las experiencias de los Estados Unidos y Japón, graficados en los paneles izquierdo y derecho, respectivamente{7}.

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8. Fuentes: a. para el caso de los Estados Unidos: Layard  (2003: 6); y b. Para Japón: Frei y Stutzer (2001: 413; y 2002: 9).

En el caso de los Estados Unidos, entre 1946 y 1991{8}, el producto per cápita real aumentó en dos veces y media, aproximadamente de US$ 10.000 a US$ 25.000; evolución bastante sostenida, a pesar de algunas crisis coyunturales relativamente críticas. En lo que concierte a las autopercepciones de "felicidad", las fluctuaciones son bastante más notorias que en el caso japonés. Además, tenemos que el nivel mínimo de felicidad se alcanzó en 1965 y el máximo, en 1957, momento a partir del cual disminuyó, para volver a subir durante la segunda mitad de la década de 1960 y volverse a desplomar -ya definitivamente- desde mediados de la década de 1970.

Es decir, a diferencia de los casos de otros países desarrollados, se observan sinuosidades relativamente significativas hasta 1973 (en que la divergencia máxima es de 0,3 puntos entre el índice mayor y el menor), momento a partir del cual el índice declina y se mantiene constante en un nivel relativamente bajo a partir de ahí, ubicándose en torno a los 2,2 puntos. Evidentemente, si en el gráfico hubiéramos utilizado la escala completa de 1 a 4 en la ordenada de la satisfacción, las fluctuaciones habrían resultado mucho menores, prácticamente equivalentes a las de los demás países. Bien lo reconoció entonces Tibor Scitovsky (1986) para el caso estadounidense:

"[...] la prosperidad acelerada y sin precedentes ha dejado insatisfechos a sus beneficiarios".

A partir de una tabla similar, comparando el bienestar subjetivo entre los Estados Unidos y otros países, Robert Lane (2000b: 10) aventura el siguiente comentario:

"In 1946 the United States was the happiest country among four advanced economies; in the late 1970s it ranked eight among eleven advanced countries; in the 1980s it ranked tenth among twenty-three nations, including many third world countries. It has been said, therefore, that the United States is not as happy as it is rich. Something has gone wrong. The economism that made Americans both rich and happy at one point in history is misleading them, is offering more money, which does not make them happy, instead of more companionship, which probably should".

De otra parte, obsérvese en el gráfico que el PBI real por habitante del Japón se quintuplicó entre 1958 y 1990, pero el nivel de "satisfacción de vida" prácticamente permaneció constante en torno a un índice promedio de 2,7, observándose una leve tendencia a la baja en el largo plazo (en que la escala de medición del bienestar subjetivo va de un mínimo de 1 a un tope de 4 puntos). Evidentemente, se observan fluctuaciones coyunturales en el nivel de bienestar, las que en determinados años son bastante notorias, tanto hacia el alza como hacia la baja; como, por ejemplo, la drástica caída que fuera consecuencia del primer choque petrolero. Sin embargo, la tendencia de largo plazo es bastante nítida hacia la baja. Sin embargo, en términos absolutos, parece que los japoneses están más satisfechos con la vida que llevan que los estadounidenses, por lo menos para la serie que hemos observado.

De estas y otras experiencias similares, Layard (2003: 14; n.c.) concluye pertinentemente que:

"People in the West have got no happier in the last 50 years. They have become much richer, they work much less, they have longer holidays, they travel more, they live longer, and they are healthier. But they are no happier. This shocking fact should be the starting point for much of our social science"{9}.

En cambio, en la literatura especializada se ha postulado que en países de bajos ingresos como el nuestro, a medida que se incrementa el PBI, el ingreso personal disponible o el consumo privado por habitante en el transcurso de los años, se elevaría también el bienestar. Recién a partir de un determinado nivel de ingreso el bienestar ya no aumentaría, lo que en la literatura especializada se conoce como la hipótesis del umbral (Max-Neef 1995; Smith y Max-Neef 2011). Veamos, sin embargo, más pausadamente cada una de las hipótesis que intentan explicar la paradoja que hemos observado empíricamente para los casos estadounidense y japonés.

1.2 HIPÓTESIS VARIAS PARA EXPLICAR LA PARADOJA

Los diagramas presentados nos llevan a preguntarnos por las posibles causas y factores determinantes que permitirían entender las incongruencias existentes entre el crecimiento económico y otras variables con el bienestar subjetivo.

El enfoque de los economistas a este respecto es, como sabemos, que "cuanto más, mejor", según la teoría de las preferencias reveladas. Desde esta perspectiva, un mayor producto, más empleo, mayores ingresos y una más amplia y diferenciada canasta de consumo, sin duda, aumentarían el bienestar, aunque a una tasa decreciente{10}. En palabras de Tibor Scitovsky:

"[...] un principio simple y aparentemente claro que resulta básico para gran parte del trabajo del economista; este principio establece que cuanto mayor sea nuestro ingreso, más podremos gastar, y cuanto más gastemos más satisfechos nos sentiremos [...] este principio forma parte importante del credo del economista" (1976/1986: 148; n.c.).

Nótese, sin embargo, que -según las encuestas de bienestar subjetivo- ello coincide con aumentos en el ingreso en un determinado momento. No así, como lo hemos visto, a lo largo del ciclo de vida, en que el bienestar parecería mantenerse constante o tender a la baja, a pesar de los sostenidos y sustanciales aumentos en el ingreso. ¿Cómo explicar este misterioso fenómeno?

A ese respecto, disponemos de una miríada de hipótesis que ha sido expuesta en la literatura especializada, para explicar ese sorprendente divorcio entre el crecimiento económico y la tríada satisfacción-bienestar-felicidad de las personas en los distintos países en que se ha estimado empíricamente esta relación. Este capítulo presentará las principales, aquellas que a nuestro entender son las que mejor se aproximan a un intento por "racionalizar" esa paradoja, varias de las cuales se interrelacionan y potencian entre sí. Más adelante, aspiraremos a integrarlas en torno a un marco bifocal sencillo, que permita contemplarlas desde un denominador común que facilite su comprensión desde sus diversos componentes.

Algunas de esas teorías e hipótesis que provienen de economistas y psicólogos, así como algunas otras derivadas de distintas disciplinas o del sentido común y que nos parecen pertinentes, nos serán muy útiles más adelante. Recuerde que también tendremos que poder responder a este mismo interrogante para el caso peruano: ¿cómo explicar el hecho empírico de acuerdo con el cual la satisfacción subjetiva de los limeños se ha mantenido relativamente constante a lo largo del ciclo de vida{11}, independientemente de la evolución del PBI u otras variables económicas (o psicosociales y políticas)?

Esta temática nos introduce a un campo complicado y controvertido. En este caso, para aproximarnos a una "medida" del bienestar de la gente, tenemos que considerar también, más allá de los ingresos monetarios de las personas, sus deseos, requerimientos, normas, satisfactores, necesidades, incentivos, expectativas y aspiraciones. Es decir, nos obliga a ingresar al delicado campo de lo psicosocial.

Como es sabido, la gran mayoría de economistas asume que el bienestar depende de los logros alcanzados por la gente, sobre todo en el campo material, pero asimismo en dominios tales como la familia y la salud, las condiciones de trabajo y ciertos aspectos personales (estabilidad emocional, autodisciplina, estado civil, reconocimiento y prestigio, participación, amistades, etc.). Por añadidura, los economistas ortodoxos también asumen -y ahí radica uno de sus principales defectos- que, con relación a los consumidores:

a. Sus preferencias estarían dadas y serían, a decir de algunos, "sacrosantas";

b. También serían soberanos y autónomos, es decir que sus decisiones serían independientes de los ingresos y patrones de consumo de sus "vecinos" y otros grupos de referencia{12};

c. Su satisfacción sería función de su ingreso y consumo presente, independientemente de los niveles alcanzados en el pasado o de sus expectativas futuras; y

d. Sus "necesidades" serían infinitas, por lo que los recursos disponibles siempre resultarán escasos.

Los especialistas en la materia han ensayado una serie de explicaciones alternativas a la ortodoxa para entender la "paradoja de la felicidad", que condensaremos a partir de una serie de enfoques teóricos que expondremos a continuación. Es importante tener presente que ellos no necesariamente son excluyentes entre sí, por lo que el reto consiste precisamente en intentar conciliarlos, en tiempo y espacio.

1.2.1 Teoría absoluta: la hipótesis del "umbral de ingreso"{13}

Sobre la base de este planteamiento, se asegura que a niveles bajos de PBI o ingreso por habitante la satisfacción aumenta, si bien menos que proporcionalmente, como lo postulan también los economistas ortodoxos. Pero, y en esto estriba la novedad, añaden que a partir de un determinado nivel de ingreso por habitante de un país, el bienestar y la felicidad de las personas ya no aumenta. A partir de esa cota, solo lo hace insignificantemente o incluso disminuye como consecuencia de aumentos en el ingreso. Varios autores han estimado tentativamente ese umbral de ingreso, el que se ubicaría entre los US$ 10.000 (Frey y Stutzer 2002) y los US$ 15.000 (Layard 2003) anuales por habitante en los países desarrollados. Bien decía, por tanto, Denis Goulet (1999: 67), que:

"Abundancia de bienes y plenitud de bienes no son sinónimos: uno puede tener mucho y ser mediocre o tener poco y ser rico".

Entre otros muchos factores, esto se debería al hecho de que, dados sus altos ingresos, ya han cubierto sus "necesidades básicas" de alimentación, vivienda, educación, salud, etc. Más allá de ese límite, por tanto, los aumentos de ingresos ya no contribuirían significativamente al bienestar de la gente (Kasser 2002{14}). En esa misma línea, Manfred MaxNeef (1995) habla de la "hipótesis del umbral" del PBI por habitante, a partir del cual "la calidad de vida puede comenzar a deteriorarse" (1995: 117). De ahí que, aunque desde otra perspectiva, Robert Lane (2000a: 7; n.c.) nos proponga que:

"la forma de incrementar el bienestar subjetivo en los Estados Unidos y probablemente en todas las sociedades occidentales consiste en moverse del énfasis en el dinero y el crecimiento económico hacia un énfasis en el compañerismo. Por supuesto que la gente necesita y desea tanto recursos materiales como compañerismo, pero las necesidades varían con las ofertas relativas de estos dos bienes. En sociedades ricas, para la gente que está por encima de la línea de pobreza, más dinero -en comparación con la amistad y la estima comunitaria, una esposa amada y niños afectuosos- más temprano que tarde pierde su poder para hacer feliz a la gente".

1.2.2 La hipótesis de la "adaptación hedónica"{15}

Este es uno de los planteamientos clásicos de los psicólogos (Brickman, Coates y Janoff- Bulman, 1978; Clark et al. 2008; Diener 2003; Diener et al. 1999; Rabin 2001), quienes postulan que la gente se va acostumbrando a sus niveles de ingreso y de vida cada vez más elevado (o cada vez menor), con lo que a la larga sus grados de satisfacción no tienden a cambiar significativamente en el tiempo{16}, excepto en el caso del desempleo (Clark et al. 2008; Miller 2009: capítulo 10).

Este enfoque de la configuración de hábitos es más conocido como el de la "adaptación hedonística"{17}. En este, el "punto de partida" de un determinado nivel de felicidad vendría determinado por la genética y la personalidad del individuo en cuestión. Quienes postulan esta tesis afirman que -en última instancia- las personas se adaptan a todo evento, que puede haber sido agradable o desagradable, pero que después de un determinado tiempo regresan a su nivel "original" o consuetudinario de bienestar.

Así, por ejemplo, un divorcio, la pérdida del empleo, la encarcelación, la discapacidad repentina y demás eventos negativos se sufren por un lapso de tiempo, baja el nivel de felicidad, pero a la larga siempre se regresaría al punto de partida que se había alcanzado antes de producirse esa experiencia negativa{18}. A esto se le denomina "adaptación hedónica completa". Ciertamente, los tiempos varían según cada caso; v. gr., uno se "recuperaría" de la viudez después de ocho a diez años (y de un accidente grave en varios años menos), según las investigaciones realizadas.

Algo similar se aplicaría a los eventos positivos, en los que el "ganador" regresaría a su "estado original" de bienestar subjetivo después de seis a doce meses o en un par de años, según el evento específico experimentado, como hemos visto cuando analizamos el efecto de haber ganado una lotería (Brickman, Coates y Janoff-Bulman 1978). De lo que concluyen que tampoco se puede hacer algo para incrementar su felicidad{19}, excepto "consultar a un psicólogo" (Easterlin 2003: 2). Con lo que, evidentemente, esta '"teoría" lleva a una actitud "nihilista" en el campo de las políticas económicas y sociales, ya que aparentemente no tendría sentido hacer algo por los "damnificados", porque tarde o temprano regresarían "al mismo sitio".

En el gráfico 1.2 se ilustra este paradigma, donde el tiempo se grafica en la abscisa y el nivel de "felicidad" (o bienestar subjetivo), en la ordenada. En estos enfoques, se supone que, como consecuencia de factores genéticos y de personalidad, el nivel de felicidad de una determinada persona a lo largo del tiempo es fijo y se ubica en un nivel de F1, desde el origen hasta el momento t1. En ese instante, sucede algún evento que afecta negativamente a la persona (divorcio, accidente, infarto, pérdida del empleo, etc.), con lo que el nivel de bienestar cae de F1 a F2 (pasando del punto A al B).

Con el tiempo, sin embargo, la persona va recuperando su bienestar subjetivo original (F1), digamos en t2 (en que, obviamente, el tiempo que transcurre entre t1 y t2 -hasta llegar al punto C- puede durar semanas, meses o años, según el origen, características y gravedad del problema), donde se mantiene hasta que no tenga un nuevo percance. Igualmente, para eventos positivos que incrementan su felicidad (ganar la lotería, casarse, someterse a cirugía plástica exitosa o similares), inicialmente la curva salta hacia arriba, para ir decayendo con el tiempo hasta regresar al nivel F1. A este proceso se le denomina "adaptación hedónica perfecta", porque en cada oportunidad el nivel de bienestar regresa a su nivel original o de base. Lo que coincidiría con el dicho popular de acuerdo al cual el tiempo parecería curar todas las heridas.

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A este respecto, se han realizado varios experimentos que efectivamente confirman la hipótesis de la adaptación hedónica, como aquel en el que se estudió el nivel de bienestar de quienes ganaron una gran lotería y ¡al cabo de seis meses habían regresado a sus niveles acostumbrados de felicidad! (Frederick y Lowenstein 1999){19a}. De manera que, permanentemente, la gente se acostumbra al nivel de vida que lleva y adapta sus patrones de consumo y de comportamiento a sus niveles de ingreso monetario{19b}, si bien con un retraso y, se entiende, dentro de ciertos límites de tolerancia. Este enfoque se centra en las capacidades emocionales de las personas para adaptarse a sucesos negativos (viudez, accidente, cárcel) o positivos (promoción, lotería, matrimonio), con lo que -en la práctica- los individuos que poseen mayores capacidades de adaptación también serían más felices, incluso en niveles de ingreso muy bajos.

A partir de tales constataciones, Amartya Sen (1985b) ha llamado la atención sobre el hecho de que, de cumplirse esta hipótesis, las mediciones del bienestar subjetivo no serían muy adecuadas, ya que "el fenómeno psicológico de la adaptación induciría a los individuos a estar contentos con su estado material corriente (Pugno 2005: 6), con lo que la autoevaluación de su felicidad se mantendría relativamente constante a lo largo del tiempo y, potencialmente, estaría subvaluada en el mediano y largo plazo.

Sin embargo, otros autores que -en principio- comparten este enfoque, estiman que, basados en los estudios disponibles, nunca se da la "adaptación perfecta", sino que ella siempre es incompleta, proceso que parece más realista; lo que ilustran para los casos del ruido, del deterioro de la salud y demás factores o eventos negativos (o positivos). Además, en relación con el estado civil de las personas, llegan a la conclusión de que, en promedio siempre son más felices los casados que los solteros, y estos respecto de los separados o viudos. Sobre la base de otros estudios, Easterlin opina que generalmente la adaptación es imperfecta, de manera que no se recupera el nivel de felicidad original; como sucedería después de eventos positivos o negativos, como un divorcio, una paraplejia o similares{20}. En ese caso, la trayectoria de la curva seguiría una pauta similar al curso marcado por FB, en donde la felicidad se recupera lentamente, pero como la persona "se queda marcada de por vida, para mal", no recupera el nivel inicial de felicidad, sino uno de un nivel algo inferior (que podría darse a la altura de F3, según el gráfico).

En el Perú, acostumbrados a resignarnos prácticamente en todos los campos, es muy probable que este efecto haya ejercido un papel importante, agravado por el hecho de que gran parte de la población no tiene "voz" (en el sentido de Hirschman 1970), no está acostumbrada a reclamar por aquello a lo que tiene derecho y/o se resigna a su malhadada situación.

De manera que, en resumen, la gente comienza a acostumbrarse a su nivel consuetudinario de vida y surge lo que los psicólogos denominan "adaptación hedónica", la que puede ser completa o incompleta, plena o parcial, como hemos dicho. Es decir, la persona primero gozaría de lo que consume, pero luego tendería a "cansarse", a "aburrirse" o a "saciarse"{21}, con lo que -con el tiempo- se mantendría o caería su nivel de bienestar, dado su nivel de ingreso. Nótese que, en este caso, ello sucede aunque no cambien sus aspiraciones{22}.

Este fenómeno de la adaptación completa o parcial de las personas a sus nuevas condiciones de vida llama poderosamente la atención, ya que todas quisieran ganarse la lotería -en la expectativa de ser más feliz- o, en caso contrario, desearían evitar todo tipo de accidente -en la esperanza de no ser infeliz-; sin embargo, parecería que, después de un tiempo, en ambos casos el individuo regresa a su línea de base de satisfacción o bienestar subjetivo. Sin embargo, aún no tenemos una explicación definitiva de este curioso fenómeno de la "adaptación" a eventos muy positivos o a otros muy negativos.

¿Cómo entender tan curioso proceso? Cartwright (2011: cap. 10, 399 y ss.) sugiere cuatro efectos que contribuyen a la "adaptación" -es decir, el retorno pleno o parcial a la "línea- base de satisfacción"- luego de un evento que reduce o aumenta inicialmente el bienestar subjetivo de las personas{23}.

Un primer mecanismo es el "reajuste" del modo de vida de quien experimenta un suceso trágico o negativo, lo que logra dedicándose a otras actividades que le dan plenitud a su vida. Un segundo proceso es el de "adaptación" a su modo de vida: quien se ganó la lotería se acostumbra a comprar cosas caras y la víctima de un accidente, a estar en su silla de ruedas; lo que implica un cambio en su marco de referencia y/o en su función de utilidad. Las otras dos explicaciones se refieren a la satisfacción autopercibida de las personas luego del suceso. Uno de ellos es el "efecto contraste", de acuerdo al cual un evento extremamente bueno o malo modifica la escala con base en la cual se evalúan eventos futuros. Finalmente, se procesaría lo que se llama un "molino aspiracional", con base en el cual las personas ajustan sus aspiraciones a los niveles de satisfacción que experimentan normalmente.

1.2.3 Teoría relativa: la hipótesis de las expectativas y la del Ingreso relativo en el espacio social{24}

El enfoque de la relatividad de las expectativas en el tiempo es relativamente obvio, pero de gran relevancia práctica, ya que postula que las personas comparan constantemente sus ingresos actuales con sus ingresos del pasado{25} y sus expectativas de ingreso a futuro. Es decir, las personas no se limitan a colegir su bienestar subjetivo actual solo a partir de su ingreso (o consumo) absoluto momentáneo, sino que esperan que este sea cada vez mayor, lo que no siempre es posible, por lo que su bienestar podría mantenerse constante o incluso disminuir. En parte, esa expectativa de ingresos crecientes podría ser resultado también de la "adaptación hedónica", que -como la droga- nos lleva a intentar acceder a cada vez más y mejores bienes de consumo y activos de diversa índole.

De otra parte, un elemento adicional por tomar en cuenta deriva de constatar que -ya que vivimos en sociedad- las personas y familias acostumbran comparar sus patrones de consumo o niveles de gasto con ciertos "grupos de referencia", sea con el de los vecinos, sea con el de los estratos más privilegiados. Con lo que -a pesar de haber aumentado sus ingresos- se pueden sentir menos, sea porque los de los demás -con los que se comparan- pueden haber aumentado más sus niveles de consumo, sea porque a quienes emulan siguen teniendo un nivel de vida muy superior, sea porque en la nueva situación comienzan a compararse con estratos de ingreso aun mayores. Algo que ya comentaba Karl Marx a mediados del siglo XIX:

"Sea grande o pequeña una casa, mientras las que la rodean son pequeñas, cumple todas las exigencias sociales de una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en choza. La casa pequeña indica ahora que su morador no debe tener exigencias, o debe tenerlas muy reducidas; y por mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes" (1844/1972: 80).

Según los autores que comparten este enfoque, el efecto que los aumentos de ingresos ejercen sobre el bienestar subjetivo depende de la ubicación de las personas en el "espacio social". En ese entendido, las personas permanentemente realizan comparaciones con la riqueza (activos) y el ingreso (o consumo) de sus "grupos de referencia", que pueden ser los vecinos y/o los estratos de altos ingresos, cuyos patrones de consumo desearían poder cubrir{26}. Con lo que, se supone, la "utilidad" que derivamos de los bienes que poseemos depende parcialmente de las cantidades y/o calidades de bienes que poseen "otros", los denominados "grupos de referencia"{27}. Se trata, por tanto, de mercancías que están sujetas al escrutinio público{28}.

En ese proceso, a medida que las personas de un estrato determinado ascienden en la escala social -al aumentar sus ingresos, la ubicación de su vivienda, el automóvil que conducen, etc.-, se comparan con los hábitos de consumo de nuevos estratos, que tienen patrones de vida aun superiores, por lo que nuevamente la comparación social lleva a "desilusionarlos relativamente" respecto de su nivel de vida. Marx ya había reconocido este fenómeno cuando decía en 1844 que:

"Un aumento sensible del salario presupone un crecimiento veloz del capital productivo, provoca un desarrollo no menos veloz de riquezas, de lujo, de necesidades y goces sociales. Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aumentado, la satisfacción social que producen es ahora menor, comparada con los goces mayores del capitalista, inasequibles para el obrero, y comparada con el nivel de desarrollo de la sociedad en general. Nuestras necesidades y nuestros goces tienen su fuente en la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella, y no por los objetos con los que los satisfacemos. Y como tienen carácter social, son simplemente relativos" (1844/1972: tomo I, 80).

Aquí es conveniente diferenciar entre lo que varios autores (Frank 1985, Hirsch 1976, Ng 1978) denominan bienes posicionales y no posicionales, en que la interdependencia social solo se aplica a los primeros, en tanto son accesibles a uno o más de nuestros cinco sentidos, especialmente porque son sensibles al olfato o la vista de otros (automóviles, ropa, perfumes, obras de arte, caballos de paso, casas de playa, etc.). Los segundos (bienes "íntimos"{29}, tales como hojas de afeitar o dentífricos, alfombras o pisos de dormitorio, etc.) no son influidos por este efecto porque no es posible establecer comparaciones interpersonales, intragrupales o socio-públicas a partir de ellos{30}.

Este fenómeno ha sido captado intuitivamente por muchos autores, comenzando con la clásica contribución de Thorstein Veblen (1899). Irving Fisher, por su parte, denominaba "rivalidad social" o "carrera social" a ese mismo proceso{31}:

"As John Rae has pointed out, there exists a species of subtle competition in private expenditure, due to social rivalry - the desire for distinction through wealth. It has frequently been remarked among ladies' social clubs which begin with simple entertainments, that each successive hostess attempts, almost unconsciously, to surpass her predecessor in the entertainment offered. [...] on a larger scale, there is laid a heavy burden upon us all through the social rivalry of individuals. [...] we find that social racing has gradually resulted in setting a pace which only the most wealthy can keep up, and that even for them expenditure represents cost rather than satisfaction. This cost often takes the form of producing fictitious values on articles merely because they are 'exclusive'" (1907: 25).

Pero fueron James Duesenberry (1949){32} y Harvey Leibenstein (1950) quienes lo introdujeron formalmente al análisis económico; el primero, a través de su famoso estudio sobre el ahorro y el consumo, del que dedujo el "efecto demostración"{33}; y el segundo, a partir de su teoría microeconómica de la demanda de bienes "bandwagon" y "snob".

Aunque posteriormente ha sido desarrollado, no se ha incorporado aún al análisis económico con la contundencia que se merece, a pesar de su creciente importancia en las sociedades contemporáneas, desarrolladas{33a} y subdesarrolladas:

"Vance Packard tocó una fibra sensible cuando describió a los Estados Unidos como una nación de buscadores competitivos de estatus. Parece ser que muchos americanos pasan toda su vida intentando ascender cada vez más alto en la pirámide social simplemente para impresionar a los demás. Se diría que estamos más interesados en trabajar para conseguir que la gente nos admire por nuestra riqueza que en la misma riqueza, que muy a menudo no consiste sino en baratijas de cromo y objetos onerosos o inútiles. Es asombroso el esfuerzo que las gentes están dispuestas a realizar para obtener lo que Thorstein Veblen describió como la emoción vicaria de ser confundidas con miembros de una clase que no tiene que trabajar. Las mordaces expresiones de Veblen referidas al 'consumo conspicuo' y al 'despilfarro conspicuo' recogen con exactitud un sentido del deseo especialmente intenso de no ser menos que los vecinos que se oculta tras las incesantes alteraciones cosméticas en las industrias de la automoción, de los electrodomésticos y de las prendas de vestir" (Harris 1999: 105-6; n.c.){34}.

La evidencia empírica recogida en países desarrollados parece confirmar, en efecto, la hipótesis de que el ingreso relativo es más importante que el ingreso absoluto como determinante de los niveles personales de satisfacción psicológica{35}.

Es sabido que, en un momento del tiempo, la gente compara su canasta de consumo con la de otras personas o grupos referenciales, generalmente de su mismo estrato de ingreso o del inmediatamente superior. En ese proceder, ambicionan consumir lo que ellos y, efectivamente, a medida que aumentan sus ingresos acceden a las canastas apetecidas. Pero una vez que las cubren, vuelven a surgir canastas más exigentes, en una rueda que no parece tener fin... lo que los anglosajones denominan "hedonic treadmill" (molino infernal{36}).

Como consecuencia de este "efecto demostración", como lo denominara Duesenberry (1949), las personas asignan un monto desproporcionado de tiempo y dinero para comprar y consumir bienes posicionales o de confort, en relación con la consecución de bienes no posicionales o culturales (y, por tanto, con el logro de objetivos no pecuniarios). Y, en ese proceso, no se dan cuenta de que -a medida que aumentan sus ingresos- cambian también sus aspiraciones (véase la sección siguiente), con lo que podría generarse un determinado nivel de frustración{37}. Por lo que, si la elasticidad entre el aumento de las aspiraciones y el de los beneficios económicos es unitaria, el nivel de bienestar-felicidad se mantendría constante. Evidentemente, si esa elasticidad fuese mayor de 1, que es lo común, la felicidad y el bienestar caerían, ya que las "necesidades" crecen más que los ingresos monetarios; así como, a la inversa, si la elasticidad fuese menor que la unidad (lo que es muy raro, a no ser que uno sea muy raro o tenga -para bien- una personalidad "introyectiva").

Contribuye a agravar ese proceso, el hecho de que las personas -sobre todo, por intermedio de los "mensajes" que divulga la TV{38}- están expuestas, cada vez más, tanto a la publicidad de bienes y servicios como a las películas foráneas, que contienen los consiguientes patrones de consumo de las capas medias de los países desarrollados, con lo que las aspiraciones tienden a crecer cada vez más{39}, proceso que corresponde al enfoque que consideraremos a continuación.

Y, de donde se tiene también que "en relación con la política económica, reducir la inflación y el desempleo aumenta la felicidad, pero la búsqueda de altas tasas de crecimiento económico es cuestionable" (Easterlin 2003: 21), precisamente por este efecto ingreso- relativo. El problema que surge por este fenómeno es que la gente demanda cada vez más bienes de consumo conspicuo -es decir, "compran estatus social"- y descuida compras más importantes y hasta esenciales, tales como las ligadas a la salud, la alimentación y la educación básicas{40}.

En consecuencia, se requeriría diseñar políticas para la educación y la configuración de preferencias más informadas (Scitovsky 1976/1986, Layard 1980), con el propósito de evitar este sobreconsumo conspicuo. Aunque otros autores señalan que es precisamente esto lo que permite la supervivencia del capitalismo, lo que desafortunadamente tampoco es tan descabellado. Desde esa perspectiva, sería conveniente fomentar{41} el consumo de bienes no posicionales, más que de los propiamente posicionales, que contribuirían menos al bienestar de la gente. Asimismo, el mayor requerimiento de bienes posicionales (por lo que algunos economistas proponen que se les ponga un impuesto adicional) lleva a más horas de trabajo, con lo que contradictoriamente disminuye uno de los "bienes" que debería ser de los más valorados por el ser humano: el ocio.

1.2.4 La hipótesis de las aspiraciones crecientes

Generalmente, los economistas tampoco consideran la influencia que ejercen las cambiantes aspiraciones de las personas sobre su bienestar, tema que consideraremos a continuación y que debe distinguirse nítidamente de las preferencias socialmente interdependientes que acabamos de ver, aunque sin duda ambos planteamientos están emparentados y se potencian entre sí.

La tesis de Easterlin (2003: 16) es que a medida que aumentan los ingresos, aumentan también las aspiraciones, con lo que el bienestar no se modificaría a lo largo del tiempo:

"[...] las aspiraciones materiales aumentan al mismo ritmo que las posesiones materiales, y cuanto mayor sea ese incremento de las posesiones, mayor será también el incremento de los deseos. Es este cambio diferencial de las aspiraciones, correspondiente al cambio diferencial en el ingreso, lo que explica la constancia de la felicidad a lo largo del ciclo de vida" (n.c.){42}.

De manera que, si bien mayores niveles de ingreso y de consumo generan una mayor satisfacción temporal, al poco tiempo -a ese nuevo nivel más alto- tendrán también mayores "deseos y necesidades", parte de lo que antaño se denominaba "explosión de expectativas"{43}. Ese proceso va paralelo al anteriormente analizado efecto adaptación hedonística ad infinitum