19 de septiembre de 1984

El problema de lo Colectivo… Usé esta palabra a lo largo de veinticinco años, reservándome un momento más adecuado para intentar articularla, para hacer una teorización sobre ella. Ya en aquella época decía que utilizaba esta palabra en un sentido diferente de su acepción habitual. Me parece que Lucien Bonnafé la emplea en un sentido más sociológico, para describir la estructura de una organización o de un conjunto de grupos. Tampoco es en el sentido de Jean Paul Sartre en su libro Crítica de la razón dialéctica. Me parecía indispensable definirlo mejor, a fin de coordinar lo que se hace en una dimensión psicoterapéutica.

Nuestra meta es que una organización de conjunto pueda tener en cuenta un vector de singularidad. Cada usuario debe ser contemplado en su personalidad, de la manera más singular. De lo cual surge una suerte de paradoja: poner en práctica sistemas colectivos y, al mismo tiempo, preservar la dimensión de singularidad de cada uno. Es en esta suerte de «bifurcación» donde se plantea esta noción de Colectivo.

Tal vez sería necesario retomar lo que pude articular desde aquella época de improvisaciones… «Colectivo», esa palabra que a menudo vuelve y cada vez digo que es en un sentido que no es aquel de… En una época un poco posterior a 1960, me decía que eso debía obedecer a una lógica, que no es la lógica habitual de la organización de los sistemas psiquiátricos tradicionales. Esto establece —de acuerdo con Bonnafé— una crítica de la jerarquía, de sus usos indebidos, incluso de sus usos en el sistema estatal, en el cual se está obligado a vivir y con el cual debe articularse para intentar tener eficacia. En aquella época, yo había señalado que la lógica del Colectivo no era una lógica de simple discursividad, ni una lógica de la serialidad, tampoco una lógica de simple Gestalt, sino que concernía una cuasi infinidad de factores para cada quien. Esta cuasi infinidad de factores debe ser tomada en consideración, pero las estructuras habituales no son aptas para encargarse de ella. Esta noción me surgió, de forma intuitiva, cuando estuve como interno en Saint-Alban, en 1947-1948. Tosquelles me encargó hacer un pequeño boletín interno con algunos pacientes. Tal como hacía Freinet, imprimí un fragmento de un libro de Fernand Deligny; no recuerdo si era Graines de crapule o Les Vagabonds efficaces. Explicaba (¡de una manera siempre poética!) que, para crear un medio que pudiese convenir a toda esa banda de delincuentes de los cuales se ocupaba en ese momento, necesitaba disponer de muchas cosas muy dispares, bricolajes de todo tipo, acumulados al azar. Es a partir de esta diversidad, de esta heterogeneidad de cosas, que cada uno puede elegir orientarse en lo que le gusta. Esto marca una especie de recaudo. Para cada personaje, cada delincuente, cada personalidad específica, distinta de las otras, está bien tener una suma de «azares objetivos», de objetos de todo tipo para que cada uno pueda restituirse en su dimensión fantasmática. Esta era, entonces, una primera idea de una dimensión propia del colectivo.

Luego, me «replegué» en la lógica de los conjuntos transfinitos. Era alrededor de los años 1960-62. Nuestro trabajo concreto debía poder aprovecharse de las pequeñas cosas, de los pequeños detalles, de los pequeños signos. Por tanto, se trabajaba también en la lógica de los sistemas aleatorios. De una manera caricaturesca, yo decía a menudo: «¿Puede programarse el azar?» Esto era jugar sobre las paradojas, aunque se articula, de una manera totalmente coherente, con nociones tales como poder preservar los espacios de juego (en el sentido de Winnicott) o espacios de «barbechos» (en el sentido de Masud Khan). Preservar los espacios de juego no es fácil ¿Hay posibilidad, en un campo de concentración, de crear un espacio de juego? Pero también hay extremos en el otro sentido: hacer, sin importar qué. Está probado desde hace mucho que eso equivale, a fin de cuentas, a la misma dimensión de encarcelación del individuo. Basta con remitirse a los incidentes de la pedagogía llamada «libertaria» para comprender que, para preservar o crear espacios de juego, es necesario cierto rigor, no un total dejar hacer o dejar ir. ¿Cuál es este rigor? ¿Y por qué es así y no de otra manera? Se podría explorar esta dimensión, recorrer lo que se puede entender por Colectivo con el fin de intentar precisar su necesidad. ¿Es un concepto necesario?

Hay muchas maneras, lo que se pueda decir de una sola vez será, forzosamente, muy impresionista. Pero se puede citar cierto número de efectos positivos a esperar en un hospital o fuera de una organización colectiva. ¿Cuáles son los efectos esperables para que lo Colectivo pueda funcionar respecto a la problemática de cada uno en su singularidad, en su propia historia? Si se llegara a resolver esta cuestión, se eliminarían absurdos y falsos problemas, como las relaciones entre psicoanálisis y psiquiatría. Por ejemplo, hay personas que hablan de la organización del escolar sin haber pisado una clase. ¡Hay que ver qué efectos tiene esto! Hay mucha gente que tiene poder y hace discursos sobre cualquier cosa, con vagos recuerdos de su pasado burgués en liceos elitistas.

En la actualidad, todavía es muy importante intentar formular algo un poco más concreto respecto de las posibilidades de hacer sistemas colectivos en los que se pueda vivir de una manera personalizada. Ese es el fondo del problema, en apariencia muy simple.

Se puede, entonces, de manera metodológica y provisoria, considerar la palabra «Colectivo» como una suerte de «caja negra» (Cfr. la lógica de las cajas negras) intentando ver de entrada qué hay en suerte, cuáles son los efectos y cuáles son deseables. Será trabajo de cada uno hacer una lista —nunca exhaustiva— de lo deseable. Tomemos, por ejemplo, la oposición, siempre aguda, entre psicoanálisis y psiquiatría; es decir, entre el tratamiento llamado individual y lo que pasa donde hay un montón de gente (digo «montón de gente» por no decir «grupos»; o si prefieren, rejuntes y no conjuntos). Este falso problema, a la vez muy concreto, muy objetivo en las condiciones habituales, no debe condenar a ese «montón de gente». Condenarlos sería una traición.

¡Una traición de los psiquiatras! Como en todas las profesiones, muchos traicionan y de diferentes maneras. Decir: «no es posible cuidar de…», es una traición. Me responden que sólo quiero molestar (hay quienes lo dicen en medios muy académicos). Sostengo que es una traición decir que en un hospital no es posible tomar a cargo a gente individualmente en psicoterapia o análisis. Es más que una traición, es complicidad con un movimiento cada vez más marcado que vengo denunciando desde fines de la década del sesenta y que he llamado movimiento de hipersegregación. Si se dice: «No, no se puede tratar gente así, no es posible, teóricamente, Lacan… etc.», se es cómplice de segregación. Además, Lacan nunca dijo eso. Al contrario. Entonces, ¿cuáles son los efectos?

Recuerdo que en 1958 hice una intervención, en el «grupo de Sèvres» organizado por Daumezon.

En aquella época el tema ya era: «Cuáles son las relaciones entre la psicoterapia y los enfermeros». Con ejemplos concretos, intenté mostrar que, para tomar a cargo personalidades psicóticas, se requiere de mucha gente. Los enfermeros tienen su lugar ahí, que no es un lugar de «psicoanalistas», pero que es, de todas maneras, un lugar de «analistas», con la condición de que sea articulado en conjunto. Quise mostrar que había dos virtudes necesarias para trabajar con este tipo de cosas: la disponibilidad y la vigilia. Seguramente, parece un poco idealizado. «Disponibilidad» y «vigilia» deberán articularse con la realidad concreta, con los turnos de ocho horas, los estatutos, las diferencias de iniciativas. Son bien conocidos los accidentes que suceden en cualquier medio y los: «Ah, yo no intervine porque no tenía autorización del jefe médico ni del residente, entonces no me animé». ¡Esto sucede con frecuencia! Es un efecto de los sistemas de jerarquía, de aplastamiento de las iniciativas. Tiene consecuencias que pueden ser trágicas, pero, a su vez, presenta problemas: ¿hay posibilidad de articular algo de modo que haya iniciativa (para usar una palabra simple) y que esta iniciativa pueda desplegarse en diferentes grados? ¿Quién organizará esto? Disponibilidad-vigilia son dos grandes virtudes, pero con ellas no alcanza.

En modo alguno se trata de elogiar la organización de La Borde; soy uno de los más críticos con lo que ahí sucede. Pero, desde hace algunos años, lo que se desprende de todos estos movimientos, de todas estas efervescencias, ronroneos, hábitos, etc., es algo que apareció en la reflexión de los usuarios (llamo «usuarios» a los pacientes, sus familias o sus amigos). Recuerdo a una mujer, cuya hija de alrededor de 40 años era maniaco-depresiva. Varias veces, en que la hija estaba particularmente agitada, exuberante, fuimos a buscarla a París para traerla de vuelta a La Borde, discretamente, sin recurrir a la policía (evitando registros de escándalos en lugares públicos, entre otros) y, además, ¡gratuitamente! La señora dijo entonces: «Ni yo misma sé cómo definir eso. Quisiera hacer una película, pero no una película como se ve en la tele, sino una película, justamente, donde no se pueda “ver” nada. ¿Podrá filmarse? No es algo visual». Y agregó: «no hay palabras apropiadas, que se comparen con todo lo que he vivido hasta ahora por mi hija, no sé cómo hacen ustedes con todo este asunto, pero en ustedes hay gentileza». Era una mala época ¡Y bien! A pesar de eso, ¡había gentileza! No era simplemente una fórmula de cortesía. A fin de cuentas, puede ponérsela en el vector de eficacia, porque a veces cuenta y mucho. No se trata de ser gentil simplemente. La gentileza, a veces, es enojarse espantosamente y echar fuera a la gente. Pareciera que en La Borde se respetó alguna cosa, una dimensión que era justamente de oposición: se respetó al otro, introduciendo una dimensión ética.

A propósito de esto, recuerdo a un hombre que hacía tres años que estaba deprimido. Había estado en otros lugares de los que guardaba recuerdos «atroces» (quizás acentuados por su carácter). Era suicida, melancólico, desequilibrado, con una receta médica estereotipada que se renovaba mensualmente durante tres años. Vino a La Borde y pidió quedarse unos ocho días. Para que saliera rápidamente de su depresión, se le aplicaron tres electroshocks. Le pedí que volviera a verme una hora después del primero. Entonces apareció en estado de satisfacción, para nada maníaco, diciéndome: «Es extraordinario, al despertar hace un instante sentí algo, había una presencia, había amabilidad. Nunca había sentido eso». Eso le evitó desembocar en un pozo, o colgarse de un árbol. Aunque esto pueda desagradar a algunos oídos, la amabilidad, en esas circunstancias tiene eficacia. Entonces, se puede plantear la pregunta: «¿cómo te organizas en tu empresa para que haya amabilidad? ¿Esto es programable?» «¡Sea amable!» No se trata de una orden. Hay cierta «atención» a alguna cosa ahí.

No iba a profundizar con este sujeto en lo que entendía por el concepto de amabilidad. Pero sabía que las personas cercanas a él tenían lo que se llama «contacto», un buen contacto, prestaban atención, estaban en vigilia, no iban a irse y abandonarlo completamente en el vacío. Porque los recuerdos horribles del electroshock suceden cuando, al despertar, no hay nadie. No se sabe nada más durante algunos minutos, minutos que duran siglos y que pueden marcar la vida entera. Tampoco se sabe más quién se es, ni dónde se está. A veces, es suficiente muy poco para evitar esto. Se sabe muy bien que, en la reconstrucción de la conciencia, la primera etapa es el nombre; el Nombre del Padre, como dirían algunos… En ese momento, hay una reposición de la personalidad, una suerte de apercepción de los entornos. Esos entornos son las personas que están ahí. No se trata de ser simplemente amable; solo es necesario que la persona en espera sienta que hay una atención. De ese modo, la persona siente que cuenta para el otro. Entonces, ¿esto puede programarse? «¡Trabajen para que vuestro prójimo pueda contar para ustedes!» Esto no es el evangelio según, qué sé yo, según ¡San Marcuse! No es eso. Justamente, no es necesario decirlo.

Se me ocurrió otra palabra como efecto posible de esta caja negra: para que todo esto pueda funcionar, se precisa (es una constatación y una necesidad) heterogeneidad. Acertadamente, Tosquelles siempre insistió mucho sobre esto.

Cuando se va de un taller a otro, es necesario que sean diferentes. ¡No es una obviedad! No es diferente porque se pase de cerámica a encuadernación, o a la cocina. Lo que debe ser diferente es una suerte de tonalidad, de ambiente. Habría que recuperar la palabra «ambiente». Una cierta tonalidad, un cierto estilo de abordaje, de encuentro. Una cierta atención ante el material, que no es el mismo. Porque, si todo esto está uniformizado, será inútil multiplicar talleres. ¿Cómo obtener esa heterogeneidad? Hablo de talleres, pero también es válido para las personas que trabajan en ellos. Puede ocurrir que haya sistemas de identificación imaginaria, histérica, en los que todo el mundo se parece, o todos tienen el mismo lenguaje. Hace algunos años, se escuchaba a diario: «¡Ah! ¡Aquí está todo bien!». Todos decían: «Todo bien». Entonces yo preguntaba: «¿Quién dijo que está todo bien?» Todos levantaban la mano. «Pero ¿cómo que está todo bien?» Todavía se dice todo bien aquí, todo bien allá. ¿Por qué no? La expresión «todo bien» no está mal, es graciosa, pero se usa en general. No pongo, entonces, esta palabra como efecto de la «caja negra», al contrario. No es por esto que tenga que estar «todo mal», ese no es el planteo.

Y ¿la heterogeneidad? Me parece que, para volver a lo que decía Deligny, es importante que la gente que trabaja en un lugar no se parezca. Cuando, por ejemplo, nos ausentamos por vacaciones les decimos a las personas que atendemos: «Durante estos quince días, ¿por quién quisiera ser atendido?» Los fervientes dicen: «Por nadie». A veces les respondo que sería conveniente que alguien los atendiese de todas maneras. Entonces nombro médicos: «¿Fulano? ¿Mengano?» «Ah no, aquel no…» «Bueno, bueno…» Hay una lista, como en el restaurant. Hay gustos particulares: la persona decide con cuál se queda. Y cada vez le digo al colega: «Toma, Fulano te ha elegido». En mi opinión, si el «paciente» elige es porque hay una posibilidad de elegir. No se le impondrá. Puede pasar, en los estilos universitarios, que un médico u otro no cambie demasiado.

¿Cómo hacer para que pueda preservarse la heterogeneidad tanto en el espacio, en las funciones, como en la personalidad de cada uno? Se sabe que lo que uniformiza a la gente es un mal uso del «imaginario», un imaginario dejado en «estado natural».

Es tan importante esta heterogeneidad que parece que lo que es eficaz no es tanto el abordaje directo, frontal de cada persona en cada lugar, sino más bien la posibilidad de pasar de un lugar a otro y de una persona a otra. Se podría justificar todo teóricamente desde el punto de vista psicoanalítico. No vamos a ponernos a criticar lo que falsamente se llamó «relación dual». Bien se sabe que una relación «dual» nunca es tal: es un sistema muy complejo que está en juego y el «partenaire» de la relación analítica está ahí como soporte, para intentar orientar las cosas, hacer rebotar sobre otra cosa —no frontalmente— tanto más al nivel de estructuras psicóticas, en el que hay investimentos diseminados. Y la eficacia está en poder favorecer esta dimensión de pasaje de un sistema a otro, de un lugar a otro, de una persona a otra. A fin de cuentas, es tener acceso a esta distintividad puesta en práctica. Sería necesario retomarlo si se quiere teorizar esta caja negra, hacer jugar algo del orden del significante. Yo había desarrollado esto hace dos o tres años aquí mismo. Habría que retomarlo de una manera más precisa. Pienso esta noción de pasaje por múltiples razones.

Hace alrededor de un mes pasé una tarde con Tosquelles. Hablamos tres horas. Él le otorga una gran importancia a la noción de pasaje. Siempre la recalcó. Por ejemplo, en un pequeño artículo de 1960 sobre «semiología de los grupos». El pasaje de un grupo a otro: frecuentemente se juega en otro grupo lo que se desencadenó en el primero (acting out y pasaje al acto). Esta noción de pasaje la encontramos también en la elaboración y la teoría de los cuatro discursos de Lacan.

En efecto, lo que está en cuestión no es cada discurso, sino el pasaje de un discurso al otro. Es la emergencia del discurso psicoanalítico: discurso abierto que permite el pasaje a los otros discursos. De lo contrario, hay una suerte de estasis de cada discurso.

Esta noción de pasaje se la reencuentra a propósito del «sentido». El sentido es el fenómeno de pasaje de un discurso a otro (por oposición a la significación). Este pasaje de un discurso a otro es algo que privilegia una dialéctica de las demandas. Estamos aquí en un plano de análisis que puede ser un análisis colectivo. ¿Qué son las demandas? Es necesario retomar aquí lo que ha sido desarrollado de manera extremadamente precisa por Lacan, a propósito de las demandas en sentido analítico. Como él señalaba: «la demanda obedece a una lógica que es la lógica del corte abierto». Hay que precisarlo. Es muy importante decir «corte abierto». Es por oposición al discurso que está en el plano del «dicho», y no del «decir». Lo que llama «efecto del dicho» es un corte cerrado. Desde mi perspectiva, es una de las nociones más importantes para articular algo sobre la teoría del Colectivo. A saber, qué tipo de corte está en cuestión, o sea qué tipo de lógica.

Para abrir un pequeño paréntesis, se puede decir que los esquemas de organización de los establecimientos tradicionales están anclados en hábitos de pensamiento milenarios. La Revolución francesa no cambió gran cosa en este sentido. Esa época y el siglo XIX fueron tan espantosos tanto para el sujeto de la ética como para la organización del trabajo. ¿A qué lógica obedecen esos organizadores de la sociedad? Obedecen a una lógica del círculo cerrado, una lógica esférica. Al final de la época llamada clásica, Kant, por ejemplo, dejó una topología elemental del círculo y de la esfera. ¡La esfera, paradigma de la perfección! Con un centro, un centro irradiante. Con esta lógica no se puede resolver mucho, se está obligado a inventar una fenomenología que no puede articularse con la realidad concreta. Haría falta articular las diferentes formas del neokantismo de fin de siglo con el «marxismo ortodoxo» y el desarrollo del estalinismo. Es un asunto difícil…

Me parece que, en la organización jerárquica de un establecimiento escolar, psiquiátrico, médico, hay un sistema de corte cerrado. Parafraseando (quizás torpemente) a Aristóteles cuando explica el movimiento de las esferas, en el movimiento de las poblaciones se está obligado a inventar un «motor inmóvil», una suerte de «anti-forma». Motor inmóvil tal vez encarnado en el «Don Director» o «Don qué sé yo». El motor inmóvil a menudo no está en el establecimiento. Entonces, cuando se desplaza, produce algo, produce historias. Todo el mundo se apresura o se aplasta. A pesar de todo, está claro que eso regula el universo. Hay entonces un motor inmóvil con su lógica de círculo. En estas condiciones las dificultades son inextricables si se quiere respetar las vías de pasaje, cuyo sentido y corolario es la singularidad de cada uno. ¿Por qué «corte abierto»? Por ejemplo, el «ocho invertido» u «ocho interior» es un operador lógico que permite economizar antinomias como: «interior-exterior» o «transgresión». En el lenguaje corriente de la práctica psiquiátrica, cuántas veces escuchan a los usuarios decir: «interior-exterior», los de afuera, los de adentro. Pronto no tendrán más adentro y afuera. ¡No habrá más que «afuera»! Miren Italia. ¡No es muy brillante! Se fijó en un nivel no elaborado. Para sobre-compensar esa miserable situación, se vuelven a aferrar a los diplomas: una suerte de grados militares sin más, no es necesario buscar tan lejos. Y los súper-graduados utilizan la misma lógica que un barrendero. Solo que a veces el barrendero tiene mejor sentido, porque entiende que para manejar la escoba no es necesario hacer círculos. ¡Se da cuenta enseguida! Mientras que un general, cuando está inmóvil en su motor anti-forma, puede enviar a los tipos a Verdún, él no tiene que hacer nada. Es casi a este nivel que sucede. Me parece que la caja negra debería poder organizar algo que impida que haya tales sistemas «esféricos». Es idiota decir algo semejante, pero en fin. Por ejemplo, hay un pequeño artículo que apareció en Information Psychiatrique (dos números consagrados a la psicoterapia institucional) que se tituló «Libertad de circulación». En efecto, es necesario que haya libertad de circulación, es casi un axioma. Que los enfermos puedan circular de un ambiente a otro. Si no, ¿para qué sirve la heterogeneidad? Circular es poder pasar de una situación a otra. Con frecuencia hablo de la cocina como lugar de pasaje, pero no solamente la cocina. En muchos establecimientos la cocina no es un lugar de pasaje. Igual que un consultorio médico… Pero la libertad de circulación puede crear choques: «Acabas de llegar, estás sobre mis pasos», una manera de respetar al otro haciéndose respetar. No hay entonces prohibición absoluta. Pero esta libertad de circulación necesita una transformación radical de todo, de todas las relaciones, de la jerarquía, de la distribución de las tareas, de las funciones, etc.

Otro término fundamental, efecto del Colectivo: el del «encuentro». Es el mismo problema. Favorecer los encuentros, etc. Hay que prestar atención a lo que se dice. Hace veinticinco o treinta años, un amable periodista hizo un bello artículo en no sé qué diario. En aquella época se hablaba mucho de Lévi-Strauss, de los intercambios materiales, los intercambios de palabras, y además… ¡atención! Lévi-Strauss no habla de intercambios afectivos o sexuales, sino de intercambios de mujeres. Pero el compañerito periodista había escrito: «Hay intercambios materiales, intercambios de palabras e intercambios sexuales». ¡Dicho y hecho! Diez años más tarde —¡porque se necesita tiempo para que los intercambios se hagan!— en Minute, junto con Roger Gentis —en buena compañía—, estaba siendo arrastrado en el barro: La Borde, un verdadero burdel, donde éramos macarras que organizábamos orgías. La prueba (esto estaba en el texto): organización de «acercamientos», coordinación… ¡Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice! A veces es necesario usar palabras incomprensibles: transfinito, sistemas aleatorios… Porque si hubiera dicho algo así, no hubiera sido atacado por Minute. No me hubieran atacado por «sistemas aleatorios» ¡a menos que descubrieran la astucia! Entonces, cuando decimos: «Hay que favorecer los acercamientos», ciertamente ¡eso no quiere decir organizar cabarets tecnocráticamente! Reichiano o no, «acercamiento» no quiere decir sexualidad en el sentido trivial del término. ¿Pero cómo son entendidos esos términos?

Por esto trabajé tal vez de manera alambicada, la palabra «encuentro», habría que encontrar otro término mejor. Lacan, en el seminario XI sobre los cuatro conceptos habla de la tyché: «¡Sean tychiques!», dice. La tyché: la fortuna, el encuentro, la buena y mala fortuna. Lacan agrega que eso pone en cuestión algo del orden de lo real. Si hubiera verdaderamente encuentro, habría cambio estructural por el mismo hecho del encuentro. Se pueden desarrollar correlaciones entre el concepto de encuentro y las diferentes formas de transferencia. Es la cuestión de la transferencia la que es así planteada. Dicho de otra manera, se ve que la caja negra, lo Colectivo debe ser algo que sea capaz de tener en cuenta y no aplastar esas dimensiones frágiles, pero de una importancia extrema: las del orden de la transferencia. En un artículo de la Encyclopédie en 1968, en los «Complementos teóricos» sobre la psicoterapia institucional recordé al superyó en su correlación con las estructuras jerárquicas habituales insistiendo sobre lo propio de la transferencia, no como interrelación yoica sino como lo que permite al sujeto manifestarse por la emergencia de un «decir». Tal vez sea la cosa más difícil de preservar. La mayoría de las organizaciones pasan al lanzallamas toda posibilidad de emergencia del «decir». Otra imagen muestra la dificultad de respetar esta emergencia, imagen evocada por un amigo italiano, quien ha trabajado algunos años en La Borde y ahora trabaja en Roma. Me decía justamente que es al nivel del espacio que algo se manifiesta. «Es tan frágil —decía— como en el desierto: basta que haya un poco de lluvia y de golpe, ya está, hay un pequeño prado detrás de una duna. Decimos: ‘vamos para allá’. Pero en cuanto giramos la cabeza para otro lado, todo desaparece, no hay nada más». Eso me pareció totalmente adecuado.

La mayor parte del tiempo, esta fragilidad es completamente desconocida. Sobre todo cuando hay trampas, pantallas que distraen. Por ejemplo, el problema de la agitación. Las personas están agitadas, furiosas, sucias, apestan. ¿Qué vas a hacer con tu psicoanálisis de cotillón? Pero justamente hay una opción a tomar, una decisión. Si se decide que no hay nada que hacer, no habrá nada que hacer. Es en este sentido que yo decía hace dos o tres años: «No hay estados de cosas en sí». No hay estados de hechos en sí. Se forma parte de las cosas que están ahí. Y si se decide que no hay, no hay (cito a Karl Otto Apel en El pragmatismo transcendental). Los tecnócratas llegan para verificar que no hay. Y eso puede convencer a la misma gente que creía que sí había: «¡Ustedes son muy ingenuos! En verdad no hay». Por decisión tecnocrática se nos empuja a la decepción —pero no cualquier decisión—. Se puede percibir que todo esto exige una teorización del Colectivo. Podemos apoyarnos en esta pequeña frase de Lacan en el seminario «De un discurso que no sería del semblante». En la segunda página hace razonamiento epistemológico. Dice: «no hay hechos que no sean hechos de discursos». Reencontrarán eso, de una manera un poco variada, en el seminario Aún, que es una mina extraordinaria que habría que releer en todos los sentidos constantemente. «No hay hechos que no sean hechos de discursos»; no cualquier discurso, nada de charlatanería. Se trata de una estructura muy precisa, definida por él. No hay hechos ahí explotables, a no ser que haya un equipo o un grupo psiquiátrico que esté ahí para construir su propio medio. Esto va al encuentro de la dimensión más basal del concepto de transferencia para distinguir del concepto de repetición. La transferencia es ante todo «creacionista», una creación ex-nihilo. De lo contrario no es transferencia: «¡Ah! ¡Yo soy tu Papá!» Es una especie de debilidad psicoanalítica. Es idiota. Incluso si el paciente dice: «Papá» no es verdad. ¡No va! Eso es delirante y no se trata de alimentar el delirio.

Existe entonces este lado creacionista. Decir eso no es «lógico-positivista» para nada. Ahora ¿qué hace que exista un sistema, un conjunto, alguna cosa, que torne la creación posible? Se puede decir: «Ah sí, se parece un poco a Lenin. No hay revolución sin teoría de la revolución…» ¡No sé si el Colectivo es así! Es una máquina abstracta muy compleja. Para establecerse en la lingüística cibernética debe poner en práctica cosas difícilmente articulables. ¿Eso hace llamar al campo «transformacional» —en el sentido que le da Saumjan—? Ahora este campo «transformacional» es algo que permite el «creacionismo». Por ejemplo: encuentro, transferencia, es fundamental no «cosificar» esto… Entre los usuarios, el personal o los otros, hay personas con buena voluntad que tienen una atención irreprochable y que proponen: «yo me encargo de esto». Parece que por fatiga decimos: «Muy bien, él se va a encargar» y nos quedamos tranquilos. Ocho días, seis meses más tarde, ¡todo está liquidado! Pero él se presenta y dice que se va a encargar, no se va a echar a nadie por eso. El peligro está ahí.

Para situar esta cuestión he usado una palabra. Nos apasionamos por las palabras, les damos vueltas, las sostenemos, las situamos. Hay palabras privilegiadas. Hay una palabra que insistía, es la palabra «diacrítico». Al respecto, me pidieron por teléfono: «sería bueno si puede venir a la Suiza italiana a un coloquio, en Mendrisio. Hace diez años se ha creado un club en nuestro hospital y es extraordinario, funciona». Contesté: «Sí, iré». «Entonces dígame el título de su exposición, porque usted debe dar la apertura a las jornadas. Es sobre psicofarmacología. Pero es preciso hablar al mismo tiempo del club». «Bueno, lo volveré a llamar». Me telefoneó de nuevo y le di un título. No comprendió. Como es suizo italiano me hizo repetir: «Función dialéctica del Colectivo y su manifestación “en tanto” que club terapéutico». Me envía el programa y veo «función diacrítica». ¡Es extraordinario! ¿Por qué habrá puesto «diacrítica»? Desde luego, tuve que buscar el sentido. Estaba feliz porque intuitivamente era lo que debía ser dicho. Busqué la etimología de la palabra. No les haré un esquema. Busqué en un viejo Petit Larousse: «Se dice de ciertos signos tipográficos o de puntos que modifican el sonido de la letra a la cual están unidos» (eso es en gramática). En medicina también hay signos diacríticos: «Se dice de signos que permiten distinguir una enfermedad de otra». Después busqué signos diacríticos de otras cosas… «Un signo que impide la confusión de las palabras». Por ejemplo: un acento. Todos saben eso: mas y más, las dos formas de mas. Se pone un acento y cambia todo. O bien una coma, un punto y coma, o puntos suspensivos, o una mayúscula. Al fin de cuentas, es la forma de un signo. En árabe es lo mismo: los puntos superiores cambian completamente la letra o la palabra. El Petit Robert dice: «Es lo que permite distinguir palabras homógrafas». Es necesario buscar: «distinguir», entonces leo: «Distinguir viene de distintivo, diacríticos, criba, crinon, de critérium, crítico, que juzga, interpreta». Es evidente que se puede cambiar el espíritu a fuerza de hablar, de improvisar… Interpretar, criba, distinguir. Pensé: «¡Pero eso es exactamente una función diacrítica!» Pone en práctica algo en un medio amorfo la mayor parte del tiempo, o serial, o «práctico-inerte» (como diría Sartre). Se intenta introducir sistemas —que Sartre llamaría «tercero regulador»— para que haya una «totalidad detotalizada» según su lenguaje. O bien aún para que haya un «proceso dialéctico».

Para que pueda haber algo que «remueva», que no haya estasis. Primera etapa. Pero al mismo tiempo esta función diacrítica permite distinguir cosas que están confusas, mezcladas. Así, incluso en el plano de la semiología, el hecho de que tal persona manifieste signos patológicos en ciertos lugares y no en otros es bastante conocido. Todos los martes voy a la tarde (antes a las tres, ahora a las seis) al dispensario de Blois. Todos los martes desde enero de 1950. Hay gente que sabe que estoy dos, tres horas y que durante ese tiempo ellos pueden pasear, hacer compras. Hay pacientes que piden venir conmigo en auto al dispensario. Ayer estaba la Srta. X, a quien conozco hace mucho tiempo y quien volvió recientemente desde su casa en un estado maníaco límite —incontinencia verbal, juegos de palabras— y al mismo tiempo bastante trágico, pues tenía un fondo melancólico: un duelo sin realizar, una cosa horrorosa. Volvió el lunes en un estado más que desagradable. Había que hacer algo. Le dije: «Tenemos que ponerte una inyección de Haldol». y me respondió: «Sí, de acuerdo. Ya voy». Ella tenía una tasa llena de café y me la tiró, ¡ploff!, de lleno sobre la cara. ¡Me enojé! Aunque, en fin, no era necesario enojarse tanto. Entonces me preguntó: «¿Puedo ir al dispensario?» Pensé en decir que no, pero luego respondí: «Sí, seguro» con autenticidad, «¡claro, con gusto!»… Fue a hacer compras, la gente la vio, ella estaba bien, no gesticulaba, aparte de algunas pequeñas picardías tal vez. A lo sumo fue —esto no es verdaderamente patológico— a comprar «un» cigarrillo al kiosco. Un cigarrillo. No es tan terrible. Pero cuando llegó al dispensario, ahí fue el gran circo. Todo esto para decir que la calle, los negocios, el dispensario, el consultorio, el patio, su pieza, son desde luego muy diferentes. Estos son los elementos que deben articularse con lo que les recuerdo siempre: la «patoplastía». Es decir, la influencia de los entornos. «Entornos» es una palabra del siglo XIII. Prefiero quedarme en el siglo XIII para no decir «medio». Entornos. Se pueden variar los entornos y modificar cosas. No modifica profundamente su estado de exuberancia, pero modifica algo y ella enseguida registra todo. Eso también modifica la manera en que se la debe acoger y otras cuestiones.

Dicho de otra manera, vemos, por la posibilidad de ese viaje a Blois, que el auto tuvo una función diacrítica, permitiendo distinguir «los signos de la dolencia». Pero tendríamos que hablar nuevamente de los entornos. Es uno de los aspectos que vamos a intentar poner en práctica este año, entre muchos otros aspectos, para tratar de una manera azarosa y precaria algo del orden de una teorización siempre en construcción, sin dar por sentado cosas en sí. No hay que dejarse abusar por razonamientos tecnocráticos objetivos.

En un artículo de 1971 sobre la psicoterapia institucional llegué a decir (Tosquelles me lo reprochó un poco), que a fin de cuentas la psicoterapia institucional permite distinguir lo endógeno de lo que no lo es. Seguramente es un poco superficial…

Tenía pensado igualmente que se podría presentar —dejo la lista de efectos a partir de los cuales se podría, por inducción, teorizar algo del orden de la máquina abstracta—, las cosas dando otros rodeos. Lo importante es distinguir institución y establecimiento. Lo Colectivo no es ni un establecimiento ni una institución.

Se puede remitir, en lo que concierne al término «institución», a un libro aparecido en 1952: Vocation actuelle de la sociologie de Gurvitch. En la primera parte hay un análisis que es la elaboración de una microsociología, la coordinación «de las plataformas de existencia social»… Pero no se trata aquí de «plataformas».

¿La máquina abstracta, lo colectivo, es del orden de lo que Tosquelles llama «polifonía» y multirreferencias, multidimensionalidad? No, pues estos son solamente efectos de la máquina abstracta.

¿Es lo que Félix Guattari llama «transversalidad»? Eso tampoco puede ser más que un efecto.

¿Y las relaciones complementarias de Dupréel a las que se les prestan mucha atención? Eso no es más que un efecto.

¿Entonces hay un modelo, en el sentido de la teoría de los modelos? ¿Es un modelo en el sentido elaborado por Alain Badiou: modelo logístico? No, pero me remito a Alain Badiou a propósito de un artículo (en el cual critica más o menos a Althusser) sobre el materialismo dialéctico. Habla de un conjunto: el conjunto de las instancias. Hablé sobre esto frecuentemente con el grupo de pedagogía. El conjunto de las instancias, con la instancia dominante que reparte lugares y funciones en el conjunto. Las instancias no siendo más que prácticas sociales tomadas en un conjunto, por oposición a una práctica determinante, frecuentemente económica en el materialismo dialéctico y que es representada en el conjunto al nivel, por ejemplo, de la dominante o de otra instancia. ¿De eso se trata? No, no es eso. Es simplemente uno de los aspectos posibles y todavía es necesario desconfiar de los modelos.

¿Es lo de la Crítica de la razón dialéctica? Seguramente hay muchas cosas que se pueden sacar de ahí. ¿Es del orden de lo que Sartre llama tercero regulador (para preservar el proceso dialéctico por oposición al práctico-inerte)? ¿Es el Otro del conjunto social, como dice Sartre? No. Que hay procesos dialécticos, sí. Pero no es más que un efecto.

¿Es algo del orden de una apercepción gestáltica? ¿Es la teoría de la forma? ¿No es algo que potencia cambiando el aspecto de las cosas, a modificar la configuración? ¿O algo que se acerca a la elaboración de Lévi-Strauss a propósito de la estructura: lo que se llama conjunto de invariantes? Contesto que «no». Ciertamente que eso juega al interior, seguro. Pero no es eso… ¡Se lo puede añadir! ¿Es, por ejemplo, algo del orden del phonologisme, que está de moda desde hace veinticinco años, por intermedio de Troubetzkoy y de Lévi-Strauss? ¿Es decir, un recorte en unidades pertinentes? Lo que va a acercarse un poco a una suerte de tablatura de significantes, o para decirlo como Lacan, de trazos unarios. No es eso, entonces es justamente lo que se intenta poner en práctica, una «distintividad» eficaz, no en el sentido del phonologisme sino en la problemática del efecto de sentido.

Se puede continuar esta enumeración, hasta evocar la tesis de Claude Poncin cuando habla de situemas. Es importante también. Pero otra frase de Lacan me parece interesante a propósito de las estructuras. Ustedes saben que siempre lamentó que se lo ponga en la misma bolsa que a los «estructuralistas»… Él dice «lo asférico»… Es un fragmento de frase que cito… (es siempre peligroso citar un fragmento de frase): «Lo asférico encela en la articulación lenguajera como efecto de sujeción de sujeto». Es una de las aproximaciones de la definición misma de estructura. Él decía siempre: «La estructura es el lenguaje». Entonces, se le da raras vueltas cuando dice: «El inconsciente está estructurado como un lenguaje»… Felizmente inventó: lalangue. Se ve bien que es a este nivel que se apoya el problema de lo Colectivo.

«Lo asférico» es justamente la puesta en cuestión del sujeto pero no del yo (moi). El sujeto no es el yo (moi). Y lo que está en cuestión justamente en la psicosis, es que el sujeto está estallado, «descarriló» del simbólico, está en un estado de sufrimiento (como digo a menudo: «en la Abwarten», en una suspensión infinita, en espera, sin esperanza de que se lo venga a buscar). Es el sujeto del inconsciente que descarriló… Entonces no es diciéndole: «Yo, yo, yo» que cambiará alguna cosa. La estructura no es una cosa. «Oh, yo tengo una buena estructura, yo tengo un hospital, ven a ver, está verdaderamente bien puesto mi hospital». A esto contesto: «Cállate», «lo asférico encela…» Nadie comprende nada más y me echan. «Lo asférico encubre en la articulación lenguajera como efecto de sujeción del sujeto».

Se puede recordar pequeñas frases como esas. No es para decir: «¡Oh, San Lacan!» Pero hay puntos de referencia. Cuando dice, por ejemplo: «El significante, signo del sujeto», es desde luego algo extraordinario. ¡Pero no pienso que eso pueda servirme para mi historia de caja negra!

Lo mismo cuando habla de la «substancia» gozante. De eso se trata. El goce: de estar vivo, ya. ¡Es para respetar! De ahí viene la articulación entre el «plus-de-goce» y «la plusvalía». Se dice: el goce no sirve para nada. ¡¡Entonces sí, eso no sirve de nada!! No simplemente a partir de una cierta edad, desde muy niños… ¿no sirve para nada el goce? ¿Un «en plus», un «en menos»? Me parece que ahí hay algo.

Otra frase: «El significante viene a trufar el significado». Imagen un poco comestible, ¡pero elocuente!

Todos estos puntos son a precisar. Pero para intentar comprender de qué se trata sería necesario retomar la noción de patoplastía. Lo Colectivo sería tal vez una máquina para tratar la alienación, todas las formas de alienación, tanto la alienación social cosificante producto de la producción, como la alienación psicótica. Es evidente que hace falta que haya en alguna parte —si se quiere verdaderamente poner en práctica algo eficaz al nivel de la psicoterapia de las psicosis— una máquina que pueda tratar la alienación.

Habría muchas otras cosas para decir. Pero, pienso que eso da una primera impresión de lo que está en cuestión en esta noción de Colectivo.

Interviniente (A): Me parece que lo que mejor encaja con esta historia del Colectivo es quizás lo que dijiste al principio. Es decir: la decisión, que es imposible hacer esto o aquello… que es imposible hacer esto o aquello… hay personas que dicen: «No hay nada que hacer con los psicóticos, es imposible, no hay nada que hacer»… Tal vez haya algo que se muestra y que al mismo tiempo son efectos y sostenes de la estructura. Es la decisión que se toma de decir que es posible de… Tengo la impresión que es la definición misma del Colectivo, es tal vez algo que así se ilustra. La decisión, la ética…

Interviniente (B): Función de anticipación…

Jean Oury: Ah sí, de anticipación. Pero es necesario precisar.

Interviniente (A): Imagino a Tosquelles en su campo de concentración, cuando acaba de ser condenado a muerte y pasa la frontera, se encuentra en una emboscada y rápidamente los compañeros le permiten salir de ahí. Él se recobra en Saint-Alban. ¿Cuál es la parte de anticipación, para él, en su cabeza, de lo que va a ser su trabajo institucional en Saint-Alban? Y —contrariamente— ¿cuál es la parte de lo que va a elaborar día tras día? Y en ese momento, ahí entra en juego inmediatamente el encuentro, los fenómenos de encuentro entre la gente, que van a hacer que eso no sea obra de uno solo sino, por definición, de un Colectivo. Se trata de leer algo entre varios.

Jean Oury: Es una anticipación, pero no forzosamente un proyecto explícito. Es más una manera de ser, de aprehender el problema de los encuentros, del azar. Hay en efecto, un problema de decisión en el plano ético. Pero es al mismo tiempo un problema de «justificación»: de lo que ahí se hace. ¿Qué se hace ahí? Esta justificación no es una racionalización. Es una justificación de esta dimensión ética. Es lo que se llama (es una palabra fundamental) en alemán Sollen. Walter Benjamin habla de Sollen. Y está en el corazón mismo de lo que se hace. ¿Por qué se hace esto? Sin embargo, no es un «deber moral», es un «deber ético». Se vuelve a jugar ahí una definición de Lacan en su seminario sobre la ética (en psicoanálisis) cuando dice que la ética es esta suerte de relación, de justa medida, de articulación entre el propio deseo y la acción. Es todo un programa. Se ve que acarrea problemas muy serios si hay falsedad, si no está verdaderamente bien articulado entre el deseo del médico o del enfermero, y lo que hace. Esto vuelve a traer la problemática de la transferencia. La transferencia es «el deseo del analista»: ahora bien, si hay falsificación en ese nivel, puede desencadenar mecanismos de culpabilidad. Esta culpabilidad es rápidamente metabolizada ahí, en los medios cerrados, aunque estén abiertos, como se dice, al exterior. En esos medios donde hay «convulsión» se tiene mucha prisa en pasar la culpabilidad a las espaldas de otros. Esto es lo que se llama «paranoias institucionales». Todos somos vulnerables. Es muy difícil vacunarse contra esa enfermedad profesional. Cuando sucede algo: es el de al lado, que encima hace bromas, y al que todavía no se le recetó Largactil, etc. Hay una suerte de proyección cotidiana, que es una mascarada de los propios errores. Si te analizas verdaderamente en tus relaciones con lo que haces, es decir en articulación con tu propio deseo, no vas a joder a tus compañeritos diciendo que es su culpa. Es en esta dimensión que puede inscribirse algo de ese concepto tan difícil que es la decisión.

Pero la decisión misma, que es del orden de la demanda, si se quisiera, topológicamente sería, no un corte cerrado sino un corte abierto. De lo contrario no sería una decisión eficaz. Se puede también plantear de manera fantasiosa: «La interpretación es una forma particular de decisión».

Se sabe que la interpretación es algo del orden del deseo. La interpretación es un corte. Y el deseo no se atrapa así como se atrapa una mariposa.

El ejemplo que das de Tosquelles llega un poco al azar, hay que decirlo: salir del campo de concentración para venir a Saint-Alban… Era mejor que quedarse en España condenado a muerte. ¡Claro! Pero es verdaderamente por azar que encontró esos tipos ahí en Saint-Alban, y entonces salió adelante, funcionando como había funcionado siempre, casi sin «proyecto».

Él hacía funcionar «el impulso anticipatorio», en el sentido de Heidegger. El impulso anticipatorio hacía que él no pudiera hacer otra cosa que decidir eso. Porque hay una cierta articulación entre la acción y el deseo, y el estilo. Y enseguida hay encuentros con gente interesante —o con textos interesantes— y esto cambia todo.

Interviniente (B): A propósito del «sin proyecto». Por ejemplo, en La Borde hay algo que impactó mucho a la gente: ¿Cómo re-centrar todo lo que pasa a propósito de un mismo enfermo? El reagrupamiento es sumar lo que pasa en la ergoterapia más lo que pasa en el pasillo más lo que pasa… Ahora bien, me parece que debería haber ahí una dimensión del Colectivo que haga la economía de lo que tal reagrupamiento pueda tener de artificial.

Yo quisiera proponer una especie de variación: de pasaje de lo uno a la multiplicidad, es decir de la singularidad a la multidimensionalidad.

Jean Oury: El sin proyecto tiene sus armonías. Se habla de impulso anticipatorio. Claro que se puede decir que es lo que está en cuestión en la dimensión del «Ideal del yo», por un lado; por oposición al «Yo Ideal», por otro lado. Hay una suerte de inscripción, de posibilidad de inscripción en un registro simbólico. Y si fuera previsto de entrada estaría jodido.

Eso es algo creacionista. Es el futuro anterior, es basal; inicio que queda justamente desconocido para poder articularse con lo que va a hacerse. Eso me recuerda el primer encuentro (en marzo de 1955) en una cafetería con Hélène Chaigneau. Dijimos: necesitamos reunir, reclutar ciertas personas, gente que tenga tal vez… «¿Que tenga qué en la cabeza?» Lo que se llamó después, con Tosquelles, el «tanteo de los melones»: para elegir un melón no es necesario cortarlo, pero es una ciencia. Al melón se lo siente, se mira si tiene rabillo o no… Y entonces dijimos con Hélène Chaigneau: «Pero, ¿cuál debe ser el criterio?» Estaba bien antes de lo que se llamó el «GTPSI».

¡Eso era ancestral! Y enseguida se tiene en conjunto el mismo criterio: «El religioso B». A lo sumo, si se pasa con la pregunta «¿Usted es del religioso B?». Si es del religioso B, no responderá. Sería contradictorio.

Religioso B. Está en Kierkegaard. En particular en «Post-scriptum». Tiene algo que ver con el «telos absoluto». Le opone al religioso A, el telos relativo: se va a la misa para ir al cielo. Y es suficiente ir a misa, hacer bien sus oraciones, confesarse, etc., y se estará tranquilo. Es un seguro de vida eterna. Eso es el religioso A.

¿Entonces, a las personas que son del religioso A, más le vale no meterse en un establecimiento, porque ellos pasarán por al lado? Recuerda a eso. No es, por lo tanto, que haya que ser idiota, ni imaginar algo, ni hacer proyectos…