La colección Emaús ofrece libros de lectura

asequible para ayudar a vivir el camino cristiano en el momento actual.

Por eso lleva el nombre de aquella aldea hacia

la que se dirigían dos discípulos desesperanzados

cuando se encontraron con Jesús,

que se puso a caminar junto a ellos,

y les hizo entender y vivir

la novedad de su Evangelio.

Bernabé Dalmau

Junto al sepulcro de san Pablo

Colección Emaús 142

Centre de Pastoral Litúrgica

Director de la colección Emaús: Josep Lligadas

Diseño de la cubierta: Mercè Solé

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235

cpl@cpl.es – www.cpl.es

Edición digital: junio de 2017

ISBN: 978-84-9165-032-4

Printed in UE

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Proemio

No es frecuente tener la suerte de pasar casi un mes entero junto a la tumba de san Pablo. Las tumbas de los apóstoles siempre han gozado de gran veneración. De todos estos discípulos ilustres de primera hora se veneran reliquias, con más o menos (más bien menos) probabilidades de autenticidad. Se podría decir singularmente de algún sepulcro tan venerado como el de Santiago el Mayor, que desde la Edad Media ha dado lugar a un camino extraordinario de devoción, con grandes derivaciones culturales y, ¿por qué no?, con abundantes frutos espirituales que mantienen toda su actualidad.

Los casos de los apóstoles Pedro y Pablo, corifeos que siempre han sido venerados conjuntamente, sobrepasan las proporciones de grandeza hasta hacer de la sede de Roma un pilar fundamental de la unidad católica. Añadamos que, en los siglos XX y XXI respectivamente, las búsquedas arqueológicas en los sepulcros de Pedro y de Pablo ofrecen datos valiosísimos que, como mínimo, hacen pensar mucho.

Vivir cerca del sepulcro de san Pablo, orando cada día, es una experiencia que aumenta las ganas de conocer la gran personalidad del apóstol y de acoger los datos que el Nuevo Testamento nos ofrece.

Las páginas que vienen a continuación no son otra cosa que el deseo de poner al alcance de los fieles una iniciación sencilla, no técnica, de aquel que nos acompaña constantemente con los textos que la Iglesia ha considerado inspirados y que nos hablan de Jesús como lo vivió la primera generación cristiana. La divulgación de este conocimiento da por supuesta la familiaridad con todo aquello que es nuestro pan cristiano de cada día (de cada domingo, para muchos) y que nos ahorra sobrecargar aquí, con pesadas numeraciones, las referencias a textos de Pablo o sobre Pablo.

No es secundario que ese estar cerca del sepulcro del apóstol de los gentiles haya coincidido con las últimas semanas del Año Santo de la Misericordia. Al fin y al cabo, san Pablo fue, por encima de todo, testimonio y predicador de la generosidad de Dios. Las cartas paulinas demuestran toda la riqueza y la complejidad de su autor, que en las variadas situaciones de su vida, no siempre privadas de dificultad, se sintió guiado por la misericordia divina para que experimentase una fe cada vez más madura.

De hecho, el corpus paulino nos muestra en esta línea expresiones de una profundidad considerable. Recordemos aquí la afirmación de la Primera Carta a Timoteo: “Se compadeció de mí para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna”. O aquella a los Efesios que dio lugar a toda una encíclica de san Juan Pablo II: “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…”. El Apóstol no habla pues en abstracto, sino como prueba de su relación personal con Dios, semejante a la de Moisés cuando recibe del Señor su proximidad.

Es entonces cuando el Apóstol se siente fuerte para dar consejos, como hace a los Corintios: “Doy mi parecer como alguien que, por la misericordia del Señor, es fiel”. Y así, en otra ocasión, cualquier recomendación, hasta cualquier mandamiento, Pablo se atreve a hacerlos porque sabe cuál es el comportamiento de Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios”.

El amor entrañable, el consuelo que viene de Dios, la misericordia, son muestras no solo de una gran generosidad sino de gratuidad. Este será el fundamento de todo un tema –insoslayable cuando se habla de Pablo–, el que trata de la justificación, de la gracia: “Dios da su justicia por la fe en Jesucristo para todos los que creen. Pues no hay distinción, ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús”.

Este Pablo nos lo dice vigorosamente al cabo de dos mil años. Nos sentimos interpelados por él. Pero también con la confianza que nos merece, nos acercamos reverencialmente a su sepulcro. Nos quedamos junto a él, meditando su legado.

El sepulcro

La basílica romana de San Pablo extramuros es un gran estuche que hace converger todas las miradas hacia el pie del altar mayor. A 1,37 m bajo el altar papal, una losa de mármol (2,12 m x 1,27 m) compuesta de cuatro trozos irregulares lleva la inscripción “Paulo Apostolo Mart”, y nos ha llegado de la basílica que hacia el 320 Constantino construyó a sugerencia del papa Silvestre. Cubre un sarcófago macizo, de 2,55 m de largo por 1,25 m de ancho y 0,97 de alto, sobre el cual se han construido los sucesivos “altares de la Confesión”. Recientemente se ha abierto una amplia ventana que permite a los fieles ver la tumba del Apóstol. ¿Qué fiabilidad tiene este culto de tantos siglos?

Desde los inicios del cristianismo, la fe en Jesucristo se difundió hacia la capital del Imperio. Pese a la tradición reportada por Ireneo, no se puede considerar la comunidad romana como una fundación ni de Pedro ni de Pablo, sino más bien de judeocristianos desconocidos. En cambio, sí que es importante el hecho de que Pablo escriba a los romanos tan pronto, hacia el 57-58, y que hacia el 96 (I Carta de Clemente) la comunidad romana intervenga con ocasión de discordias surgidas en la de Corinto.

Los Hechos de los Apóstoles acaban con la mención del cautiverio de dos años de Pablo en Roma, después del cual tal vez retomó la actividad misionera. En este momento es cuando se podría situar la eventual venida a la capital de la Hispania citerior, Tarraco, de acuerdo con el deseo expresado en Romanos 15,24. Lo cierto es que por su epistolario sabemos que fundó las comunidades de Colosas y de Laodicea y, por la carta a Tito (1,5), que evangelizó Creta. La mencionada I Carta de Clemente confirma la tradición romana antigua de que Pablo murió durante la persecución de Nerón (64 o 67). El lugar de ejecución de la sentencia de decapitación (así eran condenados los ciudadanos romanos) es conocido hoy con el nombre de Tre Fontane, pero su cuerpo fue depositado a dos millas del lugar del martirio, en el área sepulcral del camino al puerto romano de Ostia. Esta área ha llegado a tener unas cinco mil sepulturas, bajo el pavimento de la actual basílica.

Su tumba se convirtió rápidamente en objeto de veneración, y ya al final del siglo II la conoce el presbítero Cayo (Hist. eccl. 2,25,6-7). Hay atestación, del año 258, de la fiesta de san Pedro y san Pablo el 29 de junio, aunque esto no significa que murieran el mismo día. Pero el hecho de que el culto y la iconografía unan tan pronto a los dos apóstoles plasma aquello que escribió Pablo a los gálatas: “El mismo que capacitó a Pedro para su misión entre los judíos, me capacita a mí para la mía entre los gentiles” (2,8).

Excavaciones recientes permitieron que el papa Benedicto XVI concluyera el Año paulino con unas palabras entusiastas:

El año conmemorativo del nacimiento de san Pablo se concluye esta tarde. Nos encontramos reunidos junto a la tumba del Apóstol, cuyo sarcófago, conservado bajo el altar papal, recientemente ha sido objeto de un esmerado análisis científico: en el sarcófago, que nunca

Falta la prueba del ADN, pero esta búsqueda reciente aporta unos datos muy respetables.