EL SILENCIO BAJO EL AGUA

V.1: Septiembre, 2017


Título original: The Silent Waters

© Brittainy C. Cherry, 2016

© de la traducción, Vicky Vázquez, 2017

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017

Todos los derechos reservados.


Los derechos de esta obra se han gestionado con Bookcase Literary Agency.


Diseño de cubierta: Quirky Bird

Modelo de cubierta: Luke Ditella


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-16223-90-59

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

EL SILENCIO BAJO EL AGUA

Brittainy C. Cherry


Traducción de Vicky Vázquez
Principal de los Libros

5

Sobre la autora

2


Brittainy C. Cherry siempre ha sentido pasión por las letras. Estudió Artes Teatrales en la Universidad de Carroll y también cursó estudios de Escritura Creativa. Le encanta participar en la escritura de guiones, actuar y bailar… Aunque dice que esto último no se le da muy bien. Se considera una apasionada del café, del té chai y del vino, y opina que todo el mundo debería consumirlos. Brittainy vive en Milwaukee, Wisconsin, con su familia y sus adorables mascotas. Es la autora de Querido señor Daniels, El aire que respira y El fuego que nos une.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Momentos

Prólogo

Primera parte

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Segunda parte

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Tercera parte

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Epílogo

Momentos


Nota de la autora

Agradecimientos

Sobre la autora

EL SILENCIO BAJO EL AGUA

«Siempre estaré ahí para escuchar tu silencio.»



Maggie May perdió la voz a los diez años.

Su amigo Brooks es el único que logra

conectar con ella y se convierte en su ancla, en

una constante a lo largo del tiempo, en su voz.

El suyo es un amor en silencio pero poderoso.

Cuando la tragedia golpea a Brooks,

solo el amor de Maggie podrá salvar su alma.




Una historia conmovedora de la autora

del best seller mundial El aire que respira




«Sabía que este libro me llegaría al alma, ¡pero no sabía que me rompería el corazón!»

Scandalicious Book Reviews


«Una novela poderosa, impactante, inolvidable. Entrarás en la orilla de este libro poco a poco, y una ola de emoción te cubrirá antes de que te des cuenta.»

The Smokin’ Hot Book Blog



Para los errantes que van a la deriva como yo.

Para las anclas que siempre nos traen a casa.






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Momentos

Los humanos siempre recuerdan los momentos.


Recordamos los pasos que nos condujeron allá donde debíamos estar. Las palabras que nos inspiraron o nos derrumbaron. Los incidentes que nos marcaron y que nos engulleron por completo. He tenido muchos momentos a lo largo de mi vida, momentos que me cambiaron, me retaron, momentos que me asustaron y me sepultaron. Sin embargo, los más grandes —los más desgarradores y asombrosos— lo incluían a él.


Todo empezó con una luz nocturna 

con forma de cohete y un chico 

que no me conocía.

Prólogo

Maggie


8 de julio de 2004 - Seis años

Esta vez será diferente, Maggie, te lo juro. Esta vez es para siempre —prometió papá mientras aparcaba el coche junto a la casa de ladrillos amarillos, en la esquina de la calle Jacobson. La prometida de papá, Katie, observaba desde el porche mientras nuestra vieja furgoneta se detenía en el camino de entrada.

Magia.

Ir a esa casa parecía cosa de magia. Había pasado de vivir en un sitio pequeño a mudarme a un palacio. Papá y yo habíamos vivido en un piso diminuto de dos habitaciones durante toda nuestra vida, y ahora íbamos a mudarnos a una casa de dos plantas con cinco habitaciones, un salón, una cocina del tamaño de Florida, dos baños y medio, y un comedor de verdad, y no una sala de estar donde papá servía cada día la cena en unas bandejas delante de la tele a las cinco de la tarde. Papá me había dicho que habían construido hasta una piscina en el patio trasero. ¡Una piscina! ¡En su patio!

Había pasado de vivir con una persona a formar parte de una familia.

Pero lo de vivir en familia no era nuevo. Por lo que recordaba, siempre había formado parte de muchas familias con papá. La primera no la conocí realmente, ya que mi madre nos dejó a papá y a mí antes de que yo pronunciara mi primera palabra. Había encontrado a alguien que la hacía sentirse más querida que papá, algo que me costaba creer. Papá quería con toda su alma, a cualquier precio. Cuando ella se marchó, papá me dio unas fotos suyas para que pudiera recordarla, pero me parecía algo raro. ¿Cómo iba a recordar a una mujer que nunca había estado allí? Después de ella, papá se especializó en flechazos, y muchas veces ellas también se enamoraban de él. Se mudaban a nuestro mundo diminuto con todas sus pertenencias y papá me decía que era para siempre, pero ese siempre era más breve de lo que él esperaba.

Esta vez era distinto.

Esta vez había conocido al amor de su vida en una sala de chat de AOL. Papá había tenido unas cuantas relaciones malas después de que mamá nos dejara, así que pensó que conocer a alguien por internet sería mejor, y funcionó. Katie había perdido a su marido unos años antes, y no había salido con nadie hasta que entró en el chat y conoció a papá.

Y al contrario que las veces anteriores, esta vez papá y yo nos mudamos con Katie y sus hijos, y no al revés.

—Esta vez es para siempre —susurré a papá.

Katie era preciosa, como las mujeres de la tele. Papá y yo mirábamos la tele cuando cenábamos juntos, y yo siempre me fijaba en lo guapa que era la gente. Katie era como ellos. Tenía el pelo rubio y largo y ojos azules como de cristal, un poco como los míos. Llevaba las uñas pintadas de rojo intenso a juego con su barra de labios, y tenía las pestañas largas, espesas y oscuras. Mientras papá y yo aparcamos en su —nuestro— camino de entrada, nos esperaba ataviada con un bonito vestido blanco y unos zapatos de tacón amarillos.

—¡Oh, Maggie! —exclamó acercándose a toda prisa y abriendo de par en par la puerta del coche para poder rodearme con sus brazos—. Me alegro mucho de conocerte por fin.

Arqueé una ceja. No sabía si devolverle el abrazo, aunque olía a coco y fresa. Antes de conocer a Katie, no sabía que el coco y la fresa quedaban bien juntos.

Miré a papá, que me sonreía, y asintió, dándome permiso para abrazarla.

Me abrazó muy fuerte y me sacó del coche en brazos, dejando mis pulmones sin aire, pero no me quejé. Hacía mucho tiempo que no me abrazaban tan fuerte. La última vez debió de ser cuando mi abuelo vino de visita y me estrechó entre sus brazos.

—Vamos. Déjame presentarte a mis hijos. Primero haremos una parada en la habitación de Calvin. Tenéis la misma edad, así que iréis juntos a la escuela. Está dentro con un amigo suyo.

Katie no se molestó en dejarme en el suelo. Me llevó hasta los escalones mientras papá cogía algunas maletas. Al entrar por la puerta principal, abrí mucho los ojos. Vaya. Era precioso, algo sacado directamente del palacio de la Cenicienta, estaba segura. Me llevó arriba, a la última habitación a la izquierda, y abrió la puerta. Mis ojos se encontraron con dos chicos que estaban jugando a la Nintendo y gritándose. Katie me dejó en el suelo.

—Chicos, una pausa —dijo Katie.

No la oyeron.

Siguieron discutiendo.

—Chicos —repitió Katie más tajante—. Una pausa.

Nada.

Soltó un bufido y se colocó las manos en las caderas.

Yo solté un bufido y repetí su gesto.

—¡CHICOS! —gritó mientras desenchufaba la consola.

—¡MAMÁ!

—¡SEÑORA FRANKS!

Solté una risita. Los chicos se giraron para mirarnos completamente conmocionados, y Katie sonrió.

—Ahora que tengo vuestra atención, quiero que saludéis a Maggie. Calvin, va a quedarse con nosotros junto a su padre. ¿Recuerdas que te dije que ibas a tener una hermana, Calvin?

Los chicos me miraron de modo inexpresivo. Era evidente que Calvin era el rubio, porque era idéntico a Katie. El chico que estaba sentado a su lado tenía el pelo oscuro y despeinado y ojos marrones, además de un agujero en su camiseta amarillo pálido y migas de patatas fritas en los vaqueros.

—No sabía que tenías otra hermana, Cal —dijo el chico, mirándome. Cuanto más me miraba, más me dolía el estómago. Me escondí detrás de las piernas de Katie y me sonrojé.

—Yo tampoco —respondió Calvin.

—Y, Maggie, este es Brooks. Vive al otro lado de la calle, pero esta noche se queda a dormir.

Me asomé por detrás de la rodilla de Katie y miré a Brooks, que me sonrió antes de comerse las migas del pantalón.

—¿Podemos volver a jugar? —preguntó Brooks, mirando su mando y la pantalla vacía del televisor. 

Katie se rio y asintió.

—Cosas de chicos —me susurró antes de enchufar de nuevo la consola. 

Asentí y me reí como lo había hecho Katie.

—Sí. Cosas de chicos.

Fuimos a otra habitación. Era la habitación más rosa que había visto nunca. Había una niña sentada en el suelo, dibujando. Llevaba unas orejas de conejo y un vestido de princesa, y estaba comiendo de un cuenco de plástico rosa lleno de Doritos.

—Cheryl —dijo Katie al entrar. Me escondí otra vez detrás de su pierna—. Esta es Maggie. Va a quedarse con nosotros junto con su padre. ¿Recuerdas que te lo expliqué?

Cheryl levantó la vista, sonrió y se metió más Doritos en la boca.

—Vale, mamá. —Siguió dibujando, y su pelo rojo rizado se balanceaba de un lado a otro mientras canturreaba una canción. Entonces, se detuvo y volvió a levantar la vista. —Oye, ¿cuántos años tienes?

—Seis —dije. Ella sonrió.

—¡Yo cinco! ¿Te gusta jugar con muñecas?

Asentí. Ella volvió a sonreír y siguió dibujando.

—Vale, adiós.

Katie se rio y me condujo al pasillo, susurrándome:

—Creo que vais a ser muy buenas amigas.

A continuación me llevó a mi habitación, donde papá estaba colocando mis maletas. Abrí mucho los ojos al ver lo grande que era, y era toda para mí.

—Vaya… —Inspiré profundamente—. ¿Esto es mío?

—Esto es tuyo.

Vaya.

—Sé que debéis de estar cansados después de un viaje tan largo, así que dejaré que prepares a Maggie para acostarse. —Katie sonrió a papá y le dio un beso en la mejilla.

Cuando papá empezó a sacar mi pijama, pregunté:

—¿Puede arroparme Katie?

Ella no se negó.

Cuando lo hizo, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa. Hubo muchas sonrisas y muchas palabras.

—Sabes, siempre he querido tener otra hija —dijo mientras me cepillaba el pelo.

No dije nada, pero yo siempre había querido tener una madre.

—Vamos a divertirnos mucho juntas, Maggie. Tú, Cheryl y yo. Podremos pintarnos las uñas, y sentarnos en la piscina, y beber limonada y hojear revistas. Podremos hacer todo lo que odian los chicos.

Me dio un abrazo de buenas noches, se marchó y apagó la luz.

No dormí nada.

Me estremecí, di vueltas y lloriqueé durante mucho tiempo, pero papá no podía oírme porque estaba en el primer piso, durmiendo en su habitación con Katie. Incluso si hubiera querido ir a buscarlo, no hubiera podido, porque el pasillo estaba oscuro, y odiaba los lugares oscuros más que nada en el mundo. Sollocé un poco, haciendo lo posible por contar ovejas en mi mente, pero nada funcionaba.

—¿Qué te pasa? —dijo una figura entre sombras desde la puerta.

Me quedé sin aliento y me incorporé abrazando la almohada.

La sombra se acercó y dejé escapar un suspiro cuando vi que era Brooks. Tenía el pelo despeinado y de punta, y la almohada le había dejado marcas en la mejilla.

—Tienes que parar de llorar. No me dejas dormir.

Me sorbí los mocos.

—Perdona.

—¿Qué te pasa? ¿Echas de menos tu casa o algo?

—No.

—¿Entonces qué es?

Bajé la cabeza, avergonzada.

—Me da miedo la oscuridad.

—Ah. —Entrecerró los ojos durante un segundo y salió de la habitación. Yo seguí abrazada a mi almohada, y me sorprendió ver que Brooks regresaba. Tenía algo en la mano, y se acercó a la pared para enchufarlo—. Calvin no necesita la luz nocturna, pero su madre se la ha puesto en la habitación de todos modos—. Levantó una ceja—. ¿Mejor?

Asentí. Mejor. Él bostezó.

—Vale, bueno, buenas noches… eh… ¿cómo te llamabas?

—Maggie.

—Buenas noches, Maggie. No te preocupes por nada. Este pueblo es seguro. Aquí estás a salvo. Y si eso no te basta, estoy seguro de que puedes venir a dormir al suelo de la habitación de Calvin. No le importará. —Se marchó rascándose el pelo despeinado y bostezando.

Fijé la vista en la luz nocturna, que tenía forma de cohete, y se me empezaron a cerrar los ojos. Me sentía cansada. Me sentía segura. Me sentía protegida por un cohete que me había dado un niño que acababa de conocer.

Antes no estaba segura, pero esta vez lo supe.

Papá tenía razón.

—Para siempre —susurré, adentrándome cada vez más en mis sueños—. Esta vez es para siempre.

Primera parte

Capítulo 1

Maggie


25 de julio de 2008 - Diez años


Una nota para el chico que está enamorado de mí

Por: Maggie May Riley


Querido Brooks Tyler,


El otro día estuve enfadada contigo durante mucho rato porque me insultaste y me tiraste a un charco. Estropeaste mi vestido favorito y mis sandalias rosas y amarillas. Me enfadó enfadé un montón contigo por haberme empujado.

Tu hermano Jamie me ha dicho que eres malo conmigo porque me quieres. Que me insultas porque eso es lo que hacen los chicos cuando están enamorados. Que me empujas solo porque quieres acercarte a mí. Me parece estúipdo estúpido, pero mi madre dice que todos los hombres son estúpidos, así que no es culpa tuya. Está en tu ADN.

Así que acepto tu amor, Brooks. Te dejo que me quieras por siempre jamás.

He empezado a planear la boda.

Es dentro de unos días, en el bosque, donde los chicos vais siempre a pescar. Siempre he querido casarme junto al agua como mi padre y mi madre.

Más vale que lleves una corbata, y no esa de color barro que llevaste a la iglesia el domingo pasado. Ponte la colonia de tu padre también. Sé que eres un chico, pero no tienes que oler a chico. Te quiero, Brooks Tyler Griffin.

Por siempre jamás.


Tu futura esposa,

Maggie May


P. D.: Acepto la disculpa que nunca me diste. Jamie ya me dijo que lo sentías, así que no te preocupes, no estoy enfadada.


***


Una nota para la chica que está loca

Por: Brooks Tyler Griffin


Maggie May,


¡No. Me. Gustas!

Piérdete para siempre.


Tu NO futuro marido,

Brooks Tyler


***


Una nota para el chico divertido

Por: Maggie May Riley


Mi Brooks Tyler,


Me haces reír. Jamie dijo que responderías así.

¿Qué te parecen los colores morado y rosa para la ceremonia? Deberíamos vivir juntos, pero soy demasiado joven para pagar una hipoteca. Tal vez podríamos quedarnos con tus padres hasta que consigas un trabajo figo fijo para mantenernos a mí y a nuestras mascotas.

Tendremos un perro llamado Skippy y una gata llamada Mermelada.


Tu Maggie May


***


Una nota para la chica que sigue estando loca

Por: Brooks Tyler Griffin


Maggie,


No vamos a casarnos. No vamos a tener mascotas. Ni siquiera somos amigos. ¡TE ODIO, Maggie May! ¡Si tu hermano no fuera mi mejor amigo, no te hablaría NUNCA MÁS! Creo que estás loca.

¿Skippy y Mermelada? Qué estupidez. Es la cosa más estúpida que he oído jamás. Además, todo el mundo sabe que la mejor mantequilla de cacahuete es Jif.


NUNCA TUYO,

Brooks


***


Una nota para el chico que tiene mal gusto

Por: Maggie May Riley


Brooks Tyler,


Mi madre siempre dice que una gran relación está hecha de dos cosas importantes: amar las simelitudes simitiludes simililtudes las cosas que tiene en común la pareja y también respetar las diferencias.

Me encanta que a los dos nos guste la mantequilla de cacahuete, y respeto tu opinión sobre Jif.

Aunque estés equivocado.


Siempre tuya,

Maggie May


P. D.: ¿Has encontrado una corbata ya?


***


Una nota para la chica que sigue, SIGUE estando loca

Por: Brooks Tyler Griffin


Maggie May,


No necesito una corbata porque nunca vamos a casarnos.

Y se escribe «similitudes», idiota.


Brooks


***


Una nota para el chico que me ha hecho llorar

Por: Maggie May Riley


Brooks,


Eso ha sido cruel.


Maggie


***


Una nota para la chica que sigue, SIGUE estando loca, pero no debería llorar

Por: Brooks Tyler Griffin


Maggie May,


Perdona. A veces puedo ser un auténtico capullo.


Brooks


***


Una nota para el chico que me ha hecho sonreír

Por: Maggie May Riley


Brooks Tyler Griffin,


Te perdono.

Lleva la corbata de color barro si quieres. Da igual lo mal que te vistas, me encantará convertirme en tu esposa.

Nos vemos el fin de semana que viene a las cinco entre los dos árboles torcidos.


Por siempre jamás,

Maggie May Riley

Capítulo 2

Brooks


Odiaba a Maggie May.

Ojalá hubiera una palabra más fuerte que pudiera describir lo que sentía por esa chica pesada y gritona que no paraba de perseguirme últimamente, pero odio era lo único que se me ocurría cuando la tenía cerca. No debería haberle dado aquella luz nocturna. Debería haber fingido que no existía.

—¿Por qué tiene que venir? —gruñí, metiendo en mi caja de aparejos hilo de pescar, boyas, plomos y anzuelos. Durante los últimos dos años había ido a pescar con mi padre, mi hermano mayor, Jamie, Calvin y su nuevo padre, Eric (o el señor Riley, como lo llamaba yo). Íbamos a Harper Creek, a unos quince minutos a pie, y nos sentábamos en el barco del señor Riley, donde reíamos y hacíamos bromas. El lago era tan enorme que si mirabas al frente, apenas alcanzabas a ver el otro lado, donde estaban las tiendas del pueblo. Calvin y yo intentábamos señalar a menudo hacia los edificios, como la librería, la tienda de comida y el centro comercial. Luego hacíamos lo posible por pescar algún pez. Era un día de chicos en el que comíamos un montón de comida basura sin que nos importara que la barriga estuviera a punto de estallarnos. Era nuestra tradición, y ahora la estaba arruinando una niña estúpida de diez años que cantaba todo el rato y no dejaba de bailar en círculos. Maggie May era la definición del fastidio. Y lo era de verdad. Una vez busqué su nombre en el diccionario y ponía: «La hermanastra fastidiosa de Calvin».

Puede que hubiera añadido la definición yo mismo y que mi madre me hubiese gritado por escribir en un libro, pero era la verdad.

—Mis padres han dicho que tiene que venir —explicó Calvin levantando la caña—. Mamá va a llevar a Cheryl al médico, así que no hay nadie que pueda quedarse con ella en estas horas.

—¿No puede quedarse en casa y ya está? Tus padres podrían dejarle un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada y un zumo o algo así.

Calvin sonrió.

—Ojalá. Esto es una estupidez.

—¡Ella es la estúpida! —exclamé—. Está convencida de que va a casarse conmigo en el bosque. Está loca.

Jamie se rio.

—Solo dices eso porque la quieres en secreto.

—¡No es verdad! —grité—. Qué asco. Maggie May me pone enfermo. Solo pensar en ella me da pesadillas.

—Lo dices porque la quieres —se burló Jamie.

—Más vale que cierres la boca antes de que te la cierre yo, capullo. ¡Me dijo que fuiste tú quien extendió el rumor de que me gusta! Por tu culpa piensa que vamos a casarnos.

Se echó a reír.

—Ya lo sé.

—¿Por qué lo hiciste?

Jamie me dio un puñetazo en el hombro.

—Porque soy tu hermano mayor, y los hermanos mayores están para hacer un infierno de las vidas de sus hermanos pequeños. Lo pone en el contrato de hermanos.

—Nunca he firmado un contrato.

—Eras menor de edad, así que mamá lo firmó por ti, obviamente.

Puse los ojos en blanco.

—Lo que tú digas. Lo que sé es que Maggie va a arruinarnos el día. Tiene un don para arruinarlo todo. ¡Además, ni siquiera sabe pescar!

—¡Sí que sé! —gritó Maggie mientras salía de su casa con un vestido, sandalias amarillas y una caña de pescar de Barbie en la mano.

¡Uf! ¿Quién va a pescar con vestido y una caña de Barbie?

Se pasó los dedos por los mechones de pelo rubio y abrió las fosas nasales de su enorme nariz.

—¡Apuesto a que pesco más peces de los que podrían pescar Calvin y Brooks! Más que tú no, Jamie. Seguro que a ti se te da bien pescar. —Le dirigió una sonrisa que me dio arcadas. Tenía una sonrisa feísima. Jamie le devolvió la sonrisa.

—Apuesto a que a ti tampoco se te da mal, Maggie.

Poner ojos en blanco. Jamie siempre hacía eso: era muy amable con Maggie porque sabía que me molestaba. Yo sabía que ella no podía gustarle de ninguna manera, porque era muy desagradable.

—Chicos, ¿vais a quedaros ahí sentados todo el día, o vamos a bajar al arroyo? —preguntó el señor Riley al salir de casa con su caja de aparejos y su caña de pescar—. Pongámonos en marcha.

Bajamos andando por la calle. Bueno, los chicos andábamos. Maggie daba saltitos y hacía piruetas, y cantaba un sinfín de canciones pop. Por Dios, si bailaba la Macarena una vez más, me volvería loco. Cuando llegamos al bosque, fantaseé con que los chicos subiéramos al barco del señor Riley y Maggie se quedase atrás.

Qué fantasía más maravillosa.

—Vamos a necesitar cebo —dijo el señor Riley, que sacó una pala pequeña y su cubo de metal—. ¿A quién le toca?

—A Brooks —dijo Calvin, señalándome. Cada vez que íbamos a pescar, alguien se encargaba de escarbar en la tierra del bosque para coger gusanos. Tomé la pala y el cubo sin protestar. La verdad es que buscar gusanos era una de mis partes favoritas de la pesca.

—Creo que Maggie debería ir con él. —Jamie sonrió y le guiñó un ojo a Maggie. Se le iluminó la cara, llena de esperanza, y yo estuve a punto de pegarle a mi hermano en la cabeza.

—No, está bien. Puedo hacerlo yo solo.

—Puedo ir de todos modos. —Maggie sonrió de oreja a oreja.

¡Qué sonrisa más fea!

—Papá, ¿puedo ir con Brooks?

Miré al señor Riley y rápidamente supe que estaba condenado, porque el señor Riley sufría de SH: síndrome de hija. Nunca le había visto decir que no a Maggie, y dudaba que fuera a hacerlo esa tarde.

—Claro, cariño. Divertíos los dos. —Sonrió—. Vamos a preparar el barco, y cuando volváis, zarparemos.

Antes de adentrarnos en el bosque, me aseguré de darle a Jamie un fuerte puñetazo en el brazo. Él me golpeó todavía más fuerte, por lo que Maggie se echó a reír. Cuando nos internamos en el bosque, me puse los auriculares que llevaba enchufados al MP3 y me apresuré, confiando en dejarla atrás, pero sus saltitos y piruetas eran sorprendentemente rápidos.

—¿Has encontrado una corbata ya? —preguntó. 

Puse los ojos en blanco. A pesar de la música, todavía oía su parloteo.

—No voy a casarme contigo.

Ella se rio.

—Nos casamos en dos días, Brooks. No seas tonto. Supongo que Calvin será tu padrino, ¿o lo será Jamie? Cheryl será mi dama de honor. Oye, ¿puedo escuchar tu música? Calvin dice que tienes la mejor música del mundo, y creo que debería saber qué tipo de música escuchas si vamos a casarnos.

—No vamos a casarnos, y nunca tocarás mi MP3.

Se rio como si yo hubiera contado un chiste divertido.

Empecé a cavar en la tierra y ella se columpió en las ramas de un árbol.

—¿Vas a ayudarme a cavar o no?

—No voy a tocar gusanos.

—¿Entonces para qué has venido?

—Tonto, para que podamos terminar de planearlo todo. Además, esperaba que pudiéramos ir a echar un vistazo a la cabaña que hay por aquí cerca. Podría ser nuestra casa, si quieres. Podríamos arreglarla para nosotros y para Skippy y Mermelada. De todas formas, nadie vive allí y es lo suficientemente grande para nuestra familia.

Esta chica era una auténtica lunática.

Seguí cavando mientras ella hablaba. Cuanto más rápido cavaba, más rápido hablaba ella de tonterías de niña que no me importaban: zapatos, maquillaje, primeros bailes, tartas de boda, decoración. Incluso habló de cómo podríamos usar la cabaña abandonada para celebrar una recepción y comer allí. La lista continuaba. Me planteé tirar a un lado la pala y el cubo y salir corriendo; estaba claro que Maggie pretendía matarme. Cuando mencionó el nombre de nuestro primer hijo, supe que las cosas habían ido demasiado lejos.

—¡Oye! —grité, tirando el cubo que contenía los pocos gusanos que había encontrado. Se alejaron retorciéndose para volver a la tierra, y ni siquiera me importó. Saqué pecho y arrastré los pies en su dirección. Levanté los puños en el aire y le grité a la cara—. ¡No vamos a casarnos! ¡Ni hoy, ni mañana ni nunca! Me das asco, y solo fui amable contigo en la última carta porque Jamie me dijo que si te escribía más cartas desagradables, se lo diría a mis padres y me metería en problemas. ¿Vale? Así que, deja de hablar de una vez de esa boda.

Nuestras caras estaban a pocos centímetros de distancia. Maggie tenía los dedos entrelazados tras la espalda y vi que le temblaba un poco el labio inferior. Entrecerró los ojos mientras me observaba, como si tratara de descifrar las palabras, claras como el día, que acababa de soltarle. Por un segundo, frunció el ceño, pero entonces volvió a esbozar esa fea sonrisa. Antes de tener ocasión de poner los ojos en blanco, se acercó a mí, me agarró de las mejillas con las dos manos y me atrajo hacia ella.

—¿Qué haces? —pregunté con las mejillas aplastadas.

—Voy a besarte, Brooks, porque tenemos que practicar nuestro primer beso antes de hacerlo delante de nuestras familias y amigos.

—No vas a besar… —Me detuve y el corazón me golpeó con fuerza. Maggie apretó sus labios contra los míos y me atrajo hacia sí. Sin dudarlo, me solté de un tirón. Quería decir algo, pero me resultaba difícil hablar, así que la miré incómodo.

—Deberíamos intentarlo otra vez —propuso.

—¡No! No me bes… 

De nuevo, me besó. Sentí que se me encendía el cuerpo con una sensación de… ¿ira? ¿O tal vez confusión? No. Ira. Definitivamente era ira. O quizá…

—¿Quieres parar? —grité mientras me liberaba y retrocedí—. ¡No puedes ir por ahí besando a alguien que no quiere!

Bajó la vista y se le enrojecieron las mejillas.

—¿No quieres besarme?

—¡No! No quiero. ¡No quiero tener nada que ver contigo, Maggie May Riley! No quiero seguir siendo tu vecino. No quiero ser tu amigo. No quiero casarme contigo y, desde luego, no quiero bes… —Una vez más, me interrumpí, pero ahora por cuenta propia. De algún modo, mientras despotricaba, me había acercado a ella cada vez más, y mis labios robaron su siguiente aliento. Coloqué las manos sobre sus mejillas y las aplasté, y luego la besé con fuerza durante diez segundos. Conté cada uno de los segundos. Cuando nos separamos, nos quedamos quietos.

—Me has besado —susurró.

—Ha sido un error —respondí.

—¿Un error bueno?

—Un error malo.

—Ah.

—Sí.

—¿Brooks?

—¿Maggie?

—¿Podemos cometer otro error malo?

Di una patada a la hierba y me froté la nuca.

—Pero no significará que vaya a casarme contigo.

—Vale.

Arqueé una ceja.

—Lo digo en serio. Serán solo diez segundos y ya está. No volveremos a besarnos. Nunca.

—Vale —respondió asintiendo.

Me acerqué a ella y apretamos nuestras cara una contra la otra. Cuando nos besamos, cerré los ojos y conté hasta diez.

Conté despacio, tan despacio como el movimiento de los gusanos.

1…

1,3…

1,5…

2…

—¿Brooks? —murmuró en mi boca, y al abrir los ojos me encontré a Maggie mirándome.

—¿Sí? —pregunté. Todavía teníamos las mejillas aplastadas una contra la otra.

—Ya podemos dejar de besarnos. He contado hasta diez cinco veces.

Retrocedí, avergonzado.

—Claro. De todas formas, tenemos que volver al barco. —Intenté coger los gusanos de nuevo, pero fallé estrepitosamente, y por el rabillo del ojo vi a Maggie balanceándose dentro de su vestido y tarareando.

—Oye, Brooks. Sé que dije que podías llevar la corbata de color barro a la boda, pero creo que estarás mejor con una verde. Trae la corbata para el ensayo mañana. Nos encontraremos aquí a las siete. —Sus labios se curvaron hacia arriba y no pude evitar preguntarme qué había cambiado en ella en ese momento.

Su sonrisa ya no parecía horrible.

Cuando empezó a alejarse, me levanté rápidamente y tiré otra vez el cubo con los gusanos.

—Oye, Maggie.

Ella se giró.

—¿Sí?

—¿Podemos volver a intentar lo del beso una vez más?

Ella se sonrojó y sonrió, y fue hermoso.

—¿Cuánto tiempo?

—No lo sé… —Me metí las manos en los bolsillos y me encogí de hombros, mirando la hierba. Un gusano se retorcía en dirección a mis cordones—. Quizá otros diez segundos.

Capítulo 3

Maggie


Amaba a Brooks Tyler.

Ojalá hubiera una palabra más fuerte que pudiera describir lo que sentía por ese chico guapo y grosero con el que me había besado, pero amor era lo único que se me ocurría cuando lo tenía cerca.

Estaba tumbada en mi cama, pensando una y otra vez en nuestro último beso de diez segundos, cuando oí a Cheryl gritar: «¡Tienes que estar de broma!»

No estaba segura de qué aullaba más, si el viento o Cheryl.

—¡No sé qué tiene que hacer una dama de honor! —protestó Cheryl dejándose caer a mi lado. Su pelo rojo rizado se movía arriba y abajo mientras brincaba en mi cama. Cheryl había sido mi mejor amiga desde que me había mudado con su familia, además de ser mi hermanastra. Por tanto, tenía que ser mi dama de honor.

—No tienes que hacer nada, de verdad, salvo las cosas que no quiero hacer yo, y cuando me estrese planeando la boda, tú serás la chica a quien grite sin parar. Ah, y tienes que sostener la cola de mi vestido mientras avanzo por el pasillo.

—¿Por qué tengo que sostener tu vestido?

Me encogí de hombros.

—No lo sé, pero la dama de honor de mi tía lo hizo, así que creo que es algo que haces cuando te casas. —Había reproducido en el suelo de mi habitación la disposición de la ceremonia con mis Barbies, peluches y muñecos de My Little Pony. Ken representaba a Brooks en el papel novio y Barbie me representaba a mí.

—¿Y cómo conseguiste novio? —preguntó Cheryl sin dejar de brincar.

Prometido —corregí—. La verdad es que fue bastante fácil. Estoy segura de que tú puedes conseguir uno. Solo tienes que retorcerte un mechón de pelo y escribirle una carta diciéndole que se va a casar contigo.

—¿En serio? —Cheryl alzó la voz—. ¿Eso es todo?

Asentí.

—Eso es todo.

—Vaya. —Suspiró. Parecía un poco sorprendida, pero no sabía por qué. Era muy fácil conseguir un chico. Mamá decía que lo difícil era deshacerse de ellos—. ¿Cómo sabes todo esto?

—Me lo dijo mamá.

Hizo una mueca.

—¿Por qué no me lo ha dicho a mí? Yo también soy su hija. Además, ella era mi madre primero.

—Seguramente porque eres demasiado joven. Supongo que te lo dirá el año que viene.

—No quiero esperar un año. —Cheryl dejó de brincar y empezó a retorcerse el pelo—. Necesito papel y boli. O, bueno… ¿Estás segura de que Brooks no querrá casarse conmigo también?

Me llevé las manos a la cadera y arqueé una ceja.

—¿Qué quieres decir con eso?

Siguió retorciéndose el pelo.

—Solo digo que me sonríe mucho.

Ay. Dios. Mío.

Mi hermana era una golfa. Mamá me dijo que no podía decir esa palabra, pero una vez la oí llamar así a su hermana por ir detrás de un hombre casado, y a la tía Mary no le había hecho mucha gracia. Cheryl intentaba hacer lo mismo.

—Es algo amistoso. Sonríe a todo el mundo. Una vez lo vi sonreír a una ardilla.

—¿Estás comparando la forma en que sonríe a las ardillas con cómo me sonríe a mí? —preguntó alzando la voz.

Dudé por un instante y lo pensé. Cheryl tenía unas cuantas cosas en común con las ardillas. Por ejemplo, las ardillas estaban locas por las nueces, y Cheryl estaba completamente loca si pensaba por un segundo que Brooks la preferiría a ella antes que a mí.

Cheryl se levantó y soltó un bufido sin dejar de retorcerse el pelo.

—¡Tardas demasiado en contestar! ¡Espera a que le cuente a mamá lo que has dicho! ¡Podría conseguir el novio que yo quisiera, Maggie May, y tú no vas a decirme lo contrario!

—Me da igual, pero no puedes quedarte con mi prometido.

—¡Podría!

—¡No podrías!

—¡Podría!

—¡Cállate y deja de retorcer tu estúpido pelo! —grité.

Ella soltó un grito ahogado, se le llenaron los ojos de lágrimas y salió a trompicones gritando:

—¡No pienso ir a tu boda!

—¡Ni siquiera estás invitada! —grité en su dirección.

Poco después, mamá entró en mi habitación con los ojos entrecerrados.

—Habéis vuelto a pelearos, ¿eh?

Me encogí de hombros.

—Se ha vuelto a poner dramática.

—Para ser mejores amigas, os peleáis muy a menudo.

—Sí, bueno, es lo que hacen las chicas.

Asintió, estaba completamente de acuerdo.

—Pero recuerda que es más pequeña que tú, Maggie, y Cheryl no lo tiene tan fácil como tú. Es un poco rara y solitaria, y no encaja con los demás demasiado bien. Tú eres su única amiga de verdad y su hermana. Es tu familia, ¿y qué hace la familia?

—¿Cuidar unos de otros?

Mamá asintió y me besó la frente.

—Exacto. Nos cuidamos entre nosotros, incluso en los días difíciles.

Cada vez que Cheryl y yo nos peleábamos, mamá me decía lo mismo. En la familia cuidamos unos de otros. Sobre todo en los días difíciles en que costaba incluso mirarnos a la cara.

Recordaba la primera vez que me lo dijo. Ella y papá nos habían sentado a Calvin, a solitaria Cheryl y a mí en la sala de estar para decirnos que, si queríamos, podíamos llamarlos papá y mamá. Fue en la noche de su boda, y ya éramos oficialmente una familia. Nos sentamos y mamá y papá nos hicieron poner las manos, unas encima de otras, y prometer que siempre nos cuidaríamos entre todos. Porque eso es lo que hacen las familias.

—Le pediré perdón —susurré refiriéndome a Cheryl. Después de todo, era mi mejor amiga.

Me pasé el resto de la tarde planeando la boda. Había soñado con mi boda desde los siete años, eso era un montón de tiempo. Me pregunté qué tipo de música le gustaba a Brooks. Como no me dejaría escucharla, tenía que adivinarlo yo misma. Él y Calvin habían tocado un poco las guitarras de papá, y decían que algún día serían músicos famosos. Al principio no les creía, pero cuanto más practicaban, mejor lo hacían. Tal vez podrían tocar en la boda. Y quizá escogiera su canción favorita para avanzar por el pasillo. Pero la verdad era que él y mi hermano se habían pasado toda la semana cantando Sexy Back de Justin Timberlake, y no me parecía una canción apropiada para una boda.

Tal vez para el primer baile.


***


Cada noche, después de que mamá y papá nos acostaran, oía música en la sala de estar. Siempre era la misma canción: You Send Me, de Sam Cooke, la canción de su primer baile en pareja. Salí de mi habitación de puntillas, me fui hasta la escalera y miré hacia la planta de abajo. La luz era tenue, papá cogió a mamá de la mano y le preguntó: «¿Bailas conmigo?» Se lo preguntaba cada noche antes de bailar. Papá hizo que mamá girara en círculos, y los dos se reían como si fueran niños. Mamá sostenía una copa de vino en la mano, y mientras papá la mecía, el vino se derramó de la copa y aterrizó en la alfombra blanca. Se rieron todavía más por el estropicio y se abrazaron. Mamá apoyaba la cabeza en el pecho de papá y él le susurraba al oído mientras bailaban despacio.

Para mí, eso era el amor verdadero.

El amor verdadero hacía que pudieras reírte de los errores.

El amor verdadero hacía que pudieras susurrar secretos a otra persona.

El amor verdadero hacía que nunca tuvieras que bailar sola.


***


A la mañana siguiente, me desperté preparada para el día que me esperaba.

—¡Hoy es el ensayo para la boda! —exclamé estirando los brazos y saliendo de la cama de un salto—. ¡Es mi ensayo! ¡Es el día del ensayo!

Calvin entró a trompicones en la habitación, frotándose los ojos soñolientos.

—Dios, Maggie, ¿puedes callarte? Son las tres de la mañana —protestó bostezando. Yo sonreí.

—¡No importa, porque es el día del ensayo, Calvin!

Siguió refunfuñando e incluso me insultó, pero no me importó.

Papá entró en mi cuarto también a trompicones, exactamente igual que mi hermano, frotándose los ojos y bostezando. Se acercó a la cama y le rodeé el cuello con los brazos, obligándole a cogerme.

—¡Papá, adivina! ¡Adivina! —chillé emocionada.

—Déjame pensar… ¿hoy es el ensayo de la boda?

Asentí rápidamente y me reí mientras él me sostenía y daba vueltas en círculos con aire cansado.

—¿Cómo lo has sabido?

Sonrió.

—Ha sido suerte.

—¿Puedes hacer que deje de gritar para que podamos volver a dormir? —protestó Calvin—. ¡Ni siquiera es una boda real!

Por un momento, me dejó sin aliento e iba a protestar por la mentira que había dicho, pero papá me detuvo y me susurró:

—Lo suyo no es madrugar. ¿Qué te parece si volvemos a la cama unas horas más y luego te preparo un desayuno propio del día antes una boda?

—¿Gofres con fresas y nata montada?

—¡Y con virutas! —Sonrió.

Calvin regresó a su habitación entre gruñidos y patadas y papá me tumbó en la cama y me dio besos de esquimal.

—Intenta dormir unas horas más, ¿vale, cariño? Te espera un gran día. —Me arropó como cada noche.

—Vale.

—Y Maggie May…

—¿Sí?

—El mundo sigue girando gracias a los latidos de tu corazón. —Desde que me alcanzaba la memoria, cada día me decía esas palabras.

Cuando salió de la habitación, apagó la luz y me quedé tumbada en la cama, mirando las pegatinas de estrellas fluorescentes del techo y sonriendo con las manos en el pecho, donde sentía cada uno de los latidos que hacían que el mundo siguiera girando.

Sabía que tenía que dormir, pero no podía, porque era el día antes de mi boda y estaba a punto de casarme con un chico que todavía no sabía que llegaría a ser mi mejor amigo cuando celebráramos nuestro décimo aniversario de boda.

Seguramente necesitaba esos diez años para darse cuenta de que sí quería ser mi marido.

Y, obviamente, viviríamos felices para siempre.


***


Por la mañana, fui la primera en levantarme y esperé a mis gofres en el piso de abajo. Papá y mamá seguían durmiendo cuando entré sigilosamente en su habitación.

—¿Estáis despiertos? —susurré. Nada. Toqué a papá en la mejilla y repetí—: ¿Estás despierto, papá?

—Maggie May, todavía no es hora de levantarse —murmuró.

—¡Pero dijiste que harías gofres! —protesté.

—Por la mañana.

—Ya es por la mañana —repliqué dirigiéndome a la ventana y abriendo las cortinas—. ¿Lo veis? Ha salido el sol.

—El sol es un mentiroso, por eso Dios creó las cortinas. —Mamá bostezó y se dio la vuelta. Abrió los ojos y miró el reloj de la mesita de noche—. Las cinco y media de la mañana de un sábado no es por la mañana, Maggie May. Ahora vuelve a la cama, ya iremos nosotros a despertarte.

No vinieron a despertarme hasta las ocho de la mañana, pero sorprendentemente, ya estaba levantada. El día transcurrió más despacio de lo que deseaba, y mis padres me obligaron a ir al recital de baile de Cheryl, que duró más de lo esperado, pero cuando llegamos a casa, ya estaba lista para reunirme con Brooks.

Mamá me dijo que solo podía salir a jugar si me llevaba a Cheryl, pero aunque le había pedido perdón, seguía sin querer ser mi dama de honor, así que tuve que escabullirme sola para encontrarme con Brooks en el bosque. Fui dando saltitos por el vecindario, observando el césped perfectamente cortado y las flores perfectamente plantadas. Harper County era un pequeño pueblo en el que todo el mundo se conocía, así que mamá no tardaría en recibir una llamada de alguien que me hubiera visto dando saltitos por la calle. Tenía que ser rápida.

Pero no demasiado rápida, porque siempre debía detenerme en la esquina de mi bloque, mirar a ambos lados de la calle y cruzar en dirección a la casa de la señora Boone. El césped de la señora Boone era completamente diferente al de los demás. Tenía flores por todas partes, sin orden ni concierto. Rosas amarillas, lavanda, amapolas… podías nombrar cualquier flor y seguramente la encontrarías en el patio de la señora Boone.

Nadie se molestaba en pasarse por la casa de aquella anciana. Todo el mundo decía que era desagradable, gruñona y poco amigable. Se pasaba la mayor parte del tiempo sentada sola en el porche, balanceándose en su mecedora y murmurando para sí misma mientras su gata, Muffins, hacía la croqueta por el patio.

Mi momento favorito del día era cuando la señora Boone entraba en casa para hacerse un té. Bebía más té que nadie que hubiera conocido. Un día Cheryl y yo la observamos desde el otro lado de la calle y nos sorprendió el número de veces que la señora Boone se levantó de su mecedora y volvió con una taza de té.

Cuando estaba dentro de su casa, me colaba en el patio delantero, que estaba protegido por una valla blanca. Entonces olía tantas flores como me fuera posible y hacía la croqueta sobre la hierba con Muffins.

Esa noche me metí a toda prisa en su patio, porque pronto tenía que encontrarme con Brooks.

—¡Eh! ¡Niña de Eric! ¡Sal de mi césped! —siseó la señora Boone abriendo de golpe la puerta de tela metálica con una taza de té en la mano. Le había dicho mi nombre cientos de veces, pero se negaba a aprenderlo.

—Maggie —dije al incorporarme, sosteniendo a Muffins, que ronroneaba—. Me llamo Maggie, señora Boone. Maggie. —Lo dije despacio y alto la segunda vez para asegurarme de que me entendía.

—¡Oh, ya sé quién eres, pequeña bandida! ¡Aléjate ahora mismo de mis flores y de mi gata!

La ignoré.

—Vaya, señora B, tiene las flores más bonitas que he visto jamás. ¿Lo sabía? Me llamo Maggie, por si lo ha olvidado. Puede llamarme Maggie May, si quiere. En mi familia me llaman así a menudo. Hablando de familia y de flores, estaba pensando en preguntarle… ¿Cree que puedo coger algunas flores para mi boda? Es mañana.

—¿Boda? —bufó entrecerrando los ojos. Iba excesivamente maquillada. Mamá siempre dice que menos es más. Es obvio que la señora Boone opina lo contrario—. ¿No eres un poco joven para casarte?

—El amor no entiende de edad, señora B. —Estiré el brazo hacia una amapola, la cogí y me la puse detrás de la oreja. Muffins saltó de mis brazos.

—Coge otra flor y no podrás volver a coger nada más el resto de tu vida —me advirtió con el ceño fruncido.

—¡Le traeré helado a cambio de las flores, señora B! Puedo cogerlas todas ahora para que no tenga que preocuparse por…

—¡Vete! —gritó, y su voz me dio escalofríos. Me mantuve erguida, con los ojos llenos de pánico, y retrocedí.

—Vale. Bueno, me pasaré por aquí mañana también, antes de la boda, por si cambia de opinión. Puede venir si quiere. Será entre los dos árboles torcidos del bosque a las cinco de la tarde. Mamá hará una tarta y papá preparará ponche. ¡Puede traerse también a Muffins! ¡Adiós, señora B! ¡Nos vemos mañana!

Siguió refunfuñando un rato más mientras me apresuraba a salir de su patio y cogía otras dos rosas amarillas. Di unos saltitos y dije adiós con la mano a la señora gruñona que probablemente ni siquiera era gruñona de verdad, sino que le gustaba cumplir con las expectativas de los rumores que habían inventado los vecinos.

Cuanto más me acercaba a los árboles torcidos, más aumentaban mis latidos. Mi respiración se llenaba cada vez más de apremio y emoción. Cada paso me acercaba a Brooks. Está pasando. Por fin se hacía realidad. Iba a conseguir lo que tenían papá y mamá. Iba a ser suya, y él iba a ser mío.

Esta vez es para siempre.


***


Llegaba tarde.

Sabía que tenía varios relojes en su casa, y sabía que era capaz de leer la hora, pero aun así, Brooks llegaba tarde.

¿Cómo podríamos vivir felices para siempre si no llegaba a tiempo?

Miré mi reloj de Barbie y se me encogió el pecho.

Las 19:16.

Llegaba tarde. Le había dicho a las siete, y llegaba dieciséis minutos tarde.

¿Dónde estaba? ¿Iba a dejarme plantada? No, él no haría eso.

¿Acaso no me quería como yo lo quería a él? No, sí que me quería.

Me dolía el corazón mientras caminaba por el bosque en busca de un chico tonto de ojos bonitos.

—Se habrá equivocado de árboles —me dije a mí misma, escuchando el sonido de las hojas al crujir bajo mis pasos—. Vendrá —me juré.

El cielo, antes iluminado, se oscurecía cada vez más.

No me dejaban estar en la calle cuando anochecía y se encendían las farolas, pero sabía que todo iría bien, porque al día siguiente me casaría, y no estaría sola en la oscuridad porque Brooks iba a reunirse conmigo.

Las 19:32.

¿Por dónde había venido? ¿Y dónde estaban los árboles torcidos? El corazón empezó a latirme con fuerza y me sudaban las manos mientras avanzaba a trompicones por el bosque.

—Brooks —grité. Estaba cada vez más nerviosa porque me había perdido. Seguro que él me encontraría. Vendrá. Seguí caminando. ¿Estaba adentrándome más en el bosque? ¿O alejándome de los árboles? ¿Cómo podía saberlo? No era capaz de encontrar el camino de vuelta. ¿Dónde estaban los árboles?

Las 19:59.

El lago.

Encontraría el lago donde los chicos iban a pescar. Tal vez Brooks estaría allí. ¿Pero dónde estaba el lago? Empecé a correr. Corrí y corrí, esperando ver el agua ondeando que me recordase dónde estaba y cómo podía volver a casa, o cómo podía encontrar a Brooks. Tal vez él también se había perdido. Tal vez estaba solo y asustado, y sudoroso. Tal vez él también me estaba buscando. Tenía que encontrarle, porque sabía que estaría mejor cuando estuviéramos juntos.

Las 20:13.

El lago.

Lo encontré.

Encontré las ondas, las piedras y los sonidos tranquilos.

Encontré el lago y lo encontré a él.

—No te vayas, Julia, por favor. Escúchame.

¿Brooks?

No.

No era él.

Era otra persona que no estaba sola. Había un hombre con alguien más. Una mujer. Ella no dejaba de decir que no, le decía que no podía seguir con él, y a él no le gustaba eso.

—Tenemos una vida juntos, Julia. Tenemos una familia.

—¿Quieres escucharme? No quiero seguir contigo.

—¿Es por ese tipo del trabajo?