Tema: Neurociencia

Hilary ROSE

Steven ROSE

¿Puede la neurociencia cambiar
nuestra mente?

Traducido por

Sonia Martín Pérez

Fundada en 1920

Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes - Madrid - ESPAÑA

morata@edmorata.es - www.edmorata.es

¿Puede la neurociencia cambiar
nuestra mente?

Por

Hilary ROSE

Steven ROSE

Título original de la obra:

Can Neuroscience change our minds?

© 2016 Polity Press

This edition is published by arrangement with Polity Press Ltd., Cambridge.
All Rights Reserved

© 2016 Hilary and Steven Rose

.

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© EDICIONES MORATA, S. L. (2017)

Nuestra Señora del Rosario, 14

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

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Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-7112-841-6

ISBNebook: 978-84-7112-846-1

Depósito Legal: M-18.128-2017

 

Compuesto por: John Gordon Ross

Diseño de la cubierta: Tono Bross

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Contenido

Contenido

Agradecimientos

Prólogo a la edición española

Introducción

1. Un prefijo prolífico.- 2. La coproducción de la neurociencia, la sociedad y el yo.- 3. Las tecnociencias en el neoliberalismo

CAPÍTULO 1: La imparable proliferación de las neurociencias

1. La genealogía de las neurociencias.- 2. El nacimiento de una nueva ciencia.- 3. El poder de lo neuro.- 4. En busca de las moléculas de la locura.- 5. El modelo animal y sus limitaciones.- 6. ¿Un feliz matrimonio?

CAPÍTULO 2: Las meganeurociencias

1. El proyecto del cerebro humano.- 2. El compromiso social con la ciencia.- 3. En el principio fue el ratón.- 4. La DARPA y el Proyecto BRAIN.- 5. Resolver el cerebro.- 6. ¿Un desgarro en la gran carpa de la neurociencia?.- 7. Y sin embargo, lo neuro sigue proliferando

CAPÍTULO 3: La intervención temprana

1. Sacar lo mejor de nosotros mismos en el Siglo XXI.- 2. El capital mental y el otro.- 3. De Foresight a Allen.- 4. El significado político de la redefinición de pobreza.- 5. Los informes y su neurociencia.- 6. El origen de las imágenes IRM de niños en situación de abandono comparados con normales.- 7. Neurociencia, desarrollo e intervención temprana.- 7.1. Sinapsis, ¿cuantas más mejor?.- 7.2. Entornos enriquecidos y empobrecidos.- 7.3. Etapas sensibles.- 7.4. Estrés y cortisol.- 7.5. Apego.- 8. El puente es todavía demasiado largo

CAPÍTULO 4: La neurociencia en las aulas

1. Una industria en auge.- 2. Mejorar los resultados en educación.- 3. Potenciar el cerebro.- 4. Neuroeducación y neuromitos.- 5. La neuroeducación dentro de los límites.- 6. La ética de la investigación en la educación.- 7. El aprendizaje espaciado.- 8. El sueño adolescente.- 9. ¿Y qué opinan los adolescentes?.- 10. Neurociencia y neurodiversidad.- 11. La dislexia.- 12. La discalculia

Conclusión

1. El compromiso público con la neurociencia.- 2. Esperanza, propaganda y neoliberalismo.- 3. ¿El intelecto pesimista y la voluntad optimista?

Bibliografía

Índice de autores y materias

Otras obras de Ediciones Morata

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Agradecimientos

Queremos agradecer a nuestros lectores su inestimable colaboración, a Simon Gibbs, Maureen McNeil, Helen Roberts y Vincent Walsh, que al venir de disciplinas tan variadas como relevantes de la psicología educativa, de los estudios culturales y de género, de la sociología médica y de la neurociencia humana, han enriquecido de forma sustancial nuestro proyecto intelectual y político, colocando la neuroeducación en el centro del debate público. Hemos disfrutado debatiendo sobre las neurociencias y su marco teórico con el hermano menor de Steven, el sociólogo Nikolas Rose, especialmente frente a una buena comida y una copa de vino. A Jonathan Skerret, nuestro perspicaz editor de Polity, con el que ha sido un placer trabajar, al igual que con sus compañeros. Que nos disculpen los que también nos han ayudado, pero la brevedad de este libro nos impide poder mostrarles nuestra gratitud en estas páginas.

 

 

Prólogo a la edición española

Hace poco más de cien años que Santiago Ramón y Cajal recibió el Premio Nobel de Medicina por una obra que sentó las bases de la neurociencia moderna. La ciencia avanza muy deprisa, y más aún la neurociencia, de ahí que sea muy infrecuente que un trabajo se siga citando en la literatura al cabo de diez años. Sin embargo, los exquisitos dibujos de Cajal de las células nerviosas con sus axones y dendritas, realizados con ayuda de microscopios que hoy parecen primitivos, siguen ilustrando los manuales de neurociencia para disfrute de muchos, no solo neurocientíficos.

Pocos sabrán que el entregado científico había sido un niño problemático. Inteligente y con dotes para el dibujo, sí, pero testarudo, desobediente y dado a juegos que implicaban la fabricación y el uso de explosivos, lo cual, sumado a las muchas faltas de asistencia, era motivo de frecuentes azotes en la escuela. Cuando su padre, médico de pueblo, supo que Santiago quería ser pintor, quiso, airado, ponerlo de aprendiz de un comerciante para que sentara la cabeza. No lo consiguió. Sin embargo, para estimularle el apetito intelectual, lo llevaba a cementerios abandonados a recoger huesos para el estudio anatómico. La forma de aquellos huesos fascinaba al muchacho, que los dibujaba y con ello supo entender el apasionado interés que su padre sentía por la función que cumplían en el cuerpo. Había nacido el científico de extraordinarias dotes artísticas.

La neurociencia ya no es el sosegado afán científico que empujó a Cajal y otros investigadores como él, y hoy forma parte de una colosal empresa tecno-científica financiada con fondos públicos —incluidos los destinados al ejército— y por la industria farmacéutica, y abarca todos los aspectos de nuestra vida. ¿Qué les deparará el siglo XXI a los pequeños Santiagos? Como se expone en nuestro libro, lo más probable es que les diagnostiquen Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, Trastorno Oposicional Desafiante o les receten Ritalin, que los consideren víctimas de sus genes y de unos padres poco atentos, y probablemente se les escanee el cerebro en busca de fallos en el cableado cerebral, exactamente las estructuras celulares que Cajal identificó. Desterrada, por ilegal en muchos países, la costumbre de castigar con azotes el mal comportamiento de los niños, hoy se considera que el origen de esa conducta inapropiada y del bajo rendimiento en la escuela está en el cerebro de los niños. Y los neurocientíficos afirman que han desarrollado las técnicas necesarias para modificar esa conducta y mejorar la educación del niño.

En este libro, conceptualizamos la relación entre la ciencia y la sociedad como una relación de configuración mutua, por lo que abordamos estos cambios producidos en la neurociencia, el parentazgo y la práctica educativa como algo propio del neoliberalismo. El reduccionismo neoliberal desecha lo social, la polis, que ciñe a una serie de individuos; la neurociencia, a su vez, reduce a estos individuos a procesos neuronales. Importantes teóricos del Capital Humano han acogido la nueva ciencia de la neuroeducación, unos teóricos para quienes el rendimiento educativo de un país es la clave de su crecimiento económico, fundamental desde hace décadas para la política tanto internacional (OCDE) como nacional. La neuroeducación proclama que la introducción de la “verdadera” ciencia, la de los procesos neuronales, revolucionará la enseñanza y el aprendizaje.

Pero la neurociencia va más allá, y dice que las oportunidades que el niño va a tener en la vida quedan establecidas desde el principio, un inicio que unos sitúan en la propia concepción y otros en el nacimiento, pero todos convienen en que los primeros años de vida son determinantes para el desarrollo. De este modo, la teoría del Capital Humano irrumpe en la familia. En los textos se habla a veces de “padres” y de “cuidadores”, pero el consejo técnico va dirigido a las madres, para que su interacción con sus bebés afine las conexiones de su cerebro; una mala interacción o su ausencia harán inevitable el futuro desventurado del hijo. Y así, la antigua idea patriarcal de atrubuir toda la responsabilidad a la madre, y de culparla implícitamente de lo que pueda salir mal, parece gozar hoy de buena salud. La insistencia en la pareja tradicional condiciona la vida cotidiana de la madre, quien, especialmente en estos tiempos de austeridad, puede verse enfrentada a una relación fallida o violenta, a quedarse sin casa, sin siquiera estar segura de poder llevar comida a la mesa para sus hijos.

Estas son las cuestiones que se analizan en ¿Puede la neurociencia cambiar nuestras mentes? Actualmente, afirmamos, la neurociencia aspira a más de lo que está a su alcance. Debe colaborar no solo con los estudios relevantes ya existentes, sobre todo los de las ciencias sociales, sino también con aquellos a cuyas vidas van dirigidas sus propuestas. Pero el gran problema ineludible es la política de austeridad que tan enrome daño provoca a la vida de muchos. La abrumadora necesidad de desarrollar una idea colectiva del problema y una lucha común para superarlo, es condición previa para que cualquier investigación pueda mejorar a nuestros niños y niñas y a nuestro sistema educativo.

 

 

Introducción

1. Un prefijo prolífico

¿Cómo se podría explicar que el prefijo “neuro” sea cada vez más prolífico y que se añada a cualquier nueva disciplina académica, —neuroeconomía, neuromarketing, neuroética, neuroestética, neuropsicoanálisis—, al marketing de la neuroética e incluso a ciertos refrescos como NeuroBliss, NeuroPassion, etc.? Lo “neuro” acapara cada vez más espacio en las ciencias convencionales y domina los artículos de investigación en publicaciones punteras, como Science y Nature. También prolifera en los periódicos especializados. Los neurolibros, tanto en el ámbito académico como en el profano, inundan las rotativas. La venerable editorial Oxford University Press, tiene por lo menos 1.200 neurotítulos en su catálogo. Abarcan desde los patrones de las conexiones cerebrales, mediante reflexiones filosóficas sobre la relación entre el cerebro, la mente y la conciencia, hasta manuales de autoayuda sobre cómo optimizar el uso de nuestro cerebro. No es sorprendente pues que la prensa no se haya quedado al margen de esta neurohisteria; un estudio de investigación trazó el incesante incremento de artículos sobre el cerebro en los tres diarios de mayor tirada del Reino Unido y sus tres principales tabloides entre los años 2000 y 20101. El flujo solo se ralentizó en 2008, cuando la crisis bancaria de aquel año, rozando prácticamente la catástrofe, desbancó brevemente a la neuromoda en los titulares. El interés periodístico se centra en la optimización del cerebro y en las patologías cerebrales, desde los trastornos alimenticios hasta la demencia. Lo “neuro” se ha puesto de moda y la neuromanía está demasiado presente en el orden del día. ¿Puede realmente la neurociencia cambiar nuestra mente? Nosotros, al ser neurocientífico y socióloga, creemos que la neurociencia está aumentando considerablemente nuestro entendimiento sobre el cerebro y que también esta ciencia y la sociedad se moldean mutuamente, es decir, que se coproducen2; hemos escrito juntos este libro para desbaratar la esperanza causada por la expectación de estos neuroprefijos emergentes, que se han integrado en la economía política neoliberal actual. La esperanza de que la aportación de las neurociencias sea igual a la que tuvieron las ciencias genómicas en la época del lanzamiento del proyecto del Genoma Humano, en 1990, o que incluso llegue a superarla, se topa con una diferencia crucial. Entonces, uno de los principales biólogos moleculares del mundo, James Watson, afirmó que “nuestro destino está en nuestros genes”, de modo que solo los genéticos podían ofrecer esperanza mediante la biología molecular, las manipulaciones genéticas y los fármacos específicos, para salvarnos de nuestro destino3.

El imaginario que representaron condenó a los que no formaban parte de la comunidad biológica molecular al banquillo de la pasividad, esperando a ser rescatados. A pesar de la ideología reduccionista que comparten, el imaginario de las neurociencias es totalmente diferente, pues asegura que su conocimiento puede fortalecernos y reconfigurar nuestro cerebro, y, por lo tanto, nuestra mente y nuestro ser. Los esfuerzos personales guiados por la neurociencia pueden vencer hasta los daños provocados por la pobreza y la desigualdad. La plasticidad, que es una propiedad del cerebro según el pensamiento neurocientífico desde hace medio siglo, se ha convertido prácticamente en un concepto mágico del discurso público y político, ofreciendo una nueva solución global a los problemas de desarrollo infantil y de rendimiento educativo deficiente. Así pues, los manuales de autoayuda lo proclaman como la nueva panacea.

¿Significa esto que la pregunta que plantea el título de este libro puede contestarse de manera afirmativa? Como demostraremos en los siguientes capítulos, las cosas no son tan sencillas.

Para los neurocientíficos, el cerebro es la última frontera biológica. Se considera como el depositario y archivo del aprendizaje, el pensamiento, la toma de decisiones, las acciones, el enfado, el miedo, el amor, los recuerdos, los olvidos, incluso la conciencia4. Con la sólida base de 6 mil millones de euros de financiación repartidos entre solo dos macroproyectos euroamericanos, respaldados por un asombroso arsenal de nuevas tecnologías, tanto atómicas como sistémicas, y con incontables artículos de investigación, era prácticamente inevitable que se disiparan las dudas para la mayoría de los neurocientíficos: la mente es el cerebro y el cerebro es la mente. Con esta conclusión, se esfumaba un debate filosófico que se había mantenido durante siglos.

No todos acatan esta teoría, aunque un corporativismo creciente en las universidades se niega a discrepar, y no son bienvenidas las ideas controvertidas que pretenden alterar las creencias. Por el escaso dinero que se destina a la investigación, solo un puñado de neurocientíficos está dispuesto a sacar los pies del tiesto. Las quejas de los psiquiatras se escuchan con más fuerza, aunque los individuos inmersos enérgicamente en el debate público se han topado con ciertos problemas. El psiquiatra británico David HEALY vio bloqueado su acceso a un puesto superior en una universidad canadiense, debido a la presión de una empresa farmacéutica de cuyos medicamentos había puesto en duda la eficacia5.

Muchos filósofos, como John SEARLE, Raymond TALLIS y Mary MIDGLEY, que no dependen tanto de becas de investigación, han puesto en pie una potente defensa pública de la mente.

2. La coproducción de la neurociencia, la sociedad y el yo

Los expertos que trabajan en los estudios de ciencia y tecnología —en su mayoría sociólogos, antropólogos, filósofos e historiadores— han constatado la fusión entre ambas en genómica, informática y neurociencia, y las han rebautizado como tecnociencias. La genómica sería inconcebible sin secuenciadores de alto rendimiento, y la neurociencia sin sus generadores de imágenes, o sus ordenadores superpotentes6. Las tecnociencias y la economía política neoliberal actual no son entidades separadas: están coproducidas; las demandas de la economía política configuran el desarrollo de las tecnociencias, mientras que, por su parte, la genómica y las neurociencias son potentes fuentes de innovación y, por lo tanto, favorecen el crecimiento económico del que depende el capitalismo. Sin embargo, este informe estructural no tiene en cuenta las actuaciones humanas: tanto los tecnocientíficos que estudian y manipulan la vida misma —desde plantas hasta animales, incluyendo los “animales humanos”— como las audiencias y usuarios de estos nuevos conocimientos y tecnologías. Los neurocientíficos presentan imaginarios convincentes de cómo este nuevo conocimiento podría impulsar un factor novedoso clave y hasta ahora inconcebible para la sociedad, además de su faceta más mundana, un nuevo conocimiento que permite la manipulación cerebral, desde intervenciones terapéuticas, hasta las nuevas neurotecnologías militares. Como a menudo pasa con las nuevas tecnologías, los seres humanos modifican su uso para fines distintos a los previstos: como, por ejemplo, ocurre con los teléfonos, creados para hacer negocio de manera más eficiente, pero cuyo uso se reconduce para facilitar la comunicación social, llamar a la familia o hablar con amigos.

Las neurociencias ofrecen opciones similares. El estudio etnográfico de la antropóloga Rayna RAPP7 describe la experiencia de niños y jóvenes adultos que se someten a procesos de alta tecnología para el diagnóstico de problemas neurológicos, como la dislexia o el síndrome de Asperger. Ha observado que especialmente algunos jóvenes adultos con diagnóstico común crearon grupos biosociales, no en contra de la neurociencia, sino como recurso para reforzar su derecho a una identidad cerebral diferente, que no deficiente. El énfasis que pusieron en la diversidad frente a la deficiencia encontró un apoyo entre los neurocientíficos y las comunidades médicas, y colaboraron para construir un nuevo concepto de neurodiversidad. Ya nunca deberían estar enfrentados los conceptos de cerebro normal y anormal; en su lugar, la neurodiversidad coloca lo neurotípico como uno (aunque sean los más numerosos) entre muchos cerebros diferentes. Este concepto biosocial de neurodiversidad ofrece más vías abiertas para reflexionar sobre la identidad. Por el contrario, otros, como los filósofos Fernando ORTEGA y Francisco VIDAL, argumentan que vivimos en una neurocultura, lo que conceptualiza el cerebro como el centro del yo, hablando de “cerebralidad” o “brainhood”8. Estas teorías de autorrealización individual excluyen la biosociabilidad y, por lo tanto, la opción de una construcción compartida de la neuroidentidad, un movimiento filosófico que tiende a reforzar la ideología reduccionista de la neurociencia, que con tanta claridad se plasma en los títulos del libro de Jean-Pierre CHANGEUX, El hombre neuronal, y el de Joseph LEDOUX, Synaptic Self. Ambos títulos no tienen en cuenta la afirmación de RAPP: “Alrededor del cerebro hay un niño”. ¿Puede la “cerebralidad” dejar sitio para una identidad de oposición?

3. Las tecnociencias en el neoliberalismo

Desde mediados de los años 70, los derechos sociales incluidos en el estado de bienestar de Europa Occidental han sufrido un desgaste constante, un proceso que se ha acelerado de forma dramática debido a la crisis bancaria. (El caso de los EE.UU. ha sido muy diferente, al no haber contado nunca con un estado de bienestar basado en el modelo europeo; Obama ha luchado constantemente para asegurar un acceso a la sanidad para los pobres). Europa está siguiendo los pasos de EE.UU. y el bienestar está cada vez más enfocado a los más pobres mediante evaluaciones, a pesar de que los estudios demuestran lo costoso que es, lo humillante que resulta para los beneficiarios, y que a menudo no llega a los más necesitados. En el Reino Unido, incluso el acceso gratuito al preciado NHS (el Sistema Británico de Salud) es objeto de ataques sistemáticos, empezando por el rechazo a los cuidados sanitarios para los refugiados.

En economía, el keynesianismo ha dejado paso a la Escuela de Chicago, o modelo económico neoclásico, que confía en los complejos algoritmos y el enorme poder de la informática. Esto último, que comenzó como un acercamiento claramente marginal, incrementó rápidamente su influencia durante el auge posterior a 1945, confiando en el veloz desvanecimiento del estado de bienestar. Hoy en día, a pesar de la crisis de 2008, que originó una breve vuelta al keynesianismo, la economía de la Escuela de Chicago resurge como el ave fénix de lo que, sin duda, fueron en gran parte cenizas. El mercado sigue idolatrándose como el garante de la eficiencia, la innovación, el crecimiento económico y la creación de la riqueza, a pesar del desafío lanzado por el Occupy movement con sus ataques al sistema bancario y al indecente 1 por ciento.

En esta economía mercantilizada en exceso, la cohesión social se debilita y la colectividad se sustituye rápidamente por la cultura de lo que el científico político C. B. MACPHERSON denomina “individualismo posesivo”. ¿Qué se puede esperar de la combinación entre ciencias y neoliberalismo? Cuando, en 1975, el biólogo E. O. WILSON publica su primer escrito, Sociobiología, su mensaje iba en consonancia con las teorías de MACPHERSON. La sociobiología permite explicar por qué nosotros —es decir los seres humanos— somos lo que somos y hacemos lo que hacemos. Basándose en estudios animales, genéticos y en teorías evolutivas, argumentó que las sociedades eran en realidad conjuntos de individuos, cuyo propósito es la propagación de sus genes en las generaciones sucesivas. En torno a los años 90, la sociobiología, rebautizada como psicología evolutiva, ofrecía un relato completo sobre la naturaleza humana de carácter universal, fijada en el pasado lejano del Pleistoceno, y persistiendo siempre desde entonces, a través de todas las sociedades y a pesar de los 200.000 años de cambios sociales, culturales y tecnológicos. Su concepción de una naturaleza humana universal dirigida genéticamente resulta ser jerárquica, individualista, competitiva y patriarcal. En un mundo concebido por la psicología evolutiva, la colectividad del grupo —ya sea país o estado— es posible solamente en la medida en que es genéticamente más ventajosa para el individuo. Por este motivo, la psicología evolutiva se posiciona a sí misma en contra del estado de bienestar, con su ideología de cooperación y de asistencia social.9 Como apuntó WILSON


1 O’CONNOR, C. O., REES, G. y JOFFE, H., “Neuroscience in the public sphere”, Neuron 74:
págs. 220–226, 2012.

2 JASANOFF, S., The Co-production of Science and the Social Order, Routledge, 2006.

3 Tratado en nuestro libro anterior, Genes, Cells and Brains: The Promethean Promises of the New Biology, Verso, 2012.

4 La teoría social tiene una concepción muy diferente de la conciencia, la considera como un producto de las relaciones sociales.

5 HEALY, D., “Conflicting interests in Toronto: anatomy of a controversy at the interface of academia and industry”, Perspectives in Biology & Medicine 45: págs. 250-63, 2002.

6 Puesto que el concepto de “neurotecnociencia” es complejo, optamos por utilizar la abreviatura “neurociencia”, como cuando utilizamos la forma singular de “neurociencias”.

7 RAPP, R., “A child surrounds this brain: the future of neurological difference according to scientists, parents and diagnosed young adults”, Advances in Medical Sociology 13: págs. 3-26, 2011.

8 VIDAL, F., “Brainhood: anthropological figure of modernity”, History of the Human Sciences 22: págs. 5-36, 2009.

9 Tratamos el auge de la psicología evolutiva en nuestro libro Alas, Poor Darwin: Arguments against Evolutionary Psychology, Cape, 2000.